HISTOWA^ \
DOMINACIÓN ESPAÑOLA
EN EL
TOMO SEGUNDO
MONTEVIDEO
A.BARRE1R0 yRAMOS,Editor
DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL IIRUGIIAY
DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL URUGUAY
PLANTA DE LA COLONIA DEL SACRAMENTO
EN 1777
i
4
FIÍAXCISCO ItAI'ZÁ
HISTORIA
DE LA
EN EL
URUGUAY
SEGUNDA EDICION
retundida con auximo de sukvus documentos
TOMO SEGUNDO
MONTEVIDEO
A. BARREIRO Y RAMOS, Editou
L I B R E R í A N A C I O N A D
1895
Dere olios reservados
LIBRO PRIMERO
HISTORIA
DE LA
DOMINACIÓN ESPAÑOLA ENJL URUGUAY
LIBRO PRIMERO
ESTABLECimENTO DEL GOBIERNO ESPAÑOL
EN EL URUGUAY
Progresos de la invasión portuguesa. — Elementos de resistencia. —
Vida interna de Montevideo. — Fiscalización aduanera. — Guerra
comercial de los portugueses. — Alzamiento de* los charrúas. — In-
ti*oducción de los portugueses en Río -grande. — Cerco de la Colo-
nia. — Energía de su Gobernador. —Armisticio. — Los portugueses
conquistan Río -grande. — Salcedo y el Provincial de los jesuítas. —
Muerte de Zavala. — Disensiones entre los miembros del Cabildo
de Montevideo. “ Petición al Rey sobre libertad de comercio y noin-
bramiento de Gobernador propietario.— Primeras contribuciones direc-
tas. — Malestar político y económico de Montevideo. — La Iglesia
de Buenos Aires y sus amenazas de excomunión. — Quejas del Ca-
bildo al Rey. — Inseguridad en la campana. — Creación de la plaza
de teniente de Rey. -Contestaciones que originó la medida.— Don
Juan de Achucarro primer teniente de Rey. — El señor de Ando-
naegui y sus ideas de exterminio. — Nuevo alzamiento de los cha-
rrúas. — Combate del Quegiuiy. — Arbitrios económicos de Ando-
8 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
naegui. — Consecuencias del auto de Zavala sobre la pureza de la
sangre. — Tratado de Madrid.— Oposición de los jesuítas. —La di-
plomacia inglesa. — Nombramiento de Viana para Gobernador pro-
pietario.
(1730 — 1750 )
La invasión portuguesa sobre las fronteras del Plata
se verificaba obedeciendo inspiraciones diversas, que unas
veces nacían de la Corte de Lisboa, otras de los goberna-
dores del Bj'asil, y en muchos casos, hasta de la iniciativa
individual de ciertos aventureros. Cuando Portugal fue
incorporado á España (1580), sus dominios americanos
no llegaban más que hasta San Vicente, sobre los 24^*, y
por muchos esfuerzos que hubiera hecho para romper esa
barrera, concediendo donaciones de tierras que rebasaban
dichos límites, nunca pudieron ultrapasarlos sus donata-
rios ( 1 ). Las actuales provincias de Santa Catalina y Pío-
grande del Sur en toda su extensión, se habían conser-
vado españolas, y al independizarse Portugal (1640) si-
guieron siéndolo, por tradición social y derecho recono-
cido.
Fundada y perdida la Colonia en 1680, se encontraron
los portugueses con que un siníple revés mihtar les arro-
jaba de nuevo, desde los 35^' sobre la costa atlántica, que
habían traspuesto audazmente, para situarse en la mar-
gen septentrional del Plata, hasta los 24®, donde les re-
cluía la mala suerte de sus armas. Para evitar nuevos
contratiempos de ese género, y mientras gestionaban pre-
(l'i Cazal, CorograpUia, i, rv. — S. Leopoldo, Tífsumo hisforieo de
S. Catherina, cap i.
LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URÜOITAY
9
tendidos derechos á la Colonia, resolvieron escalonarse
entre los dos paralelos mencionados, como paso previo
que les asegurase la embocadura del Plata y sus terri-
torios colindantes. Franquearon con tal designio el an-
tiguo límite de la Cananea, extendiéndose por San Fran-
cisco y Santa Catalina, desde donde fomentaron corre-
rías de los suyos, para abrirse camino hasta las regiones
platenses y arrear con grandes trozos de ganados cerri-
les. En 1715 ya eran habituales dichas correrías, ha-
biendo llegado partidas portuguesas hasta Santo Domingo
de Soriano; y cinco áhos después, cuando el Rey de
Portugal creó el gobierno de San Pablo, formalizáronse
las expediciones, recibiendo sus individuos orden de po-
blarse subrepticiamente en dirección á la frontera de Río-
grande.
Contra este doble movimiento de avance que por mar
nos arrancaba más de doscientas leguas de costa oceánica,
y amenazaba arrancarnos por tierra todo su complemento
latitudinal, habían opuesto los españoles muy poca resis-
tencia positiva. Reconcentrados sobre la cuenca del Plata,
no. tenían otro puerto de vanguardia que Buenos Aires, ni
otra defensa de la frontera terrestre que las Misiones jesuí-
ticas. En tal posición, estaba demarcado de antemano el
límite de sus iniciativas, y por eso fue que se contrajeron
á rechazar las agresiones de sus rivales, sea desalojándolos
de Colonia, donde al fin habían vuelto á establecerse, sea
ocupando á Montevideo con miras de conservarlo á todo
trance. La situación de España en el Uruguay era, pues,
sumamente precaria al despuntar el año 1730. Por el S E.
había abandonado á las incursiones portuguesas toda la
costa comprendida desde el Cabo de Santa María hasta
10 LIBRO L — EL (U)BIERXO ESPAÑOL EX EL URUGUAY
más allá de la Can anea ; por el N. sufría un despojo pau-
latino, y en el centro mismo de sus recursos, entre Buenos
Aires y Montevideo, se interpolaba el establecimiento por-
tugués de Colonia, desafiando la habilidad de su diploma-
cia y el esfuerzo de sus hombres de guerra.
Los progresos de esta invasión constante estrechaban
por todos lados al Uruguay, cuyos recursos propios eran
insuficientes para contenerla. Hacia la frontera del N. con-
taba con las Reducciones jesuíticas, polcadas en aquella
fecha por 8354 familias, sumando una totalidad de 37,498
individuos, que se descomponía asi (1):
San Francisco de Borja — 687 familias — 3629 individuos
» Luis Gonzaga
— 1335
» — 6U9 »
» Nicolás
— 1890
V — 7690 X
» Lorenzo
— 1427
» — 6-122 »
» Miguel
— 993
» — 4904 »
» Juan Bautista
— 1008
» —4103 »
» Angel
— 1014
» — 4601 »
En el interior del
país no había otro centro de sociabi-
lidad que el pueblecillo de Soriano, pues las guardias mi-
litares más ó menos
próximas á
Colonia, y alguna que
otra toldeiia estable de indígenas,
no eran para tomarse en
cuenta. El resto lo componían" tribus errantes y caravanas
de vaqueros que cruzaban de tránsito para entregarse á
sus faenas. Tal era el medio en que debía influir la nueva
ciudad fundada por Zavala.
Montevideo comenzó desarrollando su vitalidad entre
el despotismo y la anarquía. Representado el despotismo
(1) Lozano, Hist dr ¡a Con(¡: i. i, ir.
LIBRO l.— KL (JOBIKUNO KS PAÑOL EN EL URUGUAY il
por la clase militar, pretendía imponerse en todo sentido;
mientras que representada la anarquía por las corpora-
ciones civiles y los ciudadanos, á cada instante hacía sen-
tir los deseos de reconquistar el terreno que su rival la
obligaba á perder. Los oficiales españoles que comandaban
la guarnición de la plaza, adolecían de aquellos defectos
de severidad que -desacreditaron á tan alto punto el carác-
ter de sus iguales en America: imbuidos en la pretensión
de ser los primeros en todo, monopolizaban, no solamente
el poder político en su mayor extensión, sinó que hasta
abarcaban para sí todo ramo de negocio productivo. Por
su parte, el Cabildo y sus empleados, los pobladores y sus
familias, miraban con disgusto aquella arrogación de atri-
buciones; y de aquí nacían tropiezos do todo genero, que
amenazaban contiendas civiles en perspectiva. Ni los unos
ni los otros, es necesario confesarlo, ejercían dentro de lí-
mites prudentes la autoridad que les estaba confiada. En-
greídos los miembros del Cabildo por las facultades que
su investidura les daba, hacían mérito de sostenerse en el
terreno adquirido empleando en sus discusiones y recla-
mos un lenguaje agrio, capaz en su concepto de sustituir
la falta de fuerza positiva con la suposición de fuerza mo-
ral que algunos atribuyen al palabreo violento. Disgusta-
dos los jefes de la fuerza pública por aquellos procederes,
generalmente justos en el fondo, pero que en la forma eran
inconvenientes y provocativos, no consultaban más que su
orguUo para rebatirlos, y como tuvieran el poder militar á
su disposición, les era posible juntar al temor que éste ins-
pira, la amenaza que humilla, y no desdeñaban de hacerlo
en cuanto lo permitía el caso.
Á una vida tan dificultosa, se agregaban nuevos contra-
12 LIRRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
tiempos provenientes del régimen económico que España se
desvivía por implantar en sus dominios. Luego que las au-
toridades superiores españolas tuvieron conocimiento de
que Monte^^deo estaba poblado y comenzaba á presentar as-
pecto de ciudad, les ocurrió que el comercio extranjero po-
dría utilizar de algún modo la brillante posición de un local
tan aparente para el tráfico. Concurría á robustecer este
temor, la actividad emprendedora de los portugueses, siem-
pre en acecho. Don Diego de Sorarte y D. Alonso de Arce y
Arcos, oficiales reales en las provincias del Río de la Plata,
pusieron por obra evitar toda clase de comercio entre los
habitantes de Montevideo y cualquier pueblo del exterior:
al efecto nombraron con facultades amplias á D. Juan de
Camejo, Alférez Real del Cabildo de Monte\ddeo, para
que les representase en todo lo concerniente al ramo de
fiscalización aduanera. Las instrucciones expedidas al nom-
brado desde Buenos Aires, con fecha 15 de Abril de 1780,
fueron de una severidad exquisita. Se le cometía « aten-
der con todo celo y especial cuidado á que no se hiciese
fraude alguno contra la Real Hacienda, ni extracciones ó
introducciones ilícitas, y que procediera contra los delin-
cuentes haciéndoles sumaria y remitiese los autos oyéndo-
les sus descargos, para que en junta de acuerdo de Ha-
cienda Real, se les impusiesen las penas correspondientes. ^>
Y asimismo se le cometía <■; hacer registros de todas las
embarcaciones que traficaran de Buenos Aires á Monte^^-
deo, decomisando la plata sellada y géneros de comercio
transportados sin licencia. » También se le autorizaba li
<í inspeccionar todas las embarcaciones que se preparasen á
salir de Montevideo, cuidando que no fueran portadoras
de mercaderías algunas y tratando de evitar rigorosamente
LIBUO I. — EL LOKIERXO IVSPAÑOL EN EL URUGUAY
13
las arribadas maliciosas de navios y embarcaciones á este
puerto. » (1 )
Medida más desacertada no podían adoptar los españo-
les. A un pueblo nuevo y sin recursos quitarle la aptitud
de comerciar, era quitarle el medio de \iviv. Bien que se
le prohibiera el comercio con el extranjero, ya que tales
ideas andaban en boga hacia aquella época en Europa,
cuando menos se concibe que le dejaran cambiar sus pro-
ductos con los demás pueblos platenses. La pretendida eíi-
cacia de la Balanza de comercio no podía alterarse porque
Montevideo en\úase á Buenos Aires una corta cantidad de
especies amonedadas, ó sebo, grasa, cerda y cueros, que era
el conjunto de sus elementos habituales de cambio. Impo-
sible que una reunión numerosa de hombres 3" familias
se contentase con vivir patriarcal mente, sin capitalizar si-
quiera los frutos sobrantes de la tierra después de satis-
fechas sus primeras necesidades. Ni podía esperarse que
ese sobrante dejase de buscar su salida natural, ya que no
por medios directos que estaban prohibidos, á lo menos
por el contrabando, que es la retorsión de la libertad de
comerciar herida. Pero los españoles no lo entendían así,
y se admiraban de que empleando los esfuerzos de la más
refinada policía aduanera, el contrabando apareciese siempre
como im fantasma en todos sus dominios. Entre tanto, la
situación de Montevideo era mísera: nadie la ha pintado
mejor que su propio Cabildo en carta dirigida al Re}", ex-
presando lo siguiente: <; en medio de que no tenemos co-
mercio alguno, ni dónde vender nuestros frutos, gozamos de
tranquilidad, y del corto interés que la guarnición de este
( 1 ) Libros capitulares de Montevideo,
14 IJlinO I. — KL (ÍOUIERNO ESJ*a5;'<)[> KN el URUGUAY
Presidio nos deja por ellos en el bizcocho que se destina
para su manutención, el que se fabrica entre los ve-
cinos. »
Quienes aprovechaban con fortuna estos desaciertos
eran los portugueses, cuya vigilancia no perdía ocasión de
arrebatar inmensos trozos de ganado, con que se abastecían
desde Colonia, á expensas del territorio uruguayo y sus
pobladores. Por este procedimiento, la Colonia había ad-
quirido una importancia notable. Do 2,000 personas adul-
tas se componía su población, incluida la guarnición mi-
litar, y 80 piezas de artillería coronaban sus murallas.
Aparte de que la usurpación de ganados proporcionaba á
sus habitantes fuerte cantidad de carne seca y cueros para
exportar al Brasil, en los terrenos que iban también usur-
pando á los españoles, habían establecido grandes plan-
tíos de tiígo, viña y otros vegetales cultivados con éxito,
en una área que pasaba de 20 leguas tierra adentro. Las
estancias, quintas, palomares y plantaciones aglomeradas
sobre este perímetro territorial eran muchas; y los gana-
dos vacunos y las ovejas se contaban por miles ( 1 ). Za-
vala, constreñido á reducirse á instrucciones especiales de
la Corte de Madrid, y sin elementos con que resistir
aquella invasión paulatina, multiplicaba las órdenes de
vigilancia, sobre todo á las autoridades de Montevideo;
pero la desigualdad de elementos de acción entre la ciu-
dad naciente y la que los portugueses poseían era tan no-
toria, que en ningún caso podía suplir la buena voluntad
á los recursos.
Mandaba en la Colonia por este tiempo, Pedro Antonio
(1) Southoy, Hist do BravH; v, xxxví.
LIBRO I. — KL (;OHIRRNO KSPA5.0L EX EL URUtiUAY
15
de Vasconcellos, portugués a la usanza antigua, firme, re-
ligioso, duro ; más apegado á la ciudad que si fuera suya, é
interesado en aventajar á los españoles sobre toda ponde-
ración. Imbuido en la peregrina creencia de que el Uru-
guay pertenecía por derecho á su soberano, no sonaba otra
cosa que aumentar el circuito territorial de su mando agre-
gando nuevas adquisiciones á las ya hechas. Sobre este
plan, eran grandes los estímulos que daba á sus compa-
triotas para internarse en el país é ir estableciendo la in-
fluencia portuguesa en él; mientras que dentro del recinto
de Colonia aumentaba la población hasta con los presida-
rios que le venían del Brasil, cuyo confinamiento en la
ciudad se verificaba por mandato juchcial corriente. Con
tal genero de ayuda é ideas tan poco escrupulosas en rela-
ción al derecho de sus contrarios, las irrupciones de los
portugueses tomaron la forma de un accidente normal, po-
niendo en la más desesperante estrechez á los hijos del
país, cuyo apocamiento crecía en razón directa de la auda-
cia de sus contrarios.
✓
A los habitantes de Montevideo y su distrito, más que á
ningunos otros, comenzó á hacérseles insoportable este gé-
nero de vida. Inhabilitados de comerciar con el exterior y
atacados en sus establecimientos de campaña, vivían entre
el hambre y la muerte. Por otra parte, la anarquía interna
enflaquecía la acción de la autoridad. Solicitado el auxilio
de la fuerza por el Alcalde provincial D. Bernardo Gaitán
en 19 de Abril de 1730, para repeler una invasión de
contrabandistas portugueses, replicó el capitán Pellicier y
Bustamante, jefe de la plaza de Montevideo, « que el 16 se
le había sublevado la guarnición á sus órdenes, por lo cual
le era imposible ayudar al Alcalde con tropas, pero que le
16 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPA5.0L EN EL URUGUAY
daría armas, municiones y caballos. » ( 1 ) Como se ve, hasta
la insubordinación militar venía á favorecer á los portu-
gueses.
Kepitieron éstos sus entradas, sin que les detuviera nin-
gún esfuerzo de los escasos que se oponían por parte de
los esi^añoles. El Cabildo de Monte\’ideo obligaba á los
vecinos propietarios de estancias en campaña á faenar con
la mayor prontitud sus ganados, recogiendo los cueros y
el sebo á fin de que no se aprovechase- de ellos el portu-
gués, pero no podía evitarse con esto el hurto del ganado
cimarrón que discurría vago y era el principal incentivo
de los raptores. Todos los medios parecían buenos á los
de Colonia a fin de aumentar su comercio : así es que no
sólo saqueaban los campos, sino que hasta buscaban oca-
sión de alborotar á los natiu’ales con intrigas más ó me-
nos bien urdidas. Zavala conocía esto y le inquietaba
mucho, según lo demostró en carta de 3 de Octubre de
1730, amonestando al Cabildo á propósito de un inci-
dente de ese géiiero provocado por el portugués Do-
mingo Martínez (2).
Finalizaba el año 1730, cuando el expresado Martí-
nez, casado con liija de uno de los pobladores, se trabó
en pelea con tres charrúas que vagaban por el campo, ma-
tando á uno de ellos. Los dos restantes se atribularon
hasta la desesperación en presencia de su compatriota
muerto, y por más que el jefe de la plaza quiso consolar-
les, ellos no demostraron conformidad, retirándose á comu-
nicar el lance á sus demás compañeros, que al día siguiente
(1) I/. C. de Montevideo.
(2) JV.” 1 en los Documentos de Prueba.
Mimo r. -KL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 17
vinieron en numero de 1 2 para llevarse el cadáver. Se les
quiso satisfacer nuevamente de algún modo; pero nada
respondieron los aludidos, yéndose taciturnos como te-
nían de costumbre. Los españoles se inclinaron á creer
que aquel silencio era precursor del olvido, mas no cono-
cían á los charrúas si esperaban que dejasen sin venganza
la muerte de uno de los suyos. A poco andar se juntaron
en número de 300 hombres, y desparramándose por los
campos, mataron 20 ‘ españoles, quemando y destruyendo
cuanto les vino á las manos. En seguida se aproximaron
á Montevideo, y mandaron desafiar al jefe de la guarni-
ción, diciendo que durante tres días le esperaban para ba-
tirse. El jefe citado tuvo por prudente enviar, dos días des-
pués de expirado el plazo, una partida de soldados que ya
no encontró enemigos en el campo. Trasmitidas á Buenos
Aires estas noticias, Zavala dispuso que 30 dragones de
aquella plaza viniesen á reforzar la guarnición de Monte-
video, y en seguida que D. José Romero, hombre de repu-
tación militar, á quien se proveyó de armas y munición
suficientes, armase la gente que pudiese. Juntó Romero
230 hombres, poniéndose en seguimiento de los indios
hasta avistarles. A pesar de sus armas y la reputación de
su jefe, los soldados españoles se dieron en su mayor parte
á la fuga en las primeras escaramuzas (1).
Exasperado Zavala por el desastre, dispuso que sin pér-
dida de tiempo se agregasen á los 150 hombres que había
vuelto á reunir Romero, 70 que aprestó D. Juan de la
Rocha, y 110 dragones, en todo 330 hombres de armas,
con los cuales había de darse alcance al enemigo. Marchó
(1) Funes, EnsayOy etc; n, iv, xn.
dom. esp. — n.
2.
18 OBRO I. — EL GOBIERNO ESBAÍ^OL EN EL URUGUAY
en SU busca Homero, y lo encentro á las cinco jornadas;
pero una nueva dispersión le dejó reducido á bO lioinbres.
Con todo, adelantó la niaicha viendo atacada una de sus
partidas, que se refugió al grueso de la gente 2 )ara no su-
cumbir. Cargaron entonces los dragones matando,Í3 cha-
rrúas; mas ya estaban prevenidos los restajites en número
de 500, así es que rodeando á los esj>aí1oles les liicieron
un estrecho cerco. Tres bravas cargas dieron por resultado
que los indios les arrebataran toda su caballada, dejándo-
les inútiles para proseguir la campaña. Después de este
combate se produjeron otros, y á la postre encontráronse
los españoles con que habían perdido más de cien hom-
bres muertos en el discurso de la facción, y considerable
número de ganados. Un magistrado, testigo presencial de
los sucesos, escribía algunos años más tarde recordándose-
los al Cabildo de Montevideo: < quedó la población en la
deterioridad que se deja consideral*; llenas de lamentos las
familias y sin remedio á. tanta fatalidad. » ( 1 )
Efectivamente que eran funestos estos sucesos á la causa
española: si la tropa reglada perdía su ánimo ante los
charrúas, no había barrera que les contuviese para después.
La ciudad era pequeña y había perdido casi todos sus
hombres de gueiTa en la última facción, de suerte que no
la quedaban sino muy escasos elementos que oponer. Pero
Zavala estaba atento á los sucesos: conformándose con su
tempei*amento siempre inclinado á sondear la vía de las
negociaciones antes de entrar en lucha, concibió la idea
de oir proposiciones de paz mientnis se preparaba á la
guerra. En este concepto, escribió al P. Herán, Provin-
(1) L. C. (¡c Monierklco.
jjuno I.
. Kl. (’.OUrKUNO ESTAN OI. EX El. ITUUGUAY 10
cial de los jesuítas, mandando que aprestase oOl) tapes
para una nueva exptMlicion militar; y en el ínterin que el
apresto se hacía, empezaron las negoeiaeiones. Un jesuíta
entró por las campiñas uruguayas predicando la necesidad
del acomodamiento pacífico, con el cual se avinieron los
charrúas dejando las armas. Y de tan buen efecto fue lo
negociado, que más tarde formalizaron ajuste varios jefes
expresamente venidos á jMontevideo para ello, no sin an-
tes causar algíin contratiempo de espera á los diputados
que les envió Zavala y con los cuales no querían tratar (1).
Apenas apaciguados los charrúas, comenzaron los por-
tugueses á llamar nuevamente la atención de la autoridad
es¡)añola. No era ya que sus depredaciones en tierra uru-
guaya produjesen inquietud, sino que el ejercicio oficial
de propia jurisdicción sobre territorios que no les pertene-
cían, estaba denunciando un plan resuelto de nuevas con-
quistas en este país. Sin miramiento ninguno, los paulis-
tas situados en la banda septentrional del río Ibicuy, aban-
donaron en 1733 aquel paraje, entrando hasta la orilla
meridional del mismo río, donde toma el nombre de Uto-
grande. Por más que el alférez I). Esteban del Castillo
procm‘0 ahuyentarles de orden de Zavala, ellos no retroce-
dieron, permaneciendo á la espera del primer incidente (|ue
les diera ocasión de re^ilizar sus designios por completo.
No se hizo aguardar, por desgracia, la ocasión espiada
de los portugueses. Promovido Zavala á un mando supe-
rior del que tenía, vino á sucederle D. Miguel de Salcedo,
político inhábil y general imnliocre. En el acto se aflojaron
todos los resortes de la administración, repercutiendo el
íl'i I/. C. df Monte r ideo.
UíílJO I. — El. GOJUERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
mal á los asuntos militares, cuya dirección errada mermo
la vigilancia donde más se requería. Con esto, los portu-
gueses, que no vieron obstáculo á la prosecución de sus
planes, comenzaron á extenderse por el interior de la tie-
rra, burlando las precauciones de la guardia de San Jíian.
Desde Colonia les protegían alnertamente sus .paisanos,
enviándoles municiones y armamento, trozos de gentes y
oficiales entendidos, quienes les iban alojando en los pa-
rajes más estratégicos del país que meditaban usurpar.
Salcedo, á pesar de que venía autorizado por la Corte
para observar la mayor vigilancia y hasta oponerse contra
estos atentados cuyo comienzo había denunciado Zavaia,
no dio muestras de mayor acti\'idad. En los primeros mo-
mentos, su acción se redujo á escribir al Gobernador de
Colonia que se conserv'ara dentro de sus límites, in^útán-
dole á rectificarlos de acuerdo con el tratado vigente ; á lo
que se negó el portugués, diciendo que ningunas instruc-
ciones tenía para el caso. Conumicada esta respuesta á la
Corte, aconteció llegar en momentos en que acababan de
romperse las relaciones entre España y Portugal, á causa
de una querella de preeminencias instaurada en Madrid
por el embajador portugués. En consecuencia, el Gobierno
español mandó á Salcedo que reivindicase por las armas
los teiritorios usimpados, y pusiera sitio formal á la Colo-
nia hasta rendirla. El Gobierno portugués, alentado por
la aparición de una poderosa escuadra inglesa en el Tajo,
que venía en su ayuda, y que paralizó la acción de los es-
pañoles en sus vecindades europeas, expidió también ins-
trucciones al Brasil para rechazar la fuerza con la fuerza
en caso de agresión, y repetii* nueva tentativa sobre Mon-
tevideo si cuadraba la oportmiidad.
IJRRO I. — EL (lOBIEUNO ESPAÑOL EX EL URUGUAY 21
Llegadas las instrucxnones respectivas, pronto tuvo Sal-
cedo á sus órdenes un brillante contingente, compuesto de
4,000 indios de las Reducciones, 1,000 hombres de Buenos
Aires y 150 de Corrientes. A estos se agregaron, enviadas
desde Cádiz, las fragatas Armiena y San Esteban con
200 dragones á su bordo, seguidas por el Javier y la Pa-
loma, con armas, municiones y 100 infantes escogidos;
á más de los caudales que franqueó el Virrey de Lima por
mandato urgentísimo (1). Creyó entonces Salcedo que
era oportuno xeiterar la intimación al Gobernador de Co-
lonia para que se contuviese dentro de sus límites, mas
no obtuvo de él otra respuesta que la misma evasiva con
que anteriormente se había eludido. Pero como esta vez
tenía Salcedo claramente marcada su conducta, envió á
Vasconcellos un ultimátum, declarándole que si no se con-
tenía dentro del alcance de tiro de cañón de la plaza, sería
responsable de todos los males que se siguiesen. » Luego
rompió su marcha sobre Colonia, protegido de una escua-
drilla de doce velas al mando de D. Nicolás Giraldín, y
tomó tien‘a frente á la ciudad en Octubre de 1735.
En el interior de Colonia pasaban grandes apuros sus
defensores y habitantes. Desde que se supo la marcha de
Salcedo, Vasconcellos que contaba con un efectivo de 935
plazas en su guarnición, entre ellas algimos veteranos,
llamó á las armas hasta á los niños para emplearlos en el
reparo de las fortificaciones y apronte de elementos bélicos.
Publicó indulto á los desertores que volvieran á las filas,
y prometió premios á los españoles que desertasen del
campo enemigo. En su apuro por elimimu* obstáculos,
(1) Fuiie^. Ensayo, eUc u. rv. xiv.
Lir.RO I. — GOHIKRNO E8PA*^OL KN EL URUGUAY
echó fuera de la ])laza, desjarretándolos, á los caballos que
no podía mantener. Y para juntar á las demostraciones
militares la solemnidad de las ceremonias religiosas, cuando
la defensa estuvo organizada, se dirigió con su estado ma-
yor á la iglesia Matriz, y allí con gran rendimiento en el
altar de 8. Miguel, resignó el mando « en manos de este
príncipe de los ejércitos de la gloria, bajo cuyas órdenes
iba á combatir desde aquel día como su teniente. »
Entre tanto Salcedo, abierta la trinchera, y en posesión
de la isla de S. Gabriel, donde había erigido una batería,
comenzó á destruir los suburbios de los sitiados, en los
cuales se ubicaban dos capillas cuyos materiales empleó
en la construcción de edificios militares. Enojáronse mu-
cho los de la plaza con este acto que reputaron sacrí-
lego, y creyeron con su Gobernador que él acarrearía
sobre el enemigo la venganza del cielo. Alentado el si-
tiador por el espanto que suponía haber infundido so-
bre los portugueses, les intimó rendición en 10 de Di-
ciembre; á lo que replicó Vasco ncellos que antes de con-
testar derechamente quería saber si entre Portugal y Es-
paña se habían roto las hostilidades, ó cuando no, si el
Gobernador de Buenos Aires tenía órdenes para romper-
las contra él. Salcedo contestó á esto que no acostumbraba
á comunicar las instrucciones qiie recibía de su soberano;
y en la noche siguiente se preparó á asaltar la plaza que
ya tenía una brecha practicable. Marchando sobre ella fue
sentido, y una bala del fuerte principal que se introdujo
en el centro de la columna de ataque, causándole muchos
muertos y heridos, le hizo desistir del plan. De alií para
adelante, no ensayó otra hostilidad que cañoneos continuos
contra la plaza, dando tiempo á los sitiados á que se reíd-
UBRO I. — Eí. GOBIERNO ESJ'AÑOL EN El. URUGUAY 23
cieran eou más do 10 00 hombres (|ue les trajeron de re-
fuerzo los contingentes enviados de Kío Janeiro, Bahía y
Benuimbuco; por temor de los cuales abandonó Salcedo
la isla de S. Gabriel clavando la artillería, y levantó su
camjK) situándose á 3 millas de la plaza, después de pér-
didas sensibles, entre ellas la de su hijo invalidado, y las
de su sargento mayor y el misionero jesuíta Werle, muer-
tos ( 1 ).
La flotilla española que mandaba 1). Nicolás Giraldín,
pudiera haber prestado buenos servicios á los sitiadores, si
una dirección más acertada hu)>iese hecho proficuas sus
operaciones. Pero fué harto mísera su conducta, dejando
que la plaza se abasteciera de tropas y vituallas, cuando en
realidad estaba perdida si no las hubiera obtenido. Ni Sal-
cedo ni Giraldín hicieron cosa (pie valiera para e\fitar es-
tos socorros, preocupados en mantener vivas (pierellas por
cuestiones de mando; comduyendo de esta suerte, porque
entre si el uno obedecía las órdenes del otro, quedase el
tránsito del río por los portugueses. x\provecharon éstos
la ocasión, y despachando una escuadrilla de 10 velas so-
bre la Ensenada de Barragán, hubieron de apresar las fra-
gatas Ar minia y San Edehan, á no haber sido por el ve-
cindario de Buenos Aires, que se opuso á tiempo. Así pro-
siguieron laxamentt^ las operaciones, insumiéndose un año
entero sin fruto, en la tentativa de tomar la Colonia,
Los jK)rtugueses, sin embargo, no estaban preparados
suficientemente para realizar los proyectos que maduraba
su astuta política, así es que buscaron medios de aletargar
á la Corte de Madrid entrando en conferencias de paz.
(1) Bouthey, Historia do Brn'.il; v, xxxvx.
24 LIBRO I. — EL GOBIERNO E.SPA5sOI> EX EL URUGUAY
Querían sustraerse á la vigilancia del ejcTcito sitiador de
Colonia, que, aun cuando mal dirigido, siempre les obligaba
á estancar recursos militares poderosos, deteniéndoles en un
campo de acción lejano del objetivo de sus miras. Buscaron,
pues, el arrimo de una mediación diplomática, y poniendo
de su parte á Francia, Inglaterra y Holanda, consiguieron
que se ajustara en París, hacia el año 1737, un armisticio
por el que cesaban las hostilidades. Convino la Corte de
Madrid en acceder á lo que se le proponía, asustada por la
duración de la guerra, y se firmaron los preliminares que
debían conducir á un tratado de paz. Establecíase clara-
mente en el pacto de armisticio, que verificada la cesación
de hostilidades, se mantendrían las cosas en el estado en
que se hallasen al recibo de las órdenes, mientras convinie-
ran ambos beligerantes, los demás artículos del tratado
definitivo. Conocidas que fueron estas cláusulas por Sal-
cedo, paró las hostilidades, y adormeciéndose en la creen-
cia de haber conquistado la paz, no dió muestras de pres-
tar la menor atención al enemigo.
Entonces los portugueses comenzaron á poner en eje-
cución la parte complementaiia del ¡ilan que perseguían.
Desde luego, y por orden de la Corte de Lisboa, fortifica-
ron con nueva artillería la Colonia. En seguida fué des-
pachado el sargento mayor José Silva Páez desde Colonia
por la vía fimial, munido de artillería correspondiente y
con órdenes para levantar dos regimientos de caballería, y
apoderarse con todo ello del Río -grande. No encontró este
oficial ningún inconveniente á sus miras: desguarnecidos
los puntos esti'atégicos por el retiro de las tropas, adorme-
cida la vigilancia de Salcedo y menospreciada toda previ-
sión, Silva Páez se apoderó del Río -grande con 00 leguas
LIKRO I. - El. GOBIERNO ESPAÑOI. EX El. URUGUAY
de territorio y ocupo la sierra de San Miguel, construyendo
en ella un fuerte con seis piezas de artillería y dificultando
el camino para detener el paso de las tropas españolas,
siquiera deseasen disputarle su nueva conquista. Mas no
tTa Salcedo hombre de entrar en semejante disputa, cromo
lo mostre") seguidamente. En vez de oponer una resistencia
em^rgica á tan insólita violación del armisticio, se conformó
con protestar de la conducta de Silva Páez, el cual debió
reir grandemente de un enemigo tan apocado de ánimos
como escaso de penetración política.
Entonces, queriendo urdir Salcedo alguna intriga cjue le
dejara mejor conceptuado de lo que iba á aparecer, discu-
rrió atacar á los portugueses por mano ajena y como de
propósito casual. Desde antes del armisticio habían sido
licenciados por el gran parte de los guaranís que sitiaban
la Colonia, lo que dió algún respiro á las Reducciones,
Contando, pues, con ello, escribió al Provincial de las del
Uruguay en 29 de Enero de 1738, proponiéndole un me-
dio tan poco razonable como abocado á peligros. Le decía
que sin aparentar órdenes de él, rompiera la guerra contra
los portugueses, poniéndose personalmente con sus curas á
la cabeza de los indios. Que hiciera la mayor recluta posi-
ble de gente, y embistiera las posesiones enemigas sin de-
mora, porque el tiempo que se perdiese consolidaría el po-
der de los contrarios sobre los territorios recientemente
usurpados.
Era Provincial de las Misiones uruguayas el P. Ber-
nardo Nusdorffer, jesuíta alemán, á quien iba dirigida esta
misiva. La contestó en 15 de Abril desde S. Nicolás, adu-
ciendo fuertes razones en oposición á su cumplimiento.
Alegaba, en primer término, que el armisticio pactado com-
26 LIBRO I. — EL (ÍOBIRRN'O KSIWÑOL KN KL URUIiEAY
prendía igmilmente á las tropas regulares del Rey como á
sus súbditos de las Reducciones, y í]uc* si estos rompían de
propia deliberación las hostilidades, á la vez de incuiTir
en desobediencia, separaban sus intereses de los de la Co-
rona de España, y se exponían á ser ataííados como inde-
pendientes y sin esperanza de socorro. Decía también, que
la falta de oficiales éntendidos que dirigieran las operacio-
nes militares, encontraría lí los indios torpes para guerrear,
puesto que la costumbre establecida era que siemju’e fue-
ran á la guerra bajo la conducta de cabos españoles, que
esta vez se les negaban. Ponía, de manifiesto lo inconve-
niente de la estación para emprender campaña, lo liinchado
de los ríos, la falta de caballos, la imposibilidad de obte-
ner recui’sos de las Reducciones del Parami, azotadas por
la viruela, y la considerable pro\’isión de elementos con
que contaban los portugueses en Río-griuide, contra los
cuales era seguro que los indios marcharían al matadero. »
Por último, repudiaba el papel militar que se le quería
asignar en esta función de guerra, con las siguientes pala-
bras: « aunque yo ó cualquier otro de los misioneros mis
súbditos tuviera la ciencia y practica, militar, y compren-
sión necesaria para tales cosas ( que llanamente confieso
que no la tengo ni aun los primeros principios), pongo en
la comprensión de Y. S> .que no se compadece con el es-
tado de sacerdote y religioso misionero el dar órdenes en
circunstancias tales que se La de seguir efusión de san-
gre. » ( 1 ) Frustrado el plan de Salcedo con esta réplica, se
dejó estar tranquilo, abandonando toda veleidad de acción.
De seguro que Zavala habría jirocedido de otro modo.
iV.® 2 cu los D. de P,
OBRO I. — í:l gobierno ESP a 55o L en EG URUGUAY 27
Pero Zavala iio existía ya. Promovido á la presidencia
de Chile, antes de ponei'se en marcha }>ara ese destino, fué
inopinadamente llamado á sofocar una insurrección en el
Paraguay, donde su presencia de ánimo y sus dotes polí-
ticas restablecieron las cosas al estado de paz. Con-
cluida aquella comisión accidental, embarcóse para Buenos
Aires por Enero de 17d(); mas antes de llegará Santa- Fe
sintió una indisposición y lo sangraron. Seguidamente le
vino un paroxismo, y iioco después murió. La corrupción
de su cadáver fue tan inmediata, que no pudo ser condu-
cido á Santa -Fe \x\vn darle sepultura, y hubo de encon-
trarla en las solitarias tierras de la costa. Estaba aíín en
el ^igor de la edad y comenzaba á trillar el camino de los
más elevados puestos públicos, cuando le sorprendió la
muerte. No dejó más descendencia suya que cuatro hijos
naturales ( 1 ). Fue el Teniente General D. Bruno Mau-
ricio de Zavala, fundador de Montevideo, pacificador . del
Paraguay, defensor de los territorios del Plata contra la
agresión portuguesa, protector de los indígenas en cuanto
á usar con ellos más del comedimiento que del rigor; pru-
dente, justo y esforzado. 8u sola personalidad conducida
al escenario histórico, basta |)ara lavar muchas manchas
de la dominación española.
Mientras así moría el fundador de Montevideo, no an-
daban muy bien parados los negocios de esta ciudad. A pe-
sar de la triple lucha que su Cabildo sostenía contra la
autoridad militar, los asaltos de los ¡lortugueses y la hos-
tilidad de los charrúas, rencillas y disputas de que sumi-
nistran largo inventario sus libros de actas, ocasionaban
(1) Lozano, Ilist de la Conq, etc; iii, xvn.
28 LIBRO I. — EL GOniEíLXO ESPAÑOL EX EL URUGUAY
escisiones ruidosas. Aquellos hombres novicios en la ges
tión de los negocios públicos, se apasionaban de sus ideas
con la terquedad del orgullo falto de experiencia. El pri-
mero de los Cabildos dió muestra de esta predisposición
impolítica, provocando la expulsión de dos de sus miem-
bros — el Alcalde de voto y el Procurador general — lo
cual inspiró á Zavala, con fecha IG de Abril de 17;>0, una
carta severa á la corporación, diciendola: « La noticia que
he tenido de los lances escandalosos en que el bullicioso
genio y poco celo de algunos individuos de Y. S. á mante-
ner la paz que con tan repetidas expresiones deje encargada,
ha expuesto á toda esa vecindad, y me obligan á tomar la
determinación que V. S. verá, » etc. Contu^^cronse algo los
cabildantes con esta rejirensión; pero si sus disputas no fue-
ron de ahí en adelante tan trascendentales para el exterior,
prosiguieron las odiosidades sordas que dividían los pare-
ceres en muchos casos y creaban dificultades. Cuando se
eligió el Cabildo de 1737, fue designado D. Tomás Tejera
para Alférez Real; como hiciese falta continua cuando su
presencia era necesaria, el Cabildo ordenó que se le com-
peliese por el Alguacil Mayor á recibirse del cargo que se
le diera. Apj;.;onado el Alguacil á casa de Tejera, respon-
dió este que si querían multarle, ¡lodían rematar su casa y
atahona, como se lo había dicho al Alcalde de voto, y
en cuanto al empleo, « que no le quería, pues el no se man-
tenía de la vara como dicho Alcalde. »
Entre los miembros del Cabildo de 1738, hubo igua-
les y aun más violentas disensiones. El Alguacil Mayor
D. Juan Delgado Melilla, que era hombre de carácter vio-
lento, fue promotor de muchas dificultades : acalorábase en
las discusiones e insultaba á sus colegas. Un día, sea por
J.IBKO I. — EL (iOBIKKNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
causa de enojo preconcebido ó por rencillas de cualquier
gAiero, encontrando al Alcalde de 2 ° voto, teniente Don
Kanión Sotelo por la calle, á las 1 1 de la noche, le de-
safió espada en mano, obligándole á batirse con el. El Ga-
ldido echó tierra sobre el asunto, mas los antagonistas no
olvidaron sus agravios. Como Sotelo administraba justicia
diariamente, tenía necesidad de Melilla para ciertas notifi-
caciones de importancia ; pero éste se negó siempre a asis-
tir al Juzgado, perjudicando la marcha regular de los ne-
gocios judiciales. Exasperado So telo, aprehendió a Melilla,
le condujo al fuerte, y pidiendo junta de Cabildo para el
siguiente día, dió cuenta de todo lo que va narrado. El Ca-
bildo aprobó su proceder.
Con lo expuesto basta para demostrar cómo fermen-
taba la discordia entre los miembros de la única corpora-
ción que sostenía los derechos de los colonos. Sin embargo,
el pueblo amaba al Cabildo, porque en medio de todas las
extravagancias de sus miembros, sentíase representado
hasta en las susceptibilidades personales que eran causa efi-
ciente de aquellas disputas. La pendencia que da cabida
á alardees de valor, nunca fue elemento despreciable entre
españoles. Ademas, el Cabildo tenía en favor de sus actos
la pureza con que hacía la gestión de los intereses públi-
cos, y esa honradez de procederes disculpaba muchas de
sus faltas. No se dió nunca el caso de sospecharse del me-
nor manejo fraudulento á alguno de sus individuos, sin que
la corporación se adelantase á castigarle (1).
(1) He aquí lo que imo de los frol)ornadoros de Buenos Aires es-
cribía al Cabildo de Montevideo, con motivo de un Alcalde expulso
por comercio ilícito: «Por la de T" S. de fecha 20 dcl])asado y el ic.s-
30 LIBRO I. — EL GOJilKRXO ESPAÑOL EX EL URUGUAY
Consecuente con esta manera de ser, marchaba el cuerpo
capitular al frente de toda reforma útil para el pueblo. Así
se evidenció, cuando abrumado el vecindario de Montevideo
por el monopolio que paralizaba su comercio, se propjigo el
Cabildo obtener uiia prudente libertad comercial para los
frutos del país. En el deseo, empero, de no malograr su tenta-
tiva, quiso dirigirse •sin mas trámites al Rey representán-
dole la estrechez en que se veía y los socorros que había
menester. Pretendía el Cabildo que se colocara, á Montevi-
deo en la misma condición de Buenos Aires respecto á sus
exportaciones al Brasil, prometiéndose de ello mucho ade-
lantamiento y suficiente estímulo al trabajo en general. De-
cía, por lo tanto en el primer artículo de las instrucciones
expedidas con este motivo al comisionado que enviaba á la
Corte; « Lo primero que se haga presente á S. M., que en
conformidad que los vecinos de Buenos Aii’es en sus prin-
cipios tuvieron licencia de S. M. para llevar sus frutos al
Brasil, como son. harina, sebo y cecina, se les conceda á
los vecinos de esta ciudad conducir sebo, cecina y harinas
timonio que me incluijc^ veo lo acaeeklo con el Alcalde Provincial, y
lo que V. iS. ha providenciado sobre este empleo, en cuyo supuesto y
siendo preciso haya pej'sonn que le cjer-, a por la y race falta que hace,
apruebo las determinaciones de I”. sobre este asunto y le doy mu-
chas gracias por el celo ron que’ ha procedido: pues no es rnxón ob-
tenga semejante empleo persona que se ludia procesada de comercio
ilícito, y desde luego ratifico el depósito que P. ha hecho de la Vara
en D. Bernardo Gay tan, depositario general de esa ciudad, quien ( p&r^
ser sujeto apto para ello ) la ejercerá como tal Alcalde Provincial, con-
cediéndole todas las facultades y prcenrnte netas anexas á dicho empleo,
ínter in en vista de los autos se determina otra cosa por el Tribunal
de Peal Hacienda, que es el que debe dar la sentencia y juxgar los
reos que de ellos resultaren. Dios guarde d V. S. muchos años. — Bue-
nos Aires, 7.® de Abril de /77í?. — JoSEPti de Axdoxaegui.'^ i Bel
Archivo General.)
IJHUn I. — EL <;OUIKUNO E^PA.^OL EX EL UUUGUAY 31
al Hrui^il oa traetjiu» de oro y algunos negros para sus es-
taneias y labrar tierras, por no ser perjuicio este tráfico aJ
sorvii io de S. M.; con (*uyo alivio y sabiendo que sus fru-
tos han de tener salida, so adelantaran al trabajo con gran
esfiierzi). l.ograrán esta ciudad y su vecindario considera-
ble adelantamioiito, asignando M. al año tres balandras
6 suniaquillas, (jue auiupie son pequeñas por ser largo el
trecho y caminar costeando, podrán hacer su viaje por
tiempo oportuno del verano. > El Cabildo calculaba que
había de ganar el ])ueblo con estos cambios, pues las espe-
cies amonedadas de que casi totalmente se carecía y los
esclavos que vendrían á suplir la falta de peones para los
trabajos agro -pecuarios resolvían el problema de un au-
mento de bienestar tan deseado.
Anexa á la pretensión de una lil^ertad de comerciar más
amplia de la que había, se alimentaba otra, dirigida á
un objeto distinto. I^a rigidez militar de los jefes que ha-
cían la guardia de Montevideo, y la dependencia absoluta
en que estaban del Gobernador de Buenos Aires, les pre-
sentaba bajo un aspecto inconveniente, porque á la escasa
importancia de su condición subalterna añadían el poco
aprecio á que eran merecedores por la misma causa. El
Cabildo creía que un Gobernador instituido de orden di-
recta del Bey, podía suplir esta falta, no sólo por la espec-
tabilidad de su cargo, que redundaría en realce de la ciu-
dad, sinó también por la mayor independencia con que
había de ejercerlo, dando así cumplida y perentoria satis-
facción á las necesidades que diariamente se originaban.
En este concepto añadió otro artículo á las instrucciones
mencionadas, y en el cual decía: « Hágase presente á
S. M. se digne mandar haya de haber en este puerto, llave
32 l-IBlfO I. — EL (iOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
del reino del Perú, castellano propietario con apelación al
Gobernador de Buenos Aires, para que de este modo aquel
castellano que hubiese de gobernar, cuide de nuestro ade-
lantamiento de este vecindario y construcción de las for-
tificaciones que tanto necesita,» etc. (1) Entraba el Ca-
bildo en otras explicaciones respecto á lo urgente de la
necesidad, acentuando su argumentación sobre el incre-
mento que tomaba la conquista portuguesa á causa de la
impunidad ofrecida por el desamparo de Montevideo.
Fue requerido informe del teniente coronel del Regi-
miento de Cantabria D. Domingo Santos de Uriarte, jefe
militar de la plaza, j>ara que confirmase por oficio ante el
Rey la verdad de lo expuesto por el Cabildo, á lo cual de-
firió Uriarte expidiendo una comunicación, en que decía:
« Los granos que se producen no costean el alimento de
Montevideo, por no tener salida, y es imposible contratar
peones por lo crecido de los salarios. Los ganados cima-
rrones lian sido monopolizados por los portugueses, al
abrigo de los nuevos fuertes construidos de Río-gi’ande
para acá. En cuanto á la fortaleza de Montevideo, sólo tiene
el nombre, respecto de ser su muralla de vara y media de
alto piedra sobre piecka sin ningún misto, como no tener
foso ni estaca alguna afuera; de estar en paraje que ni
sirve para guardar la ciudad, ni menos el considerable
puerto que tiene, llave de este río y reino, » etc. El Cabildo
esperaba con justicia, que estas exliortaeiones produjesen
buen efecto en la Corte, y para coadyuvarlas eficazmente,
cometió á D. Francisco de Alzaybar la incumbencia de
presentarlas allí. Era Alzaybar por su posición, su carácter
( 1 ) L. C. (le Monte video.
MBRO r. — KL GOBIKRNO KSPAÍ^OL KX EL URUGUAY 33
y SU amor á Montevicloo, la persona más idónea que el
Cabildo podía emplear para servicio tan delicado.
Con todo, la naciente industria de Montevideo y la es-
casez de recursos de la administración, indicaban oportuno
>el empleo de algún procedimiento que aumentase el fondo
de la renta pública. Bien que no pudiese gravarse á los
colonos con un impuesto general, cuando menos era justo
que soportasen cierta carga .aquellos que vivían favoreci-
dos por excepciones protectoras. El Cabildo había hecho
merced de tierras de Propios á algunos individuos, para
establecer en ellas chacras y hornos de ladrillo. Lla-
mábanse tierras de Propios, las que pertenecían exclu-
sivamente á la ciudad y estaban destinadas á satisfacer
sus gastos públicos: generalmente ubicaban estas tierras
en el ejido.
El día 6 de Diciembre de 1742 se presentó el Sín-
dico Procurador de Montevideo al Cabildo, pidiendo en
un escrito que los vecinos favorecidos con chacras y hor-
nos de merced pagaran una cuota mensual por el bene-
ficio que reportaban. Fue aceptada la proposición, y el
Cabildo repartió el impuesto de la siguiente manera: «Pri-
meramente, Tomás González, 4 pesos en cada un año;
Juan Martín de los Santos, 0 pesos de la misma forma;
Juan de Ocampos, 8 pesos; Jacinto de Serpa, 6 pesos;
Antonio Figuez^edo, por dos hornos que posee, 16 pesos,
8 pesos por cada uno : con declaración que han de correr
los reditos ya mencionados desde el día 1^* de Enero en
adelante del año de 1743. » ( 1 ) Tal fue el origen de nu^-
tra Contrihución lamohiUaria: sin duda que los tiempos
(1) L. C, (le Montevideo,
a.
Dom. Esp. — h.
84 LIBRO I. — EL CJOBIERKO ESPA^'OL EX EL URUGUAY
han cambiado, si se compara el ¡iroducido de acjuella época
con el actual,
Pero nada era suficiente á variar el curso de las calami-
dades, que un raro sistema de gobierno echaba sobre los
hombros de los habitantes de la ciudad. Quiso el Ca-
bildo poner de su parte algún remedio al mal, y dijiutó
en los primeros días del año 1744 á D; Juan de Achu-
carro, su Alcalde de 2.® voto, para que se trasladase á
Buenos Aires á exponer personalmente al Gobernador lo
que acontecía en las diversas ramas de la administración.
Una vez allí, presentó el comisionado un memorial en
que pedía, á nombre del Cabildo : « que el comandante
que es, y los que se sucedieren en el comando militar de
la plaza, no se entrometan ni mezclen en el gobierno po-
lítico y administración de justicia de esta ciudad, como
hasta aquí lo han practicado, sin que se les haya con-
ferido jurisdicción por el Rey nuestro Señor ni oti’o tri-
bunal superior á quien competa, como tampoco por di-
cho señor Gobernador, habiéndolo su teniente general en
lo político en la forma que es práctica con las demás
ciudades de este gobierno aiTeglado á lo que por leyes
está prevenido. » Estrechado el Gobernador por la jus-
ticia del reclamo, ofició al Cabildo transcribiéndole el de-
creto recaído sobre su jietición, en el cual ofrecía expe-
dir las órdenes convenientes al jefe de las tropas de Mon-
tevideo, Pero luego que el Cabildo puso en conocimiento
de aquel jefe el tenor de las providencias enunciadas, res-
pondió con fecha 27 de Mayo que no tenía instruccio-
nes en contrario á las que desde su instalación en el co-
mando de la plaza le había dado el Gobernador de Bue-
nos Aires, pero hacía saber al C^ibildo « que si en todo
IJRRO I. — KL (iOlilERXO ESI»A:^0L EN EL URUGUAY 35
ü parti^ rdiusase impedir el curso ó reginieii que hasta
aquí se había practicado, tomaría las deliberaciones que
hallare por convenientes. » ( 1 ) Aunque la ignorancia del
comandante le hacía dec*ir en su oficio lo contrario de lo
que deseaba expresar, bien se demostraba dis^^uesto á todo
menos á acatar las leyes del país.
Siguieron, como era de presuuiii'se, los altercados entre
el Cabildo y las autoridades militares, hasta que Salcedo,
aprehendido por orden de la Corte y embargado en sus
bienes, entregó el mando á D. Domingo Ortiz de Hozas,
hombre de carácter conciliador. Aprovechando el Cabildo
esa coyuntura, hizo pedimento definiendo sus pretensiones
del siguiente modo: 1.^^ que se deslindase la jurisdiccióii
civil de la militar; 2.^" que los militares no tuvieran tiendas
ni pulperías en la ciudad; 3.® que fueran expulsados del
pueblo los extranjeros. Además impuso una multa al co-
mandante de la plaza Santos de Uriarte, quien por su parte
elevó también solicitud al Gobernador de Buenos Aires,
haciéndole presente su situación. El Gobernador contestó
en 0 de Octubre de 1 7 44, en cuanto al primer punto :
« que en. virtud de las antiguas instrucciones de Zavdla,
inalterables y vigentes, la jurisdicción ordinaria en primera
instancia debía ser privativa de los alcaldes, con las apela-
ciones correspondientes á el, sin mezclarse en ellas los co-
mandantes de la guarnición ; pero que en los actos honorí-
ficos y funciones públicas habían de guardarse al jefe
militar los honores que le competían por su graduación y
arriesgado empleo.» En cuanto al segundo punto: «que
Uriarte le había notificado ser los dueños de pulperías
(. 1 j L. C. de Monicddeo.
36 I^IBRO I. — rj> GOBIERNO ESRA5 sOL en el URUGUAY
soldados casados con hijas de pobladores, y como plaga-
ban contribuciones á })ar de los demas, no resultaba nin-
gún daño de que las tuAÍj'ran, antes bien la abundancia
serviría de utilidad del público; y por lo que decía al«traso
ó embarazo que de esto pudiera seguirse al Real servicio,
no era el. asunto de la inspección del Cabildo, sino de la
suya. » En cuanto al tercer punto, repetía la orden de que
fueran expulsados los extranjeros de la ciudad. Y por
lo relativo á la multa impuesta a Uriarte, sus palabras
eran éstas: «la multa que por el Cabildo se echó al co-
mandante de esa plaza no lia sido de mi aprobación, por-
que. ese acto suena superioridad, y es, muy distante de la
buena armonía que debe haber entre los comandantes y el
Cabildo, que les encargo muy de veras. >^ ( 1 )
Sea de ello lo que fuere, y por más que el carácter de Ro-
zas se inclinase á las medidas conciliadoras, el verdadero es-
collo contra el cual se estrellaban todas las buenas dispo-
siciones del Cabildo era el despotismo de los jefes de la
guarnición, alentado y sostenido en muchos casos pior los
gobernadores de Buenos Aires. Dipz años había luchado
de frente el Cabildo contra aquel obstáculo, y se encon-
traba á la fecha tan oprimido como el primer día. Eran
tantos los incidentes en que esta tiranía se demostraba,
que fuera enojoso aglomerarlos todos: bastará con ha-
cer mención de algunos de ellos, cu 3 ^o carácter ofensivo
añadía la liuiqillación personal al vejamen político. En
1734, el capitán D. Frutos de Pala fox y Cardona despa-
chó al campo por su cuenta al Alguacil Mayor y á otro
{!) ' Oficio lid Gobernador dr nnenos Aires J\ Juan Manuel Orlix
de Roxas, al Cabildo de Monferideo ( Are h Gen).
TJnno I. — KL <;oHIKHNO KSI'A^or, KN KL L-HU(irAV 37
de los niunícipos, ('orno quo lu í'orponición se quejase
de semejante proeedei* eontrano a un auto esj>eeial de
Zavala que lo prohibía, l^llaío\ contesto: - que por orden
del señor Gobernador había dcspacluulo al Alguacil ]\Iayor
en dos ocasiones, y halda de (k‘spaeharle en la corrida
que estaba pam salir, lo que dejaba suponer la repeti-
ción constante del hecho. Algunos años después — 1740 —
el Alcaldó de 2/‘ voto se tomó en palabras con uno de
los ayudantes del presidio: <piejóso el ayudante á su
jefe y el Alcalde j^resentó sus des(*aigos al Cabildo. Pero
llegado el asunto a conocimiento del Gobernador enton-
ces D. Miguel de Salcedo, quitó al Cabildo la facultad
de reunirse vsin previa autorización del jefe de la tropa,
que íisí podría darla como negaila ; y en cuanto al Alcalde,
ordenó: « que luego juntara el comandante de la guarni-
ción á cabildo, y enterado este de ello, depusiera de la vara
á dicho Alcalde de 2.*' voto, depositándola en el AJfórez
Real, mandándole que denti-o de tercero día probase las
palabras calumniosas que profirió contra dicho ayudante,
ejecutándolo con apercibimiento de prisión en su persona,
embargo de bienes y deniás^íjue hubiere por convenientes;
para que de este modo — añadía — sepa tener respeto á la
milicia y cabos principales, como que están ahí represen-
tando mi persona. » ( 1 )
Después de este incidente, el Cabildo quedó sin liber-
tad para deUberar cuando conviniera al bien público, de-
pendiendo del juicio del comaiidmite de la guarnición la
oportunidad de las reuniones. En consecuencia, el 30 de
Marzo del mismo ano, pidió el expresado comandante, que
(1) Ofkiü de Salcedo, 17 de Fehrero 1740 ( Arch Oca).
38 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
lo era D. Domingo Santos de Uñarte, una junta, á lo que
el Cabildo asintió. Envióle recado por dos de sus miem-
bros, avisándole que la corporación estaba reunida y le
esperaba; pero Uñarte contestó: «que pasaran al Fuerte
ó que él enviaría á buscarles. » Replicaron los amenazados:
« que se sirviera pasar al local de sus juntas, por no ser
costumbre celebrarse cabildos en el Fuerte; » y el coman-
dante les respondió por illtimo : « que se aprontasen para
ir todos presos al Fuerte, que él daría parte al señor Go-
bernador. » Parece que Uñarte, por naturaleza despótico,
iba tanteando con estos desafueros el camino para lanzarse
á otros mayores. No tardó mucho en demostrarlo: en 7 de
Enero de 1741 expidió una disposición, ordenando que el
Cabildo fijase el precio de los granos, con obligación á los
labradores de entregarlos á la persona que comisionase el
Gobernador de Buenos Aires para su recibo, y que no se
habían de entregar menos de 500 fanegas. El Cabildo pro-
testó contra la disposición, haciendo presentes al coman-
dante lo gravoso de la medida y las dificultades de ejecu-
tarla; añadiendo al mismo tiempo y con referencia á la
ganadería, cuya venta estaba nulificada por una disposición
similar á la proyectada sobre la agricultura, que era nece-
sario alzar el máximum de 4 reales asignado al precio de
cada res, pues de lo contrario abandonarían los vecinos sus
estancias por no poderlas sostener.
Esta ñda de contrariedades tan amargas, se repetía
para el Cabildo hasta en la esfera religiosa, donde compe-
tencias de extraña jurisdicción vinieron á introducir la
perplejidad y el malestar. Desde 1734 no habían tenido
los montevideanos otros capellanes que frailes francis-
canos, cuyo nombre era venerado entre aquellas gentes
UnRO T.— EL (ÍOBIERNO ESPAÍ^OL EX EL URViiUAY í>9
sencillas, por la bondad con que ejercían su ministerio. Así
anduvieron en la memoria del pueblo fray Bernardo Ca-
sares, fray Esteban Méndez, fray Juan Cardoso, fray Mar-
cos Toledo, fray Gabriel Cordovés y otros varones de vir-
tud, que asistieron á los primeros pobladores en sus desa-
zones y les consolaron en sus desgracias ( l). Esta comu-
nidad de vida y de azares, hizo á los franciscanos muy
estiniados en Montevideo. No había, pues, inconveniente al-
guno en las relaciones entre la autoridad civil y la eclesiás-
tica, hasta que la Iglesia de Buenos Aires, representada por
su Juez de rentas D. Sebastián del Ondoño, determinó
inaugurar el año 1744, resucitando una contribución abo-
lida. En los primeros tiempos de la Conquista, liabía per-
mitido la Corte que se cobrase un impuesto personal ó
diezmo sobre los materiales de construcción pertenecientes
á los pobladores, destinando su producto á la fabricación
de temjJos. Mas luego de subvenida esta necesidad, el Bey
ordenó expresamente por la ley xx, libr. i, tít. 16 de las
Recopiladas de Indias, que el tributo dejase de pagarse,
y no volvieran á ser incomodados los colonos con impues-
tos de esta clase. No se dio por entendida la Iglesia de
Buenos Aires de esta resolución, y atendiendo sólo á sus
( 1 ) Enini memorial presn liado al Cabildo por fray Gabriel Cor-
dúvrsfcon fecha 27 de Agosío de ^17 42 , pidiendo certificación de los
servicios prestados d ja ciudad por su Orden, recayó un decreto (¡ue,
después ule muy honrosas consideraciones, conclu ia 'asi CuY más certifi-
camos : (¡ne es cierto que la primera misa que se celebró en nuestra
Iglesia Motrix la hiX'O jlicho R. Padre fray Gabriel Cordovés rezada ;
y que el día \del scrierr ^ San Phrlipe de este 'año bendixo la piedra
fundamental de la Cindadela que qior^ orden del Rey N. Señor se está
fabricando, como Theniente cura por ausencia del propietario, etc,
riSf C. de Moni ).
40 LIBRO I. — KL GOBIRnXO RSI'ASÍ'OL EN KL URUGUAY
conveniencias, gravó con diezmo, la cal, la teja y e^ ladri-
llo que se fabricase en Montevideo.
Es natural presumir que la enunciación del tributo le-
vantó resistencias, protestando los vecinos que no les era
dable pagarlo. Afirmaron muchos de ellos serles preferible
abandonar la construcción do las casas que fabricaban para
vivirlas, antes de someterse á tan intempestivo gravamen.
Interpuso el Cabildo su influencia para ante la curia de
Buenos Aires, pero todo fue en vano : Ondoño estaba dis-
puesto á hacerse obedecer, y amenazó con la censura ecle-
siástica á los recalcitrantes. Esta manera singular de hacer
uso de los rayos de la Iglesia para un mandamiento in-
justo, acabó de exacerbar los ánimos. Llovieron las re-
presentaciones al Cabildo, y entre ellas una de D. José de
la Cruz, á quien se había amenazado directamente con la
pena de excomunión, si no satisfacía el diezmo adeudado
por la cal que fabricaba (1). Como que el dicho Cruz era
quien suministraba el mismo elemento para la construc-
ción de las fortificaciones de ^Montevideo, creyó arreglado
recurrir al Cabildo en 12 de Enero de 1744, expresando
que si el diezmo se hacía efectivo, le forzarían á levantar
el precio de su mercadería. Entonces volvió el Cabildo á
tomar cartas en el asunto, resolviendo <; se hiciera exhorto
al señor D. Sebastián del Ondono. para que se sirviera so-
breseer en la cobranza de los diezmos de cal, teja y ladri-
llo, y mandar alzar cualesquiera censuras que en razón de
Uevar á efecto dicha cobranza hubiese expedido, hasta que
por el Ilustrísimo y Beverendísimo señor Obispo ante
quien pende esta causa, por instancia que tiene hecha este
( 1 ) L, C. fie Monlcridco.
MURO r. r.I, (ÍOHÍEKNO ESPA-^OI. KX ET. ÜUIT(ÍÜAV 41
Cabildo, se determino en justiria, i etc. Y después de pa-
sar en revista los títulos (pie asistían á la ciudad para
no jiagiir el impuesto sin ' embargo de esperar la resolu-
cioii del Obispo, daba á entender (jue no se sometería á
ella si fuera injusta, j)ues aguardaba v á usar de su dere-
cho como viere convenir im'jor al l)ien de la ciudad y sus
moradores.
Con esto, la paciencia del Cabildo se hallaba agotada.
Así es que aprovechando <4 regreso á España del jefe de
escuadra ]). José Pizarm, comandante del navio Asia^
acordó enviar al Rey un memorial narrando al pormenor
todas las cuitas de la ciudad y sus vejáimmes j)ropios.
Dábase cuenta al soberano en ese documento, de lo si-
guiente: 1.” que los vecinos ¡Kjbladores eran tratados con
mucho ajamiento y míaiosprecio, por el comandante de la
guarnición, oficiales y soldados, lo mismo que las autori-
dades civiles ; .2.’" que el poco comercio de la ciudad lo
aprovechaban los oficiales militares, sargentos y soldados,
pues todos estaban constituidos á mercaderes; 3."^ que en
el recinto de la jdaza los militares tenían los mejores so-
lares á cuadras enteras y medias cuadras, por cuya razón
los pobladores carecían de los medios de pedir una merced
para sus hijos, recayendo la culpa de esto eii el Goberna-
dor de Buenos Aires, (pie en vez de repartir las tierras de
acuerdo con el Cabildo, lo hacía de mancomún con el coman-
dante de la Plaza, quien se reservaba los mejores terrenos
para sí y sus allegados ; J."" que era necesario, á fin de aten-
der á los gastos demandados j>ara la construcción de una
cárcel y otros edificios, que el Rey hiciera gi'acia á la ciudad
del derecho de anclaje en el puerto, y una contribución so-
bre los vehículos que entrasen a! pueblo por accidente ; 5-*^
42 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
que se circunstanciasen los perjuicios supervinientes del
bre tránsito de los portugueses por el país, y se prohibiera
á los gobernadores de Buenos Aires que les otorgasen li-
cencias para hacerlo; y también que se informase á S. M.
lo perjudicial que era la Colonia del Sacramento para esta
provincia; G.® que se diera cuenta de la pretensión del
Obispo de Buenos Aires de cobrar diezmos á Montevideo,
remitiéndose las diligencias practicadas por el Cabildo en
defensa de sus prerrogativas ( 1 ).
Mientras esta comunicación marchaba á su destino, como
si los hechos quisieran aquilatar sus previsiones, arreció
más el malestar.de la campaña por consecuencia de alguno
de los males que el Cabildo apuntaba. Cuadrillas de ban-
doleros salidas de Colonia y sus alre<ledores, de Río-
grande y sus inmediaciones, infestaron el país. Llenóse
la camjDaña de ladrones y asesinos, que eran el terror de
los pobladores pacíficos y la ruina del comercio. El Ca-
bildo se quejó en diversas ocasiones al Gobernador d<*
Buenos Aires; pero este no hacía más que dar consejos y
predicar la unión de los colonos. En S de Febrero de 1747,
ofició el Gobernador en el mismo sentido, pero añadiendo
la orden de j Hitarse todos los vecinos por timno jiara re-
correr la camjiaña, y avisando al Cabildo que se pusiese
de acuerdo con el comandante de la guarnición < á quien —
decía — tengo prevenido sobre este particular se ponga . en
práctica lo más arreglado, pues nadie más bien que Y. 8.
podrá fiscalizar su cumplimiento, lo que espero se consiga
para remedio de tantos desórdenes, mediante el celo y
buen gobierno de V. S. ; que yo concurriré en todo cuanto
(l) L. C. de Montevideo.
UBHO I. — EL UOBIElíNO E8 Pa5?OL EX EL URUGUAY
comluzca al alivio y b(^neficio do ese vecindario. .^ (1) Los
alcaldes provinciales habían hecho sucesivas salidas con va-
ria fortima, á fin de extirpar el bandolerisino de la cam-
paña. Volvieron ahora con mayor empeño al mismo trá-
fago, consiguiendo extirpar en parto a(piel mal ; ])ero como
los portugueses se interesaban en agitar el país y arruinar
su comercio, los desórdenes más ó menos frecuentes si-
guieron siempre.
Siendo las continuadas y prolijas rivalidades por com-
petencia de jurisdicción entre la autoridad civil y la mili-
tjir, el punto capital de las operaciones gubernamentales en
Montevideo, el Cabildo, que ya había apelado á todos los
medios de que podía disponer para zanjarlas, quiso inten-
tar un nuevo esfuerzo de resultados inmediatos. Projaiso
al Gobernador de Buenos Aires que nombrara un teíiiente
de Rey ^ al modo y en la conformidad que los de las ciu-
dades de Santa-Fe y San Juaíi de Vera de las Siete Co-
rrientes, para que manejara y gobernara lo político, á fin
de evitar y cortar las competencias y disturbios que ha
habido entre el Cabildo y el Comandante. '> Fijóse el Ca-
bildo en el capitán D. Francisco Gorriti, al cual designó
por candidato suyo; despachando pliegos al Gol)ernador con
la propuesta de la creación del nuevo empleo y el nombre
del individuo que estimaba idóneo 2 )ara servirle. Aceptó
el Gobernador la idea y el candidato, consignándolo así en
oficio de 12 de Octubre de 174S, en el cual, entre otras
cosas, decía: « despacho á V. S. el adjunto título corres-
pondiente á dicho empleo de mi lugarteniente, para que
( 1 ) Oficio del Gobernador de Buenos Aircfi 1). José de Audonaríjuí
CArch Gen).
44 LreiíO L — KL (iOlilKRNO KSIWS'Or. EX EL ITírOÜAY
V. S. practique las diligencias nocesanas a que, el referido
D. Francisco Gorriti lo admita, pues para ello también
le estimulo en la carta que le acompaña, estando V. S.
cierto que siendo como es mi deseo se logre la -paz y. quie-
tud corresjwndientes al adelantamiento del bien común y
administración de justicia, pondré el mayor conato para
hallar arbitrios que los proporcionen. » ( 1 ) Comunicada
que le fué á Gorriti esta nuoA’u, no aceptó el cargo, sea por-^
que no se atreviese á cliocar de frente con el comandante
de la plaza, que era oficial de graduación superior á la
suya, ó sea porque temiese las cavilosidades del cuerpo ca-
pitular. En virtud de tal negatis’a, que dejalia acéfalo el
cargo, nombró el Gobernador, a jirojniesta del comandante
de Montevideo, a I). Juan de Achucarro para llenarle.
Era • Achucarro un sujeto de bastante distinción en el
país, no sólo por su crédito particular, sinó por los empleos
de importancia que había desempeñado y desempeñaba á
la sazóñ. Pero con venir su candidatura proliijada por el
jefe de la fuerza en armas, cre^'ó el Cabildo ser víctima
de un complot, y determinó suspender obedecimiento al
auto que investía á Achucarro con el nuevo cargo. Sú>
polo el Gobernador, manifestando fuerte sorpresa. Pre-
guntó las causas que militaban jiara alzarse en resis-
tencia a una medida justificada por las circunstancias y
en todo conforme á las ideas del Cabildo. Este Jijo, que
aun cuando el candidato era idóneo, las leyes se oponían
á que se proveyese el empleo sin consulta de la corpo-
ración, mucho mas cuando Achucarro acumulaba de pre-
sente en su persona varias comisiones y empleos que re-
( 1 ) Opcio de Andoncífyui ( An-lt
LTBÍK) I. — KL OomKnxO EsP.V.^Or. EN El. ITKUGUAY ^ 45
querían artanzanúento, y era do suponer que tales fian-
zas se anulasen por el lioelio d(* reíisuiiiir el afianzado la
autoridad política del país en su persona. Replicó el Go-
bernador en 25 de Mayo de 1749, que ni el Roy ni la
Real Audiencia se oponían á que el nombrase un lugarte-
niente para Montevideo á fin de gobei*nar la ciudad en su
nombre, y por consecuencia mandaba que sin dilación se
colocase á Acliucarro en su empleo ( 1 ). ^
No le sentó bien al Cabildo la respuesta, y se aventuró á
discutirla con mayor aco[>io de razones y ejemplos. Pero la
serenidad del ( íobernador, que habitualmente no era mu-
cha, se agotó en este trance; así es (pie en 18 de Julio en-
vió á los capitulares un oficio concebido en estilo acre, re-
cordándoles sus emitidas razones anteriores y concluyendo
de esta suerte: < Lo cierto es que yo no he pensado en nom-
bramiento de teniente general; V. S. me representó que
convenía nombrarle; el dc^seo de la paz inmediatamente me
hizo -condescender á la instancia despachando título al ca-
pitán D. Francisci) Gorriti, quien me' representó varios
motivos para exonerarse de este empleo, y no me pareció
justo compelerle; en este tiempo me representó el coman-
dante de esa plaza que la persona en quien idóneamente
podía recaer este empleo era D. Juan de Acliucarro, y
V. B., en la retireseiitación antecedente,^ contesta que en él
concurren las circunstancias de idoneidad que se requieren,
y ahora reitera la oposición con nuevos pretextos (|ue no
coilsidero sustanciales; y así inmediatamente, vista ésta,
sin réplica alguna pondrá en posesión á T). Juan de
Achucarro en el empleo de tal teniente general, dando las
( 1 ) Oficio dr, Aiidonacgui (.bch Ueni.
46 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
fianzas acostumbradas, y en su defecto sabré volver por la
autoridad que la piedad del Key se lia dignado conferirme,
para cuyo efecto tengo dadas al comandante de esa plaza
las órdenes convenientes. » ( 1 ) La contundencia de»estas
razones no daba lugar á otra solución, que á concluir por
el nombramiento de Achucarro; y así se liizo.
Ahora bien; el autor de tan desabridas órdenes, era Don
José de Andonaegui, cuyo temperamento irascible, que la
edad iba exasperando, le hacía pasar de los extremos de
la complacencia á lo más recóndito del furor. El Cabildo
de Montevideo, siquiera conociese este flaco del mandata-
rio, ó por razón de quererle atraer á sus miras, le había
tratado con desusada cortesía en las cosas que personal-
mente podían satisfacerle, á punto de tomar parte en el
júbilo por el nacimiento de sus hijos (2). Prendado de
estas distinciones, Andonaegui arreglaba su conducta á
ellas durante algún tiempo; pero luego de echarlas en ol-
vido, dominaba en sus relaciones con el Cabildo el tono
áspero y la gestión imperativa que lo echaba á perder
todo. Con semejante individualidad no era posible garaii
tir un estado normal de políticxi, porque los arrebatos de
sentimentalismo tenían gran mano en la dirección de sus
procederes. Ora se presentaba contrito y místico, predi-
cando las bellezas de la religión y recomendando sus cou-
(1) Oficio ih Awhnacgifi (Arch Goi),
í2) Ilustre CabilflOy Justicia y flegi ni lento. — Estimo á V.S. las aten-
ta.^ ejrpre.^ioncs que le wcrc^í^co con wotiro del feliz parto de mi mujei\
quien conmigo ofrece á V. S. el recién nacido, ?/ .y» voluntad con rc.'<-
petados ayradecimirutos para cuanto sea de servicio de V. S.~Xucstro
fteñor guarde d V. S. muchos años. — Buenos Aires, 2(1 de Abril de
174(1. — B. L, M. de V. 6’. su más afecto servidor. — JoSEni DE An-
DOXAEGUI. (Del Arch fien).
IJBllO I. — EL GOBIERNO ESPASOL EN EL URUGUAY 47
suelos; ora se erguía altanero para decretar el exterminio
de los indígenas uruguayos que contrariaban sus miras.
Y como interesa ¿í las enseñanzas de la historia poner de
relieve estos caracteres, para curar á los iiueblos de exa-
geraciones y á los individuos de incidir en ellas siempre
que se sientan inclinados al gobierno, ahí va una muestra
de los desvarios á que llegaba en sus intermitencias el
señor de Andonaegui.
Con motivo de ser escaso el personal del clero en el
Uruguay, solían venir de Buenos Aires misioneros que
ejercían su ministerio religioso en los pueblos y por los
campos, instruyendo á las gentes con la predicación y es-
timulándolas en los deberes del culto. Andonaegui, en las
varias ocasiones que le tocó avisar el pasaje de tales sa-
cerdotes á Montevideo, lo hizo del modo más tierno. En
uno de sus oficios al respecto, decía al Cabildo que hon-
rase á los misioneros como era debido, « para que por ese
medio se consiguiera la veneración tan justa de su apos-
tólica doctrina, pues á proporción de los superiores obra-
rían los súbditos. » Algún tiempo después, recomendando
á otro misionero que venía con iguales propósitos, escri-
bía al Cabildo rogándole asistiera á los ejercicios religio-
sos que iban á darse con ese motivo, y concluía de esta
manera : « yo pido á V. S. asistan dando ejemplo á los de-
más, y atiendan á este santo padre que los consolará en
sus tribulaciones, y los dirigirá para el cielo como lo ha
ejecutado aquí. » Lenguaje más cristiano y piadoso, no po-
día pedirse en boca de un soldado.
Quien se figura á este rudo veterano, con los ojos fijos
en el cielo, no puede menos de reputarle por uno de
aquellos antiguos^ patriarcas en cuyas deliberaciones en-
48 Llimo I. — EL COlHEnN'O ESPA5¡'0í. ex el UIÍÜfJUAY
traba mas el amor á sus subditos que la severidad, Pero
tal expresión mística de sus afectos era transitoria, porque
bastaba la menor contrariedad para que Andonaegui cam-
biase de tono y se arrojara en brazos de los más ¿olen-
tos designios. Bien pronto lo demostró así, pues al aseso-
rarse por comunicación del Cabildo de los nuevos distur-
bios acontecidos en el interior del país, dió de lado con toda
idea piadosa, replicando en 28 de Mayo de 1749, á la cor-
poración : « Eiíterado de lo que V. S. me expone en su re-
presentación del 5 del presente mes, sobre las extorsiones
que cometen los indios minuanes, le prevengo en esta oca-
sión al comandante de esa plaza lo correspondiente á fin de
que, ó se reduzcan á pueblo y á nuestra santa fe viviendo
en paz, ó en caso de permanecer haciendo hostilidades,
pase á castigarlos y arruinarlos acabando con ellos de una
vez. V. S. me dará noticias de lo que adquiriere y ejecu-
tare dicho comandante sobre este asuuto, para tomar y ó en
vista de todo las. providencias que deba, y sean más con-
venientes. » Previendo el Cabildo la tempestad que prome-
tía este oficio, comunicó, á fin de aquietar al Gobernador,
que los indígenas se habían retirado" á sus habituales cam-
pamentos; y según había podido asesorarse por mejores
informes, los autores de algunos robos de ganados eran
indios tapes cimarrones fugitivos de los pueblos jesuíticos.
No parece que agradara á Andonaegui esta respuesta
frustratoria de sus planes de exterminio, pues replicó
Cabildo que, sin embargo de la vaiiedad de opiniones so-
bre la materia, tenía prevenido al comandante de la guar-
nición de Moute video « que pasase á los indios á cuchi-
llo », por supuesto que - después de haberlos requerido
con paz y buena corres})ondencia, por si por este medio
Lnmo I. — EL (JOBIKRNíí KSPA^tíL EX EL URUGUAY 49
]>odíamoá ganar sus almas, que es la mente de S. M. »
Confirmando el proyecto de exterminio, agregaba el Go-
bernador haber reiterado la ejecución práctica de la or-
den al comandante de las fuerzas de Montevideo ; « y para
mayor acierto, decía, he llamado al Cabildo de Santo Do-
mingo de Soriaiio y á Monzón para que ésten prontos á
fin de que á un tiempo y en un mismo paraje se junten
todos para escarmentar á esos bárbaros indios. Y como
si ya le enardeciesen los vapores de la sangre, concluía
diciendo: «En esta inteligencia deberá V. S., como es de
su obligación, contribuir con todo lo (pie fuere dablf? y
juntar todos los moradores expresados, y lo mismo de-
berá ejecutar ese comandante para el efecto referido; y
reflexionando bien \\ ÍS. y el dicho comandante, discurrir
maduramente sobre la sujeta materia unos y otros, y avisar
á Santo Domingo de Soria no para que en un mismo
día y paraje se junten los de ahí con los del dicho Santo
Domingo para exterminar esa canalla, como lo han hecho
con los charrúas de la jurisdicción de Santa -Fe; pero
para esto es preciso una unión grande de ese Cabildo y
del comandante; porípie donde no hay intención buena y
enderezada al servicio de ambas majestades, no se conse-
guirá acierto; y bien se conoce que en ese Cabildo sólo
se intenta caprichadas, y no el bien común y aumento de
esa República, » etc. ( 1 )
Singular aberración la de Andonaegui en suponer que
el exterminio de los indígenas redundaría en aumento de la
República ; y que intención sana y enderezada al servicio
fl) Oficios (le Andonaegui al Cabildo, fechas 2S de Mago 1749, 17
de Marzo y S de Mayo 17 ó 0, y 28 de Febrero 1751 ( Arch Gen).
Dom. Esp. — II.
4 .
50 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESRAÑOI. EN EL L'RUGUAY
de Dios y el Rey, fuera la de contribuir á un fin tan
avieso. La turbulencia de su espíritu le llevaba á contra-
decirse con los mismos argumentos que citaba en su apoyo,
porque si el Rey quería ganar las almas de los in'dígenas
y asegurarles la vida en paz y policía, mal se conseguiría
esto pasándoles á cuchillo como deseaba Andonaegui ; y si
por su parte recomendaba el Goliernador al Cabildo que
impulsase el aumento y bienestar de la República, menos
lógico era procurar este fin exterminando á sus habitantes,
que poniendo en práctica medios de conciliación destinados
á apaciguar los ánimos y conservar la vida de todos. Nin-
gún Gobernador, desde Zavala hasta Rozas, había llegado
á la conclusión extrema de excluir todo avenimiento,
no dejando más cabida que la sumisión ó la muerte. Por
otra ¡Darte, esto era alzarse en rebelión contra las leyes vi-
gentes, leyes que el Rey recomendaba con especialidad á
los representantes de su persona en los dominios ameri-
canos. Habían pasado ya los tiempos en que se justi-
ficaba el exterminio de los na tímales como medio de segu-
ridad, mucho más cuando experimentos opuestos, demos-
traron en el Uruguay que los indios podían ser reducidos
á una \úda regular con procederes humanitarios. Afortu-
nadamente, el Cabildo, en medio de todas las desazones que
venía soportando, había conseguido hacer un aprendizaje
valioso en lo relativo á los intereses del país y marcar
rumbos fijos al desarrollo de la civilización que estaba en-
cargado de custodiar, así es que ensayaba los medios de
atemperar estas resoluciones desesperadas.
Esto no obstante, la tensión de las circunstancias dió
auto en favor de Andonaegui : alzáronse los charrúas, como
se temía, y auxiliados por algunas tribus vecinas, derrama-
UBRü I. — El. GOBIEKSH) KS1*AS0L KN KL URUGUAY 51
rouse |)or toda la campaíHa. Inmediatamente, y según h
había prevenido el Gobernador, varios destacamentos dt
Montevideo, Santa- Fe, Soriano y Misiones marcharon 5
batirlos. La persecución desde luego fue recia y ocasiona d:i
á diversos choques entre los combatientes. Dos accione-
memorables pusieron fin á esta guerra, postrando á los in-
dígenas: la una ganada jx>r las gentes de Santa-Fe, y )jí
otra por las de Soriano. Cupo á los santafesinos chocar c'ou
los indígenas en los primeros momentos, matándoles ,“>()
hombres y haciéndoles 182 prisioneros.
En cuanto á los de Soriano, cuyo jefe era el teniente (h
dragones D. José Martínez Fontes, tuvieron la suerte <k
concluir la guerra debido á la rapidez de sus marchas-y
tal vez á la emulación que duplicó su valor. En tres día>r
hicieron á los indígenas una persecución de 78 leguas,
obligándoles á replegarse sobre las márgenes del Queguay.
Allí formaron los charrúas y sus aliados en orden de ba-
talla, teniendo á la espalda un bosque impenetrable. ís o se
desalentó Fontes por la buena posición del enemigo ni ]>or
el cansancio de sus tropas, sinó que confiando ilimitada-
mente en ellas, entró á coml)ate. Fue el ataque muy vivo
y la resistencia tenaz. Dos cargas dieron los de Soriano
sin alcanzar á romper la línea. Mas una tercera carga llena
de ímpetu, desconcertó la línea charrúa consternando á sus
Bosteñedores. Entonces se produjo un entrevero, donde mez-
cladas ambas parcialidades se luchó sin tregua. Cedieron
por fin los indígenas, refugiándose al bosque que guardaba
su espalda, y dejando en el campo de batalla 150 muertos
y 230 caballos ( 1). Tal fue el combate del Quegua}", que
(1) Funes, En>saifo^ etc.: m. v. ii.
52 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPASOL EX EL URUGUAY
dictó por el momento la ley á los indígenas y produjo la
sumisión de uno de sus jefes, llamado Canamasán.
Inquieto Andonaegui por los peligros que amenazaban
su gobernación, mientras atendía á las emergenciaí^. inter-
nas, no descuidaba aquellas que pudieran venir del exte-
rior. Deseando poner en condiciones respetables las for-
talezas de Montevideo y Maldonado, mandó trazar planos
adecuados por el ingeniero Cardoso, quien presupuso las
nuevas obras en 200,055 pesos anuales de costo, durante
algunos años. A efecto de cubrir tan gruesa suma, propuso
Andonaegui á Fernando VI, el arbitrio de que cada dos
años \úniese una embarcación de 150 toneladas con 27,000
libras de tabaco en polvo labrado en Sevilla y Habana,
cuyo consumo se haría en Buenos Aires, Tucuináii y Para-
guay, donde era conocida la afición á esa mercadería. Pro-
ponía además el Gobernador, que se agregara á la remisión
del tabaco, la de algunos otros artículos de buenas fábricas
españolas, para darles internación al Perú, mientras per-
manecía clausurada esa vía á los particulares, con lo cual
se obtendría renta bastante, no sólo para cubrir los gas-
tos militares indispensables, ainó también para atender á
algunas otras cargas. La propuesta dio lugar en 1748 al
estanco del tabaco en polvo en estas provincias ( 1 ).
Para poblaciones que disponían de tan escasos medios
pecuniarios, no era ciertamente despreciable cualquier pro-
puesta que tendiese á la esperanza de aumentarlos. Con este
motivo, se dió mucha impoilancia en 1749 á un recono-
(1) Dámaso A. LaiTañafía y José R. Guerra, Aimntcs hixióvicus
sobre el dcsnibrimicnfo tj pohladúu de la Banda Oriental del Itio de la
Plata y las ciudades de Monterideo^ Maldonado , Colonia, etc, etc.
LIBRO I. — El. GOBIERNO ESPA5ÍOL EN EL URUGUAY 5B
cimiento de la serranía de Minas, verificado por Enrique
Petivenit, que había llegado á Mohte\ddeo con destino á la
casa de moneda de Potosí. Algunas piedras que al reco-
nocedor se le antojaron preciosas, merecieron el honor de
ser enviadas al Rey, quien á su vez las pasó al ensayador
general de la Real Casa de moneda para los fines consi-
guientes. Produjo este último un informe, que dejaba en-
trever probabilidades de lucro. Sobre tan aleatorio su-
puesto, el Rey se dirigió á sus oficiales de las cajas de
Potosí, mandando que auxiliaran á Andonaegui en cuanto
necesitase para promover los beneficios y adelantamientos
correspondientes á tan importante ramo de negocio. Se
urgió en comunicaciones de la Corte que llevan la firma
del marqués de la Ensenada, y en cédulas que llevan la
del Rey, para que con el aumento de operarios competen-
tes se procurase la especulación á fondo de esta materia,
contándose con la prosperidad que sus resultados traerían
al tesoro público y á los particulares interesados en la em-
presa. Pero el tiempo se encargó de disipar las ilusiones
de unos y otros, dejando los gastos hechos, sin compensa-
ción.
Otras cosas de mayor monto acaecían por estos tiempos.
Era la época en que vamos, como una piedra de toque en
la cual iban poniéndose á prueba todos los elementos de
la sociedad cristiana en gestación: leyes, instituciones y
hombres. Tocó su turno al auto de Zavala, que disponía
ser indispensable la pureza de la sangre para ocupar pues-
tos políticos ú honoríficos, y pudo verse que era una fuente
de disturbios la expresada disposición. Esgrimiéronla como
un arma los partidos que se disputaban el mando, hallando
en ella un medio de exclusión muy apropiado á sus miras.
"‘I LIBIÍO I. — EL rjOIUERNO ESl'AlSOL EN EL URUGUAY
(Juien primeramente la usó para sus intentos fue el co-
ronel D. Diego Cardoso, ingeniero en jefe de las pro-
vincias del Plata, que solicitó en 1749 fuese declarado
mulato D. Josó Gómez, teniente de infantería. Jnfprma-
ron, á petición de Cardoso, dos miembros del Cabildo de
atjuel tiempo, D. José Milla n y D. Pedro Cordoves, en
orden á la voz corriente, de que en efecto era mulato el
citado Gómez, y de ahí se insüiuró un pleito bastante
ruidoso. Como que la tacha opuesta inhabilitaba á Gó-
mez para ocupar puesto alguno en Montevideo, apeló in-
mediatamente al Pey, y éste, después de los trámites
del- caso, condenó á los acusadores en 2000 pesos de
multa (1).
Pero Gómez, á pesar de lo actuado, no se consideró sa-
tisfecho con el Peal castigo impuesto á sus detractores,
sino que vohdó mas tarde sobre el mismo asunto, pi-
diendo que el Cabildo declarase en acuerdo oficial y pú-
blico, infames é indignos de ocupar empleo político ú
honorífico alguno á los expresados Millán y Cordovés,
á sus hijos y descendientes, y á los testigos é intervi-
uieutes en el proceso. Tomó cartas la autoridad mili-
tar á favor de Gómez, y estrechado el Cabildo por mu-
chas influencias, se avino, aunque con alguna repugnan-
cia, á hacer lo que se le pedía. Inhabilitados así Millán,
Cordovés y los testigos en el proceso indicado, protesta-
ron eni-edándose en un nuevo litigio, del cual resultó que
D. José Millán y D. Felipe Pérez, regidores que á la
cuenta eran del Cabildo y actuantes que habían sido en el
proceso, fueron expulsados de sus empleos, declarándoseles
( 1 ) L. C. fíe Moffteridro.
LIBRO r. — KL OOmKRN’O ESPAÑOL EX EL URUGUAY
55
indignos de ocuparlos. Mas como á D. Diego Cardóse,
D. Esteban Duran y D. Francisco Rodríguez Cardóse, prin-
cipales instigadores de todo, se les había dejado en el goce
de sus honores, volvió la cuestión á suscitarse por parte
de Millán y Cordoves que resultaban tan mal parados, é
instaban de paso por D. Felipe Perez, igualmente conde-
nado á la infamia como ellos. Sería interminable seguir
las evoluciones de este litigio y de otros de su genero que
se promovían ante el Cabildo ( 1 ). La verdad es que á los
piques y enredos que dividen siempre las poblaciones pe-
queñas, vino á añadirse en Montevideo este elemento de
discordia sobre la pureza de la sangre, explotado perfecta-
mente por los que tenían influencia, para anular á sus ene-
migos.
Entre tanto, asomaba el año 1750, precursor de gran-
des sucesos. Desde luego se anunció con un tratado que
firmaron en Madrid á 18 de Enero, D. José de Carva-
jal y Lancastre por España, y D. Tomás de Silva Té-
llez representante de Portugal, para determinar los límites
de los estados pertenecientes á ambas Coronas. Volvíase á
suscitar esta inacabable cuestión de límites que el tratado
de Utrecht pareció dejar concluida. Se declaraban ahora
abolidos cualquier derecho y acción que pudieran alegar
las dos Coronas con motivo de la bula del Papa Alejan-
dro VI, y de los tratados de Tordesillas, Lisboa y Utrecht,
de la escritura de venta otorgada en Zaragoza, y de otros
(1) Los archivos del Cabildo contienen varios expedientes sobre pe-
dimentos de ejecutorias de nohlexa que hacían los hijos de los prime-
ros pobladores, para librarse del dictado de mal nacidos; y sobre pro-
banzas de buen linaje para esca 2 )ar á la acusación de impurexa de
sangre.
56 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY'
cualesquiera tratados, convenciones y promesas (1). Se
estipulaba pertenecer á la corona de Portugal todo lo
que tenía ocupado por el río Marañón ó de las Amazonas
arriba, y el terreno de ambas riberas de este río hasta
ciertos parajes; como también todo lo que tenía ocupado
en el distrito de Matogrosso, y desde éste hasta la parte
de oriente. Los confines del dominio de las dos monar-
quías (España y Portugal), principiarían en la barra for-
mada a la costa del mar por el arroyo que sale al pie del
monte de los Castillos grandes; desde cuya falda continua-
ría la frontera, buscando en línea recta lo mas alto ó cum-
bre de los montes, cuyas vertientes bajan por una parte
á la costa que corre al N. de dicho arroyo, ó á la laguna
Merín ó del Miní, y por la otra, á la costa que corre de
dicho arroyo al S., ó al río de la Plata; de suerte que las
cumbres de los montes sirvieran de raya al dominio de
las dos Coronas. Y así se seguiría la frontera hasta encon-
trar el origen principal y cabecera del río Negi*o, y por
encima de ellas continuaría hasta el origen principal del
río Ibieuy, siguiendo aguas abajo de este río, hasta donde
desemboca en el río Uruguay por su ribera oriental; que-
dando de Portugal todas las vertientes que bajan á la di-
cha laguna; y de España las que bajan á los ríos que van
á unirse con el de la Plata. Subiría la frontera desde la
boca del Ibieuy j)or las aguas del Uruguay, hasta encon-
trar el río Pepirí ó Pequirí que desagua en el Uruguay
por su ribera occidental, etc. Todas las islas que se halla-
(1) El (locHme}i(o -ve otcnenlra tniegro en ¡a Col Angcíis, ir, y en
el iom ij de la Historia general de las aniignas colonias hispano ‘ame-
ricanas de Lobo.
IJBRO 1. — EL GOBfKKXO ESPAÑOL EX EL TTRÜGTJAY 57
sen en cualquiera ele los ríos por donde había de pasar la
raya, ¡)ertenecerían al dominio á que estuvieren más próxi-
mos en tiempo seco.
Además, España cedía á Portugal todo lo que ella tu-
viera ocupado, desde el monte de los Castillos grandes y
su falda meridional y ribera del mar, hasta la cabecera y
origen principal del río Ibicuy; como también todos los
pueblos y establecimientos españoles en el ángulo de tie-
rras comprendido entre la ribera septentrional del río Ibi-
cuy y la oriental del Uruguay, y los que se pudieran haber
fundado en la margen oriental del río Pepirí y el pueblo
de Santa Rosa, etc. En consecuencia de la frontera y lími-
tes determinados, quedaba para Portugal el monte de los
Castillos grandes con su falda meridional, pudiendo forti-
ficarlo aquella nación y colocar allí una guarnición suya,
aunque no poblarlo; reservándose las dos naciones el uso
común de la barra ó ensenada que forma allí el mar. Por
toda compensación á estos grandes donativos que hacían
dueños á los portugueses de las provincias de Santa Ca-
talina y Río -grande, y una parte de las Reducciones je-
suíticas, Portugal devolvía la Colonia del Sacramento y
todo el territorio adyacente á ella en la margen septentrio-
nal del Río de la Plata, y las plazas, puertos y estableci-
mientos (que no tenía ningunos, á excepción de la isla de
San Gabriel) comprendidos en el mismo paraje; como
también la navegación del río de la Plata, que pertene-
cería enteramente á la Corona española. La navegación
de aquella parte de los ríos por donde pasase la frontera,
sería común á las dos naciones; y generalmente, donde am-
bas orillas de los ríos perteneciesen á una de las dos Co-
ronas, sería la navegación privativamente suya.
58 LIBRO I. - EL GOBIERN'O ESPAÑOL EN’ URUGUAY
Para mayor seguridad do lo pactado, convenían las al-
tas partes contratantes en garantirse recíprocamente la
frontera y adyacencias de sus dominios en la América me-
ridional; obligándose cado uno á auxiliar y socorrer al otro
contra cualquier ataque ó invasión, hasta dejarle en pose-
sión pacífica y uso libre y entero de lo que se le preten-
diese ocupar. Por parte de Portugal, se extendería esta
obligación en cuanto á las costas del mar y países circun-
vecinos á ellas, hasta las máigenes del Orinoco de una y
otra banda, y desde Castillos hasta el Estrecho de Maga-
llanes; y por parte de España, hasta las márgenes de una
y otra banda del río de las Amazonas ó Marañón, y desde
el dicho Castillos hasta el puerto de Santos. Bien enten-
dido, empero, que por lo que tocaba al interior de la Amé-
rica meridional, es decir, á las posesiones que una y otra
Corona se reconocían recí])rocainente, la obligación de co-
mún defensa era indefinida, y en cualquier caso de inva-
sión ó sublevación, cada una de las dos Coronas ayudaría
y socorrería á la otra hasta ponerse las cosas en estado
pacífico. La impericia de los negociadores españoles no re-
paraba en que estas cláusulas sólo debían aprovechar á Por-
tugal; porque siendo él quien recibiría pueblos españoles
para engrandecer su territorio americano, sólo podía suce-
der que él fuera el invadido por España á título de reivin-
dicación, ó que esos pueblos se le sublevasen buscando sus
naturales afinidades. En uno ú otro caso, España se com-
prometía á sofocar cualquier manifestación de ese género
favorable á sus intereses.
Desde 1748 había noticia en estos países del totado
que se estaba ajustando entre las dos cortes, pero como
llegase por conducto de los portugueses, no se la dió ma-
LIBRO r. — El. GOIUERNO KHPA^OL EN El. URUGUAY 59
yor autoridíul. Sin embargo» los navios Amable Marta
y ConcepcÁén,, procedentes de Cádiz, arribaron á Buenos
Aires con la novedad del ajuste formal de lo que se creía
imposible, y entonces se alzó un clamor público en to-
dos lados contra el pacto. Los jesuítas fueron quienes va-
loraron con más rápida ojeada que ninguno, el resultado
funesto de tan inconsiderado a vejii miento, como que eran
los más directamente perjudicados en el negocio. Reunié-
ronse los consultores de la Orden por las provincias de
Tucumán y Paraguay, para redactar una exposición que
dirigieron al Virrey del Perú, incitándole á suspender los
efectos del tratado, hasta que el Rey quedara impuesto
de sus inconvenientes. En esa exposición notable, trazá-
base con vigorosos tintes el cuadro de la política portu-
guesa en el Río de la Plata, sus ambiciones inquietas y
los aviesos medios de que se había valido para realizarlas.
Traíanse á njemoria las correrías vandálicas de los mame-
lucos de San Pablo, que llegaron á cautivar en 25 años
más de 300,000 indios; la destrucción de Ciudad Real,
Villarica y Jerez en el Paraguay; la furtiva población de
Colonia y Montevideo; las .pretensiones de apropiarse la
isla de Santa Catalina con más 170 leguas al Sur hacia
el estrecho de Magallanes; y toda la serie de intrigas y
violencias anexas á estos procederes. Ponderábanse los
servicios prestados por los indios de las Reducciones^tanto
para rechazar á los vtamelucos como para recoM-iistar
muchos pueblos y plazas fuertes que hubieran qq^ado en
dominio de Portugal á no haberlos ellos redimido. Decíase
que los 30 pueblos jesuíticos sumaban una población de
92,835 almas, y que los seis de ellos sospechados de estar
incluidos en el ]>acto de entrega contaban 23,733 indivi-
60 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPASOI. EX EL ÜRUGUAY
dúos, y eran los mejores de la provincia por su fertilidad,
excelentes tierras y desahogo para la cría de ganados con
los cuales se mantenía el país ( 1 ).
Y en medio de todas estas razones que el tacto pplítico
y la conveniencia general ponía en boca de los jesuítas, se
leía lo siguiente, que era como el anuncio de la próxima
catástrofe: «Tenemos por infalible que antes de caer en
manos de los portugueses, se huirán los indios á los mon-
tes á seguir la vida brutal y selvática, perdiendo España
aquellos vasallos y no lográndolos Portugal; lo que tiene
á los misioneros jesuítas en un desconsuelo grande, rece-
lando haber de llorar la perdición de tantas almas, por
cuya conversión y salvación se han desterrado de sus pa-
trias y provincias, abandonando la Europa y padeciendo
muchos trabajos, sudores y fatigas, para conservarlos en la
fe; que igualmente recelan suceda lo mismo con los habi-
tadores de los otros 24 pueblos, temiendo ser entregados á
los portugueses ó superados de ellos ; mayormente viendo
que sin embargo de habérseles prometido por los señores
reyes y repetí dolo el señor D. Felipe V, que siempre aten-
derían á su consuelo, alivio y conservación, se verán en-
tregados á sus mayores enemigos; y, por último, que no
se separan de temer algún alzamiento, aunque en 130
años no han dado el menor indicio de inquietud. » Segu-
ramente que este papel expresaba con un tono alternati-
vamente dulce ó severo el derecho á la recompensa junto
con las esperanzas, los temores y las amenazas que se sen-
tía con fuerzas para liacer la Compañía de Jesús.
( 1 ) El largo resumen de este larguísimo documento, se encuentra cu
el tom H de la Historia de las aniiguas colonias ¡tor Lobo.
URRO I. — EL GOBJKREO ESl»AÑOL EN EL URUGUAY 61
Y sin embargo, esta oposición de los jesuítas al tratado
de Madrid, aparte de las razones de elevada política que
señalaba, |H>día fundarse tambión, si lo hubiera deseado, en
dos hechos concretos que tenían para España suma impor-
tancia, á saber: la contravención á las leyes de Indias vi-
gentes, y el desobedecimiento á los mandatos de la Iglesia.
En efecto, las leyes de Indias consideraban á los indígenas
como personan miserables, a las cuales estaban anexas
todos los privilegios que acompañaba esa designación, no
pudiéndose por ningún motivo atentar a su vida, propie-
dades y goces legítimos ( 1 ). La Corte atentaba desde luego
á todo esto, arrancíindo de sus hogares a muchos miles de
hombres, y entregándoles á la desesperación, para satisfa-
cer combinaciones políticas á todas luces contrarias al
bien del Estado. Y siendo ello así, como en realidad lo
era, tanto más insólita aparecía la violación de las leyes.
( 1 ) Miserabh'.^ pn'sonas se reputan y llaman— á\ce Solórzano — todas
aquellas de quien naturalmente nos compadeeemos jwr su estado, calidad
y trabajos, según que después de otros lo resuelve Menoquio, conclu-
yendo que el censurar esto, queda en arbitrio del Juex, canio son tan-
tas, y tan varias sus circunstancias. Pero cualesquiera, que se atiendan,
y requieran, hallamos, que concwTen en nuestros Indios por su hu-
milde, servil, y rendida condición, de la cual dexo ya dicho tanto en
los capítulos pasados, y añaden más d cada paso infinitos Autores,
F aun guando no concurrieran en los Indios estas causas para deber
ser contados entre las personas miserables, les bastará ser recién con-
vertidos a la Fe, á los quales se concede este titulo, y todos los privi-
legios, y favores, que andan con él, como en general de los Indios, y
demás Infieles que se convierten, lo enseña Inocencio comunmente re-
cibido, y en especial hablando de los Indios nuestro Gregorio López,
Matienxo, Alfaro, y el Arxobispo de México I). Feliciano de Vega, que
exjnesamente lo afirman, así por esta razón, como por las demás que
dexo apuntadas, de su imbecilidad, rusticidad, pobreza y pusilanimidad,
continuos trabajos y servicios. (Juan de Solórzano y Pereyra, Política
hidiana; i, ii, xxvm. )
62 LIBRO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
pues no solamente iba á perjudicar á una gran masa de
súbditos, sino que desmembraba los territorios de la Co-
rona, dando enorme prestigio militar y diplomático al más
encarnizado de sus enemigos. Estas eran razones adiciona-
les que podían agregarse para liacer oposición al tratado,
el cual por su inoportunidad y latitud en conceder domi-
nios, aparecía peor que cuantos hubiera ajustado España
con relación á sus posesiones americanas.
Además, España no podía ceder un palmo de terreno en
América, que no fuese contra lo pactado en el cuerpo de
las leyes especialmente redactadas con este fin, leyes que,
por otra parte, tenían casi todas la sanción de Koma y ve-
nían á establecer una jurisprudencia semi- religiosa que las
hacía mayormente respetables. Los reyes antecesores á
Fernando VI no se atrevieron nunca á proceder de un
modo definitivo en la cesión de territorios al extranjero,
dándose el caso de que cuando se les arrancaba un trozo
de tierra americana, no lo abandonasen sinó condicional-
mente y con cargo de someterse en último resultado á la
decisión del Sumo Pontífice, como sucedió en tiempos de
Carlos II con la Colonia del Sacramento. Y si tan ex-
presa era la legislación relativa á los establecimientos de
carácter civil, en los cuales sólo tenían superintendencia
incidental las personas religiosas, es llano que tratándose
de las Misiones jesuíticas pobladas de naturales converti-
dos, aleccionados y gobernados por religiosos, era directa
la incumbencia que los religiosos y la religión tenían, y
más sensible la contravención á las leyes destinadas á ga-
rantir esa forma de goliierno. De todas maneras, atentá-
base no sólo á la integridad de la monarquía española en
el tratado de Madrid, sinó también á los preceptos legales
LIBRO I. — KL (ÍOBIKUNO K8I»aSoL KX Eí. UUUOUAY 68
que habían establecido de un modo [K).sitivo, con aquies-
cencia del monarca y del Pontífice esa integridad indiso-
luble.
Y para un Rey tan piadoso como se decía ser Fernando
VI, cuyas atenciones se dedicaban en gran parte al exa-
men de los pequeños detalles del culto externo, no debía
haber sido cuestión de poca monta enterarse, que con el
nuevo tratado, á par que despojaba á los indígenas redu-
cidos, atentaba contra prescripciones expresas de la Iglesia,
opuestas á semejante temperamento. Habían sostenido di-
versos pontífices, que ni aun a los indios no convertidos
pudiese privárseles de sus bienes, bajo pena de excomu-
nión laUe sentenilw Ipso fado i ncurrenda ; por manera
que, si con los gentiles se usaba de tal lenidad, con los
conversos y reducidos no ha)>ía excusa para el despojo ( 1).
Y era necesariamente un despojo, aquella evacuación de
sus pueblos que se les ordenaba, sin que hubiese mediado
circunstancia que pudiera paliar la disposición, ó expli-
carla.
Mientras la oposición al tratado alzaba la voz en Amé-
rica, fuertes trabajos se hacían en Europa, unos en pro y
otros en contra de él. Tenía gran mano en el asunto, como
su defensor y partidario, Keenne, embajador inglés en Ma-
drid, estrechamente unido á D. Ricardo Wall, ministro no-
vel de Fernando VI, y á la Reina Doña Bárbara, que des-
picaba el fastidio de su obesidad y sus dolencias, con la
dedicación más que admisible á los intereses del Rey de
Portugal su hermano. Estos tres personajes, influyendo
sobre el ánimo de Fernando, ayudados por Carvajal, nego-
(1) Solórzano, Política Indiaua ; i, ii, i.
64 IJBIíO I. — EL GOBIERNO ESPAÑOL EN EL URUGUAY
dador del tratado, y no perdiendo ocasión aprovechable,
urgían su más pronta sanción.
Los ingleses, desde que la paz de Aquisgram, asentada
en 1748, les había desposeído de importantes territorios,
buscaban el desquite, intentando separar á España de Eran-
cia, para que en caso de nueva guerra su país estuviera
asegurado contra la coalición de dos potencias tan temibles.
Al efecto influían sobre Portugal, su antiguo aliado, inci-
tándole á solucionar toda diñcultad existente con la Corte
de ^ladrid, lo que preparaba de suyo una alianza hispano -
portuguesa, muy favorable á Inglaterra, que se proponía
utilizarla en provecho propio. 8obre esta base se agitaba
la diplomacia inglesa de tiempo atrás, impulsando los pro-
gresos del tratado que ahora veía la luz pública, y cuyos
preliminares ajustados secretamente con el .Key D. Juan
V de Portugal, acababan de tomar forma correcta lia jo
el mando de D. José I, su hijo y sucesor. Así se explica
la actividad que desplegaba el embajador ingles en Ma-
drid, empleando con éxito dos grandes apoyos para su
causa, que eran la Reina Dona Bárbara, portuguesa de
origen, y D. Ricardo Wall, irlandés de nacimiento.
Tales intrigas debían naturalmente dividir el Gabinete
español, sobre todo, llevando en él la dirección é influen-
cia el marqués de la Ensenada, ministro íntegro, laborioso
y patriota, á quien no se había consultado palabra sobre
la negociación que se tenía entre manos. Ensenada cono-
ció el tratado cuando ya estaba concluido, y entonces, su-
poniendo inútil cualquier resistencia personal suya, afectó
conformarse á los hechos. No teniendo dentro de España
medios bastante poderosos para combatir al monarca, apeló
á un recurso extremo. Era Rey de las dos Sícilias y pre-
UBUO I. --KL OOBIERKO KSl'A.^Or, EN EL IfRUCíüAV
Ga
siinto hoivdero de la Corona os|iañola, el infante D. Car-
loíí de J^orbón, mas tarde Carlos IIF, y lí él se dirigió
Ensenada con toda reserva, .poniéndole en claro los in-
convenientes del tratado, y rogándole que, á título de
poseedor presunto de los dominios que iban á ser entrega-
dos á Portugal, protestase contra el despojo (1). El paso
era atrevido y debía causar, como causó efectivamente^
un trastorno completo en el rumbo do la política es-
pañola.
Xo fueron, sin embargo, tan secretos estos manejos, que
pasaran inadvertidos de la Corte de Lisboa, donde ha-
bía hombres tan exigentes que todavía creían no ser el
tratado bastante ventajoso para los intereses de su país.
Dolíanse algunos de que se pactara la entrega de la ciudad
de la Colonia, cuyo noml)re, influencia y elementos de vida
agigantaban la di>stancia y el ruido de las sangrientas ba-
tallas libradas por ambas partes para obtener su posesión.
En concepto de éstos, la devolución de la ciudad uru-
guaya no tenía compensación equivalente; y así es que
llegó á formarse un partido contrario á la cláusula del tra-
tado que determinaba la entrega, poniéndose á su frente
aquel Antonio Pedro de Vasconcellos, Gobernador que ha-
bía sido de la ciudad. Este antecedente daba peso á su opi-
nión, y los escritos que publicó sobre la materia conmo-
vieron los ánimos. Le replicó, empero, Alejandro de Guz-
mán, hombre de estado ])ortugués, quien, como nacido en
el Brasil y conocedor de la topografía de su territorio, te-
nía sobrada noción de las ventajas del pacto, del cual había
(1) Antonio Rodríguez Villa, Kl de la Ensenada: ensaifo
hiogrúlico.
L)om. Esi*. — H.
G6 LIHRO I.^EL GOBIERNO E.^jPAÑOL EN EL URUGUAY
sido colaborador activo, por otra parte. La palabra de
Guzmáii era la palabra oficial de su Gobierno, de modo que
no obstante las razones alegadas por Vascoiicellos, el Gabi-
nete de Lisboa prosiguió firme en sus primitivas idc&s, y el
marqués de Pombal, recientemente incorporado al Ministe-
rio, tomó á punto de honra la ejecución de aquel tratado
tan favorable á los intereses de su país.
Desde que intervino el marqués en el asunto, dió mues-
tras de su carácter suspicaz y desconfiado, inaugurando
el sistema de terrible espionaje con que más tarde había
de perfeccionar la táctica de persecución á sus adversarios.
Creyendo qué la polémica de Vasconcellos hubiese dejado
impresiones ingratas en el ánimo de la diplomacia portu-
guesa, y temiendo á la vez que el Gobierno español se
echara atrás de lo convenido, despachó espiones á Es-
paña para sondear con el mayor sigilo cuanto allí pasaba.
Al embajador portugués en Machid, vizconde de Villano va
da Cerveira, lió le exceptuó del número, colocándole al lado
á un tal Lobo da Gama, con cargo de vendérsele por ín-
timo y espiar de esa suerte todos sus pasos, trasmitiendo
á Lisboa cuenta minuciosa de ellos. Pero el ministro es-
pañol Carvajal, que andaba asustado con la actitud de
Ensenada y desplegaba gran celo en informarse de cuanto
pudiera ocurrir sobre la ejecución del tratado de que era
uno de los firmantes, interceptó desde sus comienzos la
correspondencia de Gama, y después de imponerse de ella
y sacar copia, la enviaba á su destino. No contento con
esto, mandó en comisión secreta á Lisboa lui oficial de
marina llamado Lángara, con orden de imponerse del ver-
dadero estado de los ánimos, por sospechai* alguna mu-
danza de que no le convenía estar desprevenido.
IJBKO I. — FX (K)JiIEPvNO ESPAÍÍOL EX ET. URUGUAY
Ü7
Este espionaje rtX'íprotH)» que era <\q mal agi'uH’O para la
conclusión satisfactoria dcl asunto, fue haciendo tirante la
situación de los luinistros comprometidos en el tratado.
Poiubal y Carvajal, cada uno con relación á los que obe-
decían sus órdenes, fueron cerrándose cada vez más en las
desconfianzas, temiendo el uno que el pacto fracasase con
desventaja pañi su país, y el otro que sucediese igual cosa
con honor para Ensenada, su opositor decidido. Más re-
suelto Pombal y más libre en su aedón que <‘l español,
tradujo á la práctica sus sospechas, y no conviniéndole
la presencia en Madrid de Villanova da Cerveira, á pe-
sar del buen empeño que ponía en la ejecución del tra-
tado, le sustituyó por otro ministro de su íntima con-
fianza, pero que no aventajaba al destituido ni en habi-
lidad, ni en talentos ( 1 ). De esta suerte, urgidos los ne-
gociadores por intereses tan encontrados, apuraban por dis-
tintos motivos la realización del pacto verdaderamente
leonino que debía costar tanta sangre.
Nombráronse al fin los comisarios demarcadores : por
parte de España el marques de Valdelirios, peruano de na-
cimiento y ministro del Consejo de Indias, y el jefe de
escuadra D. José Iturriaga, acompañados por buen número
de ingenieros y geógrafos españoles. Los comisarios portu-
gueses fueron Gomes Freyre de Andinde, futuro conde de
Bobadela y Capitán General de Río Janeiro, Minas y San
Pablo, y D. Antonio Rohm de Moura, Capitán General de
Matogrosso, á quienes acompañó un número considerable
de oficiales y geógrafos ingleses. Mientras todas estas gen-
tes marchaban á su destino desde los puntos más opuestos
\ (1) Porto SeíTuro, Ilistfma acral : ii, XLin.
68
LÍBRO I. — KJ. GOBIERNO KSPAÑOE EN EL URUGUAY
del Imperio, el Rey de España, hipocondriaco y displicente
de ordinario, encontraba por primera vez una satisfacción
política en haber complacido á su mujer y hecho las pa-
ces con su cuñado. Nacido de padre emprenc\edor, aunque
enfermo, y de madre incapaz de gobernarse á sí misma,
Fernando YI parecía haber heredado del uno el malestar
físico y de la otra la falta de carácter. Su mujer, fea, aunque
amable, no era bastante á llenar el vacío de un matrimonio
sin hijos, y la adhesión que sentía hacia ella por afinidad
de sufrimientos, estaba exenta de entusiasmo. Amaba con
pasión la música, que suele ser consuelo de enfermos y de
tristes, y por su manera de gobernar y sus gustos, an-
tes que rey de un ^^oderoso Imperio, era patrón de una
casa grande. Así fue que el tratado de Madrid, obra in-
digna como hecho político, pudo parecerle equitativa como
partija de familia.
Caminando las cosas á tan desagradable desenlace, cir-
culó el 2)áís una noticia de las más satisfactorias. Vínose
á conocimiento de que las repetidas instancias del Cabildo
de Montevideo para la creación de un Gobierno político y
militar desempeñado .por titular propietario, habían sur-
tido efecto en la Corte, invistiendo ella con tal carác-
ter al coronel I). José Joaquín de Viana, ya en marcha
para ocupar su puesto. Hasta estos tiempos, como se ha
visto, la gobernación de Montevideo fue regida puramente
por oficiales subalternos, cuya dependencia absoluta del
Gobernador de Buenos Aires les concedía una autori-
dad precaria para sí, e insoportable para las corpoRiciones
civiles sobre quienes la hacían pesar con toda la falta
de consideración inherente á la ausencia de responsabili-
dad elevada, bastos oficiales comandantes fueron D. Fran-
Lumo I. — EL GOBIERyO ESPAÑOL EN EL URUGUAY 09
cisco A. de Lemos, D. Francisco de Cárdenas, D. N. Ca-
rabajal, D. Fructuoso de Palafox, D. Alonso de la Vega,
D. Josá de Arce y Soria, D. Francisco Lobato, D. Do-
mingo Santos de Uriarte y D. Francisco Gorriti (l).
(1) Isidoro De -María, Com^oendio de la Historia de la República O,
del Uruguay; i, xi.
LIBRO SEGUNDO
GOBIERNO DE VIANA
D. José Joaquín de Viana. — Instrucciones que traía. — Malestar del
país. — Campaña contra los charrúas. — Tentativas industriales. —
Contribuciones y leyes suntuai’ias. — Terrenos de propios. — Llegada
del marqués de Valdelirios. — Discusión del tratado de Madrid. —
Actitud de los jesuítas. — Colocación de los primeros marcos en la
frontera del Este. — Disturbios en las Misiones. — Primera campaña
de Misiones. — Retirada de los españoles. — Combate del Daymán. —
Armisticio de los portugueses con los indígenas. — Proyecto para
una segunda campaña. — Es llamado Viana á tomar parte en ella. —
Su polémica con el Cabildo antes de partir. — Su actitud en los
consejos del ejército. — Los portugueses fundan el fuerte de S. Gon-
zalo. — Apertura de la segunda campaña de Misiones. — Bizarra con-
ducta de Viana. — Batalla de Kaibaté. — Pasaje del Monte-grande. —
Entrada é incendio de S. Miguel. —Rendición de S. Lorenzo. —
Conclusión de la guerra. —Fundación del Salto. — Examen de la
conducta de los jesuítas en los sucesos de Misiones. — Regreso de
Viana. — Fundación de Maldonado. — Ascenso de Carlos III al po-
der.— Su ruptura con Inglaterra. — Los portugueses fundan el fuerte
de Santa Teresa. — Preparativos de Cevallos. — Fortalece á Maldo-
nado. — Rinde á Colonia. — Bate á la escuadra inglesa. —Rinde á
Santa Teresa, San Miguel y Río -grande. — Funda la villa de San
Carlos. — Cesan las hostilidades. — Devolución de Colonia á los
portugueses. — El Cabildo de Montevideo y los jefes indígenas. —
Fin del gobierno de Viana.
(1751 — 1764 )
En 22 de Diciembre de 1749, había recibido el teniente
coronel don José Joaquín de Viana, su título creándole
74
LIBRO II. — GOBIERNO PE VIANA
Gobernador de Montevideo y coronel de los ejércitos rea-
les, promoción que le alcanzaba, á los. 34 años de edad (1).
Era Viana un oficial valeroso y apto, probado desde 1735,
en que empezó su carrera en d ase de alférez. Había he-
cho las campañas de Saboya y Piamonte bajo las órdenes
del duque de Alba y el marqués de la Mina, quedando
herido y prisionero en 1746. Los certificados de sus jefes
acreditan varias acciones de guerra ejecutadas por él, una
de las cuales mereció particular agradecimiento del sobe-
rano. El ojo experto del marqués de la Ensenada fué á
buscar á este oficial entre las filas, para encargarle del
mando dificultoso de un gobierno donde todo era nuevo;
á pesar de la instancia del Gobernador de Buenos Aires
que proponía al capitán D. Francisco Gorriti, jefe de Mon-
tevideo, por muerte de D. Domingo Santos de Uñarte,
para ocupar en propiedad y con título de Gobernador el
puesto vacante.
Se le dieron instrucciones á Viana, haciéndole saber que
estaba subordinado al Gobierno y Capitanía General de
Buenos Aires, especialmente en los asuntos militares sobre
fortificaciones, reglamento de la guarnición, consumo de
municionés y pertrechos, y castigo á los soldados transgre-
sores; en todo lo cual no podría hacer novedad irreparable
sin consentimiento de aquella autoridad superior. Se le
advertía también que en los pleitos y causas contenciosas
entre partes, practicara lo mismo que los demás goberna-
dores de las diversas provincias del Plata, oyendo y otor-
gando las apelaciones para la Real Audiencia del distrito.
Todas las materias tocantes al Real Patronato, debían in-
(1) P(*rnott>', Voyaffp nux i síes Malrines: i, vin.
LIBRO II. — (JOniKRNO DK VIANA
75
cnmhirle en la jurisilieción de su mando, y la extinción y
|>erse(‘ue¡ón del comercio ilícito le estaba particularmente
encomendada. En el gobierno económico y político de la
Provincia, asistencia á los Cabildos, elecciones anuales y
demás funcionCvS de ella, venta y remate de los oficios de
la Kepública, ejecuciones de la Real Hacienda y consiguien-
tes negocios de estii naturaleza, obrase al igual de los de-
más gobernadores de las provincias del Plata, con cargo á
que el de Buenos Aires podría intervenir en sus operacio-
nes siempre que las juzg-are no ir arregladas á las leyes vi-
gentes en ese punto. Aunque era obligado á visitar las
ciudades y pueblos de su gobierno una vez á lo menos du-
rante el quinquenio de su mando, había de dar noticia de
ello al Gobernador de Buenos Aires antes de salir á prac-
ticarlo, y esperar su respuesta, porque pudieran ofi'ecerse
tales cosas que no conviniere al Real ser\dcio la ausencia
indicada, ó haber dependencia de gravedad que encargarle
en alguno de los pueblos de la visita { 1 ). Se le señalaban
4,000 pesos de sueldo anual, y cinco años por término de
duración en el servicio del empleo de Gobernador.
A la misma fecha de estas instrucciones, notificaba el
Rey á la Audiencia de Charcas, que con la creación del
Gobierno de jNIontevideo cesaba el abuso de enviar al
Uruguay jueces en comisión por causas leves. El estilo
áspero en que la Real Cédula estaba concebida, denota
que el abuso había trascendido en más de una ocasión
hasta la Corte, haciéndose merecedor de severo correc-
tivo. Decía el Rey: «Y porque soléis enviar jueces de
comisión por causas leves y con salarios excesivos, en que
(1) L. C. de Montendeo.
76 LIBRO II. — GOBIERNO I)E VIANA
los vecinos de aquel territorio reciben agravios: os ordeno
y mando que de aquí adelante no proveáis tales jueces,
sino que las causas que se ofrecieren las remitáis al Go-
bernador, excepto en los casos inexcusables y precisos, y
que en éstos sea á costo de los que pidieren, con apercibi-
miento de que de lo contrario se proveerá el reirredio. » (1)
Por manera que la creación del Gobierno de Monte^ddeo,
venía á rendir un doble servicio á los habitantes del país ;
libertándoles del despotismo exageradamente minucioso de
los oficiales subalternos que hasta entonces habían repre-
sentado la autoridad Real, y aboliendo de paso los abusos
de la Audiencia de Charcas, cuyos ministros se habían
ingeniado para encontrar una fuente de emolumentos en
la explotación de la justicia.
Con estos antecedentes púsose en marcha Viana para
su destino, y en 13 de Febrero de 1751 prestó ante el Go-
bernador y Capitán General de las provincias del Plata
residente en Buenos Aires, el juramento de forma. En se-
guida corrió las diligencias laboriosas y enredadas á que
daba, lugar la .toma de posesión de su empleo, y con todo
arreglado, vino á Moiite\ddeo, donde le reconoció é instaló
el Cabildo en 14 de Marzo de aquel mismo año. Grande
era el contento de los habitantes de la ciudad y sus au-
torídades con la nueva de haberse arribado cumphda mente
á la indicada solución, pudiendo tener al fin un Goberna-
dor de antecedentes respetables, ó sea un « castellano 'pro-
pietario », según el Cabildo lo pidiera. Además, como el
nombramiento de Viana parecía contrariar las pretensio-
nes del Gobernador de Buenos Aires, que había tenido en
M) L. C. de Moidrrifiro.
LIBRO II. — (GOBIERNO DE VIAXA 77
vista otro candidato de estrecha relación suya, esto abo-
naba todavía en favor del recien llegado para aumentar
la popularidad de su persona. Y tan contento estaba el
Cabildo y tan pocos deseos tenía de poner obstáculos á la
marcha del nuevo Gobernador, que pasó por alto exigirle
afianzamiento para el caso de ser enjuiciado en residencia,
como deliberadamente lo* preceptuaban las leyes y era cos-
tumbre. Tres meses después de lecibido Viana, fue que
inició el Cabildo la gestión del afianzamiento en términos
muy corteses, y el Gobernador se tomó un mes para re-
plicar, excusándose con su inexperiencia, y presentando á
D. Juan Bautista y á D. Francisco Pagóla para fiadores ( 1 ).
Sin embargo, no era gaje de un mando pacífico, el estado
en que se hallaba el país, particularmente la campaña,
hondamente conmovida por recientes disturbios y amena-
zada de peligros que se dejaban temer. Mal apagados los
rencores de la última guerra, vivían los charrúas á dis-
gusto con motivo de la invasión de sus tierras, que á pre-
texto de bonificarlas por el trabajo y la cría de animales
destinados al subsidio común, se las iban apropiando los
españoles. Con esto, y con ser los naturales uruguayos tan
poco inclinados á la sumisión, comenzóse á sospechar nuevo
alzamiento de su parte. Viana, que lo preveía, y estaba
asesorado de las ideas dominantes en los consejos del Go-
bernador de Buenos Aires á este respecto, tuvo por pru-
dente anticiparse á los hechos. Ordenó, pues, que el sar-
gento mayor D. Manuel Domínguez con 220 hombres de
armas y provisiones para dos meses, abriese campaña con-
tra los indios del país.
(1) Oficio de Vkmaj ÍJ Junio 1751 (Arch del Cab).
78
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
Púsose en niovimieuto Domínguez muy rápidamente, y
debido á la actividad de sus marchas no fue sentido de los
naturales. Al llegar al arroyo Tacuarí, aprehendió un
jefe que espiaba sus movimientos, y que angustiado de la
sorpresa, delató la situación de los suyos; teniendet'empero,
la entereza de matarse en seguida como muestra de arre-
pentimiento algo tardío es verdad, pero no menos sincero.
Asesorado Domínguez del paradero de los charrúas, cayó
sobre ellos de sorpresa, matándoles muchos individuos y
haciendo 91 prisioneros. Creyó el jefe español que este
golpe desalentaría á sus contrarios, mas no pasaron así las
cosas. Relúcieronse los sorprendidos, y se prepararon á ju-
gar el éxito de su fortuna en una batalla. Al día siguiente
de la sorpresa, salieron de un bosque inmediato bien orga-
nizados y dispuestos al combate. Fue tan sangriento, que
se reputa de bueno entre los mejores; pero con todo, resul-
taron vencidos ( 1 ).
Pacificado el país por este lado, comenzó la industria á
dar alentadoras muestras de vida. Don Francisco Pinto
Villalobos, oficial de guerra de la Colonia, consiguió en
1751 de la Corte de Mathdd permiso para extraer muías
con destino á los dominios portugueses. Lo esencial del con-
trato era, que Pinto había de pagar á la Real hacienda la
tercera parte del valor de los animales extraídos. Concedió
el Gobernador de Buenos Aires un permiso para la extrac-
ción de 3800 muías, y más adelante lo extendió hasta per-
mitir que fueran extraídas 6000. Pero el Cabildo de Bue-
nos Aires y el Gobernador de Tucumán, que suponían
precursor de profundas alteraciones comerciales este en-
(1) Funes, Ensayo, etc; iii, v, m.
IJimo n. — (H)BIEltNO DE VIAN A
79
sayo, toniaroii cartas en el asunto, ponderando el alza de
precios que traería (H)nsigo una concesión en su sentir tan
desatinada. Con sus razonamientos exti’afios, afwcaron el
ánimo d(*l Virrey de Lima, quien tomando en serio cuanto
aquéllos lo dijeran, hizo frustránea la resolución anterior,
reduciendo al solo transj)orte de las primeras :1800 muías
todo el permiso otorgado á Pinto (1).
Menos desgraciada fue otra tentativa do los vecinos de
Montevideo. Bajo pretextos tan fútiles como todos los
que entonces se ponían en juego para dificultar la in-
dustria, estaba prohibido arrancar piedra del recinto de la
plaza hasta tiro de cañón. Nadie se explicaba satisfacto-
riamente tal conducta de la autoridad militar, pues más
bien servían de estorbo que de ayuda una serie de pedrus-
cales, que ubicados entre los límites del terreno vedado, ni
favorecían la defensa de la plaza, ni procuraban á los ve-
cinos posibilidades de buena comunicación entre sí. Con
este motivo, cesó la edificación por carecer de un con-
cluso elemental, y la ciudad, en vez de prosperar con
los nuevos pobladores que recibía, comenzó á estacio-
narse en su antigua condición. Dolido el Cabildo de ta-
les muestras de atraso, reclamó contra la medida, fun-
dándose en los pocos recursos con que contaban los pobla-
dores, y en que la mente del Rey había sido concederles
amplio permiso para extraer toda la piedra que necesita-
sen, excepción hecha de la nativa de las canteras que se
explotaban para obras públicas. A vueltas de tan po-
derosas razones, consiguió que la prohibición se revocase,
(l) Larrañaga y Guerra, AimnUs históricos, etc.— Funes, Ensayo^
etc: loe cit.
80
LIBRO IJ. — GOBÍERXO DE VÍAXA
y el vedndnrio, provisto de tun abundante material, se dio
á la construcción de los edificios y poblaciones de que ha-
bía menester.
Paralelamente al desarrollo de la industria, crecían los
imj)uestos destinados a vivir á su arrimo. España conser-
vaba vigentes ciertas contribuciones de origen medioeval,
entre ellas la llamada Bala de la Santa Cruzada, que
siendo para el orbe cristiano una indulgencia pontificia en
favor de los que marcliasen á la conquista de Tierra Santa,
surtía iguales efectos en la Península siempre que sus ha-
bitantes pagasen un tributo al Rey para guerrear contra
infieles. Xomljrado el Gobernador de Buenos Aires, por
despacho expedido en Aranjuez á 12 de Mayo de 1751,
Superintendente de Cruzada en el distrito de su jiuisdic-
ción, inmediatamente de recibir letras de la Corte lo co-
municó al Cabildo, excitando su celo para mejor llenar el
cometido, y delegó en fray Armandos la comisión de ex-
pender en Montevideo una gran cantidad de bulas, para lo
cual venía bien provisto de ellas aquel religioso. Y mien-
tras que esta noticia del impuesto de bulas era comunicada
á todos los pueblos americanos del dominio español por
una Real Cédula, otra Real Cédula vino en pos, prescri-
biendo la clase de tela y galón que debería usarse en los
ataúdes y el número de velas en los entierros.
Con todo, el Cabildo atendía siempre á estimular los
progresos del país, punto objetivo de sus cuidados. Desde
que se fundó Montevideo, constituía la distribución de so-
lares un manantial de querellas, porque, como ya se ha
visto, trataban los oficiales militares de apropiárselos con
gran disgusto de los pobladores. Esto había dejado al Ca-
bildo sin acción para hacer aquellas mercedes que el au-
LIBRO II. — tlOBIERNO DE VI ANA
81
mentó de pobladores requería, y como las quejas subiesen
de punto y no tuviera la corporación medios disponibles
de adelantar la ciudad, se fijó en la necesidad de amojonar
y deslindar los terrenos llamados de Propios que la perte-
necían exclusivamente, y sobre los cuales ya había hecho
propuestas directas al Rey, según queda naiTado. Al efecto,
pues, nombró una comisión compuesta del piloto D. Anto-
nio Camejo Soto, D. Bruno Muñoz, D. Pedro Montesdeoca
y D. Francisco Pagóla para que practicasen el indicado
amojonamiento y deslinde, en lo cual prestaban gran servi-
cio. La comisión comenzó desde luego sus trabajos, con-
cluyéndolos en Agosto del siguiente año.
Entre tanto, llegaba al puerto de Montevideo, en 27 de
Enero de 1752, el navio S. Peregrino (a) Jasón, condu-
ciendo á su bordo al marqués de Valdelirios y demás co-
misarios encargados de llevar á efecto el tratado de límites
últimamente concluido con los portugueses. Evacuadas las
diligencias de cortesía en la ciudad y tomado el reposo ne-
cesario á una navegación tan larga, el marqués y su comi-
tiva se trasladaron á Buenos Aires, desembarcando allí en
19 de Febrero siguiente. Acompañaban á Valdelirios el
P. Luis Altamirano, delegado del general de los jesuítas, y
el P. Rafael de Córdova, compañero de éste; esperándoles
el P. José Barreda, ex provincial del Perú, recientemente
transferido con el mismo cargo al Paraguay, en previsión de
que su falta de raigambre en estos dominios le permitirían
proceder con la imparcialidad que era requerida. Se alojó
el marqués en el Colegio de los jesuítas, y á los ocho días
entregó á Andonáegui la cédula del Rey que acreditaba el
carácter de que venía investido.
La ambición y las zozobras batallaban cruelmente en el
Dom. Esp. — II.
6.
82
UBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA
alma de Val delirios, al pisar las playas americanas. Ori-
ginario de ellas, á causa de su nacimiento en Huamanga
del Perú en 1711, tenía por eso mismo, tal vez, mayor
compromiso que ningiín otro en llevar á término feliz el
negocio que se le había confiado. Miembro del Consejo de
Indias, reputado de hábil y admitido por firme, ocupaba,
rayando la edad madura, una posición que le abría campo
á las más halagüeñas perspectivas del favor político; así
es que, entre el temor de perder su crédito y la esperanza
de adquiiár nuevos merecimiéiitos, traía el ánimo dispuesto
á la violencia y el corazón lleno de recelos. La prevención
capital que le trabajaba era una sorda malquerencia á los
jesuítas, de quienes, empero, aceptó alojamiento, á pesar de
que lo había pedido con antelación y por separado á An-
donaegui, cuyas minuciosidades ponía á pnieba con tales
carnbios.
Indicada por el marqués la oportunidad de dar comienzo
al trato de los asuntos relativos á su misión, empezó á im-
ponerse de varios documentos que se le habían preparado al
efecto. Andonaegui puso en sus manos una copia de la
representación de los jesuítas al Virrey de Lima, junto con
varias piezas justificativas.. En seguida llegó una exposi-
ción del Obispo de Tucunián, que ponía de manifiesto los
inconvenientes de la entrega de las Misiones; y después
otra de D. Jaime Sant Just, Gobernador del Paragua}^ en
el mismo sentido. Val delirios, como quien quería resolver
equitativamente estas peticiones, las iba recibiendo con ta-
lante agradable; mientras que reservadamente escribía al
P. Barreda que intimase á los curas doctrineros de los siete
pueblos de Misiones el desalojo de ellos, en prenda de con-
formidad á la ejecución de lo pactado. A raíz de ese man-
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIAN A 83
dato, pidió al mismo Barreda su parecer escrito sobre los
medios más oportunos para realizar lo que acababa de or-
denarle; buscando así el compromiso directo del Provincial
de los jesuítas, que ni podía esquivar la contestación, ni
dejar de consignarla en documento que revistiera calidad
innegable.
Sin embargo, la respuesta del Provincial fue noble, le-
vantada y patriótica. « Es mi parecer — dijo -que habiendo
sido formado el tratado de límites sin tenerse presentes las
dificultades que ofrecía su ejecución, no debe presumirse
un crimen á los ojos del Rey solicitar su demora. Pro-
ponía en seguida que se consultase el juicio de D. Martín de
Echaurri, D. Rafael de la Moneda y D. Marcos de Larra-
zabal, sujetos que, habiendo sido gobernadores del Para-
guay, podían dar luces en asunto tan delicado, «pues el
único medio de lograr la emigración era no precipitarla, y
todo estaba en riesgo si á la dulzura y el convencimiento
se sustituía la violencia. » Hacía presente: « que teniendo
los indios de su parte las ventajas del número y el cono-
cimiento de los lugares, era posible batiesen las fuerzas
reunidas de españoles y portugueses, haciéndose entonces
mayor la dificultad de someterles; mucho más cuando los
misioneros, bien instruidos en el estado de las cosas, te--
nían motivos fundados para creer que ni la fuerza de las
razones ni de las armas determinarían á los indios á
abandonar sus poblaciones. » Y por último afirmaba: «que
la memoria de los males causados por los portugueses, ha-
cía odiosa á los indígenas hasta la sombra de su poder. » (1)
Algo desorientado Valdelirios por la fuerza de estos racio-
(1) Funes, Enmyo, etc; nr, v, iir.
84 LlliKO II. — (¡ülilKKNO DE VIAS A
cinios, se dio it meditar un plan que conciliase, á lo menos
en las apariencias visibles, los deseos de los demás con los
suyos; pues no se encontraba bastante apoyado ó fuerte
para contrariar la opinión uniforme del país, que recha-
zaba abiertamente el desalojo y entrega de los' pueblos
comprendidos en el tratado.
De sus meditaciones resultó que convocara, reuniendolos
en junta, al Provincial Barreda y su secretario, y á los
PP. Altamirano y Cordova, reservándose llamar á Andonae-
gui cuando fuera necesario, para que como ¡práctico en la go-
bernación del 2?aís, solventase las dudas que pudieran sus-
citarse respecto á cualquier punto de ejecución. Abiertas
las conferencias, comenzó un largo debate, en que los je-
suítas opusieron al desalojo inmediato todas las objeciones
de tiempo, oportunidad y recursos materiales, que forma-
ban el arsenal de su justa oposición. Dijeron que si se
convenía en la entrega de los pueblos, era natimü preparar
alojamiento á. los emigrantes, y que tan grande multitud
de ellos se vería expuesta á perecer de hambre y frío, si
no podía trasladarse á poblado, ni encontrar tierras rotu-
radas donde plantar frutos cosechables. Manifestaron, que
supuestos los nuevos límites concordados entre ambas Co-
ronas, la transmigración de los indígenas debía verificarse
más hacia adentro de su ubicación primitiva, con lo cual
venían á caer en las vecindades de los charrúas, á quienes
era necesario expulsar ante todo y por la fuai'za armada,
de los lugares que ocupaban, si no quería exponerse á los
emigi*antes á la dispersión ó la muerte. Computando el
gasto enorme de esfuerzos que requería la fundación de
siete pueblos para radicar las siete colonias cuyo desalojo
iba á ponerse en práctica, demostraron ser necesario
J.IÍ?RO ir. — GOKIERNO DK VIA XA
85
un plazo largo antes de |ioder ejecutarse lo (jue se
pretendía. Invitados por el marques á designar el ter-
mino de ese plazo, dijeron que cuando menos pedían tres
años. No daré tres meses », replicó Valdelirios con
acritud.
De esto se Infiere que la conciliación de pareceres y opi-
niones ansiada por Valdelirios, eia de aquellas en que
el proponente pretende que los demás modifiquen sus
ideas para servirle, mientras el permanece firme en su
dictamen. No deseaba el marques otra cosa que hacer á
toda brevedad la nueva designación de límites, entregando
á los portugueses las Misiones y recibiéndose de la Co-
lonia, para marcharse en seguida á Madrid; así es que
le parecía simplemente absurdo esperar tres años la so-
lución de un asunto en su sentir tan obvio. Sobre todo,
no penetraba bien la necesidad que tuvieran los colonos
desalojados, de encontrar habitaciones hechas y semente-
ras donde sustentarse, á cambio de los pueblos y seml>ra-
dos que entregaban al extranjero; pues poco idóneo en
los trabajos de la tierra y nunca hecho á necesidades de
sustento, le parecía fácil que los indígenas en su rusticidad
fueran tan frugales que encontrasen alimento doquieia, y
tan ajenos á los goces de la vida, que reputasen igual el
techado á la intemperie. Mas no pensando del mismo
modo el Provincial Barreda y sus comjmñeros de consejo,
hicieron entender á Valdelirios que, si bien los indíge-
nas eran fuertes por constitución y sobrios por costumbre,
había entre ellos niños y viejos, mujeres y enfermos, cuya
aptitud para resistir las marchas y contrariedades de la
exjjatriación era dudosa, y por lo mismo necesitaban, no
sólo albergue seguro en su instalación definitiva, sino alo-
80
IJBTIO ir. — GOBIERNO DE VI ANA
jainientos jn’o vi si onales en el transito para protegerse de
los rigores del tiempo.
Por resultado de la disputa, se arribó á que 15 doctri-
ñeros salieran en busca de lugares convenientes para efec-
tuar la transmigración. Yaldelirios creía, y así l<y expuso,
que bastaría una simple indicación de los curas, para que
los indígenas, acostumbrados á la más pasiva obedien-
cia, cambiasen domicilio. Los jesuítas estuvieron lejos de
confirmarle en tal pensamiento, insistiendo en que la con-
dición de hombres desconocida á los habitantes de las Mi-
siones en el tratado, les haría más fuerza que todos los
lazos con que pretendiera reatarles la sumisión á sus
párrocos y la obediencia á unos mandatos repelidos por
instinto. El marques oía estas razones encogiéndose de
hombros, y con el mapa á la vista y Andonaegui á su lado,
se orientaba de los territorios posibles de ser ocupados por
los emigrantes, y aceptaba ó rechazaba los lugares, según
le parecían. El Provincial Barreda y sus compañeros, ven-
cidos en la discusión, poco podían prometerse. Como úl-
timo argumento, dijeron que el celo por los intereses de
S. M. era lo que les impulsaba á combatir aquellas cláu-
sulas funestas, cuyo resultado no preveían los que se
empeñaban en su cumplimiento. Traslucíase de su len-
guaje, que no imputaban al Bey, sinó á sus consejeros, la
falta cometida de pactar con los portugueses en la forma
sancionada; y al discutir con tanto fuego los intereses de
la Corona, advertíase la sinceridad con que creían al Bey
supeditado por consejos malévolos, y no ser suya la idea
de irrogarse á sí mismo perjuicios tan irreparables.
Era general esta creencia en todos los individuos de la
Compañía residentes en el Plata, y coinciden sus opinio-
UnRO U. — GOmKRXO PK VIAN A
87
nos doquiera liavíi lial)ido ocasión de CíUisultarlaH. Al te-
nor de lo que pensaba el P. Parreda, [)onsaban igualmente
los curas doctrineros de los más apartados pueblos; refor-
zándose la opinión de unos y otros, por una serie de no-
ticias relativas á la conducta, y aflicciones del monarca,
confirmatorias de los juicios sobre la manera de cauti-
vidad en que se hallaba con respecto á sus consejeros.
Hablábase de casos de conciencia consultados por el Rey
á su confesor, de escenas en que Fernando había derra-
mado copiosas lágrimas, y de otras circunstancias ade-
cuadas para exaltar el ánimo de los empeñosos en que el
pacto con los portugueses no so cumpliese. Decíase que el
Rey, bondadoso siempre, no podía acceder á una injus-
ticia; y se confiaba en que luego de saber el estado de
ánimo de sus suliditos, revocaría el mandamiento de expul-
sión que les despojaba de un hogar nunca abandonado
hasta entonces, sino 2 '>ara servirle aumentando su poder y
su gloria.
En estas conferencias y objeciones, se pasaron tres me-
ses; hasta que por fin se determinó la clase de terrenos
adjudieables á los indígenas en vía de transmigración. Se-
ñalóse á la Reducción de S. Luis un sitio entre la la-
gmia Ibera y el río Santa Lucía; á la de S. Lorenzo
una isla grande en el Paraná; á la de 8. 3Iiguel terre-
nos al sudeste sobre el Río -negro; á la de 8, Juan un
trozo insalubre lindero del pantano de Neembucú; á la de
8. Angel terrenos al norte de la reducción de Corpus ; á
la de 8, Francisco de Borja terrenos sobre el sur del
Queguay en jurisdicción de los charríias, y tierras sobre
una curva del Pai'aná entre Itapua y Trinidad á la de
8, Nicolás. En seguida quedó indicado que el P. Altamirano
88
LIBRO ir. — OOBIERNO DE VI ANA
se encargase de urgir la evacuación de los pueblos; y para
obviar dificultades perentorias, se entregó á los jesuítas la
suma de 28,000 pesos (1 ).
Corresponde decir que los territorios designados eran
inferiores á aquellos de que se privaba á los indígenas. Los
habitantes de S. Juan, por ejemplo, eran obligados á cam-
biar su envidiable residencia por un terreno pantanoso é
insalubre, y los de S. Francisco sus fronteras seguras por
la temible vecindad de los charrúas. A los de S. Lorenzo
se les transformaba en isleños, y á todos juntos, en cambio
de sus pueblos edificados y confortables, con buenas igle-
sias y colegios, hospitales y casas de trabajo, se les daban
terrenos desiertos donde debían rehacerlo todo, limpiando
el suelo cubierto de matas y yuyos, y desgajando los mon-
tes cercanos para proveerse de maderas con que fabricar
sus viviendas.
V aldelirios, contemplando resuelto satisfactoriamente lo
principal de su cometido con la determinación de las tie-
rras para la mudanza, puso fin á las conferencias en Bue-
nos Aires, y se preparó á marchar donde le esperaba el co-
misario portugués, que era Gomes Freire de Andrade, más
tarde conde de Boba déla, y entonces Gobernador de Río
Janeiro, Minas y S. Pablo. Once meses hacía que estaba
avisado y pronto aquel comisario, y en 20 de Agosto de
1752 había escrito encareciendo la urgencia de proceder á
la demarcación, para lo cual quedaba listo con geógrafos y
tropas en el acantonamiento del Chuy, donde acababa de
llegar. Recibido el aviso, Valdelirios contestó de conformi-
(1) Diario de Andonaeyui sobre la erneaaciOn de los siete pueblos yua-
rauis de las Misiones silundas al oriente del Cnujuap (MS).
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
89
dad á vuelta de correo, y luego se puso en marcha, camino
de Maldonado, haciéndose acompañar de la partida de-
marcadora que constituía la l.“ división española. En I."*
de Septiembre se avistaron unos y otros, en las inme-
diaciones del cerro de Navarro, abriéndose la conferencia
con un acto de suma cortesía por parte de los portugueses.
Dividía los dos campamentos un arroyo, en cuya opuesta
orilla estalla designado el local para encontrarse los nego-
ciadores. Valdolirios, puntual á la cita, pero poco hecho á
usos militares, se transportaba á la hora indicada en una
pelota por medio del arroyo, cuando Gomes Freire, que es-
taba a caballo en el sitio convenido, lo ve, y metiendo es-
puelas hacia la corriente, fue á alcanzarle, obligándole
con mucho donaire á retroceder al punto de partida, donde
al fin tuvieron la conferencia preliminar que duró tres
horas.
Siguiéronse luego algunas manifestaciones de culta ca-
ballerosidad, en que uno y otro de los comisarios lucharon
á porfía por mostrarse dadivosos y galantes. Valdelirios
correspondió á las demostraciones de Gomes Freire en-
viándole un espadín de oro y varias prendas de valer;
mientras que el portugués regaló su propio reloj al porta-
dor del obsequio, y de allí á poco retribuyq al marqués
con prendas equivalentes en costo y lujo. Hubieron tam-
bién bailes y serenatas, confundiéndose en las diversiones
y banquetes, españoles y portugueses sobre el mayor j)ie
de fraternidad ( 1 ). La ocasión de reunirse tanta gente dis-
( 1 ) Diario da Expedif'do de Freire de Aadrade as Mtssnrs d(.
Uruguay y pelo capifdo Jacinto Ilodngues de ('niiha ( Rt*v áo Iiistitiit»
hi>t (lo Brazíl. XVI).
90
LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA
tinguida, incitaba de suyo á estas expansiones; porque in-
cluso Gomes Freire, los concurrentes, aunque soldados
casi todos, eran hombres de ilustración y buenas letras.
Yaldelirios agregaba á la espectabilidad propia, el contin-
gente de su estilo irreprocliable, adquirido en lA* que en-
tonces pasaba por la mas cumplida de las cortes europeas.
Así, pues, en medio de seductores agasajos, comenzaba á
realizarse el tratado de límites, semejando el aspecto exte-
rior de las reuniones de los comisarios y sus acompañantes,
aquellos festines asiáticos donde los predestinados bebían
el veneno en copa de oro.
Lo avanzado de la estación y su crudeza, dificultaban, sin
embargo, la marcha próspera de la demarcación. Con todo,
el día 7 de Sei^tiembre acordaron los comisarios llegarse
hasta la playa de Castillos grandes, distante cuatro leguas
de sus campamentos; mas una vez allí, hallaron tapada la
boca de la laguna que sale al mar, y les pareció la confi-
guración de la ensenada discorde con lo que indicaban los
mapas. Con\dnieron entonces en que Yaldelirios mandase
venir los prácticos del país para resolver esa cuestión pre-
^áa, mientras que los geógrafos de las comisiones irían
configurando el terreno, ribera y ensenada, para no perder
tiemf>o y resolver lo más acertado. El día 25 llegaron los
prácticos, quienes, con otros de Gomes Freire, dieron solu-
ción á las dudas pendientes. Allanada la dificultad, se pasó
de los trámites á lo sustancial del asunto, y en C de Oc-
tubre tuvo lugar la primera conferencia oficial de las co-
misiones demarcadoras, exhibiéndose los comisarios sus
respectivos plenos poderes, y quedó establecido que el día
12 pasarían á escoger y señalar el paraje donde había
de colocarse el primer marco. Llegado ese día, hubo nueva
LIBRO ir. — GOIUKRNO DK VIAN A
91
discusión sobre lo apropiado del local que se indicaba,
acordándose que sirviera de base al marco en proyecto una
piedra que batía el mar, bien próxima á Castillos -gran-
des, llamada I>Hena- riMa. El día IS hubo otra conferen-
cia, y el 30 cercioráronse los comisarios de haber quedado
establecido en Buena- Austa el marco principal.
En IG de Novieiubi*e se abrió el debate para la coloca-
ción del segundo marco, y se convino el 19 que sería co-
locado eii el cerro de India- m aerta. Durante los días 3,
5, 7 y 9 de Diciembre prosiguieron las conferencias con
el fin de interpretar el verdadero sentido de la dirección
correspondiente á la línea divisoria, arrancando de los
dos puntos ya señalados. Por fin se avinieron, siguiéndose
la demarcación por mojones de piedras sueltas de los mis-
mos cerros, ó de tierra y madera, en los cuales se abrían
á cincel las letras iniciales de los soberanos, mirando cada
dos á sus respectivos dominios en esta forma: R. F. — R. C.
Los marcos principales, venidos de Lisboa, eran de már-
mol rectangulares, y con las siguientes inscripciones: al N.
las armas de Portugal, y debajo sub Joanne V. Lucita-
noriun Rege Fidelissinw ; al S. las de España, y debajo
sub Ferdinando VI. Hispan i c Rege Catolice; al O. Ex
¡:)actis Regundornm Jini íun coinentis Matriti Ibibus Ja-
nuaris 1750; y al otro lado Justitia et Pax osculate
sunt (1).
Mientras se verificaba el arreglo de aquella parte de
la frontera, no eran satisfactorias las noticias de Val-
delirios sobre la actitud asumida por las poblaciones
(1) Diario de Cahrcr soíirc Ja rnrsdóu de UmiJes entre Esjxíña y
Porinfjal (]\IS).
92
LIBRO II. — GOBIBRXO DF: VIANA
indígenas que iban ii ser entregadas á los ¡Dortugueses.
Notábase en ellas un aire pronunciado de subversión y
agavillamiento, según el mismo marques se lo tenía escrito
al Gobernador Andonaegui, trasmitiéndole^ informes del
P. Altamirano, que andaba procurando la evacuación. Para
prevenir ulterioridades, pues, Gomes Freire y Yaldelirios,
creyendo que su misión de testigos presenciales había con-
cluido en el Este y era más necesaria la autoridad de sus
personas en los sitios en que hubiera posiljilidad de resis-
tencia armada, acordaron marcharse donde más urgía, to-
mando el primero la dirección de Colonia y el otro la de
Buenos Aires; no sin antes despachar tierra adentro la
partida demarcadora (pie prosiguió sus trabajos en paz,
aunque no en mucha concordia, á consecuencia de inculcar
los portugueses sobre las alteraciones que el habla de las
distintas parcialidades introducía en la pronunciación de
los nombres, para discutir la verdadera ubicación de los
parajes por donde había de pasar la línea divisoria.
Entre tanto, el P. Altamirano, que en cumplimiento de
la misión conferida á sus cuidados había tomado el camino
de las Reducciones, marchaba de mal en peor en su em-
presa de convencer á los pueblos que debían transmigrarse.
Desde los primeros días de Agosto, en que llegó á Yapeyú,
empezó á recibir cartas de los curas doctrineros, comuni-
cándole que los indígenas estaban poco dispuestos á dejar
sus viviendas habituales. Sobre todo, los de S. Miguel y
S. Nicolás se mostraban muy adversos á la mudanza, así
es que escribió á Valdelirios avisándole el estado de las
cosas, ante cuyo sesgo creía él que para conseguir la trans-
migración pacífica c se necesitaban los tres anos de tér-
mino indicados en las conferencias de Buenos Aires; advir-
LIlíKo IJ. - (iOWKUNO DK Vi ANA
tiendo también que se suspendiese la salida de las partidas
demarcadoras para no inquietar más á los indios. ^ Val-
delirios no dio importancia á las aj)rensiones de Altami-
nuio, contestándole que en caso ile resistirse los indíge-
nas á la mudanza, practicaría alguna diligencia que les
obligara á ello; y que en cuanto á las partidas demarcado-
ras, ya iban en marcha. > Con esto, Altamiiano careció
de objeción que oponer, volviendo á sus primeros empeños.
Las noticias, sin embargo, eran desalentadoras para los
que se lisonjeaban de concluir en paz el negocio. Un inci*
dente grave vino á empeorarlo todavía, en la reducción de
S. Nicolás, que era como el centro de la resistencia. Anda-
ban aquellos indígenas quejosos del sitio que les cupiera
en la permuta obligatoria, cuando acertó á entrar al pueblo
un indmduo, no se sabe si indio ó mameluco, haciéndoles
á su modo la relación de las causas que habían determi-
nado la parte odiosa del tratado de límites. Según el fo-
rastero, no eran los portugueses, sino los españoles quie-
nes tenían la culpa de todo, pues Portugal había pedido
una línea fronteriza que le diese Maldonado, dejando li-
bres las reducciones del Uruguay, y España no quiso
aceptarla, prefiriendo entregar las Misiones en cambio.
Exaltado el espíritu de los indígenas por estas novedades
que demostraban el poco aprecio en que les tenía el Rey,
se pusieron en abierta resistencia, deponiendo sus magis-
trados y sustituyéndolos por otros de quienes sabían estar
resueltos á defender la posesión de las tierras que ocu-
paban. Trascendió la novedad hasta S. Luis, reducción
que el P. José García había conseguido traer á camino, y
de la cual se llevaba 400 familias para transmigrarlas, ha-
biendo negociado Altaniirano el libre pasaje de ellas con
94
IJBRO ir. — CiOHIERXO DE VIAXA
los charrúas que i atentaban oponerse. Sabida la resistencia
de los de S. Nicolás, los luisistas aun restantes en el pue-
blo declararon que no se moverían de allí, y enviaron un
mensajero á los emigrantes, comunicándoles dicha resolu-
ción. Oir el recado y alzarse en rebelión, fue fpdo uno, á
pesar de los esfuerzos del P. García y del Alcalde Payre,
cuya vida peligró en el lance. Volvieron, pues, las fami-
lias luisistas á su pueblo, con perdida de un viejo y cua-
tro niños, que murieron á la ida agotados por las priva-
ciones.
Por todos lados iban saliendo frustráneos los esfuerzos
de Altamirano y los curas que obedecían sus órdenes. Ex-
cepción hecha del pueblo de S, Lorenzo, cuyos habitantes
se resignaron á ocupar la isla que se les dió sobre el Pa-
raná, comenzando á edificar en ella una iglesia y otros
edificios necesarios, todos los demás se fueron alzando en
rebeldía. El pueblo de S. Borja, cuya fidelidad hasta en-
tonces no desmentida permitía á los demarcadores ocu-
par una posesión que aseguraba la entrada á las Misiones,
después de haber transmigrado al Queguay conducido por
el P. Soto, trabajando seis meses para hacer habitable su
nueva jurisdicción, se fastidió al fin, volviéndose á sus an-
tiguos lares. Los habitantes de S. Juan avanzaron hasta
el río Urugua}", y una vez á la vista de las tierras que se
les daban, increparon á su cura que les había vendido á
los portugueses y ahora quería revenderles á los españoles,
y sin más, depusieron sus magistrados, nombrando otros de
su confianza y tornando al territorio de donde habían sa-
lido. Igual cosa sucedió con el pueblo de S. Angel, y por
fin, hasta el de S. Lorenzo, cuya adhesión se creyó en un
principio inconmovible, concluyó por desbandarse, á causa
LIBRO II. — OOBIKRNO DE VI AXA
95
de que sus convecinos le negaron las subsistencias indis-
pensables para mantenerse dentro de la isla que habitaba.
Conmovida así la opinión de los indígenas, dieron con
facilidad oídas á las más raras especies. Se dijo, entre otras
cosas, que Altamirano era un portugués disfrazado de clé-
rigo, con la misión de engañarles para que evacuasen sus
tierras lo más pronto posible. Hicieronse por parte de los
jesuítas algunos esfuerzos para desmentir el cargo, pero
no hubo forma de conseguirlo; coiuplotándose (iOU in-
dios á órdenes de un cacique Sepee Tyarayú, famoso más
tarde, á ponerse en marcha hacia la residencia de Alta-
mirano con el fin de verificar si era jesuíta ó portugués
disfrazado, y en este último caso arrojarle al río. Estaba
Altamirano entregado á sus idas y venidas entre los pue-
blos, para ver de conciliar su emigración con los apuros
de Valdelirios, cuando supo el desbande producido, que
anulaba todos sus esfuerzos. A fin de parar golpe tan rudo,
púsose en camino desde Santo Tomé, donde se hallaba
accidentalmente, cuando le llegó secreta noticia del P. Balda
sobre lo que se tramaba contra su persona. Reputando
inútil entonces cualquier tentativa, y temeroso de las ulte-
rioridades posibles, huyó á Santa -Fe, desde donde se tras-
ladó á Buenos Aires, llegando en C de Abril de 1753.
Por la misma fecha. Gomes Freire urgía desde Río-
grande á Valdelirios, con advertencia de que inicián-
dose la época de las sementeras, no debía permitir que
las hiciesen los indígenas, pues á pretexto de la reco-
lección iban á demorar el desalojo imprescindible. Valde-
lirios dió traslado de la comunicación á Altamirano, quien
por toda réplica se contentó con hacer presente la situa-
ción á que se veía reducido. Al conocerla el marqués, no
96
LIBRO II. — (iOBILRXO DE VIAXA
tuvo límites su displiceiicia. Sin saber á quién inculpar
de tanto fracaso, enojado v corrido por las advertencias
intencionadas y corteses de Gomes Freire, que le penetra-
ban como dardos, se retorcía impotente en su desaliento,
sintiendo cómo vulneraban estas esperas y contrariedades
su reputación de habilidad y la presumible energía que
había dejado entrever con palabra confiada é insinuante.
Abrumado por las exigencias de su posición difícil, es-
cribía con este motivo al Virrey de Lima: « quiere la
desgracia que, ó á los párrocos les falta maña para ha-
cer conocer á los indios las verdades que naturalmente
les presentan con viveza en esta ocasión, ó á éstos conoci-
miento pai'a qom prender lo que les conviene. » Dilema que
Valdelirios debía haber aplicado mejor á su corte y á sí
mismo, que ni acertaban á explicar la razón de sus planes,
ni á comprender los intereses de sus gobernados.
La llegada dé Altamirano perseguido y fugitivo á Bue-
nos Aires, pareció ser la señal de una tempestad deshecha.
Por sí mismo, y á fin de salvar á los jesuítas de ulteriores
responsabilidades, dirigió un oficio -circular á los curas doc-
trineros de los pueblos, ordenándoles que inutilizasen toda
fábrica de armas y depósito de pólvora en las Reducciones,
y á no bastar esto para aquietar los ánimos, amenazasen
á los indígenas con retirarse de entre ellos, pues de modo
alguno había de cargar la Compañía con la responsabili-
dad de la sublevación que se incoaba. El Provincial de los
jesuítas, á su vez, enterado del sesgo que tomaban las co-
sas, liizo en 2 de Mayo de aquel año, «dejación jurídica de
los pueblos rebeldes, » enviándosela á Andonaegui para
que, « como Vice-patrono, el Capitán General dispusiese
lo más conveniente. » Ante resoluciones tan terminantes
LIBRO IJ. — GOBIERNO DE VIANA
97
y explícitas, los enemigos de los jesuítas, que espiaban la
0])ortunidad de complicarles en la resistencia de los pue-
blos, quedaron perplejos. Valdelirios, sobre todo, madu-
rando en silencio un plan de remoción de los curas doc-
trineros, por entender que su presencia en las Reduccio-
nes era causa principalísima de los inconvenientes que se
tocaban, encontró que esta eliminación voluntaria destruía
en mucha parte sus sospechas, y se puso en ánimo de juz-
gar á los indiciados con más benevolencia de lo que hasta
entonces.
Vino á robustecer este juicio, un hecho de la mayor
importancia. De antiguo tenían las Ordenes religiosas de
franciscanos, mercedarios y dominicos, rivalidades acen-
tuadas con los jesuítas por motivos de influencia sobre los
indígenas. Esas comunidades miraban de reojo á la Com-
pañía á causa de la superioridad que había alcanzado en
la reducción de los naturales, extendiendo como ninguna
y más que todas juntas su dominación entre ellos. Al ca-
lor de estos antecedentes y en presencia del abandono que
acababa de efectuarse, Valdelirios ofreció los pueblos re-
beldes de Misiones á cualquiera de las comunidades ante-
dichas; pero todas rechazaron el ofrecimiento, fundadas
en razones de conveniencia y equidad, que justificando á
los jesuítas, mostraban de paso el peligro que corrían és-
tos en su empeño de reducir los sublevados, peligro que
nadie quería correr por ellos aun en la plena seguridad de
heredarles. Con todo, y lastimándose de la negativa, aun-
que firme en sus propósitos, el marqués pidió á la Igle-
sia sus rayos para lanzarlos sobre la cabeza de los con-
tumaces, y las Reducciones rebeldes fueron puestas en
entredicho por el Obispo de Buenos Aires, privándose á
DOM. ESP. — II.
7 .
98
LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA
SUS moradores hasta de los sacramentos del bautismo y
extremaunción, que es discutible si tenía facultad de ne-
garles aquel prelado.
El conjunto de estas medidas, á par que demostraba
el apresuramiento de Valdelirios y el deseo df. los je-
suítas en obedecerle, ponía de manifiesto su ineficacia.
Quince meses hacía que el marques apuraba todos los
medios á su alcance para obtener la evacuación de los pue-
blos, y no podía ser más infeliz el resultado de lo que iba
ideando. A tener cabeza más sólida y vanidad menos exi-
gente, Valdeliríos hubiera advertido en las dificultades
opuestas, causas más profundas que la simple terquedad
de los indígenas ó la falta de habilidad de los jesuítas en
hacerse comprender de sus neófitos. Otro negociador más
hábil ó más sincero, hubiera creído llegado el momento de
remitir al Rey una relación cabal de lo actuado, espe-
rando nuevas instrucciones. Porque expedidas las de Val-
delirios en concepto de ser fielmente obedecido, la cues-
tión cambiaba de faz ante la resistencia inesperada de todo
un pueblo. Bien pronto pudo apreciarla, con las noticias
que le llegaron de los portugueses.
Ajena á las turbaciones que van narradas, caminaba la
partida luso -española salida de Castillos para el interior,
cuando se encontró dificultada en Santa Tecla, estancia
perteneciente á la Reducción de S. Miguel, donde había
una capilla vieja en la cual solía oficiar el cura de aquellos
pagos, que era el P. Tadeo Javier Henis, cuyas letras han
servido para ilustrar la historia de estas emergencias. Un
tropel de naturales á cuyo frente iba el cacique Sepee, que
había errado el golpe contra Alta miran o, detuvo á la par-
tida, y despúes de algmios preliminares, dos oficiales de
IJBRO II, — GOBIERNO DE VIANA
99
ella, Zavala y Echavarría, el uno por darse de antiguo con
el cacique, y el otro á título de español y amigo del pri-
mero, \dnieron á buenas con los indígenas, determinando
tener con ellos una conferencia, que se efectuó en la ca-
pilla. No resultó de la conversación otra cosa que reconven-
ciones y quejas acerbas. Los españoles hablaron del de-
recho del Rey á disponer de sus territorios, y los indí-
genas de la iniquidad de arrojarles de ellos entregándoles
á los portugueses, á quienes formalmente aseguraron que
no dejarían pasar adelante. Fue grande la impresión que
en los portugueses hizo tal resistencia ( 1 ).
Con esta novedad, se retiró la partida, despachando
noticia escrita de lo ocurrido á Valdelirios, y caminando
la vuelta de Colonia llegó en 26 de Mayo de 1753 allí.
Sabido el hecho en Buenos Aires, se reunieron para con-
ferenciar Andonaegui, Valdelirios y los demás comisarios^
invitando al P, Altamirano, que también fue del numero.
En sentir del marqués y según lo expresó á los concurren-
tes, la situación no daba treguas, porque ya pasaba los lí-
mites de lo tolerable, que á la protesta y mala voluntad de
los indígenas se juntase ahora su abierta resistencia á la re-
gia autoridad, representada por los oficiales militares, entor-
pecidos y hostilizados en el cumplimiento de sus deberes.
(1) lo (xymprueha el bardo de esta triste epopeya ^ demostrando de
paso el misero concepto en que tenía d los indhjenasj cuando dice :
« Quem podio, esperar (pie uns Indios rudes
* Sem disciplinaj sem valora sem annas^
• Se atravcssa.ssem no caminho aos nossos^
« E que Ihes dispuiassem o terreció! *
(Basilio de Gama, O Uruguay; Canto i.)
100
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
Hizo presente la necesidad de adoptar un procedimiento
enérgico, para lo cual demostró estar autorizado por el Rey,
según lo confirmaba una Real Cédula que exhibió y hasta
entonces había tenido reservada
Abierta la conferencia con tales declara qipnes, y reque-
rido el dictamen de Altamirano sobre el empleo de medios
eficaces, propuso éste, como esfuerzo decisivo para in-
tentar la emigración pacífica, que se hicieran salir de los
pueblos á los curas doctrineros, con lo cual, impulsados los
indígenas del cariño que les tenían, era seguro que habían
de seguirles temerosos de perder sus auxilios espirituales
y su paternal desvelo. Aceptado el consejo, fueron nom-
brados para practicar la diligencia los PP. Alonso Fernán-
dez y Roque Ballester, á quienes Andonaegui debía entre-
gar cartas exhortatorias para el Superior, curas, corregido-
res y cabildos de aquellos pueblos, dándoles plazo hasta el
15 de Agosto la evacuación, y haciéndoles presentes
en nombre del Rey « las obhgaciones y fidelidad con que
debían cumplir el Real mandato, las ventajas y privilegios
que conseguían en ejecutarlo, y que de no hacerlo experi-
mentarían su desolación y total ruina por medio del furor
de las armas, pues se les trataría como á traidores rebel-
des, con todo el rigor de la guerra, sin que fuesen capaces
de resistir ni embarazar la fuerza superior de las tropas
que tenía juntas para su castigo. » Al mismo tiempo ha-
bían de darse instrucciones á los referidos Fernández y
Ballester << para que si al sacar los cm*as de los pueblos
rebeldes, no los seguían los indios, ó se reconociese pendía
la dificultad en algunos que hiciesen cabeza de rebelión, se
procurase con algún artificio ó pretexto distinto, extraerlos
de entre ellos, y trasladándolos á otros pueblos fieles, re-
LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA
101
mi tirios asegurados á Buenos Aires. » (1) Tanta era la
prisa de entregar las Misiones á los portugueses.
Así las cosas, convidó Valdelirios á Gomes Freire, que
estaba en Colon ia^para una conferencia en que se deter-
minara la conducta de futuro. Designada por punto de
reunión la isla de Martín García, después de despachar la
3.“ partida demarcadora que debía avanzar hasta los Ja-
rayes, fueron para la isla en 28 de Mayo el marqués y
Andonaegui; y en 2 de Junio conferenciaron con Gomes
Freire, quedando aprobada la medida de sacar los curas de
las Reducciones á fin de facilitar su desocupación, sin per-
juicio de seguirse el apresto de tropas para en caso nece-
sario. Quedó convenido también, que luego de saberse las
resultas de todas las diligencias emprendidas, volverían á
juntarse en el mismo paraje para arreglar lo conveniente.
En 6 de Junio se restituyeron Valdehrios y Andonaegui
á Buenos Aires, y reconociendo este último la imposibili-
dad de hacer una buena recluta de gente de armas por los
medios ordinarios, mandó se publicase bando en todas las
ciudades de su gobernación, haciendo notoria la desobe-
diencia de Tos indígenas y el empeño del Rey en castigar-
los, y ofreciendo premios á los que se presentasen á servir.
También despachó órdenes al corregidor de Santo Domingo
de Soriano, para que por el río Uruguay y por tierra man-
dase partidas a reconocer los caminos y parajes más ade-
cuados para invadir las reducciones, y acudió por prácti-
cos y noticias á Montevideo, Santa -Fe, Corrientes y la
campaña de Buenos Aires, juntando así un número de su-
jetos que le orientasen sobre el particular.
(1) Diario (le Andonaegui (MS).
102
LnJBO II. — GOBIERNO DE VIANA
Mediando estas circunstancias, presentó en 27 de Julio
el P. Delgado, rector del colegio de la Compañía en Bue-
nos Aires, una exposición de su Provincial, que decía « es-
tar todos los indígenas conmovidos y secretamente pacta-
dos para la defensa de sus tierras, en caso de querérselas
quitar con violencia. » Añadía que « eran gravísimos los
perjuicios que se seguían en la ruina de cien mil almas, »
pidiendo se suspendiese la guerra; « pues se daba parte á
ambas cortes con verdadero informe del estrecho lance en
que los indios se habían puesto, con otras razones de con-
gruencia para interpretar á su favor la voluntad del Rey,
á quien apelaba de cualquier contraria determinación. »
Ocurrió Andonaegui a Vald ebrios en el acto, y éste, provo-
cando junta de los demás comisarios, impuso en ella su terca
voluntad. Fue señalado por toda contestación, el plazo
definitivo de 15 de Agosto que ya indicaran los PP. Fer-
nández y Baliester para cumplir la orden de desalojo.
Ni fueron paile á cambiar esta resolución imprudente,
las réplicas que á raíz de la representación mencionada,
recibió Andonaegui á las cartas escritas por intermedio de
dichos Baliester y Fernández á los curas y autoridades de
los pueblos. El Superior de las Misiones concretaba su
respuesta diciendo : que deseaba tuviesen efecto los de-
seos del Gobernador.» El pueblo de S. Juan: «que no
quería creer lo que el Capitán General le decía, y pues
así como los animales se hallan bien en su querencia y
cuando tratan de echarlos acometen, ellos con más razón
acometerían forzados contra su voluntad, agregando que
no querían dar sus tierras á los portugueses, y que remi-
tiera su carta al Rey, quien no sabía lo que eran los por-
tugueses y el ser de aquella tierra. » El pueblo de S. Luis:
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
103
« que no querían guerra; pero si la hubiese, decían á los su-
yos y á sus parientes se previniesen á ella componiendo
bien sus armas; y que siendo aquella tierra donde habían
nacido, se habían criado y bautizado, en ella querían morir. »
En la misma conformidad y tono respondieron los demás
pueblos, siendo las fechas de sus cartas de 16 á 20 de Julio,
y concluyendo una de ellas con estas notables palabras:
« Cuando puesta la mano sobre los santos Evangelios, ju-
ramos fidelidad á Dios y al Rey de España, sus sacerdotes
y gobernadores nos prometieron en nombre de el, paz y
protección perpetua, y ahora quieren que abandonemos la
patria. ¿Será creíble que tan poco estables sean las pro-
mesas, la fe y la amistad de los españoles? » Pero Val-
delirios no hacía alto en estas razones; y Andonaegui, que
había visto la punta de una Real Cédula bajo la ropilla del
comisario regio, no estaba para cuidarse de lamentos ajenos,
cuando harto tenía él con cuidar su empleo de Goberna-
dor, medio en peligro, á juzgar por ciertos rezongos del
marqués en orden á la lentitud con que se manejaban los
soldados.
No les iba mejor, entre tanto, á los PP. Fernández y
Ballester, de lo que le había ido á Altamirano en su ex-
cursión. A pesar de que las Reducciones contumaces acaba-
ban de ser puestas en entredicho por el Obispo de Buenos
Aires, á ruegos de Valdelirios, ni ese temor contenía á los
indígenas en su resistencia. En 24 de Agosto escribió Fer-
nández, desde el pueblo de Candelaria, que era imposible
traerlos á partido. Se lamentaba de no haber bastado á
persuadirles «las cédulas, las cartas ni las exhortaciones su-
yas y de los curas, á quienes, por otra parte, no había po-
dido extraer de los pueblos por no permitirlo sus habitan-
104
LIBRO II. — GOBIERNO I>E VI ANA
tes. » Creía imposible que con los indígenas de las Reduc-
ciones todavía en paz, se pudiera rendir y sujetar por las
armas á los sublevados, « que eran seis mil ó más, fuera de
los infieles acogidos á las estancias; pues sólo en las de
S. Nicolás se veían 77 toldos guardando la frontera, sin
incluir los que había en S. Miguel, S. Lorenzo y S. An-
gel.» Escribió nuevamente en 23 de Octubre, creciendo á
tal punto su inquietud, que afirmaba « ser imposible, aun
al Rey en persona, conseguir la transmigración de ios in-
dígenas. » Fernández se explicaba de esta manera, porque
el recibimiento hecho á su persona por los habitantes de
las Reducciones no fue nada halagüeño. Apenas estuvo
entre ellos, corrió el rumor de que intentaban echarle
mano y tuvo de fugar al Paraná, desde donde exhortó por
escrito al P. Tux, cura de S. Nicolás, enviándole las Rea-
les Cédulas que ordenaban la evacuación de ios pueblos.
Subió este P. al púlpito de su iglesia para leer la carta y
documentos recibidos, pero sin darle tiempo á concluir, ios
indios le arrebataron todos los papeles, arrojándolos á una
hoguera.
Estas noticias demostraron á los españoles que cual-
quier tentativa de avenimiento para conseguir la transmi-
gración, era inútil, por lo cual resolvieron apelar á las ar-
mas. Andonaegui escribió á Gomes Freire pidiéndole aviso
del número de tropa con que podía auxiliarle, por estar en
disposición de apoderarse de las Misiones eii todo el ve-
rano, á cuyo objeto, mediando Diciembre pasaría 0,000
caballos á la otra margen del río Uruguay, con más otros
preparativos que enumeraba. Muy contento el portugués,
replicó desde Colonia que podía disponer de 1,000 hom-
bres de tropas ya prontos sobre la frontera de Río -grande;
j IJtBRO ir. — GOBIERNO DE VIANA 105
causando entre los suyos satisfacción el anuncio de una
próxima entrada en campaña, porque toda dilación en este
asunto les servía de disgusto ( 1). Establecida la conformi-
dad entre los generales, Andonaegui movió sus fuerzas ha-
cia el rincón de Valdes sobre el Río-negro, donde se jun-
taron 1,100 hombres de armas, de buena calidad, cerca
de 400 peones ó gastadores, mas de 200 carretas para el
transporte, más de 5,000 caballos y todos los víveres y per-
trechos necesarios ; habiendo contribuido Montevideo á la
formación del ejército, á pesar de su cortedad, con una com-
pañía de milicias costeada por su Gobernador; siendo las
demás fuerzas de Santa Fe’, Corrientes y Buenos Aires.
Según lo convenido el ano anterior en Martín García,
acordaron Valdelirios y Andonaegui invitar nuevamente
á Gomes Freirepara tener la última conferencia en aquella
isla. Se efectuó ella en 2C de Marzo de 1754, determi-
nándose el plan de las futuras operaciones militares. Go-
mes Freire, en calidad de auxiliar, debía romper la mar-
cha desde el acantonamiento de Río-pardo, donde inverna-
ban sus tropas, llevando por objetivo apoderarse del
pueblo de S. Angel, que era el indicado á su marcha na-
tural. Para el efecto, llevaba instrucciones expresas del ge-
neral español sobre este punto y el trato que debía dar á
los indígenas según lo prevenido por ambos monarcas, en
cuya virtud pidió y le fueron concedidos dos oficiales es-
pañoles para testigos de sus operaciones. Andonaegui, si-
guiendo la costa del río Uruguay, debía entrar por el pue-
blo de S. Borja y cargar luego sobre los demás. Después
de esto, separáronse los generales, y Gomes Freire, en-
( 1 ) Diario da Expedirdo da Gomes Freire.
106 LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA ,
trado el mes de Abril, dio un bando en que declaraba en-
tregaría la Colonia al marqués de Valdelirios el día en que
se recibiese de las Misiones; y mandó circular edictos per-
mitiendo á los españoles ir á la ciudad á comprar bienes
muebles y raíces, con recomendación á los negociantes de
ponerse de acuerdo para hacer propuestas sobre la compra
de hacienda, etc. Ésta era la señal de la guerra.
Ya se ve con cuánta razón habían pedido los jesuítas
el plazo de tres años para el desalojo. De híiberse conce-
dido á tiempo, el ánimo de los naturales, indeciso como es-
taba entonces, habría concluido por ceder á las instancias
de sus párrocos, según lo demostró el hecho de comenzar
la transmigración algunos centenares de familias. Pero las
malas y desiertas tierras ofrecidas á cambio de sus po-
blaciones, lo perentorio de los plazos que no daban oca-
sión á preparar sembrados ni viviendas para asegurarse
una existencia mediocre, la amenaza sustituida á la dul-
zura con que debió pedirse un sacrificio tan grande como
era aquella emigración sin precedentes, cambiaron el as-
pecto de las cosas, á punto de que transcurridos dos años
de espera, no sólo estaba muerta toda esperanza de tran-
sacción, sino que prevalecía la guerra como única pers-
pectiva final. Quienes únicamente no creían en ella eran
los jesuítas, que se consolaban en su consternación con la
idea de que el Rey intervendría antes de la ruptura de
hostilidades, volviendo el asunto á su primitivo estado; y
era voz admitida entre ellos la posibilidad de un próximo
vuelco en los negocios políticos. Correctamente informa-
dos de lo que pasaba entre Valdelirios y los comisarios,
pretendían estarlo al igual de los secretos de la Corte donde
tenían muchas influencias; así es que no les asustaron las
LIBRO TI. — GOBIERNO PE VIANA
107
reuniones de Martín García, ni el aparato de la acumula-
ción de tropas hecho por los generales aliados, ni la llegada
al Plata con pliegos oficiales del navio Aurora, que se pre-
sumía ser portador de grandes novedades (1).
Las ilusiones de los jesuítas fueron pronto desvaneci-
das, partietido los generales aliados á asumir el mando de
sus respectivas fuerzas. Andona egui se puso en 8 de Mayo
al frente de sus tropas, y el 21 rompió la marcha protegido
de una flotilla que caminaba lentamente por el río. Be-
guía el ejército la dirección convenida; pero muy luego, al
llegar al arroyo Casupá, se vio imposibilitado de pasar
adelante por el mal estado de las caballadas. El invierno
era cruel, el general estaba enfermo, y no se encontraban
en el camino recursos de ningún género, por haber los in-
dígenas talado los campos, arreando con los ganados. A fin
de reponerse de caballos, escribió en Julio una carta al cura
de Yapeyú con pedimento de auxilio en ese sentido, en-
viándola por el regidor de Corrientes D. Bernardo Casafós,
acompañado de cinco hombres. Pero los yapeyuanos, que
si bien no incluidos entre los pueblos que debían entre-
garse á Portugal, miraban de reojo el tratado de límites y
cuanto con él se relacionara, y estaban enojados por varios
robos de haciendas recientemente sufridos, dieron muerte
á Casafós y á cuatro de sus compañeros antes de que
pudieran desempeñar su comisión. Con esto empeoró el
malestar de la división española; y lo rigoroso del in-
vierno, que decían los viejos ser el más fuerte que ha-
bían sentido, junto con la falta de pastos y la extenua-
ción de la caballada, la obligaron á hacer alto en el Tigre,
(1) Diario de Henia^ § 40 (ap Angclis).
108
UBRO n. — GOBIERNO DE VIANA
distante 20 leguas del río Ibiciií fronterizo á S. Borja,
primero de los siete pueblos que Andonaegui debía atacar.
Aquí se convino por unanimidad entre los jefes, empren-
der la retirada hasta el Salto chico ¿í principios de Septiem-
bre, prosiguiéndola después hasta el Daymán, desde donde
escribió Andonaegui á Valdelirios dándole minuciosa
cuenta de todo lo acontecido. También había escrito con
anterioridad á Gomes Fmre, haciéndole presente su si-
tuación.
No fue más feliz el general en su campamento del Day-
man, de lo que había sido en la marcha. Las escaseces y
el frío desanimaban mucho á los soldados, y la deserción
era fuerte. Los indios de Yapeyii y la Cruz, que le pi-
caban la retaguardia á órdenes del cacique Rafael Para-
catíi, se presentaron en 3 de Octubre delante de sus avan-
zadas en número de más de 300, armados de lanzas, fle-
chas, espadas y tres cánones de tacuara. Plizo salir contra
ellos^ Andonaegui un cuerpo de 400 hombres bien arma-
dos, al mando del coronel Hilson, divididos en tres tro-
zos, y les adelantó parlamento preguntándoles la causa de
su venida. Replicaron los indígenas « que venían á defen-
der sus tierr;! ; de Misiones». El general les hizo amonestar
hasta por tcicera vez «que rindiesen obediencia al Rey,
pues de otra manera les trataría como á enemigos decla-
rados ». Ellos, entonces, levantaron inmensa gritería, insul-
tando á los españoles. Agitaban sus banderas y estandar-
tes, vociferaban improperios, y sus partidas pasando á
gran galope frente al campamento, mostraban decisión de
combatir. Creyó el general que era indispensable aceptar
aquel desafío, y ordenó á Hilson que los atacara, mientras
él disponía la formación de las reservas.
Í.IBRO II. — GOBIERNO DE VIAN A
109
Conociendo los indígenas la intención, y viendo como
tomaban aire de pelea las fuerzas españolas, formaron a su
vez en medio círculo, haciendo escaramuzas con demostra-
ción de acometer. A su derecha tenían un bosque, dentro
del cual colocaron algunas partidas con un cañón. Circu-
lada la orden de ataque, se puso en marcha la tropa espa-
ñola, avanzando al enemigo. El choque fue duro, cediendo
el campo los indígenas con perdida de 230 hombres
muertos, 72 prisioneros, 8 estandartes, 1 bandera, los ca-
ñones, varias armas blancas y un trozo de caballada. Los
refugiados del monte fueron desalojados á balazos. Por
parte de los españoles, su pérdida en esta acción fue de 1
capitán de milicias muerto, 3 sargentos y 24 soldados he-
ridos. Inmediatamente destacó Andonaegui partidas suel-
tas en seguimiento de algunos fugitivos, y pudo dar alcance
á tues que se trajeron heridos al campamento. El cacique
Rafael fue también del número de los prisioneros, y An-
donaegui le envió bajo segura custodia en una lancha á
Buenos Aires, con recomendación de « que era grandísimo
picaro, y uno de los movedores dedos pueblos >>.
No concluida aún la acción del Daymán, recibió An-
donaegui cartas de Valdelirios, ponderando que ningunas
razones podrían ante el Rey de Portugal justificar al ejér-
cito español retirándose de los indígenas. Que suponía
estar Gomes Freire dueño de alguno de los pueblos de
Misiones, « lo que podría darle bellísima ocasión para se-
ñorearse de ellos y no entregar la Colonia, por atribuírselos
como conquista. » Añadía además otras refiexiones, y se
alargaba á dar consejos militares. Mucho disgustó á An-
donaegui este lenguaje, cuando era tan apurada su situación,
para amargarla todavía con cargos injustos. Pero conven-
lio LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
cido, según él mismo lo asienta en el Diario de sus opera-
ciones, « que para los pasados niales son ociosos remedios
futuros, » y que « ninguno tiene mayores cuidados ni anhela
con más deseos conseguir el puerto de su destino^«que el
que se halla contrarrestando la tormenta en lo más arries-
gado dcl golfo, » atendió ante todo á la salud del ejército;
y de acuerdo con los jefes y oficiales de él, después de un
consejo de guerra en que maduramente se examinaron los
peligros de la situación, mandó proseguir la retirada hasta
el antiguo campamento del Río -negro.
Mientras esto sucedía entre los españoles. Gomes Freire
también arrostraba muchas desazones y trabajos. En 24
de Agosto se había puesto en marcha desde Río -pardo,
fortaleza de Jesús María, con un ejército de 1633 indi-
viduos entre tropa y peones, y 10 piezas de artillería.
Temeroso de los jesuítas, á quienes detestaba, no tenía gran
fe en el éxito de las operaciones que iba á emprender ; así
es que antes de moverse había escrito por diversas ocasio-
nes á Valdelirios, ad virtiéndole «que mientras no se arran-
casen de los pueblos á esos saritas padres como los indios
les llamaban, no se lograría otro resultado que rebeliones,
insolencias y desprecio. » ( 1 ) Incitábanle á pensar de esta
manera, los ataques que sus tropas habían sufrido, tanto
en el fuerte de Jesús María, asaltado por los indígenas de
S. Luis y á duras penas conservado por los portugueses,
como por otras hostilidades frecuentes de que era objeto.
Acababa de enojarle un chasco reciente con el cacique
Sepee Tyarayú, quien hecho prisionero á traición, se había
libertado á sí mismo, lanzándose al agua delante de la es-
(1) Rcíai^ao ahhreviada da I^cpnUica, etc (pub of).
LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA
111
colta portuguesa que le llevaba para servir de parlamento
ante los indígenas sus compañeros. Con todos estos incon-
venientes, el general portugués adelantaba poco camino,
cuando en 12 de Noviembre le llegó noticia de Andonae-
gui avisándole la retirada emprendida, y poniéndole de
manifiesto la necesidad de que tornase á su campamento
de Río -pardo.
Esta novedad desorientó á Gomes Freire, quien resul-
taba por tal razón completamente al descubierto frente
á los pueblos sublevados, cuyas gentes empezaban á au-
mentarse con naturales de otras comarcas, especialmente
de los charrúas, que ya habían enviado algunos destaca-
mentos y prometían enviar más. Dicen que en su mal hu-
mor se quejaba mucho Gomes Freire, y hasta trató de pér-
fido á Andonaegui. Entre tanto, los sublevados cada vez
más audaces al ver sin amparo á los portugueses, comenza-
ron á hostilizarles de suerte que no sólo peleaban comba-
tes de guerra con ellos, sinó que invadían y talaban las
propiedades de los de su nación hasta por las alturas del
Río -pardo, causándoles grave perjuicio y no escaso sobre-
salto. Quiso el general portugués tentar la vía de las ne-
gociaciones, ganándose algunos indígenas á fin de intrigar-
los á todos entre sí, para ponerse á cubierto de eventuali-
dades por este medio; pero si en los primeros momentos
logró su deseo, no pudo adelantar el plan, porque los indios
reaccionaron y se compusieron entre ellos, volviendo todos
juntos las armas contra el invasor. Entonces empezó una
serie de choques parciales, en que alternativamente vence-
dores 6 vencidos, los portugueses fueron debilitándose á
punto de pedir un armisticio, que se firmó en 18 de No-
viembre de 1754, y cuyas cláusulas fueron: 1.* Que ni
112
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIAN A
lina ni otra parte se liarían daño, hasta tanto que se
diese la última y definitiva sentencia por los reyes de Es-
paña y Portugal, acei’ca de las quejas dadas y perdón de
los indios, ó hasta tanto que el ejército español no volviese
otra vez á campaña. 2.'^ Que ambas partes se volverían á
sus tierras, y que ni una ni oti’a nación pasaría el Río-
grande. 3.” Que los indios serían cautivos si pasasen el
río yendo á las tierras de los portugueses, y mutuamente
los portugueses lo serían de los indios, si ellos intenta-
sen pasar a sus tierras (1). Cuatro ejemplares se firma-
ron de este pacto, dos en lengua portuguesa y dos en gua-
raní.
Fue por diversos conceptos notable el efecto que hizo
en todos la noticia de haberse resuelto tan desfavorable-
mente la campaña emprendida por los aliados. A los jesuí-
tas les llenó de secreto júbilo aquel ñ-acaso, que á la vez
de habilitarles para multiplicar sus influencias en Eu-
ropa, ceñía de una aureola casi invencible á sus Reduccio-
nes, haciéndolas impenetrables; mientras que Valdelirios,
sulfurándose arriba de toda ponderación, lamentaba el tríste
papel á que le reducían los soldados, en el momento que
creía el triunfo más seguro. Amigos^y enemigos del tratado,
fueron sorprendidos á la vez por la nuierte de su principal
autor, el ministro Carvajal, que unos atribuyeron á desig-
nio de la Providencia y otros á augurio segurísimo de ca-
lamidades. Por manera que -se confundieron las manifesta-
ciones de alegría y duelo, haciendo los jesuítas procesiones
religiosas en Santa -Fe y otros pueblos para invocar el
auxilio divino en su favor; mientras sus enemigos lo in-
(1) Diario de HeniSy § GO.
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
113
vocaban, eii otra forma, para pedir el triunfo de las armas
del Rey contra ellos.
Andonaegui, por su parte, contrariado y enfermo, humi-
llado de reputarse vencido, aunque en verdad más por los
rigores de la estación y la escasez de provisiones, que por
los indígenas que nada serio habían emprendido con-
tra el, creyó llegado el caso de justificarse, y escribió á
Valdelirios ser necesario se efectuase un consejo general
de guerra en el campamento del Río -negro, al cual asis-
tiesen el marqués con todos los comisarios de la demar-
cación, y el Gobernador de Montevideo como soldado apto
y distinguido que era. No replicó nada por el momento
Valdelirios, preocupado como estaba con las noticias que
recibía de Europa, donde la resistencia de los indígenas á
entregar sus pueblos, narrada de un modo novelesco por
los enemigos de los jesuítas, iba formando el tejido más
singular de embustes y calumnias que haya podido ima-
ginarse. Decíase en el viejo mundo que los jesuítas tenían
un imperio poderosísimo, cuyos soldados estaban librando
batallas reñidas contra las tropas portuguesas y españolas;
y se aseguraba que un acentuado deseo de hacerse inde-
pendientes les empujaba á la lucha, llevando el plan de co-
ronar Rey á uno de los caciques principales. Este rumor,
extendiéndose poco á poco, fué el origen de la fabulosa co-
ronación de Nicolás Nanguirú, que se quiso acreditar con
documentos y hasta con moneda sellada por el sedicente
soberano en las Misiones, sin hacerse cargo los autores de
la trama, que ni numerario ni casa de sellar moneda había
por aquellas alturas. Pero esa calumnia y otras, circuladas
con habilidad y autorizadas por personas de valer, minaron
á tal punto el crédito de los PP., que Fernando VI adhirió
Dom. Ebp.— II.
8 .
114
IJBKO II. — GOmKRXO DE VI ANA
á mirarles primero con descon lianza y después con repul-
sión, concluyendo jior despedir su confesor que era jesuíta,
y declarar en conciencia creerles autores de la revaelta. de
los indígenas.
La guerra contra la Compañía, guerra implacable que
debía concluir con su exj)idsión de los principales países
católicos, había comenzado ya ; de modo que eran vanas
las esperanzas de sus miembros en el Plata, cuando con-
taban obtener del Rey de Esjiaña un acto de justicia para
los desvalidos indígenas de las Reducciones uruguayas.
Mas estos preliminares, preocupando mucho y con razón
á Valdelirios, poco importaban á Aiulouaegui, que soñaba
con su justificación militar y la conclusión de la guerra.
Así es que insistió tanto en su propuesta de reunirse los
comisarios para acordar nuevo plan de operaciones, que
fue imprescindible ceder. Aun cuando sólo disponía de
250 infantes y .->50 dragones, por haber regresado el
resto del ejercito á sus hogares, el general ansiaba entrar
en campaña. Valdelirios, por fin, comprometido á compla-
cerle, circuló las invitaciones á todos los comisarios, siendo
incluido el Gobernador de Montevideo en el número de
los concurrentes.
Recibía Yiana la orden y comenzaba sus preparativos
para partir, cuando se cruzó un incidente ruidoso con el
Cabildo de la ciudad. Había nombrado el Gobernador á
D. Peth*o León de Romero y Hoto para su Teniente general,
concediéndole por sí el ejercicio de este empleo, sin que el
agraciado, á pesar de haberlas ofrecido, otorgase en reali-
dad las fianzas requeridas, ni presentara la aprobación de
la Real Audiencia del distrito; s(‘gún disponía la ley que
había creado el dicho empleo de Teniente general. El Ca-
JJÜUO II. - (UUUERNO BE VIANA
115
bildo, en oficio de? Mayo de 1755 , reclamó contra
esta informalidad, exponiendo <-^11110 en sus libros no cons-
taba haber cumplido Komero wn las disposiciones vigen-
tes en la materia ; por lo cual creía llegado el caso de su-
plicar al Gobernador mandara al expresado Romero se
abstuviera del uso y ejercicio del empleo que ilegalmente
estaba disfrutando. - Como <pie la importancia del cargo
era tan grande, la reclamación no podía ser más arreglada :
al Teniente general le estaba cometida la administración
de justicia en cnanto dcía'a con el desagravio de los natu-
rales y los colonos, y también corría de su cuenta una
buena parte de la administración civil. La ley había esta-
blecido que para una jurisdicción tamaña, se hiciese efec-
tiva una capacidad legal equivalente en el individuo; y
por lo tanto las fianzas y la confirmación del nombra-
miento por la Audiencia del distrito, eran el único medio
de responsabilizar debidamente á quien gozara el empleo.
Agregúese á esto, que si el oficio del Cabildo podía repu-
tarse severo por las inculpaciones que envolvía, no era
agrio en cuanto á los conceptos con que patentizaba la
violación de las leyes, limitándose á decir en términos cla-
ros, pero decorosos, la verdad del incidente que provocaba
su intervención.
Quince días se tomó Via na para meditar sobre el re-
clamo del Cabildo, y en 1 0 de Junio respondió á la cor-
poración con un oficio extenso, difuso, insultante y lleno
de citas tan pedantescas como impropias del caso. Comen-
zaba por echarle en cara el mal estado de la administración
de justicia, singularmente en lo relativo á los indios ó
miserables personas, y la ignorancia de los cabildantes,
quienes en su mayor numero 110 sabían leer ni escribir.
116
LlliEO II. — GOBIERNO DE VIANA
Luego enumeraba una serie de litigios, cuya solución decía
que brotaba sangre. Encarecía en seguida su propia gene-
rosidad en nombrar un teniente general que le costase al
año 400 pesos sacados de su peculio particular. Citaba
después al P. jesuíta Francisco Suárez, á Aristóteles, al
P. Villarruel y al mismo Romero, para probar allá á su modo
que las leyes pueden ser violadas, y que el expresado Ro-
mero tenía derechos adquiridos á su empleo, el cual no se
le podía quitar sin ó después de haber sido oído en juicio
contradictorio con su superior. A todos estos dislates con-
tra el sentido común, agregaba el siguiente insulto: «Fuera
mejor que todo, el que tal Cuerpo capitular no hubiese,
porque de esta creación recibe tanto perjuicio el vecindario
así en los que son electos para mandar, como en el mayor
cuerpo que queda á obedecer; pues la primera parte ó bien
se ha de extraer al ejercicio de buscar sus vidas en el ma-
nejo de sus pulperías ó tabernas, ó bien con indecencia tan
fea han de seguir su administración con desdoro del co-
mún aprecio de su dignidad, que á la vista del vulgo les
provoca á despreciar el mandato, además de ser diametral-
mente opuesto al tenor de muchas leyes que mandan lo
contrario, precaviendo la intención de su exposición, » etc.
Y cual si quisiera añadir al vejamen ya hecho, la ame-
naza de medidas de fuerza en perspectiva, concluía di-
ciendo: «Estas son partes délas muchas razones que á ello
me han obligado y obligan á haberlo traído ( al Teniente
general), por lo que necesario siendo, lo reelijo y crío de
nuevo, constándome tiene persona de suficiente caudal que
lo fíe para su residencia, la cual cuando Y. eligieren el
día otorgará la escritura correspondiente, y en el mismo se
podrá extender la mía ... Lo que V. tendrán entendido
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
117
halñondoles yo de deber que se coiiforineii con mi dispo-
sición, porque será á conveniencia de todos, como el inten-
tar la más leve novedad, el ponerme en la precisión de
haber de usar de las medidas convenientes para la correc-
ción y castigo, yendo contra mi nativa benigna condición,
lo que forzándola he practicado con el Alguacil Mayor por
haber tenido el desacato de negarle la obediencia á dicho
mi Teniente; que es delito grande. » (1) He aquí, pues, la
solución que el Gobernador de Montevideo daba á un ne-
gocio perfectamente legal y serio. En vez de respetar las
leyes, insultó al Cabildo, vejó indmdualmente á sus miem-
bros, y aprehendió al Alguacil Mayor porque no reconocía
la autoridad nula de un funcionario ilegal.
No podi’á negarse que el contexto del oficio transcripto
en parte, es una muestra de engreimiento pueril. Era ridí-
culo echar en cara al Cabildo que muchos de sus miem-
bros no supieran leer y escribir, siendo analfabeta la ma-
yoría de los españoles y cuando hasta los documentos de
la Real Cancillería de entonces pasan hoy para la genera-
lidad por un logogrifo. No era menos absurdo incul-
par á los cabildantes que se entregasen al comercio de
pulpería, único ramo explotable en las ciudades como
Montevideo cerradas á toda comunicación exterior, cuando
resultaba manifiesto que los oficiales de la guarnición mi-
litar y hasta los sargentos pugnaban por hacer exclusi-
vamente suyo ese comercio. No era menos ilógico el Go-
bernador al quejarse de la administración de justicia, siendo
indoctos los miembros del Cabildo, falta que Viana ño re-
mediaba con el nombramiento de su Teniente general, le-
( 1 ) Of, de Viana ( Arch Gen ).
118
LIBRO ir. -- CfOBlERXO DE VtAXA
guleyo de malas artes á juzgar por los (•oiK‘c¡)tos atrabilia-
rios del oficio que había redactado para que firmara su
jefe. El Cabildo tenía plena razón en sus reclamo^. Bien
que Bomero liubiese ofrecido presentar fianzas y aun
cuando el Cabildo las hubiera aceptado inmediatamente,
es llano que no podía el tal Koinero ol)rar como Teniente
general mientras no fuese confirmada su elección por la
Audiencia.
Entre tanto, y como se desprende de las mismas palabras
de Viana, Homero ejercía su empleo, sustanciaba en liti-
gios particulares y se creía invulnerable en su posición.
Amparado del Gobernador, suponía a este más fuerte que
las leyes del país, mientras (pie el Gobernador mismo fián-
dose de su autoridad dictatorial sol)reim país desvalido, dis-
cutía los actos del Rey, emitiendo opiniones sobre los desig-
nios reales que habían creado, por una serie de ordenanzas
tan respetables como su antigüedad, la institución de los
Cabildos á fin de darla el gobierno civil y económico de
los pueblos. No se podía ostentar, pues, un atre^fimiento
mayor de lenguaje y de actos, que el de A^'iaua en este
caso. En cuanto á la soliu'ión dada al asunto, ella corres-
pondía al lenguaje dirigido á cxpli('arla y á los actos en
que se legitimaba su realización. Así, al hacer uso el Ca-
bildo de sus prerrogativas legales para definir la posición
respectiva de las autoridades publicas, la jerarquía militar
se levantaba amenazadora i:)ai’a hacer sentir el peso de la
espada como único medio de gobierno cu el país. El pro-
cedimiento era expeditivo.
Arregladas de esta suei*te las cosas, ¡)artió ATana para
el campamento del río Negro dnnde le esperaban, y á poco
de estar allí, concurrió á la junta de guerra que Andona e-
LIBRO II. — GOIUKRNO I)K V^IAVA
119
gui había pedido y presidía. Estaba también Valdelirios
en ella, y no se excusó de emitir opinión en términos que
demostraron su incompetencia para el caso. Pretendía el
marqués tener dotes militares, sea por habérselo hecho así
entender sus aduladores, que eran muchos, sea porque diese
asidero á la suposición de los infatuados, (pie s(? creen
siempre aptos para todo. Con estas ideas, tentado de su
propensión belicosa, presentó por escrito un plan de cam-
paña, en el cual, á vuelta de muchas consideraciones .de
orden político, asentaba que era indispensable despachar
un destacamento de 400 a 500 hombres al mando de
Viana sobre Santa Tecla, para que se posesionase del punto,
fortificándolo, y se adelantara luego á apoderarse de otros.
Con lo cual calculaba Valdelirios que si al llegar el tér-
mino designado para abrir la campaña, no podía marchar
el total del ejército español. Gomes Freire, viendo aquel
destacamento, no se desanimaría, y en vez de retirarse,
persistiría en marchar contra los indígenas.
El consejo de oficiales rechazó por inconveniente el plan
del maj*qués. Le dijeron que era desacertado enviará 100
leguas de distancia un destacamento sin protección alguna,
expuesto á ser batido en el camino, para tomar un punto
cuya posición no proporcionaba ventajas. Que no habiendo
en el campamento español más de 000 hombres, la expe-
dición proyectada dejaría reducido al general en jefe á un
centenar de soldados, con los cuales no podía garantirse de
ser avanzado y deshecho por el enemigo. Que supuesto el
caso de salir las cosas sin tropiezo, la expedición inutiliza-
ría un número considerable de caballada, muy dificultoso
sino imposible de reponer, quedando, por lo tanto, inmóvil
y arrinconada en un extremo del país la fuerza escogida
120
LIBRO n. — GOBIERNO DE VIANA
de que se desprendía el ejército. Que Gomes Freire, en su
condición de soldado, no dejaría de penetrarse de estas co-
sas, por lo que probablemente influiría su ánimo, en sen-
tido negativo el avance á Santa Tecla, cuyos resultados le
eran fáciles de calcular anticipadamente. Nada tuvo que
alegar el marqués á lo expuesto, por ser incuestionable;
pero no echó en olvido el rechazo de su plan^ ni dejó de
pensar en los medios de remover á Andonaegui, que le in-
comodaba mucho. La oportunidad de vengarse le vino
al despachar el correo oficial. Andonaegui enviaba su co-
rrespondencia á la Corte, con los trofeos tomados en el
Daymán, y cuenta minuciosa de las operaciones efectuadas,
por el na^^o Jasón, que llevaba también la correspondencia
de Valdelirios; pero su comandante, á pretexto de no ir
bien carenado el barco, se detuvo en Río Janeiro, despa-
chando en uri buque que salía para Lisboa las cartas del
marqués, y quedándose con las de Andonaegui, que sufrie-
ron notable retraso. El Gobierno de Madrid se impuso de
lo expuesto por Valdelirios, y no oyendo más voz que la
suya, acusó á Andonaegui de omisión, y pensó en nombrarle
sucesor.
Rechazado el plan de Valdelirios en la junta de guerra,
se determinó optar por la espera hasta reunir tropas, víve-
res y caballadas abundantes con que asegurar el triunfo
en la nueva campaña. Se hicieron reflexiones sobre el
inconveniente de facilitar á los indígenas la posibilidad de
una victoria, haciéndoles la guerra sin recursos bastantes
como acababa de acontecer, pues en país tan dilatado y
hostil, sería ilusoria toda esperanza de buen éxito sin ha-
ber asegurado de antemano el numero de tropas y pro-
visiones imprescindibles. El verano actual no podía apro-
LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA
121
vecliarse ya, porque il)a á insumirse en el más del tiem]>o
necesario para el apresto de los elementos requeridos; así
es que, no pudiendo tampoco utilizarse el invierno para
abrir la campaña por ser estación peligrosa, había de es-
perarse hasta el verano posterior. Viana, que era el sos
tenedor principal de estos dictámenes, vindicó de paso el
proceder de Andona egui en la pasada guerra, y propuso
que dicho general, cuya mayor autoridad le daba superio-
res medios de acción, pusiera por obra avituallar el ejer-
cito para abrir oportunamente las operaciones. Convinie-
ron todos en ello, quedando Viana nombrado para segundo
del general en jefe, con cargo de ver personalmente á
Gomes Freire y avisarle lo acontecido, como lo hizo de
allí á poco, sorprendiéndose bastante de lo que inquirió en
el campamento lusitano.
Los portugueses, secundando en todo los preparativos
que se hacían, no descuidaban, empero, de llevar adelante
la realización de sus planes particulares. Corresponde tener
presente que, aun cuando el tratado de límites corría ca-
mino de cumplirse, no por eso existía paz definitiva entre
España y Portugal; y en este concepto, Gomes Freire y
Andonaegui, aunque compañeros de vivac, eran generales
de dos naciones en armisticio, lo cual menos que nadie
ohúdaba el portugués, como se verá en seguida. Bajo pre
texto de almacenar los víveres para la segunda expedición
en proyecto, Gomes Freire se adelantó hasta S. Gonzalo y
fundó allí un fuerte (1). La ocasión no podía estar mejor
elegida, ni el pretexto ser más plausible. Imposibilitados
los españoles de reñir en aquel momento, supieron que te-
(1) Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos, etc.
122
UBRO lí. — GOBIERNO DE VIANA
níaii un obstáculo más para el futuro; pero necesitaron ca-
llarlo. Viana, por su parte, evacuó la comisión que llevaba
ante el general portugués, sin darse por entendido del resto ;
y conseguido su asentimiento para la apertura de la cam-
paña en las condiciones y épocas prefijadas, vohdó al lado
de Andonaegui.
Aunque rayando en los setenta y con más de cincuenta
años de servicios militares, la proximidad de la acción
rejuvenecía al viejo general, así es que le regocijó la
vuelta del Gobernador de Montevideo, en quien, por
otra parte, reconocía su más fuerte apoyo. Trasladóse á
Buenos Aires para activar el aliasto de pertrechos, ca-
balladas y demás objetos necesarios ; de allí pasó á Mon-
tevideo, desde donde reclutando cuantas gentes pudo, se
puso en, marcha para su cuartel general de las orillas del
río Negro, decidido y seguro del éxito. En esta conformi-
dad de ánimo, revistó de llegada el ejercito que constaba
de 1670 hombres de tropa, 500 gastadores, 9 cañones de
campaña y un parque bien provisto de municiones y ví-
veres (1), Después, llevando á Viana como segundo jefe,
rompió la marcha el día 4 de Diciembre de 1755 en di-
rección al Aceguá, que era el punto de junción convenido
con el general portugués. El día 6 de Enero se recibió
chasque de aquel general, manifestando que necesitaba ha-
cer un gran rodeo para llegar al paraje señalado, por lo
(1) He aquí el detalle dado por el mi'oao firneral: SOO infantes, 270
dragones, 800 mdurianos ú sneldo, 200 del tercio de Corrientes, casi
200 del de Santa -Fe, ó 00 jirones ó gastadores, 9 cañones de canipaña
con las municiones g rejniesios correspondientes, 2fi0 carretas jtara el
transporte de seis meses de rireres, nnts de 7(>(d> cabaltos, 800 midas g
0000 vacas {Diario de Andonneuiii).
LIBRO ir. — GOBIKRXO DE VI ANA
123
cual proponía se efectuara la reunión sobre el Sin*andí, en
las inmediaciones del río Negro. Aceptada la proposición,
marchó para allá Andonaegui, encontrando en el camino,
sobre el cerro de Aceguá, dos cartas colgadas de un palo,
una de ellas para el marques de Valdelirios, y ambas es-
critas en guaraní. Adelantando la marcha al día siguiente,
las partidas avanzadas comunicaron haber visto dos ban-
deras á la otra parte del Aceguá ; y sin otra novedad en el
tránsito, el día 12 campó el ejército en el Sarandí para
esperar á Gomes Freire.
Venía éste á marchas lentas, buscando la incorporación
de los españoles. En 7 de Diciembre había comenzado á
moverse desde Río -grande de S. Pedro, con un cuerpo de
1600 individuos, 10 bocas de fuego, parque bien provisto
y numerosa caballada y ganados. Por más que se jacta-
ban sus oficiales de la disciplina y porte de las tropas, to-
das fueron contrariedades por el camiiio. Una vez se in-
cendió el campo á causa de los descuidos, y estuvo á punto
de perecer todo el ejército. Grandes desvelos costaba el
transporte de la artillería y arreo de los ganados. Sin em-
bargo, Gomes Freire era muy activo, de modo que suplía
las dificultades con su presencia de ánimo, estimulando á
todos por la desenvoltura de sus modales soldadescos.
Después de 38 días de marcha, se pusieron los portugue-
ses en las inmediaciones del Sarandí, incoi'porándose á los
españoles el 16 de Enero. Andonaegui con su estado ma-
yor se adelantó á recibir á Gomes Freire, conduciéndole
hasta su carpa, donde le festejó con un banquete esplén-
dido. El ejército portugués desfiló por frente de la línea
española y campó á la izquierda de ella. Cinco días des-
pués, rompieron ambos su marcha contra las Misiones.
124
LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA
Las noticias que se tenían de los sublevados eran di-
versas, aunque todas inexactas. Los indígenas exagera-
ban su efectivo disponible, para asustar de esta ma-
nera á los aliados, imbuyéndoles que la sublevación de
los pueblos no se circunscribía á los siete que iban á
entregarse á Portugal, sino á los treinta y tres de las re-
ducciones todas. Corría la voz de ser hasta 5000 los hom-
bres de armas ya prontos al combate, fuera de las reservas
esj)eradas. Todo ello no pasaba, sin embargo, de habladu-
rías, porque ni estaban preparados á la resistencia, teniendo
apenas unos 300 hombres juntos, ni siquiera se habían
convenido en el nombramiento de un jefe superior, sién-
dolo por accidente el cacique Sepee, a quien obedecían los
más afectos y cercanos. Al llegar Andonaegui al Sarandí,
algunos bomberos indígenas que le espiaban, retrocedieron
hasta los pueblos para dar aviso. Fué entonces recién que
las localidades amagadas empezaron á prepararse, circu-
lando correos en todas direcciones, y procediendo por me-
dio de partidas sueltas á quemar los campos, desalojar
algunas rancherías del tránsito, y dar la alarma en to-
das partes. Por este medio, desde el día 20 al 2 2, salían
á la vez de S. Miguel 400 hombres, de S. Angel 200, de
S. Lorenzo 50, de S. Luis 150, de S. Nicolás 200, de
S. Juan 150 y de la Concepción 200, todos á oi^onerse á
los aliados ( 1 ). Pretensión bien peregrina, como que no
iban atenidos á mayores recursos que su pésimo arma-
mento primitivo y sus ignorantes capitanejos.
Mientras así marchaban á seguro desastre los indígenas
en su atolondramiento, venía el ejército aliado adelantando
( 1 ) Diario (le JIeui(t, §§ 78 - 80 .
LIBRO II. — GOBIERNO BE VIA NA
125
SUS marchas en buen orden y sin carecer de cosa que pu-
diera serle necesaria. Sus batidores habían divisado el día
21 una. partida gruesa como de 200 indios, que se retira-
ban entre Santa Tecla y San Antonio Viejo. El día 22 fue
capturado un bombero de los enemigos en el campamento
al N. de la serranía de Yumamuy, el cual declaró: «que
los siete pueblos unidos con los de la costa del Uruguay
estaban listos para resistir, pues el indio D. Nicolás, natu-
ral del pueblo de la Concepción, hacía días los tenía con-
vocados con la noticia de hallarse los españoles próximos
á salir á campaña; y también que en la estancia de San
Antonio quedaba el indio Sepee fortificado con 4 cañones
y 400 hombres de guardia, y desde dicho puesto despa-
chaba los bomberos á correr el campo. » Tomadas las
medidas del caso, se siguió adelante hasta encontrar los
baqueanos el día 29 un tropel como de 200 indios, de los
cuales lograron hablar á varios, quienes les dijeron : « qué
era lo que buscaban por sus tierras, y si no habían hallado
unas cartas en Aceguá, y por qué habían pasado adelante
sin darles .¿iviso, » Respondieron los baqueanos que efec-
tivamente las cartas se habían hallado, pero no pudieron
descifrarse por ir escritas en guaraní; pero si el capitán
de los indios quería verse con el Capitán General de la
Provincia que allí cerca estaba, podía explicarle con segu-
ridad lo que desease. En lo cual no condescendieron ( 1 ).
(1) Segunda expedición del año 1755 con exjyresión de leguas, cam-
pamentos y descansos. — Copiada del Diario que formó el capifdu de
Dragones D. Francisco de Graell, con algunas anotaciones puestas por
D. Francisco Bruno de Zavala, capiiun de Dragones y comandante
que ha sido del cuerpo de Blandengues y quien tra^stadó dicho Dia-
rio (MS).
126
IJBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA
No era la mejor señal, aquella negativa, á lo que se agre-
gaba la completa soledad del tránsito, abaudona.las ó in-
cendiadas las poblaciones y huidos sus habitantes. Al día
siguiente salió Viana con los bacjueanos y una partida
hasta el lugar en que se vió á los indios el día anterior.
Consiguió hallarlos, y cortándose con tres hombres se
abocó á siete indios que le liicieroii iguales cargos que á
los baqueanos, preguntándole con qué permiso cruzaba
sus tierras. A lo que replicó él : « Nosotros no necesitamos
licencia, pues nos basta con la del Rey nuestro señor y
el vuestro, en cuyo nombre se halla aquí el Capitán Gene-
ral de esta Provincia; y en esta inteligencia desde luego
determinaos á venir á prestar obediencia si no quisiereis
exponeros á los rigores de la guerra. » Y ellos respondie-
ron : « que no conocían sinó su libertad, la cual habían
recibido de Dios, y también aquellas tierras dependientes
del pueblo de S, Miguel, las cuales sólo Dios y no otro
se las podía quitar ; y en este supuesto que no pasaran los
españoles adelante. » Pero como insistiera Viana en que
pasarían^ los indios le dijeron por toda despedida: c en el
camino nos encontraremos. » La amenaza se cumplió,
notando de allí á poco los españoles que habían desapare-
cido de su campo 23 soldados blandengues, y más adelante
se noticiaron de haber sido asesinado el alférez D. Manuel
Franco con la partida de 1 2 hombres de su mando.
El día 6 de Febrero se dejaron ver los indios frente á
la gran guardia de los portugueses, á quienes mataron dos
peones. Determinó Andonaegui que saliese á batirlos un
destacamento compuesto de 300 hombres de las dos na-
ciones, y habiéndose brindado Viana para mandarlo, le fué
concedido, con la orden, empero, de pasarlos á cuchillo en
LIBRO II. — (ÍOHIKRXO DE VI AXA
127
caso de hacer refreí steneia, orden que siempre tuvo Ando-
naegui en la punta de la lengua tratándose de indígenas.
Presentaban los indios aire de pelea, por lo cual convinie-
ron Viana y el coronel D. Tomás Luis Osorio, jefe de dra-
gones portugueses, atacarles con uno de los escuadrones
que llevaban, quedando el otro en protección del primero
por temor de lo avanzado de la hora, pues venía picando la
noche. Híz,ose así, y como los indios volvieran grupas,
Viana los persiguió á toda carrera con 75 hombres que
pudieron seguirle, y después con 20, á que iba reducido
al aproximarse á un monte donde acababa de hacer alto
el enemigo. Allí estaba el cacique Sepee, general en jefe
de los sublevados, ostentándose por la arrogancia del ade-
mán, y Viana, que lo traslujo, cargó sobre él y le mató.
En seguida se le vinieron los otros, á quienes hizo frente
como pudo, despachando dos hombres en busca del grueso
de sus soldados y mandando echar llamada con un tambor
de blandengues que se hallaba allí por fortuna. Con esto
juntáronse hasta 00 hombres, sobre los cuales cayó una
lluvia de piedras y flechas de los indios, que ansiaban por
vengar á su jefe. Viana mandó hacerles una descarga que,
ocasionándoles algún daño, le colocó en situación de poder
retirarse. Tuvieron en esta acción los indios 8 hombres
muertos, y Viana 2 muertos y 2 heridos.
Sobre el cuerpo del cacique Sepee se encontraron dos
cartas, una del mayordomo de S. Javier, con noticias y
memorias de todos sus moradores para el cacique y sus
soldados. La otra era una especie de instrucción, que des-
pués de encomendar los rezos y demostraciones religiosas
destinadas á dar consuelo y vigor á los soldados, contenía
cláusulas como ésta : « Debemos huir mucho de los caste-
128
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
llanos y los portugueses; cuando pretendan hablarnos, ex-
cusar su conversación. Acordaos que en los tiempos pasados
(los portugueses) mataron á nuestros abuelos é hicieron
escarnio de las imágenes de los santos de nuestras igjjesias. »
Y también decía: «No queremos la venida de Gomes
Freire, porque él y los suyos son los que por obra del de-
monio nos tienen tanto aborrecimiento; este Gomes Freire
es el autor de tantos disturbios, y el que obra tan mala-
mente, engañando á su Rey; por cuyo motivo no le quere-
mos recibir. Nosotros en nada hemos faltado al servicio de
nuestro buen Rey; siempre que nos ha ocupado, con toda
A’oluntad hemos cumplido sus mandatos, y en prueba de
ello, repetidas veces hemos expuesto nuestras vidas y de-
rramado nuestra sangre por orden suya. ¿Por qué no se da
á los portugueses Buenos Aires, Santa -Fe, Corrientes ó el
Paraguay; y. sí los pueblos de los pobres indios, á quienes
se manda que dejen sus casas, iglesias, y en fin, cuanto tie-
nen y Dios les ha dado? » ( 1 ) Esta protesta sencilla del
patriotismo y la fidelidad, encontrada sobre las ropas de
un cadáver, hablaba con más elocuencia que todo.
La muefte de Sepee era una gran pérdida para los in-
dígenas, no sólo por ser su general en jefe, sino por estar
dotado más que ninguno de ellos, de propensiones geniales
para la guerra. Le sustituyeron por D. Nicolás Nanguiru,
corregidor y natural del pueblo de Concepción, donde go-
zaba fama merecida de hombre bueno y afable. Este nuevo
caudillo, rústico pastor, que fuera de los menesteres de su
oficio, no tenía mas habilidad que la de tocar el violín, es el
pretendido Nicolás /, Rey dcl Paraguay y Emperador de
( 1 ) Diario da E.q)edi(;uo de Gomes Freiré,
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
129
los Mamelucos, segíin reza un libro que corrió en Europa
con fama de veracidad. Ni rey ni cosa parecida había so-
ñado ser nunca el aludido, ni tal lo supuso ninguno de los
que le rodeaban. Que sólo la enemiga contra los jesuítas
pudo inventar calumnia tan grosera, para explotar la mal-
querencia del Gobierno español contra ellos. Como quiera
que fuese, el nuevo general de los indígenas puesto al
frente de los sublevados, trató de reunir el mayor número
de gentes para oponerse al ejército luso-español, aun cuando
sus escasas dotes no le hubieran sugerido ningún plan se-
rio, ni á ciencia cierta supiera cómo desenvolverse en el
manejo de los suyos.
Iba entre tanto el ejército aliado prosiguiendo su mar-
cha, cuando a las cinco de la mañana del 10 de Febrero,
supo, después de haber caminado como una legua, que los
indios aparecían en crecido número. Con esta noticia, pro-
vocó Andonaegui reunión de jefes, y concluida la confe-
rencia, ordenó que las tropas se apx’estasen al combate.
Tomó la derecha el ejército español, echando pie á tierra
la infantería y los dragones que desplegaron en batalla de
á dos en fondo, coronando los cuerpos de caballería el
extremo de su línea. El ejército portugués tomó la iz-
quierda, desplegando igualmente su infantería en batalla, y
coronando también el extremo de su línea con su caballe-
ría. La artillería se repartió por todo el frente de la línea.
El equipaje del ejército, que constaba de doscientas can*e-
tas, se mandó dividir en cuatro trozos iguales, de modo que
entre todas figurasen tres calles espaciosas, en cuyos inter-
valos se colocaron los ganados; con orden de que en caso
de ser atacadas las últimas carretas cerraran los blancos
formando tres cuadros, y para su custodia se destinó una
130
IJBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
fuerza de 200 hombres á caballo, protegida de todos los
peones portugueses de la demarcación, armados á lanza. El
equipaje del ejercito portugués observó igual formación en
su costado respectivo. Pasáronse dos horas en aureglar la
línea, y luego rompieron las cajas, clarines, timbales y pí-
fanos, caminando el ejército con mucha gallardía á pesar de
los rigores del sol y de la sed, hasta tomar su ¡cuesto en la
falda del cerro Kaibaté, á tiro de fusil del enemigo (1).
Las opiniones más contestes son que el ejército aliado su-
maba 2500 hombres de armas.
Ocuj^aban los sublevados la cima del cerro, formando á
modo de media luna, con 8 cañones forrados de tacuara,
algunas lanzas y escaso níímero de armas de fuego, porque
entre ellos prevalecía la flecha y la honda. Sumaban 1700
hombres comandados por D. Nicolás Nanguii’u. Apenas
hicieron alto los españoles, cuando Nanguirú envió á An-
donaegui su Alférez Real, avisándole que los indios estaban
prontos á obedecer cuanto les mandase. Replicó Andonae-
gui echándoles en cara sus errores y ordenando que inme-
diatamente desocupasen el ¡cuesto, y luego que llegaran á
sus pueblos los evacuasen con cuanto tuviesen en ellos de
haciendas y equipajes. Se adelantaba á garantirles que no
serían incomodados en nada, antes bien el Rey les daría
todas las tierras que hubiesen menester en el paraje que
más les conviniese; y que llegados á sus pueblos volvieran
desarmados todos los caciques, curas, corregidores y demás
justicias á prestar debida obediencia. Por conclusión les
anunciaba, que en caso de contravenir estas órdenes ó
( 1 ) Kaíbaté gidere <kcir Monte- Al/o, sfcgún la traducción del capitán
Zavaía, anotador deJ Diario de Grácil. ■
IJBRO IT. — GOBIERNO DE VIANA
131
caui^ar algíin daño á la troj)a ó al ejército, inmediatamente
serían pasados á cuchillo. Con lo cual afirma Andonaegui
en su D¡ar¡(\ que les reprendía suavemente.
Ñanguirú aparentaba avenirse á todo, pidiendo tiempo
para retirarse y recoger sus caballos con algunos víveres
y equipajes, á cuyo efecto se le concedió una hora. Por
esa estratagema daba lugar a que llegase un largo socorro
de los charrúas y mas de 200 hombres con dos cañones
del pueblo de S. Miguel que esperaba. Viendo Ando-
naegui que había corrido el plazo con exceso, y que en vez
de moverse los sublevados, engrosaban las filas prolon-
gando su izquierda, l eforzó con dos cañones la derecha de
los aliados, y mandó que ambas caballerías tomaran al-
guna prec^aución. En esto observó que los indios levanta-
ban tierra á modo de trincheras en su línea, y ya desen-
gañado hizo correr la orden de que al toque de llamada
avanzara el ejército. Sonó el toque, y conjuntamente inició
sus disparos la artillería, descomponiendo la línea enemiga.
El ejército aliado avanzó con ardimiento, singularmente
la infantería, que pretendió igualar á la caballería en lige-
reza. Llegados a la cima, mientras la caballería destrozaba
cuanto se le oponía, los infantes se arrojaron sobre dos
profundas zanjas en las cuales se habían refugiado 400
indios, que allí mismo fueron exterminados. Pronunciado
desde el primer momento el desastre, á los sublevados
les cupo en suerte soportar una matanza que duró hora
y cuarto. Tocóse á recoger, y después de grandes víto-
res al Pey, á los generales aliados y á Vi a na, marchó en
dos columnas el ejército, acampando á media legua, después
de once horas de terrible fatiga. Las pérdidas de los espa-
ñoles fueron tres muertos y diez heridos, incluyendo An-
132
OBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA
donaegui, lastimado en una pierna; y las de los portugueses
un muerto y treinta heridos, entre ellos el coronel Osorio
y un alférez. Las pérdidas de los sublevados se o^mputa-
ron en 1511 muertos y 154 prisioneros, su pobrísima ar-
tillería y las pocas lanzas y armas de fuego que tenían,
seis banderas, dos de ellas con la cruz de Borgoña, y
varias cajas é instrumentos ( 1 ), La casi totalidad de los
batidos en Kaibaté, eran indios de las Beducciones uru-
guayas.
Después de esta jornada, el aspecto de la situación
era más lisonjero para los generales aliados, Aiidonaegui
contaba, y con razón, que el efecto moral de la victo-
ria recientemente obtenida sería muy fuerte en el ánimo
de los indios. Habían perdido uno de sus caciques princi-
pales, Sej^ee, que muriera á manos de Yiana; y Ñanguirú
acababa de ser destrozado con la flor de sus gentes. Sin
embargo, los generales aliados no tenían idea exacta del
rumbo en que habían de seguir sus operaciones, pues tan
pronto se inclinaban al partido de marchar directamente á
los pueblos sublevados, como ya mudaban de consejo in-
tentando recostarse al Yacuy, para establecer comunicación
por su intermedio. Gomes Freirc era de este último dicta-
men. Así disentidos, se rompió la marcha el día 11, lle-
gando el ejército hasta las islas del Corral. De allí, en los
siguientes días continuó caminando al mismo rumbo, y
haciendo explorar su frente y flancos en busca de aguadas;
( 1 ) Apindamos estas cifras bajo el testiwonio de Aadonaegui, j>or
creerlo el }mis atendible para el caso, Kl Diario de Uraell asigna d
los indi ge ñas la sola pérdida de 1200 hombres^ inclusos 154 prisioneros;
y el de Rodrigues da Cunha 14 00 muertos y 127 prisioneros. Henis
valora la perdida de los sable lados en 000 muertos y 150 prisioneros.
LIBRO II. — CÍOBIERXO DE VIANA
133
pero vino a clesenga fiarse de su empeño, no sólo por lo que
veía, sino por las noticias de los naturales del país, que
aíirmaban no haber agua y ser el camino pésimo cuanto
más se adelantaba. Con esto vino á triunfar la opinión de
Gomes Freire, y el día 22 salió un destacamento com-
puesto de IdO hombres con los ingenieros y gastadores
correspondientes, á fin de construir un fuerte sobre la costa
del río Yucuy, que abriese la comunicación y asegurase la
retirada en cualquier caso.
Resuelta la marcha en esta forma, comenzóse á buscar
lo más transitable del camino, que en general era áspero, y
lo hacía más molesto la intermitencia del tiempo, ora ca-
loroso en exceso, ora lluvioso en demasía. Los generales
aliados iban persiguiendo el encuentro del 3Ionte- Grande,
única vía de comunicación con las Misiones que se presen-
taba por aquel lado. En el tránsito, y después de pasar el
Bacacay-Miní, encontraron un palo plantado con una carta
para Andonaegui, cuyo resumen decía: « que los cabildos
de los pueblos se daban por l:>ien enterados del contexto
de lo que S. E. les escribió de la estancia de Santa Cata-
lina y remitió por algunos indios prisioneros ; . y al mismo
tiempo hacían presente también, que en dicha estancia
quedaban 901 unidos con los charrúas, y por el frente
3001 con los minuanes, resueltos á morir con todas sus
familias antes de despoblar los pueblos. » Andonaegui con-
testó por carta al día siguiente, « que abrieran los ojos,
pues para ello les daba tiempo la marcha lenta del ejér-
cito; el cual, si no cedían, les liaría experimentar las fata-
les consecuencias de la guerra, x Prosiguió la marcha, y el
día 22 de Marzo entró el ejército por el boquete que abre
el camino del Monte -Grande, llevando Viana el mando de
134 LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
la vanguardia, y cre}"endo todos que los indios dificulta-
rían el tránsito de la columna. Sin embargo el pasaje se
efectuó satisfactoriamente, venciéndose inmensos rejiechos
llenos de malezas, y teniendo que emplear los aliados más
de 300 hombres desde el 23 de Marzo hasta el 11 de Abril
en componer el camino para que transitara su parque. Co-
nocedores como eran del terreno, pudieron los indígenas
haber imposibilitado al ejercito encerrándole entre un
monte casi intransitable y desconocido para el. De no ha-
berlo hecho, contra todo lo que temían los españoles, se
deduce la ineptitud de sus hombres de guerra.
Mientras Andonaegui vencía lentamente los obstáculos,
y se sobreponía á sus achaques físicos, teniendo que ha-
cerse 'Conducir algunas veces en hamaca, los sublevados
no cejaban, dirigiendo al ejército cartas llenas de ame-
nazas é insultos. A todo lo cual replicaba Andonaegui de
palabra « que allá iría ». En San Fernando, puesto de San
Miguel, donde llegó el ejército el 2 de Mayo, encontraron
escrito sobre un cuero : « Ya nos vamos todos ; daos priesa
á llegar á las tierras que han de ser vuestras. » En la es-
tancia de S. Javier, pueblo de S. Angel, la infantería
española y los cuerpos de Santa- Fe y Corrientes tuvieron
una escaramuza con 1500 indios, en que resultaron algu-
nos muertos y heridos de ambas partes. Al vadear el Chu-
nireví ( ó Chuniebí ) el día 1 0, se notó que lo^ indios ha-
bían fortificado el paso con un reducto de dos cañones de
madera de lapacho, y varias cortaduras y parapetos. Yiana
los disolvió con algunos cañonazos, y las infanterías espa-
ñola y portuguesa tomaron la posición con el agua á la
rodilla. El día 12, en las puntas de Piratiní hubo otra es-
caramuza sin mayor importancia, y el ejército campó como
IJBRO II. — GOBIERNO 1>E VIANA
135
ií tres leguas del pueblo de S. Miguel, donde entró sin
resistencia el 17. *
Aquí se dió un caso que por su espontaneidad, era ca-
pítulo de acusación contra los factores de la entrega de los
pueblos. AI entrar Viana á S. IMiguel, de cuya belleza y
ornamentación no tenía idea, quedó sorprendido, y sin
poderse reprimir, dijo en voz alta que todos oyeron: ¿ Y
este es uno de los pueblos que nos mandan entregar
á los portugueses? — debe estar loca la gente de Ma-
drid para deshacerse de una población que no encuentra
rival en ninguna de las del Paraguay! » Y así era la ver-
dad, porque no sabía el Gobierno español lo que daba.
Pero las reflexiones de este orden tenían ya carácter ex-
temporáneo, habiéndose consumado el sacrificio de los in-
dígenas y apareciendo triunfante la razón de la fuerza.
Cómo pintar el terror que se produjo de parte de los mi-
guelistas al ver invadido su pueblo, sería imposible; pero
baste decir que se dieron á la fuga abandonando propieda-
des y haciendas, y contagiando de su pánico á los demás
pueblos por donde pasaban. Agregúese á esto que algunos
indígenas sueltos, rivales de los de S. Miguel por disputas
recientes, pegaron fuego á varias casas del pueblo, que co-
menzó á arder por todos lados. Una copiosa lluvia detuvo
en algo el furor de las llamas, preservando del incendio la
iglesia y algunos edificios. Andonaegui no hizo nada para
evitar aquel desastre, pero el desastre por sí mismo dió el
último golpe al temple viril de los indígenas, que con
excepción de los de S. Lorenzo, sólo pensaron en rendirse,
siquiera fuese para proteger sus hogares del incendio.
Presentáronse al campo de los aliados las autoridades
y pueblo de S. Juan, que con grandes muestras de humil-
136 UBRO II. — GOBIERNO DÉ VI ANA
dad juraron á Andonaegui completa sumisión. El general
tomó pie de la oportunidad para pronunciarles un largo
discurso, de esos que el llamaba suaves, en que, a vuelta
de muchos ofrecimientos futuros, les aseguraba por cuanto
al ^u’esente, que serían pasados á cuchillo á la menor ten-
tativa de insubordinación. Con esta promesa se retiraron,
quedando á disposición del vencedor. Se esperaba en el
campamento español que tras los juanistas vinieran los de
S. Lorenzo, distantes de allí dos leguas, pero el tiempo
transcurría sin que tal sucediera, así es que, inquieto Ando-
naegui por las ulterioridades de esa demora, destacó á
Viana con 800 hombres de caballería para apoderarse del
local.' En la noche del 19 de Mayo partió este jefe, y el
día 20 de madrugada entró de sorpresa al pueblo, haciendo
prisioneros á varios de sus moradores y á los PP, Limp,
Unger y Henis, que fueron puestos en seguridad. Los pa-
peles de este último, ocupados con mucha diligencia por
creerse que encerraban la revelación de grandes tramas,
no dieron otro trofeo que el Diario Imtórico que ha he-
cho popular su nombre, proyectando gran luz sobre los
episodios del triste drama narrado en estas paginas.
Conducido Henis á presencia de Viana, respondió con
firmeza á algunos cargos que se le liicieron : « Al Rey no
le han costado nada estos pueblos — dijo ; — somos nosotros
quienes los hemos conquistado con el Santo -cristo en la
mano. S. M. no puede entregarlos a los portugueses; y si
yo estuviera en la Corte, le informaría de modo que tal
entrega no había de verificarse. >> ( 1 ) Después de alguna
reprimenda, puso Viana en libertad á los tres curas, y en
(1) Relación de los ser de ios de Viana (MS).
LIBRO IL — GOBIERNO DE VIANA
137
seguida empezó a tomar medidas para garantir la conser-
vación del orden público. Colocó centinelas en todos los
parajes donde había grupos de indígenas refugiados; y
sacó la tro])a de entre el pueblo, acampándola en las afue-
ras para evitar atropellos. El orden y la disciplina impe-
raron desde luego en S. Lorenzo, como imperaban doquiera
se hiciese sentir la autoridad del Gobernador de Monte-
YÍdeo.
Sabidos estos sucesos por Andonaegui, escribió á todos
los curas y cabildos de las localidades aun no sometidas,
señalándoles el pueblo de S. Juan para que se presentaran
á jurar obediencia, y se dirigió allí, dejando á Viana al
cargo de S. Lorenzo y S. Miguel. Todos los cabildos y
corregidores se presentaron al lugar convenido, y el ge-
neral les recibió juramento de fidelidad, despachándoles
luego á sus tierras. Gomes Freire^ que presenciaba el acto,
tuvo ocasión de manifestar la enemiga que le trabajaba
contra los jesuítas. Convidado por ellos, junto con Ando-
naegui, á comer en S. Juan, rehusó probar las viandas pre-
textando una indisposición, y para corresponder al brindis
que le hicieron, se sir^^ó de su propio vino traído por
criado suyo á la mesa ( 1 ). Estos escrúpulos indicaban el te-
mor de ser envenenado, y no disimulándolos el portugués,
infería á los jesuítas el vejamen de un insulto irreparable.
Devoraron los PP. la ofensa, pues otro remedio no tenían,
y oyeron las proposiciones que Andonaegui les hizo para
coadyuvar á la emigración de los indios. Siendo las Re-
ducciones del Paraná, el único local disponible para colo-
carlos interinamente, se escribió al Superior de aquellos
(1) Southey, Ilist do Braxil, 6, xxxix.
138
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
pueblos avisándole la remesa que iba á hacérsele. IjOs
PP. Balda y Henis fueron empleados por Andonaegui
para dirigir la marcha de los emigrantes, y los curas de
los pueblos del Paraná prepararon carpas donde alojarlos.
Marcharon allá en gruesas partidas, algunos centenares de
familias. Otras menos resignadas, ganaron los montes,
dándose á la vida de pillaje.
Viana, entre tanto, desde S. Lorenzo, mostraba su ca-
rácter irascible. Afanoso como siempre en cumplir las ór-
denes que tenía, iba provocando la emigración por cuantos
medios le eran dables. Con este motivo, reservaba á su
lado algunos capitanejos y sus familias, á quienes prometió
tierras en Montevideo, á cambio de la fidelidad que le ha-
bían guardado, descubriéndole reciu’sos comestibles para
su tropa y escondites donde se albergaban sus compañeros.
De aquí vino á creerse que establecía diferencias de tra-
tamiento, provocando la emigración de unos y reteniendo
á otros; de modo que el P. Gutiérrez, Superior de las Mi-
siones, se quejó de ello á Andonaegui, quien envió la co-
municación á Viana para que se descargase. No se hizo
esperar mucho la ré2)lica, en la cual el aludido retrataba á
Gutiérrez en esta forma: « Yo siempre he considerado á
este bendito, como á aquel género de gentes que tienen el
exterior de ovejas, y en su interior abrigan la luciferina
rabia de los lobos crueles. » Se trató después del reclamo
de un indígena cuya mujer hacía mala vida en el campa-
mento español, y Viana enojado de que se le sospechase
encubridor, escribía : « Mi ánimo fué pescar al indio y darle
una buena zurra de azotes y algunos días de cepo, como lo
hice en otra ocasión con otra, á quien hice cortar el pelo y
darle azotes publicamente para escarmiento, y al indio se
\ABRO II. — GOBIERNO DE VIANA
139
le dieron también azotes y se le puso en el cepo. » Ha-
blando de los jesuítas en general, agregaba : « Los jesuítas,
manteniéndose en su perfidia, no ha habido cosa la míís
mínima en que no me hayan puesto dificultades, paliando
con sus acostumbradas gazmoñerías, sus bien conocidas
mentiras. » El tenor de esta fraseología exagerada y gro-
tesca, corría parejas con el del oficio pasado al Cabildo
de Montevideo antes de ponerse en campaña.
Corriendo así las cosas, convinieron Andonaegui y Go-
mes Freire en separarse, para tomar cada uno la dirección
mas adecuada a las circunstancias. El general portugués
marchó con sus tropas a S. Angel, que era el pueblo más
inmediato á las vecindades de Río - pardo. El español,
urgido por dar un sesgo conveniente á los negocios, es-
cribió á Valdelirios que viniera lo más pronto posible á
las Misiones, para cumplir lo estipulado con anterioridad.
El marqués, que esperaba un nuevo general destinado á
reemplazar á Andonaegui, y tal vez una modificación en
las instrucciones de que se hallaba munido, no liizo caso del
llamado. Iban cambiando de tal suerte los negocios en
Madrid, después de la muerte de Carvajal y en medio de
la lenta y mortal enfermedad de la Reina Doña Bárbara,
que acertaba Valdelirios en no precipitar los sucesos. Por
otra parte, Gomes Freire, sea que tuviera encargo especial
de su Gobierno, sea que se hubiese verificado algún cam-
bio en sus miras, no demostraba ahora aquella actividad
de los primeros tiempos en concluir la cuestión de lími-
tes. Así, pues, tocaba á su término el año 175(), dejando
en quietud á diplómatas y generales.
Esto impacientaba á Andonaegui, que veía perdidos sus
esfuerzos si no se coronaba la victoria con la realización
140
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
del tratado. Vohió á escribir á Valdelirios, ya no en tono
suplicatorio, pidiéndole que se trasladara a las Misiones
para hacer entrega de los pueblos. Como no recibiera
contestación, adoptó el medio de conminar al marques pro-
porcionándole, sin que el se lo pidiera, elementos de trans-
porte; y en Octubre despachó un destacamento de 400
hombres al mando de Viana, con orden de establecerse en
el paraje denominado el Salto, y esperar allí á Yaldelirios,
á quien debía servir de escolta. Recomendaba mucho el
general al marqués, en carta esciita al efecto, que mandase
abastecer de víveres aquella localidad, puesto que Viana
no los llevaba más que para el tránsito, y de encontrarse
sin ellos al acampar para esperarle, sufriría mucho con su
destacamento. Llegó Viana promediando No^dembre al
paraje indicado, y no encontró nada en él. Constreñido á
mantenerse del pescado del río, empezó á edificar un fuerte
y varios galpones que pronto quedaron concluidos. Éste
fué el origen de la ciudad del Salto, fundada por casuali-
dad en el año 1756.
Por fin llegó á Buenos Aires el sustituto de Andonae-
gui, á principios de Noviembre, con un refuerzo de 1000
hombres de tropa, gente vagabunda y colecticia, los más
de ellos extranjeros. Don Pedro de Cevallos, que así se
llamaba el nuevo general, venía muy impresionado por las
narraciones que corrían en Europa sobre el pretendido
Emperador Nicolás y la posibilidad de sus triunfos. Luego
que se desengañó, penetrándose de la verdad de las cosas,
invitó á Valdelirios para ponerse en viaje á las Misiones,
con cuyo proposito se dirigió al Salto, pero no aviniéndose
allí con los rodeos y circunloquios del marqués, se hizo
dar escolta marchando para el campo de Andón aegui, donde
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
141
llegó sin Valdelirios en Enero. Salió á recibirle al camino
el Superior de los jesuítas, que le pidió abriera una in-
formación sobre la conducta de los PP. durante el aza-
roso período transcurrido. Cevallos, que traía órdenes
de la Corte para remitir á España hasta once misione-
ros sobre quienes pesaban imputaciones de alta traición,
citó al Superior para S. Francisco de Borja, donde se jun-
taban multitud de caciques y pueblo con el fin de salu-
dar al nuevo general. Allí, frente á la iglesia, se levantó
un tablado, y Cevallos, rodeado del marqués de Valdelirios
y los principales jefes españoles, recibió las declaraciones
de la multitud, que ninguna fue contraria á los jesuítas. El
acto, empero, tenía más de teatral por el aparato, que de
serio por el carácter de la investigación. Con esto concluyó
todo procedimiento al respecto, no hablándose más ni de
acusaciones ni de castigos á los jesuítas.
Andonaegui y Viana se retiraron, aquél para Buenos
Aires á fin de tomar barco que le condujese á España, y
éste á Montevideo á reasumir su gobierno, haciendo am-
bos la travesía juntos desde Misiones y complaciéndose
Viana en escoltar á su antiguo jefe. Valdelirios pasó á
S. Nicolás y Cevallos á S. Borja, con la promesa de Gomes
Freire de que todo estaría arreglado en el siguiente año.
Mas no debía pasar esto de promesa, porque las dos cortes
habían aplazado toda intención formal de concluir la cues-
tión de límites. En Lisboa, la ruina del tesoro, de cuyas
arcas habían salido 3:000.000 de libras esterlinas para los
gastos de la expedición de Misiones, y el gran terremoto
de la ciudad, dificultaron toda acción. En Madrid, la muerte
de la Reina Doña Bárbara y la enfermedad del Rey, para-
lizaron también la actividad política. Los comisarios de
142
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIA NA
la demarcación, por su parte, empezaron á dar largas al
asunto; y los jesuítas, después de tanto trastorno, fueron
invitados de nuevo a hacerse cargo de las Reducciones uru-
guayas. Gomes Freire, entrado el año 1758, pidió se le
indicase sitio para reunirse con la partida demarcadora es-
pañola; mas luego salió diciendo que opinaba se recomen-
zase la demarcación por la línea de Santa Tecla, interrum-
pida hacía cinco años, y j>areciendole esto poco, solicitó
una conferencia en Yacuy, á la que asistió Cevallos, acor-
dándose en ella la suspensión de todo procedimiento hasta
la vuelta del general portugués, que no se efectuó nunca,
pues marchó en 1759 al Janeiro, dejando por apoderado
suyo á D. Custodio de Saa y Faría, tan discutidor como él.
Entre tanto Cevallos, casi aislado en S. Borja, despi-
caba el mal humor dirigiendo operaciones contra los indios
del Chaco, que todas salieron frustradas. Dichos reve-
ses, y quizá también la precaución contra eventualida-
des futuras, le indujeron á poner en pie de guerra todos
los pueblos de Misiones, dirigiéndose al Superior de ellas,
P. Jaime Pasino, « para que por intermedio de los cu-
ras, hiciera traducir al guaraní é intimara á los corregi-
dores de los pueblos, la orden de armar todo hombre de
diez y ocho años hasta sesenta, regimentándolos en com-
pañías al mando de los más principales y hábiles. - ( l )
Semejante orden, expedida á raíz de las turbulencias re-
cientes, era una justificación plena de los jesuítas y sus
pueblos.
Así concluyó esta famosa campaña de Misiones, en que
los esj)añoles se batieron bravamente para favorecer los
(1) Of. de CcvaUos (M8 en N. A.).
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
143 *
intereses de Portugal, arrostrando fatigas y peligros á fin
de hacer práctico un tratado de límites que desmembraba
sus territorios y minaba su poder político y militar sobre
el suelo americano. En pocas empresas mostraron los te-
nientes del Rey de España y sus ministros, una tenacidad
más vigorosa, que ojalá hubieran empleado para nuestro
bien, como lo fue para la ruina de nuestra extensión terri-
torial y de nuestra complementación natural. Dinero, sol-
dados, intrigas diplomáticas, insultos y amenazas contra
todo opositor, ruegos, crueldades, promesas, fueron medios
alternativamente puestos en juego para cumplir el tratado
de límites ; sin conseguir otra cosa, después de siete años de
agresiones y trastornos, que apartarse los negociadores dis-
gustados entre sí, volviendo las cosas á su primitivo es-
tado.
Ésta es la ocasión de analizar el comportamiento de los
jesuítas en los asuntos de la guerra. Se les ha acusado de
haber sido los enemigos más pertinaces del tratado de
Madrid, provocando los disturbios que con tanta dificul-
tad se vencieron. En cuanto al primer punto, no cabe
la menor duda que es exacta la acusación, si merece caer
bajo semejante forma procesal, la resistencia razonable á
un despropósito político. Los jesuítas, desde el primer mo-
mento de conocerlo, se opusieron al tratado, pero de una
manera leal y franca, que no dejaba lugar á mistificacio-
nes. En largo memorial que llegó á la Corte firmado por
individuos de la consulta reunida en Córdoba, escribie-
ron los motivos que tenían para creer que la entrega de las
]\Iisiones uruguayas provocaría dispendiosa y sangrienta
lid, minando de paso el poder de la monarquía española
en América. Con igual claridad se expresó el P. Barreda
144
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
delante de Valdelirios, agregando que en vista de no ha-
berse tenido presentes al ajustarlo las dificultades que
ofrecería la ejecución del tratado, no debía presumirse que
fuese un crimen á los ojos del Rey solicitar ^ demora.
Hasta aquí los jesuítas no hacían más que abogar por los
intereses de la Corona, que si casualmente coincidían con
los suyos, no por eso resultaban menos vulnerados, como
lo pensó Carlos III, futuro enemigo capital de la Orden,
que aimque reinando entonces en Ñapóles, interpuso formal
protesta contra el tratado y la guerra que él originaba.
Debe, pues, concluirse de ahí, que estando de acuerdo la
opinión de los jesuítas con la de su más implacable ene-
migo, no eran intereses de la Orden los que se debatían
en esta cuestión, sinó el interés del predominio es^^añol en
el Río de la Plata, que se retiraba vencido á manos de
Fernando VI, y por virtud de un tratado sin preceden-
tes, aun entre los peores que ajustara Carlos II, de infeliz
memoria.
Pero se ha dicho que los jesuítas, irritados del desaire
sufrido por su pretensión, provocaron el alzamiento de los
pueblos. Esto no está comprobado en manera alguna, ni
por los hechos visibles, ni por el rastro que han dejado
los detalles de su conducta en aquellos sucesos. Atribu-
yéndoseles, como se les atribuye, una influencia decisiva
sobre el ánimo de Andonaegui, no se ve, sin embargo, que
la conducta de este general se resienta de tal influencia en
el curso de las dos campañas contra los indios. En la pri-
mera, si se retiró á cuarteles, fue por causa del mal estado
de sus caballadas y la falta de pastos; pero luego que se
inició la segunda, campaña, llevóla con tal vigor, que él
mismo, achacoso y doliente como estaba, dió ejemplo á sus
LIBRO II. — GOBIERNO DE VI ANA
145
soldados haciéndose conducir en brazos cuando no podía
marchar de otro modo. Además, Andonaegui en todas sus
cartas á los sublevados, no les propone otra cosa que la
sumisión completa y evacuación de sus pueblos, ó pasarlos
á cuchillo: lenguaje que no es ciertamente el de un amigo
y mucho menos de un cómplice. Se comprende, pues,
que si los jesuítas hubieran hecho uso de la pretendida in-
fluencia sobre Andonaegui, habría sido con el fin de mo-
derar su acti\ddad belicosa, trayéndola á camino para ha-
lagar á los indígenas, en vez de irritarles con amenazas
mortales que no daban cabida á composición.
Se asegura también que los jesuítas eran amigos muy
íntimos del Gobernador del Paraguay, y que tres ex go-
bernadores de aquel país, Echaurri, Moneda y Larrazabal,
cuya concurrencia á la junta provocada por Valdelirios
pidieron, les eran ciegamente afectos. Con tales datos debe
presumirse que, si hubiesen pensado en la resistencia ar-
mada, habrían utilizado el crédito de hombres tan impor-
tantes p^ia proporcionarse cuando más no fuese armas y
municiones, á fin de no presentar sus soldados con fle-
chas y cañones de lapacho y tacuara, como se presentaron
los indios en la batalla de Kaibaté y en los combates sub-
siguientes. Por otra parte, ¿á quién le ocurre pensar que en
caso de resistencia, se hubiesen limitado á hacerla con sólo
las Misiones del Uruguay, cuando podían sublevar tam-
bién las del Paraguay y Buenos Aires, poniendo en ver-
dadero conflicto á Portugal y España juntos? Entre tanto
es constante que esas otras reducciones estuvieron en paz,
y exceptuado el pueblo de Concepción que dió 200 hom-
bres, no suministraron ni armas ni soldados á los indíge-
nas del Uruguay, como pudo verificarlo un enemigo de los
Dom. Esp. — II.
10 .
146
LIBRO II. — GOBIERNO DÉ VIANA
jesuítas que guerreaba contra ellos (1), Si la resistencia
hubiera sido acordada en los consejos de los jesuítas, debe
creerse que como hombres suspicaces, se habrían aper-
cibido á ella aglomerando armamento y preparando sus
gentes á vencer, como lo hicieron en los dos asaltos de la
Colonia, y en todas las campañas en que su concurso fue
solicitado por el Rey. Les sobró tiempo para disponerse
sólidamente á la lucha en seis años transciuTidos desde el
día en que se conoció el tratado, hasta aquel en que arribó
Valdelirios á ponerlo en ejecución; y si no hicieron uso de
la fuerza, fue porque deliberadamente no quisieron apelar
á este arbitrio.
Tan cierto es esto, que el asalto de sus pueblos les en-
contró entregados á las labores ordinarias del tiempo de
paz. Cuando los aliados entraron en San Luis, se trabajaba
en rematar los dos hermosos gnómones ó relojes de sol que
construyeron los PP. en el corredor de su huerta, y en San
Lorenzo se encontró á medio dorar el altar de San Anto-
nio, y casi al día el diario del P. Henis, donde anotaba su
dueño con todo candor las esperanzas de que fuera anulado
por el Rey el tratado de límites. Por todas partes iguales
indicios de labor iban demostrando la tranquilidad de es-
(1) También coíi/inwó — dice Graell hablando de la declaración de
un prisionero tomado en la batalla de Kaibaté— Za mucdc del capitán
Sepe en la función del 7 del corriente y y que estos mismos indios se
juntaron en aquel Bosque del qual se vinieron aquí en la madrugada
del dia 9 en el ánimo siempre de esperarnos en esta misma Colina y
los qualcs en número son mil sietecicntos, y lo mismo ejrpresan
varias letras y papeles que se han cneontradoy y los más de ellos eran
Naturales de los siete Pueblos de esta Banda del Uruguay, porque los
de el oti'o Lado no avian querido venir á excepción de muy pocos
(Diario de Graell, citado).
LIBRO n. — GOBIERNO DE VIANA
147
píritu de los doctrineros y sus asistentes, tranquilidad en
que por su parte tenía perfecta confianza Yaldelirios, desde
que el provincial Barreda puso en sus manos un desisti-
miento escrito de los sublevados y cuantos siguieran su
ejemplo, antes de abrirse la primera campaña. Es llano
que los jesuítas confiaban en la anulación del tratado y
pusieron los medios de llegar á ese fin. Tal vez algunos de
ellos no fueron ajenos á los sustos que llevó Altamirano
en su prédica á sangre y fuego, y al de Balda en su pre-
tensión de enmendar la plana á aquél. Pero admitida se-
mejante hipótesis, ella no pasó de una estratagema mientras
las cosas podían componerse en esa forma y dar lugar á la
espera, pues todavía no quería convencerse nadie de que al
arribo del primer barco de España, no viniese la anulación
del tratado. Todos pensaban que el Rey había sido enga-
ñado, esperando que al noticiarse de la efervescencia en
que estaban los pueblos obstinados en serle leales, sesgaría
de su propósito. No sabían, empero, que Fernando VI era
un pobre hombre, dominado por su mujer.
A todos los cargos contra los jesuítas en esta guerra,
agregan sus enemigos el de que siendo los indios entes in-
capaces de moverse sin permiso de los PP., eran natural-
mente ellos quienes les habían movido á guerrear. Sería
contrario á los más hondos impulsos del corazón humano,
admitir que no se aflija todo un pueblo, y hasta resista y
muera, cuando se le ordena abandonar sus hogares para
regalarlos al extranjero, yendo á buscar otras tierras que
no conoce, bajo apremio de recomenzar en ellas la tarea
que sus antepasados dieron por terminada. Ni el Rey, ni los
jesuítas, ni nadie podía impedir que los indios se subleva-
sen contra aquella injusta y vejatoria resolución; porque
148
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
si militan causas para creer que en un caso de emigración
análoga, cualquier pueblo se hubiese sublevado, aquí
debe agregarse que los indios tenían doble motivo para
hacerlo. No sólo se les mandaba abandonar sus ho-
gares, sin ó que se les obligaba á entregarlos á los portu-
gueses, sus eternos perseguidores; los que habían inventado
las Vi alocan en que les robaban y vendían por esclavos;
los que habían atacado implacablemente á sus abuelos de-
gollando hasta los niños de pecho, los que habían resis-
tido á sus padres en la Colonia dos veces; los que venían
á herirles ahora en lo más profundo de sus afecciones, por
ministerio de tratados vergonzosos, cuya ejecución tenían
precavida de tiem])o atrás, comprando con su sangre el
triunfo de las armas del Rey doquiera quiso combatir
á Portugal. Y los españoles que afectaban hacerse de
nuevas en este negocio, achacando á los jesuítas la suble-
vación de los indios, se burlaban cruelmente de los senti-
mientos que habían contribuido á fortificar, ellos, hombres
civilizados y cristianos, en aquellos infehces á quienes
después de utilizarlos como instrumento de su política con-
tra Portugal, los arrojaban ahora á la desesperación y la
muerte.
No hay que buscar, pues, en los pretensos manejos de
los jesuítas el alzamiento de los indios; donde hay que
buscarlo es en la iniquidad del tratado que entregaba las
tierras de la Corona y sus caudales á los caprichos de una
reina intrigante. La injusticia de los tiempos puede haber
cargado sobre los jesuítas la responsabilidad de la subleva-
ción de las Misiones uruguayas, pero los hechos fielmente
estudiados dicen lo contrario. Y aun cuando no lo dijeran,
y demostraran que habían sido instigadores de la subleva-
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
149
ción, en ningún caso les sería deslionroso el cargo, pues
acusaría, cuando menos, elevadas previsiones políticas y
buen sentido, cosa que desapareció en aquellos tiempos
de los consejos del Rey de España. Porque era más pa-
triótica la resistencia á las pretensiones del tratado, que
las muestras de amistad y cortesía alardeadas por los ge-
nerales españoles con el futuro conde de Bobadela, pe-
leando desesperadamente ante su vista para favorecer los
intereses de Portugal. Y si de los jesuítas pasamos á sus
neófitos, más patriotas y sensatos eran los indígenas, más
fieles en su tosca rudeza, que aquel presuntuoso marques
de Valdelirios tomando á punto de honor la ejecución de
un tratado inicuo, como si las instrucciones de un dipló-
mala pudieran ir nunca contra los intereses permanen-
tes de su país, y como si de tenerlas en ese sentido, se siga
que debe cumplirlas. Pero con todo, el honor de Valdeli-
rios y sus amigos quedó bien parado; y los únicos malde-
cidos fueron los jesuítas, que se opusieron al tratado, y
los indios que resistieron el desalojo.
Concluida la guerra, trataron los gobernantes españoles
de restañar las heridas que ella había originado á la ri-
queza pública. El Uruguay era una de las jurisdicciones
que más había sufrido, por la fortísima contribución de
ganados que le impuso la manutención del ejército, casi en
su totalidad abastecido por nuestras campiñas. Viana,
al mismo tiempo que proveía á la seguridad del país, esta-
bleciendo fortalezas en parajes estratégicos como Santa
Lucía cliico y Casupá, para prevenir las invasiones de los
indios bravos, proyectaba desarrollar la población sobre
las costas oceánicas, á fin de fornecer á Montevideo, hasta
entonces aislado, de un puesto de vanguardia que le per-
150
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
mitiera vivir sobre seguro. Este proyecto, que había em-
pezado á tener ejecución antes de la gueiTa de Misiones,
fué abandonado por el Gobernador luego que le llamaron
al ejército; pero vuelto de allí, y habiéndose traído con-
sigo una cantidad de familias indígenas con oferta de co-
locarlas en territorio de su gobernación, se encontraba ha-
bilitado para realizarlo. Por consecuencia, en Septiembre
de 1757 pasó á Maldonado, haciéndose preceder de 104
indígenas (37 hombres, 19 mujeres y 48 muchachos de
uno y otro sexo ), á fin de repartirles tierras en propiedad.
Se las dió buenas, con agregado de ganados para su ma-
nutención é industria, y vehículos para sus menesteres; y
lo coramiicó á la Corte pidiendo nombre para la nueva po-
blación, que resultó quedar con el que hoy tiene.
El país, entre tanto, progresaba. Al recibirse Viana del
gobierno, tenía Montevideo en su jurisdicción 939 habitan-
tes cristianos, de los cuales 141 esclavos y 49 forasteros.
Contaba con .129 casas todas ellas de piedi'a y techo de
paja, 66 chacras, 16 estancias, 428 bueyes, 49855 vacas,
3371 yeguas, 280 caballos, 7681 ovejas. En nueve años,
esos recursos habían casi triplicado, contando la jurisdic-
ción de Montevideo 2089 habitantes, entre ellos 358 es-
clavos y 106 forasteros, 230 casas de buena comodidad
aunque modestamente alhajadas, 101 chacras que daban
abundante cosecha para el consumo y la venta, 140 estan-
cias, 1523 bueyes, 160009 vacas, 31201 yeguas, 4091
caballos, 86660 ovejas ( 1 ). Reprimidas las invasiones de
los charrúas á quienes no se daba motivo de guerrear,
perseguido el contrabando, cuyos decomisos estimulaba el
(1) Relación de los servicios de rm;?«(MS).
LIBRO n. — GOBIERNO DE VXANA
151
Gobernador regalando á los oficiales Reales las abultadas
sumas que le correspondían á el, asegurada la trai;qui-
lidad general, manejada con escrúpulo la renta, Viana, á pe-
sar de sus irascibilidades, cimentaba su administración so-
bre bases severas y proficuas.
Con todo, lí par de estos progresos se incubaban gran-
des trastornos i^ara el país. Agriado el ánimo de las gen-
tes con los sucesos de la última guerra, estando en el Plata
Cevallos, cuyo carácter belicoso se avenía mal con la quie-
tud á que le relegaban las circunstancias, y esperándose
por momentos la muerte de Fernando VI, á quien arras-
traba á la tumba el fallecimiento de su mujer y el fracaso
de sus empeños diplomáticos, no era posible esperar que
la paz se conservase por mucho tiempo. Así lo compren-
dían todos, y más que ninguno los portugueses, cuyos pre-
parativos se dejaban sentir en toda la línea. Gomes
Freire desde Río Janeiro expedía órdenes continuas, ya
para reforzar las guarniciones vecinas al Uruguay, ya para
axdtuallar con abundancia á Colonia, cuya conservación
era el objeto de sus afanes más grandes. Fueron tantos los
víveres y municiones que envió á esa ciudad, que su Go-
bernador tuvo de rogarle suspendiera nuevas remesas, por
no tener dónde colocarlas. En tal situación, llegó el año de
1760, y con él la muerte de Fernando VI y el ascenso de
Carlos III al trono de España.
Pocas veces rigió el Imperio español príncipe más lleno
de rencores, rarezas y manías. Jamás olvidaba una ofensa,
por leve que fuera; llevaba en sus bolsillos toda la vida los
juguetes de la infancia, y bastaba que hiciera una cosa
f)ara repetirla siempre en el mismo sitio y á la misma hora.
Carlos III había sido Rey de Xápoles, de donde la muerte
152
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
de SU hermano le sacaba para heredar los más vastos do-
minios de la tierra. Mientras Rey de los napolitanos, fuá
víctima de una ofensa que decidió de su política futura.
Inclinábase por motivos de entonces á tomar parte en la
coalición contra María Teresa de Austria, cuando inopina-
damente apareció una flota inglesa en la bahía de Xápoles,
su jefe saltó en tierra, se dirigió á palacio, y poniendo su
reloj sobre la mesa del Rey, le dijo que si no suscribía
un tratado de neutralidad antes de una hora, bombardea-
ría la ciudad. Carlos firmó el tratado; pero se comprende
cuáles y cuán hondos serían los resentimientos que se
aglomerarían dentro de su corazón sensible y orgulloso,
contra la nación que le había humillado de un modo per-
sonal ante la Europa entera. Y si se agrega á esto que los
ingleses habían obtenido ventajas muy notables sobre Fer-
nando VI, á tal punto satisfactorias para ellos, que cada
vez que se declaraba la guerra á España, en Londres se
hacían iluminaciones públicas ( 1 ), debe comprenderse que
el ánimo del Rey Carlos no se hallaba en las mejores dis-
posiciones con respecto á la Gran Bretaña,
Además, empezaba á reinar el nuevo soberano en mo-
mentos en que los Borbones de Francia, sus parientes, eran
duramente castigados por los ingleses, que habían batido
sus flotas y ejércitos doquiera les encontraron. Estos in-
fortunios de familia, unidos á sus resentimientos perso-
nales, se agravaban con estar Menorca y Gibraltar en
manos de Inglaterra, cosa que á él debía dolerle suma-
mente como español que era. En tal concepto, se avino á
(1) De Pradí, Examen <¡cl plan para el reconocimiento de la inde-
pendeiicia de la América española, cap i.
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA 153
suscribir con I^uís XV, Rey de Francia, y con los demás
príncipes de Borbón reinantes en Europa, un tratado se-
creto, en que todos se obligaban por alianza perpetua ofen-
siva y defensiva á garantirse recíprocamente, reconociendo
al enemigo de uno por enemigo de todos, y absteniéndose de
hacer alianza separada con ninguna otra potencia euro-
pea. Llamóse á este convenio Pacto de familia, nombre
con que se le cono?j en la historia; arrancando desde su
tiempo esa guerra constante de ingleses y españoles, cu-
yas desgracias sintió bien de cerca la América, viéndose
en muchos puntos invadida, sin poder recuperar la paz
hasta que su inde]>endencia continental fué un hecho. De
este Pacto de familia, que los resentimientos de Carlos III
le precipitaron á firmar, nació la chispa de la independen-
cia americana; porque así como España y Francia, por
complacencias de parentela entre sus monarcas fueron á la
guerra, y por odio á sus desastres, algunos años después
estimularon la insurrección de los Estados Unidos y reco-
nocieron más tarde su independencia, así también Ingla-
terra por vía de retorsión, estimuló la insurrección de los
estados hispano -americanos y reconoció su independencia
andando el tiempo. Tan cierto es, que los hombres políti-
cos uo deben dar oídas á sus resentimientos personales en
la gestión de los negocios públicos.
Gobernaba á la sazón en Inglaterra, Jorge III, recien-
temente ascendido al trono. Su carácter enérgico y su ju-
ventud, anunciaban que respondería con firmeza á la hos-
tilidad de los Borbones aliados. ( 1 ). Sin embargo, los he-
(l) He aquí eCimo ¡rinta Mamulay el carácter de este monarca: El
principe cuyo advenimiento cd trono había sido saludado con las ocla-
154
IJBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
chos no correspondieron de inmediato á las esperanzas.
Proponía Pitt, entonces ministro, que se declarara inme-
diatamente la guerra á España, interceptándose su flota de
galeones, y que se atacara sin más tardanza á la Habana
y Manila, antes de que Carlos III hiciera público el tra-
tado con Francia y comenzara las hostilidades con los re-
caudos que había menester. No fue aprobado el consejo
de Pitt, por lo cual dio su dimisión, yendo á ejercitar sus
bríos á la Cámara de los comunes, donde hizo prodigios
de elocuencia para activar la guerra y unir á todos los
partidos en ese propósito. Uno de sus discursos de ese
tiempo, contiene el siguiente pasaje: « No es la ocasión
presente de altercados y recriminaciones, sinó de que to-
dos los ingleses empuñen las armas por la patria, ; A las
armas, pues! mostraos unidos y compactos, y olvidad cuanto
no sea la cosa pública. Seguid mi ejemplo. Ved cómo per-
seguido por la calumnia y abrumado por el sufrimiento y
las enfermedades, olvido juntamente agravios y dolencias
para no atender sinó á los intereses públicos. » Este len-
guaje de guerra, en hombre tan considerado e influyente,
decidió al gabinete inglés á la actividad. Comenzaron en-
tonces aquellas inteligencias con la Corte de Lisboa, que
siempre ocurría á la de Londi'es en sus conflictos, como
ésta á aquélla en sus proyectos de conquista sobre los
macio'ncs de un gran partido por largos años hostil á su fajítiha^ he-
redaba de la naturalcxa ftnue voluntad, tan firme que antes mcrccia
nombre más duro, é inteligencia, sino vasta y sagax, por lo menos
tan clara como era necesario jiara entender y dirigir los negocios pú-
blicos. 1 " si su cnrácier no había llegado aún á la plenitud de su des-
arrollo, debíase, tal ccx, á la manera de reclusión tan estrecha en que
su madre lo educó (Estudios Biográficos: Vida de Lord Catham).
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
155
<lom¡uios hispano -americanos, y se concertó un plan cuyo
desarrollo fuerou apuntaiulo sucesos muy sonadosT
Uno de los actos iniciales de Carlos III, fué obtener de
Portugid la anulación del tratado de Madrid, lo que con-
siguió por un convenio firmado en el Pardo, á 12 de Fe-
brero de 1701, entre los plenipotenciarios de ambas coro-
nas ( 1 ). Segíin las cláusulas del nuevo pacto, volvían las
cosas á su primitivo estado, recuperando España, por lo
tanto, sus antiguos límites en el Brasil y costas atlánticas
australes. Al notificarse los portugueses del ajuste, ocupa-
ban en nuestras fronteras los vastos territorios comprendi-
dos desde Viamont hasta el Yacuy, así como grandes
extensiones del lado de Santa Cruz de la Sierra, retenidos
unos y otros á pretexto del tratado de Madrid que acababa
de ser anulado. Habían atraído además hacia aquellos pa-
rajes, multitud de familias indígenas pertenecientes á las
Reducciones uruguayas, enviando parte de ellas al interior
del Brasil, tal vez en condición de esclavas, y conservando
el resto cual si les pertenecieran por regnícolas.
Cevallos, apenas tuvo noticia de la anulación del tratado
de Madrid, se dirigió á Gomes Freire, pidiéndole la devo-
lución de los territorios detentados, y el libre regreso á
sus hogares de los indígenas que los portugueses habían
arrastrado consigo. No obteniendo respuesta, repitió el
reclamo, con expresión de las dificultades inherentes á la
insistencia de permanecer dentro de límites ajenos y apo-
derarse en propiedad de súbditos españoles para transpor-
tarlos arbitrariamente. El obstinado silencio con que éstas
y otras comunicaciones similares fuerou recibidas, motivó
(1) Calvo, Colección de tratados; ii.
156
LIBRO ir. — GOBIERNO DE VIANA
una de 12 de Julio de 1762, en que Cevallos recapitulaba
las anteriores; pero Gomes Freire mantuvo su estudiado
mutismo, demostrando así que no imperaba la buena fe
en sus propósitos de futuro ( 1 ).
A la sombra de esta espectativa, los portugueses, ya en-
trado el año 1762, acababan de fundar el fuerte de Santa
Teresa sobre los territorios de Maldonado, precisamente
en aquella parte de la frontera donde se habían deslindado
las posesiones por las partidas demarcadoras, reconociendo
de común acuerdo pertenecer tales territorios á España, y
para que el asunto se presentase con cii'cunstancias más
agravantes aún. Gomes Freire había propuesto tres años
antes al mismo Cevallos, que se recomenzase por a<][uel lado
la demarcación interrumpida á fin de arribar á la ejecución
total del tratado de límites. Indignado Cevallos, se dirigió,
como ya se ha dicho, al conde de Bobadela, recriminán-
dole los efectos de una ambición tan desapoderada, á lo
que el portugués, encogiéndose de hombros, eludió la difi-
cultad; y siguió preparándose ala guerra con tanto ahinco,
que nombrado en esos días Virrey del Brasil, postergó la
toma de posesión del cargo en Bahía, por estar más
próximo al teatro de los sucesos.
Convencido entonces Cevallos de la inoportunidad de
toda gestión pacífica, comenzó los preparativos bélicos
para la campaña que esperaba se abriese de un mo-
mento á otro, con motivo de la ruptura de España con
Inglaterra, y de las relaciones de Portugal con esta líltima
potencia. Hizo fortalecer á Maldonado, enviando allí á
(]) CorrcspomícHcia de Cerallofi con el conde de Arnrin (MS en
N. A. ).
IJBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
157
D. José de Vera con milicias de Santa- Fe para adelantar
la obra y ponerla á cubierto de un golpe de mano. Levantó
un batallón de milicias, hizo bajar 1000 tapes auxiliares
de las Reducciones, municionó y proveyó como correspon-
día las guarnicionas militares de Montevideo y Buenos
Aires, y en tal actitud aguardó los sucesos. No se hicieron
esperar estos mucho. Cevallos recibió en aquel mismo año
17G2 órdenes terminantes de la Corte para reivindicar
los territorios subrepticia y mañosamente usurpados en el
Uruguay por el Virrey del Brasil y sus tenientes. Y en 3
de Septiembre, es decir, á poco de haber recibido las ins-
trucciones, ya sentaba sus reales frente á Colonia.
Bien que las tropas de Cevallos se compusieran en su
mayor parte de milicianos allegadizos, no por eso desmayó
el arrojo de su jefe. Traía consigo 2700 hombres de mi-
hcias y alguna tropa reglada, peones de trabajo y abun-
dante cantidad de pertrechos, transportado el todo en una
escuadrilla de 32 velas á órdenes del teniente de navio
D. Carlos Sarria, memorable por su indigna conducta en los
sucesos que se produjeron. La artillería y balas en 113 ca-
rros fueron conducidas desde Montevideo. El día I."" de
Octubre se aproximó el ejercito sitiador á media legua de
la plaza, á cubierto de sus tiros, y estando allí sobre las
armas, mandó el general publicar bando de guerra contra
los portugueses, siendo acogida la declaración con vivas
muestras de entusiasmo por la tropa. Esa misma tarde
se dió comienzo á la construcción de una batería de 7 ca-
ñones en la parte que mira al mar: los cinco deberían
obrar sobre la plaza, y los dos sobre los barcos enemigos
para expulsarles del puerto. La batería se formó sin el
menor riesgo, porque la naturaleza del terreno proporcionó
158
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
una gran zanja que servía de camino cubierto para llegar
á ella ; y en el transcurso del tiempo se aumentó con facili-
dad el número de sus cañones. El día 4 mudó Cevallos
campamento á otro paraje más á su derecha/seguro y ma-
yormente á cubierto de los fuegos del enemigo que el an-
terior ( 1 ).
La Colonia estaba mandada por Vicente da Silva da
Fonseca, oficial muy inexperto en materias de guerra. Avi-
sado de lo que se tramaba contra él, no tomó medidas de
consideración para evitarlo á tiempo, siendo así que Ceva-
llos se encontró con grandes zanjeados que cubrieron sus
operaciones, con casas aisladas que le sirvieron de refugio
y con ciertas entradas que facilitaron el camino á los sitia-
dores. En consecuencia, la situación de Fonseca comenzó
á hacerse embarazosa, y él mismo ayudó á hacerla ridicula,
escribiendo el día 5 por la mañana á Cevallos para pre-
guntarle cuál era el fin de los trabajos emprendidos por los
españoles. A lo que respondió el general « que cada uno
en su casa podía hacer lo que le pareciese. » A las tres de
la tarde vino una segunda reconvención de Fonseca, pre-
viniendo que si no cesaban los trabajos haría fuego; pero
no tuvo más respuesta el mensajero que oir de boca de
Cevallos la orden á los suyos de proseguir con actividad
lo empezado. Seguidamente se previno á los artilleros que
estuvieran prontos, con balas caldeadas y encendidas pai*a
responder á la plaza; y se nombró por comandante de
trinchera al teniente coronel D. Diego de Salas, oficial de
( 1 ) üelación exacta del sitio de la Colonia del Sacramento, Pla^a
Portuguesa del N. del Rio de la Plata, formada por uno que se halló
en el mismo sitio, con todas las reflexiones conducentes d la más ca-
bal inteligencia de sus circunstancias.
LIBRO II.— GOBIERNO DE VIANA
159
valor y experiencia, que alternó en ese servicio con el te-
niente coronel de dragones D. Eduardo Wall, quien pos-
tergando su viaje de retiro á España obtuvo licencia para
servir en este sitio. A las 7 y 35 minutos de la noche se
mandó abrir la trinchera á 200 toesas de la plaza, con 800
trabajadores sostenidos por 300 soldados, que sorpren-
dieron y pusieron en fuga una guardia avanzada del ene-
migo.
El Gobernador de la Colonia mostró aquí su completa
ineptitud militar, no molestando en nada á estos 800 tra-
bajadores, que á las tres horas de labor habían ya levan-
tado la trinchera con fosos que el menos profundo cubría
á un hombre de regular estatura. Fue entonces que recién
disparó su primer cañonazo, á las 11 y 19 minutos de la
noche, respondiéndole la batería de la zanja con bala roja,
y prosiguiendo de ahí para adelante el fuego toda la noche
por ambas partes. El día 6 continuó el fuego, aunque con
alguna lentitud, porque los españoles tenían orden de no
contestarlo si cesaban los de la plaza, como sucedió por
parte de noche, con lo cual adelantaban trabajo los sitia-
dores. En la mañana de ese mismo día 6, una fragata de
guerra y un bergantín que tenían los sitiados, molestaron
con tiros de flanco á los sitiadores; pero la batería cons-
truida por éstos, los defendió con los cañones que mira-
ban á la mar, y en los días subsiguientes, reforzada con
otros dos cañones más, pudo apagar los fuegos de la es-
cuadrilla enemiga, que ganó el abrigo de la plaza. Con-
cluyó el día 6, intimando Cevallos la rendición de la ciu-
dad y haciendo saber al vecindario que si tomaba las ar-
mas sería tratado al igual de las tropas regladas, á más
de la demolición y arrasamiento de la ciudad, que se efec-
160
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
tuaría en caso de obstinación. Contestaron los portugueses
que deseaban defenderse, y continuó el fuego.
En los días 8, 9 y 10 no hubo más novedad que los
conatos de incendio producidos por la bala roja de los si-
tiadores sobre la plaza, pero que en el acto eran apagados.
El 11 estuvo concluida una batería de 19 cañones: trece de
á 24, cuatro de á 18 y dos de á 16, la cual comenzó á
batir la plaza á medio día, causando, á pesar de la orden
de Cevallos en contrario, notable daño al edificio de la
iglesia, y derribando algunas casas. En ese día un desertor
de la plaza notició tener los sitiados 30 muertos y más de
60 heridos, sin embargo de lo cual fortificaban activamentíi
todas las avenidas de las calles enfrentadas al ángulo del
baluarte que comenzaba á batirse. A las 6 de la tarde ce.só
el fuego de la plaza, á pesar de que el campo sitiador la si-
guió molestando con bala roja. El día 12 se prosiguió el
fuego todo el día con 19 cañones, no contestando la plaza
sino con tres, á pesar de no tener desmontadas más que
tres piezas. Determinó Cevallos ese día mismo, para me-
jor apresurar la rendición de los sitiados y suplir la falta
de la nueva batería que no daba todo el resultado apete-
cido, que se construyeran dos baterías más, inmediatas á la
plaza, á las cuales se fueron mandando los cañones y ex-
planadas de la antecedente. El día 13 amaneció con la no-
vedad de babel' trabajado los portugueses un ataque para
tres cañones sobre el mismo terraplén que se batía, desde
el cual hicieron fuego á los trabajadores, pero sin causar-
les daño.
Entre tanto la escuadra española, compuesta de un na-
vio, una fragata, tres avisos, ocho buenas lanchas y tres
corsarios, todo ello al mando de D. Carlos Sarria, no daba
LIBRO II. — GOBÍERNO DE VIANA U) 1
muestras de vida. En gracia á esa actitud, los portugiu'scs
señoreaban el río y habían podido sacar sin dificultad la
guarnición, gente y haciendas que tenían en Martín (Gar-
cía; proveyendo al mismo tiempo á la plaza de faginas,
estacas y otras maderas para repararse; lo que entonó
el espíritu de la tropa por la esperanza casi segura de
una fuga por el río, en caso de ser imposible resistir más.
El día 14 se hicieron á la vela cuatro bergantines portu-
gueses con rumbo á Montevideo, conjeturándose que se
dirigían á la costa del Brasil con familias, plata y efectos
del comercio. Sarria, en vez de dar caza á esta presa bri-
llante, no se movió del puerto de la Ensenada, donde había
ganado huyendo del bloqueo de la Colonia, y por repe-
tidas que fueron las órdenes de Cevallos para que se
acordonase á vista de la Colonia, el resistió toda inti-
mación, alegando que la Ensenada era el puerto más im-
portante del río. Llevó su obstinación á punto de des-
embarcar allí la artillería del navio y parte de la que te-
nía la fragata y atrinclierarse en tierra, sin que nadie sepa
hasta hoy de quien pretendía defenderse en local tan sepa-
rado del teatro de los peligros ( 1 ).
Ese mismo día 14 dejaron los artilleros de Cevallos sus
cañones cargados á metralla, disparándolos á diversas ho-
ras para obstaculizar los trabajos de los sitiados. El 15
siguió el fuego con lentitud, haciéndose á la vela al poiiei'se
el sol cuatro embarcaciones portuguesas con destino á la
isla de Hornos á cortar fagina, en lo cual se notó nueva-
mente la falta de Sarria, que pudo haberlo impedido. El 10
se batió todo el día el terraplén, apostándose á la noche
(1) Relación exacta del sitio de la Colonia del Sacramento y etc.
162
LIBRO n. — GOBIERNO DE VIANA
30 hombres á tiro de fusil, que se relevaban cada hora,
para impedir los trabajos en la brecha ya abierta. El 17
continuaron los fuegos día y noche, á que correspondió la
plaza con mucha lentitud. Los días 18, 19 y 20 un terri-
ble fuego hizo caer la cortina de la puerta del Socorro, con
lo cual quedó abierta una segunda brecha. Al día siguiente
estaban accesibles ambas brechas ; pero Cevallos, á fin de
evitar el asalto, mandó construir otra batería por la parte
del sud, para batir el portón, y desmoralizar á los sitiados
á vista del allanamiento de sus murallas. Desde el día 22
hasta el 25, la artillería del campo sitiador apuró el fuego,
haciendo cada vez más practicables las brechas, sin que de
la plaza se contestara con mediana energía. El 2G juntó el
general á consejo de guerra, y fue aceptada la proposición
de asalto, con cargo de intimarse á los portugueses previa-
mente que se rindieran.
Al día siguiente recibieron los sitiados un socorro de
provisiones traído por sus bergantines, que habían dado
la vela el 14 con ese propósito. Envalentonados sin duda
con tan buen recurso, se les desvaneció el contento á las
4 y media, hora en que despachó Cevallos un tambor á
las puertas de la plaza para proponer se recibiera la recon-
vención por escrito que dirigiría al Gobernador portugués.
Recibida que fue por el coronel D. J. Ignacio Almeida, dijo
que respondería en el día ó al inmediato siguiente, por estar
enfermo el Gobernador, y pidió la cesación de las hos-
tilidades. La respuesta vino el 28, concebida en térmi-
nos desusados, pues preguntaba al general en que comh-
ciones quería la rendición de la plaza; así es que este les
dijo que las condiciones las propusiesen ellos para ante el
en termino de dos horas, y de no hacerlo estaba dada la
IJBRO ir. — GOBIERNO DE VIANA
163
orden de continuar el fuego. Con esta respuesta, salió de la
plaza una diputación para el campo de Cevallos á fin de
conseguir un día de jdazo para firmar el pacto de entrega,
haciendo presente los inconvenientes que obligaban ese
pedido, y sondeando el ánimo del general con respecto á la
malquerencia que se le atribuía hacia los portugueses.
Cevallos se avino á todo engañado por las muestras de
benevolencia de los comisionados; pero al día siguiente
montó en cólera y rompió un fuego vivo é inmediato con-
tra la plaza, al enterarse de un oficio en que el comandante
de ella declaraba serle imposible firmar nada hasta no co-
municarse con algunos capitanes que estaban ausentes en
los bergantines y cuya opinión le era necesario conocer.
Dirigióse el fuego de una parte de la línea española ha-
cia el local donde estaban refugiadas las familias de los si-
tiados, y el resto batió los edificios con orden de reducir la
ciudad á polvo. Veinte cañones vomitaron fuego siete ho-
ras consecutivas, causando gran estrago. A las 4 de la
tarde se avisó al jefe de trinchera que venían dos oficiales
diputados para hablar con el general; pero se les respon-
dió que había orden de Cevallos para que á ningún oficial
se le permitiese salii* de la plaza, si no era para traer el pro-
yecto de capitulación y la noticia de quedar rendida. Con
este aviso, mientras los españoles se preparaban al asalto
deseando no ser engañados otra vez, los comisionados pre-
sentaron el proyecto de capitulación que Cevallos modificó,
quedando desde aquel momento todo concluido. El 2 de
Noviembre los portugueses salían con los honores de la
guerra, y entraba el general español á Colonia, dirigién-
dose con gran comitiva á la iglesia, y en seguida al palacio
de los gobernadores, desde cuyo local dijo á los que habla-
164
UBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
ban de permanecer en la ciudad: «Señores: esta ciudad
reconocerá de hoy en adelante la protección del mayor Rey
de la Europa; los que voluntariamente quieran quedarse
en ella, serán tratados indiferentemente coroo los demás
Abasados, y yo les estimare y atendere como á hijos; pero
aquellos cuyos antiguos resabios puedan con el tiempo
hacer olvidar la fidelidad, será mejor que se dispongan á la
marcha, porque tendrán ocasión de arrepentirse si claudi-
can con un solo levísimo indicio en materia de infidencia,
inquietud ó sedición. »
Bien que pareciera haberse concluido todo peligro des-
pués de lo que va narrado, no sabía Cevallos que de allí á
pocos días iba á amenazarle uno bien serio. Con motivo
de la ruptura entre España é Inglaterra, los portugueses
habían movido á esta nación en favor de sus pretensiones, y
tenían pacto de realizarlas en común, partiéndose las utili-
dades de la conquista. Mientras se obtenía la reciente vic-
toria una división portuguesa de 500 hombres amenazaba
á Maldonado desde el Chuy, y una escuadra anglo -por-
tuguesa, compuesta de 1 1 naves, bordeaba las costas del
río de la Plata y se presentó de improviso frente á Colo-
nia el 6 de Enero de 1763. La vanguardia de esa flota se
componía del navio inglés Lord CU ve, de 64 cañones, que
montaba el jefe de la escuadra M. Macnamara ; de la fra-
gata inglesa Amhuscad a, de 40 cañones, que llevaba como
segundo al poeta Penrose, y de un navio portugués de
60. Estos 150 cañones, pasando á tiro de las baterías de
Colonia que caían al río, rompieron el fuego como á las 12
del día, comenzando el ataque con todo vigor. Y aquí se
notó una vez más la falta del capitán Sarria, que abando-
nando á su jefe y dejándole inerme por el mar, le colocaba
en situación tan peligrosa.
LIBRO IX. — GOBIERNO DE VIA NA
1Ü5
Cevallos, sin embargo, no era hombre de dejarse batir
impunemente. Enfermo como estaba, abandonó la cama,
y montando á caballo, marchó á exhortar las tropas y se
entró en el fuego. La presencia del general y el recuerdo
de la dolencia a que se sobreponía para compartir el peli-
gro comíín, entusiasmó á los soldados, que contestaron
al enemigo con un fuego sostenido y vivo. A las 4
de la tarde, una bala de la plaza incendió al Lord Clivc,
que se retiró inmediatamente fuera de tiro pugnando por
apagar el incendio. Pero éste había adelantado mucho
ayudado por el viento, para que se pudiese salvar el navio
y aun sus tripulantes. De los 400 hombres de que cons-
taba su tripulación, sólo 80 fueron recogidos en la plaza, á
donde llegaron unos á nado y otros en lanchas. Se cuenta
que Macnamara, insistiendo en morir á bordo de su buque,
fue arrebatado por un marinero, que tomándole á espaldas
se arrojó al agua. El nadador comenzó á desfallecer
á pocos instantes, y entonces Macnamara haciéndole pre-
sente el riesgo, se desciñó la espada, y regalándosela, se
echó al fondo del mar.
Con el desastre del nano almirante, la escuadra se co-
locó fuera de tiro de las baterías, yendo muy maltratados
la Amhicscada y el navio portugués, con gran pérdida de
gente á bordo. Descalabrado el plan de los anglo-portu-
gueses por la muerte de su jefe y la inutilización de sus
mejores barcos, largó velas á otros rumbos la escuadra
enemiga, que por una rara coincidencia había traído á pe-
recer en las Indias occidentales, al navio que llevaba el
nombre del mayor conquistador inglés en las orientales.
Gomes Freire, al saber estas noticias, murió de pena. Ce-
vallos, apreciando en lo que valía la victoria obtenida con-
166
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
tra los anglo- portugueses, escribió á Viana comunicándosela
con estilo sencillo y digno; y al final de su oficio excla-
maba: « Hemos palpado nuevamente la especial protección
con que Dios milita por nosotros, y por lo mismo debemos
dar á su divina majestad las gracias, á cuyo efecto dispon-
drá V. S. se cante el Te-Deum en la iglesia Matriz de esa
plaza, con la solemnidad y concurrencia que en semejantes
casos se acostumbra. » ( 1 )
Luego que estas dificultades se allanaron, el general
prosiguió la ejecución de su plan de campaña. Al efecto,
hizo desfilar sus tropas poco á poco hacia Maldonado, des-
pachó la artillería de montaña y de batir, organizó depó-
sitos de víveres, y en 19 de Marzo, con aviso de estar
todo á su satisfacción, salió de la Colonia con 300 drago-
nes, efectuando en diez días el trayecto de 80 leguas que
le separaba de Maldonado. Una vez allí dió la última
mano á la organización de las fuerzas, poniéndose en mar-
cha el día 8 de Abril con todo el ejercito dividido en dos
columnas. Llevaba la vanguardia el capitán D. Alonso Se-
rrato con 150 hombres, la artillería iba en el centro de
las dos columnas, y cerraba la retaguardia un parque de
169 carretas debidamente escoltadas. En esta disposición,
después de siete días de marcha, llegó al arroyo de Cas-
tillos-grandes, donde se detuvo un día para cortar fa-
gina, poner la artillería sobre sus cureñas, y tomar todas
las precauciones conducentes á franquear el penoso albar-
dón de tres leguas, á cuyo extremo se alza el fuerte de
Santa Teresa, guarnecido en aquella ocasión por 1500
hombres y 13 cañones, al mando del coronel D. Luis To-
(1) Oficio de Viana (Arch Gen).
LIBRO IL — GOBIERNO DE VTANA
167
más (^sorio. El día 1 7, reconocida la posición por Cevallos,
(‘olocó sus avanzadas á tiro de fusil del enemigo, y mandó
construir una batería de seis piezas de á 12, que lo estuvo
al día siguiente. Cuando transportaban el primer cañón los
españoles, salieron los sitiados en número de 400 hombres
con miras de clavarlo, pero atacándoles á rienda suelta Ce-
vallos al frente de todas sus tropas, les puso en precipitada
fuga. Esto acontecía el día 18 por la mañana, y en esa no-
che desertaron 1200 portugueses del fuerte, dejando dentro
de sus muros únicamente al coronel Osorio con 25 oficia-
les y 280 dragones, que se rindieron á discreción el 19*
Ocupado Santa Teresa, destacó el general inmediata-
mente tres cuerpos para que persiguiesen sin alce á los
fugitivos. Envdó al capitán D. Alonso Serrato con fuerza
bastante á intimar la rendición del castillo de San Miguel,
y al capitán D. José de Molina para que reuniéndose á los
tres cuerpos que iban en persecución de los fugitivos, se
reforzase con ellos y atacara Río -grande. El éxito más
completo coronó las operaciones de estos oficiales, porque
los fugitivos se desbandaron totalmente, cayendo prisione-
ros gran número de ellos, el fuerte de San Miguel se rin-
dió á la primera intimación y el pueblo de Río -grande se
encontró abandonado por el enemigo, que había huido pre-
cipitadamente al saber el descalabro del Chuy ( 1 ). Fueron
fruto de esta victoria, 13 cañones, 60 quintales de pólvora
y 3200 balas tomadas en Santa Teresa; 15 cañones, 80
quintales de pólvora, 3756 balas, 89 bombas y 2 mor-
teros, tomados en San Miguel; y 27 cañones, 300 quinta
les de pólvora, 6323 balas, 300 bombas y 8 morteros to"
(1) Oficio de Viana al Cabildo (Arch Gen).
LIURO JI. — GOBIKR.no DE VIANA
mmlos en Kío- grande. La tropa española hizo gran presa
de esclavos, víveres y mobiliario de particulares.
Atento Ce va líos á la conservación de su conquista, en-
tendió serle perjudicial la numerosa población •portuguesa
que los gobernadores de Río -grande habían ido aglome-
rando sobre nuestras fronteras del Este, á fin de realizar
la usurpación y hurto de dichos teiTitorios con una base
ju'cvia de elementos suyos. Procurando resolver la dificul-
tad, desde que se j)uso en movimiento para Maldonado
maduraba la idea de establecer un punto de contacto entre
esa población y el fuerte de Santa Teresa, punto que á la
vez de asegurar las comunicaciones necesarias, le sirviera
para aglomerar bajo la autoridad española todas las fami-
lias portuguesas extendidas en la jurisdicción. Fue ele-
gido al efecto el local que llamaban Maldonado chico, bau-
tizado por Cevallos con el nombre de San Carlos en honor
del soberano reinante. Allí envió todas las familias por-
tuguesas que se encontraron distribuidas en los campos,
creyendo, y con razón, que mas fácil era vigilarlas dentro
de un local determinado, que contenerlas en la zona ocu-
pada anteriormente; con la circunstancia de que perderían
el afecto á la antigua patria obligándolas á habitar otra
nueva, como sucedió. Tal ha sido el origen de la villa de
San Carlos, fundada en 17G2.
Cuando todo marchaba á tan satisfactorios resultados»
Cevallos paró las hostilidades por orden superior. Ha-
bía adherido España al tratado de París (10 de Fe-
brero de 17 03), en que Francia, Inglaterra y Hanóver
ponían fin á la guerra conocida por de los filete anos,
Francia cedía á España la Luisiania para indemnizarle de
las Floridas, que España cedía á Inglaterra en cíimbio de
IJBIIO II. — GOBIERNO DE VIANA
169
Cubil y Filipinas. Los portugueses volvían á entrar en
posesión de Colonia, que se les entregó el 24 de Diciem-
bre del mismo año, prohibiéndose todo tráfico comercial
con ellos. Los españoles quedaron en posesión de Río-
grande y todos los fuertes conquistados, haciendo valer
para ello el tratado de Tordesillas. Muy hábil debía ser la
diplomacia portuguesa ó muy inepta la española, para que
jamás se consiguiese en los tratados expulsar á Portugal
de la Colonia del Sacramento, fueran cuales fuesen los de-
sastres á que sus armas se vieran condenadas. Y siendo
como era aquella ocupación un hurto descarado, los espa-
ñoles contribuían á legitimarlo por efecto de la devolución
continua de la ciudad en cada uno de los pactos diplomá-
ticos que llevaban á cabo con Portugal.
Paradas las hostilidades de guerra, pudo Montevideo
proseguir en el logro de los progresos a que su Cabildo as-
piraba con tanto ahinco. Fue de los más proficuos, la pro-
posición de someterse á la ciudad que hizo el jefe indígena
Cumandat, acompañado de otros varios. Recibidos por el
Cabildo, con asistencia de Viana, hicieron allí sus propo-
siciones, sirviéndoles de intérprete el Maestre de campo de
Milicias D. Manuel Domínguez, muy perito en la lengua.
Parece que se quejaba Cumandat de que sus hijos estaban
en mucha necesidad y desabrigo en los pueblos de Misio-
nes, porque allí les miraban los otros indígenas de reojo,
á causa de no haberles auxiliado en la última guerra. Su
calidad de jefe principal, como acreditaba un despacho del
Capitán General de la Provincia, el deseo de la paz y el
malestar de sus hijos, eran parte de las razones que le mo-
vían á tratar para sí y sus gentes un establecimiento en
jurisdicción española, sin que mostraran repugnancia á
170
LIBRO II. — GOBIERNO DE VIANA
abrazar la fe cristiana (1). El Cabildo les replicó con
amabilidad y cortesía, regalándoles Viana algunos gene-
ros de vestir, y ellos se marcharon á noticiar de todo á
los suyos, quedando en la ciudad el caudillo D. José,
j)or tener su mujer en ella. Cumandat, á poco de llegar á
sus tolderías, cayó enfermo, y sus gentes fueron atacadas
de viruelas, sufriendo bastante. Esto retardó de nueve me-
ses la segunda entrevista con el Cabildo, teniendo después
una tercera, á la que asistieron en Marzo de 1 7 G3, además
de los jefes ya conocidos, otros cuatro, que eran el Salteño,
D. Lorenzo, D. Antonio y D. Manuel, oficiales de Comi-
ray; quien no se presentaba por estar á pie, según mandó
decir. Convínose en esta conferencia que los indígenas se
ubicarían con sus gentes en las altui’as del río Santa Lu-
cía. y que perseguirían en común con los españoles á los
malhechores de campaña.
Arreglado- este asunto, súpose que Viana, ya elevado á
brigadier, sería sustituido por D. Agustín de la Rosa,
provisto Gobernador de Montevideo. Con lo cual comenzó
Viana á dejar en orden todas las cosas relativas á gastos
de fortificación y preparativos militares que había hecho á
causa de la guerra contra los portugueses é ingleses, y pre-
sentó un cuadi*o minucioso de las erogaciones y varios do-
cumentos justificativos de ellas, que se leyeron y deposi-
taron en la sala capitular. Don Agustín de la Rosa llegó
por Abril de 1764 á Montevideo, y en 8 del mismo mes
se recibió del mando con las formalidades debidas ( 2 ).
( 1 ) L, C. de Montevideo: actas de 29 de Mario, 2 de Diciembre
de 1762 y 10 de Mar.io de 1763.
( 2 ) L. C. de Montevideo.
LIBRO TERCERO
LIBRO TERCERO
GOBIERNO DE LA ROSA
Don Agustín de la Rosa. — Especialidad de sus instrucciones respecto
á los indígenas y á la administración de justicia. — Manda levantar
una horca contra los malhechores. — El impuesto de alcabala. — In-
trigas de la Corte de Lisboa. — Los portugueses se apoderan de la
sierra de los Tapes y asaltan Río -grande. — Oposición contra los
jesuítas. — Instrucciones de la Corte para proceder á su expulsión. —
Bienes y efectos de los jesuítas de Montevideo. — Clamor que se
alza en Europa por la expulsión. — Resultados de ella en el Uru-
guay. — Nacimiento del tipo Gaucho. — Títulos de nobleza conce-
didos á los jefes indígenas. — Acrecimiento de la población de Mon-
tevideo. — Disensiones del Cabildo con los particulares. — Los por-
tugueses aprovechan el malestar de las Misiones. — Se introducen
en ellas á pretexto de pacificarlas. — Conducta de La Rosa en Mon-
tevideo. — Entr;^ con fuerza armada al Cabildo y prende á sus
miembros. — Es llamado por el Gobernador de Buenos Aires y re-
sidenciado. — Le sustituye interinamente Viana. — Carta de La Rosa
al Cabildo. — Proyecto de empréstito popular. — Nombramiento de
jueces comisionados en campaña. — La vara de Alguacil Mayor
puesta en subasta.— Restablecimiento de las escuelas de primera en-
señanza clausuradas desde la expulsión de los jesuítas. — Adopción
de la forma de pago en metálico á las tropas del Plata. — Funda-
ción de Paysandú. — Renuncia de Viana y su reemplazo por Pino.
( 1764 - 177 »)
Como ya se ha dicho, el coronel graduado D. Agustín
de la Eosa Queipo de Llano, teniente coronel del Regi-
miento de Galicia, tomó posesión del gobierno de Monte-
174
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
video en 8 de Abril de 17G4. Se le concedió esta gober-
nación por el mismo termino de cinco años y sueldo de
4000 pesos anuales asignados á su antecesor, con la cir-
cunstancia de que antes de tomar posesión del- empleo sa-
tisficiera, en una sola paga, 2000 pesos correspondientes al
derecho de la media anata por el cargo que había de gozar,
y tercera parte más por los aprovechamientos, si los hu-
biere. Mandaba sele atenerse en todo, para las funciones de
gobierno, á las cédulas y órdenes expedidas á Viana, y se
le daban especiales instrucciones en cuanto á la conducta
que debía observar con los indígenas, siendo ésta la pri-
mera vez que la Corte preceptuaba tal cosa para con los
del Uruguay.
Decíale el Rey: 1 ° que cuando fuese á la visita ordina-
ria de su jurisdicción, no había de obligar á los indios á
que le dieran bastimentos ni bagajes ; porque esto había de
ser voluntario en ellos, abonándoles el importe según el
justo precio y estimación de las cosas. 2 ° que había de
hacer padrón de los indios tributarios al tiempo de entrar
á servir este gobierno, en conformidad con la ordenanza
que hizo D. Francisco de Toledo, siendo Virrey del Perú,
y que de no verificarlo así, pagaría de su pecuho y el de
sus fiadores los tributos que por su negligencia ó mala ad-
ministración dejara de cobrar. 3.° habiéndose ordenado por
Real decreto de 28 de Mayo de 1751, que los repartimien-
tos arbitrarios y ruinosos de mercaderías y otros objetos
hechos por los corregidores y alcaldes mayores á los indí-
genas, se remediaran formándose juntas de personas res-
petables presididas por los Virreyes del Perú, Méjico y
Santa-Fe, para fijar en parajes visibles tarifas y aranceles
que determinasen las clases de mercaderías necesitadas, el
LIBRO III. — gobií:rno dk la rosa 175
precio y forma de pago, proliibiéíidoso absolutamente la
entrega de otros efectos no incluidos en las dichas tarifas;
se mandaba á La llosa tuviera esto presente al Axn'iíicar
repartimientos en su jurisdicción. 4.° se le prohibía abso-
lutamente sacar por ningún caso ni para ningún efecto, di-
neros de las cajas de comunidades de indios, como lo ha-
bían hecho algunos gobernadores, corregidores y alcaldes
mayores para emplearlos en sus tratos, granjerias y usos
propios, contraviniendo las leyes; declarándole, que si caía
el en parecida infracción, sería castigado muy de veras al
tiempo de su residencia (1).
Al lado de estas facultades para hacer el bien é involu-
cradas con ellas, se conferían otras de terrible alcance
al nuevo Gobernador: 1.'" se le autorizaba para oir y co-
nocer de todos los pleitos y causas, así civiles como crimi-
nales que hubiere; y tomar y recibir cualesquiera pes-
quisas e informaciones en los casos y cosas de derecho
permitidas, con facultad de nombrar lugarteniente, que
siendo español y letrado, debía ser aprobado por el Con-
sejo de Indias, y siendo americano por la Audiencia del
distrito ; mas en ningún caso podría ser hijo de la tierra.
2y para el uso y ejercicio de su empleo, cumplimiento y
ejecución de la justicia, se prevenía al Gobernador que de-
bían conformarse con el todos los vecinos y naturales de
su jurisdicción, obedeciéndole y cumpliendo sus órdenes y
las de sus tenientes; no poniendo ni permitiendo el que se
le pusiera impedimento alguno. S."" si entendiera convenir
al servicio del Rey ó á la ejecución de la justicia que cual-
quier ¡persona de su Gobernación saliese de ella para Es-
(1) L. C. (le Mo^ilcdfleo.
176
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA. ROSA
paña, se lo mandaría expulsándole; y al hacerlo podría
darle la causa de su determinación si lo juzgase aparente,
y de creer lo contrario, se la daría al Rey y al Consejo de
Indias por \da secreta. 4.® en las causas y pleitos de arri-
badas á los puertos americanos, contrataciones que en ellos
se hicieran, extravíos de plata ú otros géneros prohibidos, ó
sobre sacarse y llevar de unas partes á otras, autos ó expe-
dientes no terminados, podía admitir contra los culpables,
aunque fuesen gobernadores y ministros, testigos singulares
que depusiesen de diferentes hechos sin concordar en nada,
de tal suerte que siendo tres los deponentes y diversos los
hechos á que cada uno aludiera, se tuviesen jior bastante
y legítima probanza sus declaraciones ; sin obligarles á la
ratificación en plenario, por ser largas las distancias y ha-
ber otros impedimentos. Y que la sentencia, recaída había
de ser ejecutiva y se había de ejecutar aunque los senten-
ciados fuesen caballeros de las órdenes militares, capitanes,
soldados de cualesquiera milicias, oficiales titulares, fami-
liares de la Santa Inquisición, ministros de la Santa Cru-
zada, ú otros algunos no expresados, aunque tuvieren igual
ó mayor privilegio.
Con tales instrucciones, se comprende que el nuevo Go-
bernador traería el ánimo inclinado á medidas violentas;
y no brillando por punto general la prudencia en sus dic-
támenes, como después se vió, es llano que los mandatos
del Rey concurrían mejor á estimular que á dulcificar
su natural brano. Por entonces pululaba en la campaña,
particularmente hacia los distritos fronterizos, un séquito
respetable de fugados de los presidios del Brasil y de otros
puntos de América, cuyos hurtos inquietaban al vecinda-
rio, soliendo agravarse el mal con algunos homicidios, que
LIBRO III. — GOBIERNO PE LA ROSA
177
eran consecuencia de asaltos de aquellos malhechores á
ciertas propiedades, 6 de venganzas que tomaban para sal-
dar antiguas persecuciones. Una de las primeras medidas
de La Kosa, fue mandar construir una horca de firme para
inftindirles temor ( 1 ). Sin embargo, parece que el resul-
tado no se obtuvo, pues semejantes turbas no se conte-
nían con amenazas. Estaban acostumbradas á las empre-
sas de robo j saqueo, y constituían una manera de pobla-
ción militar que se gobernaba con jefes y no esquivaba el
encuentro de la tropa reglada, á semejanza de los antiguos
mamelucos de San Pablo, padrón y molde de todos los
malhechores de la America del Sur.
A las incomodidades y disturbios producidos por la ra-
pacidad de los malhechores de campaña, vino á juntarse la
imposición de tributos de que estaba dispensada la ciudad
por el acta de su fundación. Contábase en ese número la
alcabala ó sea el tanto por ciento cobrado por el Fisco so-
bre las ventas ó permutas entre particulares, cuya percep-
ción nunca se había verificado en obsequio á la cortedad
de medios de los colonos. Pero los oficiales reales que an-
daban al acecho de recursos para aumentar los del tesoro,
aunque fuera inconsideradamente, impusieron la contribu-
ción de alcabala sin intervención del Soberano, y procedie-
ron á su cobro con el rigor que les era habitual. Elevó el
Cabildo de acuerdo con el vecindario, una petición al Rey,
haciendo presente que Zavala había exceptuado á la ciu-
dad de aquel impuesto, en gracia á su pobreza; y que siendo
ósta notoria, solicitaban la exención del tributo, ó bien que
su producto se aplicase cuando menos á la fortificación
(1) De -María, Compendio, etc; r, xn.
Dom. Esp. — II.
12.
178
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
de la frontera, que sólo estaba resguardada por los fuertes
de Casupá y Santa Lucía. El Rey no hizo lugar á lo so-
licitado, y desde entonces quedó vigente la percepción del
derecho de alcabala.
Mientras esto pasaba en el interior, nuevas complica-
ciones surgían entre las cortes de Madrid y Lisboa res-
pecto del Uruguay. Los portugueses, como de costumbre,
comenzaban á producir incidentes diplomáticos á fin de
encontrar, por manejos indebidos, la compensación de los
reveses que les ocasionara el mal suceso de sus armas. Ya
se ha visto cómo Cevallos les desalojó de una parte de los
territorios usurpados, batiéndoles dentro de las fortificacio-
nes que construyeron para asegurar su dominio. En el tra-
tado que puso fin á'la guerra, España devolvió la Colonia,
reservándose, empero, el Río -grande de San Pedro y las
islas de Martín García y Dos Hermanas, que eran exclusi-
vamente suyas y sobre las cuales no se versaba disputa al-
guna. Sin embargo, en 6 de Enero de 1705, requirió ofi-
cialmente la Corte de Lisboa, por medio de su ministro en
la de Madrid, no sólo la entrega de Colonia, sinó de las islas
de San Gabriel, Martín García y Dos Hermanas, el Río-
grande de San Pedro con su territorio y los demás puertos
de que habían sido desalojados los portugueses durante la
guerra ( 1 ). Ante tan insólita requisición patrocinada por
D. Ayres de Saá y Meló, contestó el marqués de Gri-
maldi negándose á satisfacerla en la parte que violaba el
último tratado; y así creyó dejar compuestas las cosas el
ministerio español.
Pero la Corte de Lisboa tenía bastante para sus inten-
(1) Lnn'ariaga y Guerra, Apuntes históricos, q\jc.
UURO III. — GOHJERNO DE LA ROSA
179
tos, con la reclamación que había hecho. Salvada en do-
cumento oficial su pretensión, la reputó legítima, y desde
luego movió á sus tenientes del Brasil para que la llevasen
á la práctica. Gobernaba entonces el Kío de la Plata,
D. Francisco Bucarelli, sucesor de Cevallos, y afecto á con-
ducirse por los principios de una política llena de tem-
planza. Durante los primeros meses del año 176G, y con
motivo de sentir cómo se verificaba paulatinamente una
nueva invasión portuguesa en los territorios reconquista-
dos, insinuó por ocasiones repetidas al Virrey del Brasil los
inconvenientes que tal proceder suscitaría á la paz de las
dos naciones. El portugués contestó de acuerdo con la
táctica habitual de los suyos, oponiendo evasivas á las ra-
zones, y protestando el deseo de una paz perdurable con
España, para lo cual nunca omitiría su Gobierno sacrifi-
cios. Bucarelli le creyó, ó fingió creerle, haciendo gala de
esa conducta irresoluta que algunos confunden con la mo-
deración, y que cuando se ejercita en presencia de un ene-
migo audaz, sólo sirve para estimular su mala fe, en vez de
traerle á camino. Y así sucedió que Bucarelli fue burlado
cuando se lisonjeaba de que su acción pacífica y su con-
sejo sesudo habían podido infiuir en el ánimo del Virrey
del Brasil, mejor que una actitud resuelta y decidida.
Repentinamente aparecieron los portugueses campados y
fortificados en la sierra de los Tapes. Don José de Molina,
oficial comandante de aquel distrito, tenía sus tropas su-
blevadas por falta de pagamento, y la deserción era muy
grande; con lo cual estaba casi inhabilitado de oponerse á
los avances del enemigo. Sin embargo protestó del atentado
ante el comandante del fuerte de San Cayetano, quien con-
testó que pasase su protesta al coronel José Custodio de
180
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
Saá y Faría, jefe principal del distrito. Requerido enton-
ces Saá por Molina en 24 de IMayo, afectó estar ajeno á
todo, dando las mayores seguridades de bueiia amistad. A
raíz de estas seguridades, el 29 al amanecer, el coronel José
Marcelino de Figueredo, segundo de Saá, con 800 hombres
embarcados en varios buques menores que atravesaron bajo
una densa niebla á la banda del sur, se presentó ante la
villa de Río-gi’ande de San Pedro para tomarla por sor-
presa. Afortunadamente equivocó el rumbo, abordando al
pantano en que por la parte septentrional termina aquella
lengua de tierra, lo que ocasionó que le sintieran. En el
acto rompieron el fuego contra la flotilla portuguesa, una
batería de tierra, y la tartana de guerra San Nicolás, que
se hallaba accidentalmente á medio tiro de canón, obli-
gando á Figueredo á retirarse con bastante descalabro ( 1 ).
Esta novedad trastocaba los planes del Gobernador por-
tugués, y ponía en evidencia las intenciones de su Corte
Por más escaso de escrúpulos que fuera el gabinete de Lisboa^
no tenía en verdad mi pretexto pasable que aducir para pa-
liar esta violación de los más elementales principios del de-
recho público. Estando en paz con España y reposando
esa paz sobre las estipulaciones de un tratado que se ajustó
por avenimiento voluntario de ambas naciones, los portu-
gueses no podían alegar motivo alguno basado en el me-
nor fmidamento atendible. En este concepto, sabida que
fué la noticia en Lisboa, inmediatamente se anticipó aquella
Corte á expresar á la de Madrid el desagrado con que
veía la conducta de los oficiales portugueses de América,
pidiendo se expidieran de común acuerdo por ambos go-
(1) Larrañaga y Guerra, Apuntes históricos, etc.
IJBRO TU. — GOBIERNO DK LA ROSA
181
bioriios, ónloncs peroiitorius para reponer las cosas á su an-
tiguo estado. Fueron con efecto expcilidas las órdenes, tanto
por parte del Gobierno de Lisboa como por el de Madrid;
pero los portugueses siguieron su pacífica posesión de los
territorios y puntos estratégicos que acababan de usurpar.
También es cierto que un suceso de la más señalada importan-
cia vino á ocupar la atención del mundo civilizado, y distrajo
á España de sus recelos con respecto de los portugueses.
Era este suceso la expulsión de los jesuítas. Bien que
no se hayan puesto eu claro todaxáa las causas positivas
que impulsaron á la Corte de Madrid para proceder como
lo hizo contra los religiosos expresados, lo cierto es que por
entonces la Orden había caído en completa desgracia ante
los monarcas católicos. Desde 1754 comenzó en Portugal
una persecución cruel contra ella, persecución á cuyo
frente marchaba el marqués de Pombal, ministro de in-
fluencia decisiva en los consejos del Rey D. José I. Siguió
á Pombal en sus miras y planes, el duque de Choiseul, mi-
nistro de Luis XV en Francia, y fueron igualmente per-
seguidos allí los jesuítas con todo rigor. Mientras en Por-
tugal se les acusaba de fanatizar al pueblo, envolviéndo-
les en una conspiración de asesinato contra el Rey, que
e\ddenteraente no provocaron y que sólo conocieron des-
pués de efectuada, pero que costó la vida á muchos de
ellos y el destierro á todos, en Francia se les imputaban
iguales maquinaciones con idéntica injusticia; pero llegó
á probárseles que uno de los suyos, el P. Lavalette, había
hecho en la Martinica, negocios abultados comprometiendo
gi-andes capitales propios y ajenos en empresas de indus-
tria. Esta circunstancia empeoró en mucho la suerte de
los jesuítas franceses. Levantóse contra ellos una protesta
182
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
que SUS enemigos agriaron, resucitando todas las consejas
anteriormente urdidas, desde el negocio de Damiéns hasta
la coronación de Nicolás Ñanguirú, y con esto la expul-
sión vino en seguida.
Expulsos de Portugal y Francia, no lo fueron, sin em-
bargo, de España por entonces. Carlos III compartía con
los jesuítas idénticas ideas respecto del tratado de iNIadrid,
y la oposición de ellos á que se realizase aquel pacto, la
había él coadyuvado desde Ñapóles cuando era presuntivo
heredero de la corona de España, y confirmado cuando la
ciñó. Sabía por sus gobernadores y generales de América,
que la pretendida coronación de Nicolás I era una fábula
de mal gusto; y le constaba por una conducta acreditada
en más de un siglo de prueba, que la lealtad de los jesuí-
tas corría parejas con su abnegación en servicio de los in-
tereses de España en el Río de la Plata. Además, el Rey
no tenía ni mediano deseo de seguir las evoluciones po-
líticas dél gabinete de Lisboa, iniciador de la persecución;
y más bien lo llevaban del lado opuesto á aquel enemigo
eterno, sus principios, sus intereses y sus ideas. Así, pues,
por más que los partidarios del tratado de Madrid hubie-
sen atribuido la resistencia de las Misiones á manejos de
los jesuítas, y aun cuando diesen calor á estas versiones los
escritos de todo género que circulaban, Pombal y Choi-
seul, ó sus amigos en Europa y España, el Rey permane-
ció inalterable en su inacción respecto de la Orden, é hizo
quemar por mano del verdugo muchos de los libelos es-
critos contra ella.
Con todo, la persecución era tan acosadora, que apuró
los recursos más extremos y se aprovechó de todos los in-
cidentes. Imposible que cuando gran parte de los hombres
rjBRO rrr. — gobierno pe la rosa
183
se conjuran contra una colectividad, deje el resto de dar
asidero á las sospechas. El prestigio moral de los jesuítas
estaba minado por su expulsión de Portugal y Francia,
por la ejecución en el patíbulo de muchos de ellos, y por
la propaganda incesante de sus enemigos que se multipli-
caban en la prensa, con un fervor sólo igualable á la de-
sesperación. Por más que Carlos III protegiese la Orden
en España, no faltaban allí mismo enemigos encarnizados
de ella, unos por razón de intereses mundanos, otros por
veleidades de independencia religiosa, y los más por ese
desgraciado prurito que ataca los espíiátus débiles hacién-
doles cteer que el talento y la importancia están en razón
directa de la irreligiosidad y el descreimiento. Todas esas
pasiones ocultas, que fermentaban en silencio para estallar
cuando la ocasión fuera pro]3Ícia, tomaron pie de un inci-
dente trivial que afectó profundamente al Rey. Habíase
dedicado Carlos á reformar las costumbres españolas, y
una de las cosas en que puso mano fué la transforma-
ción de las capas y sombreros usados por el pueblo, y que
le habían chocado siempre. Ayudábale en este pensamiento
el ministro Esquilache, italiano de origen, y que aspiraba
de buena gana á que la reforma se realizase; pero el pueblo
de Madrid tomó á punto de honor el caso, y en 26 de
Marzo de 1766 se sublevó, obligando al Rey á retirarse á
Aranjuez, desde donde, pacificado que fué el tumulto por
los jesuítas, volvió para nombrar nuevo ministerio en que
entraron el conde de Aranda y el marqués de Grimaldi ( 1 ).
(ij En 2G de Marzo de 17 06 ~á\ceCveúnevL\Ji-Joly— entalló un albo-
roto popular en Madrid, tí cofisecuencia de ciertas reforman en el U'aje
español, y en el precie de los comestibles; reformas %yi'omovidas por el
184
LIBRO ni. — GOBIERNO DE LA ROSA
Los nuevos ministros, por punto general no eran afectos
á los jesuítas, y había algunos de ellos que les eran deci-
didamente adversos. Parece que éstos influyeron en el
ánimo del Rey para acentuar la sospecha que ya le traba-
jaba de que los jesuítas hubieran podido ser los autores
ocultos del alboroto contra Esquilache, á fin de darse la
satisfacción de contenerlo en público. Carlos III era muy
celoso de su autoridad y de su nombre, para que no le hi-
riese una denuncia semejante. Dicen que advertido el buen
efecto de esta trama, se urdió otra, llevando hasta manos
del Rey un Libelo que ponía en duda la legitimidad de su
nacimiento, atribuyendo el escrito á los jesuítas que desea-
ban el destronamiento de Carlos para sustituirlo por su
hermano el Infante D. Luis. Sea ello como fuere, la
verdad es que desde el motín de Esquilache, comenzó la
frialdad del Rey con la Orden, y esa frialdad siempre cre-
ciente, transformándose en hostilidad secreta, concluyó por
ser guerra mortal. Mientras esta transformación se veri-
ficaba, no hubo hecho alguno de importancia, acrimina-
ble á los jesuítas en los dominios españoles, por manera
napolitano marqnés de Esquilache, que había llegado á ser 7nin¿stro.
El Eey se vió obligado á retirarse á Aranjuez. La irritaciáti de los
ánimos iba en aumento, y pudo haber habido comeciiencias muy fu~
nesias, si los jesuitas, que tanta intlueneia tenían sobre el espíritu del
pueblo, no se hubieran arrojado en medio de la multitud amotinada y
con siis ruegos sofocado el tumulto. Los madrileños cedieron d las
instancias y amenazas de los PP., y quisieron, al separarse, darles
una muestra de su afecto. Por todos los ángulos de la capital resonaba
el grito de ¡citan los jesuitas' Carlos III, humillado por haber tenido
que abandonar su capital, y quizá más humillado aún, al ver que t/f-
bía la tranquilidad y el restablecimiento dcl orden en su corte á unos
cuantos sacerdotes, se volvió á Madrid. Fue recibido con tramportes de
alegría, c/c. — (J. Cretinejiu- Joly, Clemente XIV y los Jesuitas; cap ii.)
LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA 185
qtie todo induce á creer en el acierto con que se atri-
buye al motín aludido y á la denuncia sobre bastardía
del Key, la evolución de ¡deas á que fué impelido Car-
los por su carácter susceptible, reconcentrada y cavi-
loso. Fuó, por lo tanto, decretada en España la expulsión
como lo había sido en Francia y Portugal, pero la más
exquisita reserva presidió las medidas que asegurasen el
golpe por sorpresa á todos los jesuítas desde Madrid hasta
el Paragúay.
En 27 de Febrero de 1767 escribía el Key al conde
de Aranda lo siguiente: «Habiéndome conformado con el
parecer de los de mi Consejo Real, en el extraordinario
que se celebra con motivo de las ocurrencias pasadas, en
consulta de veinte y nueve de Enero próximo, y de lo que
sobre ella me han expuesto personas del más elevado ca-
rácter: estimulado de gravísimas causas, relativas á la
obligación en que me hallo constituido de mantener en su-
bordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras»
urgentes, justas y necesarias que reservo en mi Real ánimo*
usando de la suprema autoridad económica que el Todo-
poderoso ha depositado en mis manos para la protección
de mis vasallos y respeto de mi Corona: He venido en
mandar se extrañen de todos mis dominios de España é
Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes, á los religiosos
de la Compañía, así sacerdotes como coadjutores, ó legos
que hayan hecho la primera profesión, y á los novicios
que quisieren seguirles ; y que se ocupen todas las tempo-
ralidades de la Compañía en mis dominios, y para su eje-
cución uniforme en todos ellos os doy plena y privativa
autoridad, y para que forméis las instrucciones y órdenes
necesarias, según lo tenéis entendido y estimareis para el
186
LIBRO III. — OOBIERNO DE LA ROSA
más efectivo, pronto y tranquilo cumplimiento, » etc. ( 1 )
Tales eran las ordenes clel Rey, concisas y duras, como
que su resolución estaba formada, y nunca se echó atrás
de una resolución que concibiera.
Aranda, particularizándose en todos los detalles com-
prensivos de la ejecución de esta orden, decía á cada
uno de los funcionarios encargados de cumplirla en Ame-
rica : « Abierta esta Instrucción cerrada y secreta en la
víspera del día asignado para su cumplimiento, el eje-
cutor se enterará bien de ella, con reflexión de sus capítu-
los, y disimuladamente echará mano de la tropa presente
ó inmediata, ó en su defecto se reforzará de otros auxilios
de su satisfacción, procediendo con presencia de ánimo y
precaución, tomando desde antes del día las avenidas del
Colegio ú colegios, para lo cual el mismo, por el día ante-
cedente, procurará enterarse en persona de su situación
interior y exterior, porque este conocimiento práctico le
facilitará el modo de impedir que nadie entre y salga sin
su conocimiento y noticia. 'No revelará sus fines á per-
sona alguna, hasta que por la mañana temprano, antes de
abrirse las ¡)iiertas del Colegio, á la hora regular, se anti-
cipe con algún pretexto, distribuyendo las órdenes para
que su tropa ó auxilio tome por el lado de adentro todas
las avenidas, porque no dará lugar á que se abran las
puertas del Templo, pues este debe quedar cerrado todo el
día y los siguientes, mientras los jesuítas se mantengan
dentro del Colegio. La primera diligencia será que se
junte la Comunidad, sin exceptuar ni el hermano cocinero.
(l) Colección general de Docionentos relatlroit d la expulsión de los
je.sn¡ta.i (Madrid, 17G7; edic of).
UBRO irr. — GOBIERNO DE I.A ROSA
187
requiriendo por ello al Superior en nombre de S. M., ha-
ciéndose al toque de la campana interior privada, de que
se valen para los actos de comunidad; y en esta forma,
presenciándolo el escribano actuante, con testigos seculares
abonados, leerá el Real decreto de extrañamiento y ocupa-
ción de temporalidades, expresando en la diligencia los
nombres y clases de los jesuítas concurrentes, » etc.
Extendíase la instrucción en detalles de todo género re-
lativos á cumplir dentro de las 24 primeras horas la ex-
pulsión y embarque de los jesuítas, por caminos y puer-
tos que se indicaban, señalando para los impedidos por la
edad ó enfermedades, el depósito bajo custodia en algún
convento que no tuviera conexión de escuela ó regla con
la Orden expulsa. Y como si Aranda creyera haber olvi-
dado algo después de tanta minuciosidad, concluía así:
«Toda esta Instrucción providencial se observará á la letra
por los jueces ejecutores ó comisionados, á quienes que-
dará arbitrio para suplir, según su prudencia, lo que se
haya omitido y pidan las circunstancias menores del día;
pero nada podrán alterar de lo sustancial, ni ensanchar su
condescendencia, para frustrar en el más mínimo ápice el
espíritu de lo que se manda, que se reduce á la prudente
y pronta expulsión de los jesuítas, resguardo de sus efec-
tos, tranquila, decente y segura conducción de sus perso-
nas á las cajas y embarcaderos, tratándolos con alivio y
caridad, é impidiéndoles toda comunicación externa de es-
crito ú de palabra, sin distinción alguna de clases ni per-
sonas; puntualizando bien las diligencias, para que de su
inspección resulte el acierto y celoso amor al Real servicio
con que se hayan practicado; avisándome sucesivamente
según se vaya adelantando. Que es lo que debo prevenir.
188
LIBRO in. — GOBIERNO DE LA ROSA
conforme á las órdenes de S. M, con que me hallo, para
que cada uno en su distrito y caso se arregle puntualmente
á su tenor, sin contravenir á él en manera alguna. »
Se recibieron estas comunicaciones en Julio de 1767,
y fue señalado en Montevideo el 2 1 del mismo mes, para
la expulsión de los PP. y ocupación de sus temporalidades.
Todo se concertaba en el mayor silencio, cuando el arribo
conjunto de una embarcación con pliegos para el Goberna-
dor de Buenos Aires, noticiando haber quedado evacuada
de jesuítas la Península en Abril, reveló el misterio de lo
que se tramaba. Los de Montevideo comenzaron á dar algu-
nos pasos, para salvar lo estrictamente personal que les era
necesario en ocasión de un destierro tan violento. El Gober-
nador La Rosa, yendo de paseo encontró el día 5 de Julio
por la tarde á un paisano, que salía de la residencia de la
Orden con libros y papeles: le interrogó, averiguó el objeto
de sus dihgencias, y en el acto se puso en acción. Fué ro-
deada á las 10 de la noche la casa principal de los PP.,
arrestados éstos, y ocupadas sus propiedades. El día 12 se
encargó al teniente del Regimiento de Mallorca D. Félix
Pont, la conducción hasta Buenos Aires de los PP. Rivade-
neyra, Zuazagoitia y Boulet, quedando en Montevideo el
Superior Plantich, hasta el 31 del mismo mes, en que con-
cluyó de declarar todas las pertenencias de la Orden, averi-
guadas por inventario. Don Juan de Achucarro, encargado
de esta comisión, y en virtud del artículo 28 de sus instruc-
ciones, determinó que todos los útiles de la escuela de pri-
meras letras y aula de latinidad, pasasen á cargo de los PP.
franciscanos, á quienes se cometió su dirección ( 1 ). El nú-
(1) La Sota, liidoria del tcnitorio Oriental: ni. xi.
LIBRO Iir. — GOBIERNO DK LA ROSA
189
moro totol de jesuítas expulsos de las provincias del Kío
de la Plata fue de 3!)7 individuos, incluyendo los misio-
neros de Moxos y Chiquitos.
Los bienes de los jesuítas de Montevideo consistían en
un hospicio ó residencia situado en la plaza principal^
donde vivían el P. Nicolás Planticli, superior, el P. Benito
Riradeneyra, administrador de la Estancia grande, el
P. Juan Tomás Zuazagoitia, preceptor latino, y el H. Juan
Boulet, preceptor de primeras letras, con una librería de
más de 800 volúmenes, entre ellos el manuscrito del P.
Lozano. Nueve casas de alquiler en la manzana donde
tenían la iglesia. Dos cuadras de terreno sin poblar junto á
San Francisco. Dos cuartos de cuadra sin poblar junto al
muelle. Un solar de 17 varas de frente. Algunas varas de
sitio jmito al rastrillo de la fortificación. Una casa arrui-
nada en un sitio de 50 varas de frente e igual de fondo*
En extramuros tenían: la Estancia grande (N. Señora de
los Desamparados) en el rincón que forman los ríos de
Santa Lucía grande y chico, con 00,000 cabezas de ga-
nado. La Estancia de San Ignacio entre el arroyo de Pando
y Solís chico con 3,000 cabezas. Una suerte de estancia
en esta banda del primer Canelón, que se conocía por cha-
cras de San José. Una suerte sin poblar en el segundo
Canelón. Dos suertes de chacra en San Gabriel. Varias
suertes de chacra en Jesús María. Dos suertes de Estan-
cia en la rinconada de Chamizo. Sobre el Miguelete en el
Paso del Molino, el Oratorio de San Antonio y dos moli-
nos de agua. Y repartidos en todas estas propiedades, 44
esclavos de uno y otro sexo. De los bienes mencionados,
poco ó nada utilizó la Corona, pasando los más de ellos á
manos de particulares por tasaciones ínfimas, con lo cual
lüO
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
se construyeron fortunas pingües. Lo rcismo aconteció en
todas partes, lo que demuestra que el celo de muchos en
la persecución de los jesuítas llevaba por norte heredarles.
Luego que comenzaron á llegar á \o» Estados pon-
tificios los expulsos de España, y se supo que venían
en seguida los de América y Filipinas, levantóse un giito
de horror por todo el mundo católico. El Gabinete de Ma-
drid había sido inhumano, hacinando sobre barcos allega-
dos á toda prisa 6000 jesuítas españoles, y enviándoles á
los Estados romanos, de cuyos puertos fueron rechazados
porque la escasez de comestibles y la higiene impedía
aglomerar tantas gentes en pueblos mal preparados y po-
bres. Mientras los expulsos corrían así los mares en
busca de un local donde reposarse, diezmados como iban
por la epidemia y los sufrimientos de todo género, llegaron
hasta la Sede romana peticiones de palabra y por escrito,
ya del episcopado católico, ya de corporaciones y personas
sin distinción de clase, pidiendo por ellos. Clemente XIII
se dirigió á Carlos III inquiriendo las causas de la expul-
sión y comprometiéndose á ratificar la medida si resulta-
ban culpables los jesuítas, en una carta en que el Pontífice
revelaba su aflicción con estas palabras : « Con que vos
también, hijo mío (tu quoqne fili )n¡); vos, el Rey Cató-
lico, Carlos III, á quien amamos con todo nuestro cora-
zón, habéis llenado el cáliz de nuestros sufrimientos y su-
mido nuestra vejez en un torrente de lágrimas, que nos
precipitará á la tumba ! El piadoso Rey de España se aso-
cia á los que prestan su brazo, ese brazo que Dios le ha
dado para proteger su servicio, la honra de su Iglesia y la
salvación de las almas, á los que prestan su brazo, repito,
á los enemigos de Dios y de la Iglesia. » El Rey contestó:
LIBRO III. — GOBIKRNO DE LA ROBA
191
v^Pani excusar al mundo un grande escándalo, por siempre
guardará oculta en mi corazón la abominable trama que
ha motivado estos rigores. Su Santidad debe creerme sobre
mi palabra : la seguridad y el reposo de mi existencia exi-
gen de mí el más absoluto silencio sobre este asunto. » Y
así quedaron sin remedio estas cosas, que de suyo no lo
tenían ya.
La expulsión de los jesuítas tuvo efectos inmediatos así
en las poblaciones sujetas al dominio de aquellos re-
ligiosos, como en las que se extendían por su vecindad.
Desde luego se sustituyó para con los indios el gobierno
suave y paternal por autoridades despóticas y codiciosas
que mirando en las comunidades una mina de rica, pero in-
segura explotación, multiplicaron las faenas, descuidando
el vestido y alimentos de los infelices naturales. De aquí
primero que la deserción de los indios fuera numerosa, mer-
mando en una mitad la población de las Reducciones ( 1 ).
Pero como á los ftigitivos no les era dable fijar residencia
muy lejana, pasaron en su mayor parte á poblar las cam-
piñas de Montevideo y Maldonado, hasta entonces casi
yermas. La industria de estos nuevos pobladores, sus
aspiraciones al bienestar, y la posesión de su libertad,
estimularon sus esfuerzos en un sentido bastante lato. Do-
mesticaron muchos ganados cerriles, cultivaron tierras, hi-
cieron algunos ensayos en la navegación, y establecieron
un comercio permanente con las ciudades vecinas, que
daba lugar á cambios repetidos y á relaciones nuevas. A
este refuerzo inesperado se deben la mayor parte de nues-
tros progresos rurales, porque los nuevos habitantes que la
(1) Azara, Descrip é Ilíst etc; i, xm.
192
LIBRO III. — GOBIERNO DE lA ROSA
fortuna deparaba á las campiñas uruguayas traían el con-
tingente de una civilización hasta entonces desconocida en
ellas. Así también por una de esas compensaciones que la
marcha de las cosas humanas prepara eu el’ correr de los
tiempos, volvían á la patria de sus abuelos la mayor parte
de los descendientes de aquellos charrúas sometidos por la
fuerza y expatriados por la política, para formar en apar-
tadas regiones el núcleo ci^dlizado que ahora entraba de
nuevo en posesión de su primitiva tierra.
Este elemento, que á su condición civilizadora anadia la
propensión restituyente con respecto á la primitiva raza, tuvo
una influencia real en su conservación y desarrollo. Esca-
sos de mujeres los españoles y portugueses que vagaban
por nuestras campiñas, tomaron las suyas de entre los in-
dios civilizados, por manera que la población de los cam-
pos conservó el sello de su primer abolengo, ya por los
matrimonios de europeos con mujeres indígenas, ya por
las uniones directas de indios é indias que producían el
tipo puro de los primeros pobladores de la tierra. Como
acomtece á toda raza ñierte sometida al rigor de una vida
activa, el acrecentamiento de los individuos fuó necesaria-
mente rápido y las familias se hicieron largas. Pero la
vida habitual era expuesta, y llena de incomodidades. Gen-
tes de diversas procedencias y muchas de ellas de conducta
reprensible, como ser presidarios fugados de las cárceles
de España y Brasil, huían á los campos, en los cuales
se entregaban á cuanto les fuera permitido hacer en medio
de apartadas y ralas poblaciones donde no se conocía au-
toridad ni verdaderos elementos regulares de un vivir me-
tódico. Tal clase de hombres provocaba reyertas frecuen-
tes, porque eran forzosas en los casos menos pensados y
LIBRO JIL — GOBIERNO DE LA ROSA
193
así fue haciéndose costumbre la tolerancia con los que
ansiaban reñir, a fin de eviüxr por la prudencia lo que era
^ inevitable si no se establecían miramientos. Mas esta
tolerancia encaminada á establecer un respeto recíproco,
produjo halagadoras resultancias mezcladas á las más tor-
cidas nociones del deber social, pues si bien se hizo el
habitante de la campaña uruguaya hospitalario, generoso
y ajeno á toda curiosidad con respecto al que llamaba á
su puerta, fué al mismo tiempo indiferente á lo que le ro-
lden ba, hasta el punto de proteger de igual manera á un
hombre de bien que á un asesino, y sin prestarse jamás á
aprehender ó perseguir al mayor delincuente (1). De en
medio de estos elementos tan diversos, fué que nació el
gaucho.
El gaucho venía á ser el resultado de todas las fusiones,
y como el primer eslabón de la nueva y definitiva raza
que había de ocupar el suelo. Todo indica desde el día de
su presentación en la escena social, que por su carácter,
^costumbres y afecciones, se creía verdaderamente dueño de
la tierra. Sin embargo, los primeros gauchos no eran todos
uruguayos: se les llamaba indistintamente gauchos ó gua-
derios, y muchos de entre ellos componían el número de
los portugueses y españoles fugados de presidio, y refugia-
dos en el Uruguay merced á la tolerancia de los habitan-
tes de los campos. El nombre de gaucho era sinónimo, en
sus primeros tiempos, al de holgazán ó malhechor; después
se hizo extensivo á los que vagaban sin quehaceres fijos
provistos de una mala guitarra, entonando coplas ajenas
ó propias, y á los que sobresalían en las pendencias y la
(1) Azara, Descrip é Eist, etc; i, xv.
Dom, Esp. — II.
13.
194
LIBRO in. — GOBIERNO DE LA ROSA
galantería rústica de los desiertos. Lo numeroso de las fa-
milias permitía que no todos los varones se dedicasen al
trabajo, rudimentario de suyo en aquellos tiempos, y de
ahí que, estimulados por la facilidad de alimentación y la
simpatía inspirada por las hazañas personales, muchos se
sintiesen inclinados á la vida andariega, particularmente
los que se creían de sobra en su casa ( 1 ), No puede ne-
garse que la condición del país convidaba á una existencia
de ese genero, sobre todo á los que no sabiendo cómo em-
plear su nativa energía, vivían devorados por la necesidad
de la acción.
Mientras esto acontecía en la contextura de la sociedad
uruguaya, la Corte de Madrid, tal vez por suavizar el rigor
de las medidas adoptadas contra los jesuítas y captarse la
voluntad de los indígenas, había expedido quince días an-
tes de la expulsión de aquéllos, una Real Cédula conce-
diendo título de nobleza á los caciques de ambas Américas
y á los indígenas que no tuvieran mezcla de sangre. De-
claraba ese documento «la nobleza de los indios en el
grado que les correspondiese, pero con precisión de que
tanto los hijos de' cacicazgo que se consideraban como
hijos-dalgos y los otros indios que no tuvieran mezcla de
sangre, como la nobleza en general, para optar á los em-
pleos así eclesiásticos como ci\úles, debían poseer el idioma
castellano é instruirse en sus escuelas.:^ (2) Cuestión de
poca monta, para que nadie la tomase en serio. Si los ca-
ciques ó jefes indígenas así llamados, eran nobles de ori-
gen, no necesitaban la declaración del Gobierno español
(1) Lazarillo de Ciegos caminantes.
(2) La Sota, Bisi del ienitorio Oriental; m. XIL
LIBRO ni. — GOBIERNO DE LA ROSA
195
para ser tenidos en esa condición por sus gentes; y si no
lo eran, poco se mejoraban sus intereses con declararles
hidalgos. También eran hidalgos los fundadores de Mon-
tevideo, y no por eso se libraron de malos tratamientos,
vióndose pospuestos hasta en el lucro de las industrias
nnis modestas, cuyo ejercicio privilegiado daban los gober-
nadores á sus oficiales y sargentos; repartiendo los solares
y estancias entre los mismos.
Y ésta sí que no era cuestión de poca monta, pues im-
posibilitaba la vida de los colonos. Tan apretados llegaron
á estar con tal sistema los montevideanos, que en 31 de
Agosto de 1769 se dirigió el Cabildo al Rey, pidiéndole
ensanchase la jurisdicción de la ciudad á 20 leguas más;
por no caber ya en la jurisdicción antigua los pobladores,
ni poderse hacer mercedes de tierras á ellos y sus hijos y
á los que venían de España á aumentar el número de los
habitantes del país. A fin de conseguir esta gracia, orde-
naba también el Cabildo que « para mejor convencer á
S. M., se levantara el censo de la población, riqueza y exis-
tencias de la jurisdicción, » etc. (1) En efecto, Montevi-
deo tenía una jurisdicción harto pequeña para que pudiese
desarrollarse dentro de ella como cumplía á las exigencias
de su progreso, y habiéndose hecho en un principio el re-
parto de tierras arbitrariamente, más bien para proteger á
la guarnición militar que á los colonos, resultaba ahora
tocarse gran dificultad con motivo del aumento de la po-
blación y sus menesteres. Mas si por este lado el Cabildo
satisfacía los intereses generales con aplauso de todos, no
le faltaban por otro, acusaciones y malquerencias del gé-
(1) L, C, de Montevideo.
196
LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA
ñero de la que se dió á pocos días de verificarse la elección
de 1770.
Siempre habían sido motivo de disputa las elecciones de
capitulares; pero ahora comenzaban á serlo más, á causa
de la importancia adquirida por la corporación. Sobraban,
por otra parte, los descontentos, particularmente en la clase
inepta, contándose en el número aquel D. Pedro León de
Soto y Romero, asesor de Viana en el pasado gobierno, y
autor del oficio deprimente al Cabildo, que el Gobernador
tuvo la debihdad de firmar produciendo el conflicto histo-
riado en su lugar respectivo. Ahora, pues, el D. Pedro, no
encontrando de su gusto la elección verificada, tomó pie de
ello para insultar en público al Cabildo, poniendo tachas á
los electos y declarando que por la vara de Alguacil ma-
yor había regalado el titular una cantidad de dinero. Como
la versión llegase á oídos de los interesados, juzgó pru-
dente Romero parar el golpe con una retractación, y la
hizo en términos tales que mostraban la pequenez de su
espíritu. Declaró en una larga exposición, que lo dicho por
él respecto del Cabildo, había sido entre amigos « y en
todo sentido y eco de diversión y bufonada, » y alegó sus
muchos ser\úcios como defensor letrado y los merecimien-
tos á que ellos le hacían acreedor. Leída esta exposición
en la junta de 25 de Enero de 1770, el Gobernador La
Rosa, que estaba presente, ordenó á nombre del Rey : « no
se le confiase á Romero ningún papel perteneciente á la
ciudad, ó cosa de ella, en atención á la ofensa y desame
que le hace en el papel que el mismo Roníero ha presen-
tado á este Ayuntamiento el presente día. » ( 1 ) Por una
( 1 ) L. C. de Montevidf/).
I.IBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
197
siligularidatl chocante, este mismo La Rosa, que se mos-
traba enérgico defensor de la dignidad del Cabildo, ha-
bía de ser de allí á poco el más obstinado en concluir
con ella.
Perdíase, por lo pronto, con estas disidencias pueriles tan
frecuentes en las ciudades del Plata, un tiempo precioso
que apartaba de los negocios serios á todas las inteligen-
cias. Más astutos y avisados los portugueses y sabiendo
por experiencia cuál era el mal crónico de sus rivales, pro-
seguían en sus manejos dando gran calor al desarrollo de
su plan agresivo. Concluido el negocio de la expulsión de
los jesuítas, quedaron las Misiones en el trastorno que se
deja comprender, con lo cual aprovechó el lusitano aquella
situación para robustecer la suya en los territorios usur-
pados. El Virrey Azambuya hizo construir un nuevo fuerte
en Río -grande, y á pesar de los reclamos de la autoridad
española, tanto él como la Corte de Lisboa no apearon de
las evasivas que constituían su norma de conducta. Y era
tan descarada ésta, que el 21 de Abril de 1768 había sido
sentenciado á muerte y ahorcado en Lisboa el coronel
Osorio por haberse rendido prisionero á Cevallos en Santa
Teresa; mientras que el conde de Acuña y el coronel José
Custodio de Saa, instigadores de la última usurpación que
el Gobierno portugués había prometido castigar, no fueron
molestados en nada. A todo esto, reclamaba en vano la
Corte de Madrid, alegando la fe de los tratados y haciendo
presente la situación irregular en que la colocaba la de
Lisboa; mas esta última proseguía impertérrita su plan de
operaciones. Por un lado despojaba lentamente á España
de sus territorios en el Río de la Plata; y por otro acosaba
su comercio con la concurrencia de un contrabando activo
198
LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA
que tenía su cuartel general en la Colonia. Fatigado ya
el Gobernador de Buenos Aires de tantas agresiones, or-
denó un rigoroso bloqueo á la Colonia, estableciéndolo
con seis embarcaciones corsarias el teniente D. Nicolás
García.
Pero la imaginación de los portugueses, fértil en toda
clase de intrigas, urdió una nueva, que debía presentarles
como defensores de la religión y apóstoles armados de la
difusión de sus preceptos saludables. Comenzaron á fin-
girse compadecidos del abandono en que se hallaban los
indígenas de las Misiones, alegando ser un caso de con-
ciencia no evitar que se apagase en ellos aquel fuego
religioso fomentado por ministerio de la propaganda je-
suítica. Bin duda que nadie olvidaba haber sido el Go-
bierno de Lisboa quien dió la señal de la persecución de
la Orden en todo el mundo; pero los portugueses apa-
rentaban no saberlo, ó cuando menos estar arrepentidos
de ello en presencia de los males existentes. Inspirados,
pues, en tales ideas, corriendo este año de 1770 hicieron
partir de San Pablo, al mando de una expedición militar,
al teniente coronel Alonso Botello de Sampayo, con ánimo,
según hizo cu'cular por todos lados, de reducir nuevamente
los indios al yugo de la fe. Debe advertirse que ni los in-
dígenas se habían sustraído á semejante 3 ^igo, ni había
en las Misiones disidencia religiosa alguna que preocupara
los ánimos, pues todo se reducía allí á competencias de los
gobernadores con los nuevos curas doctrineros sucesores
de los jesuítas ; sin que la fe de los catecúmenos se hubiese
entibiado por estos altercados mundanos que en nada ro-
zaban el dogma ni las reglas del culto. Esto no obstante,
decidido siempre Sampayo á restituir á la Iglesia unos
LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA
199
hijos que no querían separarse de ella, dio comienzo á su
cruzada destacando al capitán Silveyra Peixoto como jefe
de vanguardia, para que entrase por la vía del Paraná á
tomar posesión de las tierras de los sedicentes infieles, pro-
cediendo luego á su conversión.
Mas, si Sampayo creía conciliable los menesteres de
su oficio con las funciones espirituales que el mismo se
atribuía, parece que no lo entendió de la misma manera el
Gobernador de las Misiones D. Francisco de Zavala, quien
poniéndose en armas inmediatamente, sorpi endió al jefe de
la vanguardia portuguesa, y los remitió á él y los suyos
presos á Buenos Aires, como infractores de los pactos
existentes y pertobadores de la paz ( 1 ). Sampayo, que
vió frustrado su plan en esta primera tentativa, se retiró
de la pretensión, pues contaba con que el desorden de
las Misiones y el pretexto religioso aducido, hubieran sido
motivos bastantes para dejarle tomar posesión en alguna
parte. Pero siendo esta intentona una nueva violación de
los tratados, precisamente cuando se discutía la conducta
del Virrey del Brasil asaltando á Río -grande y posesio-
nándose contra todo derecho de la Sierra de los Tapes,
Sampayo acentuó más que nunca la ostentación de los
motivos religiosos que le habían movido á invadir las
Misiones, y se marchó, no en aire de soldado batido, sinó
como filósofo que en el momento de prestar un gran ser-
vicio es desdeñado por aquel mismo á quien va á hacer el
bien. Y aquí concluyó esta emergencia, en que los portu-
gueses se presentaron á usurpar tierras bajo la faz de mi-
sioneros, único papel que les faltaba desempeñar después
(1) Funes, Ensayo^ etc; ni, v, xi.
200
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
de haber sido mamelucos, colonos militares, soldados, di-
plómatas y agentes secretos.
El Gobernador de Buenos Aires, aun cuando recono-
ciese que la expedición de Sampayo tenía.gu parte cómica,
no dejaba de comprender como ella constituía en el fondo
una amenaza de grandes disturbios para el porvenir. Nunca
ponían mano los portugueses en los negocios del Plata sin
que su actitud seria ó ridicula, según cuadrase á sus pla-
nes de momento, no redundara para España en manantial
de sinsabores. Así fue que en previsión de mayores da-
ños, se preparó aquel Gobernador contra cualquiera ase-
chanza. Envió 300 correntines en auxilio del de Misiones,
reforzó los puestos de Río Grande y el fuerte de Santa
Teresa con soldados, víveres y municiones; y expidió ór-
denes de estar sobre aviso á los comandantes de Maído-
nado, Ensenada, Malvinas y Montevideo, porque además
de la. agresión portuguesa se temía la de los ingleses, sus
aliados. Con esto pudo obtenerse un poco de tranquilidad
en los negocios internacionales, ya que en los internos no
era posible, á lo menos en el Uruguay, donde el Go-
bernador La Rosa antes de su caída se hacía notable
por la violencia de carácter y lo condenable de sus ma-
nejos.
Era La Rosa uno de esos indi^^duos que sin méritos
para gobernar se había granjeado protectores que adelan-
taban su carrera y sostenían su autoridad contra todas las
conveniencias. La Corte le había elevado en poco tiempo
hasta el empleo de brigadier, y el Gobernador de Buenos
Aires no le había opuesto contrariedad alguna en el des-
arrollo de sus operaciones guberiiumentales. Sin embargo,
La Rosa mandaba de un modo arbitrario y se valía de
LIBRO III. — GOBIERNO BE JA ROSA 201
imnlios reprobados para adquirir riquezas. Á pesar de la
arrogancia con que comenzó su gobierno, levantando una
horca contra los malhechores, el interior del país estaba in-
festado de ellos, sin que los alardes del Gobernador hubie-
sen puesto el menor correctivo á tanta desgracia. Por otra
parte, sus planes codiciosos le inducían á buscar cómpli-
ces, ]>or lo cual intentó corromper á algunos, ensayando la
coacción para proveer ciertos empleos públicos con sus
hechuras. El Cabildo sobre todo fue blanco de sus ata-
ques, y al iniciarse la elección de 1771, La Rosa abrió
una campaña formal para hacerse de influencia en los con-
sejos de aquel cuerpo que siempre se había distinguido por
su amor a la libertad y por su honradez en el manejo de
los caudales públicos. Al efecto, llamó á su casa el día an-
tes de la elección de nuevo Cabildo, á varios miembros
de la corporación con quienes le ligaban amistades, y des-
f>ues de muchos ruegos, escribió él mismo de su mano en
las boletas que habían de arrojarse á la urna, los nombres
de los individuos cuya elección deseaba, y las entregó á los
que debían votar (1).
Al día siguiente, que era el de la elección, se reunió el
Cabildo para proceder á ella, faltando el Alférez Real que
desempeñaba una comisión de importancia. La Rosa, á
pretexto de presenciar la ceremonia, se trasladó con fuerza
armada á la casa del Cabildo, y después de rodearla de
tropa, penetró en la sala capitular acompañado de sus ayu-
dantes. Iba, como naturalmente se ve, en son de hostili-
dad; porque nadie había desconocido su derecho de pre-
senciar las deliberaciones del Cabildo, y era, por lo tanto.
íl ) L. C, de Montevideo,
202
LIBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
inútil aquel aparato. La corporación, empero, no dió mues-
tra de extra ñeza ni significó su descontento por tan inusi-
tado proceder, y comenzó el acto de la votación con la re-
gularidad de orden. Verificado el escrutinio, resultaron re-
electos D. José Mas de Ayala para Alcalde de voto,
D. Luis Ximénez de 2.° voto, y para Alcalde provincial
D. Juan Esteban Duran. Inmediatamente se alzó La Rosa
contra aquel resultado que contrariaba sus miras, pro-
testando que la reelección era contraria á las leyes. Dijo
que había gentes cristianas y de paz á quienes elegir en
la ciudad, é inculpó al Cabildo de haber despachado al
Alférez Real con el fin de ganar la abstención de su
voto, que sabía serle contrario. Todo esto expresado con
calor y salpicado de amenazas, transformó la alegación
en una disputa en que los dicterios se cruzaron de parte á
parte.
Los miembros del Cabildo rechazaron las inculpaciones
que el Gobernador les hacía, y le replicaron acusándole de
haber puesto en juego influencias ilícitas para conseguir
una elección á su gusto. Los Alcaldes de 1." y 2,® voto y el
Alguacil Mayor, sobre todos, afearon á La Rosá su con-
ducta, protestando de la injuria que hacía al Cabildo con
sus acusaciones y negando que tuviera derecho de imponer
allí su voluntad, en acto privativamente reservado á la
corporación. Entonces, ciego de cólera el Gobernador, or-
denó á uno de sus ayudantes que prendiese á los dos al-
caldes y al Alguacil, quienes dijeron que, aprehendidos ellos,
lo estaba todo el Cabildo. Pero La Rosa, en vez de cal-
marse con este raciocinio, se enfureció más, extendiendo la
orden de prisión á todos los presentes, y marchándose
luego. No se podía expresar con mayor violencia el deseo
IJBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
203
do ser iiicondicionnlinente obedecido, y a la verdad que La
Eosa sobrepasaba a aípiollos primeros comandantes do
Montevideo, quienes, si habían amenazado con prisión al
Cabildo, nunca se atrevieron á hacer buena la amenaza. Y
tan rudo le pareció el acto al mismo Gobernador, que pocas
horas después revocó la orden general de prisión, limitán-
dola á los dos alcaldes y al Alguacil, temeroso tal vez de
que en el escrito de apelación para ante el Gobernador de
Buenos Aires, que ya hacía el Cabildo bajo las inspiracio-
nes de D. Pedro León de Romero y Soto, terciador obli-
gado en toda querella, resaltasen de sobra los motivos de
injusticia que habían guiado su conducta.
El Cabildo, en efecto, se dirigió al Gol)ernador de Bue-
nos Aires, exponiendo la injusticia de los tratamientos de
que era ^^ctima, y la futilidad de los pretextos en que ba-
saba La Rosa su proceder. Alegó que la reelección no ha-
bía sido jamás motivo de controversia para tachar á los
electos, y adujo pruebas que justificaban esa opinión. Sin
que nadie se diera por agraviado, en 1743 había sido re-
electo para Alguacil Mayor D. Luis Enrique Maciel, que
desempeñó el cargo por dos años, y en 17G0 lo fue igual-
mente D. Lorenzo Calleros para el mismo empleo y por el
mismo tiempo. En 17G1 había sido electo para Alcalde de
voto D. José Mas de Avala, que ahora se veía violen-
tado por el Gobernador, siendo reelecto sin inconveniente
en 1763; y en 1768 volvió á reelegírsele para igual em-
pleo en compañía de D. Jaime Soler, D. Pedro Rada,
D. Manuel Duran y D. Antonio Valdivieso, respectivamente
reelectos Alcalde de 2."" voto, Alguacil Mayor y Deposita-
rio general. Por último, D. Joaquín de Vedia y la Cuadra,
que era Alcalde de 2.^^ voto en 1766, fue reelecto para
204 IJCÍBRO III. — GOBIERNO DE LA. ROSA
Procurador general en el siguiente año ( 1 ). Estas razones
tenían de suyo bastante peso para influir en cualquier
ánimo despreocupado de malevolencia, porque aun cuando
las leyes se opusieran á la reelección, las costumbi*es la
habían sancionado; y no era una actitud tal la del Cabildo
al reelegir tres de sus miembros, que mereciese el vejamen
inferido por La Posa.
Así las cosas, temiendo el Gobernador las resultas de
este asunto, comenzó á meditar en su conducta pasada, y
tentó algún acomodamiento con el Cabildo, escribiéndole
« que le exhortaba, requería y mandaba en nombre del Rey
á cesar en el injusto tesón que le movía. » Pero el Cabildo,
firme en sus propósitos, esperaba la sanción de su conducta
de boca del Gobernador de Buenos Aires, á quien había
apelado; y La Rosa, no teniendo seguridad del triunfo»
y temeroso de que el último escándalo trajese á memo-
ria sus anteriores desperfectos, perdió toda serenidad de
ánimo, entregándose á verdaderos desvarios. Como el flaco
de su conducta estaba en la mala adquisición de riquezas
que había hecho, puso por oíbra resarcii’ en lo posible á los
damnificados, para captarse su simpatía en el trance ac-
tual; pero lo hizo de una manera tan insólita y con proce-
deres tan bruscos, (jue, en vez de conseguir su objeto, au-
mentó la ojeriza que le perseguía. Emió á casa de los ex-
poliados agentes suyos para restituirles aquello de que les
creía acreedores, con lo cual, confesando sus indignos ma-
nejos, no lavó la culpa que declaraba (2). Todo esto lo
supo D. Juan José de Vertiz, Gobernador de Buenos Ai-
(1) L. C, de Monlerideo.
(2j Fuaes, Ensauo, etc; iir, v, xi.
LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA
205
res, y como se deja comprender, tomó las medidas que el
caso requería.
En oficio de 8 de Enero, recibido el 15 en Montevideo,
comunicó al Cabildo que prevenía á La Rosa pusiera en
libertad á sus miembros para que el público no careciese
de la administración de justicia, y ellos pudieran, libres de
esa incomodidad, propender al beneficio comuji en que
como de su obligación tanto se interesaban. » En cuanto
á los miembros excluidos, que eran tres, el Gobernador de
Buenos Aires disimulaba el caso contrayéndolo á uno solo
en estas palabras: « noto que en no confirmar ese Gober-
nador á D. José Mas, electo Alcalde de voto (que es
el único á quien expresamente excluye ), procede conforme
á la ley 9 del tít. 3.°, libro 5.® de Indias, que ordena no
puedan ser reelegidos los Alcaldes ordinarios en los mis-
mos oficios, hasta haber pasado dos años después que de-
jaron las varas. » Y por último, después de dar esta satis-
facción al Cabildo, la daba más amplia á la vindicta pú-
blica separando del gobierno á La Rosa y sustituyéndole
interinamente por Viana, en los siguientes términos, tan
lacónicos como expresivos: « Conviniendo al Real servicio,
el que el brigadier D. Agustín de La Rosa, Gobernador
de esa plaza, pase á esta ciudad, he ordenado ocupe inte-
rinamente este empleo el mariscal de campo D. José Joa-
quín de Viana, quien tiene acreditadas su conducta, inte-
gridad y demás circunstancias que le hacen recomenda-
ble. » (1) Pocas veces se dió una solución más pronta y
equitativa á negocio tan grave, en estos dominios y por
aquellos tiempos.
(1) L. C. de Montevideo.
206 LIBRO m. — GOBIERNO DE LA ROSA
Vigorizada la acción del Cabildo por el sesgo que había
tomado su reclamo, comenzó á insistir en el deseo de que
se apurasen los cargos contra el Gobernador dimitido.
Aglomeró pruebas y las envió á Buenos Aires, aprove-
chando el juicio de residencia abierto á La Besa, en el cual
suponía que habían de aquilatarse todos los testimonios
contra los impuros manejos y violencias del encausado. El
Gobernador de Buenos Aires defirió á lo que el Cabildo pe-
día, haciéndole sentir que la instauración del juicio se veri-
ficaba por acceder á sus deseos; y comenzó la tramitación del
caso. Pero un juicio de esta naturaleza, con gastos de curia
avaluados por los aranceles del gobierno colonial y con
procedimientos extraídos de las leyes de Indias, debía ser
largo y dispendioso. No dejó pasar mucho tiempo el es-
cribano que había actuado en Montevideo sin pedir el pago
de sus emolumentos, de lo cual dio cuenta el Cabüdo á
Buenos Aires; imitando allí los curiales interventores en
el proceso, la conducta de su cofrade de acá. De esto pro-
vino que se comenzara á notar lo abultado de los gastos,
y D. Juan José de Vertiz, mirando por el erario de su Go-
bernación, escribió en 14 de Diciembre de 1771 al Ca-
bildo, pidéindole que abonara las costas de un proceso
realmente instruido á solicitud suya. Y estando en lo ra-
zonable Vertiz, pero más alcanzado que todos el Cabildo,
respondió éste en 20 de Diciembre: «que defería el pensar
á los más adecuados medios y arbitrios, mediante los cua-
les j^udiera venir á efecto la satisfacción del monto de las
referidas costas. » ( 1 ) Con lo cual prosiguió el juicio, sin
que las costas se abonasen en el momento del reclamo.
\) L. C. de Mont&üideo.
LIBRO IIL — GOBIERNO PE LA ROSA
207
Sin embargo, contra todo lo que se esperaba, La Kosa
no fué castigado como merecía. Sus influencias en la Corte
eran bastantes para ecliar tierra en el asunto, así es que se
consideró allí que la pérdida del empleo lo compensaba
todo. El mismo La Rosa se encargó de comunicarlo desde
Buenos Aires al Cabildo un año después, en el siguiente
oficio que merece transcripción íntegra por la cínica satis-
facción que respira : « En consecuencia de las órdenes de
S. INL que se han comunicado á este Gobierno, me hallo
expedito para poder regresarme á España libremente
cuando me parezca, estando ya terminados los litigios que
sin jurisdicción alguna se me fulminaron ; sin embargo de
que al tiempo de mi ingreso en ese Gobierno di las fianzas
correspondientes para mi Residencia, he resuelto subro-
garlas con D. José Blas de Gainza, vecino de esta ciudad
y sujeto de conocido abono, cuyo documento que ha otor-
gado incluyo á V. S. por el señor vicario de esa ciudad,
para que mereciendo su aceptación se sirva mandar en-
viarme la certificación necesaria que lo acredite; y chance-
lar la anterior escritura de mi fiador D. Manuel Durán,
noticiándoselo á sus herederos para que les conste la sol-
vencia de este reato. Cuando haya de partir para España,
pienso hacerlo conduciéndome de la lancha que me saque
de esta ciudad á bordo del paquebot-correo de que es ca-
pitán D. Cayetano Antúnez y está en ese puerto, por cuya
razón no saltaré ahí en tierra. Lo que noticio á V. S., á
fin de que si tuviere que prevenirme asunto en que pueda
complacerle, lo ejecute seguro de mi buena ley. » ( 1 ) Era
todo lo que podía esperarse, que La Rosa se vendiera por
(1) Oficio de La Rosa al Cabildo (en los L. C.).
208
LIBRO III. — GOBIERNO LE LA ROSA
hombre de buena ley, á una corporación cuyos miembros
había vejado con el designio de apropiarse los caudales
públicos.
Mientras este ex Gobernador se marchaba libre de culpa
y pena para su país, Vi ana se ocupaba de atender á las
exigencias de la situación internacional. En 16 de Febrero
de 1771 se dirigió al Cabildo, notificándole que por lo
agotado que se hallaba el erario y la necesidad de socon*er
al Rey con recursos positivos para el caso de una ruptura
con las naciones extranjeras, se hacía imprescindible imi-
tar la conducta de Buenos Aires, que había levantado un
empróstito popular á fin de subvenir dichas urgencias.
Pero conociendo el Gobernador la pobreza de la ciudad y
su jurisdicción, que no la permitían acercarse á las gene-
rosidades de que en su opulencia podía alardear la capital
vecina, j)roponía el arbitrio de que cada individuo de esta
Gobernación concurriese con lo que le fuera posible á la
carga común. Convenido el Cabildo en ese propósito,
aceptó á indicación del Gobernador nombrar á D. José
Mas y D. Bruno Muñoz para que fueran « de casa en casa
y de tienda en tienda á recoger los donativos voluntarios;»
ó indicó por su parte á D. Fernando José Rodi’íguez,
D. Juan Angel de Llanos y D. Juan de Chavarría, para
que siguiesen igual proceder en la campaña (1). Ya se ve,
pues, cómo andaría de apurado el tesoro Real, cuando se
apelaba á estos medios.
Había propuesto Viana, conjuntamente con esta medida,
otra de orden interno, enderezada á garantir la seguridad
de la campaña que era víctima de homicidios y robos cada
(!) L. C. de Montevideo.
IJBRO III. — GOBIERNO DE LA ROSA
209
VOZ mas considerables. En este sentido, el Gobernador
pedía a) Cabildo se reuniese á deliberar sobre la materia,
y en 20 de Febrero se reunió la corporación en cabildo
abierto para considerar !o propuesto, que se reducía al
nombramiento de jueces comisionados con facultad de
proceder á manera de lugartenientes del Gobernador para
vigilar la conservación del orden y la compostura de las
disensiones entre los vecinos. Asistieron á aquella junta
extraordinaria los miembros que habían pertenecido á los
cabildos de 17C9 y 1770. De las opiniones cambiadas re-
sultó acordarse la división en 8 pagos de la campaña de
Montevideo, nombrándose juez para el Miguelete á D. Ro-
que Burgués; para Piedi*as y Colorado, á D. Lorenzo del
Valle; para Canelones y costa de Santa Lucía de esta
banda, á D, Roberto Calleros; para Santa Lucía chico,
Pintado y arroyo de la Virgen, á D. Juan Angel de Lla-
nos; para Carreta -qviemada, Chamiso y costa de San José,
á D. Juan de la Cruz; para Sienra y Toledo, á D. Pedro
Garrido; para Sauce, Solís y Pando, á D. Antonio de la
Torre; y para Tala y Santa Lucía arriba, á D. Juan de
Pessoa (1). Este fue el origen de los actuales comisarios
de campaña.
Pero con todo, la pobreza era grande en las arcas del
tesoro, y los apuros de la Corte cada vez más considera-
bles. A la sombra de estas necesidades, se extendió tam-
bién por el Uruguay el oprobioso sistema de vender los
empleos de justicia á quien más diera. Don Francisco de
Lores se había presentado el año 1771 al tribunal de Real
hacienda de Buenos Aires, ofreciendo comprar la vara de
{!) L. C. de Montevideo.
Dom. Esp.— II.
u.
212
LIBRO UI. — GOBIERNO DE LA ROSA
este negocio, si las crecidas sumas adeudadas á que aludía
hubieran sido conocidas de los jesuítas en tiempo opor-
tuno ( 1 ). Con todo, era de presumirse, y así lo pensó la
junta municipal, que tanto número de eíftencias repletas
de ganados y tantas fincas y terrenos como se inventaria-
ron al día siguiente de la expulsión, darían de sobra una
vez vendidas para restar de ellas el originario legado de
10,000 pesos. Mas no habiendo sucedido así, el Cabildo se
conformó con lo que pudo obtener, que fue la ocupación de
la Kesidencia ó casa central de los jesuítas, donde reinstaló
las escuelas, proveyéndolas de profesores secular es de lati-
nidad, gramática y primeras letras. El sueldo de los maes-
tros se cubrió con la renta pública y la cuota de los edu-
candos acomodados, puesto que los pobres no pagaban
nada. Y merced á esto, pudo recomenzarse desde el año
1772 la difusión de la enseñanza, suspendida desde 1767
con grave perjuicio de la ciudad.
A poco de tomarse esta medida, fue adoptada otra no-
vedad de distinta clase. Era costumbre en el Río de la
Plata, pagar á los soldados con géneros de abasto, no dán-
doles ninguna gratificación pecuniaria ; lo que se hacía fá-
cil mientras las guarniciones militares fueron pequeñas, por
ser corta la cantidad de numerario circulante y mayor la
de efectos de abrigo. Pero las circunstancias de guerra
en que se hallaba la monarquía, impusieron un aumento
progresivo de tropas en estos dominios, á lo cual se juntó
( 1 ) En el archivo ílcl CahUdo de Montevideo cxi.'fte un inventario
f&i'mado por los Jesuítas y secuestrado por la autoridad española ni el
acto de la expulsión, donde se ve (}ue las jtequeñisinias deudas de los
PP., estaban compensadas por una infinidad de créditos de individuos
á quienes hahian prestado dinero y efectos.
LIBRO m, — GOBIERNO DE LA ROSA
213
la persecución con que las flotas inglesas hostigaban á las
españolas mercantes, conductoras de mercaderías. Esto in-
virtió totalmente los términos de la dificultad, haciendo
que fueran más caros los géneros de abasto que el nume-
rario ; de manera que el tesoro comenzó á resentirse de los
sacrificios impuestos por el sustento de los soldados en
aquella forma. Hizo presente el Eey al Gobernador de
Buenos Aires que se requería mi remedio para el caso, y
no tardó Vertiz en hallarlo, ordenando que en vez de los
géneros de costumbre, se dieran 8 reales por mes á cada
soldado y 16 á los oficiales (1). Para el efecto, D. José
Francisco de Sostoa, Oficial Real, pasó á Montevideo con
50,000 pesos, formando la caja destinada á ese fin en el
Uruguay.
Por estos tiempos se suscitó una ruidosa competencia
en el país, que dió margen á la fundación de la actual
ciudad de Pay - Saiidú. El progreso agro-pecuario desarro-
llábase grandemente á una y otra banda del río Negro,
siendo tal, que en Abril de 1772 se exportaban por el
puerto de Montevideo 9,000 fanegas de trigo, aumentán-
dose los ganados á punto de confundirse los de una juris-
dicción con los de otra. En las reparticiones geográficas qué
por entonces dividían al país, el río Negro era el límite que
separaba á los llamados orientales ó habitantes del Sud y
Este, de los llamados misioneros que ubicában al Norte;
y como los ganados de unos y otros se confundiesen, al
mismo tiempo que sus plantaciones se acercaban dema-
siado, vino el pleito sobre quién era propietario de los te-
rrenos situados entre los ríos Yí y Negro. La resolución
( 1 ) L. C, de Montevideo.
214
LIBRO Iir. — GOBIEBNO DE LA ROSA
fue favorable á los orientales, y entonces los de IMisiones,
con el objeto de afirmar su jurisdicción y fijar en el Norte
sus ganados, destinaron á fines de 1772- al Corregidor
D. Gregorio Soto con 1 2 familias, que acompañadas del Pa-
dre Sandú su doctrinero, se situaron en el local donde hoy
asienta la ciudad capital del Departamento de su nombre.
Y éste fue el origen de la ciudad de Paysandú, fundada
con familias indígenas.
Entre tanto, la salud de Viana, muy alterada desde
tiempo atrás, se había agravado con las atenciones del
gobierno; y en junta de facultativos, le fue prescrito que
abandonase toda ocupación seria para dedicarse exclusiva-
mente á su restablecimiento: Viana adolecía de la enfer-
medad que de allí á poco debía matarle. En consecuen-
cia, pidió y obtuvo del Gobernador de Buenos Aires licen-
cia para abandonar el mando, designándosele por sucesor
al teniente coronel D. Joaquín del Pino, ingeniero en jefe
de estas provincias ( 1 ). Pino estuvo varios días á la es-
pera de instrucciones especiales, pues las poseídas sólo le
prescribían obedecer las de su antecesor y evitar el contra-
bando; mas viendo que Viana mismo le aconsejaba ocupar
el poder con cargo de pasarle luego las instrucciones rela-
tivas, se decidió, recibiéndose del gobierno en 10 de Fe-
brero de 1773.
Aquel acto puso fin á la vida publica de Viana, tan
accidentada y proficua durante su desarrollo entre iiosotros.
Primer Gobernador de Montevideo, el país le debe benefi-
cios positivos en orden á su progreso material. Fundó las
ciudades de Salto y Maldonado, extendió la jurisdicción
(1) Z/. C. (le Montevideo.
LIBRO CUARTO
Don Joaquín deu Pino
3 .*'“ GOBERNADOR DE MONTEVIDEO
J
LIBRO CUARTO
GOBIERNO DE PINO
Estado de guerra. — Primeras medidas económicas de Pino. — Su con-
ducta con los indígenas sometidos. — Los portugueses son arrojados
hacia el Yacuy. — Órdenes para reforzar las fortificaciones de Mon-
tevideo y Maldonado. — Real Cédula ampliando la libertad de, co-
merciar. — Don José Francisco de Sostoa, primer Oficial Real. —
Penalidad contra el abuso en los testamentos. — Confirmación del
nombramiento de Pino. — Los portugueses se apoderan del Río-
grande.— Creación del Virreinato del Río de la Plata. — Expedi-
ción de Cevallos. — Rendición de Santa Catalina y Colonia.— Fun-
dación del Rosario. — Demolición de Colonia y dispersión de sus
pobladores.— Tratado de S, Ildefonso, — Reglamento llamado de
libre comercio. — Ojeada sobre el sistema prohibitivo. — Ideas del
marqués de la Sonora. — Progresos demográficos. — Distritos de Pie-
dras, Víboras y Espinillo. — Los párrocos colonizadores. — Funda-
ción de Guadalupe, Pando y Santa Lucía. — Ensanche de Montevi-
deo.— El Padre de los pobres.— Violencias de Pino. — Don Juan
Antonio de Haedo y D. Domingo Bauza. — Prisión de ambos y su
protesta. — El Rey los absuelve y multa á Pino. — Inmigración es-
pañola. — Fundación de San José, y Minas. — Paz con Inglaterra,
— Reconocimiento de la Independencia de Estados Unidos. — Lo
que pensó el conde de Aranda al respecto. — Demarcación de la
nueva frontera con el Brasil. — La Administración de Correos. —
Don Francisco Medina y sus empresas comerciales. — Una industria
nueva. — Maldonado erigida en ciudad. — Ampliación de los límites
del Gobierno de Montevideo. — Muerte de Carlos III. — Expedición
científica de Malespina. — Tejada sucede interinamente á Pino.
(1773 — 1790 )
Tiempos de malestar y de guerra eran aquellos en que
D. Joaquín del Pino ascendió al gobierno. Comprometida
220
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
la Metrópoli por el Pacto de familia, se había acarreado
enemistades en todas partes ; agregando á las que ya tenía
con Portugal por razón de antiguas desavenencias, otras
que aportó Francia, arruinada y disentida con la mayoría
de los pueblos europeos. Carlos III se veía obligado á ha-
cer frente á todos, saliendo siempre perdidoso en sus pose-
siones coloniales, que era donde los enemigos de la casa
de Borbón atacaban el poder del que representaba la fa-
milia y los intereses de la raza. Así, para obtener la paz
con Inglaterra, acababa de cederle Puerto Deseado; y no
bien ultimada esta concesión, ya Portugal se significaba
deseoso de obtener otras por su parte. Aquello prometía
no acabar nunca, como en efecto no acabó hasta concluir
con España ; y las aberraciones del Gabinete de ^ladiid
las pagaban con creces los pueblos del Plata, estrechados
entre las amenazas de los enemigos exteriores y las exi-
gencias de sus i^ropios gobiernos que debían hacer frente á
esos enemigos.
En tal situación. Pino inauguró su mando precaviéndose
contra las asechanzas del exterior, y atendiendo á domi-
nar las agresiones de los portugueses en la frontera uru-
guaya. Necesitaba aprovisionar tropas en Buenos Aires y
el Uruguay con ese designio, y pidió razón del número de
fanegas de trigo recogidas en la jurisdicción de ]\Ionte\ú-
deo, solicitando se exigiera declaración jurada a los labra-
dores. El Cabildo se alarmó de esta energía que amena-
zaba dejar sin pan á INIontevideo, y replicó en 26 de Febrero
que la escasez de trigo era grande, por razón de haber
crecido el consumo con el aumento de población y no ser
subvenida desde Buenos Aii’es la guarnición militar, según
se acostumbraba antes. Agregaba el Cabildo que Montevi-
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
221
deo se había sustentado el ano anterior con trigos de Mal-
donado, yque este año no tenía medios de enviar ningunos
á la otra orilla, como lo hiciera en ocasiones pasadas. Pidió
entonces el Gobernador una conferencia al Cabildo, y en
ella expresó la urgencia de adquirir el cere al pedido, agre-
gando tener ya compradas 1500 fanegas con dineros del
Rey para enviarlas á Buenos Aires. El Cabildo aceptó que
lo comprado se sacase del país, pero á condición de que no
se ultrapasara la cantidad declarada, y conforme en ello
el Gobernador, quedó así convenido y se hizo ( 1 ).
Acabados estos arreglos, se recibió noticia de la cam-
pana por el capitán de milicias y juez comisario D. Juan
Angel de Llanos, que un Valentín Riva y otros delincuen-
tes habían atropellado las tolderías de los indígenas so-
metidos, residentes en las alturas de Santa Lucía, matán-
doles una mujer y obligándoles á huir; y que la peonada
de D. Cristóbal de Castro Callorda había agvavado el daño,
saliendo en persecución de los que huían por las alturas
del Yí, y matando al llamado cacique Castellano y á varios.
El caso era grave, porque siendo aquellos naturales muy
celosos de sus derechos, podían alzarse en guerra con so-
brada justicia, y comprometer seriamente la situación ; mu-
cho más cuando ellos, desde que Viana les ofreció garan-
tías, vivían tranquilamente en sus toldos sin causar ningún
obstáculo á la ciudad. Pino comprendió todo el alcance del
desacato si se le dejaba impune, asiles que inmediata-
mente concurrió á ponerle remedio. Cambió ideas con el
Cabildo, y llevado de su acuerdo, escribió al jefe indígena
D. Bernardo, cuya autoridad era grande entre los fugitivos,
(!) L. C. de Montevideo,
222
LIBRO IV. — GOBIERNO DE BINO
prometiéndole aprehender y ca.stigar á los delincuentes, y
ofreciéndole todas las garantías para que volviese tran-
quilo á sus toldos él y Jos suyos, en el bien entendido que
la pasada agresión se lamentaba tanto en Montevideo como
podían lamentarla los indígenas. Para llevar la carta y per-
seguir á los malhechores, fué enviado el capitán D, Fer-
nando José Rodríguez con una partida de soldados (1),
Convenía sobremanera aquietar á los indios, como al
fin se- consiguió, ponpie los portugueses derramándose en
estos días por nuestras campiñas, se daban á toda clase de
hurtos y pendencias, aterrando los vecindarios y lleván-
dose grandes trozos de ganados. Sobresalía entre esta run-
fla de malhechores, un Pintos Bandeira, cuya fama era
grande, y que con autoridad no escasa sobre ellos les capi-
taneaba y dirigía. Protegidos por los establecimientos mi-
litares de la sierra de los Tapes y banda meridional de los
ríos Grande y Yacuy, allí se refugiaban con sus robos
para volver de nuevo á la misma faena luego de tomar
algún descanso. Tenía Vertiz, Gobernador de Buenos Ai-
res, designio formal y órdenes de la Corte de acabar con
estas cuadrillas, y para eso fué que aprestaba una parte
de las tropas 0113^0 alimento solicitó Pino del Cabildo. En-
trado el mes de Noviembre, se trasladó Vertiz á Monterí-
deo, y juntando sus elementos disponibles, encontró ha-
llarse con un destacamento de 1014 soldados, 300 indígenas
y 100 milicianos de Corrientes, con los cuales abrió cam-
paña por tieiTa tomando la dirección de Santa Tecla.
Llegado que hubo á esc paraje, mandó levantar un
fuerte. De Santa Tecla prosiguió su marcha, haciendo alto,
(1) I/. C. de Monteckko.
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO 223
á 5 de Enero de 1774, en las cercanías del río Pequirí,
donde le esperaba el enemigo, fortificado y dueño de los
pasos vadeables. Vertiz le intimó rendición, y el jefe por-
tugués contestó disparándole un tiro á quema ropa. Enton-
ces fue ordenado el ataque, efectuándose con tal denuedo, que
los portugueses se dieron á la fuga y abandonaron todos sus
establecimientos fortificados, yendo á refugiarse á la guar-
dia del río Tabatinguay, De allí Ies desalojó también impe-
tuosamente, obligándoles á fugar al río Pardo, desde donde,
en pos de una ligera escaramuza, les arrojó hasta las inme-
diaciones del Yacuy ( 1 ). Purgada de malhechores y de ene-
migos toda aquella zona y vuelto al dominio español, verificó
el Gobernador de Buenos Aires su regreso por el camino de
Pío -grande. La facilidad de la empresa demostró una
vez más, que los portugueses perdían pronto en la guerra
lo que ganaban con la violación de los pactos y la intriga,
y que á haber estado prevenida como debiera la guarda de
las fronteras, no eran ellos quienes se habrían hecho due-
ños de las inmensas zonas de tierra que la desidia de los
españoles les dejó tomar sin resistencia.
Como alentada por la victoria, demostró en seguida la
Corte sus propósitos de asegurar militarmente los domi-
nios uruguayos y abrirlos á un comercio más activo. En
la parte militar estaban muy descuidados los dos puntos
esencialmente estratégicos de nuestras costas entonces, que
eran Montevideo y Maldonado, á causa de que el primero
contaba más ó menos con las fortificaciones que le hiciera
Zavala, y el segundo poco había adelantado desde la pro-
puesta que hizo para él Andonaegui desde Buenos Aires
(1) Funes, EnsayOy etc; iii, v, xi.
224
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
á Fernando VI. Con todo, el Gobernador Vertiz gestio-
naba ya en 1770 la necesidad de acometer serios trabajos
de fortificación en Montevideo, comunicándose á este res-
pecto con la Corte, de la cual obtuvo que por intermedio
del comandante general de ingenieros D. José Cermeño, se
trazase un plano y presupuesto de la obra. Expidióse el
comandante general presentando dos proyectos, el uno que
cubría el frente de tierra con un hornabeque, y el otro con
tres fuertes, dejándose á elección del ingeniero D. Joaquín
del Pino una ú otra manera de fortificación. Eligió Pino el
hornabeque, presupuesto en 1:541,043 pesos, y en 20 de
Marzo de 1773, el Rey confirmó la elección, facultándole
para dar comienzo á la obra, y que sin variar cosa sustan-
cial en ella, pudiese con acuerdo del Gobernador de Bue-
nos Aires aumentar á la defensa la ampliación de torreo-
nes y hacer cualquier otra modificación destinada á de-
jar en plena seguridad el frente de tierra. . Con este fin,
mandábanse aplicar al logro del proyecto todos los fondos
pecuniarios disponibles, y utilizar el trabajo de cuantos
presidiarios hubiera á la mano (1). Además, ordenó el Rey
que se tasase el plano de grandes fortificaciones para Mal-
donado, presuponiéndolas en más de 1:000,000 de pesos.
Deseoso Vertiz de conocer el monto de los caudales con
que podía contar para acometer la obra, interrogó á los
oficiales de Real hacienda sobre el estado de las cajas que
administraban, y le respondieron hallarse en gran indigen-
cia. Dirigióse entonces al Virrey del Perú, haciéndole pre-
sente lo perentorio de las órdenes de la Corte y la penuria
(1) Informe del Virrey Vertiz á su sucesor (Kev del Arcli de B.
Aires, ni).
UUKt) IV. — líOlUKUNt) di: l'l.NO
225
ilel to?5oro, j>ara tjiK* lo auxiliaso olioaznu*nti‘ (K‘ sus rentas
dis| Mili Mes. K1 Virrev tardó uu año c*u resolver sobre el
asunto, hasta <[Ur al íin, urti’ido dr ivju titlas instancias, tuvo
la mala idea de dar un trámite »)rdinarioal ex[K*<liente, re-
miticudob) al ilietamen dcl tribunal ilc cuentas de Lima.
A^uel tribunal j>usose á discutir el nep)c¡o como aco.^tum-
braba á hacerlo con los de orden común, abrió o[)¡nioues
<[ue no le incumbían sobro el subido j>i\ cio de la obra y
pidió los plamv< y presupuestos para imponerse menuda-
mente dt^ todo y resolver en conscviuaicia. Sabido esto por
el Rey, rt‘|)rendió severamente al tril>unal [mu* ingtairse
contra su voluntad en cosas (]ue no eran de su n‘sorto, y
comunicó al (b>l>ernador de Rueños Aires ipie reclamase
del Virrey del Pernios fondos iuv(‘sarios j>ara v\ comienzo
de la obra. Los fondos, eni[)ero, no vinieron, y al comen-
zar el año 1774, todavía se encontraba este asunto en el
mismo estado de antes. Pero como el Rey volviera á urgir
por las fortiílcaciones, y I). Joaquín del IMno, conocedor de
todo y ahora inmediato responsable de la defensa del país,
las encareciese también, resolvió Vertiz acometer algunos
trabajos en orden á re¡)arar faltas tan sensibles. Prome-
diando el año 1774 se comenzó á restaurar en algo las for-
tiiicaciones de Montevideo, y fueron comisionados 1). José
de la Quintana y el ingen¡(*ro 1). Rartolome ILnvelI para
trasladarse á Maldonado á fui de construir allí una batería,
como lo hicieron. A esto quedaron reducidos [)or falta de
fondos, los proyectos de la Cort(‘, que había concebido la
construcción de dos grandes plazas fuertes en Montevideo
y Maldonado.
En la parte comercial, también hubo alguna iniciativa
antes de concluir este año. La tirantez con que >se go-
DOM. E9P. —II.
ló.
226
LIBRO IV. — GOBIERXO DE PINO
bernaba al Río de la Plata, lo había excluido de todo
comercio con la Metrópoli y sus vecinos .de Amórica, á
pretexto de que convenía ni as fomentar el tráfico de galeo-
nes por la vía del Períí, que el cambio do cueros al pelo
y otros objetos primitivos que de aquí se despachaban.
Esto hacía muy difícil la vida de los ■ colonos, dejándoles
á merced de concesiones especiales que de largos en lar-
gos períodos obtenían para la exportación de una parte
de sus frutos. Una Real Cédula expedida en 20 de Enero
de 1774 y publicada en 15 de Junio, levantó la prohibi-
ción de comerciar con el Perú, Méjico, ís^ueva Granada y
Guatemala ( 1 ). Era de mucha importancia para estos paí-
ses tal disposición, y se hicieron sentir sus resultados en el
acto. Salieron de los puertos del Plata hasta entonces de-
siertos, una cantidad de barcos llevando productos natura-
les, y vinieron en cambio del Perú muchos artículos cuyo
consumo influyó para hacer la vida más agradable.
Cerró el número de las medidas tomadas por la Corte
este año con respecto al Uruguay, el nombramiento de im
Oficial Real permanente en Montevideo, á fin de entender
en los negocios de hacienda, que antes estaban á cargo in-
terino de un Teniente de Rey con jurisdicción muy escasa
y absoluta dependencia de Buenos Aires. Ahora, por Real
Cédula de 7 de Noviembre de 1774, se ampliaba esa ju-
risdicción, nombrando á D. José Francisco de Sostoa Ofi-
cial Real con el goce de 1500 pesos anuales, y facultad de
nombrar teniente en las cajas de Corrientes, á cuyo te-
niente podía asistir con el G °/o del impuesto de alcabala
que allí se recaudaba, por ser escaso el producto de aque-
(1) De-María, Compendio, etc; r, xa.
IJBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
227
lia localidad ( 1 ). Esta medida, á la vez que independizaba
,algo las rentas de Montevideo del tribunal de Real ha-
cienda de Buenos Aires, acrecentaba la importancia de la
ciudad, dándole administración propia y extendiendo su
ingerencia hasta parajes lejanos.
Entrado el año 1775, por el mes de Agosto, se dictó
una disposición de grande importancia. Había preocupado
mucho á la Corte el abuso que se hacía en América con
la mayoría de los que testaban en artículo de muerte, vio-
lentándoles por algunos confesores sin conciencia y por
escribanos asociados á esos confesores, á dejar legados en
favor de conventos, iglesias y capellanías, con menoscabo
de los intereses de herederos legítimos y de la Corona, que
muchas veces quedaba despojada. En 1771 se había pro-
mulgado una Real Cédula, penando severamente á los que
influyesen en tales testamentos, y á los escribanos que los
autorizasen; pero la disposición cayó en desuso. El 4.°
Concilio provincial, mejicano, asesorado de lo que pasaba,
puso por obra remediar los desórdenes y graves daños
que tan condenable secuela irrógaba al bien común; pero
por más fuertes que fueran sus disposiciones y más so-
lemne el tono con que recordó á los eclesiásticos sus debe-
res, el vicio subsistió en toda su extensión. Entonces fué
que el Rey, á presencia de lo arraigado del vicio, intentó
extirparlo, dictando desde S. Ildefonso una Real Cédula de
perentorios efectos. Se declaraba en ella, que todo aquel
que desease testar algo en favor de iglesias, conventos ó
instituciones religiosas ó pías de cualquier clase, debía ha-
cerlo en plena salud y vida; pues de otra manera, todo le-
(1) Real Cédula de S. Lorenzo (L. C. de Montevideo).
228 LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
gado de ese género hecho en artículo de muerte, se con-
ceptuaría nulo, castigándose como falsario al escribano que
lo autorizase ( 1 ). Sólo así pudo ¡ponerse coto á esta per-
versión del sentido moral.
Mientras el Cabildo asentaba en sus libros todas las
disposiciones mencionadas, para hacerlas cumplir en la
parte que le eran relativas, Degó desde la Corte la confir-
mación del nombramiento de D. Joaquín del Pino, que
pasaba á ser Gobernador propietario. Por despacho datado
en el Pardo á 7 de Marzo de 1776, decíale el Rey:
« quiero, y es mi voluntad entréis desde luego á seriar en
propiedad este gobierno, por espacio de cinco años, que
han de empezar á contarse desde el día en que tomareis pose-
sión de él, en adelante; y que le ejerzáis según y con la
misma jurisdicción y facultades que vuestro antecesor. Y
mando al Consejo, Justicia y Regimiento de la referida
ciudad de Montevideo, que luego que vea este título tome
y reciba de vos, si ya no lo hubiereis hecho, el juramento
con la solemnidad que se requiere, y debéis hacer, de que
bien y fielmente serviréis el expresado empleo,» etc. (2).
Ojalá hubiera sido cumplida el juramento, en cuanto á los
negocios internos, con la misma buena fe que se exigía !
Entre tanto, seguían su curso calamitoso los asuntos
con Portugal. La diplomacia de aquella nación, engañando
como de costumbre á la española, la preparaba una nueva
celada. Estaba todavía en debate el derecho con que los
portugueses tenían ocupada desde 1767 la banda austral
del Río -grande, cuando se presentó un embajador de la
(1) Real Cédula de S. Ildefonso (L. C. de Montevideo).
(2) L. C. de Moniecideo.
LIBRO IV. — GOHIERXO DE PINO
229
Corto de Lisboa en la de Madrid con amplias promesas de
paz, y el designio de entregar lo usurpado. El móvil oculto
de esta conducta obedecía á una razón muy explicable.
Había trascendido el Gobierno portugués, que Carlos III
tenía expedidas ciertas órdenes al Gobernador de Buenos
Aires para que arrojase á los usurpadores de la banda aus-
tral ; y en este concepto, el embajador lusitano traía por ob-
jeto reservado de su misión, entorpecer en cuanto le fuera
dable las providencias del Gabinete de Madrid, á fin de ga-
nar un tiempo precioso para el desarrollo de ulteriores pla-
nes (1). Y se amañó de tal suerte el portugués en este
propósito, que el Rey suspendió sus órdenes primeras al
Gobernador de Buenos Aires, mandándole ahora que en
todo se mantuviese dentro de la neutralidad, y caso de ser
atacado, á la defensiva. No deseaban otra cosa los portu-
gueses, así es que á la sombra de esta tregua introdu-
jeron en Río -grande 6,000 hombres de tropas regulares,
mandadas por el teniente general Juan Enrique Bohom y
el mariscal de campo Jacques Funk. Seguidamente refor-
(1) Como por este tiempo — Vertiz — regresase la expedición que
el Rey envió contra Argel y y tal vez considerase el marqués de Rom-
bal, ministro de la Corte de Lisboa y autor de todas estas desavenen-
cias, que S. M. podía enviar considerables socoitos para hacer valer
sus justos derechos en estas partes, se valió de Rh'ancisco de Souxa
Coutinho, embajador de nuestra Corte, para que insinuase al señor mar-
qués de Grimaldi anhelaba S. M. F. se tratasen amistosamente nues-
tras diferencias en el Río-grande ; en inteligencia de %ue S. M. F. ha-
bía prevenido por repetidas órdenes á los comandantes de sus tropas
en. estos destinos, se abstuviesen de acometer á las del R^y, y retirase
el Virrey del Brasil todos los auxiliares de las capitanías de Pernam-
buco. Bahía y Río Janeiro de nuestras fronteras; añadiendo deseaba
que por nuestra parte se procediese en los 'mismos términos; y se ex-
pidiesen para ello las órdenes convenientes al Gobernador de Buenos
Aires, (Informe de Vertiz.)
230
LIBRO IV.— GOBIERNO DE PINO
zaron su escuadra y combinaron el plan de operaciones.
No tenían los españoles en aquellos parajes ;pás fuer-
zas que 1,800 hombres, desparramados sobre una línea de
8 leguas, desde el Desaguadero hasta el fuerte de la barra.
Los coroneles D. José de Molina y D. Miguel de Tejada
eran los jefes de esas fuerzas, y el teniente coronel D. Fran-
cisco Betbezé de Ducós mandaba la artillería. La escua-
drilla española, al mando del capitán de fragata D. Fran-
cisco Javier Morales, constaba de una corbeta, un bergan-
tín y tres saetías, pues otra de las corbetas de su mando
había zozobrado al franquear la barra de Río -grande. En
tal situación y contra estos elementos de guerra, habían
los portugueses forzado la barra el año anterior con una
escuadra compuesta de 14 buques, al mando del coman-
dante general Makedúu; pero D. Francisco Morales, ayu-
dado de las baterías de tierra, echó á pique uno de los bu-
ques enemigos, incendió el otro y dispersó el resto ( 1 ). Pa-
rece que con esto había suficiente seguridad de que no
eran ideas de paz las que predominaban en los consejos de
la Corte de Lisboa, y sin embargo la de Machid no se
alarmó como debiera ante tan acentuada manifestación de
ruptura. Prosiguió el embajador portugués en sus declara-
ciones de paz, siendo creído en ellas, y las órdenes de neu-
tralidad y de oposición defensiva en último caso, subsistie-
ron para las fuerzas españolas en el Plata.
Aprovechando esta mala política, se })rescntaron los
portugueses con más de 2,000 hombres en l.° de Abril de
17 7G al amanecer, frente á las posesiones españolas de
Río -grande. Habían conseguido por medio de botes y
(1) Funes, Ensayo, etc; iii, vi, xi.
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
231
jangadas efectuar á un mismo tiempo sin ser sentidos, dos
desembarcos por ambos flancos de la escuadrilla española,
y acometiendo por la espalda las baterías de Santa Bár-
bara y Trinidad situadas al frente del río, las asaltaron y
tomaron en menos de un cuarto de hora. La flota espa-
ñola tuvo que darse á la fuga con perdida de un buque
que varó al desembocar el río, puesto que, faltándole el
apoyo de las baterías de tierra y siendo acometida por una
verdadera escuadra, no había resistencia ¡ios i ble. Las bate-
rías « Triunfo » y « Puntual » fueron evacuadas esa tarde
por los españoles, y el fuerte de la barra lo fue en la noche
por Betlieze, que lo dejó minado á fin de que volase, como
efectivamente sucedió. Al día siguiente, la guarnición de
la villa de S. Pedro se puso en retirada con 4 piezas de
tren volante de artillería y 8G carretas cargadas de efectos.
Reunidos los diferentes destacamentos españoles en la
guardia del Arroj^o, combinaron una retirada á Santa Te-
resa, donde llegaron sin novedad ( 1 ). Así perdimos por
segunda vez el Río -grande.
Sabidos que fueron en España estos atropellos de los
portugueses, no vaciló la Corte en precipitar la realización
de un pro}^ecto que maduraba de tiempo atrás. En 8 de
Octubre de 1773 había dictado el Rey providencias para
que se le informase sobre la utilidad de crear el Virrei-
nato del Río de la Plata y la Audiencia que debía com-
plementarlo. Los informes del Virrey del Perú (22 de
Enero de 1775) y del Gobernador de Buenos Aires (26
de Julio de 1776) fueron favorables; y seguía su tramita-
ción el expediente, cuando rompieron sus hostilidades los
(1) Larraííaga y Guerra, Apuntes históricos.
232
IJBEO IV. — GOBIERNO DE PINO
portugueses, obligando á la Corte de Madrid á tomar una
actitud decisiva. Se convino en aprestar una expedición
militar muy fuerte que reivintlicase los territorios usurpa-
dos; y en 27 de Julio de 17 70 le fue dirigido un oficio á
D. Pedro de Cevallos previniéndole : « que por el Ministe-
rio de la Guerra se le comunicaba que el Rey había con-
fiado a su celo y experiencia el mando de esta expedición
militar, para hacer la guen-a á los portugueses y hostih-
zarlos en el Río de la Plata. » Se le decía también « que
S. M. le condecoraba además para esta empresa con el su-
perior mando del Río de la Plata y de todos los territorios
que comprende la Audiencia de Charcas y además los de
las ciudades de Mendoza y S. Juan del Pico, de la juris-
dicción de Chile, concediéndole el carácter de Virrey, Go-
bernador, Capitán general y superior presidente de la Real
Audiencia, con todas las facultades y funciones que á este
empleo corresponden, con 15,000 pesos de ayuda de costas
por una vez y el sueldo de 40,000 pesos anuales desde
el día en que se hiciese á la vela de Cádiz hasta su re-
greso. » (1) Y como Cevallos era Gobernador de Madrid,
el Rey le reservaba su empleo, con cargo de que viniera á
ocuparle luego de concluida la expedición y conseguidos
los objetos á que ella iba destinada.
El general era conocido y victorioso, pero la amplitud
de su mando y lo crecido de su ejército eran una novedad
para estas regiones. Verdad que ambas cosas se ave-
nían bien con el carácter altanero de Cevallos, nacido para
mandar en grande y deseoso siempre de ser obedecido sin
(1) Vicente G. Quesada, La Paiagonia y las tierras australes del
continente a^nerieano ; cap iv.
LIBRO IV. — GOBIERNO PE PINO
233
replica. Se le enviaron sus instrucciones en 15 de Agosto
de 1 77(5 y contestó al Ministerio de Guerra en 23 del
mismo mes, dándose por recibido del nombramiento y
pronto á ejercer sus funciones. De aquí para adelante se pre-
cipitaron los aprestos de la expedición, venciéndose muchos
inconvenientes, con especialidad por parte de la armada,
cuyos barcos dispersos en diferentes puertos y lugares, te-
nían que venir prontos y avituallados á un fondeadero co-
mún. Además, la cantidad de buques menores que hubo
de reunirse para el transporte no influyó poco en el retardo
de las cosas.
Entre tanto, la Corte no levantaba mano en la circula-
ción de órdenes al Río de la Plata, para que se preparasen
los auxilios necesarios al socorro del grande armamento
dirigido contra los portugueses. En 12 de Junio de 1776
recibió el Gobernador de Buenos Aires instrucciones por
correo extraordinario, avisándole la ruptura con Portugal
y ordenándole la preparación de fuerzas, acopio de víveres
y construcción de hospitales que se necesitaban. Antici-
padamente se había prevenido al Virrey del Perú, que
aprestase los fondos necesarios para acudir á tantas aten-
ciones ; mas como siempre sucedía, el enflaquecido tesoro de
aquel Virreinato sobre el cual cargaban pedidos frecuentes,
no pudo ocurrir sinó con mezquino auxilio á las reiteradas
demandas del Gobernador de Buenos Aires. Este funcio-
nario, empero, se ingenió de suerte que su comisión quedó
cumplida. Concluyó y aumentó los almacenes, hospitales,
cuarteles y otros edificios militares de que carecía la plaza
de Montevideo; hizo acopio cuantioso de víveres, ganados,
recados de montar, caballos, carretones, carretas, bueyes,
utensilios de hospital y demás necesario, y aprontó dos
234
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
trenes de batir y de campaña con todas las municiones y
útiles que debían acompañarlos (1).
Al par de las indicadas medidas, tomo otras muy
importantes. Ejecutó nuevos reconocimientos de caminos
y fuertes dependencias de los ríos Grande y Pardo, situa-
ción y estado de la plaza de Colonia y sus inmediaciones,
levantando planos minuciosos de todo y enviándolos por
cuatiiplicado á Cevallos en diversas fragatas de guerra,
que llevaban á la vez víveres de refresco para la expedi-
ción. Poco después, y sabiendo que la Colonia iba á ser
objeto especial de un ataque, reforzó las guardias vecinas
de la plaza con 16 compañías del regimiento de Galicia,
mandando asimismo que dos fragatas y otros pequeños
buques fondeasen en sus inmediaciones, para quitar á los
sitiados toda esperanza de comunicación exterior. Con
esto consiguió dañarles mucho, apresando varios barcos que
les conducían víveres, de los cuales quedaron en la mayor
escasez. Y como complemento de todas estas medidas mi-
litares, situó un cuerpo de tropas sobre la frontera de
Santa Teresa, con mira de tenerlas adelantadas hacia Río-
grande en previsión de todo evento. Tal era la situación
de estos paáses, al dirigir su rumbo á ellos el ejército y
armada que debían abatir la osadía de Portugal.
Cevallos zarpó de Cádiz en 13 de Noviembre de
1776, con el más formidable armamento que España en-
viase á este hennsferio. Componíase de cuatro brigadas de
infantería, la 1.'' al mando del brigadier marqués de Casa-
Cajigal, la 2.“ al del brigadier D. Juan Manuel de Cajigal,
la 3.” al del brigadier D. Domingo de Salazar, y la J."" al
( 1 ) Informe de Verth.,
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
235
del coronel D. Guillermo Waughán; contándose entre los
comandantes de batallón de la 1.“ brigada D. Antonio
Olaguer Feliu, futuro Gobernador de Montevideo. Venía
en seguida el cuerpo de dragones, al mando del coronel
Graell; y el de artillería (dos trenes de batir y de cam-
paña) al del brigadier D. Rudecindo Tilly; formando un
total de 9,000 hombres todo el ejército. Componíase la
escuadra de los navios Poderoso, San Dámaso, Santiago
de América, San José, Monarca y Septentrión ; de las
fragatas Santa Ana, Santa Clara, Venus, Santa Flo-
rentina, Santa Teresa, Santa Margarita, Chambequín,
Santa Rosa y Liebre; de las bombardas Santa Casilda
y Santa Eulalia; de los paquebotes Marte y Guarnizo;
del bergantín Hopp, y de 96 barcos mercantes, todo al
mando del general marqués de Casa Tilly ( 1 ). La nave-
gación fué larga y laboriosa, achacando los oficiales del
ejército á la impericia del general de mar este evento; pero
sea lo que se quiera, el hecho es que á 7 dé Febrero de
1777 recién andaba la expedición por la isla de Ascensión
ó Trinidad.
En aquellas alturas tuvieron la suerte de apresar tres
barcos portugueses de comercio, por cuya tripulación y
cartas destinadas para Europa, supieron el número de
tropas que guarnecía la isla de Santa Catalina, la distribu-
ción de sus fortalezas, y la situación de sü escuadra, que
hacía miras de colocarse en la ensenada de Garupas, 7 le-
guas al N. de la isla, manteniéndose oculta hasta el mo-
(1) Relación circunstanciada de la expedicióm al mando dcl Teniente
general D. Pedro Cevallos, tomada de documentos auténticos del Ar-
chivo de Buenos Aires (en el tomo ni de la Historia de las antiguas
Colonias, por Lobo).
236
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
mentó en que los afanes del desembarque la permitieran
atacar sin peligro al ejército español. Noticiado Cevallos
de tan buena fuente sobre la jiosicion del enemigo y sus
intenciones, se dio á reconocer entonces á todos los jefes
del ejército como general en jefe de mar y tierra, y en tal
carácter ordenó al marqués de Casa-Tilly, procediese á
buscar la escuacba enemiga donde su encuentro era seguro.
Navegóse en consecuencia á ese paralelo, y el 18 de Fe-
brero por la mañana fue encontrada la escuadi’a, que se
componía de 4 navios de línea, 4 fragatas regulares y 3
navios mercantes mal armados con 25 cañones. Los por-
tugueses se hicieron inmediatamente á la vela, huyendo de
un desastre inevitable, y el viento les favoreció en la em-
presa. Cevallos fondeó el 20 por la mañana á la vista de
la ensenada de Santa Catalina.
La isla y su bahía estaban bien fortificadas. Tenían los
portugueses dos castillos, «Punta Grosa» y «Santa Cruz»,
el primero con 31 cañones y el segundo con 56. Cuatro
fuertes, el de « Ratones » con 14 piezas de artillería, el de
« Santa Catalina » con 7, el, de « San Francisco » con 10,
y el de « San Luis » con 5. Además la batería de « Santa
Ana» con 7 cañones, y repartidos en dos reductos, cor
tina y varios retrincheramientos 16. En todo, pues, 146
bocas de fuego, á cuyo abrigo militaban 700 hombres de
guarnición. En la noche del 22 procedió Cevallos al des-
embarque de sus tropas, que se efectuó sin hostilidad,
amaneciendo cam]')ado el ejército el día 23 en la playa de
San Francisco de Paula, de donde se trasladó el 24 al
campo llamado de Casas- Viejas, casi á tiro de cañón del
castillo de Punta Grosa. Destacó aquella misma noche una
partida con el propósito de cortar la retirada á la guarnición
UBRO IV. — GOBIERNO BE PINO
237
del castillo, y el gobernador de éste, juzgándose perdido,
se retiró abandonándolo, sin más hostilidad que clavar ma-
lamente tres cañones. La desmoralización introducida por
estii retirada fue tan grande, que en los días sucesivos co-
menzaron á rendirse todos los íuertes y baterías, á punto
que el 25 de Febrero, Cevallos era dueño de Santa Cata-
lina en toda su extensión, y de allí a poco lo fue también
de los atrincheramientos donde se habían guarnecido las
fuerzas portuguesas á inmediaciones del río Cubatón, diez
leguas distante de la isla.
Terminada felizmente esta primera parte de la campaña,
Cevallos, después de nombrar comandante general de la
isla al brigadier Waughán y al coronel graduado D. Juan
Roca gobernador de la plaza, se hizo á la vela con destino á
Río-grande en 30 de Marzo. Al segunda día de navegación
experimentó mi viento bravísimo que degeneró en temporal,
dispersándose la escuadra que constaba de 83 embarcaciones
de guerra y transporte. Como empezara á hacer agua el
navio Poderoso, donde iba el Virrey, tuvo éste que arribar
á Maldonado en 18 de Abril. De allí despachó un oficio
con órdenes al mariscal de campo D. Juan José de Ver-
tiz, que, como se sabe, operaba en nuestra frontera del Este,
para que se retirase á Santa Teresa; y trasbordándose á la
fragata Venus, dió la vela para Montevideo, donde des-
embarcó el 20 por la mañana y fué recibido con mucho
regocijo. Aquí tomó todas las providencias conducentes á
establecer el cerco formal de la Colonia; reforzó á Vertiz
con varias compañías de artillería y 350 dragones, á fin de
quedar tranquilo por aquella parte de la frontera; hizo to*
mar el mando del Real de San Carlos frente á Colonia al
brigadier D. Juan Manuel de Cajigal; despachó á Buenos
238
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
Aires al coronel D. Ventura Carolo para conducir GOO
hombres de milicias de caballería; ocupó con fuertes des-
tacamentos las avenidas de las estancias del Rey, San José
y Rosario, donde pastaban 20,000 caballos que los por-
tugueses podían utilizar por medio de alguna irrupción; y
mandó que el resto de la escuadra cruzase la costa- del
Brasil para perseguir y destruir cualquier expedición por-
tuguesa que asomase en aquellos lados.
La circunstancia de haberse situado uno de los desta-
camentos de caballería á un tercio de milla del arroyo del
Rosario, formando allí campamento, dió origen á la fun-
dación de la villa de aquel nombre conocida también bajo
la denominación de el Colla, Diversas familias campesinas,
llamadas por la necesidad de asociación que se hacía sentir
en un país’ huérfano de centros rurales, a]:)roximaronse á
las vecindades del campamento, construyendo ranchos de
jDaja para su habitación. El cambio de serncios recíprocos
entre aquellos pobladores y los soldados fomentó el pro-
greso de la naciente aldea, y cuando la guerra hubo con-
cluido y emprendieron su retirada las tropas, quedó firme
un núcleo de población destinado á progresar muy lenta-
mente (1). Así nació la villa del Rosario, respondiendo a
una necesidad estratégica durante la guerra de 1777.
En 22 de Mayo desembarcó el Virrey frente á Colonia,
en el paraje denominado «el Molino », donde le había con-
ducido desde Montevideo una lancha del comercio ordina-
rio. Ya le aguardaban gran parte de sus tropas, que con-
cluyeron de llegar el 27, formando una totalidad de 3,853
soldados de infantería y artilleros, 2 compañías de cazado-
(1) Memoria geográfica de Ogarcide (Calvo, Colección, etc; vii).
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
239
res, 4 de granaderos, 873 soldados de caballería y 337 .
peones: todo al mando de 2 mariscales de campo y 3 bri-
íradieres. En la orden del 29 al 30 de Mayo se mandó
abrir la trinchera, cuyos trabajos se verificaron á pesar del
fuego de la plaza, quedando todo perfeccionado en 3 de
Jimio. La línea de Cevallos se apoyaba sobre cuatro ba-
terías que había hecho construir, la I."" de 6 morteros, la
2.'" de 4 cañones de á 8 para bala roja, la 3.* de 10 caño-
nes para batir en brecha, y la J."" de 12 cañones para ba-
tir en brecha y por los flancos. En presencia de estos pre-
parativos, D. Francisco José de Rocha, Gobernador de
Colonia, á pesar de tener 1,000 hombres de guarnición y
200 artilleros, había pedido capitulación desde el I."" de
Junio.
Cevallos contestó el día 2 diciendo: «Por el manifiesto
que en 20 de Febrero de este año hice al comandante de
la isla de Santa Catalina, Antonio Carlos Hurtado de
Mendoza, de que me acusó recibo, debo suponer que todos
los gobernadores y comandantes (lortugueses, dependientes
del Virreinato del Brasil, estarán muchos días ha instrui-
dos de las justas causas con que el Rey mi señor se ha
dignado enviarme á estas regiones, á tomar satisfacción de
las injurias que las armas del Rey Fidelísimo han come-
tido contra los dominios, vasallos, tropa y pabellón espa-
ñol, abusando de la moderación, magnanimidad y escru-
pulosa buena fe del Rey. Con todo, para que el señor Go-
bernador de la Colonia no pueda alegar ignorancia, le
remito en esta carta un duplicado del mismo manifiesto,
intimándole al mismo tiempo la rendición y entrega de la
plaza y de la isla de San Gabriel con sus municiones y
artillería, armas, pertrechos y municiones de guerra y boca,
240
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
como también de las embarcaciones que hay en el puerto
con todos los caudales y efectos que hubiese -en ellas, y
los que se hallaren en la plaza y la isla citada de San Ga-
briel, manifestando al mismo tiempo las minas que hu-
biere dentro y fuera del recinto de la plaza, todo en el
término de 48 horas, sin ocultación ni menoscabo alguno,»
etc. A este oficio tan perentorio, replicó el Gobernador
proponiendo modificar las condiciones anteriormente pedi-
das por él; pero Cevallos le ofició al día siguiente dicién-
dole : « La plaza se debe entregar en el término que pre-
vine ayer á V. S., á quien no debo ampliar las condiciones,
atendidas todas las circunstancias y el estado actual de las
cosas: espero que V. S. no dará lugar á que, qumplido el
tiempo de la suspensión de armas, dé principio á las ope-
raciones, porque le pueden ser muy sensibles las resultas. »
Con esto* se dió por concluida toda negociación, y la plaza
se rindió aquel mismo día 3, ocupándola los españoles á
la 1 del día siguiente.
Los trofeos de la AÚctoria fueron dos banderas que se
encontraron escondidas, 137 cañones de bronce y hierro
de todos calibres, 3 morteros y un obús, con provisión
abundante de pólvora, balas y metralla. Además, algunos
barcos, buena cantidad de útiles de carpintería y heirería,
tablazón, explanadas, almacenes de víveres, etc. Los ofi-
ciales despachados á Lío Janeiro á quienes Cevallos con-
servó sus espadas, ascendieron al número de 63, y con los
sargentos, furrieles, mujeres y esclavos que tomaron la
misma dirección, se computó un número de 443 personas.
El Gobernador de Colonia pidió su pase para Buenos
Aires, pretextando no querer cargar al Virrey del Brasil
con la culpa de la rendición, á causa de que no habiéndole
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
241
ayudado á la defensa y estándole sin embargo muy agra-
decido por anteriores mercedes, le dolería dar contra per-
sona tan de su estima. El día 4 quedó embarcada toda la
guarnición en 8 buques, y al siguiente arribó á Buenos
Aires, desde donde sin detención fue trasladada á la pro-
vincia de Tucumán, con orden de que practicase libre-
mente su oficio quien lo tuviere, ó cultivase la tierra el
que no tuviere ninguno. El día 5 hizo Cevallos su entrada
triunfal en la Colonia, asistiendo á un Tedeum á que con-
currió también el Gobernador vencido, su segundo y los
oficiales portugueses que aun no se habían embarcado. El
día 6 reconoció la muralla y baluartes, y mientras allegaba
recursos para demolerlo todo, se preocupó de dictar leyes
suntuarias y expedir bandos afeando el lujo (1).
La demolición comenzó el día* 8 por la fortificación de
la plaza; el día 9 se sacó la artillería de la muralla, y de
ahí para adelante siguióse el trabajo con tanto ahinco
como si se hiciera una obra meritoria. El Virrey había
hecho formar hornillos en la parte más fuerte de la mu-
ralla y baluartes para volarlos, y no pareciéndole esto
bastante, arrojaba las ruinas y algunos barquichuelos car-
(1) Supo S. E. que en esta ciudad— dice el autor de la Relación
citada — se había introducido el lujo y la vanidad^ especialmente en
las mujereSy de un modo muy reparahley con ocasión de haber estable-
cido por algún tiempOy la diversión de las máscaras en esta ciudady
en que han causado unas consecuencias y efectos desfavorables y y de-
seando S. E. que esto se remediase sin pérdida de tiempo y dió orden
al salir de la Colonia que los religiosos de San Fraíicisco hiciesen
una misióny en que con la prudencia conveniente persiguiesen estos
excesos y haciendo saber al mismo tiempo que en el arribo á su capi-
tal no recibiría con buen semblante personas que no se le presentasen
en el mismo traje en que había dejado las gentes de este país cuando salió
de él en el año pasado de 66,
DoM. Esp,— II.
16 .
242
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
gados de ellas á la canal con el fin de cegarla, inutilizando
el puerto á efecto « de que los portugueses no** apetecieran
más esta plaza, y aun cuando las potencias garantes la re-
clamasen, no pudiera servirles para nada. » La ciudad se
encerraba dentro de un recinto de cal y canto en forma de
cuadrilátero irregular, defendido por dos baluartes y cinco
baterías menores que se guarnecían por 500 soldados en
tiempos ordinarios. Las casas eran todas de cal y piedra
con muy buenas maderas traídas de Río Janeiro; general-
mente estaban edificadas de dos pisos, con largos balcones,
corridos en el superior y hermosas ventanas en el inferior.
Sobresalía entre todas la del Gobernador portugués, por su
condición espaciosa y buen prospecto. El edificio de la
iglesia, colocado al N. de la plaza sobre una pequeña emi-
nencia del terreno, hacía lucir sus torres á larga distan-
cia. El número de habitantes de la población ascendía á
2,000 personas libres, sin contar más de 600 esclavos, y
las gentes que se albergaban en las inmediaciones de San
Gabriel á guisa de transeúntes ( 1 ).
Todo esto desapareció, siendo sustituido en pocos días
por un deforme montón de ruinas. A los habitantes de la
ciudad se les dió orden de abandonarla en el más breve
tiempo, las familias que no quisieron ir á Río Janeiro,
cuyo número fue el mayor, siguieron para Buenos Aires,
pasando de allí á formar poblaciones al borde del camino
que va de aquella ciudad al Perú. xVsí se destruyó en pocos
días la obra que la paciencia, laboriosidad y celo guerrero
de los portugueses había construido en 90 años de afanes,
(1) Diario de Cahrcr sobre la segunda subdivisión de ¡imites espa-
ñola (MS).
243
libro' IV. — CJOBIERNO RE PINO
dotando al Uruguay ele una de las poblaciones más her-
mosas y ricas de la jurisdicción platousc. España pudo
conservar acpiella ciudad para sí en vez de arruinarla y
nos habría hecho el inmenso servicio de dejarnos con Mon-
tevideo dos poderosas capitales al tiempo de la indepen-
dencia, destinadas á contrabalancear los esfuerzos del bar-
barismo de los campos y evitar la guerra civil. Prefirió,
sin embargo, por temor á la Corte de Lisboa, destruir en
vez de conservar, señalando sus triunfos con escombros,
como los antiguos conquistadores.
Concluida la demolición y dispersa la mayoría de los
habitantes de Colonia, quedó esta ciudad reducida á la
condición de un villorrio cualquiera, y entonces dando
punto á su obra, se encaminó Ce valles á proseguir las hos-
tihdades contra los portugueses. Despachó todo su tren
de campaña por la vía de Montevideo á Maldonado, y el
10 de Agosto desembarcaba ya en aquel puerto. Allí re-
cibió correo de España el 27, con felicitaciones del Rey y
la promoción á Capitán General de sus ejércitos. Se le
anunciaba también que las cortes de Madrid y Lisboa ha-
bían pactado la paz por el tratado de San Ildefonso, y en
consecuencia se le ordenaba parar las hostilidades. Así lo
hizo, procediendo á distribuir sus tropas, señalándolas
campamentos adecuados desde Santa Teresa, punto donde
quedó el mariscal Vertiz, y caminando la vuelta de Mon-
tevideo, llegó á esta ciudad el día 22. Aquí supo que los
portugueses, á pesar de todo lo acontecido, acababan de
intentar un saqueo á mano armada en las campiñas uru-
guayas, entrando hasta la estancia del Rey. Pero D. José
Rodríguez, subteniente del Fijo de Buenos Aires, que man-
daba en el pago de las Víboras, los escarmentó con un
244
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
golpe bien ejecutado en las orillas del arroyo del Tala, ma-
tándoles á su jefe el comandante Antúnez y 10 hombres,
tomándoles 1 1 prisioneros y quitándoles todas las caballa-
das que se llevaban ( 1 ).
El tratado de San Ildefonso, ajustado en 1 ° de Octubre
de 1777 entre el conde de Floridablanca y D. Francisco
Inocencio de Souza Coutinho, colocaba la cuestión de lí-
mites sobre bases tan perjudiciales para España como el
de Madrid ; pues no solamente cedía en propiedad á Por-
tugal las provincias de Santa Catalina y Río -grande, sinó
que hacía imposible la formación de una frontera regular
entre los nuevos dominios. Establecía el pacto que la na-
vegación de los ríos de la Plata y Uruguay y los terrenos
de sus dos bandas, septentrional y meridional, pertenece-
rían privativamente á la Corona de España y á sus súbdi-
tos, hasta donde desemboca en el mismo Uruguay, por su
ribera occidental el río Pequirí ó Pepirí-guazú; extendién-
dose la pertenencia de España en la referida banda septen-
trional, hasta la línea divisoria que debía formarse, princi-
piando por la parte del mar, en el arroyo del Chuy y fuerte
de San Miguel inclusive, y siguiendo las orillas de la la-
guna Merín, á tomar las cabeceras ó vertientes del río
Negro; las cuales, como todas las demás de los ríos que
desembocaran á los referidos de la Plata y Uruguay,
hasta la entrada en este último de dicho Pepirí-guazú
quedarían privativas de la misma Corona de España con
todos los territorios que posee, y que comprenden aquellos
países, inclusa la Colonia del Sacramento y su territorio,
la isla de San Gabriel, y los demás establecimientos que
(1) Belación circunsianciadat etc.
UBRO IV. — GOBIERNO DÉ PINO 245
hasta ahora haya poseído, ó pretendido poseer la Corona
de Portugal hasta la línea que se formará. La navegación
y entrada por la laguna de los Patos hasta el río Yacuy,
quedaban privativamente para Portugal; extendiéndose su
dominio por la ril)era meridional hasta el arroyo de Tahim,
siguiendo por las orillas de la laguna de la Manguera en
línea recta hasta el mar, y por la parte del continente
iría la línea desde las orillas de dicha laguna Merín, to-
mando la dirección por el primer arroyo meridional, que
entra en el sangradero ó desaguadero de ella, y corre por
lo más inmediato al fuerte portugués de San Gonzalo;
desde el cual, sin exceder el límite de dicho arroyo, conti-
nuaría la pertenencia de Portugal por las cabeceras de los
ríos que corren hacia el río Grande y hacia el Yacuy,
hasta que, pasando por encima de las del río Ararica y
Coyacui, cedidos á Portugal, y la de los ríos Piratiní é
Ibiminí, conservados por España, se tiraría una línea que
cubriese los establecimientos portugueses hasta el desem-
bocadero del río Pepiiá-guazú en el Uruguay, y así mismo
salvase y cubriese los establecimientos y Misiones españo-
las del propio Uruguay, que habían de quedar en el actual
estado en que pertenecen á la Corona de España (1).
Por estipulación especial quedaban reservadas, entre los
dominios de una y otra Corona, las lagunas Merín y
Manguera, y las lenguas de tierra mediantes entre ellas
y la costa del mar; sin que ninguna de las dos naciones
pudiera ocuparlas, sirviendo sólo de separación; de suerte
(i) Este tratado se encuentra íntegro en la Col AngeliSy tomo iv;
en el ni de la Hist de las Colonias, por Lobo, y en el iii de la Col
Calvo,
24t>
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
que ni los españoles pasasen los arroyos Chuy y San
Miguel hacia la parte septentrional, ni los portugueses el
arroyo de Tahim, línea recta al mar, hacia la parte meri-
dional; cediendo el portugués á España cualquier derecho
que pudiera tener á las guardias del Chuy y su distrito,
barra de Castillos - grandes, fuerte San Miguel, y todo lo
demás comprendido en esa jmisdicción. A semejanza de
lo anteriormente establecido, quedaba también reservado
en lo restante de la línea di\úsoria, tanto hasta la entrada
en el Uruguay del río Pepirí-guazú, cuanto en el progreso
de la frontera, un espacio suficiente entre los límites de
ambas naciones, aunque no fuera de igual anchura al de
las citadas lagunas, en el cual no podrían edificarse pobla-
ciones por ninguna de las dos partes, ni construirse forta-
lezas, guardias ó puestos de tropas; de modo que los tales
espacios fuesen neutrales, poniéndose mojones y señales
seguras que hicieran constar á los vasallos de cada nación
el sitio de donde no deberían pasar. La navegación de los
ríos por donde pasaba la frontera ó raya, sería común á las
dos naciones, hasta aquel punto ^n que pertenecieran á en-
trambas respectivamente sus dos orillas; y quedaría priva-
tiva dicha navegación de aquella á quien pertenecieran
privativamente sus dos riberas, desde el punto en que prin-
cipiare esta pertenencia. Para evitar dudas se pondrían
marcos ó términos en cada punto en que la línea divisoria
se uniera á algunos ríos, ó se separase de ellos; con ins-
cripciones que explicaran ser común ó privativo el uso y
navegación de aquel río, de ambas ó de una nación sola,
con expresión de la que pudiera ó no pasar de aquel
punto.
Todas las islas que se hallasen en cualesquiera de los
LIBRO IV. — CíORIEBNO BE PINO
247
ríos por donde había de pasar la raya, pertenecerían al do-
minio á que estuvieren mas próximas en el tiempo y esta-
ción más seca; y si estuvieren situadas á igual distancia
de ambas orillas, quedarían neutrales; excepto cuando fue-
sen de grande extensión y aprovechamiento, pues entonces
se dividirían por mitad, formando la correspondiente línea
de separación, para determinar los límites de ambas nacio-
nes. En los ríos cuya navegación fuere conuui á las dos
naciones en todo ó en parte, no se podría levantar ó cons-
truir por alguna de ellas, fuerte, guardia ó registro, ni obli-
gar á los súbditos navegantes de ambas potencias á su-
frir \úsitas, llevar licencias ni sujetarse á otras formali-
dades. Cualquier individuo de las dos naciones que se
aprehendiese haciendo el comercio del contrabando con los
individuos de la otra, sería castigado en su persona y bie-
nes con las penas impuestas por las leyes de la nación que
le hubiese aprehendido; y en las mismas penas incurrirían
los súbditos de una nación, por el solo hecho de entrar en
el teiTÍ torio de la otrá, ó en los ríos ó parte de ellos, que
no fueran privativos de su nación, ó comunes á ambas;
exceptuándose sólo el caso en que algunos arribasen á
puerto y terreno ajeno por indispensable y urgente necesi-
dad (que debían hacer constar en toda forma), ó que pa-
sasen al territorio ajeno por comisión del Gobernador ó su-
perior de su respectivo país, para comunicar algún oficio ó
a^dso; en cuya emergencia deberían llevar pasaporte que
expresase el motivo- En caso de que ocurriesen algunas
dudas entre los vasallos españoles y portugueses, ó entre
los gobernadores y comandantes de las fronteras de las dos
Coronas, sobre exceso de los límites señalados, ó inteligen-
cia de alguno de ellos, no se procedería por vías de hecho
248
LIBRO IV.— GOBIERNO DE TINO
á ocupar terreno, ni á tomar satisfacción de lo que hubiere
ocurrido; y sólo podrían y deberían comunicarse recípro-
camente las dudas, y concordar interinamente algún medio
de ajuste, hasta que, dando parte á sus respectivas cortes,
se les participasen por éstas de común acuerdo las resolu-
ciones necesarias. Por último, se pactaba la forma de re-
ciprocidad en que habían de cambiarse los esclavos fuga-
dos, protegiéndoseles para que no padeciesen castigo Aco-
len to si no lo tuviesen merecido por otro crimen.
Además de estas prescripciones asentadas de un modo
público por ambas cortes, se estipularon artículos reser-
vados que decían relación con las posesiones africanas
de los portugueses. Cedían éstos á España las islas de
Annobón y Fernando Po, exigiendo, empero, el mayor si-
gilo hasta la instalación de las autoridades españolas allí (1).
El Gabinete de Madrid hizo gran misterio de esta cláu-
sula, como si su importancia fuera bastante á paliar los
inmensos territorios que abandonaba en América, y la in-
cluyó escrita al Virrey de Buenos Aires, á fin de que se
enterara de ella con la circunspección debida. Se puede
clacular hasta qué punto era obcecado el espíritu domi-
nante en el Gabinete español, con decir que tomaba por
ventajosas las concesiones mutuas que una y otra Corona
se hacían; siendo así que Portugal devolvía á España te-
rritorios y posesiones españolas que retenía usurpadas, á
cambio de vastos países que España podía reivindicar por
derecho propio, ó había poseído siempre á título inmejo-
rable.
(1) Informe del Virrey CcraJh.'i á ,<n succ.'ior (Rev del Arch de
B. Aires, ir).
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
249
Por lo demás, este tratado era tan desventajoso para
los españoles, como el de Madi'id anteriormente suscrito.
Desde luego los portugueses quedaban dueños de Santa
Catalina y Río -grande y sustituían el derecho de España
á fortificar las fronteras del Uruguay, por la creación de
campos neutrales, que no eran ciertamente una valla para
sus atrevidas incursiones en nuestros territorios. Más ade-
lante estipulaban que las islas de cualquiera de los ríos
por donde había de pasar la línea divisoria, pertenecerían
á la jurisdicción á que estu\deran más próximas, y estando
á igual distancia de ambas orillas quedarían neutrales, á
menos que su extensión y aprovechamiento no indujese á
ambas naciones á ocuparlas por mitad ; con lo cual arreba-
taban á España el dominio de los ríos uruguayos, ora neu-
tralizando las posesiones estratégicas yacentes en ellos, ora
ocupándolas en común con el enemigo, lo que las hacía
nulas de todos modos. Estipulaban también, que en caso
de duda sobre extensión ó inteligencia de límites, los go-
bernadores ó comandantes de frontera en vez de proceder
por sí á tomar satisfacción de cualquier avance, debían co-
municarse recíprocamente sus aprensiones ó temores, remi-
tiendo á sus respectivos gobiernos la solución del negocio
que había de madurarse en común; con lo cual venía á fa-
vorecerse el procedimiento de los portugueses que todos
los días adelantaban terreno en el Uruguay, á pretexto de
mala inteligencia sobre sus límites, y que no abandonaban
después lo conquistado, alegando la necesidad de ocurrir á
su Gobierno para que pusiese en claro lo que á todas luces
era evidente. Estas consideraciones, menospreciadas al pac-
tar el tratado de San Rdefonso, venían á hacer de aquel ins-
trumento público una prenda valiosa para Portugal, siem-
250 LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
pre hábil en sacar ventajas de su enemigo, aun cuando
aparentaba la mayor buena fe y el deseo más amplio de
resolver pacíficamente las dificultades.
Con todo, los portugueses, pasados los primeros momen-
tos y en posesión legal de Santa Catalina y Río -grande,
pusieron por obra dificultar la practica bilidad de lo conve-
nido para el resto, y alegando cuestiones de poca entidad,
embrollaron el negocio á punto de que no se pudo arribar
á la definitiva. Recibidas en Buenos Aires las copias de
todo el negociado, ofició el Virrey de estas provincias al
del Brasil, incluyéndole el plan aprobado por ambas cortes
relativamente al modo de expedir las divisiones demar-
cadoras de límites; la formalidad con que debían condu-
cirse, el método de operar unidos sus trabajos, las pro\d-
dencias que se debían adelantar para conseguirlos y abre-
viarlos, y otras muchas cosas importantes y peculiares de
esta grande obra ( 1 ). El Virrey del Brasil contestó con
indiferencia el oficio, sin aprobar ni reprobar su conte-
nido. Dijo que este plan se desconcertaría, por no existir
ya muchos arroyos referidos en él, mientras otros habían
mudado de dirección. Se esforzó en persuadir « que la
naturaleza se trastorna en este país, » variando el curso de
los grandes ríos y la dirección de las montañas por donde
debía pasar la línea divisoria. Ultimamente, contra las
expresas órdenes de ambas cortes, se opuso á que se
formasen tres partidas demarcadoras, la una por la
banda Oriental, la otra por el Paraguay, y la tercera por
Sánta Cruz de la Sierra; pretendiendo que estos traba-
(1) Apuntes históricos sobre ¡a demaremión de limites de la Banda
Oriental y el Brasil (Col Angelis, iv).
LroRO IV. — GOBIERNO DE PINO 251
jos se encargasen á una sola partida, para de ese modo, y
según se puede colegir, alargarlos y hacerlos intermina-
bles como los hizo.
La Corte de Madrid, empero, confiada en que sus triun-
fos militares aseguraban el cumplimiento del tratado, se
dedicó á mejorar la situación de unos pueblos cuyo domi-
nio la acarreaba tantos sacrificios. En 12 de Octubre de
1778 expidió Real Cédula concediendo nuevas franquicias
comerciales al Río de la Plata, es decir, igualando su na-
vegación mercantil á la de los demás puertos habilitados
en las Indias; con lo cual vinieron á extinguirse los dere-
chos que pagaban á su introducción gran parte de las ma-
nufacturas españolas destinadas á nuestros puertos, y se
crearon las aduanas de Montevideo y Buenos Aires. Esta
determinación que hoy parecería trivial, teniendo como te-
nemos una noción más exacta del comercio, y concediendo
como lo hacemos la más amplia libertad al intercambio,
fue recibida entonces al igual de la libertad de comerciar,
y se llamó reglamento de comercio libre á la Real Cédula
que concedía tan pequeño respiro. Pero la causa de apre-
ciarse así los efectos del nuevo reglamento, era que el
Río de la Plata no había gozado nunca los beneficios del
cambio, ni aun entre los pueblos de su jurisdicción res-
pectiva, pues solamente desde cuatro años atrás podía
comerciar con el Perú (1). Vanos fueron cuantos esfuer-
zos se practicaron antes de esto, para obtener de la Metró-
poli simples concesiones de comerciar con ella, habiéndose
mirado siempre como un error grave en que no debía caer
(1) Aiitúnez y Acevedo, Memorias históricas sobre la legislación
y comercio de España y sus colonias, n, v.
252
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
ningún gobierno, el condescender á semejante pedido. Se
creía que patrocinándolo, el Río de la Plata, conquista
no muy apreciada de los españoles, arruinarra al reino del
Perú, al cual dedicaban todo su desvelo y proveían de
cuanto en su concepto había menester; y con estas ideas,
dejaban perderse en la oscuridad y la impotencia unas
provincias que no daban oro, para favorecer á otras que
lo daban. Y si por ventura decaía un poco el envío de
metales finos á la Península, coincidiendo ello con alguna
permisión de exportar por corto tiempo productos natura-
les que se hubiera otorgado á los pueblos del Plata, ya en
el acto se alzaba una grita para señalar el origen del mal
y pedir su inmediato curativo. Por supuesto que el cura-
tivo no era otro que cancelar las permisiones otorgadas in-
mediatamente de cumplirse, y no volver á la tentación de
darlas, hasta pasados muchos años y en virtud de asiduos
ruegos.
Corría muy autorizada entonces en España y Europa,
la doctrina de que la riqueza es el oro. Poníase, pues, par-
ticular empeño en obtener la mayor cantidad de oro, como
que constituía la mayor suma de riqueza; y á este efecto
se había inventado ima singular teoría que llamaban la
Balanza del Comercio, cuyo mecanismo consistía en ven-
der mucho y comprar poco. Las potencias coloniales en-
contraron la doctrina arreglada á sus intereses, pues como
tenían mercados propios donde vender sus productos, po-
dían perfeccionar el sistema dentro de casa, y España,* la
mayor de todas, fue naturalmente inclinada á dar el ejem-
plo. La sutileza de los legistas españoles se aguzó para
encontrar todos los intersticios por donde pudiese introdu-
cirse la menor libertad de comercio, siendo más fácil a la
UBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
253
postre llegar á las altas dignidades, que obtener en España
permiso de comerciar con América por el tiempo limitadí-
simo que se concedía. Necesitábase para ello licencia di-
recta del Rey, con largas informaciones previas sobre con-
ducta personal, posesión de bienes raíces y ciudadanía en
ejercicio, y luego de conseguida la licencia quedaba el co-
merciante bajo la vigilancia continua de las autoridades de
uno y otro hemisferio, viéndose expuesto á ser suspendido
en su tráfico á la menor insinuación de que su negocio
era perjudicial ó lucrativo con exceso. Los que han podido
darse cuenta del parsimonioso giro de la Cancillería espa-
ñola, comprenderán las angustias de aquellos que se expo-
nían á la tramitación de solicitudes para comerciar; y los
que saben la suspicacia y el espíritu receloso que eran ingé-
nitos á las autoridades de la misma nación en los dominios
americanos, se imaginarán lo expuesto que estaba á perder
sus utilidades el comerciante abandonado á merced de la
menor denuncia. En cuanto á los extranjeros, después de
trámites duplicados, no se les concedía pasar jamás de
los puertos cuando obtenían licencia comercial; y de no
tenerla, pagaban con la vida y perdimiento de bienes
aquellos naturales 6 habitantes de América que comer-
ciaren con ellos (1). Con tal procedimiento, el cambio
no existía en rigor, porque á la verdad todo se reducía á un
aprovisionamiento oficial de efectos suyos, que España nos
hacía como por compensación del oro que sacaba de las
minas americanas. A esto se llamaba la perfecta Balanza
del Comercio.
Para mejor solidificación del sistema, se restringió pau-
(1) Solórzano, Política Indiana; ii, iv, xix.
254
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
latinamente el número de los puertos de salida para Ame-
rica. En un principio estuvieron habilitados Sevilla y Cá-
diz. Carlos V extendió la permisión hasta la Coruña y Ba-
yona en Galicia, Aviles en Asturias, Laredo en las Monta-
nas y sus Encartaciones, Bilbao en Vizcaya, San Sebastián
en Guipúzcoa, Cartagena y Málaga ; declarando que la can-
tidad de islas y tierras nuevamente descubiertas en Ame-
rica, y la distancia á que el puerto de Sevilla dejaba ex-
puestos á muchos habitantes de los extremos de la Penín-
sula deseosos de emigrar allá, le obligaban á tomar esta
determinación, persuadido de que el mejor medio de ade-
lantar lo descubierto era poblarlo. Pero la reacción se inició
pronto en los reinados siguientes, restringiéndose paso á
paso las franquicias que se habían dado al comercio ma-
rítimo, hasta dejar solamente á Cádiz como puerto habili-
tado. España entró con todo rigor en el sistema proliibi-
tivo colonial, como se le ha llamado después, y no quiso
salir de ahí en muchos años, hasta que la experiencia de-
mostró que el oro de las minas se agotaba, y que sin el trá-
fico comercial las Indias corrían riesgo de ser una carga y
no un beneficio.
Tuvo gran mano en todos estos negocios la Casa de
Contratación de Sevilla, instituida en los comienzos del
siglo XVI, e inaccesible al menor conato de liberalidad co-
mercial. Creía aquella corporación, y lo dijo siempre, que
el comercio del Río de la Plata arruinaría lí los negocian-
tes de España, cerrándoles el fomento de las ferias de Por-
tobelo, mientras estas existieron; y después alegó que per-
judicaría el tráfico de los galeones salidos del Perú (1).
. (1) Antúnez, Memorias hisiói^ícrts, etc; ii, vi.
LIBRO IV. —GOBIERNO DE PINO
255
Como pudiera conceI)ir tan peregrinas ideas, se explica sa-
biendo que en todos los casos en que fue consultada, dio
vista de la consulta á los interesados en el fomento de las
ferias y á los partidarios de la llegada de los galeones,
aferrándose por su dictamen al plan prohibitivo que des-
arrollaba con tanta pertinacia. Es así que por consejo de la
Casa, solo se accedió á la introducción de ciertos carga-
mentos de esclavos al Río de la Plata, y alguna que otra
franquicia para la exportación por tiempo limitado y en
cantidad exigua de productos naturales. Mientras la Colo-
nia é isla de San Gabriel estuvieron en poder de los por-
tugueses, la Casa hizo argumento de esto para ser más
tirante en su negativa á cualquiera libertad de comerciar
en los dominios platenses. Más adelante modificó algo
su exclusivismo, porque sin embargo de insistir en los
males causados por este comercio, como tocaba también
el inconveniente de dejarnos sin ninguno, propuso que se
despachase desde el Plata anualmente un navio de regis-
tro de porte de 100 toneladas, diez más ó menos, para
que de retorno llevase los géneros y mercaderías de Es-
paña que pudieran consumirse, sin riesgo de que se in-
ternasen á Potosí, ni causaran perjuicio al comercio del
Perú.
No se comprende una ceguedad tan absoluta, sino par-
tiendo de las erróneas ideas de aquellos tiempos, apoyadas
en la influencia de los intereses mezquinos que las susten-
taban. El Río de la Plata era uno de los pocos puntos
americanos que dejaban sobrantes á las cajas de la Penín-
sula, y es seguro que si con tales restricciones podía ser
útil su comercio, con mayores facultades de expansión ha-
bría sido una gran fuente . de recursos positivos para la
256
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
administración española ( 1 ). Pero la Casa de Contratación
siempre firme en sus rancios temores, y el Consejo de In-
dias poco inclinado á acoger novedades, mantenían en-
hiesta la bandera de un monopolio tan desapoderado de
razón como ruinoso para las dos partes que lo soportaban,
porque si España se consumía por falta de movimiento
comercial, América aprisionada entre las trabas de tantos
reglamentos prohibitivos, no podía desarrollar sus fuerzas
industriales, que por sí solas habrían salvado á la Metró-
poli de la ruina. Tal era la situación de estos países,
cuando se recibió la autorización de 1778.
La prosperidad que era consecuencia de una amplitud
mayor en el comercio, se hizo sentir luego de publicado el
Reglamento que la autorizaba; de tal modo, que los dere-
chos de importación y exportación entre las aduanas de la
Península y. las de América, que hasta 1778 habían alcan-
zado á unos 6:000,000 de reales, subieron este afio á más
(1) Es constante ~ dice Salas — Caracas, Chile, Guatemala, la
Gtiiena y California, nada rendían á la Metrópoli, porque se consumía
en los gastos de su administración interior cuanto producían. Méjico,
el Perú, Buenos Aires y Nueva Ghranada, eran los únicos que produ-
cían un sobrante, el que se disminuía mucho, porque de él había que
remitir todos los años 1:825,000 pesos fuertes á la Isla de Cuba,
377.000 á la Florida, 577,000 á la Lusiana, 200,000 á la Trinidad,
274.000 á la parte española de Santo Domingo, y 250,000 á Fili-
pinas, por no producir estCLs colonias lo necesario para cubrir los gas-
tos de su administración; de manera que lo que llegaba á venir á Es-
paña para el Real tesoro de los derechos de soberanía de tan vastas
colonias, eran unos 7 ü 8 millones de pesos fuertes; ú saber: 5 de
Méjico, 1 del Perú, 600,000 duros de Buenos Aires y 400,000 de
Nueva Granada. (Antonio Salas, Memoria sobre la utilidad que re-
cuitará á la Nación y en especial á Cádiz, del reconocimiento de la
independencia de América y del libre comercio del Asia ; edic de Cá-
diz, 1834.)
LIBKO IV. — (iORIKlíNO DE PJXO
257
de 55:000,000. Coa todo, u poco de recibirse este benefi-
cio, D. José de Oálvez, marqués de la Sonora y ministro
de Indias, que tenía singulares ideas sobre los límites del
cambio, comenzó á estrechar el círculo de los negocios. Pri>
meramente asestó un golpe á la agricultura, poniendo en
vigor las antiguas leyes que prohibían en América el cul-
tivo de viñas y olivares. Después prohil)ió que se comer-
ciase en lana de vicuña, expidiendo un oficio al Virrey de
Buenos Aires, en que decía: - El Bey se halla con noti-
cias positivas del uso que se hace en esos reinos de la lana
de \icuna, especialmente en la capital, donde se emplea en
las fábricas de sombreros que se han establecido en ella,
contraviniendo á lo dispuesto por las leyes y en grave per-
juicio de las fabricas de España. En esta inteligencia me
manda S. M. prevenir á Y. E. muy estrechamente, que
sin expresar esta contravención sino sólo el justo motivo
de que dicha lana se necesita toda para surtir las reales fá-
bdeas de la Península, tome las providencias que juzgue
más precisas á fin de que cuanta lana de vicuña se ad-
quiere y cosecha en las provincias de ese Virreinato, se
compre en ella misma, de cuenta de S. M. á los precios
corrientes; y lo mismo se ejecutará con todas las partidas
de dicha lana que llegaren como propias de particulares á
la aduaiia de esa ciudad, tomándola por costo y costas,»
etc. ( 1 ) Por manera que, si de un lado se permitía la li-
bertad de comercia/<; pn la Metrópoli, de 'otro se restrin-
gían los medios^y^^^ en las colonias la fabrica-
ción de aceite y .ño y la elaboración de paños y som-
breros.
(1) Fiuies, etc; iii, v, xiii.
Dom. E.sp.
258
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
Por su vitalidad propia, el Uruguay estaba destinado á
sobrepujar estos obstáculos. l\Iientras el sistema colonial
le cerraba las puertas de la industria, el aumento de su
pol)lación le aljría horizontes bonancibles. En tal sentido,
es de una enseñanza fecunda el estudio de nuestro pro-
greso demográfico, constituido por los primeros censos que
levantaron los jesuítas, y continuado por los apuntes esta-
dísticos de sus adversarios ( 1 ). Animando dichas cifras
con la clasificación y ubicación del personal representado
por ellas, puede abarcarse en sus proyecciones diversas, el
crecimiento de nuestra población campestre.
La época en que vamos, es adecuada á ese propósito,
pues marca una reacción poderosa de las masas campe-
sinas hacia la mejora social. La vida errante no las
ofrece ya el atractivo deslumbrador de otros días, y una
tendencia .irresistible á la agrupación sedentaria toma
formas definidas en sus filas. Los vaqueros y explotado-
res de corambre, estableciéndose periódicamente en de-
terminados parajes, dejaban al retirarse un residuo de
población, que diversos juotivos iban fijando á la tierra,
dentro de cierta línea jurisdiccional trazada por el instinto
de protección recÍ 2 )roca. A su vez algunos hacendados, por
motivos de piedad ó conveniencias de otro orden, levanta-
ban rancherías en puntos equidistantes de sus respectivas
estancias. Un movimiento análogo, aunque más metódico
y compacto, se había producido á ccvísa de la reducción de
varias tribus sumisas, en la proximio{>’ de los fortines mi-
V
(l) Calvo, Colección^ etc; xr. — Lozano, Uist ih q C>^viq; i, i, lí. —
Francisco J. Brabo, üoauucntos relativos ü la de los jesuí’
iaSy 115 .
IJBRO IV. — GOBIKRÍÍO DE PINO
259
litaros que precavían invasiones de los indios silvestres.
De este modo se fundaron, por espontánea iniciativa de
sus pobladores, y con el nombre de Payos, los distritos que
constituyen algunos de nuestros Departamentos de hoy, y
todas sus secciones respectivas.
De los más antiguos en la región del Sur, fue el distrito
de las Piedras ( 1 ). Se había formado bajo los auspicios
de Montevideo, cuyos pobladores empezaron á extenderse
mucho por los campos vecinos, desde el gobierno de Viana,
cuyo celo en favor del progreso material atestiguan los
hechos. Las informaciones disponibles no permiten ase-
gurar que clase de vida llevaron los pobladores de las
Pieckas, durante el cuarto de siglo posterior á su ins-
talación allí. Probablemente los más de ellos serían ve-
cinos de Montevideo, que se trasladarían durante los me-
ses de zaft'a á sus estancias. El resto debía componerse de
los capataces y peonadas pertenecientes á dichos estable-
cimientos. Formado el distrito, no es difícil hacerse cargo
que su proximidad á Montevideo y el crecimiento de la
población estable, concurrieron á crear un número de pe-
queños propietarios, dedicados á faenas agrícolas, y dis-
puestos á erigir un centro urbano.
De seguro que superaban la antigüedad de las Piedras,
dos distritos del Oeste, conocidos con los nombres de Vi-
horas y el Espinillo ó San Salvador, y iomentados tal
vez por la residencia temporaria de las guardias milita-
res, que procuraban contener los avances de los portu-
( 1 ) Existe en el Archico General una proicsia firmada en 1839 por
los vecinos de las Piedras y contra derla mensura judicial y ede gando
tener hacia esa fcchay ochenta años de posesión tranquila de sus pro-
piedades.
260
LIBRO IV^— GOBIERNO OE PINO
gueses de Colonia sobre los campos y ganados del país.
Sería difícil determinar otras particularidades, sobre los
pobladores de esos parajes. Lo único averiguado, es que
Andonaegui condecoró en 1750 á Víboras y San Salva-
dor, parece que de propia voluntad, con el dictado de pue-
blos, al noticiar al marques de la Ensenada la derrota de
los charrúas en la campaña del Queguay, pero tal vez fuera
esto una licencia imaginativa de Andonaegui, para abultar
las depredaciones de los indígenas en aquellos pagos, dando
así mayor realce al residtado obtenido ( 1 ). Como quiera
que sea, la densidad adquirida por la población de los
tres distritos mencionados estimuló el celo religioso, no
sabemos si de los particulares ó del Estado, y en 1780,
según concurren á demostrarlo datos fidedignos, se erigie-
ron capillas de cierta consistencia en las Piedras, Víboras
y Espinillo.
Trabajos mas completos en orden á la colonización del
país, lleváronse á la práctica el año siguiente. La iniciativa
del clero católico, tan fecunda en su acción sobre las Mi-
siones, empezó á resurgir por medio de ensayos parecidos.
Los jesuítas tuvieron imitadores en algunos párrocos de
campaña, quienes, supliendo la inercia de los gobernantes
militares, formaron centros poblados, donde se agrupó el
habitante desvalido ó andariego de la jurisdicción. A la
sombra de la capilla de paja y barro edificada por la em-
peñosa piedad de constructores casi siempre anónimos, de-
bían nacer algimas de las más florecientes poblaciones del
país. Desconocida ó mal apreciada hasta hoy esta inicia-
tiva colonizadora, fue bien proficua, sin embargo, para nues-
(1) Of. de Ensenada, 22 Mayo 1731 (Ardí Gen).
LIBRO IV. — GOBIKRNO DE PINO
261
tro progreso, porque concurrió á suprimir el desierto, ene-
migo implacable de todo oiganismo social
El Cura de Nuestra Señora de Guadalupe tenía su pe-
queño templo á una milla del arroyo Canciones, así lla-
mado por la arborización que lo distinguía. Con haber
sido tan modesto aquel santuario, no por eso es menos
instructiva su historia. Desde los tiempos de Viana, por
el año 1755, un vecino de Montevideo apellidado Santos,
y por sobrenombre el Colla, levantó en dicho local una
capilla de paja, y las familias hacendadas de la comarca,
deseosas de cumplir el precepto religioso, construyeron á
su vez algunos ranchos con el objeto de pasar en ellos los
días de fiesta. La residencia accidental de aquella masa de
población, quitaba al mencionado centro todo carácter de
pueblo, reduciéndolo á una ranchería abandonada en los
días de trabajo, y por consecuencia, incapaz de promover
ningún progreso de sociabilidad permanente: así es que en
cierto modo, no podía contarse en el número de los auxi-
liares de la civilización.
Veinte años transcurrieron con exceso, antes que se
modificase semejante estado de cosas. En 1778 comenzó
á producirse un movimiento de concentración, que alentado
por la solicitud del párroco D. Juan Miguel de Laguna,
llevaba á establecerse en los alrededores de la capilla varios
habitantes criollos, á los cuales se agregaron ciertos penin-
sulares, formando entre todos el núcleo de un centro * ur-
bano ( 1 ). Las primeras viviendas de los recién llegados,
construidas de adobe, con puertas y techos de cuero, sir-
vieron de reclamo á un número cada vez mayor de concu*
(1) Diario de Cahrer Mevioria de QvamV/c ( citada ).
262 LIBRO IV. — GOBIERífO DE PINO
Frentes fijos. A esto se agregó la reedificación de la ca-
pilla, transformada con auxilio del Virrey de Buenos Aires
en templo de material. Pero sea que el Curá^ en previsión
de eventualidades, consiguiese de los colonos la construc-
ción de un número mayor de ranchos que los estricta-
mente necesarios, sea que algunos de los nuevos pobladores
abandonasen la parroquia, el hecho es que en 1781 exis-
tían diversas viviendas desocupadas. Coincidiendo el caso
con la afluencia de pobladores destinados á la Patagonia
que vagaban por Buenos Aires, ofreció Laguna hacerse
cargo de cierto número de esas familias, para habilitarlas
con alojamiento y huertas en la jurisdicción parroquial.
Aceptada la oferta, se transportaron á Guadalupe hasta 15
familias, siendo instaladas en forma conveniente, con lo
cual se equilibró la merma anterior, si es que la hubo.
Pero estos últimos pobladores estaban llenos de exigen-
cias. A poco de instalarse, pidieron nuevos auxilios para
mejorar sus casas y huertas, concediéndoles el Virrey de
Buenos Aires medio real diario por persona ; asignación
que disfrutaron durante dos años próximamente, y á cada
familia, 2 bueyes, 1 caballo, instrumentos de labranza y
semillas. Nuevas quejas y reclamos de los postulantes,
agotaron la paciencia del Vin*ey, quien les asignó como
socorro definitivo 50 pesos por familia, desentendiéndose
de toda obligación posterior (1). Mando asimismo que se
construyese en Guadalupe edificio para cárcel con cueq>o
de guardia, después de lo cual abandonó la localidad á su
propia suerte. Mas el impulso dado por Laguna al nuevo
establecimiento era tan firme, y los recursos adquiridos se
( 1 ) íY.® 3 en los D. de P.
LIBRO IV. — GOBIERNO PE PINO 263
empicaron con tanto acierto, que en 1783 la jurisdicción,
sin poseer gobernador militar ni alcalde, contaba con igle-
sia de material, casa capitular y cárcel, unas 70 casas par-
ticulares, y tenía 2,r>00 habitantes.
Xo filó perdido el ejemplo. Vagaba por el país nume-
rosa población flotante, de exigencias humildes, aunque de-
seosa de fijarse á la tierra. En su mayor parte se compo-
nía de familias constituidas al acaso, pero inclinadas á re-
gularizar su condición domestica. Los indígenas convertidos,
que ya eran muchos, juntándose á los transmigrados de las
antiguas Reducciones, formaban con sus mujeres é hijos el
grueso de aquella masa viviente, sin albergue determinado,
á la que se añadían algunos españoles, peones de vaque-
rías ó desertores de los cuerpos militares, resueltos por
completo á seguir la vida de sus nuevos camaradas. Esta
última clase de gente era, sin embargo, reputada extranjera,
sea por su condición colecticia, pues cada vaquero reclu-
taba sus peones donde le era posible y les mantenía con-
sigo á intervalos ; sea porque el carácter instable de los
trabajos campestres predispusiese las peonadas á turnarse
continuamente de un pago á otro. Pero no constituyendo
los antecedentes de tales hombres la mejor garantía de su
conducta ulterior, donde quiera se juntasen, la autoridad
les vigilaba por medio de guardias militares, como sucedía
en los alrededores del arroyo de Pando, al que dió nombre
cierto vecino de Buenos Aires, allí establecido de antiguo
con una explotación de corambre. Transformada por este
motivo dicha localidad en asiento de faenas pecuarias, cen-
tralizó algunos pobladores, y bien pronto un modesto san-
tuario rural fue erigido entre ellos. A ejemplo entonces de
lo realizado en Guadalupe, D. Francisco Meneses pidió y
264
OBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
obtuvo del Virrey de Buenos Aires 12 familias con des-
tino á Pando, las que le fueron remitidas á fines de 1781.
Distinto fue el origen del pueblo de San Juan Bau-
tista, comunmente llamado Santa Lucía, por el nombre
del río con que se avecina. No era paraje abandonado
aquella jurisdicción, pues sobre haber sido límite de la
frontera militar de Montevideo en tiempos de Yiana, fué
también albergue de las tribus de Cumandat y demás jefes
indígenas sometidos hacia la misma época. Estas circuns-
tancias concurrieron á fijar en aquellas alturas un número
de población relativamente denso, pero á la que faltaba un
centro inmediato que hiciera cabeza de' partido. Así las co-
sas, rompió la guerra de 1 7 7 G - 7 7 y fué necesario preparar
cuarteles y alojamientos para las tropas movilizadas. El
local que hoy ocupa San Juan Bautista estaba indicado
entre los que podían alojar algunos cuerpos de milicias, y
es presumible que ése fuera el origen de una ranchería allí
construida para albergue de cierto contingente de milicia-
nos paraguayos. Hecha la paz, y encontrándose el Virrey
de Buenos Aires, coma ya se ha visto, en la necesidad de
mantener considerable número de familias destinadas á la
Patagonia, que vagaban en la incertidumbre de si irían
definitivamente allí, ó fracasaría el establecimiento, facilitó
el transporte de 36 de ellas con destino á San Juan Bau-
tista, donde llegaron en Noviembre de 1781, ocupando la
ranchería existente. Formalizadas las diligencias de men-
sura, reparto de solares y chacras, trazado de planos y de-
más imj)rescindibles, quedó en Diciembre de 1782, ofi-
cialmente erigida la villa de San Juan Bautista ( 1 ).
{\) L. C, de Montevideo,
LIBRO IV. — GOBIERNO BE PINO
2G5
Por lo que respecta a Montevideo, algiiii progreso le
cupo también. Sus fortificaciones se habían conqdemen-
tado en orden á las reiteradas providencias del Rey,
y el aumento de la población había traído la necesi-
dad del deslinde y nomenclatura de las calles. Fue por
estos tiempos que se dio á conocer D. Francisco An-
tonio Maciel, recordado en la tradición por el apodo
de padre de los pobres. A su iniciativa se debieron en-
tonces los socorros que prodigaron las cofradías de San
José y Caridad á los náufragos y desvalidos; y más tarde
la fundación del hospital de Montevideo, que tan no-
tablemente descuella entre los edificios de su clase. Ma-
ciel fue uno de esos tipos abnegados que bajo la exterio-
ridad de un personal sencillo, esconden recto y valeroso
corazón, como lo demostró con el tiempo, sacrificándose
por la patria con la misma abnegación que lo había hecho
por los pobres.
Calmadas las preocupaciones que hasta entonces absor-
bieran el ánimo de la autoridad militar, dirigió ésta su
actividad á los negocios internos. El Gobernador del
Pino había comenzado á hacer gala de ciertas genialida-
des que poco á poco le iban conduciendo á un despotismo
muy duro. Enorgullecido por el uso de un mando que no
llevaba miras de acabársele, intentaba dominarlo todo. Tal
vez no faltaban consejeros que le empujasen en esa vía ;
pero sea como fuere, entrado el año 1782 encontró la
ocasión que andaba buscando. Según ley y costumbre
anual, el l.° de Enero de 1782 eligióse el j^ersonal que
había de componer el Cabildo de Montevideo, resultando
investidos con los principales cargos D. Juan Antonio de
Haedo, sujeto prudente, anciano y bien quisto, á quien se
266
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
nombró Alcalde de primer voto; y un hidalgo criollo lla-
mado D. Domingo Bauza, que recibió el cargo de Alcalde
de segundo voto. O porque esta elección noTlenase las as-
piraciones del Gobernador, ó porque su natural celoso qui-
siera satisfacerse con un golpe de autoridad, ello es que á
poco de estar en ejercicio los nuevos alcaldes, recibieron la
más singular demanda de su parte.
En 11 de Febrero les pasó un oficio ordenándoles que
habían de darle previo conocimiento con autos de cual-
quier causa que tuvieran para sentencia, á fin de que él
proveyese lo que debiera hacerse, sin cuyo requisito consi-
deraba menoscabada su autoridad; y deseoso de evitar que
tal precepto quedase olvidado en lo futuro, mandaba que
aquel su oficio se copiara en los libros capitulares como
precedente invocable por sus sucesores en los negocios de
justicia. Contestaron los alcaldes en 20 de Febrero, que
encontraban' el contenido del oficio « no sólo opuesto al
estilo y práctica, uso y envejecida costumbre que hasta allí
se había observado, .sin diferencia en estos juzgados, de
proceder á la ejecución de sus sentencias en los juicios cri-
minales sin consulta del Gobernador, y aun repugnante al
literal contexto de la ley Real, tít. ir, libro v de las de estos
reinos, que expresamente resiste tome el Gobernador co-
nocimiento en las causas civiles ó criminales que penden
ante los alcaldes, sino que se les representaba dirigido
contra la suprema autoridad del superior tribunal de la
Real Audiencia de este distrito, » etc. Y á. efecto de dar una
solución conveniente al negocio, proponían « que el Go-
bernador se sirviese sobreseer en la providencia tomada
sobre el citado oficio, suspendiéndola sin hacer novedad en
lo que se ha estilado y observado con arreglo á las leyes,
LIBRO IV. — GORIERN^O DE PINO
267
hasta la resolución de la Audiencia á quien consultaban el
caso (1).
No entendió el Gobernador que debía proceder de esta
manera, así es que en 24 de Febrero pasó á los dos alcal-
des el siguiente lacónico oficio : Enterado de lo que vues-
tras mercedes me exponen con fecha de veinte de este,
debo decirles, que esta sólo se reduce á reproducir la mía
de siete, y á prevenirles que me contesten categóricamente
á ella, diciendome si la obedecen ó no en todas sus partes,
para mi gobierno, avisándomelo con toda brevedad. » A lo
que replicaron los alcaldes con fecha 27, que sin abste-
nerse de prestar el obedecimiento correspondiente á las ór-
denes del Gobernador, pasaban el asunto en consulta á dos
distintos profesores de derecho en Buenos Aires, « á efecto
y con el celo únicamente de dejar bien puestas y sin per-
juicio alguno las facultades, jurisdicción y autoridad Real
que como alcaldes ordinarios había depositado el Soberano
en ellos; lo que exponían por pronta resjmesta á la última
orden, que por conducto del ayudante de esta plaza D. José
de la Peña se les había intimado para que dentro de una
hora respondieran. » Hasta aquí, los dos alcaldes habían
procedido dentro de la órbita de su derecho, resistiendo le-
galmente á las intimaciones desarregladas del Gobernador,
y 023oniendo á sus avances las prescripciones claras de la
ley.
Mas nada de esto satisfacía al Gobernador de Montevi-
deo, ni menos á D. Juan José de Vertiz, recientemente
nombrado Virrey, que hallándose instalado de j^aso en la
ciudad, imdo asesorarse del punto en litigio y lo resolvió á
( 1 ) MS en N. A,
268 LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
SU antojo. Afirmó que el Gobernador tenía razón; dijo que
los alcaldes al consultar á dos letrados de Buenos Aires
hacían depender de la respuesta de aquéllos el obedeci-
miento sin réplica que le debían á él como representante
del Rey; y mandó que los alcaldes compareciesen á su
presencia para oírle. Efectivamente se presentaron los dos
magistrados, pero la recepción fué ignominiosa : olvidando
el Virrey sus deberes, expresóse en un lenguaje violento y
descomedido. Sin reparar en la edad y los respetos de
Haedo, le llamó mala sangre, traidor y cabeza de motín,
ante cuyos insultos enmudeció el anciano alterándosele la
razón. Bauza salió á la defensa de los dos, pero fué tam-
bién detractado y tuvo que retirarse con su compañero.
Tanta era la aflicción causada en el ánimo de Haedo por
los insultos de Vertiz, que perdió totalmente el juicio ; y
llegado á su casa, se expresó ante varios amigos de un
modo incoherente, repitiendo á cada instante estas pala-
bras: « Yo mala sangre. . . . ! Haedo cabeza de motín,
traidor: ¿cómo es eso? » « El señor Virrey afirmar y nom-
brarme de traidor y cabeza de motín: ¿cómo es eso? » (1)
Pero los ímpetus vengativos de Vertiz no se contmieron
ni ante este mísero espectáculo. Inmediatamente expidió
orden para que los alcaldes fueran aprehendidos y condu-
cidos con fuerza armada, D. Juan Antonio de Haedo á la
isla de Gorriti en Maldonado, y D. Domingo Bauzá á la
isla de Ratas en el puerto de Montevideo. Cumplióse la
condena á pesar de la edad y el malestar de Haedo : fueron
conducidos ambos magistrados á sus respectivos destierros,
(1) Dcclaracián de D. Ensebio Joaqvin Donado, en h infonnación
testimonial hecha por el Cabildo d pedido de Haedo. (MS en N. A.)
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
269
escoltados por fuerza pública al mando de oficiales vetera-
nos. Fue también desterrado á la ciudad de Buenos Aires
con su esposa é hijos, el bachiller en leyes D. Ensebio
Joaquín Donado, asesor del juzgado á cargo de Bauza.
Aun cuando todos estos individuos tenían intereses pro-
pios que atender, no se les concedió la mínima prórroga
para ocuparse de ellos, de tal suerte que Haedo sufrió
largos perjuicios en establecimientos de campo que admi-
nistraba por cuenta de otros.
Don Domingo Bauza, que por su fortaleza natural ó por
su edad, había conservado toda la serenidad de espíritu
que la situación requería, empezó á organizar desde su
prisión los elementos de prueba que podían servirle para
la justa venganza de aquel agravio. Dirigió á poco de estar
preso, una solicitud á la secretaría del Virrey, pidiendo se
le entregasen los autos por donde resultaran probados los
cargos de que se les acusaban á él y á Haedo, haciendo
constar : « que no estando en arbitrio de los alcaldes ni
pendiendo de su voluntad el derecho y carácter de la ju-
risdicción ordinaria, no era sujeto de inobediencia la que
se les atribuía por mérito para la pena del destierro. » Mas
no tuvo contestación alguna esta solicitud, y reiterada en
tiempo oportuno por aj^oderado debidamente instituido,
tampoco fué tomada en consideración. Entonces, y con
noticia de un oficio del Virrey pasado al Cabildo de Mon-
tevideo en 7 de Agosto, confirmando el procedimiento
contra los alcaldes aprisionados, escribió una protesta de
acuerdo con la Ley xii, tít. 23, part. 3.^ ante los hombres
buenos que en la isla de su prisión accidentalmente se en-
contraban, y los cuales eran D. Antonio Palomino de He-
n*era, D. Andrés Obrador, D. Antonio de San Vicente y
270
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
Komay y D. José Fernández de Castro. En ese documento
se formulaban todas las quejas que el alcalde tenía derecho
de expresar, y concluía diciendo que daba ese paso por ha-
llar cerrados todos los conductos hábiles para su defensa,
reservándose en todo la facultad « de dirigir sus derechos
y acciones y las del público, y defensa de la Real juiisdic-
ción de su cargo, á la Real persona y á su supremo Con-
sejo, dándole cuenta con los documentos que pudiera de
todo lo que pasaba, para que se sirviese disponer todo lo
que fuese de su soberano y Real agrado. »
Llenado este requisito, elevó el prisionero al Cabildo
varias peticiones, en las que solicitaba copia de los oficios
cambiados con el Gobernador á propósito del incidente que
motivó las prisiones, con más, certificados del procedi-
miento hasta entonces seguido en todas las causas del re-
sorte judicial en las cuales habían actuado los alcaldes de
otras épocas. Como era de esperarse, los comprobantes so-
licitados satisfacían con creces sus deseos: ni un solo pre-
cedente aparecía que justificara la conducta del Goberna-
dor ni la de su jefe. Luego que Bauzá tuvo en su mano
estos papeles, redactó un memorial enérgico para el Rey,
exponiendo lo que había acontecido, y acompañando los
antecedentes que evidenciaban la rectitud del proceder de
D. Juan Antonio de Haedo y el suyo, al mismo tiempo
que ponían en transparencia la conducta incalificable de las
autoridades militares. Marchó el memorial á su destino,
y aunque á la larga, surtió los efectos deseados.
Una Real cédula de Madrid avisó al ViiTe}^ que el me-
morial había sido recibido, después de lo cual decía el mo-
narca: « Y habiéndose visto en mi Consejo pleno de In-
dias con lo expuesto por mi fiscal, he venido en deelanu:
IJIilK) IV. — OOlilEUXO DK riNO 271
que los citados oficios del ( Jobermulor de Montevideo de
11 y 24 de Febrero, en el modo y forma en que están
concebidos, son contrarios á la disposición de las leyes por
comprender absoluta y generalmente toda especie de cau-
sas criminales sin distinción; pues únicamente deben dar
noticia al Gobernador de las de asonada ó conmoción po-
pular que puedan turbar el sosiego de la provincia, etc —
y por haber contravenido á la disposición de las mismas
leyes expresamente, impongo á dicho Gobernador 200 pe-
sos de multa aplicados á penas de cámara y gastos de jus-
ticia del referido mi Consejo, la cual le exigiréis, como os
lo mando, sin admitirle excepción ni excusa alguna ; y la
tendréis á disposición del juez de multas del referido mi
Consejo, á quien por despacho de esta fecha se previene lo
conveniente. Asimismo he declarado que fueron muy
conformes y arregladas las contestaciones de los alcaldes
ordinarios á los dos citados oficios del Gobernador, con las
que se debió aquietar, y no pasar á sorprender vuestro
antecesor. Finalmente he venido en reservar á I). Juan
Antonio Haedo y D. Domingo Bauzá su derecho para los
daños y perjuicios que soliciten ser reintegrados, para de-
ducirle en el juicio de residencia del referido Gobernador
y Virrey.» (1 ) Andando el tiempo instauraron los dos al-
caldes el pleito por daños y perjuicios; pero el Consejo de
Indias desestimó su pretensión, contentándose con dejar
subsistente la multa al Gobernador.
IMieutras la magistratura alcanzaba esta victoria sobre
la fuerza, una circunstancia extraordinaria estimulaba el
progreso material, aumentando la población del país. Des-
( 1 ) 4 cu los D. de P.
272
LIBRO IV. — GOIilEUXO LE PINO
animada la Corte por los cuantiosos é inútiles esfuerzos
que había hecho para poblar la Patagón ia, no solamente
aprobó la resolución del ^"ilTey de Bueu(t§ Aires trasla-
dando al Uruguay varias de las familias destinadas al in-
dicado punto, sinó que mandó reducir á sólo uno, los esta-
blecimientos fundados allí, con lo cual quedaron sin am-
2)aro centenares de colonos. El Uruguay ofrecía amplio
albergue á esos desheredados, y el Virrey, que ya habhi
promovido la transmigra ción de algunos de sus compa-
ñeros á este país, concibió el designio de instalar en el to-
dos los que pudiera. Para el efecto, mientras enviaba u
Maldonado algunas familias, j^ro^^ectó la erección de un
pueblo en Soh's, prometiéndose satisfactorios resultados.
La experiencia demostró que se equivocaba en esta ul-
tima apreciación, descuidando los centros de vida espon-
tánea, }Dara fundar establecimientos de porvenir aleatorio.
Ya se ha visto cómo las masas campesinas, aspirando á
perfeccionar su incoherente sociabilidad, se agriq^aban en
las cercanías de los santuarios rurales, estimuladas por los
jDarrocos, ó ilustradas por su interés iDrojáo. Pero á más
de las localidades que el celo parroquial señalaba para re-
fugio estable de la población flotante, existían otros iDuntos
de ubicación jDropicia á las necesidades de la industria ó á
las exigencias de la estrategia, pudiendo comiDrenderse en
ese número los jDagos de San José y Minas, que ya cons-
tituían el germen de futuros centros de actividad civiliza-
dora. Los planes del Virrey amenazaban, pues, con una
jDOStergación inconveniente los intereses representados \)or
aquellas localidades, si motivos posteriores no los hubieran
modificado. Porque el número de familias transmigradas
de Patogenia exigiera ima pronta colocación, ó 2>orque el
LIBRO IV.— GOBIERNO DE PINO
273
Virrey fuera advertido de las ventajas que San José y
Minas ofrecían, es lo cierto que sin abandonar su proyecto
sobre Solís, destinó i>or lo pronto una remesa de colonos
a San José, mientras preparaba otra para Minas.
Llegaron los de San José á su destino en 17S2 ( 1 ). Se
componía aquel primer contingente de 44 familias caste-
llanas, entre las cuales debían predominar las originarias
de la Maragatcvía, supuesta la persistencia con que se ha
conservado este nombre a los hijos de San José, designa-
dos hoy mismo con el título de maragatos. Los vecinos
nombraron entre sí autoridades municipales, quienes
cedieron al reparto de sitios y chacras, donde los poblado-
res construyeron viviendas de adobe y paja á estilo del
país, y ima capilla para las funciones espirituales. Al si-
guiente ano de 1783, según todas las probabilidades, fue
fundado el pueblo de ]\Iinas, hoy ciudad de Lavallejay en
honor á su hijo mas preclaro.
Si en lo relativo á las cosas internas se procedía de esta
suerte, los negocios de política internacional recibían tam-
bién una solución por aquel tiempo. Empeñado Carlos III
en damnificar á los ingleses, había reconocido la indepen-
dencia de los Estados Unidos de América, en momentos
en que Inglaterra no podía luchar contra la rebelión de
aquella su colonia favorita. Avínose á partido celebrando
la paz, y en 3 de Septiembre de 1783 firmó con España,
Francia y los Estados Unidos un tratado en el cual ponía
fin á la contienda armada que por tantos años devastara
los dominios marítimos y terrestres de todos los firmantes.
Por ese tratado se devolvía Menorca y se daba posesión
(1) Memoria de Oyarcide (citada), — D¿V/r /o de Cahrer (MS).
DOM, E3P. —II.
18.
274
LIBRO IV. — aOBIERXO DE PINO
plena de las provincias de la Florida á los españoles. Erar.^
cedidas á Francia las islas de Santa Lucía y Gorea y las|
fortalezas situadas en el Senegal, señakindose á Tabagoí
por garantía: todo esto en restitución y cambio de seis islas *
en las Indias Orientales que los franceses habían tomado
á Inglaterra. La Gran Bretaña conservó sus estableci-
mientos sobre el río Gemba, abandonando á Pondichery y
todas las poblaciones y fortalezas sometidas por los ingle- [
ses en el Indostán durante la guerra, que con tanta auda- ’
cia como fortuna hicieron bajo el mando de Olive, echando
los cimientos del formidable imperio de su nación en la
India. A los norte -americanos se les reconoció definitiva-
mente la independencia, mejorándoles las fronteras de su
país y favoreciéndoles en los privilegios para la pesca de
Terra -Nova (1).
Estas últimas cláusulas, en que Carlos III, poseedor de
inmensas colonias en América, reconocía la independencia
de otras en el mismo continente, fue un error que no es-
capó á la penetración de muchos estadistas españoles, quie-
nes sin odios de familia que vengar, encaraban de opuesta
manera los resultados finales de aquel paso impolítico.
Particularmente el conde de Aranda, negociador del tra-
tado, apenas puso en él su firma, cuando dirigió á Carlos
un oficio en que le decía : « Acabo de firmar, en vktud de
los poderes y órdenes que Y. ]\I. se dignó darme, el tra-
tado de paz con la Inglaterra. Esta negociación, que según
ios honrosos testimonios que de palabra y por escrito se
ha servido V. M. darme, debo creer haber sido concluida
conforme á las Reales intenciones, ha dejado, sin embargo,
(1) Oliverio Goldsmith, lltMorh de Inglaterra; cap LXVt
LIBRO IV. — OOBIERXO DE PINO 275
on mi alma una impresión dolorosa, que rae creo obligado
a manifestar a V. M. La independencia de las colonias
inglesas acaba de ser reconocida, y esto para mí es un mo-
tivo de temor y de pesar. Esta repilblica federal ha na-
cido pigmea, por decirlo así, y ha necesitado el apoyo y la
fuerza de dos estados tan poderosos como la España y la
Francia para lograr su independencia. Tiempo vendrá en
que llegará á ser gigante, y aun, coloso muy temible en
aquellas vastas regiones. Entonces ella olvidará los bene-
ficios que recibió de ambas potencias, y no pensará sino en
engrandecerse. Su primer paso será apoderarse de las
Floridas para dominar el golfo de Méjico. » Y después de
extenderse en largas consideraciones sobre dichos tópicos,
concluía proponiendo el abandono de las colonias hispano-
americanas, en estos términos : « Debe V. M. desprenderse
de todas sus posesiones del continente americano, conser-
vando solamente las islas de Cuba y Puerto-Rico en la
parte septentrional, y alguna que pueda convenir en la
meridional, con el objeto de que nos sirvan como de esca-
las ó factorías para el comercio español. A fin de ejecutar
este gTande pensamiento de una manera que convenga á
la España, deberán colocarse tres infantes en América:
uno de Rey de Méjico, otro del Perú, y el tercero de Costa
Firme. V. M. tomará el título de Emperador (1). El tiempo
confirmó con creces los temores de Ai^anda.
No miró de buen ojo la Corte de Lisboa el avenimiento
pacífico á que había llegado España con el inglés. Fuera
cual fuese su resultado más remoto,' lo positivo era que la
(1) xiinniies sobre los pinciiialcs sucesos que han inflmdo en el
adual estado de la Aunrica del 6? ( Anónimo ; Bruselas, 1829),
276
LIBRO IV. — G0BIER>'0 DE PINO
Corte de Madrid quedaba inmediatamente libre de enemi- ^
gos y podía exigir el cumplimiento de las obligaciones que >
otros hubiesen contraído con ella. EstKba en este caso ;
Portugal, que después del tratado de San Ildefonso, eludía
con subterfugios la rectificación de las fronteras pactada
formalmente. Se había apresurado á firmar la paz consi-
guiendo inmensas ventajas; pero luego de verse en pose-
sión legítima de Santa Catalina y Río -grande, y á España
acosada por Inglaterra y sus enemigos, echó de lado todo
compromiso, dando largas á la realización de las estipula-
ciones que creaban límites definitivos en las fronteras co-
munes. Ahora, pues, la paz sorprendía á la Corte de Lisboa
y la obligaba á cumplir lo estipulado, ó en caso contrario
á empuñar las armas; empresa dura á que no quería arries-
garse por carecer de arrimo entre los ingleses. En conse-
cuencia, se rindió á la necesidad, y el Virrey del Brasil, ac-
cediendo á los reclamos del Virrey del Plata, dió aviso de
estar pronto á emprender la demarcación.
Según el plan adoptado, debía dividirse en tres gran-
des partidas españolas y portuguesas, el personal comisio-
nado por ambos gobiernos para proceder á la demarca-
ción de límites, entrando respectivamente por el Para-
guay, Corrientes y Uruguay á verificar sus trabajos. La
partida destinada á operar en nuestro territorio iba á
órdenes del Gobernador de Río -grande Sebastian Javier
da Vega Cabral da Cámara, comisario portugués, y del ca-
pitán de navio I). José Va reía, comisario de España.
Luego que se juntaron ambos comisarios -en la frontera
del Este, empezó un fortísimo debate, en que los portu-
gueses desplegaron su táctica de esquivar el sentido literal
de las palabras del tratado de límites, insistiendo los espa-
JJIUU) IV. — UOJÍirOUXO DK VISO
277
ñolos 011 quo so rospotara. Dosjmos do inútiles esfuerzos
para rediuár al Gobomador do Kío-graiido y sus oficiales,
tuvieron los ospafiolos que abstenerse de lijar límite alguno
á los terrenos anteriores al Chuy. Nuevas contestaciones
prosiguieron originándose á cada paso con motivo de igua-
les disputas, concluyendo D. José Varela por convencerse
que el designio de entorpecer la operación era evidente en
el Gobernador de Río -grande ( 1 ).
Cruzáronse con este motivo algunas comunicaciones en-
tre el comisario español y el Virrey de Buenos Aires, ex-
poniendo aquel sus justas quejas y urgiendo este para que
la demarcación se llevase á cabo. El Gabinete de Madrid
quería, por otra parte, que se hiciese efectivo el cumpli-
miento de un pacto de tanto tiempo atrás ajustado entre
las dos potencias, y no encontraba razones valederas que
se opusiesen á su realización definitiva. Con esto comenzó
una correspondencia sostenida entre el Virrey de Buenos
Aires y el de Río Janeiro, apoyando cada uno las preten-
siones de sus respectivos comisarios, y sacando el debate
del círculo de los subalternos para encararlo desde el punto
de vista de las razones de estado. La idoneidad de los co-
rrespondientes y su posición espectable, impuso una solu-
ción al asunto, y por más que el Virrey portugués aglome-
(1) En virtud de todo lo que se acababa de ver y de los devates ver-
bales que ocurrieron sobre este inulto— (Wce un testigo presencial — mies-
tro Director D, José Varela y Ulloa dirigió un oficio muy reservado
(que tubimos en nuestras manos en confianza ) y diciéndole al señor
Vhreij del Rio de la Plata: que en cumplimiento de su honor y del
cargo que S. M. C. le había confiado, hacía presente á Su Excelencia^
para que lo hiciese al Rey, que los Portugueses no benian con ánimo
de hacer la Demarcación de Límites entre una y otra nación (MS
de Cabrer).
278
UBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
rara nuevas dilaciones y subterfugios á los que había su-
gerido, tuvo que aceptar la única solución posible. Onlcnes
perentorias partieron de las capitales de uno y otro Virrei-
nato para proceder á la continuación de los traliajos enco-
mendados á cada partida, cerrándose con ello la disgustante
polémica que se había originado.
Por consecuencia, la demarcación dió principio en el
arroyo del Chuy á 24 de Febrero de 17S4. Las partidas
demarcadoras levantaron en unión los planos de los terri-
torios comprendidos entre el Chuy, costa del mar, Kío-
grande, San Pedro y costa oriental de la laguna Merín. En
seguida se colocaron ocho marcos de frontera en esta forma:
1.*^ Barra del arroyo del Chuy; Cabecera de ídem; 3.®
Arroyito Capayú, cuya horqueta desagua en la laguna
Merín por la parte oriental ; 4.*" Arroyo de San Luis, á una
legua de su barra por la parte del E. ; 5.® Albardón de Juan
María, á los 33 grados sobre la costa del mar; 6.*' Margen
oriental de la Laguna Manguera ; 7.*" Cabecera del Tahiú ;
8.*" Barra de ídem ( 1 ). Después se colocaron otros diez
marcos desde Santa Tecla hasta el Monte - grande, los cinco
de la parte de los españoles, y los otros cinco de la parte
del Brasil, á uno y otro lado de la cuchilla general, indi-
cando los situados al E. de dicha cuchilla, terrenos perte-
necientes á Portugal, y los del O. terrenos pertenecientes u
España, con el espacio entre unos y otros de tres cuartos
de legua de terreno neutral ; distando los dos últimos como
dos leguas próximamente del fuerte de Santa Tecla. Los
parajes en que esos marcos se colocaron, después de le-
vantarse los planos respectivos, fueron los siguientes. Por
(1) Ajnmtes históricos sobre la áemarendón, oto.
LIBRO IV. — COniKRXO DE PINO
279
p:irte do los espafíolos: l;’ En las cabeceras del Piray-guazu;
2.” Eli las vortiontos del río Yaguarí; 3.'* Orígenes del río
Caciquev; 4." En el cerro de Kaybaté; 5.’* En la margen
del río Ibicuí-niiní. Por })arte de los portugueses: En
las cabeceras del río Il)irá-ininí ; 2.'" En el cerro de Mbae-
bení, á tres cuartos de legua al N. de él; B."" En un ramo
del río Bacacay; 4.'' En frente del cerro Kaybaté; 5.®
Cerca del Monte -grande. Sólo en los parajes donde se co-
locaron marcos, anduvieron acordes con el tratado preli-
minar los dos comisarios español y portugués, quedando
en disputa todo lo restante del terreno hasta que sus res-
pectivas cortes se conviniesen.
En tanto que el convenio tuviese ó no efecto, acertó el
Gobierno español á dictar una providencia muy importante
con relación á las colonias. Concurría ella á promover se-
riamente el servicio de correos, hasta entonces explotado
como un medio político con indecorosa insistencia ; dán-
dose el caso de que con este motivo el espionaje fuera tan
sagaz, que Felipe II dictó en 1592 una disposición orde-
nando el sagrado de la correspondencia, tanto oficial como
privada: prueba evidente de las proporciones que ya en
aquellos tiempos había tomado el espionaje (1). Ahora la
Corte mandaba que los virreyes de América fueran dele-
gados de correos y pudieran crear subdelegaciones pro-
veyéndolas en las personas que supusieran más aptas para
el servicio. El Virrey de Buenos Aires nombró al Gober-
nador Pino por sul^delegado suyo aquí, pasándole en
1785 el nombramiento con cargo « de entender y conocer
de las causas civiles y criminales, que estuvieren por con-
(1) Lobo, Historia general; r, i, ir.
280
MBKO TV. — GOBIERNO DE PINO
cluir ó se suscitaren y ofrecieren de los dependientes del
dicha renta de correos; sustanciándolas según derecho, y I
dando con ellas cuenta al A^irrey para su reforma, sin per-
juicio de que siempre que de oficio, para enterarse ó por
recurso de las partes pidiere al Virrey los autos originales,
se le remitan precisamente en el ser y estado que estuvie-
ren para que en su vista se providencie lo más conveniente
á justicia, aliado de las partes y bien del servicio; dejando
salvo á aquéllas su derecho para las apelaciones que les
otorgase en cuanto lugar hubiese para la superior Real
junta establecida en Madrid á este efecto, y no para otro
tribunal ; y á fin de que esta Real renta logre el beneficio
en su administración y aumento, ocurrirá á sus admi-
nistradores y demás encargados con los auxilios que le
pidieren y pueden necesitar para el mejor desempeño de
sus respectivas obligaciones, con el celo y esmero que
exige el ser\dcio del Rey y del público; y también los
protegerá, inhibiéndolos solícitamente de las demás juris-
dicciones y cabos militares, » etc. ( 1 ) Lo exquisito de
estas precauciones demuestra cuán fundadas en razón es-
taban las quejas sobre violación persistente de la corres-
pondencia.
No faltaban en el Uruguay individuos emprendedores,
que haciendo á un lado las atenciones políticas, buscasen
lucros industriales. El reglamento de libre comercio había
abierto un teatro más vasto á las especulaciones de ese gé-
nero, estimulando la actividad de los colonos. Contábase
en este número D. Francisco Medina, vecino de Montevi-
deo, hombre arriesgado y de mucho aliento. Dueño de cre-
( 1 ) Z/. C. de Montevideo.
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
281
oída fortuna ganada como asentista de la expedición de
1777, meditaba engrosarla con la realización de nuevos
planes. Al efecto, puso por obra emprender la pesca de la
ballena en los mares patagónicos, muniendose de los ele-
mentos necesarios para conseguirlo. Aprestó en 1784 dos
fragatas de su propiedad, la « Vertiz » y la «Carmen»,
enviándolas á Patagonia provistas de arponeros y benefi-
ciadores ingleses, y contando con que el logro de sus afa-
nes se vería coronado por los resultados más satisfactorios
é inmediatos. Era una industria nueva que abría perspec-
tivas amplias á muchos y merecía sin duda los mejores
plácemes al iniciador, quien hizo dos expediciones con
éxito y se preparaba al año siguiente á emprender la ter-
cera. Pero el Virrey marqués de Loreto, alegando quién
sabe qué razones, le atravesó la tentativa, prendiendo y re-
mitiendo á España los arponeros y demás beneficiadores
ingleses, y causando á Medina inmensos daños y perj'ui-
cios ( 1 ). I^a Corte desaprobó más tarde la conducta del
Virrey; pero Medina tuvo que desistir de la empresa y con-
formarse con los perjuicios padecidos.
Sin embargo, como su carácter emprendedor le tenía
siempre en actividad, planteó en 1786 un saladero de car-
nes y tocinos en grande escala, siendo el primero que aco-
metiese en el país tal industria á estilo del Norte. Favo-
reció sus propósitos la ayuda de los ingleses balleneros
que le habían sido devueltos de España; y compró para
local del saladero la estancia denominada del Colla, donde
hizo abundantes obrajes, estableció gran cría de cerdos y
recogió más de 30,000 cabezas de ganado vacuno. Era su
(1) Larranaga y Guerra, Apuntes históricos ¡ etc.
282
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
proyecto abastecer de estos renglones á la armada espa^
ñola, y se reputaba que el total de las cosas acopiadas y e; |
establecimiento en el pie á que había sido levantado, podíi-
apreciarse moderadamente en 200,000 pesos, suma fabu-'
losa en aquellos tiempos y para este país. Cuando hacía
sus j)rí meros ensayos le sobrecogió la muerte, llevándose
hombre tan útil y de fortuna tan considerable. El marques
de Loreto trabó embargo en sus bienes, sin dar la razón
de ello, y dejó perecer el establecimiento, las salazones he-
chas para un cargamento completo y los corambres aco-
piados. Así arruinaban los virreyes del Río de la Plata,
sin más excusa que su omnímoda voluntad y sin otro norte
que sus preocupaciones ó intereses, á los hombres que por
medio del trabajo honesto podían allegar fortuna en estos
países.
Pero si la de Medina se perdió, su industrioso ejemplo
alcanzó á ‘reportar bienes á los colonos. El ramo de sala-
zones, que no había sido objeto de especial cuidado, repor-
taba hasta entonces pocos beneficios á sus explotadores,
por efecto de las prácticas rudimentarias y la escala pe-
queña que abrazaba su comercio. Cuando fue evidente lo
que esa industria podía rendir, comenzaron muchos á de-
dicarse á ella, adquiriendo los ganados mayor precio y los
establecimientos de saladero más vuelo del que antes te-
nían. Los conocimientos diseminados por Medina, apro-
vecharon grandemente á sus imitadores, y el país contó
con una industria, por decirlo así nueva, cuyo remhmiento
dió á los colonos crecidos beneficios. Como que los sala-
deros eran varios y sus planteadores no llegaban al nivel
de Medina en recursos, el Virrey no se echó sobre sus
bienes, y esta industria pudo crecer á escondidas, sin des-
LIBRO GOBIERNO DE TINO
283
luinbrar a la autoridad superior, siempre celosa de todo
brillo y asediando la ocasión de anularlo. He aquí, pues,
cómo hasta la planteación inocente de una industria de
salazón de carnes en el Uruguay, tuvo que presentar una
víctima á la autoridad, pues de otra manera no habría
nacido en esa escala. Y á vista de semejantes ejemplos,
todavía se quejan escritores como Azara, de que los hijos
de este país no fueran industriosos bajo la dominación
española.
El progreso natural, aunque lento del Uruguay, se ex-
tendía á todos sus ámbitos. Resuelta la Corte á mirar con
más atención nuestras cosas, auxiliaba estos dominios, ora
con providencias dirigidas á soliviantar las ligaduras y
restricciones que los estacionaban, ora con el envío de po-
bladores. ]\Ialdonado estaba en este caso por el año de
1786. Pueblo proyectado á la misma fecha que Monte-
video, no tuvo igual suerte, porque siempre se le miró como
local poco apto para centralizar un buen núcleo de elemen-
tos de progreso. Situado á los 3U 53’ 12” latitud austral
y 57'’ T 44” longitud occidental de París, el asiento llano
y arenoso en que estaba y su lejanía del puerto, habían
dispuesto mal á Zavala en su favor. Viana remedió la falta,
fundándolo verdaderamente en 1757 con indígenas, y de
entonces para adelante comenzaron á fijarse allí otros colo-
nos, que en fuerza de laboriosidad y dedicación, arrancaron
productos al suelo. En 1780, la Corte erigiáá Maldonado
en ciudad (1); erección que le proporcionaba ciertas ven-
tajas, ya por la posibilidad de tener un cabildo y mayores
autoridades, ya porque una guarnición militar permanente
( 1 ) Azara, Ilisi dd Parag, etc ; i, xv, ii.
284
LIBRO IV. — GOBIERNO DE PINO
le llevaría nuevos consumidores, alentando su vida comer-
cial. ]\Iás adelante, con motivo de una concesión hecha
para la pesca de anfibios en las costas de estos dominios,
el Virrey de Buenos Aires mandó hacer un censo de las
familias pobladoras residentes en la banda del Norte, y se
supo existían hacia 1788 en Maldonado y San Carlos 124
familias con 636 individuos ( 1 ).
Hasta aquella fecha, los límites jurisdiccionales del Go-
bierno de Montevideo habían sido inciertos, pues prime-
ramente la fundación de Colonia por los portugueses, y
después la distribución en varios puntos, de guardias espa-
ñolas directamente sujetas á los gobernadores y virreyes
del Plata, eliminaban toda unidad de mando en los terri-
torios uruguayos. A suplir esta deficiencia se encaminó
una disposición muy laudable. En 12 de Septiembre de
1788, comunicaba D. Joaquín del Pino al Cabildo, haber
resuelto el Virrey, con fecha 4 del mismo mes, que así
como le estaba declarada al Gobernador de Montevideo la
subdelegación de dicha ciudad y su jurisdicción, había de-
terminado extenderla de ahí en adelante á los territorios
de la Colonia del Sacramento, Real de San Carlos, Rosa-
río, Víboras, Vacas, Santo Domingo de Soriano, Maldo-
nado, Pueblo nuevo de S. Carlos, Santa Teresa, Santa Te-
cla y demás de aquel continente (2).
Entrado el año 1788, había muerto Carlos III, dejando
la monarquía en paz, aunque mermada de territorios, y
comprometida por su política en futuros disturbios. Le su-
cedió su hijo bajo el nombre de Carlos IV, ordenando á
(1) Funes, Ensayo, etc; iii, vi, v.
(2) Oricio de Pino (Arch Gen).
LIBRO IV. — GOBIERXO DE PINO 285
los diez días de ocupar el trono que se hiciera público re-
conocimieuto de su persona y derechos. Con este mo-
tivo decía al Gobernador de Montevideo desde Madrid, con
fecha 24 de Diciembre: << he resuelto que luego que reci-
báis este despacho, hagáis como os lo mando, publicar su
contenido en esa ciudad y en las demás de vuestra gober-
nación con la solemnidad que en semejantes casos se hu-
biere acostumbrado, para que llegue á noticia de esos mis
vasallos y me reconozcan por su legítimo Rey y Señor na-
tural, obedeciendo mis Reales órdenes y las que en nombre
mío les diereis, » etc. ( 1 ) Lo que fue cumplido como era
de forma, concibiéndose las esperanzas que todo nuevo rei-
nado hace nacer. Esperanzas vanas esta vez.
Entre los asuntos que dejara solucionados el monarca
anterior, estaba el plan de una expedición científica con
cargo de dar la vuelta al mundo haciendo varias investi-
gaciones astronómicas, geográficas y de liistoria natural, y
estudiando de paso las costas americanas bajo el dominio
español. El director y jefe de la expedición mencionada
debía serlo el brigadier D. Alejandro Malespina, acom-
pañado de oficiales expertos que se embarcaron en las
corbetas Descubierta y Atrevida. Llegó la expedición en
1789 al puerto de Montevideo procedente de Cádiz, y co-
menzó á practicar trabajos útiles y provechosos en las cos-
tas platenses y patagónicas. El resultado de estos trabajos
fue que se fijaron con exactitud muchas limitaciones, puntos
y cosas que hasta entonces dependían del cálculo arbitrario;
proporcionando por medio de los oficiales facultativos que
se dieron á observar nuestras costas y territorios, estudios
(1 ) L. C. de Montevideo,
286
LIBRO rv. — GOBIERNO DE PINO
completos que depositados en los archivos, han servido
después para investigaciones muy útiles (1).
Á esto, y entrado el año 1790, se marchú-Pinoá Buenos
Aires, donde debía hacerse cargo del Virreinato, dejando^
en su lugar interinamente al coronel D. ^Miguel de Tejada
mientras venía de la Corte la provisión de la persona que
hubiera de ocupar en carácter efectivo el puesto. Cosa notable
no aconteció bajo él mando de Tejada, á no ser una disputa
entre el Cura vicario de Montevideo y el Cabildo sobre si
se habían de enterrar ó no cadáveres en las iglesias. Tam-
bién ocurrió en esa fecha la colocación de la piedra fun-
damental de la nueva iglesia Matriz de la ciudad, verifi-,
cándose el acto con mucha pompa, y esforzándose el Ca-
bildo por perpetuar su recuerdo con una inscripción latina
que hizo grabar sobre la mencionada piedra ( 2 ). Y con
esto concluyó lo acaecido bajo el gobierno interino de
Tejada.
{It Larraííaga y Guerra, Apúnteos hisióricos, etc.
(2) He aquí la inscripción copiada textualmente de los libros capitu-
lares: *^Fosteritati uotinn fíat an?io 1700: Saxmn hoc in fundamento
Jacitian demonstrare, Senntum sccularem anuo presente guvernaniem
euius nomina, manera que nolis ¡itcrarum conscrihuntur. lus. Judex
ordi)iarius DD. Joannes ah Ellauri, 2us. Judex Ordinarias DD. Joa-
chinus a Chopitea. Vexilifer Itegalrs DD. Joannes Franciscas Uarria
de Zuñiga. Accensus Virgatus maior DD. Iiuimundus a Ca'.ercs. Jta
dex FrovinciaUs DD. Augusfatus a llordíneuta. Fidel ix cxunnnator
ponderum etc. Joannes a Xerpe. Depossilli Cusios generalis Josephus
a Silva. Frocurator generalis DD. Bernardas a la Torre— Todc ct im
fra invcnics Lapidem fundamentakm.*
LIBRO QUINTO
Brigadier D. Antonio Olaguer Feliú
4.® GOBERNADOR DE MONTEVIDEO
LIBRO QUINTO
GOBIERNO DE OLAGUER FELIü
D. Antonio Olaguer Feliií. — Real Cédula para la elección de alcaldes
ordinarioíí. — Otra permitiendo el comercio de esclavos, —Vida in-
terna de Soriano. — Fundación de Mercedes. — Progresos de Maído-
nado.— Creación de la Compañía Marítima.— Habilitación del puerto.
—Ruina de la Compañía. — Comercio uruguayo en 17í)2. — Pleito
ganado por el Cabildo de Montevideo al Gobernador. — La pena
de azotes. — Desmoralización del Cabildo de Montevideo.— Repetidos
atentados del Gobernador contra él. — Venta del empleo de Alcalde
Provincial. — La instrucción gratuita. — Paz con Francia y ruptura
con Inglaterra. — Fundación de Meló. —El Virrey de Buenos Aires
se traslada al Uruguay. — Su detención en Pando y su muerte allí. —
Le sucede Olaguer Feliií.
(1790 — 1797 )
El sujeto provisto Gobernador de Montevideo en pro-
piedad, según Real Cédula de Aranjuez, fue D. Antonio
Olaguer Feliú, á quien antes de su muerte tenía designado
Carlos III para este empleo. Había hecho Olaguer la me-
jor parte de su carrera en América, viniendo por coman-
dante de batallón en 1777 con Cevallos, y elevándose de
ahí á brigadier é inspector general de las tropas del Plata;
cargo que ocupaba en momentos de recibir su nuevo título,
presentado al Cabildo á 2 de Agosto de 1790. De moda-
les afectados y salud enteca, era notable el afán de cum-
Dom. Esp. — II.
19 .
290 LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELlÚ
plimientos que le distinguía. Esto mismo le singularizó
algunos años más tarde en la Corte, cuando desempeñaba
el Ministerio de Guerra, no faltando historiador que le
designase á la posteridad con los dictados de ceremonioso
y enfermizo (1). Fuesen estas ó no las calidades más no-
tables del nuevo Gobernador, en el mismo día de exhibir
su título entró á ejercer el cargo.
Encontraba el espü'itu público amortiguado, deseosos los
colonos de entregarse al fomento de sus intereses particu-
lares, más bien que á las agitaciones políticas, semillero
hasta entonces de amarguras. El acrecentamiento de la
población, creando por todas partes nuevos centros de so-
ciabilidad, abría campo á trabajos lucrativos. Ciertamente
que eran continuas y antojadizas las trabas opuestas al
progreso industrial; mas ello no desanimaba á los hombres
de importancia, como si quisieran resarcirse de un ostra-
cismo político forzoso, por el empleo de sus energías en la
especulación. La generalidad seguía este impulso, buscando
en las faenas agro -pecuarias ó en las industrias conexas,
un aumento de bienestar, aspiración cada vez más acen-
tuada entre las masas populares por los tiempos en que
vamos.
El nuevo Gobernador pudo apreciar por sí mismo y en
breve, la apatía política que dominaba el país. De las pri-
meras novedades de su gobierno fue una disposición de la
Corte sobre la duración de titulares que se eligieran para
alcaldes ordinarios. En 13 de Enero del año anterior, ha-
bíase dirigido el Cabildo al Rey pidiéndole modificase los
artículos 8.® y 116 de la Instrucción de Litendentes, en los
(1) Toreno, HiM, del levantamiento y revolución de España: i, u.
LIRRO V. — GOBLI'RNO PE OEAGUER FELIÚ 291
ciuilos se prorrogaba hasta dos años la permanencia de los
alcaldes en sus empleos. Semejante práctica recargando
mucho por entonces á los individuos aptos para ocupar
dichos puestos, les obligaba á abandonar sus negocios por
tiempo más largo del soportable: así es que en 12 de Mayo
de 1790, fuei'on revocados por el Rey los predichos artí-
culos en cuanto á Montevideo concerniesen (1). Es de
notar, cómo á la época de La Rosa se admitía la reelección
y era considerada un honor para los candidatos, mientras
ahora nadie quería admitir la prórroga del tiempo desig-
nado para servir oficios públicos. Lo que demuestra que la
violencia de los gobernadores y la venta de los empleos
habían ido enfriando aquel entusiasmo desinteresado que
tanto distinguió al Cabildo.
Concurría á sustituir el espíritu político 'por la preocu-
pación industrial, cierta inclinación de la Corte á liberali-
dades con la única zona que siempre mantuvo en clausura
inaccesible. Desgraciadamente, algunas de sus franquicias
eran contrarias al interés común bien entendido. Por Real
Cédula de 24 de Noviembre de 1791, se habilitó durante
el término de seis años á los colonos del Río de la Plata
para ejercer el comercio de esclavos negros, derogando las
antiguas leyes prohibitivas que cerraban estos puertos á las
naciones extranjeras deseosas de concurrir al tráfico. Don
Antonio Tomás Romero, vecino de Buenos Aires, aprove-
chó la oportunidad, aprestando una expedición para las
costas de Africa; empresa ardua, de la cual habían desis-
tido los mismos españoles europeos. Envió allí una fragata
de 300 toneladas, que á los ocho meses estuvo de regreso
( 1 ) 1 /. C. de Montevideo,
292 LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
con 425 esclavos, fuera de ll6 que perdió en la travesía.
El éxito le estimuló á proseguir en sus propósitos, y nue-
vas expediciones le procuraron pingües ganancias. Sin em-
bargo, el temor de aventura tan lejana, retrajo á otros súb-
ditos de ser sus imitadores, y con esto se dió gran vuelo á
las expediciones de los portugueses. Toda la demanda de
esclavos se dirigió al Brasil, y como los habitantes de ese
país, por muchas razones de sociabilidad y dominio de su
Metrópoli, estuvieran en relación estrecha con Africa, pu-
dieron introducir grandes remesas en nuestros puertos.
Montevideo solamente en tres años recibió 2G89 esclavos
negros, vendiéndose una buena parte de ellos en Buenos
Aires (1).
Mientras la vida interna de Montevideo se concretaba al
desenvolvimiento de sus recursos materiales, Soriano, el
más viejo de los pueblos uruguayos, sufría modificaciones
en su contextura íntima. Largos y complicados accidentes
precedieron y siguieron la entrada de los chañas al gre-
mio cristiano, desde que Juan de Barros les indujo á mo-
dificar su actitud frente á Zárate, hasta que los misioneros
católicos, sacándoles fuera de sus islas, les estimularon á
construir rancherías y santuarios á una y otra banda del
río Uruguay, por los años lG19y 1G24. Siguiendo las ad-
vocaciones de sus titulares respectivos, parece que el esta-
blecimiento de la banda occidental se llamó Concepción ^
mienti'as el de la oriental tomó el nombre de Santo Do-
mingo de Soriano. Semejante muestra de adhesión al
conquistador, atrajo sobre los indígenas convertidos la hos-
tilidad de sus convecinos, y la autoridad española, no sa-
(1) Informe de Airedondo (Rev de la Bib de B. A., iii).
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
293
hiendo ó no pudiendo protegerlos de otro modo, los entregó
á oficiales militares en carácter de encomienda. Pero esta
solución, lejos de mejorarles, empeoró su estado, así es que
de allí á poco, empobrecidos y hostigados, abandonaron
uno y otro establecimiento, echándose á correr el país, sin
]uás esperanza de refugio para los contratiempos posibles
que las islas del Vizcaíno en la embocadura del Río -negro,
antigua posesión de la tribu.
Hacia 164S fijaron asiento en la mayor de dichas islas^
consiguiendo el amparo de la Corona y ciertas exenciones
debidas á su condición de pueblo de indios convertido es-
pontáneamente, según lo acreditaban documentos regios
que desaparecieron en el incendio del primer edificio capi-
tular. Sesenta años permanecieron en aquella situación,
por decirlo así vegetativa, pues todo su comercio se redu-
cía, según reza un petitorio oficial de la época, « á ir en
sus canoas hasta el puerto de las Conchas, con cuatro ties-
tos y esteras y gallinas, empleando el producto obtenido
en mercar sus menesteres. » ( 1 ) Pero como el precio de
los artículos de consumo subió progresivamente en rela-
ción de 1 á 5, al malestar de los chañas se hizo tan ti-
rante, que apenas podían subsistir. Entonces apoderaron
al teniente José Gómez, morador del pueblo, para que ges-
tionase en 1707 del Gobernador de Buenos Aires su tras-
lación á tierra firme, consiguiendo en 1708 el permiso
para verificarlo. Data de esa época, pues, la última y de-
finitiva fundación de Soriano, en el sitio donde hoy se
halla.
Pronto experimentaron los pobladores un cambio de
(1) Antecedentes sobre la fundación de Soriano (Arch Gen),
294
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
suerte. Puestos al habla con los traficantes y vaqueros que
cruzaban el país, creció su comercio y aumentó su pobla-
ción estable, radicándose entre ellos algunos españoles que
formaron familias. El Cabildo, compuesto de dos alcaldes
y cuatro regidores, promovió en cuanto pudo el fomento de
los intereses locales, obteniendo de los gobernadores de
Buenos Aires sucesivas concesiones. Zavala fijó límites á
la jurisdicción de Soriano, dándole por el frente desde la
boca del río San Salvador hasta el arroyo de Maciel, con
un fondo que se extendía desde este último hasta el
Arroyo -grande; y Andonaegui confirmó en 1755 dichos
límites, mientras campado en la costa del Río -negro, pro-
seguía su célebre campaña militar de entonces. Con esta
ampliación jmásdiccional que le permitía utilizar el arbo-
lado de las costas, imponiendo un tributo á los leñateros,
al mismo tiempo que obtenía en propiedad una zona ade-
cuada á la manutención de ganados, conquistó Soriano ele-
mentos de vida propia, constituyendo un núcleo de po-
blación donde fusionaron las razas indígena y española.
Los atractivos de la industria ampliaron la esfera de ac-
ción de aquellos colonos, irradiándola por todo el perímetro
asignado á su dominio, especialmente en los pasos y luga-
res que habilitaban el franqueo de los ríos y arroyos limí-
trofes. De los primeros en sufrir esa infiuencia, fue el
Paso de la Calera sobre el Río -negro, muy frecuentado
de ciertos vaqueros, y de algunos acopiadores de cal. Poco
á poco se desparramó entre Soriano y dicho punto una
cantidad de población, que consultando sus necesidades
propias, fijábase paulatinamente á la tierra. Nació con esto
un nuevo distrito, y en 1787, el párroco de Soriano,
D. Manuel Antonio de Castro y Careaga, pidió licencia
LIBRO V. — GOBIERXO DE OLAGÜER FELIÚ 295
al Virrev de Buenos Aires para edificar á su costa, una
capilla en el Paso de la Calera, Fue concedida la licencia,
y al alio siguiente se colocó la piedra fundamental del tem-
plo. Pero dificultades nacidas en su mayor parte de la
rivalidad que originaba la fundación en proyecto, retarda-
ron la obra, no pudiendo abrirse al culto publico la capilla
del Paso de ¡a Calera, según presunciones vehementes,
hasta 1791.
Á la sombra de aquel templo, nació la ciudad de Mer-
cedes, cuna de la independencia uruguaya. Los de Soriano
nunca perdonaron á los de Mercedes una fundación que
en cierto modo les independizaba de ellos, y el Cabildo
gestionó varias veces contra la conducta levantisca de los
jueces pedáneos del nuevo establecimiento, quienes solían
regatearle jurisdicción, ó buscaban pretextos para no con-
cedérsela. De todos modos, la iniciativa de Casü*o y Ca-
reaga tuvo lisonjera confirmación en los hechos, pues Mer-
cedes empezó á transformarse en un centro urbano, cuyos
aumentos debían darle legítima infiuencia en los destinos
futuros del país. Así, pues, este párroco colonizador, al
igual de Laguna y otros, asoció la piedad y el progreso
en la más hermosa de las fraternidades.
No solamente adelantaba Mercedes, sino que en el ex-
tremo opuesto, otro pueblo luchaba por fijar sus destinos.
La repercusión del movimiento económico, en la escala y
esfera que lo permitían las circunstancias, empezaba á sen-
tirse en Maldonado, hacia cuyo punto sólo había dirigido
hasta entonces sus vistas el Gobierno de Madrid, cediendo
á motivos puramente militares. Codiciada por franceses y
portugueses, la Corte debió atribuir cuando menos á dicha
localidad una importancia estratégica, ya que los informes
296
UBRO V. — QOBIER.VO DE OLAGÜER FELlá
de Zavala le negaron desde el primer día toda ventaja co-
mercial; pero no obstante las órdenes recibidas en aquel
concepto, los sucesores de Zavala nada hicieron para poner
á Maldonado en condición de resistencia. El ejercicio de
un mando jurisdiccional mas limitado, inspiró á Yiana
ideas precisas sobre el doble papel que las eventualidades
de futuro reservaban á un local cuya posición marítima lo
hacía punto avanzado de la defensa del Plata, mientras por
tierra era antemural contra las invasiones de la frontera
del Este, siempre asechada de los portugueses; así es que,
apenas le fué hacedero, concentró en 1757 un núcleo de
población allí. Aun cuando el monopolio comercial y la
clausura marítima pesasen sobre el nuevo establecimiento,
su condición de punto intermedio de las comunicaciones
entre Montevideo y los pueblos entonces españoles de Río-
grande, le fué de gran provecho para progresar.
Crecía, pues, Maldonado bajo firmes auspicios, cuando
los portugueses se hicieron dueños de Río-gi*ande en 1775.
No se advirtió por lo pronto el efecto de tal descalal)ro.
Con motivo de la guerra de 1777, Cevallos fijó allí su
cuartel de reserva, mandando que se edificasen baterías y
cuarteles permanentes, tanto en el puerto y punta del Este,
como en la isla de Gorriti, y formando un depósito de per-
trechos y víveres cuyo transporte requirió cantidad de
buques de guerra y mercantes. Tan inusitado movimiento
marítimo y terrestre, transformó á ^íaldonado en alegre y
bulliciosa ciudad, promoviendo la circulación de la riqueza
con la ocupación de tantos brazos y el estipendio de tra-
bajos tan multiplicados. Pero restablecida la paz, se di-
solvió todo aquel progreso, pues Río -grande fue entregado
á los portugueses, con lo cual cesó la importancia interine-
LIBRO V.— GOBIERNO DE OIAGUER FELIÚ 297
tila (le Maldonado, y la conservación de las obras militares
levantadas por Cevallos fue echada al olvido, quedando
apenas en pie uno de los cuarteles construidos en el pueblo.
En 1784 Maldonado presentaba el mas triste aspecto.
Su población urbana se componía de un centenar de veci-
nos, habitantes de otras tantas casas do piedra, techadas
indistintamente de paja ó pizarra de las inmediaciones.
Sobresalía entre ellas una de reciente construcción y am-
plia comodidad ; pero aun cuando su alquiler anual estaba
avaluado en 12 pesos, nadie quería ocuparla. Otras vivien-
das de ménor importancia estaban desocupadas también,
produciendo ese abandono desagradable impresión. La
plaza principal era espaciosa, pero no pasaba de un rancho
de paja la Iglesia que daba frente á ella. Los vecinos se
mantenían de la elaboración de manteca y quesos, que ex-
portaban para Montevideo y Buenos Aires, junto con al-
gunos cargamentos de huesos, cuyo beneficio era bien acep-
tado. En la isla de Lobos habíase establecido la matanza
y explotación de dichos anfibios, la que rendía de 1,500 á
2,000 cueros anuales, comprados en Montevideo á 1 12 real
cada piel, y alguna grasa, cuyo precio era de 4 á 6 pesos
por barril (1).
Cuatro años después cambiaba esta situación. Propo-
niéndose estimular la pesca de la ballena y otros peces,
ensayada con mal éxito para el Erario publico diez años
atrás en la costa ¡patagónica, la Corte había sancionado
en 1789 los estatutos de una Compañía Marítima, con
destino á explotar dicha industria en todos los mares de
su dominio. El fondo de la Compañía era de 6:000,000
(1) Ikmoria de Oyarvíde ( citada ).— de Cahrer (MS).
298 LIBRO V. “GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
de reales, distribuidos en acciones de 1,000, y sus privile-
gios principales, la venta exclusiva de los productos de
pesca en Africa y América, la recluta de familias penin-
sulares para formar colonias en las costas americanas, el
empleo indistinto de operarios de todas procedencias, y la
indicación de los puertos que debieran habilitarse bajo el
título de licuores, j^ara favorecer un intercambio local con
la Metrópoli, que estaba exento de toda contribución y de-
recho, incluso el de alcabala. Estas liberalidades, á más
del amplio beneficio que aportaban á sus operaciones, per-
mitieron desde luego á la Compañía enrolar en su servicio
arponeros y pescadores ingleses y norte -americanos, y ma-
rinería del mismo origen para engrosar la tripulación de
sus barcos. Estableciéronse las familias de inuclios de los
enrolados en los puertos de escala, y ese aumento de po-
blación, agregado al comercio de retorno, que se verifi-
caba con los productos del país, revivió diversas locaU-
dades.
Fue de este número Maldonado, cuyo puerto visitaron
las primeras embarcaciones de la Compañía en 1790, dán-
dose cuenta de la utilidad que podía prestarles. Xo sola-
mente les satisfizo su situación como punto de escala, sinó
que se prometieron buenas ganancias con la pesca de lobos
marinos, tan abundante y mal explotada hasta entonces.
Emprendidas las tentativas conducentes á ese objeto, el
resultado justificó las esperanzas, exportándose dos carga-
mentos de grasa y cueros de lobo, que fueron vendidos á
buen precio. Semejante éxito estaba indicando que debía
regularizarse la faena por medio de un establecimiento su-
cursal, con recursos bastantes y peonadas idóneas. Tal vez
habría sido ésta la solución final adoptada por la Corapa-
j LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELITJ 299
I ñía de propia voluntad, si no se Imbiese visto compelida á
; adoptarla por la fuerza, coafiriiiáiido la regla de que todo
! progreso debía venirle al Uruguay por inverso designio
ó mano extranjera.
Inglaterra no miró de buen talante la concurrencia ex-
traña en una industria que siempre había pugnado por re-
servar á sus hijos. Además, tenía motivos de especial re-
sentimiento con España desde que esta reconociera la
independencia de Estados Unidos, y buscaba la ocasión de
vengarse, como lo hizo, apoderándose del puerto de /S'au
Lorenzo en la America del Norte, y promoviendo con ello
una cuestión que puso á prueba la inconsistencia del Pacto
de famiUci, alegado por Carlos III ante los demás Borbo-
lles para defenderse de aquella agresión injusta. Revolu-
cionada Francia, inquietas é indisciplinadas las pequeñas
cortes italianas, Carlos III no encontró apoyo serio de
parte de su familia, á quien todo lo había sacrificado, y
tuvo no solamente que pactar con Inglaterra el abandono
militar de San Lorenzo, sinó que suscribió la Convención
de 28 de Octubre de 1790, declarando libre para los sub-
ditos británicos la navegación y pesca en el Pacífico y
mares del sur ( 1 ).
La Compañía Marítima se encontró, pues, con un rival
formidable apenas emprendiera sus operaciones. Podían
los ingleses, según la Convención ajustada, formar estable-
cimientos permanentes en las costas de la, América del
Norte, á diez leguas de distancia de los puntos ocupados
por España, para evitar todo comercio ilícito con ellos.
En cuanto á la América del Sur, era permitido á los
(1) Calvo, Colección de tratados; ni.
300
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAOUER FELTÚ
súbditos británicos, desembarcar en sus costas é islas,
levantando cabañas pro\dsionales para los objetos de
la pesca; pero ni españoles ni ingleses podían construir
establecimientos firmes en aquellas costas, respetándose,
sin embargo, los que España tuviera ya construidos. En
artículo adicional secreto, limitaba esta prohibición al caso
en que una tercera potencia se estableciese en los parajes
indicados, pues entonces, ingleses y españoles podrían á su
vez extenderse sin restricción sobre ellos. Sería ocioso enu-
merar las ventajas que semejante ajuste proporcionaba á
Inglaterra, dándole el privilegio de pesca en los vastos do-
minios marítimos de España, y previniendo á favor suyo
en la America del Sur toda rivalidad temible.
Debido á estas restricciones, la Compañía necesitó cir-
cunscribirse en el hemisferio Sud á los establecimientos
ya existentes, fundando una sucursal en Puerto Deseado
y otra en Punta de la Ballena, nombre este último que
llevaba desde antiguo en Maldonado el local elegido para
ese fin. Acumuláronse en el establecimiento uruguayo los
peones y enseres que pedía su nuevo destino, y en poco
tiempo Maldonado, antes tan solitario y mustio, fue el
centro de un activo movimiento industrial. La peletería y
fabricación de gorduras ocupó buen número de brazos y
produjo aumentos á la renta pública. Expediciones suce-
sivas de esos productos encontraron fácil mercado exterior,
proporcionando á la Compañía buenas ganancias. Enton-
ces el interes fiscal y el particular acudieron á la Corte
pidiendo ampliación de sus facultades, aquel por medio
del Virrey Arredondo, que solicitó la creación do un Mi-
nistro permanente de Real Hacienda en INÍaldonado, y este
por medio de la Compañía, que pidió se habilitase la ciu-
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELlÚ
301
dad como Piu'rto 3Icnor, con todas las exenciones y pre-
rrogativas inherentes á dicho título.
Aceptó la Corte ambas proposiciones. En 4 de Mayo
de 1792 fue creado el empleo de Ministro de Real Ha-
cienda para Maldonado, proveyéndose el cargo en D. Ra-
fael Perez, que era la persona propuesta. Poco meses más
tarde (Septiembre 10), obtuvo despacho favorable la ins-
tancia de la Compañía Marítima, habilitándose á Maldo-
nado en calidad de Puerto Menor « para todas las expe-
diciones que la Compañía hiciera á él con sus propios bu-
ques, y para que pudiera hacerse el registro de los efectos
que condujeran aquéllos desde Europa, de cuenta de la
Compañía y de la de particulares, como también el de los
frutos que cargaren de retorno; concethendo á dicho puerto
la misma exención de derechos y contribuciones que se
concedió en general á los demás menores por Decreto de
28 de Febrero de 1789. » ( 1)
Medidas tan oportunas alentaron el progreso industrial
y rentístico. El comercio de intercambio con la Metrópoli,
facilitando á los habitantes de Maldonado la venta de sus
productos, les abastecía al mismo tiempo con artículos des-
tinados á satisfacer necesidades de comodidad y consumo.
Pero cuando todo presentaba perspectivas tan halagadoras,
se produjo una intercurrencia funesta. Los que habían ex-
pulsado á los jesuítas por f analizadores de los pueblos, se
sintieron asaltados de un escrúpulo extemporáneo. Creye-
ron, ó afectaron creer, que los pescadores y colonos ingle-
ses y norte- americanos, residentes en el nuevo estableci-
miento, dañarían por su disidencia religiosa los intereses
(1) Ileales Ordenes de 4 Mayo y 10 de Septiembre 1702 (Ardí Gen).
302 LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAOUER FELlÚ
espirituales del conjunto, y les dieron á elegir entre la pro-
fesión del catolicismo con juramento de vasallaje político
á España, ó la vuelta á la simple condición de transeúntes
sin domicilio fijo. Negáronse los conminados á aceptar
condiciones tan duras, y la Compañía, reducida á la gente
de mar española y estrechada por la concurrencia britá-
nica, sucumbió presa de la ruina, arrastrando en ella á
Maldonado.
A pesar de tan continuados descalabros, se esforzaba el
Uruguay por tomar, rango propio en el concierto de las
agrupaciones comerciales. Montevideo era su puerto único
habilitado para el comercio de exportación, pues Maído-
nado lo fue accidentalmente para la Compañía Marítima,
y mientras duró el tráfico de aquella. Los estados oficiales
de 1792 demuestran la importancia adquirida por el co-
mercio uruguayo de entonces. Según ellos, entraron en
Montevideo ese año 67 embarcaciones, conduciendo mer-
caderías por valor de 2:993,267 pesos, y salieron 69, con
valores en plata y frutos del país que sumaban 4:750,094
pesos (1).
Volvamos ahora á las cuestiones políticas. La circuns-
pección ceremoniosa de Olaguer Feliú se había puesto á
prueba con motivo de un incidente de jurisdicción interna.
Acostumbrábase en Montevideo, con motivo de la víspera
y día de los Patronos de la ciudad, á verificar dos proce-
siones, en las cuales tomaban parte el Gobernador, el Ca-
bildo y todas las autoridades y vecinos. Con este fin sacá-
base el estandarte Real para dar más solemnidad al acto,
y como quisiese representarse con ól á la persona del Rey,
(1) Memoria de Oyarvide (citada).
’ LIBRO V. — GOBIERXO DE OL.VGUER FELTÚ 803
[ iba aquella bandera ocupando la derecha del cortejo. Ola-
guer creyó (pie argüía menoscabo á su persona, el aban-
dono del sitio de preferencia en la procesión, así es que,
apenas invitado a asistir, replicó aceptando, pero con la
numiliesta cláusula de que «por la ley 50, tít. 15, lib. 3.’’
de las Municipales, hallaba fundamento para ir aquella
tarde y el día siguiente en el paseo ocupando la derecha
del Real pendón; pero no obstante, como su intención era
dirigida á conservar ilesas las prerrogativas con que se ha-
llaba distinguido este gobierno, estaba pronto á ocupar el
lugar que en semejantes casos habían llevado sus antece-
sores, reservando su derecho para recurrir á la Real per-
sona, » etc. El Cabildo ocurrió al Rey con aviso de sus de-
signios y de la respuesta del Gobernador, y aquél, oído
que hubo el dictamen del Consejo de Indias, respondió en
11 de Noviembre de 1792 : « He resuelto que en esa ciu-
dad se observe la expresada costumbre de ocupar la de-
recha del Gobernador, cuando sale en público el Real pen-
dón ; y que si en cuanto al hecho de la costumbre ocurriese
alguna duda al Gobernador, podrá ocurrir á mi Real Au-
diencia de Buenos Aires, » etc. ( 1 )
Por este tiempo se distinguió la Audiencia pretorial de
Buenos Aires, dictando un fallo con mucho honor. Acos-
tumbrábase á aplicar en estos países la pena de azotes, con
una prodigalidad que rayaba en saña. Cierto es que las
leyes autorizaban esa clase de castigo bochornoso, pues las
de Indias ¡permitían que á los indígenas reducidos se les
aplicasen seis ú ocho azotes por faltar á la misa en día
domingo, y algunos más si se embriagaban. También era
{!) L, C. de Montevideo,
304
LIBXIO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FEUÚ
costumbre azotar á los vagos y ladrones, siendo así que en
la plaza del Cabildo de Montevideo había un cañón donde
se les ataba flagelándoles en publico. Mas todo esto, á me-
dida que adelantó la cultura, debía veriflcarse previa infor-
mación sumaria del hecho y sentencia de juez competente.
Con todo, el procedimiento se echaba en olvido frecuente-
mente y no mediaba largo plazo entre los tristes espectácu-
los de azotamientos públicos, cuyas víctimas lo mismo eran
pretensos hechiceros, que vagos y ladrones traídos de cam-
paña. La superstición y la ignorancia solían señalar también
á ciertas mujeres, que con título de brujas, daban pábulo á la
superchería en algunos y ál terror en otros que las creían
causa y origen de grandes males, haciéndolas acreedoras á
la misma pena que se aplicaba con igual rigor. Aquellos
eran tiempos de aparecidos, muertos resucitados y fantas-
mas, sucesión larga y abundante que la fantasía enfermiza
de los pobladores canarios y portugueses nos trajo en he-
rencia, y que todavía encuentra celosos propagadores en los
campos.
Con esto, formóse verdadei’a atmósfera, de odio en las
ciudades contra los brujos y ladrones, contaminándose de
esa j^asión los alcaldes del crimen, sin que consejos su-
periores fueran parte á ladearlos de tan mal camino cuando
infligían castigos á los delincuentes, acomodándose más
bien á satisfacer la opinión pública que la justicia en su
a 2 )licación ( 1 ). Entraron en este número siete individuos
(1) En lo qnc conviene-- Solóiv.ano — que royan con tiento Jos
Alcaldes del Crimen en todas partes, y principahnenie en estas de las
Indias, es, en no dar fáciles, y crédulas orejas á soplones, y entrome-
tidos, de que en ellas hay grande abundancia, por los daños que de lo
contrario se suelen seguir, de que les adcicrie Junio Rnninaldo, Ore-
IJBRO V. — GOBIERNO DE OLAGÜER FELIÚ 305
azotiulos })ul)licamentc en las calles de Montevideo el 28
de Febrero de 1792, sin los requisitos de sumario y
previa defensa. Súpolo la Audiencia de Buenos Aires al
asesorarse de los autos en apelación, y dictó la siguiente
sentencia : « Vistos : declárase atentado el castigo de azo-
tes por las calles públicas dado á los reos Juan Pablo
Komero, José Ximénez, Diego Navarro, Pedro Pablo Vi-
llalba, Ignacio Pérez, Cristóbal Ríos y Manuel Francisco
de Refalada, el 28 de Febrero último por el auto de f. 26,
cuya ejecución consta á f. 28, y en su consecuencia se
tendrá entendido no les causa á los que sufrieron el re-
ferido castigo la menor nota ni infamia, apercibiéndose al
abogado que suscribió el dictamen, con la mayor seriedad,
medite con más reflexión y legalidad el que diesé en se-
mejantes materias, que nunca pueden sacarse de los tér-
minos justos que previene el derecho y práctica; previ-
niéndose por carta acordada al alcalde juez de la causa lo
que se ha extrañado su apuro en verificar el castigo, y lo
que se nota de la falta de subordinación y respeto á las ór-
denes del tribunal para las informaciones que se han
mandado en otros casos, en los que no se nota igual celo;
y á fin de precaver en lo sucesivo semejantes violentas
intehgencias, ordénese á las justicias de Montevideo se
abstengan de propasarse á imponer pena alguna corpo-
ral, en caso alguno, sin preceder el correspondiente su*
gorio López y Bohadilla. Y en juntar qiiando huvieren de sentenciar
las causas criminales la justicia con la misericordia, y ¡n'ocurar siem-
pre que se conozca que no tienen odio, ni rencor alguno con los de-
lincuentes, sino con los delitos, de que hallarán muy buenos docu-
mentos en el mismo Bohadilla y en otros Autores, (Política Indiana,
u, v, VI.)
Dom. Esp. — II.
20.
306
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
inario, tomando confesión al reo, oyendo las defensas le-
gítimas, y con su providencia, admitir las apelaciones, ó
pasado el término legal, consultar á este süljerior tribu-
nal para su resolución, dirigiéndose testimonio de este de-
creto al Gobernador de Montevideo, para que disponga se
siente en los libros de Cabildo, á fin de que siempre
conste esta decisión en pública forma, por si se traspa-
pelase el expediente; y adviértase á aquellas justicias pro-
cedan á la sustanciación de las respectivas causas en lo
principal con la posible brevedad, poniendo en ellas ra-
zón de este decreto para que se tenga presente. » (1)
Aconsejaron este auto los dignos jueces de la causa seño-
res Cavesa, Velazco, Ansobegui, Garasa y el Regente de la
Audiencia.
Iba se haciendo enfermedad crónica en los habitantes
de Montevideo, el desgano de ocupar cargos concejiles.
Cualquier nimiedad servía de excusa para rehusarlos, y
encontraba asenso en la autoridad superior. En este año
de 1793, D. Juan de Ellauri, que había sido Alcalde de pri-
mer voto, tomó pretexto de estar ocupado en los asuntos de
la Compañía Marítima, para renunciar todo cargo concejil,
y se le admitió por el Virrey de Buenos Aires. Más ade-
lante, D. Manuel Duran, que también había sido miembro del
Cábildo, con motivo de comandar el regimiento de milicias
de la ciudad, pidió y obtuvo igual exención. Con este ejem-
plo, las cosas quedaron en punto que habiéndose buscado
un día al Alguacil mayor para ejecutar una sentencia, re-
sultó que se había ausentado sin permiso de nadie y como
tenía de costumbre: verdad es que había comprado la
(1) L. (7. í/e Monlcruko.
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
307
vara ( 1 ). Esta desmoralización en las autoridades popu-
lares trascendía al pueblo, cuyos negocios comenzaban á
pasar á manos desconocidas, y alentaba mucho ál Gober-
nador para dar rienda á sus instintos despóticos disfraza-
dos de ceremoniosa urbanidad. No pasó mucho tiempo
sin que diera muestra de ello.
Llegada la ocasión de elegir miembros para el Cabildo
de 1794, D. José Cardoso, que era Alcalde de primer voto,
fue reelecto en esas funciones. Al pasarle á Olaguer el
pliego de votación y acta correspondiente para que las
aprobase como era de práctica, declaró que rechazaba á
Cardoso á causa de haber ocupado el mismo puesto du-
rante el año que fenecía. Asesorado el Cabildo de la res-
puesta, llamó al Gobernador á su seno, exliibiéndole el libro
primero de sus reglas y estatutos, según las cuales podían
hacerse reelecciones tanto de alcaldes de l.° y 2.^" voto
como de otros miembros capitulares, siempre que esas re-
elecciones no produjesen protesta dentro de la corporación
y se verificasen por votación unánime. Y llenando exac-
tamente estos requisitos la reelección de D. José Cardoso,
(1) Enterada esta Ecal Audiencia de lo ocurrido la ejecución
de la senté ncict cu}dra Benito García: lia detcrniincalo en la providen-
cia de veinte del corriente, e)itre otras cosas, prevenir á vuestra ma'ced
por esta acordada, ha(ja saber cd Alguacil mayor de esa ciudad no se
aitsenie de ella sin 'previo permiso del Cabildo y alcaldes ordinarios,
pena de cien pesos de multa: nombra)ido _ 2 ?ara los casos que tenga
necesidad de verificarlo ú de enfermedad, un Teniente que supla sus
veces. Lo que comunico d vuestra merced para su inteligencia y oum-
pUmiento, esperando que de su recibo dará puntual aviso.— Dios guarde
á vuehra merced muchos años —Buenos Aires y Junio 23 del mil se-
tecientos noventa y cuatro —Doctor Facundo de Prieto y Pulido. — Al
Alcalde Ordinario de segundo voto de Montevideo. (L. C. de Monte-
video.)
308
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FEHÚ
el Cabildo alegaba con toda verdad que no veía causa le-
gítima para que ella no fuese aprobada. Pero Olaguer que
no quería discutir la legalidad de su resolución, sino que
buscaba ser obedecido, replicó con un subterfugio. Dijo
que, en efecto, las disposiciones exhibidas permitían una
reelección en la forma verificada, pero de ahí no se seguía
que ellas le mandasen aprobar tal resolución; y como se
creyera dentro de su derecho sosteniendo el rechazo de
Cardoso, sometía al ViiTey de Buenos Aires el caso, es-
perando fuese de su parecer. La respuesta era digna de
quien la daba, y el fallo del Virrey apropiado al carácter
de los dos.
Pasado un tiempo vino de Buenos Aires para Olaguer,
con fecha 5 de Marzo, el pliego que respondía á su con-
sulta. Inmediatamente de recibirlo dió aviso al Cabildo
para que se juntase á oir su lectura. Mientras la corpo-
ración se preparaba á ello, rodeó la casa consistorial una
compañía de granaderos, distribuyéronse centinelas en las
puertas, y los ayudantes del Gobernador comenzaron á pa-
searse por las galerías en son de hostilidad. Compareció
poco después Olaguer, y tomando la presidencia como le
correspondía, ordenó la lectura del pliego del Virrey, en el
cual se aprobaba su resolución mandando elegir nuevo
Alcalde de primer voto. Pidieron la palabra uno tras otro
los miembros del Cabildo, y comenzaron á exponer las
razones legales y de justicia que les asistían para encontrar
desestimable aquel fallo; pero Olaguer se aferraba á su
dictamen primitivo, confirmado ahora por autoridad supe-
rior. Con esto se fueron acalorando los unimos y la discu-
sión se transformó en disputa. El Gobernador gritó, ame-
nazó y por fin dominó todas las resistencias, obligando á
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
309
nombrar á D. Antonio Pereyra para Alcalde de primer
A^oto. Luego de conseguido su capricho, marchóse de allí
haciendo retirar los soldados, y el Cabildo al encontrarse
solo, formuló una protesta para ante el Rey, dándole cuenta
de todo lo acaecido ( 1 ).
Junto con la protesta, ordenó el Cabildo á T). Juan
José de la Presilla, agente de negocios en la Corte, agi-
tase una solicitud que allí tenía presentada sobre asun-
tos de su organización interna. Era el caso que con motivo
de haberse sacado á remate cuatro de los oficios de la cor^
poración, no había desde algún tiempo atrás elección que pu-
diera recaer sobre esos empleos, que anticipadamente y tal
vez con intención condenable se pusieran en venta. El Ca-
bildo estaba reducido á la mitad del personal deque se com-
ponía en otros tiempos, y con esto se hacían más fáciles los
atentados contra sus prerrogativas. Así, pues, pedía al Rey,
por medio del agente comisionado, la creación de cuatro
regidores más para subsanar la falta que se notaba con
gran perjuicio de los intereses generales, y mientras no se
accediese á su petición, solicitaba permiso para elegir los
cuatro capitulares que correspondían á los empleos sacados
á remate y no comprados aún por nadie. Pero todos estos
esfuerzos eran vanos, porque el Cabildo, vejado en su dig-
nidad, supeditado por la fuerza militar y cercenado en su
personal por la venta de empleos, estaba moral y material-
mente quebrado en el concepto de la autoridad militar.
Olaguer había puesto por obra acabar con el crédito de
la corporación, empleando medios indignos en todo lugar
(1) L. C, de Montevideo: actas de 14 Enero, 14 Marxo y 7 Ayosto
de 1794.
310
LIBRO V. — GOBIERNO BE OLAGIJER FELIÚ
que la ocasión lo permitía. Estaba dotado este Gobernador
de un temperamento maligno, encubierto bajo la^ formas
de cierta cultura social, y gastaba ejercer sus caprichos
denigrando las personas con fría perversidad y casi siem-
pre por mano de tercero. Kodeado de sus oficiales milita-
res, disponía por la autoridad y por el espíritu de cuerpo,
de un buen numero de celosos ejecutores de sus intentos,
y alcanzaban naturalmente su gi'acia aquellos que mas le-
jos iban en el afán de complacerle. Para conseguir este fin
de un modo estrepitoso, concertaron los ayudantes del Go-
bernador un plán que debía efectuarse en la plaza de toros.
Era costumbre que el Cabildo, como autoridad ci^il supe-
rior de la ciudad, diera desde su palco la señal de comen-
zar la función, cuando asistía al espectáculo de esa diver-
sión bárbara. Un día de los de Diciembre, apenas llegados
los miembros capitulares á su sitio en la plaza, entróse al
palco uno de los ayudantes del Gobernador, y sin descu-
brirse ni saludar, tomó asiento en el antepecho y púsose á
hablar á voces con otros oficiales que estaban distribuidos
por los alrededores. El hecho llamó la atención de los pre-
sentes que en el acto lo notaron, pasándose unos á otros la
palabra, por manera que todos los ojos se volvieron al palco
del Cabildo. Entonces el ayudante de Olaguer, siempre á
gritos y como si estuviera en casa propia, advirtió á sus
amigos que la función no comenzaría hasta que el Gober-
nador no viniese á la plaza, y que el estaba esperándole
para dar la señal. Entró por fin Olaguer, de intento á una
hora muy avanzada, dándose entonces la señal de forma
por su ayudante desde el palco del Cabildo (1).
( 1 ) L, C. de Montevideo.
LIBRO V. — GOBIERXO PE OLAGUER FELIÚ
311
Todo esto iba enderezado á preparar la sumisión abso-
luta del Cabildo al Gobernador; pero no estaba todavía
destituida de fuerza moral la corporación para someterse
sin replica á los caprichos de su tirano. Lo demostró así
en la elección de 1795, que fue origen de una nueva dis-
puta. Trasmitido á Olaguer el resultado de la elección,
rechazó sin causa ninguna á dos de los electos, D. Marcos
Monterroso y D. Manuel Nieto. El Cabildo se propuso
averiguar en que clase de razones fundaba el Gobernador
su tacha á estas dos personas ; pero Olaguer por toda res-
puesta tomó un grupo de soldados y se dirigió á la casa
consistorial, poniendo centinelas y repartiendo sus ayu-
dantes como en la ocasión anterior. El pueblo, siempre ávido
de novedades y previendo por los antecedentes que habría
mayores en este caso, había ocupado con tiempo los bal-
cones, pasillos y avenidas del edificio, formando una aglo-
meración muy compacta de espectadores. En medio de todo
esto se presentó Olaguer en la sala consistorial, ocupó la
presidencia y declaró que se oponía al ingreso de los dos
miembros que acababa de rechazar. Pidiéronle razones, y
no dió ninguna. Habló de sus facultades, del respeto que
se le debía y del derecho que siempre le había asistido
como á sus antecesores para vetar una elección. Fué agrio
el debate, las protestas duras y la oferta de apelar al Rey
coronó la argumentación del Cabildo. Sin embargo que-
daron suspensos Monterroso y Nieto.
Pero el Cabildo, exasperado por aquellos vejámenes que
día á día se infligían á su autoridad, ora cohibiendo sus de-
liberaciones, ora aprisionando en la cindadela á sus miem-
bros, como había acontecido meses atrás con uno de ellos,
determinó protestar de manera enérgica ante la Corte y
312
LIBRO V.— GOBIERNO DE OLAOUER FELlf:
ante el Virrey de Buenos Aires, narrando al pormenor to-
dos los atentados de Olaguer ( 1 ). Por fortur^g, acababa de
suceder en el Virreinato al despótico Arredondo, D. Pedro
Meló de Portugal, hombre de temperamento suave y amigo
de la justicia. Contaba Olaguer como siempre con la im-
punidad, creyendo que todos los ^iiTeyes habían de apro-
bar sus actos ; de modo que fueron escasas sus expli-
caciones sobre el móvil que le guiara en la última
emergencia. Por lo contrario, el Cabildo había hecho una
expresión completa de sus agravios, pensando que alguno
de los dos jueces á quienes se dirigía la había de tomar
por lo que ella valiese, y aconteció ser el Virrey quien pri-
meramente hizo justicia. Don Pedro Meló se enteró de
todo, y en oficio de 20 de Abril de 1795 reprobó la con-
ducta de Olaguer, aprobando por completo la elección del
Cabildo. Con lo cual Monterroso y Kieto quedaron habili-
tados para ocupar sus puestos, que en el acto comenzaron
á desempeñar.
Estos magistrados, empero, debían comenzar sus tareas
en compañía de un intruso. Había comprado la vara de
Alcalde provincial, en remate público y por 7300 pesos,
D. Juan Antonio Bustillos desde el año anterior. Oponíase el
Cabildo á que ocupara el puesto en razón de no haber
dado fianzas previas, y de aquí se originó un litigio entre
la corporación 3 ^ el agraciado. Llevadas las cosas ante la.
Audiencia de Buenos Aires, ésta sentenció en favor de
Bustillos, dictando en 14 de Marzo de 1795 un auto que
decía: «Vistos: escríbase carta acordada al Cabildo de
Montevideo, para que inmediatamente y sin dilación alguna
iX) L, C, de Monievideo,
IJBRO V. — GOBIERNO BE OLAGUER FELITT
313
ponga en posesión de la vara de Alcalde provincial á
D. Juan Antonio Bustillos, sin el gravamen de las fianzas
consultadas.» A mayor abundamiento, en 11 de Diciembre
del mismo año expidió el Rey una cédula mandando que
perentoriamente se pusiese á Bustillos en el ejercicio de su
empleo, acordándole todas las honras y privilegios que por
ese oficio debía gozar ( 1 ). Así es que la resistencia era ya
imposible, estando tan bien confirmado el título del nuevo
Alcalde, quien empezó sus funciones permanentes en aquel
mismo año. Durante la administración de este Cabildo,
donde ejercía Bustillos sus funciones perpetuas, se fundó
la primera escuela particular gratuita por D. Eusebio Vidal
y D.“ María Clara Zavala, su esposa.
Entre tanto, los negocios internacionales de España se-
guían los vaivenes de la política desatinada y floja de Car-
los IV, ó mejor dicho, de D. Manuel Godoy, su valido y
dueño. En 1793 se había aliado á Inglaterra contra
Francia, cuya situación revolucionaria inspiraba temor á
todos los tronos. Pero la escasa fortuna de las armas espa-
ñolas en la contienda desalentó al gabinete de Madrid, y
Godoy con su carácter voltario firmó la paz en 1795 sin
avisarlo á su aliado del gabinete de San Jorge. No eran
los ingleses, por más apurados que se vieran, gentes de to-
mar con frialdad un agravio de este porte, así es que co-
menzaron á hostilizar al español. Insultaron su bandera en
el Mediterráneo, protegieron los corsarios de Córcega arres-
tando al embajador de Madrid en Londres por la demanda
de una pequeña suma que reclamó el patrón de un barco, y
en resolución, mostraron su descontento por toda clase de
(1) L. Cf de Montevideo.
314 LIBRO V, — GOBIERNO DE OLAGÜER FELIÚ
molestias y temeridades. Entrado el año 1796, España
no creyendo tolerables estos avances, les decl,%ró la gue-
rra ( 1 ). Pero la situación de la Metrópoli era mala para
luchar con ejiemigo tan temible. Incapaz de rivalizar con
el como poder marítimo, le dejaba en gaje sus inmensas
costas desguarnecidas, incitándole á aprovechar la ocasión
de tomar en America toda la revancha que desease. Y
ya se verá cuán grande fue la que tomaron en el Plata
los ingleses.
Noticiado el Virrey Meló del sesgo qne llevaban las co-
sas, comenzó á prepararse contra cualquier sorpresa. Pro-
yectó y llevó á efecto la creación de barcas cañoneras que
defendieran los puertos, y puso todas las adyacencias de su
gobierno en pie de resistencia, mandando fundar en nues-
tra frontera el fuerte de Meló, que dió origen á la villa de
ese nombre. Aunque septuagenario y gastado por la vida
enervante de las cortes, el sentimiento del deber y los ins-
tintos del soldado no le abandonaban nunca; así es que
procimó reconocer por sí mismo todos los puntos estratégi-
cos de su gobierno. Con este fin se trasladó á Montevideo,
donde acababa de llegar -el brigadier Bustamante y Guen*a>
sucesor de Eeliú; y decidido á precaver la ciudad contra
los reveses de la guerra, dió las órdenes coiTespondientes
y se marchó á poner en el mismo pie nuestras fronteras
del Este; donde ya hiciera construir baterías en Casti-
llos, Puerto de la Paloma e isla de Gorriti. Al tomar
puerto en Montevideo había sentido los primeros sín-
tomas de una enfermedad grave, pero no se desanimó con
ello; antes bien, dejando las insti’ucciones que tuvo por
(1) Fimes, Ensayo, etc; iir, vi, vir.
LIBRO V. — GOBIERNO DE OLAGUER FELIÚ
315
f conveDÍeiite, tomó el camino de Maldonado. Agravá-
ronse sus dolencias con las incomodidades del viaje, obli-
gándole á detenerse en Pando, donde expiró el 15 de Abril
i de 1797, con general sentimiento (1). Le sucedió en el
mando, con arreglo al pliego de provisión, D. Antonio Ola-
guer Feliú, á quien los accidentes más inesperados comen-
zaban á elevar al pináculo de la fortuna.
(1) Funes, Ensayo y etc; loe cit.
LIBRO SEXTO
General Don José oe Bustamante y Guerra
5.^ GOBERNADOR DE KIOMTE VIDEO
{1797-1804)
LIBRO SEXTO
GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA
Causas que influyeron en el nombramiento de Bustaman te. —Tenden-
cias del nuevo Gobernador. — El Consulado de Buenos Aires y el
Cabildo de Montevideo. — Alzamiento de los charrúas en el Norte.
— Infracciones de los portugueses al tratado de límites. — Seca y
hambre. — Estado del país al despuutíu* el siglo xix. — Cuestión de
preeminencia entre el Cabildo de ^lontevideo y el Gobernador. —
Oposición del Consulado de Buenos Aires á los progresos de Mon-
tevideo. — Bustamante alienta esos progresos. — Fundación de Ro-
cha. — Errónea Memoria de un alcalde de' Soriano. — Efecto que
produjo en la Corte. — Proyectos y resoluciones del marqués de
A vilés.— Embajada charrúa.- Un campamento minuán.— Don Jorge
Pacheco. — Fundación de Belén. — Combates de Arapey -grande, So-
pas y Tacuarembó. — Ruptura de España con Portugal. — Los por-
tugueses se apoderan del Yaguarón y las Misiones. — Paz que
firma con ellos la Corte de Madiid. — Comercio de Montevideo. —
Progresos del cabotaje. — Fuerza militar marítima y terrestre. —
Conato de sublevación de la esclavatura. — El Protomedicato de
Buenos Aires y los curanderos. — Los portugueses avanzan hasta
el Yarao. — Don José Rondeau los bate. — Ideas del príncipe de la
Paz sobre esta emergencia. — Fin del gobierno de Bustamante y
Guerra.
( 1797 — 1804 )
Don José de Bustam<qnte y Guerra se había recibido
del mando en 11 de Febrero de 1797, después de presen-
tar al Cabildo lá Cédula que acreditaba su nombramiento.
Reasumía el nuevo Gobernador de Montevideo en su per-
320 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BüSTAMANTE Y GUERRA
sona los títulos de caballero de la Orden de Santiago, bri-
gadier de la Real armada y comandante de la marina
militar del Río de la Plata (1 ). Venía, según la Real Cé-
dula, á sustituir á Olaguer, « por habérsele cumplido á éste
su tiempo ; » pero parece que no fueron extrañas á tal reso-
lución, las repetidas instancias y protestas del Cabildo ante
la Corte contra los desmanes del Gobernador cesante. Debe
presumirse que algo de ello hubo en el asunto, puesto que
el príncipe de la Paz notificó especialmente al Cabildo la
sustitución de Olaguer por Bustamante, y la corporación
contestó dando á S. M. las gracias más expresivas. Aquella
notificación especial y estos particulares agradecimientos,
extraños al proceder común en negocios de tal naturaleza,
autorizan á suponer que quiso hacerse al Cabildo demos-
tración coherente con las exigencias de su dignidad ultra-
jada. Y si se junta á lo dicho que la Corte nunca fue pun-
tual en la renovación de sus lugartenientes del Uruguay,
permitiéndoles exceder el plazo señalado á la duración
de sus gobiernos, mientras esta vez rompió la costumbre
dejando sin empleo á Olaguer y sustituyéndole á poco de
habérsele cumplido el período de mando, hay razón para
confirmarse en las presunciones expuestas.
Como quiera que fuese, el nuevo Gobernador tenía aspi-
raciones y tendencias más levantadas que el sustituido.
Su profesión de marino le había llevado á distintas y nu-
merosas partes, donde pudo observar de cerca el progreso
de los pueblos, y también las causas que lo provocan ó re-
tardan. Conocía por experiencia lo que valen los puertos
bien situados y el provecho que se puede sacar de las ven-
( 1 ) L. C. de Montevideo.
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 321
tajas naturales de un favor de ese generó; y aplicando sus
conocimientos á la situación de Montevideo, pensó desde
luego todo lo que podían aventajar sus habitantes aprove-
chándola. En tal concepto se propuso mejorar las condi-
ciones de la ciudad, y comenzó su gobierno llamando á una
reunión popular, ó sea cabildo abierto, como entonces se
desiíínaba á las de esta clase. En 23 de Marzo de 1797
O
se verificó la reunión enunciada en el Cabildo, asistiendo
juntos con la corporaciónlos individuos socialmente más
conspicuos y gran número de pueblo. Abrió Bustamante
la sesión con un largo discurso en que hizo resaltar las
ventajas de la buena policía é higiene de las ciudades, in-
culcando en el abandono que á este respecto sufría Monte-
video. Sus palabras bien coordinadas surtieron todo el
efecto que deseaba entre el público, y por aclamación fue
votado el impuesto de 1 real por puerta para atender á
esos gastos ( 1 ). Satisfecho del resultado, comenzó desde
entonces á madurar los vastos planes que más tarde debía
poner en práctica con el asentimiento público.
Pero mientras el Gobernador y el pueblo de Montevi-
deo tomaban por suya la causa del progreso local, una
corporación vecina trabajaba por anularlo. El Consulado
de Buenos Aires era contrario á la autorización Real de
1795, en que se ampliaban las facultades de comerciar
á los pueblos del Plata, concediéndoles la exportación
de frutos y producciones del país para las colonias
extranjeras. Montevideo había aprovechado de esta auto-
rización consiguiendo beneficios, y los negocios internos
tomaron vuelo con las facilidades de cambio que se
( 1 ) L. C. de Montevideo.
Dom. esp. — II.
21 .
322 LIBRO VI. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE Y GUERRA
abrieron al comercio en general. Esto ílisgustó mucho á
los comerciantes de Buenos Aires, que en igu^^ldad de con-
diciones no podían luchar con las ventajas naturales de
nuestros puertos, así es que dirigiéndose al Consulado, le
pidieron que elevase petición al Rey suplicando la revoca-
ción de la Cédula de 1795, y la habilitación de la Ense-
nada de Barragán para puerto de arribadas de los buques
mercantes de España. Avínose el Consulado en acceder
prontamente á la súplica, y en su nombre y en el del co-
mercio que representaba, elevó petición á la Corte, formu-
lando con carácter perentorio la exigencia.
Se comprende sin esfuerzo que el rumor de una medida
de este género debía alarmar seriamente á los habitantes
del Uruguay, cuyo retroceso comercial era seguro si se lle-
vaba á cabo lo ideado por sus vecinos. En consecuencia,
conocido qoe fue el designio y reunido el Cabildo de Mon-
tevideo en 16 de Mayo, tomó la palabra D. José Cardoso,
Alcalde de 1.*^"^ voto, para decir: « que admirado de tal de-
terminación y temiendo que pudiera encontrar cabida en
el Real ánimo por efecto de las artificiosas razones con
que se presentase, se veía precisado á discun'ii* los medios
de evitar tales daños; y como nada es más propio de un
cuerpo capitular que velar incesantemente por la prosperi-
dad de la provincia que representa,, de aquí que sin la me-
nor disputa debía el Ayuntamiento cruzar las ideas del
Consulado de Buenos Aires; porque nuestra provincia se-
ría la más perjudicada con la derogación pedida, á causa
de su posición local, la asombrosa fertilidad de sus cam-
pos, y la abundancia casi increíble de sus ganados y otros
frutos, á pesar de los cuales sólo se ha visto hasta aquí
que teniendo ventajas y proporciones quizá sobre todas las
UBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 323
otras partes de la tierra para ser la provincia más rica y
más florida, es sin embargo la más pobre y la más infeliz,
sólo porque no ha logrado salida ó gente que consuma sus
frutos conocidos por los más apreciables del mundo, y
otros muchos más que podría producir si se cultivase la
industria y agricultura que hasta ahora estuvo sin el me-
nor ejercicio, y por consecuencia reducidos á la mayor mi-
seria millares de hombres, que hay en estas campañas, sin
destino, ocupación ni ejercicio. A este Cabildo, pues — aña-
dió — toca celar sobre tales daños, que continuarían con
aumento si se verificasen las intenciones del Consulado; y
para contrarrestarlas soy de dictamen que inmediatamente
se representen á S. M. con razones claras y los sólidos
fundamentos que ofrece el asunto, el cumulo de bienes
que precisamente se han de seguir de que tenga el debido
efecto la expresada Real determinación; y por lo contra-
rio, el gran número de males que son de temer si se revo-
case ó restringiese, á fin de que se digne ampliarlas todo
cuanto sea posible. » ( 1 )
El cuadro que D. José Cardoso acababa de trazar ante
el Cabildo, era exacto. Limitado nuestro comercio hasta
entonces por infranqueables barreras, comenzaba recién á
desarrollarse, cuando ya le amenazaba una causa externa
de rivalidad injusta. A pedido de los vecinos de Buenos
Aires, habíase retardado grandemente la fundación de po-
blaciones en nuestras costas; y satisfaciendo en mucha
parte los reclamos de aquella ciudad, había sido despo-
blada y demolida la Colonia en 1777. Lo cual redundó
en perjuicio de nuestro desarrollo, que fué lento y enfer-
( 1 ) 1 /. C. de Montevideo.
324 LIBRO VI. — GOBIERNO 1>E BÜSTAMANTE Y GUERRA
mizo, debiendo haber sido tan rápido como merecían nues-
tra posición especial y nuestros recursos naturales. Ahora
agregábase á tan li i ríen te afán de predominio, la intención
de habilitar la Ensenada de Barragán como puerto exclu-
sivo de arribadas, con lo que iba á dejarse á Montevideo sin
medios de comercio y reducido al suplicio de ver desierta
su bahía para el tráfico de intercambio. En presencia de
tal determinación, el Cabildo adoptó por unanimidad el
dictamen de D. José Cardoso y fué remitida al Rey una
solicitud basada en las razones aducidas por el Alcalde de
voto, que consiguieron con el tiempo la aprobación
Real.
A todo esto, andaban revueltos y agavillados los cha-
rrúas que se avecindaban en el Norte. Sin haberse querido
someter nunca á los españoles, vagaban por la campaña,
teniendo como punto de reunión la ribera occidental del
río Negro, adonde les había arrojado poco á poco la acción
civilizadora de las poblaciones cristianas. Vivían la vida
primitiva que les era tan gustosa, y vengaban por sus ma-
nos las ofensas de cualquier clase que se les hiciesen.
Entrado el ano 1798,- tal vez movidos por alguna agre-
sión que les llevasen los habitantes de las Misiones, se
alzaron en rebelión. Derramáronse en número de más de
1,000 por San Borja, La Cruz y Yapeyú, embistieron las
poblaciones y vaquei'ías, y pusieron el espanto doquiera.
Hiciéronles rostro los guaranís, pero fueron batidos con
pérdida de 40 hombres muertos, bastantes heridos y 3,000
caballos arre)j»atados ( 1 ). Entonces se puso en campaña el
teniente coronel D. Francisco Rodrigo, comandante de Ya-
(1) Funes, Ensayo, etc; iii, vr, vm.
OBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA
325
peyu, que tenía á sus órdenes fuerzas regulares, yóndoles
al alcance con apremio. Después de una persecución fuerte
les avistó, derrotándoles completamente.
No estaban ajenos los portugueses á estas cosas, y per-
manecían como siempre asechando disturbios para sacar
ventajas á su sombra. La. sublevación de los indígemis les
(lió cabida para infringir el tratado de límites, adelantán-
dose tierra adentro con audacia. En 22 de Noviembre, el
comandante D. Joaquín de Soria y Viamont dió parte
do que los portugueses levantaban cinco pequeñas pobla-
ciones de este lado del Arroyo -grande; y que aun inten-
taban edificar otras con una gmu*dia avanzada, en la punta
del arroyo de los Arrepentidos ó Quilombo-chico. Y el
comandante de la guardia de Arredondo afirmaba lo mismo
con fecha 16 del citado Noviembre; agregando que en los
días 12 y 18 habían repartido suertes de chacras, con lo que
precisaban á nuestros fronterizos á entrar en nuevas con-
testaciones, por hallarse los arroyos Grande, Palmasola,
Chasquero y de los Arrepentidos, todos al sur del Piratiní:
el primero á 11 leguas, el segundo á G, el tercero á 9 y á
14 el cuarto (1). Requerido el comandante de Río -grande
sobre el particular, contestó tergiversando á su modo el
sentido literal del artículo 3,® del tratado de límites. Dijo
que aunque ese artículo expresaba que se buscasen las ca-
beceras del río Negro, no determinaba que lo fuera por la
banda oriental de la laguna Merín ; agregó también, que
suponía una nueva invención de los españoles pretender
que el Piratiní fuera el término entre las dos naciones con-
( 1 ) Apuntes históricos de la Demarcación de Limites de la Banda
Oriental y el Brasil,
326 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA
finantes ; y que los españoles poco ó nada habían hablado
de la materia cuando se les representó á las partidas de-
marcadoras, al pasar por sus vehientes, el mucho tiempo
que se hallaban pobladas,
Con estos subterfugios, quería disculparse lo que no te*
nía excusa ante la razón ni el derecho. Pactados como es-
taban los límites nacionales, todo avance sobre las fronte-
ras establecidas era una violenta infracción. El paso que
daba ahora el comandante de Pío -grande, importaba un
nuevo despojo en las tierras del Uruguay. Tomándose las
orillas occidentales de la laguna Merín como acababan de
hacerlo, no sólo saltaban la frontera reconocida, sinó que
nos usurpaban los antiquísimos establecimientos de estan-
cia radicados allí, arruinándonos un vecindario numeroso.
Los cuatro marcos situados en el espacio comprendido
desde la barra del arroyo del Chuy hasta la de San Luis,
y los otros cuatro que se colocaron desde la ban^a del Ta-
hiú siguiendo la orilla oriental de la laguna de la Man-
guera hasta terminarse el vil timo en la costa del mar á los
33" de latitud, expresaban bien claramente el espacio neu-
tral entre las posesiones de ambas coronas. En ningún
caso podía alegarse ignorancia respecto de límites tan pre-
cisos y bien demarcados, y sólo la mala fe de los portu-
gueses era capaz de provocar litigios sobre hechos que ellos
mismos habían aceptado en tiempo no lejano, concurriendo
con los comisarios españoles á plantar los marcos de fron-
tera que ahora fingían no reconocer como originarios de
un acuerdo mutuo.
Parecía que el Uruguay no pudiera verse libre de cala-
midades. Cuando no era la guerra, eran las disensiones
políticas de las autoridades ó el rigor de las malas leyes
UBKO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 327
quienes perturbaban el bienestar de los ciudadanos. Ahora
vino un nuevo y terrible elemento de perturbación á afligir
los ánimos. Aconteció inaugurarse el año 1799 con una
gran seca que esterilizaba las cosechas. Á. esto se siguió
la enfermedad de los ganados y su dispersión, con lo cual
despobláronse los campos de haciendas, pues las que no
morían se daban á la fuga acosadas por la sed. La con-
fusión que esto trajo en todas partes, se deja calcular de
suyo. Hubo localidades donde se sintió el hambre; hubo
otras donde el consumo de animales enfermos produjo
pestes. Los habitantes del país, sin más alimento que la
carne y el grano, oyeron con espanto que todo aquello to-
caba á su fin. Faltaron el maíz, el trigo y las legumbres
en el ejido de los pueblos, porque la seca mataba en ger-
men la producción. Y la calamidad subía de punto, con el
trastorno de los meses señalados para la lluvia, que contra-
riando la estación y la costumbre, se presentaban secos.
Una atmósfera deletérea y caniculosa pesaba sobre el ho-
rizonte, abrasando el medio ambiente en que se revolvía
la población.
En momento tan apretado, el Cabildo de Montevideo
creyó de su deber incitar al pueblo á que invocase el auxi-
lio divino. Reunida la corporación en 14 de Marzo, de-
clararon sus miembros que j^ara ocurrir al remedio de tan
grave necesidad, como católicos y fieles cristianos, unáni-
memente y á nombre de la ciudad cuya representación te-
nían, acordaban acudir á la Divina Misericordia « llenos
de firme esperanza, sin embargo de nuestra miseria, impe-
trando por la mediación de los Santos Patronos de su
inagotable piedad la lluvia de que tanto se necesita y que
por su falta nos tiene en la mayor consternación; en cuya
328 LTBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA
virtud disponemos se celebren misas de rogación con pre-
sencia del Santísimo Sacramento por nueve días consecuti-
vos, anunciándose al |:>úblico por medio de papeles que se
fijarán en las puertas de las iglesias de esta misma ciudad
ú otros parajes públicos, á fin de que llegando á noticia de
los fieles concurran al templo al tiempo de la misa y ro-
gación, á dirigir al Dios de las Misericordias sus má.í tier-
nas y fervorosas súplicas para alcanzar el remedio en la
necesidad que padecemos.» ( 1 ) Grandes y copiosas lluvias
pusieron en seguida fin á la calamidad.
Bajo estos auspicios, despuntó el siglo xix, poseedor del
secreto de la independencia de América y de la erección del
Uruguay en Bepública libre. ¡ Qué grande era el Conti-
nente elegido por la Providencia para fijar el porvenir del
mundo, pero cuán mermados los límites del terruño que
iba á servir de base á la nacionalidad uruguaya ! Sobre la
margen septentrional del Plata, encerrado en un cuadrilá-
tero de fortificaciones, erguíase Montevideo, resistiendo
desde la infancia los embates de la guerra y las trabas del
monopolio. Con título de' ciudad vegetaba al Este el case-
río de Maldonado, que preocupaciones é ineptitudes de
todo género habían sacrificado al nacer; en el Oeste un
montón de ruinas daba testimonio de haber existido Co-
lonia; hacia el Norte, desde el Daymáii hasta las Misiones,
que pronto debía arrebatarnos el extranjero, un fuerte de-
nominado el Salto, interrumpía la soledad. Paysandú, Mer-
cedes y Sorían'o eran aldeas ribereñas, las dos primeras
abiertas al progreso, la última estacionaria y pobre. En el
interior, Guadalupe, Santa Lucía, San José y Minas se
( 1 ) L. C. de Monirvideo,
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 329
esforzaban por imponerse á los distritos de que eran ca-
beza de partido ; y en el resto del país no se conocían otros
centros de atracción que fortines militares precaviendo la
acción del enemigo, ó santuarios rurales manteniendo uni-
dos los elementos que el acaso había agrupado, ó presi-
diendo el desarrollo de aldeas nacientes.
Presa de la codicia extranjera, estrecliábanse día por
día las fronteras del país, mienti-as la división de razas y
el choque definitivo de dos civilizaciones antagónicas, en-
saiígrentaban aquella parte del suelo que el enemigo no se
atrevía á franquear. Calculábase la ¡^oblación fija en poco
más de 40,000 habitantes, de los que 15,000 se albergaban
en Montevideo (l),yel comercio, siempre en aumento, había
representado en 1792, tres millones de pesos de importación,
contra una exportación de casi cinco millones en dinero y
efectos. El entretenimiento de la vida era fácil, pero es-
casas las comodidades fuera de ciertos centros urbanos.
La instrucción pública estaba circunscrita á programas
rudimentarios, y debían buscarse lejos del país los estudios
superiores. Existía, empero, una inclinación indecible á
mejorar, y no se apelaba en vano al sentimiento estético,
cuando edificios como la catedral de Montevideo y la casa
del Cabildo, encontraban simpatías y recursos con que le-
vantarse.
Era Montevideo el centro desde donde irradiaban todas
( 1 ) Combinando ¡oíí datoyi aproxi)naiivoí^ de Axara con los de Funes ^
el cómputo de la población era el si(fuienie : Montevideo Canelo)ies
y su ejido H.óOOy Minas 4ñ0, Rocha 350^ Meló 820, Santa Lucía 400,
S. José 330, Piedras 800, Colonia 300, Real de S. Carlos 200, So-
riano 1,700, Mercedes 800, Pando 300, Víboras 1,000, Espinillo 1,300,
S. Carlos 400, Maldrmado y sv jurisdicción 2,000, Misiones 12,400.
330 LIBRO yi. — GOBIERNO BE BUST AMANTE Y GUERRA
las manifestaciones de cultura destinadas á modificar las
costumbres. Desde la mitad del siglo xvm se^ manifesta-
ban ya en la futura capital uruguaya, destellos artísticos
que atraían la atención de sus visitantes ( 1 ). La pasión
de la música en el bello sexo, hacía que las horas de ex-
pansión y recibo transformasen toda casa acomodada en
un centro musical. El trato con las familias de los altos
funcionarios provenientes de la Península, introdujo pau-
latinamente el esmero en el vestir y la ornamentación ade-
cuada de las viviendas. Se deseó la ilustración, y algunos
padres pudientes enviaron sus hijos á los colegios supe-
riores del Virreinato, mientras otros los enviaban á Es-
paña misma. Estos progresos de la cultura intelectual y
social trascendían al interior del país, influenciando los cen-
tros urbanos, que á su vez actuaban sobre las masas cam-
pesinas, para formar entre todas un núcleo de civilización
consistente, destinado á modelar los contornos de la na-
cionalidad futura. Así, mientras los portugueses avanza-
ban impunemente sobre nuestras fronteras, lisonjeándose
con la posesión compleméntaria del país, un valladar in-
franqueable se formaba un silencio para trastornar todos
sus planes durante aquel mismo siglo que despuntaba.
Transcurridas las ansiedades del año anterior, entró de
nuevo el Cabildo de Montevideo á sus ordinarios queha-
ceres. Fuó uno de los primeros en que se propuso enten-
der, la solución de cierta querella relativa á usos y cos-
tumbres de ceremonial. Bustamante, en medio de su buen
comportamiento administrativo, no dejaba de inclinarse á
la arbitrariedad, á pretexto del respeto que merecía su per-
(1) Pernetty, Voyage etc, i, x.
UBRO VI. — GOBIERNO DE BTJSTAMANTE Y GUERRA 331
sona. Era costumbre, desde que se instituyó el gobierno
de Montevideo, que en los días de besamanos fuese el Ca-
bildo en corporación á saludar al Gobernador á su palacio.
Imitábase en esto la conducta de las corporaciones civiles
y militares con el Rey, las cuales procedían del mismo
modo; y como el representante del monarca fuese aquí el
Gobernador, aquel homenaje de respeto se le tributaba en
su carácter representativo de la potestad regia. Los miem-
bros del Cabildo, como era natural, iban á palacio con sus
insignias y varas, porque no podían desprenderse de ellas
sin mengua del acto. Pero Bustamante entendió que al
entrar á su despacho, era impropio que lo hiciesen con
las varas de mando en la mano, y sostuvo que debían de-
jarlas tras de la puerta antes de cumplimentarle. Denegó
el Cabildo la justicia de la pretensión, é instauró para su
descargo expediente ante el Virrey de Buenos Aires, ha-
ciendo visible el agravio que se seguía de adoptar tan hu-
millante manera de presentarse ( 1 ). Mas el Virrey no so-
lucionó el pedido, y nuevas exigencias de Bustamante, en-
trado el año 1800, obligaron al Cabildo á dirigirse otra
vez á Buenos Aires en demanda de la supresión de aquella
ceremonia de abandonar sus varas, que se les hacía odiosa
á los cabildantes.
Entre tanto, otras cuestiones de interés material y pro-
ductivo preocupaban los ánimos. El Gobierno de Madrid,
saliendo de su letargo con respecto al Uruguay, comenzaba
á dispensarle una atención benevolente. Convencido al fin
de que Montevideo era la llave de la navegación del Plata,
dispuso la creación de un faro en la isla de Flores, y en
( 1 ) L. C, de Montecideo,
332 LIBRO vr. — GOniERXO de bustamaxte y guerra
ese concepto envió nn ingeniero de la Coruña para formar
el presupuesto de la obra y poner mano en su construc-
ción ; pero encontrando subido el costo de 10,000 pesos en
que se presuponía, cambió de idea, mandando «establecer
una farola en el cerro de Montevideo. Gran vocerío levantó
el Consulado de Buenos Aires al saberlo, protestando que
el beneficio sólo sería para la capital del Uruguay, y pro-
puso en cambio que se desechase la idea de alumbrar el
Cerro, sustituyóndola por la erección de fanales en la isla
de Flores, Punta del sur, Atalaya y Punta Lara. La Corte
desestimó por completo esta suplica, y ordenó de un modo
formal y perentorio que se diese comienzo á la construc-
ción de la farola del Cerro, por ser menos gravosa su edi-
ficación al erario y más exigida del interes público. Cum-
plióse lo ordenado, y con esto lució Montevideo el primero
de los faros establecidos en el río de la Plata.
Mas no paró aquí el progreso de la ciudad. Bustamante
era hombre de elevadas condiciones para alentarlo, y buscó
todos los medios conducentes á ese fin. En unión con el
Cabildo, y después de discusiones tumultuosas, propuso y
fue aceptado un impuesto de 2 reales por cuero que se
introdujese, 1 real de entrada por cada cabeza de ganado
para el abasto y el remate de la carne al precio fijo de 9
reales la res en canal. De este último arbitrio sólo se sa-
caron 40,000 pesos por el remate de tres años; dedicán-
dose esa cantidad por partes proporcionales á la prosecu-
ción de la obra de la iglesia Matriz, reedificación de la casa
del Cabildo, allanamiento de malos caminos y construcción
de un jiuente y varias alcantarillas. Con el producido de
los otros impuestos se dotó á la ciudad de agua potable de
que carecía, se creó un lavadero público, y se transformó
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BU.STAMANTE Y GUERRA 333
en salubre una población á la cual había convertido el
abandono y el desaseo en depósito de nocivos miasmas.
Todas estas reformas fueron acompañadas del razona-
miento, consiguiendo más Bustamante por los medios pa-
cíficos, que algunos de sus antecesores con la violencia que
les fue característica.
Son notables las palabras que pronunció desde la presi-
dencia del Cabildo, con relación al porvenir del puerto de
Montevideo: « No es de inferior atención á este cuerpo
— dice el acta que las consigna — otras refiexiones que ex-
puso el señor presidente para la conservación de este
puerto, probando ser una de las causas principales de des-
truirlo, el desaseo de las calles y la rapidez con que las
aguas arrastran hacia él por la inclinación local los escom-
bros ó inmundicias que han disminuido y disminuyen dia-
riamente la cantidad de fondo, con no menos alteración de
su apreciable calidad, cuyas observaciones prácticas había
hecho el señor presidente con los conocimientos que le fa-
cilitaban su profesión y experiencia. Son bien palpables
las razones que se presentan á los ánimos despreocupados
é instruidos, cuando se refiexione que este puerto ha de
abrigar dentro de pocos años más de 200 embarcaciones,
sin que puedan competir con él en su capacidad y aun
seguridad, ejecutadas las obras proyectadas de fortifica-
ción, los pequeños puertos impropiamente llamados tales,
de Ensenada y Maldonado, y si no se atiende al sólido
empedrado de las calles y á la perfección de la policía que
es indispensable, sin desatender la limpieza del puerto pre-
venida por S. M. en la Real cédula de creación del Con-
sulado, vendría á ser el de Montevideo en el punto en que
consideramos de mayor prosperidad y opulencia, la triste
334 LIBRO VI. — QOBniRNO DE BUSTAMAOTE Y GUERRA
ruina y memoria de la indolencia y abandono del mayor y
cuasi único puerto del río de la Plata.» (1) En seguida
hizo presente que á la pérdida del puerto iría anexa « la
de las fortunas y propiedades del vecindario de esta cam-
paña, privándole del conducto tan proporcionado que ahora
tiene para la extracción de las inmensas producciones de
este suelo tan distinguido por la naturaleza; siguiéndose á
estos daños la decadencia de las estancias, la de la agricul-
tura, los mayores costos de su disminuida extracción, el
ínfimo valor de las posesiones y el sacrificio irremediable
de las que existen dentro de la ciudad y sus inmediacio-
nes. »
Por los tiempos en que vamos, agrupábase hacia el
Este cierto número de pobladores, constituyendo un dis-
trito rural cuyo fomento era debido á las previsiones fisca-
les. En la rinconada que forman los arroyos de Rocha y
Don Carlos hasta la costa del mar, abarcando 20 leguas
de superficie, existía una Estancia del Rey, provista de 1 5
á 20.000 cabezas de ganado. Todos los arroyos del trán-
sito hasta Ilegal’ á aquel punto, tenían guardias en sus ori-
llas, y la Estancia del Rey albergaba numerosa peonada,
pues solamente los acarreos anuales la obligaban á emplear
de 40 á 60 hombres (2). La región comprendida entre
los límites del establecimiento fiscal y sus adyacencias, fue
progi’esi va mente transformándose en distrito, cuyo vecin-
dario presentaba, á principios del siglo, densidad adecuada
para comportar y sostener un centro urbano como cabeza
de partido. Posiblemente, la disidencia de opiniones na-
(1) L, C. de Montevideo.
(2) Memoria de Oyarvide (citada).
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 385
cida en 1784 respecto á la fundación del pueblo de SoUsy
donde proyectaba enviar el Virrey de Buenos Aires un
número crecido de familias, despertó la atención en favor
de Rocha, indicándolo como punto más adecuado. Pero,
exacta ó no esta apreciación conjetural, parece que hasta
el año 1800 no se erigió formalmente dentro de los lími-
tes que hoy tiene, la villa de Rocha, futura capital del De-
partamento de su nombre.
En todos los centros urbanos del país, según se ha ad-
vertido oportunamente, sentíase una tendencia uniforme á
mejorar de situación, aun cuando no siempre acertasen sus
autoridades con los medios de llevarlo á efecto. Eran de
este número las del pueblo de Soriano, que excitadas con
la rivalidad de Mercedes, se desvivían por crearse una po-
sición local desahogada, aumentando la renta pública dis-
ponible. Sea porque el vecino y progresista centro hubiera
limitado la jurisdicción del viejo establecimiento, sea por-
que ciertas prácticas tributarias hubieran caído en desuso,
el hecho es que en los comienzos del siglo, quejábanse los
de Soriano, no solamente de la inobediencia de los magis-
trados de Mercedes, sino también de la negativa del vecin-
dario del radio á pagar el impuesto secular que por corte
de leña y extracción de cueros alegaban corresponderle á
la localidad. Mantenía esta situación tirante, lo restricto
de los privilegios anexos á la condición de pueblo que
disfrutaba Soriano, pues siendo ínfima esa categoría para
el goce de jurisdicción, suscitaba inconvenientes por do-
quiera.
Proponiéndose remediar estos males, el Cabildo de aquel
punto apoderó á D. Benito López de los Ríos, su Alcalde
de 1.®*' voto, á fin de que gestionase título mayor para la
336 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA
localidad, con todos los privilegios anexos á dicha condi-
ción. Era el expresado López, á juzgar por^^sus escritos
sobre la materia, un individuo de imaginación fantástica,
cuya inventiva no conocía límites respecto á la apreciación
caprichosa de los hechos lejanos. Dominado por semejante
propensión romanesca, trazó- en Noviembre de 1800 una
Memoria para el Rey, enumerando los antecedentes y ser-
vicios del pueblo de Soria no, por modo nunca efectuado
hasta entonces (1). Afirmaba que el pueblo se había fun-
dado en 1566, á instancias de un Religioso dominico que
pasó de Buenos Aires para convertir á los chañas, y luego
obtuvo la ratificación inmediata de sus trabajos por parte
de Zarate; siendo así que en 1566 Buenos Aires no exis-
tía, y Zarate vino al Plata siete anos después de esa fecha.
Prosiguiendo su novelesco relato, reivindicaba para los
chañas la defensa victoriosa y constante del Uruguay con-
tra diversas agresiones extranjeras, la destrucción de los
yaros y mbohanes, y la expulsión de las costas del Río-
negro de los minuanes y charrúas : cosas todas que ya sa-
bemos cómo se habían vérificado. Por último, en atención
á lo exjiuesto, y al estíulo floreciente de la localidad, plaza
militar á su vez, solicitaba para ella el título de « ciudad ó
villa de Santo Domingo de Soria no, y puerto de la Salud
del Río -negro ».
La Memoria produjo sensación. Por escasas que fueran
las informaciones de la Corte respecto al pasado histórico
del Uruguay, no lo eran tanto que las agresiones conti-
nuas del extranjero al país y la inextinguible reputación
de los charrúas y minuanes siempre nombrados, dejasen
(1) íY.® 5 en los D. de P.
LinRO vr. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE A' GUERRA 337
do abonar la valentía del pueblo que se jactaba de ha-
ber vencido las unas y puesto á ra 3 ^a. á los otros. Pero al
investigarse el monto de los fondos y arbitrios disponibles
con que pudiera mantener decorosamente el largo y auspi-
cioso título ambicionado, se halló que á pesar de las fran-
quicias inherentes al rango en proyecto, eran pocas y muy
difíciles de cobrarse las rentas de Soriano, lo cual dio ori-
gen á una capitulación satisfactoria. López de los Ríos,
alegando que « de todas partes venían enfermos á recupe-
rar la salud en Soriano, » pedía título de ciudad y sobre-
nombre de « Puerto de la Salud » para su pueblo; mien-
tras que el Rej^ atenta la pobreza del local, pero dando
crédito á las belicosas hazañas enumeradas, se avenía á
conceder la mitad del ascenso, pero precedido de títulos
más pomposos aún. Zanjadas las dificultades en pos de
una tramitación de dos años, recibió el viejo pueblo chana
la denominación de « Muy noble y valerosa y leal villa de
Santo Domingo de Soriano, Puerto de la Salud del Río-
negro, » al mismo tiempo que la confirmación de su Ca-
bildo: todo ello previo pago de 300 pesos de plata do-
ble por la media- anata, tributo anexo á todo título ó
empleo honorífico (1).
Mientras esta gestióii siguió su curso, asuntos de mayor
monta se habían producido en el país. Los tenitorios del
Norte, á contar desde el Salto á Misiones, poblados por
familias que se extendían de largas en largas distancias,
eran pasaje obligado de los charrúas y minuanes en sus
guerras contra los guara ni s de Yape)m, presentando con
tal motivo tan pocas garantías de seguridad, que parecían
(1) Rcalofi Cédulas de AratijucZy 21 Mayo ISO 2 (Arch Gen).
338 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAJIANTE Y GUERRA
condenados á la desolación. El Virrey, marques de Avi-
les, justamente prevenido contra semejante, abandono, se
propuso remediarlo de un modo eficaz, reduciendo al cris-
tianismo las tribus errantes, y agrupando en poblaciones
fijas las familias desparramadas por toda la campaña de
aquella vasta región. Echó mano para el efecto, de dos
individuos de su particular confianza, que eran D, Fran-
cisco Bermúdez, teniente de Gobernador de Yapeyú, y
D, Jorge Pacheco Ceballos, capitán de Blandengues, oriundo
de Buenos Aires; instruyéndoles respectivamente segíin el
papel que á cada uno designaba en sus combinaciones. Re-
servó para Bermúdez la parte diplomática del plan, come-
tiéndole agotítr todos los medios persuasivos para atraerse
á los charrúas y minuanes, estableciéndolos en distrito de-
terminado, donde pudieran entregarse con desahogo al tra-
bajo; mientras que á Pacheco le encargó poblar cuatro vi-
llas, Belén, S. Gabriel, S. José y Santa Ana, sobre la costa
del Uruguay, entre el Arapey y el Cuareim ; para lo cual
ordenó se le habilitase con número suficiente de soldados,
armamento y caballada de repuesto.
Como en el ánimo de Aviles prevalecía la idea de no
ahorrar medio para reducir pacíficamente á los naturales,
pues hacía depender de ello, el éxito inmediato de las ope-
raciones de Pacheco, resolvió, ante todo, enviar á los indí-
genas una embajada compuesta de dos charrúas cristianos,
residentes en Buenos Aires y antiguos prisioneros, quienes,
por vía de Yapeyíi, debían trasladarse con escolta y salvo-
conducto hasta las tolderías de sus compatriotas para pro-
ponerles en nombre del Viney, paz y amistad diu'aderas,
y buenos territorios donde j>astorear como dueños sus ga-
nados, Llamábanse los embajadores elegidos, .Vicente
inKO. VI. — OOBIKRNO DE BUS rAMANTE Y GUERRA 3139
Adoltú y Antonio Ocaliíín ( 1 ), El primero de ellos era
jefe 6 cariqnc, sogiin los españoles acostumbraban á lla-
marles, V ambos aceptaron de buena voluntad el cometido
que se les confiaba. A mediados de Enero de 1800 se
pusieron en marcha para Yapeyú, y llegados que fueron á
dicho punto, después de haber conferenciado durante tres
días con Bevmúdez, marcharon en dirección al Salto cliico,
donde les esperaba D. Juan Ventura Ifrán con una par-
tida de 50 hombres y el jefe indígena Capataz para es-
coltarles hasta las tolderías. Atento al regimen puesto en
práctica por Aviles para toda empresa importante, Ifrán
debía llevar un diario de las operaciones de la embajada,
con el pormenor de todos sus detalles.
A 2 de Abril se incorporaron á Ifrán, en Laureles^ los
enviados charrúas. El 6 del mismo mes, él y ellos, es-
coltados por 14 hombres, pusiéronse en marcha con mi-
ras de encontrar á los indígenas, cuyo rastro se dejaba sen-
tir en el camino. Sobrellevando las contrariedades de una
empresa llena de peripecias, llegaron el 4 de Mayo á la
costa del Cuareim, donde encontraron cuatro tolderías de
indios minuanes, quienes, apenas divisaron á los españoles,
pusiéronse en fuga, ganando el monte. Deseoso de aquie-
tarles, pichó Ifrán á los embajadores, que acompañados de
Capataz se adelantasen á tratar con los fugitivos, siguién-
doles él á corta distancia. Franqueó la embajada el monte,
y en un potrero cercano tuvo lugar la primera conferencia,
cuyo resultado fué frustráneo. Solamente un indígena con
«
( 1 ) Oporiunamoüe hemos expuesto (tomo /, Uh i) las razones ¡pie
nos inducen n admitir con desconfianza la propiedad de los nomh'es
indlfjcnas escritos con ortografía española, así es (pie damos estos y los
rpie les siguen, con las reservas del caso.
3A0 LIBRO VI. — GOBIERXO DE BUSTAMANTE Y GUERRA
12 personas ele su familia, se avino á reducirse y acompañar
á los cristianos. Todos los demás se negaron á imitarle.
Vista la inutilidad de mayores esfuerzos con aquella
gente reliada, prosiguió Ifrán su marcha en dirección al
Cuareim chico, desde donde despachó un baqueano á co-
rrer el campo. Desorientado por la falta de noticias con
que retornó el explorador, iba siempre adelante, cuando
dió con una mujer minuana, aprisionada por el en otra de
sus salidas, y arrojada ahora del campo de sus compatrio-
tas, quienes la negaron refugio, diciendola que lo solicitase
de su antiguo apresador. Informó esta mujer sobre el pa-
radero más inmediato de los indígenas, que era en la costa
del Cuareim chico, con cuya certidumbre apresuró sus mar-
chas la expedición cristiana. Al amanecer del día 1 1 se
divisaron dos indígenas que Ifrán mandó capturar, consi-
guiendo hacerlo con uno de ellos. Traído á su presencia, suel-
tas las ligaduras y obsequiado con yerba y tabaco, declaró
el prisionero que su toldería, compuesta de ochenta indi-
viduos, tenía por jefe á Masalana, y estaba allí cerca. A lo
que correspondió Ifrán instruyéndole de sus propósitos, e
invitándole á servir de intermediario en el tratado de paz.
Aceptó el indígena, y agregándose á los dos enviados
charrúas y á CapaiaZj partieron en dirección á la toldería,
escoltados por Ifrán y 20 hombres. A media legua de ca-
mino, sobre una cuchilla, ihvisaron formados á caballo, 80
minuanes en aire de combate. Hizo alto Ifrán, y i>ara
quitar á su actitud cualquier asomo de hostilidad, mandó
á los comisionados qué se adelantasxen á entenderse con
ellos ; pero apenas se pusieron al habla unos y otros, l'ue
enorme la algarabía que se levantó entre los minuanes.
Cortáronse varios de las lilas, y atropellando á. los parla-
LIBRO VL — OORIKRNO DK BUSTAMANTK Y GÜBRBA o ti
mentarios, les daban fuertes encontrones, blandiendo las
lanzas y amenazándoles con toda suerte de injurias. La
impasibilidad en los amenazados consiguió dominar el tu-
multo, facilitando una aproximación entre Ifrán y Masa-
lana, quienes aimbiaron las primeras palabras. Mientras
ambos jefes hablaban, los enviados trataron de leer y ex-
jdicar á la turba las proposiciones de Aviles; j3ero sea que
no las entendiesen bien, sea que todos opinasen á un tiempo,
la apaciguada algarabía volvió á encenderse con tal estre-
pito, que fue necesario señalar el día siguiente para una
conferencia más tranquila, y el campo español como lugar
de cita ( 1 ).
Cumpliendo lo prometido, al día siguiente, 1 2 de Mayo,
á mediodía, compareció Masalana con 38 hombres arma-
dos en el campamento de Ifrán, que distaba pocas leguas
del suyo. Venían entre los minuanes dos cristianos rene-
gados, quienes parecían tener sobre ellos gran influencia.
Ifi’án recibió á todos con mucho agasajo, ofreciéndoles
asiento, que Masalana aceptó á su lado, junto con los
negociadores charrúas. En seguida regaló al jefe indí-
gena, en nombre del Viirey, un sombrero, un poncho
y un pañuelo provisto de yerba. Llenados estos prelimi-
nares de cortesía, empezó á explicarle las ventajas de la
propuesta del Virrey, que no solamente aseguraba á él y
los suyos la paz de esta vida, instalándoles como dueños
en tierras fmctíferas, donde se verían libres de peligros y
asechanzas, sino también, proporcionándoles por medio del
bautismo, la felicidad eterna, fin para que Dios les había
criado. Traducían estos conceptos, los enviados é intérpre-
(1) Diario de Ifrán (M8 en N. A.t
342 LIBRO VT. — ÍJOBIERNO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA
tes, sin que Ma sal a na interrumpiese ; pero uno de los re-
negados, inquieto por aquella deferencia, empezó á mur-
murar con voz inteligible, y dirigiéndose á los indígenas en
idioma propio, que no era verdad lo expresado por Ifríín,
« pues ellos no tenían conexión alguna con los cristianos,
ni menos eran criados para la gloria, pues el alma de ellos
era como la de un animal, que muerto quedaba en la nada. »
Vertido al castellano aquel despropósito, Ifrán lo contestó
en el acto, «con un razonamiento — dice — que fue sufi-
ciente para imponer silencio; » pero es de sentirse que no
mencione el razonamiento argüido, á fin de aquilatar la
clase de recursos polémicos que por aquel tiempo ceiTuban
los labios á los renegados de este hemisferio.
ISIasalana, hasta entonces silencioso, creyó oportuno ma-
nifestarse, diciendo que él no vacilaba en seguir el dicta-
men del Virrey; pero no creía fuera esa la opinión de los
suyos, como podía observarse por el descontento con que
acogían las palabras de Ifrán, especialmente los cristianos
allí reunidos. Esta réplica emocionó al charrúa Adeltú,
que siendo cristiano y. jefe, sintió ofendidas sus creencias
y lastimada su jerarquía con la imputación de mediar en
un engaño. Así es que ii’gui endose repentinamente, y sin
que Ifrán tuviera tiempo de contenerle, dijo: « que él venía
de orden del Virrey á escuchar razonamientos para tras-
mitirlos, y no á llevarse gente ; :> y como si deseara acen-
tuar que no la necesitaba para nada, « soy cacic^ue >>, aña-
dió con altanería. « También soy yo cacique y señor de
estos campos — gritó Ma sal ana — y antes prefiero morir
con toda mi gente, que someterme. » Semejantes frases le-
vantaron el altercado á un diapasón extremo. (Juiso mediar
Ifrán para traer las cosas á ^xirtido; pero todo resultó inútil.
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 343
Sin consideración ninguna ya, Masalana dijo que eran
mentidas las promesas del Virrey, y saltando á caballo,
fueron sus iiltimas palabras un desafío : « me retiro á la
sierra del Ibirapitá ».
La negociación había concluido desde ese momento y
era inútil intentar reanudarla. Así lo comprendieron todos;
de manera que Ifrán esperó el día siguiente para romper
su marcha en dirección á los Yerbales, por donde tenía
miras de probar fortuna con otras tolderías. Llegó á dicho
punto el día 13, sin encontrar rastro alguno; el día 14
avanzó hasta la Sierra, el 15 llegó hasta las puntas del
Yarao, pernoctando allí, y el 10 se puso nuevamente en
marcha, caminando diez leguas hasta situarse sobre una
de las orillas del Cuareim, en el paso principal que por
aquella altura tiene el río. Al caer la tarde, subido á un ár-
bol, divisó una toldería comjDuesta de 70 personas, más ó
menos, y á fin de acercarse sin ser sentido, fraccionó su
gente, encerrando parte de la caballada en un potrero, y con
el resto á pie y los caballos á soga, franqueó el paso del río
á las nueve y media de la noche. Aproximóse en el ma-
yor silencio á la toldería, y esperó el alba en esa actitud.
Apenas rompió el día y le distinguieron los indígenas,
hendió el aire una lluvia de flechas y el vocerío consi-
guiente de alarma. Los enviados charrúas y Capataz, de
orden de Ifrán, levantaron la voz para expresar cuáles eran
los motivos que llevaban á los cristianos á aquel paraje ;
pero el tumulto y los flechazos seguían, resultando herido
un hombre. A las proposiciones sucesivas de paz y aveni-
miento, respondieron que estaban por la guerra, y que se
preparasen los cristianos á resistir, pues iban á exterminar-
los á todos. Entonces el charrúa Ocalián opinó que debía
344 OBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA
hacérseles fuego, único recurso de salvación disponible. 8e
rompió el fuego, que duró dos horas, y después de perder
cinco hombres muertos y varios heridos, ganaron los indios
el monte.
Fracasada esta nueva tentativa de pacificación, deter-
minó Ifrán ir en busca de los charrúas, creyendo hallarlos
más dóciles. Confiaba reducir á dos de sus jefes, llamados
D. Ignacio el gordo, y el Pintado, á cuyas tolderías se
propuso llegar, rumbeando para donde presumía encontrar-
las. Con tal designio, el día 18 se dirigió al Cerro Pin-
tado, desertándosele allí el indígena reducido en el Cua-
reim con su familia. El 19 llegaba á la Palma Sola, y
desde el 20 al 31 de Mayo, dificultado por las Lluvias y la
extenuación de las caballadas, fue caminando hasta el
Cuaró, sin encontrar rastro de indígenas. Determinó en-
tonces volverse á Yapeyú, por el camino de las Tres Cru-
ces; pero cuando lo emprendía, una de. sus partidas se
avistó con otra de infieles, que después de un cambio de
palabras, desapareció con rumbo opuesto. Aprovechando
la oportunidad de orientarse sobre aquel rastro, se puso
Ifrán á seguirlo, y el día 2 de Junio, desde la cima de un
cerro, entre Yucutujá y Cuaró, pudo ver una numerosa
toldería, hacia la cual desistió de aproximarse, por la im-
posibilidad de franquear el río y el mísero estado de sus
cabalgaduras.
Con esto, ojito por la retirada definitiva, retomando el
camino de Yapeyú, en busca de Bermúdez, para darle
cuenta del fracaso acontecido. Trasmitió Bermúdez la no-
ticia al marqués de Avilés, quien juntamente con ella, la
tuvo muy circunstanciada del Gobernador y Cabildo de
Montevideo, sobre nuevas correrías emprendidas por los
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 345
indígenas a raíz de sus negativas de avenirse a la paz.
Firme en sus propósitos de limpiar la campaña de mal-
hechores y someter á los naturales, como paso previo para
asegurar el establecimiento de los cuatro pueblos cuya fun-
dación perseguía, determinó Aviles tomar la ofensiva, para
conseguir por la fuerza lo que no había logrado con buenas
razones. En tal concepto, expidió órdenes perentorias á
I). Jorge Pacheco, para que reforzado por el sub-Inspector
marques de Sobremonte con 300 blandengues, 100 mili-
cianos uruguayos escogidos, 150 indios de Yapeyú, y las
armas, municiones, caballos y demas auxilios necesarios,
exterminase los facinerosos y redujese enteramente á los
indígenas ( 1 ).
Sobremonte, cuya habitual diligencia para cumplir las
órdenes de sus jefes debía llevarle á tan alto rango, aprestó
en breve tiempo el contingente militar pedido. Poniendo
á concurso las guarniciones de Maldonado, Montevideo y
Cerro-Largó, hizo marchar con destino al Río-negro tres
compañías de blandengues de 100 hombres cada una, dos
de ellas pertenecientes al cuerpo de Montevideo y una al
de Buenos Aires, pro^ástas de caballada de reserva, adqui-
rida interinamente á préstamo del vecindario, mientras
marchaba desde el Rosario la que debía sustituirla. Señaló
el itinerario á cada compañía, previniendo que la de Mal-
donado marchase por la Cuchilla-grande en dirección al
Yí, para vadear el Río-negro por el Paso de Ramírez, y
corriese luego la costa de aquel río en persecución de los
indígenas y facinerosos, hasta encontrarse con Pacheco;
mientras las dos compañías de Cerro-Largo pasaban el
( 1 ) A.® 6' en /o.s- D. de P.
346 LIBRO VI. — GOBIERXO DE BU8TAMANTE Y GUERRA
Río-negro por la picada de Juan Gómez, del otro lado de
Acégiui, para correr las costas de Caraguatá Tacuarembó
con los mismos fines, sin perjuicio de que á mitad de ca-
mino, informaran á Pacheco del local en que se hallaban
j se pusieran á sus órdenes. Al comunicar estas medidas
al Virrey, observaba Sobre monte que el apresamiento de
contrabandistas podría disminuir la fuerza de las tropas en
marcha, á pesar de las órdenes que tenían de entregarlos
á las guardias inmediatas, por lo cual le parecía muy del
caso ponerlas bajo la dirección del Ayudante ISIayor de
Blandengues D. José Artigas « por su mucha práctica de
los terrenos y conocimientos de la campaña ; pero como
está'á las órdenes del Capitán de navio D, Félix de Azara,
sólo lo hago presente á V. E, como todo lo demás, para
que se sirva resolver lo que fuere de su superior agrado. »
Sumando á sus fuerzas disponibles, estas otras que de-
bían juntarse con las milicias movilizadas del país y los
indígenas de Yapeyii, podía contar Pacheco con un cuerpo
de tropas superior á 600 hombres. De ánimo esforzado en
el peligro y sin escrúpulos con el enemigo, el interés
egoísta de los estancieros y el amor propio de muchos su-
balternos vencidos oscuramente, señalaban á este oficial
como predestinado para emprender la campaña. Mentá-
banle con terror los malhechores, por ser fama que encha-
lecaba á los que caían prisioneros en sus manos, suplicio
que consistía en retobar la víctima dentro de un cuero
fresco, dejándola morir al sol comida de las moscas. En
sus batidas por la campaña, se acompañaba de una trai-
lla de perros, rastreadores, con los cuales seguía la pista
al enemigo, dándole caza en los montes, á semejanza de
los primeros compústadores de las Floridas y otros pun-
Li n no V I . — ( ! o n I ic R\ o de b ust a a nti<: y c, u e n n a 7
toíí amoriennos. Sus exti'avagnnoias personales le llevaban
á recibir desnudo y en una liabitaciun contigua á la caba-
lleriza, á las personas que iban á verle á su casa. Por lo
demás, su trato social era agradable, el aspecto físico bueno,
V cuando se presentaba en condiciones decentes, nada in-
dicaba en el la perturbación mental generadora de seme-
jantes desvarios.
Pacheco estaba en Paysandu, al mando de la 2.'' com-
pafiía del cuerpo de Blandengues de la Banda Oriental,
cuando recibió, á 1 3 de Noviembre, las instrucciones de
Aviles para activar la camparía. Inmediatamente pasó
oficios á los capitanes de milicias D. Pedro Manuel García,
D. Benito Chain y D. ^Manuel Gutiérrez ordenándoles
convocaran sus respectivas compañías y pasaran el estado
de su efectivo. Al día siguiente, hizo chasque al Virrey
por vía de la Colonia, consultándole el plan de operacio-
nes para abrir la nueva camj^ana. El 22 se le presentó el
capitán D. Felipe Cardoso, procedente de Maldonado, con
su compañía de 100 Blandengues, é hizo entrega del di-
nero, armamento y municiones que conducía. Por la noche
supo Pacheco que im grupo de indígenas había derrotado
una partida de vecinos, dando muerte á o, hiriendo 11 y
quitándoles toda la caballada. El día 22 de Diciembre
tuvo aviso de hallarse en el Ai’apey, desde el 28 del mes
anterior, el capitán D. Carlos Maciel, al frente de las dos
compañías de blandengues procedentes de Cerro-Largo (1).
En el correr de estas incidencias, había promovido con
éxito entre el vecindario una prestación de cal^allos y vehí-
culos para montar la tropa y conducir las familias de co-
(1) Diario w Hitar de Pacheco (MS en N. A.)
348 LIBRO VI. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE Y GUERRA
lonos que, ayudado por el capitán D. Pedro Manuel Gar-
cía, debía transportar consigo, consiguiéndoles además los
instrumentos de carpintería y labranza imprescindibles. He
dedicó en seguida á estimular el celo de los oficiales de
milicias cuyo prestigio se estrellaba contra el desgano del
vecindario á presentarse en las filas, y concluidos con el
año los últimos preparativos, pudo considerarse habilitado
para abrir operaciones en Enero de 1801.
Cuando se lisonjeaba de conseguirlo á toda satisfacción,
un acontecimiento inesperado obstaculizó sus planes. Don
Félix de Azara, que ambicionando la gloria de colonizador,
ensayaba sus fuerzas en Batoví, no se consideró seguro con
50 soldados disponibles, y pidió dos compañías de blan-
dengues para fundar el establecimiento allí proyectado. En
el acto defirió Aviles á la solicitud, ordenando á Pacheco
que se desprendiese de aquella fuerza para socorrerlo. In-
mediata fue la obediencia á la orden, pero amarga la re-
convención que inspiró su cumplimiento. « Si D. Félix de
Azara — decía Pacheco al Virrey — encuentra dificultad
en sostener con cincuenta soldados ó más que tiene, la po-
blación que hoy establece en la guardia de Batoví que hace
tiempo se halla situada, y en la cual los indios gentiles
consideran poder que los contenga, ¿ cuánta más debía ser
mi dificultad para crear cuatro villas en campos desiertos,
habitación de los mismos enemigos, y para esto sólo me
quedan un capitán, un teniente, dos alféreces,. cinco sar-
gentos, un tambor, trece cabos y ciento diez y nueve solda-
dos? .... Pero no obstante, V. E. disponga, que yo soy todo
resignación y todo obediencia; si se me manda presentarme
á los contrarios con un solo soldado, allá corro tan gus-
toso como si fuera á la cabeza del más poderoso ejercito
LÍBUO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUEIÍIÍA Md
pues no hay otro peligro que sea capaz de atribular mi es-
píritu sino el que no correspondan las resultas de mis ope-
raciones con las diligencias que pondré en su desempeño,
exj)oniéndome por esto á la mordaz crítica del pueblo
censor. »
Así mermado de fuerzas, no se desanimó, sin embargo,
activando la regimentación de los que deseasen acompa-
ñarle para fundar la villa de Belén, sobre el Yacuy, pri-
mera de las que proyectaba establecer. El 24 de Enero se
le presentaron voluntarias 11 familias, que mandó empa-
dronar de conformidad á lo observado hasta entonces. És-
tas, agringadas a las que proporcionó el capitán García, y
algunas más, vinieron á constituir un núcleo de 52 fami-
lias. Como Pacheco hubiese convocado á los indígenas
cristianos del distrito para ayudarle á verificar el trans-
porte de los nuevos colonos, inmediatamente de saberlo el
Virrey, le ordenó que restituyese á sus hogares á los de
la orilla oriental del Uruguay y pueblo de Paysandú, para
evitar que los españoles convecinos, les usurpasen sus
propiedades á pretexto de la ausencia. Cumplida la or-
den, se puso en marcha. Superando las crecientes de los
ríos y escabrosidades de los caminos — según él mismo lo
expresa — llegó el 14 de Marzo de 1801 al Yacuy, en cuya
pintoresca rinconada dió comienzo á la fundación de la vi-
lla de Belén,
Junto con su llegada al Yacuy, ya experimentó Pacheco
las resistencias que debía provocar aquella actitud entre
los indígenas. El teniente D. Ignacio Martínez, que con
50 blandengues iba en protección de Azara, fué derrotado
á los cinco días de marcha, con pérdida de 3 soldados
muertos, 15 heridos, entre ellos el mismo Martínez, y toda
350 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BU.STAMANTE Y GUERRA
SU caballada. Destaco Pacheco en socoito del vencido al
capitán D. Felipe Cardoso con otros 50 liombreg, y comu-
nicó el hecho al Virrey, avisándole que esta desmembra-
ción de fuerzas le dejaba al ñ’ente de 200 hombres mal
montado.s y desmoralizados ; pero ello no obstante, alienas
asegurase la población de Bel en, marcharía á incorporarse
á Cardoso, para perseguir á los indígenas. Contestó Aviles
condenando la conducta de Martínez, que ordenaba fuese
reemplazado por oficial más idóneo, pues urgía ante todas
las cosas reforzar á Azara, y así mismo previno á Pacheco
que no emprendiese operación alguna contra los indígenas
hasta no contar la seguridad de batirles ( 1 ).
Parece que Pacheco adquirió esa seguridad, luego que
el teniente de Gobernador de A'apeyú le remitió 283 ca-
ballos, auxilio de que Carecía. Munido, pues, de los elemen-
tos que necesitaba, á los que agregó la consabida trailla
de perros, se puso en campaña á últimos de Abril contra
los charrúas. El 29 de ese mes, á las 3 de la madrugada,
sorprendió una partida de 24 indígenas, que al mando de
Surdo, aireaban en el Arapey-grande, lugar llamado de
Tropas, un grueso trozo de animales caballares. Pacheco,
para atacarles, desmontó 70 hombres de los 110 que lle-
vaba, y penetró con ellos al monte, dejando el resto á ór-
denes del teniente de milicias D. Ambrosio A'elasco, con
cargo de atacar por él frente. Los indígenas, sorprendidos,
pelearon hasta morir todos, quedando heridos Velasco y 2
soldados. Se les represó un cautivo y todos los ganados que
arreaban.
Al día siguiente tuvo Pacheco noticia, por el alférez
(1) Correspóndencia caire Pácitcco y Aviles (MS en N. A.).
! LIBRO VI. —GOBIERNO DE BUSTAMANTE A" GUERRA 351
'[ D, José Roncleau, comandante de una de sus partidas expío-
j radoras, de haberse descubierto en el Corral de Sopas rastros
I de indígenas. Llegada la noche se puso en marcha para allí,
i uniéndose á Rondeau con 120 hombres; pero por más
!i precauciones que tomó, no pudo sorprender á los charrúas
j que lo habían sentido y estaban muy vigilantes. Resolvió
I entonces atacarles de frente, partiendo en dos trozos su co-
j lumna, y encargando el de la izquierda al capitán D, Fe-
^ lipe Cardoso, mientras éb tomaba el mando de la dere-
j cha. A las G de la manana del 1.'’ de Mayo les llevó
í la carga en esa forma. Los indígenas, favorecidos del te-
'i rreno, habían ocultado sus familias y trastos en lo espeso
! del monte, y defendían la entrada en buena formación.
' Fue recibida la columna con una nube de flechas y pie-
dras y algunos tiros de fusil que la desordenaron, obli-
gándola á desmontarse para romper el fuego con éxito.
Los charrúas, no pudiendo resistirlo, después de escasa pér-
dida, se ocultaron en el bosque. Previendo Pacheco que
' esta operación respondiese á la espera de algún refuerzo,
hizo alto y se mantuvo formado durante dos horas ; pero
viendo que tal refuerzo no aparecía, introdujo á Rondeau
en el monte con 50 tiradores escogidos y orden de sacar
á los indígei^as al llano. Conseguido esto, cayó sobre ellos,
y les hizo tal destrozo, que sólo escaparon 7 jóvenes á la
carnicería. Murieron en esta acción 2 mujeres y 37 hom-
bres, entre ellos los caciques Blanco y Sara; y fueron tro-
feos de la victoria 3 cautivos, 13 cliinas y 11 criaturas,
con más 300 caballos y 27 yeguas, todas inútiles.
Después de este triunfo, dirigió Pacheco sus marchas al
potrero de Arerunguá, donde tuvo noticia el 18 á la tarde
de sentirse fuerzas enemigas á poca distancia del paso
352 IJHRO VI. — GOBIKRXO DK I3USTAMANTE Y GUERRA
de Vera. Continuó entonces la persecución sobre este dato,
hasta el día 20, en que perdió todo rastro, quedando des-
orientado. X fin de tomar nuevamente el hilo, destacó
íí Rondeau para que explorase el campo á vanguardia, y á
la noche ya tuvo noticia de los indios por este oficial,
que los había encontrado a inmediaciones del primer gajo
del río Tacuarembó; con cuyo aAiso se puso el jefe sobre
ellos. Una densa niebla, de que apareció cubierto el campo
al siguiente día 21, hubo de hacer infructuosa toda opera-
ción; pero afortunadamente para Pacheco, la trailla de pe-
rros que llevaba, bien adiestrada para estos lances, hus-
meó lí los indígenas é indicó la posición cierta que ocu-
paban. Con indicio tan seguro, al romper el día mandó el
capitán forzar los pasos que conducían al campamento de
los charrúas. Tres veces avanzaron las fuerzas cristianas
y tres veces. fueron rechazadas con perdidas. A la cuarta
embestida lograron, empero, su objeto, obligándolos á re-
fugiarse al monte, donde estaba Pitao- cliico con el grueso de
su gente. Luego que se disipó la niebla, y dueño de
los pasos, el capitán expedicionano desmontó su fuerza,
excepto la muy necesaria para impedir la fuga del ene-
migo por los costados. ' En ese orden penetró al monte,
entablando un combate á muerte. « Pelearon — dice el
mismo Pacheco — uno á uno y dos á dos, con tanto espí-
ritu como si tuvieran á su lado un ejercito: no hubo de
ellos quien se quisiese rendir. » ( 1 ) Y así fue efectiva-
mente, porque desde Pitao-chico hasta el último quedaron
en el campo; y eran tantos los muertos, que Pacheco declaró
lio serle posible detenerse á contarlos. ¿ Pai’a que, tampoco ?
(1) Parte lie Pacheco á Aviles (Col Lamas).
IJBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA 853
K Después de esta victoria, el Virrey Aviles podía reputar
I cumplida una parte de su plan. Había establecido la po-
< blacion fija de Belén, y ahuyentado y destrozado á los in-
¡ dígenas uruguayos que repugnaban someterse á la civiliza-
: ción. Escaso de tropas y recursos pecuniarios, suspendió,
} empero, la fundación de las otras tres villas que tenía en-
I cargadas á Pacheco; pero sin abandonar por eso el propó-
: sito de hacer algo en favor de la colonización del país. Te-
^ nía el Virrey á este respecto ideas definidas, y no era el
' rigor su arma favorita para realizarlas. A la misma fecha
: que procuraba atraerse los minuanes y charrúas silvestres,
f se había preocupado de mejorar la situación de los indios
! de las Misiones.
Con ese, designio, proyectó abolir entre ellos la comuni-
dad de bienes, que era una fuente de explotación destinada
á enriquecer los gobernantes laicos. Libertó 300 familias,
adjudicándolas tierras y ganados, para ver si por ese ar-
I bitrio cambiaba la situación angustiosa de aquellos pue-
^ blos. El remedio era tardío. Empobrecidos y vejados los
3 indígenas por una sucesión de gobernadores más atentos
jf á la codicia que al bien común, se avenían mejor á la liol-
( ganza que al trabajo, así es que la libertad era para ellos
un elemento del cual no supieron sacar ningún partido,
j El censo de la población de las Misiones, que en el año
I 1801 levantó su Gobernador D. Joaquín de Soria, de-
I muestra hasta qué punto había llegado el abatimiento allí ;
pues los 30 pueblos arrojaron un total de 45,639 indivi-
duos, cuyo número, cotejado con el que tenían en 1767,
daba un balance en contra de 98,398 habitantes ( 1 ). Los
(1) Funes, Ensayo^ etc; iii, vi, vni.
Dom. Esp. — II.
23 .
354 Ln?RO VI. — GOBIERNO I)E BUSTAMANTE A’ GUERRA
malos tratamientos de los gobernadores y su codicia, las
invasiones de los charrúas, la emigración y, la muerte, ha-
bían arruinado en treinta y cuatro años un imperio tan flo-
reciente y rico.
Los portugueses, sin embargo, codiciaban aquellos terri-
torios y estaban ú la mira de cualquier emergencia que les
permitiera adquirirlos. Ya se ha visto cómo habían sal-
tado la línea de demarcación, fundando cinco poblaciones
de este lado del Arroyo-grande, y repartido suertes de cha-
cra al sur de Piratiní, avanzando de esa manera sobre ju-
risdicción uruguaya perfectamente reconocida y delimitada-
íío fue parte á contenerles la protesta de las autoridades
españolas, y aun vino á estimular sus propósitos la guerra
que se rom]DÍó en 1801 entre España y Portugal con mo-
tivo de haberse aliado aquélla á Bonaparte é invadido y
apresado sobre territorio peninsular, varias plazas fuertes
^portuguesas. Conocidos que fueron en América estos he-
chos, el Gobernador de Pío-grande, sin aguardar instruc-
ciones del Virrey del Brasil y prosiguiendo su plan de
avance sobre nuestras fronteras, declaró en una proclama
rotas las hostilidades contra los españoles, ofreciendo per-
dón á los desertores que volviesen al servicio, y moviendo
dos cueqpos de tropas, sobre nuestro territorio ( 1 ),
La primera posesión que cayó en manos de los portu-
gueses fue el fuerte del Chuy, sorprendido y saqueado sin
pérdida de un hombre. Luego fue entrado Yaguarón, cuyas
fortalezas arrasaron y demolieron, y después toda la línea
del Yacuy hasta Santa Tecla quedó en poder de ellos. No
había más autoridad en aquellas proximidades que la del
(1) Soutlicy, llist. fio Braxil, vi, xlíii.
LIBRO vr. — GOBIKRXO DK niTSTAMAXTK Y GUERRA 355
teniente coronel I). Franci¿>co Rodrigo, comandante de
las Misiones uruguayas, cuyo carácter despótico e irregular
conducta le habían enajenado las simpatías de todo el
mundo, á punto de serle imposible d¡>sponer de un soldado.
En cuanto supo la invasión portuguesa, se reconcentró so-
bre el pueblo de S. Miguel con un puñado de indígenas de
las Reducciones, soldados allegadizos que le odiaban por
los malos tratamientos que les había hecho sufrir y que
empezaron á desertarse, pasándose muchos con caballos y
ganados á los portugueses. Estos, por su parte, señores de
tan gran porción de territorio á tan poca costa, extendieron
sus miras más allá de donde las fijaran en un principio; y
estimulados por la situación de Rodrigo, diéronse á medi-
tar la forma de arrebatarle el distrito de su mando.
Entre las medidas del Gobernador de Río -grande al
romper las hostilidades, había sido de mucho efecto el in-
dulto á los desertores, porque como hubiese bastantes
que hacían correrías de cuenta propia, ahora se les pre-
sentaba ocasión de proseguirlas en forma militar y con pro-
vecho seguro. Así, pues, se presentaron en bandas á la au-
toridad, viniendo á la cabeza de una de ellas José Borges
do Canto, conocido por sus fechorías en el país. Pidió
armas y dinero, y confiado en el espíritu de malestar que
decía conocer en los indígenas, aseguró que conquistaría
para Portugal las Misiones uruguayas. El Gobernador de
Río-grande, seducido por la promesa, pero muy alcanzado
de recursos, le proveyó sólo de municiones, autorizándole
á reclutar cuantos voluntarios pudiese para llevar á tér-
mino su atrevido plan. Con 40 hombres armados á su
costa, marchó Canto á realizarlo, presentándose delante de
S. Miguel, donde entró sin resistencia, á causa de que aban-
356 LIRRO VI. — GOBIJvRXO DE BUSTAMAXTE Y GUERRA
donaron á Rodrigo casi todos los indígenas que le queda-
ban. Creyendo éste que Canto era la vanguardia de un
ejército, y habiéndose atrincherado en la antigua casa de
los jesuítas, después de dejar 10 piezas de artillería en po-
der del enemigo, propuso capitulación al aventurero, quien
la aceptó de llano, pues no era poco el temor que tenía de
que descubriesen su verdadera situación y escasa fuerza.
Salió Rodrigo por este medio de S. Miguel, con promesa
de abandonar el territorio de Misiones ; pero en el camino
fue hecho prisionero por otra fuerza portuguesa, que des-
conoció la caj)itulación. Canto, en pago de su hazaña, fué
elevado á capitán levantándosele la nota de desertor (1).
El Gobernador de Río-grande, inmediatamente que tuvo
noticia de esta conquista, mandó ocupar el territorio de
las Misiones con tropas organizadas y orden de sostener
el puesto. á todo trance. Por su parte, el Virrey de Buenos
Aires expidió algunas providencias á fin de que fuera
auxiliado Rodrigo, que no sabía estuviese prisionero, y de
aquí resultó una campaña bien deslucida. Los refuerzos
españoles chocaron contra las tropas portuguesas, y fueron
batidos con pérdida de 3 piezas de artillería, 75 prisione-
ros y bastantes muertos. Canto, estimulado por su nueva
posición de conquistador, se multiplicó en todas partes,
defendiendo su conquista de un modo decisivo. Fueron
ex^^edidas por el Virrey del Brasil órdenes á las capitanías
generales más próximas á Río-grande para enviar socorro
(1) Quejoso (le tan ¡mea (hídiva, (Jice d rÍ\condc de Podo Sefjuro al
narrar estos hcdios: ^ Pobre r wcsquhtba recompensa, cm verdad(\ a
um homem que retiniu ao Braxil nvi territorio que por si «5 ¡xtde
constifidr nma provincia.'^ (Hist do Brnzil, ii, XLViir.)
LIBRO VL — nOBIERXO PE BUSTAMANTE Y GUERRA 357
de tropas y anuas á la provincia, y cuando se hacía por
parte del Virrey de. Buenos Aires algo parecido que indi-
caba la apertura de hostilidades en mayor escala con pro-
pósito formal de reconquistar lo perdido, un suceso inespe-
rado paralizó las operaciones.
Como la guerra proseguía en Europa con gran desven-
taja para Portugal, entró en las miras de éste pedir la
paz. Mermado en sus posesiones del viejo mundo, con
varias plazas perdidas y sin ánimos de reconquistarlas
por el esfuerzo de sus soldados, convino en ajustar un
tratado en 0 de Junio de 1801, por el cual se le de-
vohuan varias de las plazas conquistadas, abandonando
perpetuamente á España, Oli venza con los demás pue-
blos desde el Guadiana. Obligóse también á cerrar los
puertos de sus dominios á Inglaterra, y á resarcir sin
dilación á los súbditos españoles todos los daños que re-
clamasen, ya les hubiesen sido ocasionados por súbditos
portugueses, ya por los barcos de la Gran Bretaña. Cono-
cidas que fueron las bases de este tratado, solicitó la auto-
ridad portuguesa de América al Virrey de Buenos Aires
la cesación de hostilidades, como señal de acatamiento á lo
que las dos coronas habían pactado. Don Joaquín del Pino,
antiguo Gobernador de Montevideo que regía entonces el
Virreinato, accedió á la solicitud, sin pedir previamente la
entrega de los pueblos de Misiones, que el enemigo man-
tenía usurpados.
Esta resolución fue un error tan indisculpable como fu-
nesto. Mal podía Pino consagrar la usurpación á pretexto
de un tratado que se ajustara sin conocimiento de ella.
Por otra parte, el Ministerio español, previendo alguna
nueva celada del lusitano en el Plata, había dispuesto que
358 LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUfiTAMANTE V GUERRA
se detuviesen en Montevideo las embarcaciones portugue-
sas, en garantía y hasta tanto que el Gobierno de aquella
nación restituyese las pertenencias españolas; con lo cual
daba á las autoridades de estas regiones una pauta de con-
ducta bien señalada. Además, celebrado como fue en el
mes de Junio el tratado de paz, bien pudo estar sobre
aviso Pino que debía exigir ante todo la devolución de las
Misiones, cuya conquista se efectuó despuós de hecho el
tratado, es decir, en el seno mismo de la paz y cuando
España no podía estipular nada en ese concepto. Pero el
Virríjy de Buenos Aires aceptó las cosas como estaban,
firmando la^ suspensión de la guerra, y en seguida reclamó
que se le devolviesen los pueblos usurpados. No de otro
modo deseaba el Virrey de Pío Janeiro que se procediese
para poner en ejecución su plan de no devolver nada.
Entretuvo una larga negociación sobre este tópico, excu-
sándose con efugios y supercherías, y al fin contestó ro-
tundamente que el silencio del tratado sobre la restitución
que se le j)edía, le obligaba á no proceder en el asunto sin
especial mandato de su Corte (1). Y así perdimos el Ya-
guarón y las Misiones jesuíticas, como habíamos ¡perdido
Pío -grande.
Sucesos más agradables llaman la atención hacia otras
materias. Montevideo en el año 1S02 comenzaba á des-
plegar buenos elementos de progreso, haciendo concurren-
cia á Buenos Aires á pesar de su inferioritlad en pobla-
ción y recursos. Durante aquel año habían entrado á
su puerto, procedentes de la Península y puertos extranje-
(1) Fuaes, Ensayo, etc; iii, vi, viii. — Southcy, Ilist do
VI, XLiir,
I
í
í‘ UBRO VI. — GOBIERNO PE BU.STAMANTE Y GUERRA 359
l^ros, 188 buques de alto bordo, siendo 151 españoles;
|y habían salido IGG buques, siendo españoles 130. El
i principal llamativo de este tráfico marítimo era sin duda la
condición superior del puerto, que permitía el anclaje de
grandes barcos á pequeña distancia de los lugares aptos
para desembarcar mercaderías. Aconsejados por Busta-
mante, los particulares habían construido en esa fecha el
primer muelle, y los progresos de Montevideo refluían so-
bre otros puntos del país (1). Kacieron, particularmente
en las poblaciones de las costas, distintos ramos de negocios,
que al provocar cambios asiduos avivaron las necesidades
de transporte por vía marítima, y se formó un tráfico de ca-
botaje, que en este año de 1802 estuvo representado por
G48 embarcaciones entradas de los ríos y G40 que salieron
para el mismo destino. Así, la ma 3 ^or amplitud de comer-
ciar subsanaba en parte el gran mal que nos hiciera Es-
paña con matar los instintos marinos de la población pri-
mitiva del Uruguay, y preparaba los medios de explotar
esa tupida red de ríos cuya utilización será la que decida
nuestro porvenir.
A estos progresos comerciales, se agregaba una mejor
organización de las fuerzas marítimas y terrestres que de-
fendían la jurisdicción nacional. Siendo el Gobernador de
Montevideo jefe del apostadero del Plata, disponía de una
pequeña división de buques dé alto bordo, y 25 lanchas
cañoneras y obuseras; además de algunos bergantines que
vigilaban la Patagonia, y varias embarcaciones menores
que hacían el servicio interno de correos. En Montevideo
(1) Ex¡)cdienlc promovido para independizarse del Consulado de
B, A, (Arch Gen)
360 LIBEO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE y GUERRA
existía como guarnición permanente 1 compañía de arti-
llería de línea, y el cuerpo de marineros que tripulaba
las embarcaciones de servicio. Como reserva y para casos
imprevistos podía aprestarse el batallón de infantería mili-
ciana denominado « Voluntarios de Montevideo » con 700
plazas y el regimiento de caballería de la misma denomi-
nación con otras 700. La guarda déla frontera la hacía el
regimiento de Blandengues de 800 plazas, creado en 1797
bajo el rigor de una dura disciplina. Fue en este regimiento
donde hicieron sus primeras armas los principales caudillos
de la futura revolución.
Merced á este contingente de fuerza organizada, pudo
reprimirse, entrado el año 1803, un conato de subleva-
ción que, de realizarse, hubiera ocasionado hondos distur-
bios. Con motivo de la libertad concedida al tráfico de
esclavos, la población de color había crecido mucho en
]\Iontevideo, llegando á formar una tercera parte de sus
habitantes de entonces. Bien que la cultura de las cos-
tumbres hubiese influido para mejorar la situación de los
siervos, considerándoseles conio una agregación de las ía-
milias y no como mercadería explotable, los instintos de
raza oprimida dieron particularmente á los mestizos aliento
para tramar una conjuración. Apalabrando á los negros,
trajeronles á partido con el fin de provocar un levanta-
miento y huir á campaña á formar una población sepa-
rada. Ya madurado el plan, comenzó á ejecutarse ase-
sinando á algunos amos y huyendo en seguida bastan-
tes esclavos de la ciudad. El Cabildo, consternado, y con
razón, de las perspectivas que ofrecía aquella rebelión
servil, decretó medidas enérgicas para contenerla. Fueron
aprehendidos y asegurados en Minas los esclavos fugitivos,
IJBRO vr. — GOBIERNO DE BUST AMANTE Y GUERRA 361
I y se pidió al Consejo de Indias licencia para levantar una
I horca en la plaza de Montevideo, con el designio de impo-
ner á la esclavatura y contener sus desmanes (1). Seme-
jantes medidas apaciguaron los tumultos, prevaleciendo el
orden y volviendo cada cual á sus ocupaciones habituales
y los esclavos á la obediencia.
Á raíz de estos sucesos, se produjo uno que hablaba di-
rectamente con los curanderos, ó sea administradores de
medicinas y específicos, sin estudio ni título de competen-
cia. Andaba en el Uruguay por entonces el arte de curar,
puede decirse que en su infancia, y explotaban la buena fe y
el candor público numerosos individuos, utilizando todos
los medios a que siempre ha dado pábulo la promesa de
restituir la salud. Desde los adivinos hasta los simples
comedidos, tenían todos gran predicamento, especialmente
en los campos, donde la soledad, la ignorancia y las nece-
sidades diversas, han hecho siempre fuerte recluta de se-
res explotables. Por otra parte, la idea dominante en to-
dos lados por aquella época, era que la ciencia de un
médico consistía en conocer de memoria un gran recetario,
cuya aplicación á cada caso especial coronaba el éxito
buscado. Cuando los remedios no surtían el efecto que se
deseaba, decíase que el propinante había errado la cura^
con lo cual venía á significarse, ó que la memoria le había
sido infiel, ó que su repertorio terapéutico era escaso hasta
no tener la fórmula curativa de la enfermedad que debió
tratar. La parte filosófica y racional de la medicina, esto es,
el diagnóstico de la enfermedad que resuelve su carácter
y la observación que fija el tratamiento, no entraban ni
(1) De- María, CompemUOj etc; ii, i.
362 LIBRO VI. — GOBIERNO BE BUSTAMANTE Y GUERRA
23or asomo en el calculo }:)opular, creyéndose que la cien-
cia había nacido conq^leta desde el ¡primer día, y que el
caudal de su fuerza estaba en aprender la 'propinación de
remedios. Con tales ideas, pues, era holgada la ocasión para
toda clase de exjdotaciones, y pululaban curanderos de
todo genero en el país. Hasta los había que recetaban en
latín, siguiendo la costumbre de los médicos de entonces.
El Protomedicato de Buenos Aires, vacilando entre siqiri-
mir los cui-anderos ó fijarles reglas de ¡Drocedimiento, op>tó
al fin por lo último, con declaración de que lo hacía para
aliviar á los habitantes de la campaña, única parte del
país donde les permitía ejercer su industria. Prescribíales
para ello; l.° que en los casos arduos de medicina y ciru-
gía, consultasen sus dudas necesaria y exclusivamente con
los respectivos profesores de primera clase; 2."* que sus re-
cetas fueran escritas en idioma castellano; 3.^ que pusieran
su firma entera y anotaran de su propia letra, al }úe de la
fórmula, el día, mes y año en que recetasen, el nombre y
aj)ellido del sujeto á quien había de aplicarse la receta, así
como su casa-habitación y el pago donde residiera, « todo
— añadía el mandato — bajo las severísimas ¡Dcnas que el
tribunal j)uede imjDoner á los transgrcsores de una deter-
minación tan interesante al bien público.» (1 ) Por su23uesto
que, ni la consulta de los profesores, ni la receta escrita,
ni el nombre del 2 ^aciente y lugar de su habitación podía
verificarse con los curanderos alejados de las ciudades, así
es que la dis230sición alentaba en vez de corregir sus des-
manes. No faltó quien aprovechase la coyuntura, y fuó
Bernardino Bargas uno de los primeros, que trasladan-
( 1 ) L, C, de Monte calco.
LimU) VI. — GOBIERNO DE BU,STAMANTE A' GUERRA 3G3
^ cióse de Buenos Aires hasta aquí, presentó con gran pro-
sopopeya su título al Cabildo, resultando curandero reco-
nocido en ambas orillas del Plata.
No andaban mejor las cosas políticas que las de policía
domestica. Había ordenado la Corte á los virreyes de Bue-
nos Aires que á imitación de lo efectuado por Aviles, pro-
siguiesen fundando poblaciones en nuestras fronteras del
Norte pai'a evitar así la invasión ¡Daulatina de los portu-
gueses que se introducían en el Uruguay con su habitual
y cautelosa costumbre. Los sucesores de Avilós olvidaron
sus deberes en este punto, y aprovechando el lusitano de
su descuido, fue entníndose cada vez mas adentro de las
fronteras al arrimo de la suspensión de hostilidades. Todo
el resguardo que había contra la invasión eran algunas
partidas de dragones y blandengues diseminadas en los
extensos y abiertos campos que debían disputarse al ene-
migo; por manera que este se adelantaba impunemente, po-
blándose á veces á retaguardia de los mismos destacamen-
tos encargados de atajarle el paso. Sucedió en 1804 que
el alfórez Francisco Barreto, de nactni portuguesa, alián-
dose á los imbgenas infieles que había en las proximi-
dades de la jurisdicción de su comando, formó con ellos y
sus soldados un cuerpo de tropas respetable y' se internó
hasta la horqueta del río Yara o, sin encontrar obstáculo.
Mandaba en aquellas alturas el teniente D. José Eondeau,
joven y animoso oficial que tanto debía distinguirse más
tarde, el cual á la vista de provocación tan audaz, púsose
en marcha con dos destacamentos de dragones y blanden-
gues que obedecían sus órdenes. Avistó al portugués, le
presentó batalla tomando muy acertadas disposiciones al
efecto, y después de un rudo choque, quedaron Barreto y
364 LIBRO VI. — GOBIERNO J)E BÜSTAMANTE Y GUERRA
los suyos completamente batidos y desalojados de la hor-
queta dcl Yarao y sus adyacencias.
Sabido que fue en la Corte este suceso, comunicósele al
Virrey de Buenos Aires el disgusto por su conducta im-
previsora, y el mérito que había contraído Rondeau ante
el Rey por su pericia y acierto. Decía, entre otras cosas,
ese oficio: « Se ha servido S. M. resolver después de ha-
ber oído sobre el particular á la Junta de fortificaciones y
defensa de Indias, y conformándose con el modo de pen-
sar del señor generalísimo príncipe de la Paz; que respecto
que los portugueses no contestan, tampoco se haga otra
cosa que lo j)re venido en tales casos, esto es, que callando
y sin ruido se interne V. E. en el país, readquiera lo per-
dido sea por la fuerza ó por la conducta, de suerte que las
quejas que ahora debemos dar nosotros, sean ellos quie-
nes las hagan, y que se vea la multitud de resoluciones
dadas sobre estos puntos. No aprueba S. M. el que V. E.
haya mandado suspender el arreglo de esas campañas
y la formación de poblaciones en la frontera, pues es
el único y eficaz me(%) 'para que no se internen en nues-
tros terrenos en tiempo de paz, scgíin ha sucedido hasta
aquí, y quiere se lleven á debido efecto sosteniéndolas á
toda costa, -siendo preferible perderlas con honor que por
mera inacción. Por último, S. M. ha aprobado la conducta
del teniente Don José Rondeau que mandó la citada acción^
no sólo por las buenas disposiciones y providencias que
tomó en sus marchas y demás ocurrencias, sinó también
por las que practicó en la misma acción y el valor con
que la sostuvo, conservando el honor de sus Reales armas^
por cuyas razones se ha dignado conferirlo el grado de
capitán de caballería en premio de esto particular me-
LIBRO VI. — GOBIERNO DE BUSTAMANTE Y GUERRA 3G5
rito. » ( 1 ) Esta vez era la Corte quien enseñaba á los vi-
rreyes del Plata, cómo debían cumplir sus deberes.
Tocaba á su fin el gobierno de Bustamante. El Rey de-
seaba utilizar sus servicios como jefe de escuadra, dando
á este militar distinguido una colocación más adecuada á
sus conocimientos profesionales y á las vistas que se te-
nían sobre él. Bustamante, por sus ideas adelantadas y su
amor á Montevideo, había sido uno de nuestros mejores go-
bernantes. Desde los tiempos de Via na, no se habían oído
aquí razonamientos más serios ni cálculos más exactos so-
bre el porvenir del país. Marino, conocía la importancia
topográfica de los pueblos de su dependencia, y trataba como
gobernante de poner en práctica las ideas que le sugerían
los conocimientos de su profesión. Estaba dotado de buen
carácter, algo pagado del mando, es verdad, pero sincero y
abierto á las expansiones de la sensatez. Se mostró siempre
laborioso, activo y lleno de pundonor en el cumplimiento
de sus obligaciones, y á haber tenido mayor independencia
en su jurisdicción, no habrían ciertamente adelantado una
pulgada de tierra en el Uruguay los portugueses. Pero de-
pendía del Virrey de Buenos Aires, y no le era dado po-
nerse en acción sinó á virtud de órdenes de aquel manda-
tario. La suerte, sin embargo, le fue ingrata, como se verá
después, y al ser sustituido por otro soldado de su misma
profesión, iba al encuentro de una catástrofe, dejando la
perspectiva de otra en pos de sí. Singular coincidencia,
que los dos únicos marinos que nos gobernaron en tiempos
normales, cayeran envueltos en una desgracia común y
originaria de la misma causa!
(1) Col Lamas.
LIIUIO SKPTIMO
LIBRO SEPTIMO
GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Don Pascual Ruiz Huidobro. — Sus primeros actos de gobierno. — Rela-
ciones políticas entre España é Inglaterra. — Don Francisco Miranda
y sus proyectos de independcmcia americana. — Apresamiento de Bus-
tamante y Guerra. —Expedición de Pophain contra Buenos Aires. —
Capitulación y entrega de la ciudad. — jMontevideo se prepara á re-
conquistarla. — Primeras medidas de Ruiz Pluidobro. — Actitud enér-
gica del Cabildo. — Donativos populaVes. — Don Santiago Liniers. —
Se le comete el mando de la expedición reconquistadora. — Mar-
cha de la expedición. — Reconquista de la ciudad. — Agradeci-
mientos del Cabildo y del Virrey. — Honras concedidas por el Rey
á Montevideo. — El marqués de Sobremonte se traslada al Uru-
guay.— Amagos de una nueva expedición inglesa. —Bombardeo de
jMontevideo. — Toma de Maído nado y Gorriti. — Vituperable con-
ducta de las tropas inglesas. — Combate.de San Carlos.— Llegada
de Auchmuty y su marcha sobre Montevideo. — Intimación de los ge-
nerales ingleses. — Combate del Buceo. — Salida del día 20. — Reac-
ción tardía eii Buenos Aires. — Desco;ifianzas y tumultos en Mon-
tevideo. —Los ingleses asaltan y rinden la ciudad. — Su conducta
en los primeros momentos del triunfo. — Su juicio sobre la so-
ciabilidad montevideana. — Primera publicación periódica. — Ocu-
pación de Canelones, San José y Colonia. — Organización de la mili-
cia inglesa. — Conspiración descubierta. — El coronel Elío. — IJegada
de Whitelocke. — Se decide á marchar sobre Buenos Aires. — Es-
tado de la opinión en aquella ciudad. — La ataca V^hitelocke y es
vencido. — Capitula y entrega todos los puntos ocupados en el Uru-
guay. — Restablecimiento de las autoridades españolas. — Cartas sa-
tíricas del Cabildo de Montevideo. — Providencias militares de Elío.
(1804 — 1S07)
El sustituto de Bustainaiite era D. Pascual Ruiz Hui-
dobro, brigadier de Real armada, á quien la Corte había
370
LIBRO VII.- (iOniEIÍNO DK líL'IZ IIUIDOBÍÍO
pro vis t(^ Gobernador desde 14 de Julio de 1803 por Cé-
dula correspondiente (1). Su carácter firme y la buena
opinión que gozaba, habían influido para” pro moverle al
gobierno de Montevideo, que ocupo en los primeros días
del año 1804.
Señaláronse sus actos iniciales por la prosecución de
las mejoras que había alentado su antecesor. De acuerdo
con el Cabildo, destinó buenas sumas á la compostura de
caminos, construcción de edificios públicos y limpieza de la
ciudad. Dióse comienzo bajo su administración á la obra
de la nueva casa capitular, presupuesta en más de 83,000
pesos, y se consagró la Matriz que acababa de construirse.
Con motivo de la propagación de la fiebre amarilla, im-
portada por la fragata San Telino de Málaga, se agitó
la idea de formar un lazareto, contribuyendo cada uno de
los miembros del Cabildo de su peculio propio con una
cuota, y asignándose 4,000 pesos del ramo de carnes para
aumentar los recursos destinados á ese fin. Todo lo que
miraba al progreso material y al bienestar público fue
atendido. Se creó Alhóndiga provisional en el Cordón
para expender trigo al público, matando así el monopolio
de los panaderos, que compraban todo el grano y vendían
el pan á precio antojadizo. Para complemento de estos pro-
gresos, introducía el portugués Antonio Machado en el si-
guiente año la vacuna.
Entre tanto, daba la vela para España D. José de Eus-
tamante y Guerra, al mando de las fragatas Me de a. Fama,
Clara (ó Flora según otros) y Mcrecde^^, conduciendo
5:000,000 de pesos y un considerable cargamento de efec-
( 1 ) L. C. de Montevideo,
UHRO VIL — (ÍOBIBRNO DE UUIZ UUIDOI5RO :)71
tos. La Jfcdca y la Fama llevaban caudales de Montevi-
deo por valor de 1:504,542 pesos, siendo dinero y efec-
tos de Lima, lo que constituía el cargamento de las otras
dos naves (1). No se presumía que esta preciosa carga pu-
diera ser objeto de atropellos, desde que España estaba
en paz con las demás naciones, bien que marchando á
remolque de Napoleón, mas no por eso en hostilidad abierta
con ninguno. Sin embargo, Inglaterra miraba de reojo se-
mejante actitud de una potencia que había sido antes su
aliada, y temía que la abundancia de recursos con que pu-
diera suplir las escaseces del francés, le aportaran á ella
dificultades y tropiezos en sus negocios políticos. Basán-
dose en tales cavilosidades, el Gabinete de San Jorge se
mostraba propicio á la guerra, y no faltaban instigadores
que le señalasen este camino, como el tínico capaz de
proporcionarle gloria y lucro. Particularmente en lo rela-
tivo á las posesiones españolas de América, convenía el
Ministerio dominante en hacerlas objeto de atrevidas em-
presas, siendo de larga fecha la elaboración y trama de un
oscuro plan á este propósito, en que las intrigas de vulga-.
res conspiradores tenían oídas en los consejos de los más
encumbrados magnates británicos. Un individuo, sobre to-
dos, parecía merecer la mayor confianza de los políticos in-
gleses en punto á proporcionarles los datos que necesita-
ban; bien que en el fondo llevasen la mira de engañarle,
como sucedió.
Vivía por entonces en Inglaterra, en calidad de agitador
político, D. Francisco Miranda, sujeto tan falto de sen-
il) Mañano ToiTcute, llídorla de la col ación hispano • amcri^
372
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RÜIZ IIUIDOBRO
tido práctico como lleno de planes gigantescos. Xatiii*al
de Caracas, donde naciera en 1750 de una familia ignóbil
aunque rica, abrazó la carrera militar, obteniendo en Es-
paña el grado de capitán. Tomó parte con ese empleo
y como silbdito español en la guerra de la independencia
de los Estados Unidos, contaminándose de las ideas revo-
lucionarias que allí bullían, y concibiendo al calor de la
ayuda oficial que prestaban las tropas de España y Fran-
cia á los anglo- americanos, el plan de independencia que
le trabajó de ahí para adelante. Sea porque se trasluciera
en el ejercito su modo de pensar, ó porque su carác-
ter inquieto le llevara á la insubordinación, fue proce-
sado en la isla de Cuba, teniendo que escapar de allí para
Europa, cuyo continente viajó casi todo, estrecliando en
Rusia personales relaciones con la EmiDeratriz Catalina II.
De aquella Corte pasó para Francia, entrando al servicio
de la Revolución y distinguiéndose en 1792 y 1703 en la
guerra contra Prusia y en la conquista de Bélgica; jiero
habiendo obtenido mandos superiores á órdenes de Du-
mouriez, dió fiasco en ellos y perdió su crédito militar.
Preso y sometido al tribunal revolucionario, fué absuelto,
obteniendo su libertad á condición de abandonar el terri-
torio francés ( 1 ).
Pasó á Londres en 1797, cuando los ingleses acababan
de arrebatar á España la isla de Trinidad en Venezuela,
diciéndose de acuerdo con varios individuos de América
para proponer la independencia de este continente, y tuvo
vistas con algunos personajes políticos á fin de comprorae-
(1) José Manuel Restrepo, I listona de la Jíerol ación de la Jlepá-
híira de Colombia: i, ii. i.
MURO vrr. — GOIUERN’O DE RUIZ IIlTlDOimO 37.‘5
terles en tan vaj^to designio. Llevaba entre sus papeles un
proyecto tirniado en París á 22 <le Diciembre de aquel
año, cuyas principales cláusulas eran : solicitar buques, armas
y municiones de Inglaterra; indicar que los Estados Uni-
dos aprestarían 10,000 hombres á cambio de la cesión de
las Floridas y el abandono de todas las islas es])añolas
menos Cuba; y que se gratificaría á los ingleses por sus
auxilios con 30:000,000 de libras esterlinas, la alianza de
los Estados que se independizaran y un tratado de comer-
cio. Pitt el joven, que ocupaba el Ministerio entonces, dio
esperanzas de algún éxito favorable en el negocio, y el pre-
sidente del Almirantazgo lo avocó con miras de resolverlo*
Pero consultado el presidente Adams de los Estados Uni-
dos, se negó á contestar, dejando á Miranda sin apoyo en
la oferta anticipada que había hecho del concurso de aque-
lla nación.
ísi Miranda ni el Gobierno inglés, sin embargo, abando-
naron el proyecto que les traía preocupados. El aventurero
caraqueño, fértil de imaginación, combinaba bajo todos
respectos nuevos planes en sustitución de los que le fraca-
saban; y el Gabinete de San Jorge, desesperado por los
triunfos de Napoleón y el aplastamiento de ánimo de Es-
paña, que no se atrevía á romper con el conquistador, es-
piaba la oportunidad de arrancar á la Corona española
algunos de los pingües dominios que constituían su poder
en el hemisferio americano. De esta manera, Miranda
siempre en juego, aprovechaba el estado de ánimo de los
hombres políticos de la Gran Bretaña para incitarles á
tomar parte en todos los proyectos que iba urdiendo. Cua-
draba á su intento que los ingleses hubieran tomado po-
sesión de la isla de Trinidad, desde la cual comenzaron á
374
LIBRO VIL— GOBIERNO DE RÜIZ HÜIDOBRO
circular papeles incendiarios a toda la Costa-Firme, pro-
clamando la revolución, la independencia y la libertad. Mi-
randa mismo envió algunos de esos impreS’os á personas
importantes de su país ; pero no todos los recibieron de
buen grado, y hasta hubo algunos que los denunciaron á la
autoridad española, como provenientes de un traidor des-
agradecido ( 1 ). Con todo, la semilla de esta subvei-sión iba
prendiendo, y fructificaba yá en algunos ánimos.
Sintiéronse en Venezuela estremecimientos de malestar,
á los que dió en cierto modo causa la aparición de algunos
emigrados españoles, que el Gobierno de Madrid había
confinado allí por su afición á los principios republicanos,
segün se decía. De ello tomó pie Miranda para fraguar un
nuevo plan por el cual había de hacer una invasión á la
Costa - Firme, protegido de los ingleses. La idea no des-
agradó al Gobierno británico, que estaba en actitud de auxi-
liarla por la proximidad de sus ¡posesiones recientemente
conquistadas, así es que el nuevo pian se maduraba con
grandes probabilidades de éxito, cuando la paz de Aniiens,
firmada en 1802 entre Inglaterra y Francia, desbarató el
proyecto. Desde luego quedó Miranda relegado á segundo
termino, á pesar de todas las promesas que se le habían he*
cho; lo cual no fue parte á abrirle los ojos sobre su ver-
dadera posición.
Muy dado á fantasías, como lo son todos los conspira-
dores, especialmente aquellos que viven expatriados, Mi-
randa prosiguió sus trabajos entre algunos personajes
ingleses. Eran de este número Sir Evan Nepean y Sir
Home Popham, que por distintos motivos ocupaban em-
(1) Kanion Azpunm, Hnmbrrf: nnfahJc'< de Hisjryuo-Amrrim : tomo i.
MlUiO VI!, — (.oillKlíNO l»K KIM/ HriPOIiKO
,UJ
plíHw rii 1;! Administración y el Parlamento, y
ante los cuales apuró Miranda todo recurso, poniendo
on línt‘a la multitud dt^ planeKS que bullían en su cabeza,
(instaron los dos iniíleses, sobre todo, ile la idea de una
invasión al Kío de la Plata, como que presentaba los ina-
vores prospectos de satisfacción a las exigencias del co-
mercio luitanico, y de lucro a los que practicaran la ten-
tativa, Se trabajaron y rtHiuirieron memorias y observa-
ciones sobre el tópico, siendo cada vez mayor el convenci-
miento de su importancia. I^a idea no era nueva, por cuanto
ya la había deslizado Miranda en otras conversaciones, y no
faltó ministro que la prohijase en sus planes; pero esta
vez parecía haber encontrado acogida más ferviente que
las anteriores. Miranda, á quien ningón interés personal
despertaba el Eío de la Plata, buscó los medios de combi-
nar esta e:xpedición con la que él mismo había propuesto
anteriormente para convulsionar su país, y del entronque
posible de ambas, nació el pensamiento de favorecerlas á
un tiempo. Así las cosas, fué encargado de la presidencia
del Almirantazgo inglés lord jMelville, quien después de
hablar con los proyectantes é informarse bien del asunto,
hizo saber al conspirador caraqueño «que no era prudente ó
conveniente, ó quizá posible al país, en aquel momento, com-
prometerse en toda la extensión de sus proyectos; » y mien-
tras de esta manera le desahuciaba, propuso el noble lord
á sus colegas, que era de la mayor importancia para In-
glaterra estar alerta y vigilar el progreso de las operacio-
nes de Miranda, « para valerse de ellas con el fin de abrir
el mercado de la América del Sur al comercio y manufac-
turas inglesas. »
Por supuesto que, después de esta negativa, no quedaba
376 LIBRO Vir. —GOBIERNO DE RüIZ HUIüORRO
Miranda muy habilitado para proseguir sus negociaciorres
con esperanzas de buen éxito. Pero como podían más en
su ánimo los ímpetus revolucionarios que 4a fuerza de los
desencantos, se guardó bien de enfriar las relaciones que
tenía adquiridas, y las frecuentaba con la misma asiduidad
de antes, para buscanse protectores y elementos. Entre los
conocidos con quienes contaba, era Sir Home Popham el
que parecía serle similar en concepciones fantásticas, y so-
bre quien ejercía mayor ascendiente. Popham no era na-
tural de Inglaterra, como que había nacido hacia 17G2
en Tetuán, de un cónsul inglés allí residente. Su primera
educación fue confiada á un miembro de su familia, doctí-
simo en leyes, y después pasó á la escuela de AVéstminster,
de la cual sus rápidos progresos le sacaron para la Universi-
dad de Cambridge, teniendo sólo 13 años de edad. Alguna.s
cortas excursiones marítimas que había hecho, parecían in-
dicar en. él vocación á la carrera de la mar; pero esa incli-
nación no se fijó totalmente en sus planes hasta que hubo
estado un año en Cambridge, y entonces, bajo los auspicios
del comodoro Thompson, su protector, abrazó el servicio
naval, distinguiéndose pronto por su valor y audacia en
ocasiones repetidas. Su carácter aventurero y el deseo de
allegar fortuna, le hicierpn aceptar, ya teniente, el comando
de expediciones arriesgadas como libre cambista f free fra-
fler) en los mares de la India. Sirvió más tarde en Fl andes
y Holanda, y se hizo notar en el sitio de Nimeguen, por lo
cual filé promovido á capitán. Tomando parte sucesiva en
diversos lances de guerra, su nombre se hizo popular, y en
1803 entró al Parlamento, diputado por Yarmouth (1).
( 1 ) Xaics on ihc Yirrro]f>diif of La Plata { Appcmlix).
LiiíRO vir. — Gonii^uxo di-: ruiz huidobuo
377
Eni Slr Home, á ese tiempo, uno de los confidentes de
Pitt, que le escucliaba y atendía con agrado. De carácter
atrevido y diestro para vencer las dificultades, mitad sol-
dado y mitad diplomata, sin escrúpulo para meiitir cuando
era necesario, pero hábil para deshacer los inconvenientes
en que solían embrollarle sus ofensas á la verdad, Popham
era el tipo apropiado para tiempos de revuelta, en que los
caracteres de doble fondo están apuntados á la fortuna.
Pitt, cuya resolución en la tribuna contrastaba singular-
mente con su apatía en la acción, estimaba en Popham las
calidades de que el carecía, y dtiba rienda á los proyectos
del marino, que le prometían nuevos mercados para el co-
mercio ingles y lauros para las armas de la Gran Bretaña,
bien menesterosa entonces de ambos auxilios con motivo
de la estrechez á que Boni) parte la tenía reducida. El ma-
rino y el ministro, pues, siguieron entendiéndose sobre la
combinación de un plan que proporcionase á Inglaterra
nuevas colonias donde dar salida á sus productos, y en
previsión del bloqueo continental con que ya amenazaba
Napoleón á los ingleses, se buscó cualquier eventualidad
propicia de extender la dominación británica en los mares.
De acuerdo con estas ideas, y encantado Poj^ham de
las perspectivas que Miranda desarrollaba ante sus ojos,
se dejó influir á punto de comprometerse á secundarle
y usó de todo su valimiento para poner al Ministerio
de su parte. Lo consiguió, en efecto, recibiendo orden
de Pitt para frecuentar á Miranda y ponerle en comuni-
cación con el Gabinete. Estrecháronse con tal motivo
las relaciones entre estos dos conspiradores, ni el uno ni
el otro nacidos en suelo ingles, y destinados, empero, á
provocar un cataclismo á Inglaterra. Popham, á par de
378
LIBUO VII. — GOBIERNO DE RüIZ HUID OBRO
comunicarse con Miranda, exploraba el campo en todas
direcciones y por agentes de todas clases. Un coronel ir-
landés, que afectaba excesos de excentricidad en Buenos
Aires, logrando de esta suerte introducirse en la intimidad
del Virrey Sobremonte, un comerciante retirado que vivía
en Londres, un carpintero y algunos otros individuos de
éstas ó parecidas condiciones, le suministraban á él ó al
Gobierno los datos que se creían indispensables para pro-
ceder con acierto. Así marchaban las cosas, cuando lord
Melville, reaccionando de sus ideas anteriores, ¡^idió a Po-
pham que llamase á Miranda y redactase una memoria so-
bre el plan de una expedición contra los establecimientos
españoles de la América del Sur ( 1 ).
Coincidían estos preparativos con un verdadero golpe
de mano que el Gabinete inglés premeditaba llevar á efecto,
sin previa declaración de guerra, sobre las ilotas españolas
navegantes en los mares. Para justificar el atentado, se
notificó al Embajador británico en Madiád, que el Gobierno
inglés protestaba contra un fuerte subsidio que España
acababa de comprometerse á pagar á Napoleón, y contra
la amenaza de una escuadra española existente en el Fe-
rrol, cuyo destino era sospechoso; entendiendo por tales ra-
zones que la sedicente neutralidad de la Corte de Madrid
estaba rota, é Inglaterra en pleno derecho de apelar á las
armas. Presentado al Gobierno español tan insólito re-
clamo, se abrió una negociación al respecto; pero los ingle-
ses, sin esperar á más, expidieron órdenes á sus oficiales de
mar para que detuvieran todos los buques españoles, no
solamente los de guerra que condujeran dinero y barras,
( 1 ) A full únd corred lírport of the Trini of Sir Home PopUnni.
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ liUIDOBRO 379
sino también todas las naves mercantes cargadas de muni-
ciones bélicas. Es evidente que tal resolución era contraria
á las reglas más elementales de la buena fe, porque estando
en trámite negociaciones diplomáticas entre España é In-
glaterra, no podía ésta, con arreglo á la más vulgar equi*
dad, ya que no quisiera tener presente el buen derecho,
lanzarse á un atropello tan injustificable como el que im-
plicaban las órdenes expedidas. Cumpliéronse, sin embargo,
aquellas disposiciones, y cuadró que fuera D. José de Bus-
tamante y Guerra la primera víctima de tan repulsivo pro-
ceder.
Bordejeaba el comodoro Moore por las alturas del cabo
de Santa María, con cuatro fragatas que hacían el crucero
de incógnito, porque eran desconocidas á las autoridades
españolas las instrucciones todavía secretas que acaban de
mencionarse, cuando el día 5 de Octubre de 1804 se pre-
sentó el español con sus barcos. Moore se le aproximó
luego que le hubo á la vista, declarándole las órdenes que
tenía, y haciéndole saber que era su ánimo sincero cum-
plirlas sin derramamiento de sangre. Bustamante se sonrió
desdeñosamente al oir aquellas palabras, replicando que
contestaría á la agresión como sus deberes de soldado se
lo indicaban. En esta actitud, se rompió el fuego por am-
bas partes. Tras de un corto combate voló la fragata espa-
ñola 3IercedeSy no libertándose de la muerte más que 40
hombres, de 280 que tenía á su bordo. Los tres barcos res-
tantes se rindieron, después de perder 100 individuos entre
muertos y heridos (1). Con esto los ingleses se hicieron
dueños de la escuadra española y sus caudales, llevándose
(1) Oliverio (loldsmith, llisioria de IfKjlaicrra; lxxxv.
380 I.IBRO VII. — GOBIERXO DE RITIZ HUIDOBRO
prisioneros á sus tripulantes. Tan injustificable agresión
causó grandes perjuicios al comercio del Río de la Plata, á
quien, como se ha visto, pertenecían en niTleha parte los
capitales apresados.
Asimismo, quedó demostrado que el Ministerio ingles ca-
recía de las más vulgares nociones de previsión política en
este caso, y se verá por qué. No mucho tiempo hacía que
Pablo I, Emperador de Rusia, fuera asesinado, con lo cual
perdió Bonaparte un aliado sumiso, y se ganó Inglaterra
un amigo probable en Alejandro, sucesor del muerto y des-
afecto á Napoleón por razones de política. Había este
Alejandro, tan famoso más tarde, protestado, á poco de
ocupar el trono, contra la muerte violenta del duque de
Enghién en Francia, y como esto trajera un activo cambio
de notas muy desabridas entre ambas cancillerías, poco á
poco se encaminó la negociación á una ruptura de relacio-
nes. No tardaron las amenazas en producir el rompimiento
que se hizo efectivo á mediados de 1S04 por un ultimátum
de Alejandro á Napoleón, en que se exigía la evacuación
del reino de Nápoles por las tropas francesas; el estableci-
miento inmediato, y con acuerdo del Emperador de Rusia,
de las bases destinadas al arreglo definitivo de los asuntos
de Italia; la entrega al Rey de Cerdeña, sin dilación, de
algunas de las indemnizaciones que se le tenían prometi-
das; y la evacuación de los territorios de la Alemania del
Norte por las tropas francesas, para garantir la indepen-
dencia del Cuerpo germánico (1). Entre las cláusulas del
ultimátum, todas las que se referían á Italia eran de grande
interés para España, que por motivo del parentesco de su
(1) Romcy y Jacobs, La Iiusifa aufigaa fj modrrua: ir, viii.
Llimo Vir. — COBIEÍiXO de kuiz iiuidobiío
381
monarca con los principales de allí, tenía directa conve-
nioncia en su sostén, y mala voluntad á Napoleón, que los
iba destronando. España, por lo tanto, venía á ser aliada
natural de Rusia, aun cuando IVis debilidades de su política
no la permitieran declararlo; y Rusia, que estaba prepa-
rando la tercera coalición europea contra Bonaparte, tenía
que ser muy considerada por Inglaterra, cuya existencia
nacional amenazaba el francés desde el campo de Bolonia.
Así, pues, sólo una codicia insensata pudo comprometer tan
grandes intereses, á trueque de capturar 5:000,000 en
dinero y efectos.
Ante agresión tan injustificable como eb apresamiento
de la flota española, el Gobierno de Madrid abandonó
toda vacilación, uniéndose á Bonaparte sin reservas. Alen-
tado por ello, Miranda corrió hacia Pitt para interesarle
más vivamente que nunca en sus planes. Habló y suplicó
cuanto pudo para lograr la realización de sus proyectos;
pero el Ministro, después de ofrecerle mucho, no le dio
nada; sea que le asustasen los reclamos de la opinión con-
tra su proceder infidente, sea que quisiera enmendar su
torpe iniciativa anterior por una especie de tregua actual.
Sir Home Popham, que estaba indicado para acompañar á
Miranda, y había trabajado y entregado la Memoria que se
le encargara sobre una irrupción á los establecimientos es-
pañoles en América, vio archivado su papel y recibió con-
traorden respecto de la marcha. Entonces Miranda, de-
sesperado de conseguir cosa alguna, se dirigió á los Estados
Unidos, formando allí un armamento con recursos adqui-
ridos por donativos particulares, y después de fuertes vici-
situdes, hizo rumbo á las costas de Ocumare, donde fué
desbaratado, estando á punto de caer él mismo prisionero
de los españoles.
HH2
LIBRO VIL — GOBIERNO DE HUIZ HUIDOBRO
Habiendo tomado las cosas este sesgo, que no era de
presumirse, los ingleses, en guerra abierta con España,
suspendieron, sin embargo, todo ataque á síis posesiones
americanas. Popham fue llamado á encargarse del mando
de una escuadra que debía transportar 5,000 hombres á
órdenes de Sir David Baird, para emprender en el Africa
del Sur la conquista de la colonia del Cabo de Buena Es-
peranza, perteneciente á los holandeses. Se previno á uno
y otro, que no intentaran nada sobre dominios españoles;
y en tal concepto, partieron á su destino en el otoño de
1805. Con facilidad se apoderaron del Cabo á principios
de 1806, donde quedó establecida la autoridad inglesa,
despachando el comodoro y el general de tierra el grueso
de sus tropas y parte de la escuadra para la India, que te-
nía urgencia de ellas.
El espíritu inquieto de Popham, al encontrarse desocu-
pado y triunfante en el Cabo, comenzó á volver sobre sus
recuerdos. Aquellos ofrecimientos de Miranda, que habían
tentado su codicia, le inflamaron de nuevo ahora que se
veía casi al habla con el objeto de sus ambiciones. Porque
estando el Cabo, como quien dice enfrente de ^lontevideo
y Buenos Aires, era mucha su tentación de extender la
mano á tan preciada conquista. Así es que en fuerza de
pensar tanto sobre el asunto, concluyó por encontrar rea-
lizable una expedición á cualquiera de las dos ciudades, y
aun la conquista de todo el Río de la Plata por un golpe
de mano atrevido. Le incitaron más en estos propósitos,
las noticias que en el mes de Febrero obtuvo. Un capitán
de buque llamado Waine, le escribía poniéndose á sus ór-
denes y garantiéndole que con 500 hombres y algunos
barcos se podía tomar cualquiera de las dos ciudades del
T.miio Vil, — oomivuxo de ijur/ iiuidobeo ;>s:>
Platu; añadiendo (^ue los liabitaiites del país se decidirían
en masa por el dominio ingles. Unidos estos datos á los
que ya tenía Popham de Miranda y otros, formaron con-
vieeion en su ánimo. Por otra parte, las eonsideraeiones
de alta política que pudieran detenerle con respecto á Es-
paña, acababan de perder su fuerza. De Febrero á Marzo,
supo sucesivamente la noticia de la batalla de Trafalgar,
la capitulación de Ulm y el descalabro de la coalición eu-
ropea en Austerlitz; lo cual, según el mismo Popham,
« excluía toda esperanza de hacer revivir ninguna coalición
que ofreciese el más remoto i^i^os^^eeto de desligar á España
de Francia. >> Con estos argumentos fue que intentó ga-
narse á Sir David Baird, para que le diera tropas de desem-
barco y paso franco á las regiones del Plata.
Baird, que no tenía iguales motivos para partir de ligero,
puso algunas objeciones al proyecto, y sobre todo hizo ca-
pítulo de su responsabilidad de jefe superior del Cabo,
cuya guarnición quedaría desamparada con la saca de
fuerzas militares que el comodoro pretendía llevarse con-
sigo. La circunstancia de bordejear por aquellos mares una
escuadra enemiga, y la lejanía del punto á que debía diri-
girse Popham, fueron también indicadas como dato contra-
rio á las perspectivas halagiienas que pintaba el aventurero
marino. Mas éste, que pudo atraer á sus ideas al brigadier
Beresford, segundo jefe de la colonia, allanó todas las difi-
cultades, se impuso con su charla pintoresca y seductora, y
dió de barato todos los peligros en presencia de los resul-
tados que la Gran Bretaña alcanzaría merced á una em-
presa de tanto lucro y gloria. Quebrantado por estas influen-
cias, cedió Baird, aunque sin ocultársele la responsabilidad
que asumía, como lo comprueba el siguiente pasaje de un
384
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO
oficio suyo al Ministerio: «Al formar esta detennina-
ción — dice — tengo la perfecta certeza que el comodoro y
yo mismo hemos contraído una alta responsabilidad; pero
la gran importancia del objeto en un punto de vista nacio-
nal, espero que nos sernrá de apoyo y nos excusará ante
S. M. por emprender un servicio sin haber previamente
recibido sus órdenes especiales. »
Muy distinto era el lenguaje de Popbam, al pasar en
revístalas razones que le inducían á acometer la expedición.
Echaba sobre sí toda la responsabilidad del asunto, y se
gloriaba de esa iniciativa. « Me lisonjeo — decía, dirigién-
dose al Almirantazgo — de que la vista que he dado á
S. S.""® de mi conducta, y los motivos que tan fuertemente
me han inducido á urgir á >Sir David Baird la oportunidad
de emprender un proyecto de celo, empresa y esfuerzo que
promete tanto honor y prospectos de ventaja al Imperio,
será considerada por S. mucho más preferible á la al-
ternativa de preferir que la escuadra que tengo el honor de
mandar enerve su nativa energía, invernando en Fakc
Bay y quedando eventualmente paralizada, después de per-
manecer tan largo tiempo como el que ha transcurrido en
un estado de fría y defensiva inactividad. » Estos razona-
mientos demuestran que en Popham, el hombre político
supeditaba al soldado; pues ni le asusta la infracción de la
disciplina, ni excusa la responsabilidad de una intentona
que podía comprometer tan seriaimaite á su país. Taml)ién
es verdad que su triple posición de comodoro, diputado y
confidente del jefe del Gabinete, debía darle muchas segu-
ridades y tenerle al corriente de planes recónditos que sus
compañeros no estaban en ocasión de traslucir.
Vencidos de esta manera los inconvenientes más inme-
LIBRO VIL — GOBIERN’O DE RUIZ UDIDOBRO 885
diatos, consiguió Poiiliain que Baird pusiera á su disposi-
ción el regimiento 71 de h¡tjla}i(lcrs, famoso en el ejercito
ingles, un pequeño destacamento de artilleros y algunos
dragones desmontados: todo á órdenes de Beresford, que
debía dirigir las operaciones de tierra. El comodoro se re-
se)‘vaba las de mar, para lo cual llevaba bajo su mando
5 transportes, y las fragatas Diadema y Raisonahie de
04 cañones, la Diomedes de 50, y las corbetas Leda,
yarcisus y Eneounier de 32 cada una. Con este arma-
mento dio la vela para Santa Elena á fines de Abril de
1800, en cuya isla recibió el socorro de 150 infantes y
100 artilleros con 2 obuses; completando así unos 1,000
hombres de desembarco, destarados del auxilio eventual de
800 hombres de la escuadra, con que en caso extremo
podía contar también. Desj^ues de f>asar algunos días en
Santa Elena, escribiendo cartas al Almirantazgo, en que
presentaba sus últimas vistas sobre los resultados de la
expedición, dio la vela para el Plata en los primeros días
de Mayo.
El marques de Sobremonte, que mandaba como Virrey
en Buenos Aires, tenía noticias anteriores capaces de ha-
berle suministrado el hilo de la trama inglesa, si la fatui-
dad no le hubiera hecho creerse á cubierto de cualquier
peligro. Su optimismo á este respecto era tal, que algún
tiemjio antes había rechazado el refuerzo de tres regimien-
tos de línea que la Corte destinaba al Plata, y seguía con-
siderándose inexpugnable ahora, contra cualquier agresión
extraña. Sin embargo, el anuncio de la invasión subsistía
desde Noviembre del año anterior. En aquella fecha, uno
de los barcos de Popliam, desprendido por el comodoro en
su tránsito para la conquista del Cabo, apareció sobre
Dom, Esp. — II.
386 LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Buenos Aires, sondeando con la mayor escnipulosidad el
río y sus costas durante varios días, y dando la vela des-
pués de apresar una fragata portuguesa melante fondeada
en el puerto mismo ( 1 ). Poseyendo semejante dato, en si-
tuación de guerra como se encontraba España con los in-
gleses, y siendo conocido de tiempo atrás el plan que tra-
bajaba á éstos de apoderarse del Bío de la Plata, no se ne-
cesitaba gran penetración para creer llegado el caso de
tomar las medidas que aconsejaba una amenaza tan clara.
El Virrey, empero, no se conceptuó en peligro, y siguió
entregándose á su goce favorito, que era el fomento de las
obras públicas.
Entre tanto, Popham proseguía su navegación. El 14 de
Junio se tuvieron noticias de él en Montevideo, por dos
buques portugueses entrados al puerto, que habían encon-
trado en su camino á los ingleses navegando hacia el cabo
de Santa María ; y poco después avisó el vigía de Maído-
nado avistarse una escuadra en aquellas aguas. Comunica-
das por Buiz Huidobro dichas novedades al Virrey, éste,
aunque apesadumbrado, se consolaba en su atolondramiento
cre^^endo que Montevideo sería el primer punto sobre que
iba á caer el enemigo. Mas sucedió todo lo contrario. Po-
pham, que había tenido ese plan, acababa de cambiarlo
después de saber que Montevideo estaba defendido por
fortificaciones regulares, á órdenes de un jefe valiente y
activo. Así, pues, puso la proa á Buenos Aires, á cuyas
aguas llegó el lo de Julio.
Gran desaliento se apoderó de Sobremonte con la apa-
(1) Ignacio Xunez, Xoticias históricas de la Bcpúhlka Argentina;
cap I.
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 387
rición de la escuadra inglesa á su vista, no quedándole duda
ya de que descargaba sobre el la tormenta. Ordenó que
se acuartelasen las milicias, dictando algunas otras provi-
dencias de escasa importancia. El día 24 corrió la noticia
falsa de que los ingleses habían sido rechazados en la En-
senada de Barragán, por D. Santiago Liners, jefe de aquel
punto. El 25 se presentó la expedición inglesa en Quilmes,
comenzando el desembarco á la 1 de la tarde. Al día si-
guiente avanzó muy resuelto el general Beresford, poniendo
en fuga al brigadier D. Pedro de Arce, que le abandonó
cuatro piezas de artillería, de las seis que llevaba en su
columna de 1,000 hombres. Pequeña fue la oposición de
alsfunas otras fuerzas distribuidas en los caminos. Don Juan
O
Olondriz, del regimiento Fijo, y el cadete abanderado
D. Juan X. Vázquez, hijo de Montevideo, con 2 compañías,
defendieron gallardamente el puente de Gálvez, en Barra-
cany sin más resultado que salvar el honor de las armas.
En la ciudad sonaba doquiera la generala, replegándose á
la Fortaleza y residencia del Virrey las milicias que ha-
bían podido organizarse; mas todo fue en vano. El 27 se
¡Dresentó el enemigo en aire triunfante por las calles de Bue-
nos Aires, y á las tres de la tarde, l)ajo un copioso agua-
cero, tomó posesión de la Fortaleza.
Un oficial inglés se abocó con las autoridades, intimando
la rendición de la ciudad y entrega de los caudales públicos,
bajo capitulación; con lo cual se reunieron la Audiencia y
el Cabildo para deliberar, puesto que el Virrey había fu-
gado. Ofreciéronle al general Beresford una gran suma de di-
nero para que se reembarcase, mas no accediendo él á dicha
oferta, fué necesario rendirse, extendiendo la capitulación
un comerciante español, por no haber jefe ni oficial apto
■388
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
para ello (1). Pocos momentos después, todo estaba con-
cluido en favor de los ingleses, que sin pérdida de un hom-
bre, habían efectuado la más rápida é inexplicaTble conquista
de que hablen los anales de aquellos tiempos. Al día si-
guiente filé enarbolado con toda solemnidad el pabellón bri-
tánico en la Fortaleza, y muy luego circularon proclamas
del vencedor, ofreciendo en nombre de su soberano garantías
á la vida, creencias y derechos de los habitantes del j>aís.
La ciudad prestó juramento de obediencia al Rey de In-
glaterra, y su Cabildo quedó al frente del gobierno civil.
Así, pues, las maquinaciones de Miranda y sus planes
atrabiliarios acababan de surtir el efecto que se ve.
Desde aquel momento, la situación de los pueblos me-
ridionales del Plata podía reputarse militarmente perdida.
Los jefes peninsulares de mayor jerarquía acababan de
ser dispersados al frente de sus cuerpos. El Virrey andaba
huido desde las primeras descargas, los caudales públicos
habían sido entregados á Beresford, y todo el efectivo mi-
litar disponible para emprender una resistencia en cam-
paña, sumaba 3,000 hombres de caballería, abigarrado
conjunto de milicianos colecticios y blandengues desmora-
(1) He aquí lo que dice un coniem¡)oránco sobn esfo: Como por
fn{/a del Virrep el pueblo había quedado acéfalo, fue preciso que la
Audiencia ¡j el Cabildo se reuniesen para delihcrar suhrc este fafal
acontceunienfo. Se acordó, pues,, coniesfar al general Beresford, que se
le daría una considerable suma de dinero, siempre que se reembarcase^
Al fin, no accediendo d inl propuesta, fue preciso capitular como pedía,
y (i qué ver(jücn'.a ! ) Ase creerá que en una ra/níal como Buenos Ai-
res no hedna un jefe ni ofiried que sujiicse e,vtendcr una capitulación e'
Pues es un hecho : fue preciso que un comerciante CJ^'iiañol, D. Juan
Milá de la Poca, la extendiese. (Fninciíco Sagui, Los últimos cuatro
años de la Dominación Espartóla: cap i, )
LIBRO VIL — GOlilRRXO DE RUrZ JÍUÍDOBRO o89
lizados. La expectativa de los refuerzos que debía recibir
el enemigo, aumentaba en unos la perplejidad, en otros el
pavor, destemplando por completo el espíritu público. En
Buenos Aires nadie se atrevía á expandirse fuera del ho-
gar, temiendo el espionaje establecido por los ingleses, bajo
la dirección de dos antiguos empleados de la ciudad. En el
interior, todos esperaban noticias de la Capital, incluso el
Virrey, que había ido a remanecerá Córdoba.
Mas era imposible que semejante estado de sopor, se
prolongase indefinidamente en una capital populosa. Pre-
sentimientos inspirados por aquella situación extraordina-
ria, comenzaron á trascender y divulgarse, rompiendo el
silencio general. La opinión se encontró repentinamente
dividida, manifestando los españoles el convencimiento de
ser víctimas de una conquista, mientras algunos hijos del
país, seducidos por las concesiones de libre comercio y la
condenación de todo despotismo hecha por Beresford eii
documentos solemnes, empezaban á atribuir á los ingleses
el papel de heraldos de la emancipación. Esta última even-
tualidad, hasta entonces basada en conjeturas antojadizas,
pero que la fuerza de las cosas debía transformar en un
hecho real, cundió como chispa eléctrica entre los oprimi-
dos, constituyendo un peligro que amenazaba los intereses
comunes de conquistadores y conquistados. Los esclavos,
cuyo número era considerable en Buenos Aires, sacudieron
la tutela de sus amos, obligando á muchas familias pu-
dientes á abandonar la ciudad. Besintieronse los servicios
del abasto con aquel alboroto servil, y se juntó esa escasez
á las inquietudes }^a sufridas por las clases conservadoras.
Entonces la autoridad inglesa adoptó medidas de re^iresión,
volviendo los esclavos á la antigua obediencia y ordenando
390 LIBRO VJI. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
la apertura de los comercios clausurados ; pero como esta
actitud despertara antipatías en los agredidos, redobló la
conminación subsistente para que todo partwular poseedor
de armamento ó pertrechos de guerra, los devohdese al
Estado bajo pena de multa, y ofreció fuertes recompensas
pecuniarias á los delatores de aquellos que facilitaran la
deserción de soldados ó marineros ingleses ( 1 ).
La energía de estas resoluciones mejoró la posición del
intruso, cuyos medios de fuerza resultaban, por otra parte,
un problema para la generalidad. Ateniéndose a lo visible,
no pasaba de 1,000 hombres el ejército de ocupación, pro-
tegido por 11 naves que dominaban el puerto. Escasas, ó
mejor dicho ningunas, eran las relaciones de los ingleses
en el país, y más bien impedía que alentaba su desarrollo,
el espionaje policial destinado á sembrar sospechas. Pero
ese distancia miento entre conquistadores y conquistados
era favorable á los j^rimeros, en cuanto les permitía sus-
traerse á toda investigación, y ser al mismo tiempo el único
canal por donde corriesen las noticias políticas. Aprove-
chando la coyuntura, Beresford y Popham dejaban enten-
der que no era solamente Buenos Aires el punto dominado
por sus armas en el Plata, con lo cual empezó á circular que
Montevideo había caído también bajo el dominio británico.
La magnitud de la noticia urgía una comprobación, así
es que no faltó quien la intentase de propia voluntad. Di-
versos sujetos se dirigieron á Montevideo, entre ellos D. J uan
Martín de Pueyrredóiii tan funesto al Uruguay más tarde, para
cerciorarse por sí mismos del estado de las cosas. Adqui-
rieron y suministraron cuantas noticias tenían á su alcance.
(1) Diario de. Scntcnnch // Bando-^ de Ikrcsford (Col Lóp^^^)-
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO
391
fomeiitaiulo entre ambas orillas Jel Plata uua activa co-
rriente de comunicaciones. Sus informes retemplaron el
ánimo de algunos hombres decididos en Buenos Aires, es-
pecialmente de D. Felipe Sentenacli, ingeniero, y D. Gre-
rardo Este ve y Llach, catalanes ambos, quienes entraron de
lleno en un plan de reacción. Al efecto, I./laeh trasmitió al
Gobernador de IMontevideo un informe circunstanciado so*
bre el modo como se había producido la ociq^ación inglesa
y el efectivo de las fuerzas que dominaban la ciudad. Al
misino tiempo le pedía auxilios para emprender la recon-
quista, ofreciendo cooperación eficaz.
Después de esto, se entregaron los conspiradores á la
más decidida actividad. Don Martín de Al zaga, acauda-
lado español, facilitó incondicionalmente los recursos pe-
cuniarios, y Sentenach trazó el plan de las Operaciones-
Consistía dicho proyecto, en la recluta de 500 hom-
bres, núcleo destinado á formar un pie de ejército que de-
bía atrincherarse á buena distancia del recinto urbano, al
mismo tiempo que se emprendían dentro de la ciudad tra-
bajos de mina para volar el Fuerte y ranchería contigua?
donde se alojaban los ingleses. El 16 se alquiló con el pri-
mer designio, la quinta de Perdriel, á unos 1 7 kilómetros de
la ciudad, y el día 17, una casa próxima á la ranchería. El
18, tomó personalmente Sentenach las medidas en el cuartel
de la ranchería, para preparar la apertura de las bocaminas,
y el 20 marcharon á Perdriel los primeros enganchados.
Por secretos que se mantuvieran todos estos trabajos, no
dejó de traslucir el espionaje que alguna cosa se tramaba,
así es que Beresford, convenientemente prevenido, se puso
sobre la pista. Los conjurados, sin embargo, prosiguieron sus
esfuerzos. El 22 les llegó carta del Gobernador de Mon-
392
LÍBRÜ VII. — GOBIERXO DE RUIZ HUIDOBRO
tevicleo, con fecha del 15, contestación á la de Llach, de
fecha 3. Anunciaba Ruiz Huidobro, que antes del recibo
de ella, ya había tomado las primeras proridencias para
la reconquista, hallándose actualmente pronta una expedi-
ción de 1,000 hombres cuando menos, que se embarcaría
por Colonia, protegida de 12 lanchas cañoneras y 5 gole-
tas artilladas. Mal informado por Pueyrredón y otros ofi-
ciales con quienes estaba en correspondencia, indicaba tener
noticia de que ascendían á otros 1,000 hombres con arti-
llería, los conjurados reunidos en Perdriel ; y á efecto de
conibinar operaciones, indicaba como punto de desembarco
los Olivos, y prevenía que en caso de marchar losangleses
al encuentro de la expedición reconquistadora, Llach se
echase sobre Buenos Aires, atacando la reserva del ene-
migo en sus propios cuarteles.
Con estas novedades, se exaltó el entusiasmo de los
conjurados. S entena ch penetró disfrazado varias veces en
el Fuerte y cuartel de la ranchería, adelantando los traba-
jos de las minas. Sus demás compañeros apremiaron la
adquisición de armas y caballos para el campamento de
Perdriel, consiguiendo algunos fusiles, sables y cartuchos, 4
obuses y 2 pedreros, pero ningún caballo, por mucho que
los Ijiiscaron. ^lientras se efectuaba el acopio de armamento
y reunión de voluntarios en Perdriel, habíase incorporado
allí D. Antonio Olavarría, segundo jefe de un regimiento
de Blandengues, con 400 hombres de el, dando un aspecto
militar á aquella agrupación colecticia. Pero el peligro fue
mayor para ella en razón de la importancia adquirida, como
inmediatamente se vió. Durante la noche del 31 de Julio
verificábase el transporte de los últimos pertrechos desde
Buenos Aires, en carretas escoltadas por 00 hombres á
LIBRO VIL — OOr.ILUN’O DK RUIZ HIJIDOBRO
39-3
caballo, y este movimiento de fuerzas determinó esa misma
noche unn ni pida iniciativa de Beresford.
Marchó el general ingles al frente de una columna de
4f)0 hombres y 0 piezas de artillería en dirección a Per-
driel, poniéndose el 1/' de Agosto al amanecer sobre las
avanzadas de los conjurados. Trasmitido el parte, sola-
mente pudieron formar los de Perdriel Sñ hombres, mon-
tando apresuradamente la artillería sobre cureñas de mar
y supliendo las cuñas con osamentas. Adoptaron por lí-
nea de defensa unas tapias rectas, protegiendo sus extre-
mos con dos grupos de tiradores, mientras colocaban la
artillería á vanguardia. Pidieron á Olavarría que les soco-
rriese con sus blandengues, pero se negó á hacerlo, retirán-
dose del campo de la acción; por lo cual no les quedó otra
caballería disponible que un gru ¡)0 de 12 á 14 hombres.
Apenas se avistó el enemigo, rompieron, sin embargo, ani-
mosamente el fuego, y su caballería al mando de Pueyrre-
dón dió una carga ; pero Beresford, avanzando triunfante, los
dispersó, haciéndoles 3 muertos y 4 heridos, y tomándoles
la artillería, algunos papeles importantes y 5 prisioneros.
El golpe fue decisivo. La resistencia que de inmediato
pudiera oponer Buenos Aires, liabía sido ahogada .en el
campamento de Perdriel, cuyos derrotados huyeron á ex-
tender por todas partes la confusión y el desanimo, prece-
didos de los blandengues de Olavarría, testimonio elocuente
de la desmoralización de las tropas de línea. Por otra
parte, los hilos de la conjuración estaban» en manos del
vencedor, debido á los papeles arrebatados. No tenía le-
vante el triunfo de los ingleses. Beresford, satisfecho y
tranquilo, hizo su entrada esa misma tarde en la Capital,
ostentando los trofeos de la victoria.
394
LTJinO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO
Mientras el silencio y la angustia dominaban en Buenos
Aires, era bien distinta la apariencia de Montevideo, en-
tregado á extraordinaria actividad belicosa y cívica. Desde
el 20 de Junio j)or la noche, se tuvo una noticia vaga de
la conquista de la Capital, acentuándose el rumor á partir
de aquel instante. El 2 de Julio, recibió Ruiz Huidobro,
desde la Ensenada de Bari'agán, comunicación oficial de
haber ocupado Buenos Aires los ingleses ; pero sin ningún
dato convincente sobre el número de fuerzas y proyectos
ulteriores del enemigo. En semejante jíerjdejidad, atendió
desde luego á tomar medidas defensivas, para el caso de
ser atacado á su vez. Convocó las milicias del país, y or-
denó el acopio de víveres en la ciudad y reparo de sus mu-
rallas, que era todo lo que permitía hacer la penuria del
Erario.
El pueblo de Montevideo, con presentimientos y vistas
de otra magnitud, debía tomar por sí, iniciativas de mayor
alcance. En las calles, plazas y atrios de los templos, lo
mismo que en todo centro particular ó público de reunión
habitual, á raíz de conocida la invasión inglesa, ya se dis-
cutía, la eventualidad ele la reconquista de Buenos Aires
como un deber de honra imjmesto j)or las circunstancias.
Uniformada la opinión á este respecto, todo derroche de
tiempo parecía inoficioso. Dinero, soldados y buques era
lo imprescindible para asegurar á ^lontevideo contra cual-
quier tentativa y reconquistar la Capital, y ése fue el tema
debatido. Los vecinos convinieron en imponerse una cuota
mensual durante la guerra, destinada á levantar el sueldo
de las tropas de línea y facilitar el enrolamiento volunta-
rio en campana, con oferta de 10 pesos mensuales de pre
á los paisanos que se presentasen sin caballo, y 12 pesos
LIBRO VIL — GOniERXO DK RüIZ IIÜIDOBRO
395
á los que lo trajesen consigo, á más de la ración de carne
y yerba -mate para unos y otros.
Simultáneamente con estas reuniones de vecinos, se ve-
rificaban otras de militares y hombres de mar. Una de
ellas tuvo efecto en el patio principal del convento de
S. Francisco, componiéndola varios oficiales de las caño-
neras destinadas á la policía del puerto, y algunos capita-
nes y pilotos mercantes. De tan espontáneo movimiento
de opinión resultó, que en 1." de Julio se ofrecieran á ha-
cer por sí mismos la reconquista de Buenos Aires, si Kuiz
Huidobro les franqueaba 12 lanchas tripuladas por 50
hombres cada una, D. Vicente María Fernández, D. Luis
de la Robla, D. Juan Manuel de Larragoiti, D. Francisco
Mariano de Oñaag, D. Bartolomé de la Vega, D. José Bar-
tolomé de Barreta, D. Lorenzo Badía, D. Santiago de La-
prida, D. Luis Vallejo, D. Francisco Yáñez de Castro,
D. Domingo Morera y D. Patricio José Beldón (1).
Ruiz Huidobro, enfermo y perplejo entre sus deberes de
obediencia y la ansiedad de no malograr una explosión
patriótica que abría horizontes inesperados á toda tenta-
tiva audaz, se había reconcentrado en el silencio. Según la
opinión de sus íntimos, eran grandes las vacilaciones que
le trabajaban, al considerarse sin órdenes de la Corte para
proceder, y escaso de guarnición disponible para dejar la
Plaza abandonada á su suerte, si se resolvía por la ofen-
siva. Apenas trascendieron al público estas inquietudes del
Gobernador, en el acto nació la idea de una manifestación
para pedirle que acometiese la reconquista y allanarle los
medios de realizarla. Con este designio, pasada la palabra
(1) Expediente sobre la reconquista de Buenos Aires (Arch Gen).
396
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ ITUIDOBRO
de unos en otros, numeroso concurso de vecinos ( « medio
pueblo», dice un testigo ocular) se reunió en el patio y alre-
dedores del Fuerte, para decidir al Gobernador á que em-
prendiese la liberación de Buenos Aires, comprometiéndose
á proveerle de los medios necesarios. Ruiz Huidobro mani-
festó algunos de los inconvenientes que se presentaban para
el caso; pero contaminado del entusiasmo general, accedió
al fin, prometiendo alistar el suficiente níiincro de tropas
reconquistadoras. Aclamaciones y vivas estruendosos sa-
ludaron esta decisión, y el pueblo se disolvió entre los más
efusivos parabienes ( 1 ).
Empujado j)or la opinión, cada vez más decidida á pres-
tarle su concurso para la reconquista de la Capital, el Go-
bernador convocó al Cabildo el día 5, manifestándose
dispuesto á tentar la empresa ; pero encareciendo la nece-
sidad previa de completar sus noticias 'sobre la situación
de los ingleses. Inmediatamente se ofreció el Regidor
D. José Gesta 1 á encargarse del cometido, y se puso en
marcha con destino á Colonia, desde donde remitió, con
fecha 8, cuantos pormenores se necesitaban. El día 11
recibió Ruiz Huidobro oficio del Cabildo, urgiendole para
que emprendiese cuanto antes la reconquista, al mismo
tiempo que un pliego firmado por los oficiales superiores
de la marina militar, exponiendo sus vistas en el asunto y
proponiendo un plan de operaciones combinadas por mar
y tierra. Con estos antecedentes, toda demora era ino-
portuna, así es que resolvió provocar una junta de guerra.
(1) lUsiárica narración de hi prrdida ij reronqnista de Buenos .-ti-
res, II (Col Lóppz). — Antonio Zinny, Historia de la prensa periódica
de la Uep. O. del Uruguay; nnin. 1(U.
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
.*{97
convocando al efecto á los principales jefes de la plaza.
Las ideas del Gobernador se habían fijado de un modo
positivo y resuelto, en cuanto á la oportunidad y eficacia
de la acción inmediata. En presencia de los conocimientos
adcpiiridos y las fuerzas disponibles, pensaba, y así lo ex-
puso á la Junta, que la mejor oportunidad para atacar al
enemigo era aquélla, pues si los ingleses recibían socorros
de Europa ó el Cabo, la suerte del Virreinato quedaría en
sus manos. Planteada la cuestión en esta forma, y exhibi-
dos los datos que permitían determinar el número de fuer-
zas sumado por el invasor, pidió dictamen sobre el pro-
yecto de cruzar el río para atacarle. Fue unánime la de-
cisión de todos en este último sentido, y muy satisfactoria
la impresión causada por el conocimiento del efectivo de
las tropas inglesas. Inquiridos los pareceres sobre quién
debía tomar el mando de la expedición, recayó con la
misma unanimidad el nombramiento en Ruiz Huidobro, á
pesar del mal estado de su salud, opinando la Junta que
se le invistiera con facultades superiores.
Si los miembros de la Junta estaban inspirados por la
más viva resolución de oponerse á los ingleses, no lo es-
taba menos el Cabildo, cuyos individuos, recogiendo en
todas partes las ideas circulantes, eran objeto de continuos
estímulos para apresurar la reconquista (1). Nunca se ha-
íl) lie aquí ¡os nombres de ¡os maoislrados que constituían el Ca-
hUdo de ISOd: AleaMc de Voto, Dr. D. Juan Bautista Auuiar,—
Akalde de 2.° Voto^ D. Manuel Pérez Balb/is. — Alférez Pent, 1). Curtos
Camuso. — Fiel Ejecutor, I). José (ícstal — Defensor de Pobres, D, Da-
mián de ¡a Peña. — Defensor de Menores, D. Luis de ¡a Posa Bri-
tos. — Síndico Procurador, D. Manuet Sotsona. — Alcaide de la Santa
Hermandad, D. Juan Patricio Amutio. — Atouacil Mayor perpetuo,
D. José María Ortega.
398
’LlliKO VII. — GOBIERNO DE UUIZ HUIDOBRÜ
bía sentido más pojDular y prestigioso el Cabildo que en
aquellas circunstancias, y bien ¡Dronto lo demostró, adop-
tando medidas hasta entonces reservadas al ntonarca. Por
disposición del IS de Julio, declaraba: «que en virtud de
haberse retirado el Virrey al interior del país, de hallarse
suspenso el tribunal de la Real Audiencia y juramentado
el Cabildo de Buenos Aires, era y debía respetarse en todas
las circunstancias al Gobernador D. Pascual Ruiz Huido-
bro como Jefe Supremo del Continente, pudiendo obrar y
proceder con la plenitud de esta autoridad, para salvar la
ciudad amenazada y desalojar la Capital del Virreinato. »
El G obernador aceptó aquella investidura popular, haden-
• dolo saber á todas sus dependencias, y desde ese día, la
descomposición del regimen colonial fue un hecho en el
Río de la Plata.
Dueño ya de tan alta investidiu'a, Ruiz Huidobro comi-
sionó inmediatamente á diversos sujetos que debían ser
portadores de un ]\Ianifiesto á los pueblos del Virreinato,
explicando las razones puramente militares que habían
obstado hasta entonces para llevar a ejecución la recon-
quista de Buenos Aires; pero ahora que los recursos del
enemigo eran conocidos, nada había ya que se opusiese á
tal designio. Anunciaba, en consecuencia, que iba á aco-
meter la empresa al frente de una expedición de esforza-
' dos voluntarios y tropas veteranas; pero deseando que el
éxito fuera completo, incitaba á los habitantes de la parte
meridional, á unírsele por intermedio del individuo que les
presentase dicho documento, y con armas ó sin ellas, con-
curriesen al paraje donde debía tener lugar el desembarco.
Llegados á Buenos Aires algunos ejemplares del Mani-
fiesto, jirovocaron entre el vecindario la formación de jun-
tas parroquiales secretas.
LIBRO VIL — COBIERXO DE RUIZ HUJDOBRO
399
Una sanción de otro orden, tuvo de allí á poco el mo-
vimiento popular uruguayo. Coincidiendo con los trabajos
de Montevideo, el marqués de Sobremonte pasaba á su vez
una circular á todas las provincias, en que les pedía con-
tingentes para el ejército que organizaba con destino Vi la
reconquista de la Capital, y les daba aviso de estar al
frente de 1,500 hombres de milicias, y á la espera de
más de 2,000 que marchaban á incorporárselo. Recibió el
Gobernador de Montevideo dicho documento, junto con un
oficio de fecha 14 de Julio, en que Sobremonte le ordenaba
desprenderse de la tropa veterana y artillería de campaña,
remitiéndosela á toda brevedad. Ruiz Huidobro contestó al
Virrey, que en cuanto á la circular, « había tenido
por conveniente suspender su publicación, por hallarse
autorizado por el Cabildo de Montevideo para la recon-
quista ; » y en cuanto á la tropa solicitada, « no podía en-
viársela, pues debía marchar en la expedición. » Aturdido
el Virrey por aquella actitud, en que un subalterno invo-
caba autorización popular para contravenir sus órdenes,
contestó aprobando la expedición, y agregaba « que si en
la demora no hubiese peligro, esperase Ruiz Huidobro los
refuerzos que él debía llevarle, pero que si temiese perder
la oportunidad del ataque, y se conceptuase con bastante
seguridad, procediese en consecuencia. » ( 1 )
La expedición para la reconquista se levantaba, costeaba
y equipaba en el Uruguay por el pueblo, sin distinción de
clases y fortunas. Desde el más acaudalado hasta el más
pobre, concurrían con su persona ó sus bienes al logro de
aquel esfuerzo, que debía permitir á un país poblado por
(1) La Sota, Hist del ieiritorio Oriental; iv, ix.
400
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOERO
poco más de 80,000 habitantes, la movilización al exterior
de un contingente expedicionario de 1,400 hombres, prote-
gido por una escuadra de 22 naves de todo porte, sin me-
noscabo de la guarnición militar de Montevideo, cuyos
claros se llenaban con voluntarios provenientes en mucha
¡xarte de las primeras familias de la ciudad, ó de los más
fuertes hacendados de campaña.
Escasas eran las tropas de línea que guarnecían el país,
y mucho más lo habían sido antes de sentirse los primeros
amagos de la invasión inglesa. Hacia esa época, una com-
ida nía de artillería de 75 plazas y la tripulación de las
cañoneras destinadas á la vigilancia del puerto, constituían
el níicleo organizado con que contaba Montevideo; mien-
tras en campana, las compañías de Blandengues, de una y
otra Banda, acantonadas en diversos fortines y pueblos
fronterizos del Brasil, ejercían funciones de fuerza policial.
Con justo motivo, pues, al sospecharse en ese tiempo al-
guna mira de los ingleses sobre Montevideo, se había apre-
surado el marqués de Sobremonte á reforzar su guarnición
con 210 Dragones de Buenos Aires y una compañía de Gra-
naderos de la misma ciudad, compuesta de 05 plazas. Este
refuerzo, agregado á 75 artilleros y la marinería, constituían
una totalidad de 500 hombres, efectivo de guerra con que
contaba Montevideo cuando los ingleses ocuparon la Capital.
Xo menos estrecha que la .situación política, era la pe-
cuniaria. Pocas y con destino fijo las rentas, no había so-
brantes para ocurrir á largas erogaciones imprevistas. Las
mismas trojws en servicio carecían de muchas cosas in-
dispensables, y los recursos navales del Estado eran tan
cortos, que casi no podían tenerse en cuenta. Alentados
sin duda por esta situación que conocían á fondo, y ere-
T.inuo Vir. — (iOlilEUNO pe IíUIZ iiuidobro
401
yeiulo que ella subsistiera eii toda su integridad, era que
' los ingleses, a raíz de conquistado Buenos Aires, premedi-
taban un desembarco en Montevideo, pues disponiendo
Pojdiam de SOO hoinl)res suyos, dato ignorado en ambas
orillas del Plata, podía arriesgarse á dicha operación, sin
mermar el ejercito de Beresíord.
Pero cuando el audaz marino resolvía poner en práctica
su plan, ya el espíritu publico tenía suplidos todos los in-
convenientes. El primer acto del Gobernador había sido
convocar las milicias, y luego después, aconsejado por los
principales vecinos de la ciudad, decretar la formación de
nuevos cuerpos urbano^i por alistamiento voluntario. Obe-
deciendo entusiasmados la consigna, mientras el batallón
de Milicias de IMonteviileo al mando de D. Juan Francisco
García de Zúfíiga, el cuerpo de Artilleros milicianos y los
regimientos de Milicias de Caballería á órdenes de D. Joa-
quín Alvarez de Navia y D. Joaquín de Soria, corrían á sus
cuarteles, se formaban cinco nuevos cuerpos, bajo las siguien-
tes denominaciones: tercio de « Patricios Criollos » (pardos
y morenos), á órdenes deD. Agustín Martínez, contando en-
tre sus oficiales al capitán D. Ramón Amalla, teniente D. Lo-
renzo Peréz y alférez D. Manuel R. Villagrán, con 300 hom-
bres; — tercio de <c Extramuros », á órdenes del teniente
retirado I). Rosendo de Varrio, con 375 plazas; — tercio
de "Andaluces», capitán -comandante D. Juan Vidal y
Benavídez; — tercio de «Vizcaínos y Montañeses», capi-
tán-comandante I>. Manuel de Santelices, teniente D. Ma-
nuel de la Serna y alférez D. José Toledo; — y tercio de
«Catalanes ó Miñones», á órdenes de D. Rafael Bofarull,
teniente de ejercito. Buena parte de los enrolados ofrecían
sus servicios gratuitos, otros circunscribían el pre á lo
Don. ESP. -II.
2G.
402
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO
indispensable jiara compensar el jornal equivalente á su
trabajo diario, y todos ardían en deseos de batirse ( 1 ).
Los artilleros milicianos dieron largos ejemplos de ge-
nerosidad. Por disposición reciente de la Corte, el cuerpo
no podía tener oficiales ni sargentos propios; de modo que
su personal se componía de cabos y soldados. Apenas sa-
bida la conquista de la capital, se presentaron ofrecién-
dose en número de 500, para hacerse cargo de las baterías
de Montevideo y reemplazar la tropa de línea. El Gober-
nador los puso á órdenes de D. José Rodríguez, y designó
para oficiales al capitán D. José Cardoso, á los tenientes
T>. Antonio San Vicente y D. Zacarías Pereyra, y á los
subtenientes D. Simón de Jáuregui, D. Pedro Berro y
D. Faustino García, vecinos que habían pertenecido al
cuerpo en ese rango, antes de la exclusión mencionada.
Algunos de estos oficiales, al hacerse cargo de las baterías
de la ciudad, las mejoraron á costo propio. Don Pedro
Berro perfeccionó la defensa exterior de la batería de
S. Carlos, equipando á la vez el hornillo de bala roja. Don
Faustino García hizo lo mismo con su batería de S. Juan,
aumentando al mismo tiempo el personal de artífices. Dis-
tinguiéronse también por el celo y actividad en coadyuvar
á los rudos trabajos de fortificación, los cabos milicianos
D. Juan Bautista Aramburu y D. Domingo Correa en el
fuerte de S. José, D. Juan Domingo y D. Juan Francisco
de las Carreras en el de San Joaquín, D. N. Salduondo
en el Angulo de Santo Tomás, D. Manuel Vicente Gutié-
rrez en el Cubo y S. Juan, D. N. Morán en la Cindadela,
(1) Expediente de loíi aervieioa del redndario de ^fonle video en lo
guerra contra los ingleses (Aivh Oon).
LIBRO VIL — CiOBIKRXO DE RUIZ IIUIDOBRO
403
y otros. Adornas, casi todo el personal de artillería mili-
ciana se suscribió para constituir un fondo destinado á
aumentar el sueldo de los expedicionarios que marchasen
á la reconquista de Buenos Aires.
Mas, si la realización del plan de reconquista argüía en
pro del temple viril del pueblo, no por eso dejaba de estar
erizado de dificultades. Desde luego, era imprescindible
concentrar en la ciudad una guarnición permanente para
defenderla, lo que importaba decir que debían duplicarse,
cuando menos, los 500 hombres escasos con que hasta
entonces había contado. Un número mayor todavía era re-
querido para intentar con éxito el desalojo de los ingleses,
pues á todo evento, y por muchas que fueran las segurida-
des del entusiasmo popular dominante en la otra orilla, no
era prudente arriesgarse con personal insignificante, contra
un enemigo disciplinado y hábil, vencedor hasta entonces
en toda la línea. Además, el itinerario realizable no podía
ser otro que el desembarque en la costa argentina, yendo
la expedición por vía de Colonia, travesía la menos peli-
grosa entre todas las que se presentaban frente á la escua-
dra inglesa; pero el transporte de las tropas hasta su punto
de embarque, pedía fuerte cantidad de caballos y vehículos,
y el embarque mismo no podía efectuarse, ateniéndose á
los elementos navales disponibles.
Con la misma espontaneidad demostrada por los ciuda-
danos que coman á enrolarse en tierra, se presentaron al
servicio los propietarios de buques y los hombres de mar.
Don Mateo Magariños, cuyas arengas y escritos tras-
cienden todavía el más entusiasta apego á los intereses de
Montevideo, ofreció todos sus buques, entre los cuales ha-
bía algunos de alto bordo, y puso á disposición del Go-
404
LIBRO VII. —GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
bienio sus depósitos de artículos navales. Don Francisco
de Castro y D. Juan Uset pusieron en línea, mantenién-
dolas por su cuenta, 1 balandra de su propiedad con 2 obu-
ses, 1 lancha cañonera artillada con 1 pieza de á 18, y 1 ba-
llenera destinada al transporte de tropas. Don Antonio
Arraga concurrió con 1 lanclia mandada y tripulada por el y
artillada con 1 cañón de á 18. Don Pedro Berro y D. Fran-
cisco Errásquin facilitaron 1 lancha armada y trqiulada
á su costa. Don José Figueiras concurrió con una lancha
suya y un esclavo que la tripulaba. Don José Batlle y
Garres facihtó una lancha de su propiedad, artillada con
1 cañón de bronce de 12, y tripulada y mantenida a su
costa. Don Bartolomé de la Vega presentó 12 marine-
ros armados y mantenidos de su peculio. Diversos capitanes
mercantes, entre ellos D. Prudencio Murgriiondo y D. jMa-
nuel Podríguez, llevaron á la práctica el concurso ofrecido
de sus personas y el de sus marineros para la expedición.
En fin, el Consulado, que disponía de 1 lancha de auxilio
artillada y perteneciente al comercio, la facilitó también (1).
Tan profusa espontaneidad, no solamente cooperó al au
mentó de las embarcaciones de guerra y transporte, sino
que vino á completar el personal de marinería necesario,
levantándolo de un centenar de hombres, á que estaba re-
ducido, hasta el numero que pedían la defensa del puerto
y la tripulación de la escuadra expedicionaria.
^E1 concurso popular se manifestaba en todas partes, y
atendía á siqfiir todas las necesidades. Paralelamente á la
provisión del transporte marítimo, se buscaban y a 2 :>resta-
(1) Informe de Ouiivrrr:, de la Concha (Col Coronado). — Expe-
diente de los servidos dcl vecindario de Monicrideo (citado).
ÍJIiRO Vir. — GOBIERXO DE liUIZ ITUIDOBRO
405
ban los medios para habilitar el terrestre. La estación in-
vernal ora poco favorable para las caballadas, de modo que,
lio solamente las del Estado, sino las pertenecientes a par-
ticulares, cstal)an en malas condiciones. Con todo, los ha-
cendados y labradores se disputaron la oportunidad de pro-
porcionar aquel socorro. Don Juan José Seco, queyaliabía
armado y equipado por su cuenta 200 jinetes, solicitando
se pusieran á órdenes del acaldante mayor de Blanden-
gues D. José Artigas, dió 1,000 caballos de sus estableci-
mientos. Don Juan Francisco García de Zúñiga, Doña María
Antonia Acluicarro, Doña Margarita de Viana, D. Mateo
Gallego, D. Joaquín de Chopitea y D. Juan Balbín Gon-
zález Vallejo, capitanes de milicias de Montevideo estos
dos últimos, que pronto debían distinguirse en la recon-
quista de Buenos Aires; D. Juan José Duran, D. Juan
Ignacio Martínez, D. Martín José Artigas, padre del futuro
general, D. Pedro Casaballe que se había presentado al
frente de un gi'upo de hombres armados y equipados á su
costa, D. Francisco Sierra, D. Felipe Pérez y otros hacen-
dados, franquearon sus caballadas por todo el tiempo que
fuese necesario, sin responsabilidad ni obligación de rein-
tegro alguno. A par de los hacendados, ofrecían los labra-
dores sus caballos de reserva, bueyes y carretas.
Todavía deben enumerarse otros donativos, siempre con
el propósito de alentar la reconquista. Don Mateo Gallego,
capitán del Eegimiento de caballería de D. Joaquín de
Soria, promovió entre los hacendados de dicho cuerpo una
suscripción cuyo monto alcanzó á 50,000 pesos. Don
Ignacio IMujica, saladerista, ofreció y franqueó todas las
carnes que fuesen necesarias para el abasto de las tro-
pas. Doña Josefa Morales de Ruiz Huidobro, esposa
400
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO
clel Gobernador de Montevideo, inició una suscripción po-
pular, á la que concurrieron las principales señoras de la
ciudad. Don Mateo Magariños, infatigable y lleno de
confianza en la victoria, promovió otra suscripción ¡^ara
premiar la primera troj^a que por mar ó tierra avanzase al
enemigo, ó lo pusiese en disj^ersión, sumando más de 10,000
¡^esos el ¡producto obtenido por medio de ella.
Tras de esta legión de donantes, apareció el comercio
de Montevideo, demostrando con noble generosidad, que no
era indiferente á la salvación de los intereses comunes.
Don Miguel Antonio Yilardebó se ofreció espontánea-
mente al Gobernador j^ara abrir un empréstito popular,
suscribiéndose desde luego con un donativo gratuito de
3,000 pesos. Otros amigos suyos suscribieron donati-
vos por 5,000, y á estas cantidades se agregaron prés-
tamos 2 )or 40,000 pesos, sin interés corriente ni término
de reembolso. El ejemplo tuvo imitadores, y á ¡^oco andar
ingresaron en las cajas Reales 160,070 pesos, por donati-
vos gratuitos, y 91,762 pesos por préstamos patrióticos.
Entre los nombres de los donantes y prestamistas, lucían
los de D. Manuel Diago, D. Faustino García y D. Fran-
cisco Antonio Maciel, Padre de /o.s‘ ¡yohrcs. Aquella suma
de 252,000 pesos, que rej^resenta hoy el cuádi'uplo de su
valor, donada, gratuitamente en sus dos terceras partes, y
prestado el remanente sin interés ni plazo, excusa todo
comentario sobre los móviles que inspiraban al comercio
de Montevideo.
Habilitado por tantos recursos, el Gobernador comple-
taba la organización de la tropa exqiedicionaria, y ponía en
pie de guerra la que debía llenar sus claros. Mientras los
regimientos de Milicias de la ciudad y campana recibían
LIHRO VII. — (^OMIKRNO DK RUIZ IIUIDOURO 407
- orden de estiir prontos al primer aviso, se ci-eaba una es-
eiiela práctica de artillería en ^Montevideo, para instruir á
los voluntarios sustitutos de los veteranos de esa arma.
Las embarcaciones de guerra y transporte eran objeto de
las atenciones y mejoras requeridas por el servicio a que
se les destinaba, disputándose los marinos particulares y de
línea esa tarea, estimulados por el celo de D. Juan Bau-
tista Ferrer, Oficial Real para las incumbencias navales.
Hecho el recuento de las tropas disponibles, se halló que
estaban listos 1,500 hombres de desembarco, y 5 zumacas
y 17 lanchas caiíoneras, todas ellas armadas y tripuladas
en condiciones de combate.
Una circunstancia, considerada de escasa entidad en sus
principios, determinó, empero, que se am^íliase el plan
adoptado, modificándose á la vez el personal concurrente.
Desde>»aediado3 de Julio, cuatro ó seis de los buques de
^5^opham se avistaban continuamente hacia el Sur del
puerto, ya fondeados, ya navegando. Las opiniones estaban
divididas sobre el designio de aquella flota. Segim Ruiz
Huidobro, parecía amagar un bloqueo, única operación de
que la creía capaz, pues para intentar un desembarco, no
la reputaba con personal adecuado. Según los agentes de
Buenos Aires, que iban y venían con noticias, el desem-
barco era indefectible. Mediando tal novedad, llegó desde
Colonia una carta de D. Santiago Liniers, capitán de na-
vio y jefe que había sido de la Ensenada de Barragán hasta
el desembarco de los ingleses, avisándole á Ruiz Huidobro
el estado en que dejaba la Capital, y la posibilidad de re-
conquistarla con 500 hombres de tropas escogidas, si se le
daban. Transmitido el escrito á la junta de gueiTa, fue de
parecer que se oyese á Liniers, quien al efecto bajó á re-
40S LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO
petir verbal mente sus seguridades y esperanzas. El día 17,
despuc% de haberle oído, la Junta, ratificó opiniones
preexistentes, declarando que continuase la expedición en
los términos acordados, os decir, bajo el mando de Ruiz
Huidobro, y con el número convenido de tropas y bu-
ques (1).
Sin embargo, dos días después, se recibieron noticias, al
parecer fidedignas, de que Popham intentid^a el desem-
barco, reforzado por 800 hombres de que se había des-
prendido Beresford para auxiliarle. El dato podía ser cierto
en su referencia á las intenciones del comodoro, pero no lo
era en cuanto al origen de sus tropas disponibles. Hemos
visto que Popham se hizo á la vela para el Río de la Plata
llevando á su bordo 800 soldados de infantería de marina,
independientemente délos 1,600 que comandaba Beresford;
de modo que. si intentaba la operación, era con recursos pro-
pios y sin desmembrar el efectivo militar de su compañero.
La ignorancia de este hecho, demuestra lo incorrecto de las
informaciones poseídas por los agentes españoles y criollos
de una y otra orilla del Plata, y explica á su vez, cómo los
de Buenos Aires suponían facilísima la reconquista, con-
vencidos de que á lo sumo se lucharía contra 800 hombres,
parapetados tras de la Fortaleza de aquella ciudad.
Complicada la situación militar por aquel amago al cen-
tro de todos los recursos de resistencia, el Gobernador
creyó prudente oir de nuevo las opiniones de la Junta de
guerra. Al efecto, la convocó el día 10, invitando también
á Liniers para que asistiese. Expuso entonces Ruiz Hui-
dobro, que, en presencia de la agresión inmediata de los
(1) Is^ Parte de Liniers al Princijte de la Pai (Col López).
Liimo VII. --ooniERxo de ruiz iiuidobro 409
inj>;lesei?, el primitivo plan adoptado debía modificarse, con-
tra vendóse no solamente á la reconquista de Buenos Aires,
sino a la defensa de Montevideo amenazado. Para lograr
ambos objetos, proponía que la columna expedicionaria se
redujese de 1,500 hombres a 000, y que de las fuerzas de
mar se quedasen 0 cañoneras para la defensa del puerto,
reemplazándose esa falta con los buques armatlos por
cuenta de particulares. La Junta aceptó estas conclusio-
nes, agregando que' el inminente peligro corrido por la
Plaza, requería la. presencia del Gobernador, cuya persona
debía sustituirse en el mando de la expedición reconquis-
tadora. Don Santiago Liniers, que veía en aquel dictamen
la sanción de sus primitivos proyectos, lo apoyó con calor,
produciéndose entusiasmado sobre el éxito de una inicia-
tiva iiimediata, y garantiéndolo, si se le confiaba el mando
de 4i¡.s tropas. Admitida la propuesta, ese mismo día 19
recibió Liniers su nombramiento de comandante en jefe,
llevando como segundo al capitán de fragata D. Juan Gu-
tiérrez de la Concha.
La oportunidad es propicia para trazar los rasgos más
s¡alientes del nuevo jefe de la expedición reconquistadora.
Liniers era francés de origen, nacido en el Poitou, con ge-
nealogía nobiliaria y militar. A los 12 años, fue paje
condecorado del Gran IMaestre de la Orden de Malta, y á
los quince volvía á Francia, colocándose contra su vocación
marina, y por instancias de un tío suyo, como subteniente
en la calmllería. Sin esperanzas de ascenso, y lleno de
compromisos, pasó á España en 1774, tomando servicio
en la escuadra, lo que le dió ocasión de distinguirse por
su valor y conocimientos, y la oportunidad de incorporarse
dos años después, como segundo comandante del bergantín
410
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Hopp, a la gran expedición de Ce va II os á estas regiones.
Vuelto a la Península, desempeñó satisfactoriamente diver-
sas comisiones de peligro, hasta que en 17 78 fue promovido
al puesto de segundo comandante de las fuerzas navales
del Plata, y desde entonces prosiguió aquí su carrera. So-
licitó y obtuvo el gobierno de Misiones, desemjieñándolo
poco tiempo, pues Sobremonte le sacó de allí j^ara ponerle
al frente de la escuadrilla destinada á proteger las costas
platenses, y en 180C le fue conferido, contra todos sus
deseos, el mando de la Ensenada de Barragan, donde debía
encontrarle la invasión inglesa ( 1 ). Contrariado hasta en-
tonces por la suerte, que le tenía oscurecido y pospuesto
á pesar de sus méritos, \úudo, pobre y cargado de hijos, con
ambiciones imjDerativas cuyo fracaso constante le arrojaba
íi la disipación, vino á hallar donde menos lo pensara y
cumplidos los 53 años, el camino de la celebridad y de la
gloria.
Modificado el plan militar vigente hasta entonces, sus
nuevos efectos se hicieron sentii’ sobre la elección del per-
sonal de combate. Novecientos soldados quedaban exclui-
dos de tomar parte en la expedición reconqiiistadora, y ese
hecho jn'odujo un conflicto. El batallón de milicias de in-
fantería de Montevideo se creía con derecho á ocupar en
masa el primer puesto, y así lo manifestó abiertamente.
El tercio de Catalanes argumentaba con haberse enrolado
á condición de tomar parte en la reconquista, y no enten-
día de otra cosa. Las filas del tercio de « Patricios Crio-
llos», se desgranaban, pugnando por enrolarse los soldados
á la primera fuerza que creían . destinada á marchar. Con-
(1) Núñez, Notk-ia.s históricas; in.
VII. — (ÍOBIEUXO DE RUI/ IIUíDOBRO
411
tra lo que suele suceder eii casos análogos, el Gobernador
se veía indeciso para constituir el contingente expedicio-
nario, porque sobraban hombres v ofrecimientos.
Por fin triunfó la disciplina. Ruiz lluidobro dispuso
que el cuerpo destinado á cruzar el río, se compusiera de
los voluntarios siguientes: 2 comixiñías de milicias de in-
fantería de Montevideo, por orden numérico; 2 compañías
de milicias de caballería de Colonia, 1 compañía de Cata-
lanes ó Miñones, y 1 compañía de infantería de marina.
La tropa de línea agregada debía constar de 1 compañía
de artillería, 1 compañía de infantería de Buenos Aires, 3
compañías de Dragones y 2 de Blandengues de la misma
procedencia. En cuanto á la admisión de marineros vo-
luntarios, era perfectamente libre, porque debiendo susti-
tuirse G embarcaciones, y reforzarse la flotilla destinada á
la policía del puerto, no se ponía límite al enrolamiento.
Los estados del personal expedicionario arrojan deta-
lles interesantes. Presentaban las dos compañías de mili-
cias de infantería de Montevideo, un efectivo de ioO pla-
zas, con la siguiente organización : compañía de granaderos,
capitán D. Joaquín de Cliopitea, teniente D. Juan de Ellaiiri,
alférez D. Juan Mendez Caldeira, con 57 plazas; — 1." com-
pañía, capitán D. Juan Balbín González Vallejo, teniente
D. Cristóbal Salvañacli, alférez D. Teutonio Mendez Cal-
deira, con 93 plazas ; abanderado, D. Manuel da Acosta
Agredano, y capellán D. Dámaso Antonio Larrañaga, que
desde Agosto de 1801, lo era del batallón y pasó á serlo del
ejército expedicionario. Los tenientes D. Jaime Illa, D. Je-
rónimo Olloniego y D. Jaime Ferrer, y el alférez D. Vic-
torio García de Zúñiga, se agregaron espontáneamente á la
2.^ compañía, pues aun cuando oficiales del cuerpo, no les
412
TJBKO \J1. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO
correspondía el turno para marchar. Tomó el mando de
este contingente, por antigüedad, el capitán González Va-
llejo.
Las dos compañías de milicias de caballería de Colonia
2)resentabaii un efectivo de 102 jdazas. Era cajRtán de la
Pedro Manuel García, rico hacendado que había
contribuido con éxito á la fundación de Bclctiy llevando
[)or teniente á 1 ). Martín de Albín, y á D. Manuel Luque
[)or alférez. Mandaba la 2 :' conij^añía I). Benito Chain,
llevando j)or teniente á D. Antonio Villalba, y á D. Casi-
miro Camacho 2>or alférez. Don Juan Bautista Rondeau,
a}mdaiite mayor del cuerpo, se incorporó también á sus
com2Da ñeros. Ciqw al ca2átáii García, el mando en jefe de
la fuerza. El uniforme de estos milicianos, que tanto debían
distinguirse, f.ué costeado 2^01* una suscrÍ2)ción popular que
encabezó en Colonia, Doña Francisca Huet de Pino, es-
2^osa del comandante militar, seguida de D. Juan de Alto-
laguirre, comandante del Resguardo, D. Juan de la Concha
y otros.
Los voluntarios Catalanes ó Miñones sumaban 120
2 ^ 1 azas, á órdenes del teniente de migueletes de Tarragona
D. Rafael Bofarull, como ca2)itán, y del alférez de ejército
D. José Gran, como teniente. En cuanto á la infantería
de marina, iba mandada 2)or D. Hi|>ólito Mordoille, francés,
de sobrenombre Jfa¡ uro arfe 2X>r la invalidez de una de
sus manos, y á quien los españoles llamaban indistinta-
mente Mordesilla ó el Manco, ea2)itáii del corsario es2)añol
Dromedario, El teniente de la coiujiañía ora D, Juan
Bautista Raymond, y el de ella se conq^onía do
73 individuos. Manifestaban estos dos 2^equeños cuerpos
un entusiasmo ardiente, reíiejo del sentimiento dominante
IJBRO VII. — GOBIERNO PE RUIZ IIUIDOBRO
413
en toda la población, pero que al individualizarse en ellos,
parecía acrecentar sus filas.
Constaba la tropa de línea, de los siguientes elementos :
1 compañía de artillería, capitán J), Francisco Agustini,
alfórez D. José de Elorga, capellán D. Rafael Zufriatcgui,
y guarda -parque D. Manuel Acuña de Figueroa, con
plazas; — 1 compañía de infantería de Buenos Aires, capi-
tán D. José Ignacio Gómez, teniente D. Francisco de Vera,
alférez D. Matías de la Raya, con 65 plazas; — 3 compa-
ñías de dragones de Buenos Aires, á órdenes del coronel
graduado D. Agustín de Pinedo, teniendo por ayudante
mayor á D. Manuel Garayo, á D. Ramón Vázquez por
segundo ayudante, y respectivamente por capitanes á D. José
de Espina, D. Florencio Núñez y D. Ambrosio Pinedo, con
216 hombres; —y 2 compañías de Blandengues de Bue-
nos Aires, á órdenes desús respectivos capitanes, con 174
'plazas.
I^a marinería y guarnición de los buques, había sido
quintuplicada. Ya se ha visto que el Gobernador no podía
disponer de más de un centenar de hombres, tripulantes de
las lanchas de servicio. Los particulares y el comercio se
encargaron de suplir esa deficiencia : aquéllos, por medio
de D. Juan Benito Blanco, D. Vicente María Fernández,
D. José Bartolomé de Larreta, D. Francisco Mariano de
Oñaag, D. Patricio José Beldón, D. Francisco Yáñez de
Castro, D. Juan Manuel de Larragoiti, D. Luis de la Ro-
bla y D. Bartolomé de la Vega, quienes á su vez se em-
barcaron como segundos comandantes de las lanchas ca-
ñoneras; y el comercio, por medio de D. Francisco Anto-
nio Maciel, á quien le fué cometido el enganche del numero
necesario. También concurrió á aumentar la tripulación
414
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
de los buques y dotación para el servicio de su artillería el
Regimiento de caballería urbana, suministrando buen con-
tingente. De este modo se agregaron 400 marineros volun-
tarios á los de línea, formando todos juntos un cuerpo de
500 tripulantes y soldados de los buques. Y sumando
estos hombres de mar, al contingente de 900 plazas que
componían los voluntarios y tropas de tierra, Liniers se
encontró al frente de una columna de 1,400 hombres para
la reconquista de Buenos Aires (1).
El 22 de Julio recibió Liniers orden de marcha, Ruiz
Huidobro le decía en ella : Quedo muy satisfecho que los
conocimientos militares de V. S., su celo por la religión,
por el mejor ser\dcio del Rey, y su amor á la Patria, le
proporcionarán la indecible satisfacción de libertar aquel
pueblo de la opresión en que se encuentra afligido, y vol-
verlo á la suave dominación de nuestro amado soberano,
libertando por ese medio á todo el Virreinato, expuesto á
caer en igual desgracia, si subsistiendo el enemigo en la
Capital, recibe refuerzos como es de esperar. » Liniers fijó
el día siguiente para romper la marcha por tierra. Su es-
tado mayor se componía de los ayudantes D. Hilarión de
la Quintana y D. Juan José Via monte, oficiales del Re-
gimiento de infantería de Buenos Aires, del Secretario-
escribiente D. Pascual Díaz Tenorio, del Asesor doctor
( 1 ) TnicmoH á la vista una copia autentica dcl estado de las fuer-
xaSy firmado en Colonia por Liniers n o de Agosto de el cual
da al cucí'jyo expedicionario de tierra^ sin incluirá Mordeille, ¡J0(> jda-
xas de pre y IS aventureros agregados. En cuanto al personal de la
marina, puede verificarse sin esfuerxo por los juirles de sus jefes, ijue
pasaba de oOO hombres; bien <¡ue la certificación de Espina le atri-
buya 700.
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ IIÜIDOBRO
415
D. Manuel Labardeii y del cirujano D. Angel Refoso, á
los cuales debía agregarse más tarde D. Juan Bautista
Fantín, alférez del ejercito francés.
El 23 desfilaron las tropas por el Portón de San Pedro
(hoy calle 25 de Mayo), en medio del mayor entusiasmo
del vecindario, que sin distinción de clases se aglomeraba
para despedirlas. Los hombres saludaban con grandes
aclamaciones ; las mujeres, enternecidas, agitaban sus pa-
ñuelos. Iba al frente de la columna, Liniers, radiante de
satisfacción, confirmando con su aspecto, el secreto presen-
timiento de la victoria que dominaba todos los ánimos. La
ciudad se sentía conmovida y orgullosa de aquella pri-
mera expedición lejana, intentada bajo sus auspicios, con-
tra los soldados de una nación poderosa que hollaban el
territorio común.
Cuatro días después se aprestaba á partir la escuadrilla,
>onipuesta de 5 zumacas y 17 lanchas cañoneras, particu-
lares y de guerra, armadas respectivamente con cañones de
9, 18, 24 y 3G, cuando se aproximó de improviso á tiro
de cañón una nave de guerra inglesa. Semejante intercu-
rrencia obligó á diferir la partida hasta la noche, en pre-
visión no solamente del peligro inmediato, sinó de las ten-
tativas que pudiera emprender Popham, quien utilizando
varias embarcaciones apresadas en Buenos Aires, blo-
queaba á Montevideo en aquellos momentos con 17 bu-
ques. La noche, que fue muy osciu’a, favoreció la salida
de la flotilla. Marchaba á vanguardia D. Hipólito Mor-
dedle, en 7 ó 9 lanchas, cuyos tripulantes no llevaban
otros víveres que media docena de galletas y una botella
de aguardiente por hombre. A pesar del fuerte viento Sur,
efectuóse la travesía sin otro contratiempo que la perdida
416
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUI/ ÍIUIDOBRO
de dos pequeñas embarcaciones particulares, obligadas á
varar en la costa para poner en salvo sus tripulaciones, y
al medio día del 2í^, fondeaban todos en Colonia.
Entre tanto, T^iniers a^'anzaba contrariado por el mal
tiempo, aunque favorecido por los auxilios (pie espontá-
neamente le brindaban las pobbiciones del tránsito. En
la tarde del 23 había llegado á Canelones, donde le
sobrevino un fuerte aguacero que le detuvo durante dos
días. El 20 vadeó el Santa Lucía en balsas improvisadas
con los botes que hizo recoger, por el teniente D. Ma-
nuel Pérez Castellano, hijo de Montevideo, llegando esa
tarde á San fJosé, que traspuso en la misina forma. El 27
llegó al Rosario y el 28 á Colonia, encontrándose con la
flotilla que ya estaba allí. Satisfecho de esa exactitud y
del refuerzo que le suministraron las dos compañías de
milicianos á órdenes de García, tuvo, sin eml>argo, que de-
tenerse á la espera de mejor tiempo, lo que ocasionó varias
escaramuzas entre los buques ingleses, aparecidos sobre el
puerto, y algunas naves de la escuadrilla, distinguiéndose en
ellas el teniente de fragata D. Jacinto Romarate, el de na-
vio D. Juan Angel Michelena, y los vecinos de Montevi-
deo I). Francisco Castro y D. Antonio Arraga, que mar-
chaban voluntarios en la expedición.
Cuando las tropas llegaron á Colonia, iban persuadidas
de que existían 3 ó 4,000 hombres armados en la opuesta
Banda, prontos á incorporárseles. Tan positivas eran las
seguridades trasmitidas á este respecto por -los agentes de
Buenos Aires, que si 15 días antes Ruiz Huidobro liabía
rebajado prudentemente en dos tercios el cómputo de aquel
personal, comunicaciones posteriores de la otra orilla, rec-
tificaban dicho cálculo. Estando así las cosas, llegó á Co-
UBHO VII. — GOBIEUNO DE ÍUTIZ UUIDOBHO 417
lonia D. Juan Martín Piiovn-edón, prosa del mayor abati-
miento, manifestando puldioamonto al comandante en jefe
que no esperase socorro alguno de Buenos Aires, pues el
desastre de Perdriel había desbaratado las fuerzas reunidas
para auxiliarle. La noticia era inesj)erada, así es que los
oficiales reunidos al rededor de Liniers, buscaron en su
rostro la impresión que le producía. Pero este, con sem-
blante risueño, respondió a Pueyrredón : « No importa,
nosotros bastamos para vencer á los ingleses. >> ( 1 )
La respuesta fue saludada con júbilo por los circuns-
tantes, y cundió entre las filas produciendo el mejor efecto.
Pero el tiempo, conjurado contra la expedición, parecía ne-
garse á acompañar aquellos entusiasmos. Liniers, sin em-
bargo, daba la última mano á sus disposiciones, trazando á
los cuerpos el orden en que, una vez traspuesto el río, de-
bían^efectuar el desembarco. Los Miñones, divididos en
dos grupos de 00 hombres y 1 obús c*ada uno, ocuparían
los dos extremos de la línea. Después seguirían por su
orden 106 dragones y lOO milicianos de Colonia, la I."*
compañía de Voluntarios de Infantería de Montevideo con
2 piezas, lOO blandengues, la 2.*^ compañía de Infantería
de Montevideo y la compañía de Infantería de Buenos
Aires; constituyendo la reserva 1 compañía de dragones
y otra de blandengues con 1 cañón. Don Victorio García
de Zúñiga, con 74 milicianos de ( -olonia, fue nombrado es-
colta de municiones.
El 1.® de Agosto proclamó el comandante en jefe á las
tropas, prometiéndoles partir al primer viento favorable,
y recomendando orden, subordinación y disciplina, así
(1) 7 en los J). de P,
I>oM. Esp. — II.
418
LIBnO Vir. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
como la humanidad con los vencidos. Advertía, además,
« que si contra sus esperanzas, algunos, olvidado¿^ de sus
principios, vohdesen la cara al enemigo, estuvieran en la
inteligencia que habría un cañón á retaguardia cargado de
metralla, con orden de hacer fuego sobre los cobardes fu-
gitivos. » El día 3 estaban reunidas todas las tropas y
embarcados sus equipajes. A media tarde entraron los sol-
dados á bordo, y se movió la escuadrilla liasta San Gabriel,
después de espantar una fragata inglesa, fondeada á la boca
del puerto. Hasta las 6 de la tarde estuvo la escuadrilla
en aquella disposición, rompiendo al fin su marcha defini-
tiva á esa hora, combatida por fuertes chubascos de viento
y agua. Eit el tránsito, casi chocaron con otra fragata ene-
miga, enmendando el derrotero gracias á una inesperada
claridad de luna.
Al amanecer descubrieron á Buenos Aires, y la escuadra
inglesa fondeada fuera del banco de la ciudad. Iba la flo-
tilla expedicionaria dispersa, por el viento S. E., las aguas
altas y la mar picada, habiéndole estorbado hacer señales^
el temor de orientar al enemigo. El día puso fin á aque-
llas incertidumbres, volviendo á juntarse el convoy, menos
1 balandra con 70 milicianos de Colonia y 1 lancha par-
ticular artillada que se incorporaron más tarde. Persua-
dido Liniers de que el desembarco en los Olivos era arries-
gado, cambió inmediatamente de plan, indicando el puerto
de las Conchas, adonde se dirigieron todos los buques á la
primera señal, sin preocuparse de una nave inglesa, cuyos
disparos no alcanzaron á ninguno. A las 9 de la mañana
de ese día 4 de Agosto de 1806, , fondeaba el convoy
dentro del puerto de las Conclias, y una hora después,
estaban en tierra, toda la tropa y la artillería, compiKíSta
libro vil — gobierno de ruiz huidobro
419
de 20 obuses y í> cañones ( l ) . eomandante en jefe se
diri«-ió con la mayor prontitud u tomar la altura de la
Punta, V media legua más allá campó en buen sitio.
Al saltar en tierra, se tuvo aviso que salía de Buenos
Aires una columna enemiga de 500 liombres con tren vo-
lante. Para recibirla ventajosamente, Liniers quiso des-
plegar todas sus fuerzas disponibles, utilizando las tri-
pulaciones y soldados de los buques, pues si la escua-
drilla hasta entonces lialna prestado un concurso decisivo,
de ahí en adelante sus operaciones se hacían difíciles. Or-
denó, pues, á Gutiérrez de la Concha que se le incorporase
con el mayor número de gente, quien lo ejecutó desembar-
cando tres'grupos, compuesto el piimero de 80 marineros
de línea al mando del teniente de navio D. Juan Angel
Michelena y del de fragata D. Cándido Lasala, y los otros
dos impuestos de marilieros y soldados voluntarios, á ór-
denes de Mordedle, y los capitanes particulares D. Anto-
nio Arraga y D. Prudencio I\Iurguiondo, con un efectivo
que llegaba hasta el número de 240 individuos. Esta
fuerza de 320 hombres, se incorporó aquella misma tarde
al ejército, y Liniers, después de agregarle una de las com-
pañías de dragones montados, que traía consigo, la orga-
nizó como cuerpo de reserva, dándole á Concha su mando
en jefe.
La noche cerró muy oscura, y el ejército se mantuvo
durante toda ella sobre las armas. Cubría uno de sus flan-
cos el cerco de una chacra, quedando por los demás lados
( 1 ) Se equivoca Outiérrex fie la Concha diciendo que el desembarco
se efectuó el dia 5 , pues iodos los demás partes oficiales y memorias
relativas al hediOt afirman contestes que fue el dia 4,
420
LIBRO VIL — (ÍOBIERXO DE RUIZ HUIDOBRO
ex 2 )uesto á una intemperie rigorosa. Al amanecer, al)an-
donó aquella jiosiciun incómoda, marchando en» dirección
á San Isidro, que atravesó jior entre las aclamaciones de
sus habitantes. Acamjió en los arrabales del pueblo, donde
fueron dados á reconocer D. Juan Gutiérrez de la Con-
cha como 2.® jefe, y D. José de Córdova como jNIayor Ge-
neral. Los avisos que allí se recibieron solire la situación
del enemigo, eran cada vez más alarmantes. Se aseguraba
que los ingleses, emboscados en gran número [lor aquellas
inmediaciones, meditaban una sorpresa. Esto hizo impo-
sible el descanso, obligando al ejercito á pasar sobre las
armas una segunda noche, más oscura, lluviosa y cruel que
la anterior.
Al siguiente día 0, arreció el temporal, por lo que Li-
niers se vió obligado á alojar las tropas en San Isidro,
mientras reforzaba sus avanzads pW'a prevenir a cualquier
eventualidad. Duró aquel tiempo recio del S. E., los días
C, 7 y 8, sintiéndose sus efectos de un modo general. Los
ingleses perdieron 5 de sus lanchas cañoneras y varios
botes, lo que produjo absoluta incomunicación entre sus
tropas de tierra y las de mar. Así es que Pojiham recibió
con alborozo la primera carta de Beresford después del
temporal, siquiera le proporcionase ella un desahogo á sus
inquietudes. El comodoro, sin embargo, no se forjaba gran-
des ilusiones sobre la situación. « El alto concepto que Yd.
tiene de sus tropas — decía á Beresford — me convence do
que lo merecerán completamente, cuando el enemigo les de
una bella oportunidad de manifestar sus proezas.» Luego,
hablando de sí mismo, agregaba: Necesito clavos y tablas,
y no tengo jian para más de tres días. No hemos de recu-
perar nunca la perdida de una lancha. lh‘ dispuesto (jue
LIBRO VIL — (lOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
421
se apresen dos d tres buques pequeños, sean de la nación
que fueren, para artillarlos con piezas de á 24 y atrinche-
rarlos con cueros. Es necesario que saquemos algunas de
nuestras carroñadas del Tritón y hagamos el mejor apa-
rato posible, por temor de algún ataque de los desespera-
dos de Montevideo. » ( 1 )
En San Isidro encontró el ejercito reconquistador una
situación más cómoda. Las autoridades y vecinos, con la
mejor buena voluntad, proporcionaron ganado para el ali-
mento. Se incorporaron allí, 147 voluntarios á pie, con-
ducidos por D. Pedro Casanova, D. Tomás Castellón y
D. Cristóbal Olive, y 40 ó GO paisanos á caballo, que al
mando del alférez 1). Juan Terrada, emprendieron el útil
servicio de mantener avanzadas á larga distancia. Conde-
nado á un acantonamiento forzoso, el ejército esperaba con
áninw varonil, la ocasión de entrar en fuego. Todo el día
\N 7 lo empleó en limpiar sus armas.
Cesó por fin el temporal, amaneciendo sereno el día 8.
Pero el fango obstruía los caminos, y la falta de caballos
dificultaba el movimiento de la artillería. Nuevos é insis-
tentes avisos le llegaron al comandante en jefe sobre la
disposición de las tropas enemigas, intentando disuadirle
de atacar la ciudad. La mayor parte de estas noticias pro-
venían de Sentenach y sus compañeros de conjuración,
quienes, después de la derrota de Perdriel, habían perdido
la cabeza. Poseídos del mayor desaliento, rogaban al jefe
de la expedición reconquistadora, que se alejase de Buenos
Aires, donde encontraría su tumba y la de ellos. Creían
prudente y patriótico diferir la empresa hasta que el con-
(1) Correspondencia entre Popham p Beresford (Col Coronado).
422
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ MUÍÜORRO
curso de mayores elementos disponil)les la luciesen viable.
Liniers, que conocía el espíritu de las tropas á sus órdenes,
se encogió de hombros ante aquellas insinuaciones. El día
9 rompió su marcha sobre Buenos Aires, campando á po-
cos kilómetros de la ciudad, en el paraje denominado La
Chacarita.
Radiante amaneció el día' 10, que era domingo. Larra-
naga, capellán mayor del ejercito, lo tenía designado con
antelación para solemnizarlo, como obligación cristiana y
precedente auspicioso del combate que debía librarse en
breve. Muy temprano se improvisó el rustico altar, á cuyo
frente y flancos formaron las tropas. La intemperie y las
lluvias habían atezado los rostros y envejecido los unifor-
mes; pero ese hecho, contrastando con la brillantez de las
armas y la precisión de los movimientos, acentuaba en las
filas el aspecto severo y marcial. Aquella ceremonia reli-
giosa, á la víspera del instante en que la suerte de la guerra
iba á fijar los destinos del Río de la Plata, tenía en la
grandeza de su propia sejjcillez, algo que rememoraba la
fe de los antiguos cruzados. Desde el general en jefe, que
ya debía sentir .la abrumadora responsabilidad de su cargo,
hasta el último soldado, factor anónimo, pero, indispensa-
ble de la jornada del día siguiente, todos se inclinaron su-
misos, cuando abatidas las banderas y arrodillados los
hombres, fue ofrecido el liolocausto.
Concluida la misa se puso en marcha el ejército, con
runi])o á los corrales de Mi.^crrrc (hoy plaza 11 de Sep-
tiembre), arrabal de Buenos Aires, donde llegó á las 10
y 1/2 de la mañana. Allí se presentó el ya conocido 2.“
comandante de Blandengues, D. Antonio de Olavarría, con
unos pocos vecinos de Lujan que conducían el pendón de
i.muo VII. (joihk¡:no i»k nviz huidouiío
123
la Villa; y también ne pressentarou algunos paisanos pi-
diemio armas, (jue no se les pudo suministrar por falta de
ellas. Liniers formó el ejóreito en batalla, y después
entregó á su ayudante D, Hilarión de la Quintana un ofi-
cio para el general inglós, á quien intimaba rendición, dán-
dole quince minutos para decidirse, La justa estimación
debida al valor de V. E. — le decía, — la generosidad de
la nación española, y el horror que inspira á la humanidad
la destrucción de liombres, meros instrumentos de los que
con justicia ó sin ella emprenden la guerra, me estimulan
á dirigir á Y. E. este oficio, para que impuesto del peligro
sin recurso en que se encuentra, me a\íse en el preciso
termino de (|u¡uce minutos, si se llalla dispuesto al partido
desesperado de librar sus tropas á una total destrucción, ó
al de entregarse á la discreción de un enemigo generoso.»
«instaba Beresford conferenciando con una reunión de
notables, compuesta del Obispo y varios miembros del co-
mercio, cuando llegó Quintana, presuroso de obtener au-
diencia,’ y como no la consiguiese de inmediato, le pareció
oportuno volverse. Nuevamente despachado á su destino,
fue recibido sin demora por el general ingles, quien con-
testó á la intimación diciendo : < que se defendería hasta el
caso que lo indicase la prudencia. » ( 1 ) A las 4 de la tarde se
recibió esta replica, en que no brillaban muclias esperanzas
de éxito. El día estaba fresco, las tropas reconquistíidoras
muy decididas, y la posición que ocupaban, rodeada de
casas y pequeñas alturas, era desventajosa. Liniers se pro-
puso subsanar la dificultad aprovechando el buen ánimo
de los suyos, durante las horas hábiles que restaban. De-
ll) Primer paHe de Linicris (citado).
424
LIBRO VIL — GOBIERNO DE líUIZ IIUIDORRO
terminó, en consecuencia, ocupar la plaza del Retiro, donde
estaba situado el parcjue de la ciudad, a poca distancia de
la Fortaleza.
Una guerrilla del tercio de ISIiñones de ISIontevideo se
adelantó á reconocer la posición, volviendo muy luego con
2 prisioneros, y la noticia de que 200 ingleses sostenían el
puesto. Liniers destacó entonces sobre el Retiro al cuerpo
todo, apoyado por 2 obuses y la compañía de infantería de
Buenos Aires, ordenando que les siguiese el ejercito ápaso
de carrera. Al dirigirse el comandante en jefe á estimular
el cumplimiento de su propia orden, se le aproximó un
oficial de blandengues de Montevideo, comisionado por
Ruiz Huidobro j)ara ser portador del parte de la victoria,
según expresaba el oficio que ju'csentó. Era el ayudante
mayor D. José Artigas, que sobreponiéndose á una fuerte
dolencia, llegaba á tiempo de incorporarse al combate.
El camino que conducía de ^liserere al Retiro, estaba
encharcado por las lluvias recientes. La infantería lo cruzó
en muchos trechos con el barro á. la rodilla, apoyándose en
los fusiles para no caer. El arrastre de la artillería fue ob-
viado con la cooperación de los paisanos, que en defecto
del concm'so bélico ofrecido aquella mañana, prestaron
ahora el de sus brazos para empujar los cañones. Mientras
el grueso de la columna se movía, los Miñones, llevados de
su ardimiento, habían traspuesto antes (pie nadie la dis-
tancia entre Miserere y el Retiro, desalojando á los ingle-
ses de este último punto, por medio de una vigorosa carga
á la bayoneta, después de causarles 8 muertos, o heridos y
2 prisioneros. Al ruido del tiroteo, ocurrió Beresford á
sostener los suyos con una columna de 400 á o 00 hom-
bres y 2 piezas; pero flanqueado por las compañías de Vo-
IJBRO VII. — GOBIERNO DE RUÍZ IIUIDOBRO 425
hiutarios de IMonte video á órdenes de González Vallejo,
que con 1 obús de á 36 al mando de Agustini, venían á
marcha redoblada, fue batido y obligado á retirarse, con
pérdida de 30 hombres, entre ellos el capitán de su arti-
llería, y abandono de 1 cañón.
El primer impulso de Liniers, al verse dueño del Re-
tiro sin pérdida de un hombre, fue ultimar el triunfo, car-
gando sobre los ingleses, que precipitadamente se habían
reconcentrado en la plaza mayor ( hoy de la Victoria) y
enfilado sus avenidas con 25 cañones, 5 morteros y 4 obu-
ses. Pero la consideración del cansancio que debía domi-
nar sus tropas y lo avanzado de la tarde, modificaron aquel
arranque del comandante en jefe. Desistiendo del primi-
tivo plan, ocupó las avenidas del Retiro con 5 piezas, y esta-
bleció guardias y centinelas dobles hasta unos 250 metros
á ví<2guardia. Reconocidos los almacenes del parque, donde
el enemigo había destruido cuanto le fue posible, se en-
contraron dos cureñas de á 18, que sirvieron al día si-
guiente para montar dos cañones de ese calibre, desembar-
cados de una de las lanchas cañoneras. El ejército pasó
la noche sobre las armas, á la intemperie y sin co-
mer ( 1 ).
Esa noche se presentaron á Liniers, D. Felipe Sen-
tenach, D. Juan de Dios Dozo y D. Tomás Valencia,
portadores de un Memorial ofreciendo sus servicios, y los
de 600 hombres con divisa encarnada y blanca, que decían
tener prontos para batirse « por la Religión, el Rey y la
Patria:/. Desde la tarde, andaban en diligencias para ver
(1) Diario de Gonzálcx- Vallejo {Col Liópez}.— Detalles sóbrela mar-
cha de las fuer^Ms que reconquistaron á Buenos Aires (Col Coronado).
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RIJIZ IIUIDOBRO
-12(í
al coniaiulante en jefe, con el designio de ponerle en guar-
dia contra los planes secretos de los ingleses;,^pero como
al trasladarse al campo reconquistador encontrasen las
tropas en marcha de Miserere para el Retiro, creyeron
adecuado postergar su visita hasta momento más oportuno.
Ocupado el Retiro por Liniers, carecían de importancia
prospectiva los anteriores planes secretos de Beresford,
cuya practicabilidad había fracasado, ó se revelaba en sus
liltimas medidas. Fue con tal motivo que Sentenach y sus
compañeros sustituyeron el primer proposito por la oferta
escrita que venían á hacer. Pero si la hora y las circuns-
tancias eran inadecuadas para tramitar expedientes, la si-
tuación por su j)arte excluía el gasto de ritualidades, en
ofertas que estaban aceptadas de antemano. Liniers, sin
embargo, recibió cortesmente á los peticionarios, y les de-
volvió la solicitud con un decreto aprobatorio.
El ofrecimiento actual y la rápida reseña de sus ante-
riores trabajos, darían oculto motivo al comandante en jefe
para aplaudirse de no haber secundado los planes de los
conjurados, cuando al pasar por Buenos Aires de tránsito
á Montevideo, le instaban á quedarse y emprender la re-
conquista con sus solas fuerzas. Si los desmoralizadores y
contradictorios avisos recibidos en el trayecto de Colonia
á San Isidro, no hubiesen sido prueba irrefutable del aplas-
tamiento de ánimo producido en la costa meridional por
la invasión inglesa, el exiguo concurso proyectado cuando
la expedición reconquistadora campaba triuufanto á 1,000
metros del enemigo, argüía que la iniciativa popular estaba
muy amortiguada. Poco más de 200 hombres del pueblo,
era todo lo que hasta entonces se había incorporado á las
fuerzas de Liniers, y la oferta de otros 000, cuya autori-
127
UBUO Vil. - íí^iBlKRNO l)K tíVIZ IIUIDOURO
íiu'ióii jwra rtHUÚrlojí stí le |kn.Iúi á el misino, dalmn la
norma del espíritu dominante,
I.,a vt*rlK>sidad difusa de Sentenaeh, ha dejado, con las
trazas de aquella eonfereneia nuetuma, el j>erfil de la situa-
ción «le Huenos Aires hasta el día 10. Apenas se tuvo
noticia exacta del avanw‘ de la exjKxlieión reoonquistadoni,
l«ís zapuloR's que trabajaban la mina para volar el Fuerte,
dm^taron esa labor peligrosa, temiendo ser descubiertos.
Abíuulonada así en la ciudad la única empresa de coojic-
ración material a la reconquista, se limitaron los conjura-
dos á Recoger noticias y versiones circulantes entre los
ingleses. El enemigo, que estaba en igiral disposición de
ánimo, optó por idéntico temperamento en provecho pro-
pio ; de modo que los espías de unos y otros solían encon-
trarse, produciendo c’onfusión en los informes. De ahí los
di%^;rsos y contradictorios avisos á Liniers, el último de
los cuales, sin embargo, aunque tardío, apareció confirmado
|>or los liechos, pues la defensa de Beresford se circunscri-
bió á la plaza mayor, tal como decía Sentenaeh tenerlo
por seguro con anticipación ( 1 ).
Como quiera que fuese, el combate del Retiro asumía
gran significación moral. Beresford había sido batido y
dessilojado de sus jx)siciones de vanguardia, obligándosele
á adoptar una defensiva reducida á la plaza mayor y los
eilificios dominantes en sus alreiledores, sin otro punto de
apoyo j)ara favorecer la resistencia ó cubrir una retirada
[)or mar, que la Fortaleza artillada con 3o piezas. lániers
pensó que se planteaba el problema de batir en brecha al
enemigo, y en ese conc*epto cambió ideas durante la noche
(1) Diario de Sentenaeh (citado).
428
LIBRO VIL— GOBIERXO DE RUIZ ItUIDOBRO
del 10 con los principnles jefes. Mientras se debatía entre
ellos el caso, acentuábase la convicción del triunfo en las filas
del ejercito, y esa convicción, trascendiendo ’poi’ docpiiera,
debía llevar al exterior, con la noticia del ultimo combate,
las esperanzas de una pronta y decisiva victoria.
El día 11 se hicieron sentir los efectos de aquella ani-
mosa actitud. Muy de mañana se presentó en el Retiro el
cadete de milicias de Montevideo I). Juan N. Vázquez, á,
quien por su edad llamaban los montevideanos Juanciio
Vázquez, y cuya intrepida conducta en la defensa del
puente de Barracas contra los ingleses, le había granjeado
calorosas simpatías. Traía á sus órdenes 150 voluntarios
á pie, ostentando la bandera blanca y roja de los conjura-
dos de Perdriel, jiero la mayor parte desarmados. Tras de
el vinieron 20 milicianos de Colonia, pelotón rezagado con
motivo de los contratiempos del vlltimo temporal. Comjia-
recieron támbién al campo reconquistador, 100 soldados
que estaban escondidos en la ciudad, y unos 150 blanden-
gues de Buenos Aires, además de varios pequeños grupos
reclutados por Sentenach y bastantes mujeres y niños del
pueblo. Debido al nuevo concurso de voluntarios y solda-
dos, el personal del ejercito se elevó á unos 1,900 hombres.
Preocupado Liniers de la actitud de Popham, cuyos bu-
ques hacían continuas señales á la Plaza, quiso dividir la
atención del enemigo, fingiendo un ataque á su escuadra.
Para el efecto, previno al teniente de navio D. Juan de
Vargas, que saliese a simularlo con todas las cañoneras
disj:>onibles. Popham, ad virtiendo el movimiento, avanzó
las zumacas Belén y Dolareis, artilladas con 10 piezas
cada una, que se acoderaron á tiro de cañón del campo re-
conquistador, obligando á Liniers á oponerles una batería
UBKO vn. — GOBIKUNO DK RVIZ HUIDOBRO 42Ü
provisional desde tierra. Dirigidos los fuegos de ella so-
bre una lauelui oiiemiga, la obligaron á niiular de posición.
En seiíuida los dirigió sobre una fragata próxima., cuyos
disparos hirieron á los reconquistadores un oficial y un
soldado; pero le fue derribado el pabellón británico, que
cavó al agua como presagiando el próximo desastre de sus
defensores.
En estas hostilidades transcurrió el día 11. Liniers ha^
bía adoptado, durante el, un plan definitivo de ataque por
tierra y mar, destinado á realizarse al día siguiente. Su
])ropósito era cortar al enemigo toda retirada, evitando que
se embarcase de noche, con el caudal depositado en el
Fuerte, y después de haber intentado algíin saqueo, segím
lo deducía de sus informes. Dispuso, en consecuencia, la
marcha del grueso de la reserva con destino á San Isidro,
yoí^Jen de trasladarse desde allí al puerto de las Conchas,
\\ para embarcarse en los buques mayores y venir por el río
á hacer efectiva la combinación ])royectada. Pero dificul-
tades imprevistas obstaron á que se reuniese el convoy de
carretas para la traslación de las tropas á San Isidro, y
nuevas sospechas de que el enemigo se proponía traer á
su vez un doble ataque por tierra y mar, indujeron á dife-
rir la operación hasta la mañana próxima.
Mediando semejantes incertidumbres, amaneció el día
12. Una neblina invernal cubría la ciudad. Los miñones
de Bofarull y los marineros de Mordedle formaban las
avanzadas del ejército, á 250 metros de la plaza mayor, ocu-
pando algunas casas bien situadas. Poco después de ama-
necer, descabezó una columna inglesa por el bajo de las
barrancas, en aire de ataque. Rompieron sobre ella sus fue-
gos las avanzadas, cuyas guerrillas, protegidas de la nie-
430
LIBRO VIJ. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO
bla, se corrieron á la desfilada por las aceras, ganando
terreno con audacia. La columna enemiga desplegó tam-
bién sus guerrillas, para rejdegarlas muy luego y ponerse
en retirada. Al ruido de las descargas, los marineros y
soldados, voluntarios y de línea, (jue estaban formados á
la espera de una próxima marcha á San Isidro, intentaron
unirse á los combatientes, costando gran trabajo contener-
los. Sin embargo, un buen numero de ellos coi'rió a mez-
clarse con las avanzadas, aumentíindo el personal entu-
siasta que se batía por cuenta propia.
Liniers, después de haber recorrido las filas, cerciorán-
dose del ansia de combate que dominaba todos los ánimos,
creyó imiDrudente malograr el entusiasmo de sus tropas, pos-
tergando la batalla. Manifestó entonces al segundo jefe del
ejercito que estaba resuelto á llevar el ataque á los ingle-
ses, con todas sus fuerzas divididas en tres columnas, re-
servándose la de la izquierda, y dando respectivamente á
Concha y al coronel D. Agustín Pinedo, el mando de las
del centro y derecha. La artillería debía preceder este
avance, barriendo el camino y apoderándose de la del ene-
migo, j^ara encerrarlo en el Fuerte y batirlo en brecha.
Concertado el plan entre el 1.'' y jefes del ejercito, se
envió en busca de Pinedo y de algunos otros oficiales su-
2 ^eriores para oir sus opiniones. Esto sucedía á las 0 de
la maílana; el ataque estaba proyectado para las 12, y junto
con el ayudante que partía á buscar los jefes indicados,
vino parte de las avanzadas pidiendo refuerzos de gente y
municiones, para apoderarse de un cañón enemigo, cuya
dotación había sido batida. En presencia de aquella ini-
ciativa, Liniers se vio obligado á modificar nuevamente sus
planes, ordenando el avance inmediato de todo el ejército.
uimo VII. — (íoniKRNo in : ruiz iiuidobro 431
Lu noticia ouiulió rápiilainonte. Por todas partes se le-
vantaron gritos ele ¡avancéis! ¡avancni! proclueieiulose
una confusión, en que cada cual pugnaba por llegar pri-
mero al sitio de'l j»eligro. La oaliallería de milicias de Co-
lonia se lanzó á la carga, entrando la L‘ compañía al
mando de D. Pedro ]\[anuel García por la callo do las Ca-
talinas, seguida de 2 cañones; mientras la 2.'* comjiañía al
mando de D. Benito Chain, seguida de otras 2 piezas a
órdenes de D. Francisc*o Agustini, entró por hi calle del
Correo; ejecutando ambas con tal decisión el movimiento,
que cuando los artilleros ingleses apostados ch las boca-
calles de la plaza mayor, lo advirtieron, ya estaban encima
García y Chain.
Tániers, seguido de la mitad del ejercito y el tren vo-
lante, se adelantó por la calle de la Merced (hoy Pecon-
qui^i), dejando a Concha de reserva con el resto de las
tropas y los cañones de batir. En aquella disposición, llegó
hasta tres cuadras de la plaza ma}^or; pero viendo el fuego
comprometido })Or todas partes y las avanzadas reconquis-
tadoras casi cortadas, hizo mover la reserva, fraccionando
el ejercito en seis divisiones con 1 pieza de artillería cada
una, á fin de que fuesen atacadas al mismo tiempo las ca-
lles de la. ]\Ierced, Catedi'al (hoy San Martín), Torres,
Cabildo, Santo Domingo y S. Francisco, conducentes á la
plaza. Al recibir la orden respectiva, no tenía el jefe de la
reserva caballos ni caiTuajes para transportar la artillería;
pero apenas insinuó la marcha, se apoderaron de las piezas
varios grupos de paisanos y muchachos de la ciudad, arras-
trándolas con una celeridad increíble.
Las seis columnas de ataque desembocaron simultánea-
mente sobre la plaza mayor. El enemigo, acantonado en
432
LIBRO VU. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
los altos del Cabildo y azoteas de la Recoba, mantenía
además, al abrigo del pórtico de la Catedi*al, un cuerpo de
reserva. Rodeado de sus ayudantes, bajo el arco grande de
la Recoba, dirigía Beresford personalmente las operaciones,
con la espada desenvainada. El vigoroso ímpetu de los
reconquistadores no se contuvo por el fuego nutrido y cer-
tero con que los recibieron los ingleses. Concha, seguido de
los marineros de línea al mando del teniente de fragata
1). José Ppsadas, de la compañía de González Vallejo y
de una parte de los voluntarios del cadete ^"azquez, forzó
la puerta traviesa de la Catedral, y se hizo dueño del punto,
desalojando la reserva situada bajo el pórtico y apoderán-
dose de 1 cañón del enemigo. Liniers, atravesado el uni-
forme por tres balazos, asaltó y ocupó otros edificios domi-
nantes en los alrededores de la plaza mayor. Iguales posi-
ciones conquistaban los granaderos de Chopitea, que con la
compañía de infantería de Buenos Aires habían entrado
por la calle de S. Francisco, así como los blandengues y
demás secciones de tropa, obeileciendo el orden designado
al iniciar el ataque. Envueltos los ingleses del Cabildo en
un círculo de fuego, no pudieron resistirlo, y se replegaron
á la azotea de la Recoba, p^ira continuar batiéndose junto
con sus. compañeros.
Entonces D. Benito Chain tuvo la inspiración de la vic-
toria. Consultó á las fuerzas de infantería que le rodeaban,
si estarían dispuestas á apoyarle para atacar al enemigo, y
obtenida la conformidad, se lanzó al frente de su compa-
ñía, derecho al arco grande de la Recoba, cuyos pilares
hubiera tocado con la punta del sable, á no romperle la
hoja una bala. Ti'as de él se precipitaron todos, desbor-
dándose sobre la plaza mayor, infantes y jinetes. Beres-
LIBRO VIL— OOBIKRNO DE RÜIZ UUIDOBRO
483
fortl, á cuyo lado acababa de caer m amigo y secretario
KeDiiet, y que ya había perilido al teniente Michan del 71
y 5 oficiales gravemente heridos, contemplo un instante
aquella irrupción que todo lo arrastraba. En seguida volcó
la espada sobre el brazo izquierdo, y á esta señal, precur-
sora de un agudo toque de clarín, los ingleses se replega-
ron á paso de trote sobre la Fortaleza, perseguidos por los
reconquistadores. La confusión inherente á la retirada de
los unos y al avance de los otros, produjo combates perso-
nales y rasgos heroicos. Don Juan Martín Pueyrredón
arrebató una banderola j^erteneciente al 71, y una mujer
argentina, Manuela la Tucumana, mató un soldado ene-
migo, cuyo fusil ju'esentó á Liniers, recibiendo en premio
el empleo de alférez.
La retirada de los ingleses se efectuó, empero, con
tochija serenidad que podía exigirse en momento tan crí-
^^tico. Beresford fue el último de los que entró en la For-
taleza, cerrándose el puente levadizo tras de él. Pero los
reconquistadores, aproximados al rastrillo, empezaron á
pedir á gritos el asalto. Mordedle y sus marineros corres-
j^ondieron á la insinuación, apareciendo con escalas de ma-
dera que se habían proporcionado en las casas inmediatas.
El asalto era inevitable, y Beresford se consideró vencido.
Sus oficiales más próximos, influenciados por igual senti-
miento, asomáronse al borde de la muralla, agitando pa-
ñuelos blancos. Un instante después se enarbolaba la ban-
dera de parlamento, que los reconquistadores, ciegos por el
humo de sus propios fogonazos y enardecidos por la gri-
tería general, no pudieron ó no quisieron ver. Sin embargo,
transcurrida media hora, D. Juan Bautista Raymond, te-
niente de Mordedle, fue á comunicar el hecho á Liniers,
484
UBRO Vir.— CÍOBIBRXO DK RIJIZ llüIDOniíO
quien despachó inmediatamente á su ayudante 1). Hilarión
de la (¿uintana, como parlamentario. Rayinond, « para
abreviarla cosa», según sus propias palabras, tomó un
tambor y se echó tras de Quintana ( 1 ).
Penetraron ambos en la Fortaleza preguntando por l>e-
resford, á cuya presencia fueron conducidos. El oficial par-
lamentario, en nombre del comandante en jefe, intimó al
general ingles que se nn diese á discreción. Llanamente
aceptó Beresford aquella dura cláusula ; pero como el fuego
y la giátería popular prosiguiesen, se dirigió, instado por
sus oficiales y seguido de Quintana y Raymond, al borde
de la muralla, con ánimo de aquietar la multitud. Estaba
al pie del muro D. Hipólito jNIordeille, arengando á los
circunstantes con palabras que denunciaban su origen na-
tivo. Beresford lo interrogó desde arriba, preguntándole
en francés si su vida corría peligro. Luego, encarándose
con la multitud, gritó dos veces en portugués: maiíi
forjo! mientras sus oficiales hacían señas confirmatorias de
la rendición, y Quintana anunciaba que ella era im hecho.
Pero como nada de esto apaciguase el tumulto, un oficial
ingles tomó la espada de Beresford y la arrojó á los asal-
tantes. Mordeille se apoderó de ella, reteniéndola breve
rato; pero de orden de Quintana la devolvió, valiéndose de
una improvisada cuerda de pañuelos que la hicieron llegar
hasta su dueño.
Entre tanto, la Fortaleza había sido escalada por varios
puntos, á los gritos de que se enarbolase la bandera espa-
ñola. En aquella confusión, y con ánimo de sei*enarla.
(1) Información snimnia sifbrc la cajninlarión tic Jkrcsfonl (Col
Coroiiíi(lo).
LIBRO VIL — GOBIERNO DE KUlZ líUIDOBKO
435
Quintana ordenó el retiro de las tropas reeonquistadoras,
algunas de las cuales obedecieron la consigna ; pero los ma-
rineros voluntarios y paisanos armados, con cuya sumisión
no podía contarse, mantuvieron su actitud hostil, mientras
seguían deslizándose dentro de la Fortaleza, según lo per-
mitían las escalas disponibles. Fue de este número el cabo
Vicente Gutiérrez, tripulante de la goleta Paz^ quien lle-
vaba consigo una bandera española. Aproximándose á
Beresford, se la enseñó con el manifiesto deseo de tremo-
larla. De acuerdo ambos, izó Gutiérrez la bandera de Es-
paña en la h^ortaleza, a cuya vista rompieron los recon-
quistadores en vivas entruendosos. Desde aquel momento
cambió la actitud de todos. Retiráronse los ingleses que
aun permanecían en los baluartes, y las fuerzas asaltantes,
sin excepción de procedencia, acataron las órdenes impar-
tida por los jefes.
Los ingleses, á pesar de ello, se resistían á dejar caer el
puente levadizo, pidiendo que antes de hacerlo se despejase
totalmente la plaza. El coronel Córdova, Mayor general del
ejercito, seguido de Mordedle, penetró entonces en la For-
taleza, y enfrentándose con Beresford, le manifestó que si
inmediatamente no salía á presentarse á Liniers, « aquello
lo creía inacabable » . Pidió el ingles garantías contra el
furor de las tropas victoriosas, á lo que replicó Córdova
que le gTirantía la vida con la suya propia. Satisfecho de
la declaración, el general prisionero, acompañado de Cór-
dova y Mordedle, echó á andar en dirección al jiuente.
Llegados á la puerta de la Fortaleza, gritó Córdova en
nombre del Rey : « pena de la vida, á quien ofenda ó haga
el menor vejamen al general ingles ». Un gran silencio se
siguió á estas palabras, abriéndose las filas para dejar paso
LIRRO Vil. — GOBIERNO DE iíUIZ HIUDORRO
4ÍJ0
al grupo, qiuí fue engrosado por el coronel ('cucha, 2.'' jefe
del ejercito.
Dirigiéronse los cuatro en busca de Liniers, distante
pocos pasos de allí. Beresford se adelantó, ofreciendo su
espada al comandante en jefe ; pero éste, en vez de tomarla,
abrió los brazos estrechando entre ellos al vencido, mien-
tras le felicitaba por su valerosa defensa y le concedía sa-
lir de la Fortaleza con los honores de la guerra. En efecto,
vuelto Beresford para ponerse al frente de los suyos, mandó
Liniers que formaran las tropas reconquistadoras en ala,
y por delante de ellas desfilaron en columna los ingleses,
yendo á dej^oner sus armas frente al Cabildo.
Así concluyó aquella hermosa campaña militar que ha-
bía durado veintidós días, desde el 23 de Julio, en que
salieron las tropas de Montevideo, hasta el 12 de Agosto,
en que hicieron rendir sus armas y banderas á los ingleses.
Perdieron éstos durante el combate unos 400 hombres, y
se rindieron 1200 con 7 piezas de artillería, pues los de-
más cañones empleados en su propia defensa, pertenecían
á la j)laza. Bei vindicaron asimismo los vencedores por
medio de D. Juan de Ellauñ más de 130,000 pesos, que
el enemigo tenía prontos para embarcar en cajones retoba-
dos, y formó ¡Darte de los trofeos de la victoria la fragata
inglesa desarbolada por la batei-ía del Betiro, y un bergan-
tín cargado de trigo. De nuestra parte hubo 200 bajas,
entre ellas el alférez Fantín y los vecinos de Buenos Aires
D. Diego Alvarez Baragaña y i ). Manuel ^"alencia, muertos
de resultas de sus heridas. Los oficiales reconquistadores
elogiaban á unanimidad, la conducta valerosa y cristiana
de D. Dámaso Larrafiaga y D. Bafael Zufriatcgui, capella-
nes del ejército, (¡ue en medio del fuego, asistían y eonso-
IJBRO Vir. — GOBIKRNO DE IIUIZ HUEDOBRO
437
labnii á los heridos y moribundos, patriotas 6 ingleses,
caídos en las calles. Por una de esas contradicciones
en que la realidad de los hechos suele colocar á la soberbia,
mientras el ejercito británico rendía sus armas y banderas,
un diario de Londres escribía estas palabras: «Voluntaria-
mente confesaremos que la raza presente de los españoles
americanos ha degenerado mucho, y que 400 ingleses pue-
den ser superiores á 1,200 españoles.»
La alegría del pueblo de Buenos Aires no tuvo límites
al contemplarse libre del dominio ingles. Fueron especial-
mente agasajados los vencedores con distinciones de todo
género. Ibia comisión del Cabildo pasó á cumplimentar
personalmente á los jefes y oficiales montevideanos, obse-
quiándolos á su vez algunos particulares con fiestas y ban-
quetes. A D. Benito Chain, que había perdido la hoja de
su espada, rota de un balazo en el ataque de la plaza ma-
yor, le regaló el Cabildo una magnífica hoja con puño y
guarnición de oro. La misma corporación gratificó con 25
pesos á cada soldado expedicionario, y mandó acuñar me-
dallas conmemorativas de la reconquista, adjudicando seis
á Montevideo, que las recibieron Ruiz Huidobro, Vilar-
debó, Maciel y otros notables. Y para coronar su agradeci-
miento, en IC de Agosto pasó un oficio al Cabildo de
Montevideo, en que le decía : « Cuando esta ciudad recon-
quistada en 12 del corriente por las tropas que se presen-
taron al mando de 1). Santiago Liniers, ha llegado á cer-
ciorarse de los oficios que ha hecho V. S. y parte que con
ese vecindario ha tomado en la reconquista, no halla ex-
presiones con que manifestar su gratitud. Cuanto pudiera
decirse es nada con respecto á los sentimientos que la
asisten. Por tanto, da a V, S. las más encarecidas gracias,
438
I.IBHO VIÍ. — OÜBIKUNO DE RUIZ HUIDOHRO
se ofrece gustosa á acreditar en todo tiempo su agradeci-
miento, y suplica se sirva hacerlo entender así Tiñese noble
vecindario, cuyos auxilios han contribuido para una em-
presa en que consiste nuestra comíin felicidad y el mas
acreditado servicio del mejor de los soberanos. » Por su
]mrte, el Virrey Sobremonte, noticiado de los sucesos, escri-
bía tambi^i al Cabildo de Montevideo, en 17 de Agosto,
desde Acevedo, lo siguiente: «El señor Gobernador de esa
plaza me ha informado de cuanto ha contribuido V. S.
■y su fídelísimo vecindario á la lograda reconquista de la
Capital, verificada por el señor capitán de navio D. San-
tiago Liniers el 12 del corriente, cuyo aviso me ha encon-
trado á 50 leguas de ella, con tropas reunidas al mismo
fin, y por lo mismo hallo muy justo no retardar á V. S.
las más expresivas gracias en nombre del Re}^ nuestro se-
ñor. Con la satisfacción que queda este timbre sin igual
á ese pueblo, que tiene dadas tantas y tan repetidas prue-
bas de lealtad y amor á su persona, como se lo informare
en primera ocasión, con las expresiones más dignas y pro-
pias de tal empresa, haciendo notorio á todo el mundo su
noble procedimiento. ( 1 )
Poco tiempo debía durar, sin embargo, aquella cordia-
lidad. El general vencedor, dejándose dominar por el as-
cendiente de su contrario, y los ruegos del amor y la amis-
tad, había puesto su firma, con posterioridad á la rendición,
en el texto ingles de una capitulación antidatada, por la
cual concedía el libre regreso á Inglaterra de Beresford y
sus tropas. Arrepentido de su ligereza, quiso corregirla al
suscribir la versión española del documento, anteponiendo
( 1 ) Chf Lójif", II MSS. (Jrl Arrit fl('urrnf.
T.inUO VJI. — GOBIFJíXO DE HUIZ HUIDOBRO
439
hi oolulición ('n cuanto lí 8u proi:>ia firma. Circu-
laron miiv luego algunas copias de la capitulación, caii>
sando profundo desagrado en Buenos Aires, y provocando
contestaciones escritas entre Liniers y Beresford sobre la
validez del convenio. El Cabildo mandó instruir un suma-
rio, en que declarasen todos los oficiales de la reconquista
sobre el modo discrecional con que los ingleses se habían
rendido, comia-obandose judicialmente aquel hecho noto-
rio. Ello no obstante, la insistencia de Beresford en recla-
mar el cum 2 :)hmiento de las clausulas establecidas por el
compromiso en litigio, hizo necesaria la sumisión del caso
al Gobernador de Montevideo, jefe superior de quien Li-
niers había recibido el mando de las tropas y las instruc-
ciones consiguientes.
Junto con la apelación indicada, llegaba hasta Ruiz Hui-
deb'O una nota de PoiJiam, concebida en términos inju-
riosos contra Gutiérrez de la Concha, quien, raenospre-
ciando, según el comodoro, los pactos ju’eexistentes., había
intimado á los trans 2 >ortes ingleses fondeados en las valizas
de Buenos Aires, el inmediato abandono de ellas. Aun
cuando era evidente que Liniers, con una ligereza conde-
nable, y á los varios días de rcíudido a discrecaón el ene-
migo, había falsificado dos veces el acto más solemne de
la guerra, firmando en barbecho un ^^liego de condiciones
escrito en ingles, y volviéndolo á firmar des^Kies en caste-
llano con la cláusula restrictiva en cuanto ¡medo; tambián
era cierto que semejante superchería no obligaba en justi-
cia á los demás jefes reconquistadores, testigos ^uesencia-
les de la rendición lisa y llana del general británico y su
ejercito. Concha, habiendo asumido accidentalmente el
mando, enfermedad de Liniers, el día 29 de Agosto, no
440
LIBRO VIL — íiOBIERXO DE RITIZ HUIDOBRO
podía considerarse sujeto á las cláusulas privadamente
convenidas entre aquel y Beresford, muchos días después
de rendidos los ingleses á discreción. Hobre estos funda-
mentos versó la respuesta de Ruiz Huidobro á Popham,
negándose á admitir la validez de la capitulación alegada
y aprobando la conducta de Concha ( 1 ).
El comodoro ingles, que no acertaba á salir de la situa-
ción á que le liabía reducido el fracaso de sus fdtimas
aventuras, tomó pie de este incidente para darse aires de
víctima inmolada á los respetos de la fe publica, Beresford
le ayudaba desde Buenos Aires, asumiendo una actitud in-
digna de su alta posición, pues á nadie le constaba como á
él, lo que había de fraudulento en el fondo de aquella
trama. Instigado el comodoro por sus conveniencias pro-
pias y las quejas de su compañero, se declaró habilitado
para adoptar represalias. Su primer acto de ese género
fue arrebatar los presidarios existentes en ]\Iartín García,
para incorporarlos á sus buques. En seguida estrechó el
bloqueo de las costas uruguayas, á la espera de refuerzos
que debían llegarle pronto.
De modo que á raíz de una victoria decisiva, y después
de tantos sacrificios de homlires y caudales, venía á encon-
trarse el Uruguay en peor condición que antes, debido al
jefe expedicionario, cuya ligereza anteponía sus caprichos
íntimos á los míís solemnes deberes. Semejante resultado
culminó la exasperación de ánimo de los montevideanos,
que ya estaban mal dispuestos, por el silencio desdeñoso
con que desde líenos Aires se había respondido á las
notas de Ruiz Huidobro y el Cabildo, reclamando, con fe-
(1) Coireíipondencin mire Uui\ Huidobro y Popham (Col Coroíuulo).
LIBRO VIL — (ÍOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO
441
cha 22 lie Agosto, los trofeos arrebatados a los ingleses en
la jornada del 12. No eran un secreto los fundamentos de
aquel silencio, que habían traslucido los oficiales montevi-
deanos acuartelados en la Capital con las tropas de su
mando. Recibida la nota de las autoridades de Montevideo,
el Cabildo de Buenos Aires llamó a Liniers, quien declaró
que no debía deferirse al pedido. Fue consultada seguida-
mente la Real Audiencia, y se exploró la opinión de varios
vecinos y jefes, pronunciándose todos por el dictamen de
Liniers, con lo cual vino á ser unánime la negativa, y se
recomendó en la misma forma el silencio por toda replica.
En el acta labrada para constancia de los hechos, declaró
el Cabildo de Buenos Aires « que era una temeridad pre-
tender arrogarse la gloria de una acción que ni aun hubie-
ran intentado los de Montevideo, á no contar con la gente
y^ixilios que estaban dispuestos en Buenos Aires. » ( 1 )
La sencilla exposición de los hechos, tal cual ha sido
trazada en estas páginas, á la luz de documentos irrefuta-
bles, reduce la afirmación del Cabildo de Buenos Aires á
una simple jactancia. Desde que fue sabida la conquista
de la Capital por los ingleses, el pueblo de Montevideo se
ofreció á efectuar la reconquista, sin preocuparse del nii-
mero de los enemigos, ni contar con auxilios de nadie. Los
vecinos se impusieron una contribución para aumentar á la
vez el efectivo y el sueldo de las tropas, comprometién-
dose diversos individuos á retomar á Buenos Aires, si se
les facilitaban 12 lanchas cañoneras tripuladas por GÜO
hombres. El enganche de soldados y marineros fue rápido,
la presentación de voluntarios espontánea, y el dinero y
U) Núnez, yodcía.s históricas; v.
442
LIBRO Vil. — GOBIERNO DE RÜJZ líülDOBRO
elementos de movilidad recolectados supeniron los cálcu-
los de la prudencia, (\iando apareció I). Santiago Liniers,
todo estaba hecho y pronto, y á no halier sido por los re-
j^etidos anuncios de la otra orilla sobre una expedición
combinada de los ingleses contra Montevideo, Ruiz ÍTui-
dobro habría maiohado al frente del ejército reconquis-
tador.
Liniers no ¡u'opuso ninguna novedad al ofrecerse para
reconquistar á Ihienos Aires, ¡uies desde el 1.” de dulio
tenían hecha igual oferta, doce vecinos de Montevideo; y
el 11 del mismo mes consignaban por escrito idéntico pro-
pósito los oficiales superiores de la marina militar. Si ^m
cúmulo de circunstancias inesperadas no hubiera traído á
Liniers para sustituir á Ruiz Huidobro, oficiales de mérito
muy próximo al suyo, y de mayor circunspección que él,
se habrían encontrado entre los que fueron á sus órdenes.
El hecho de que no adelantó un solo paso decisivo durante
la campaña y la liatalla, sin ¡u'evia consulta con sus su-
balternos de alta graduación, comjirueba lo dicho. C’ierto
es que se mostró magnánimo, cuando al llegar á C'olonia,
Pueyrredón le dijo que no podía contar con auxilio alguno
de Buenos Aires, pues el desastre de Perdriel había di-
suelto todos los elementos disponibles. Cierto es también,
que desde B. Isidro hasta el Retiro, tuvo que sobreponerse
á las instancias de los conjurados de la C'apital, quienes
le pedían se alejase de sus inmediaciones para no provocar
el derramamiento inútil de sangre. Pero si eso le glorifica
como general, resulta en contra de la afirmación del Ca-
bildo, declarando que los de Montevideo ni aun hubieran
intentado la acción, á no contar con la gente y auxilios que
estaban dispuestos en Buenos Aires.
ÍJUIM) Vil. — OOBIEnXO DE IM IZ IIEIDOBRO 44 í>
j\isti(.*ic‘ro e\ Roy de K^íípaña, debía dar al iiiei-
j dente una solneión en que no juvvaleoiesen mezquinas ri-
‘ validades. K1 Cabildo de ^bintevideo nombró en eomisión
i1 su Alcalde do í.*" voto D. Manuel Pórez Ralbas y al
l)r. 1). Nicolás Herrera, con instniceiones })ara trasladarse
i\. la Corte, llevando el parte oficial de la reconquista y
gestionando de paso la adoj>ción de ciertas medidas favo-
rables al comercio de la ciudad y conservación de estos
^ dominios. Herrera no era un desconocido en España, donde,
en [)os de brillantes pru(d>as, había obtenido su título aca-
démico; pero el apresamiento por una escuadra inglesa, de
los ^buques españoles donde iban los justificativos de los
servicios de ^Montevideo, dejando á los comisionados que
estaban a la espera de ellos en la Corte, con las manos
vacías de pruebas, retardaron el éxito de la negociación.
Pot;^n el Rey expidió una Real Cédula, declarando que,
atontas las circunstancias concurrentes en el Cabildo y
Ayuntamiento de la ciudad de San Felipe y Santiago de
Montevideo, y la constancia y amor acreditados al Real
servicio en la reconquista de Rueños Aires, venía en conce-
derle título áe‘ 3finj fiel y rrconqeisladora: facultad para
que usase déla distinción de Maceres ; y que al Escudo de
sus xVrmas pudiese añadir las banderas' inglesas abatidas
que apresó en dicha reconquista, con una corona de olivo
sobre el Cerro, atravesada con otra de las Reales armas,
palma y espada. { 1 )
Mientras se liquidaba esta polótnica enti'e las dos ciuda-
des rivales, sobre mejor derecho á conservar los trofeos de
la victoria, grandes acontecimientos influían sobre el por-
i' 1 ) S fft hjs J). (Ir P.
444
LIBRO Vil. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
venir de ambas. La reciente invasión inglesa no ora mas
que el preludio de hostilidades militares, destinadas á po-
ner á prueba el espíritu marcial de los pueblos del Plata,
repentinamente transformados en adversarios victoriosos
de la más soberbia de las naciones europeas. Vencido y
prisionero el ejercito de Beresford, ese hecho cambiaba el
aspecto de las cosas, imponiendo á Inglaterra, no ya la
prosecución de la conquista al solo objeto de favorecer
miras comerciales, sino la realización de un vigoroso es-
fuerzo para restablecer el crédito de sus armas. Presen-
tida por los pueblos amenazados aquella actitud, se prepa-
raron á defenderse á raíz de la victoria, encontrando dentro
de su propia energía, medios de oponer al enemigo una
resistencia inesperada.
Semejante disposición de ánimo, concluyó por ser una re-
velación para vencedores y vencidos; persuadiendo álos in-
gleses que habían dado origen, sin quererlo, á la emersión de
nuevas nacionalidades, y tlescubriendo á los criollos que
eran aptos para gobernai’se por sí mismos. Sin embargo,
la victoria fue sangrienta, y todo el peso de la guerra cayó
esta vez sobre el Uruguay,, cuyos campos talados, cuyas
ciudades bombardeadas, cuyos defensores muertos ó pri-
sioneros en su porción más escogida, constituyeron el pre-
cio impuesto al sacrificio. Pero como si la Providencia
hubiese deseado amaestrarle desde la cuna en el arte de
proveer á la defensa propia sin contar el número de sus
enemigos, el pueblo uruguayo aceptó la segunda guerra
contra los ingleses, con idéntica espontaneidad que aceptara
la primera, y esa heroica decisión, influyendo sóbrela mar-
cha final de los acontecimientos, facilitó, según ha de verse,
la victoria definitiva,
UURO VII. — (iOBIKUNO l)K RUIZ HUIDOHRO 14;')
IjOs suct'sos poí^teriores á la reconquista, comenzaron á
< tomar en Buenos Aires un aspecto de rebelión muy pro-
• nimciado. Mal avenido el ¡mueblo con la conducta del Vi-
i rrey, pedía su destitución, sin cuidarse de (jue semejante
í acto fuera recurso inatlmisible dentro de las prácticas legales,
j Las corporaciones civiles, deseando aplacar aquella irrita-
' ción publica, coin'ocaron diversas reuniones populares, en
: las que por ultimo se invistió á I.^iniers con el mando de
las armas. Sabido el hecho tx>r el marqués de Sobre-
I monte, lo desaprobó, resistiéndose en un principio á con-
firmar la autoridad concedida á Liniers; pero asustado por
las resistencias que inspiraba su j)ersona, é impotente para
luchar contra la popularidad del nuevo caudillo, pasó al
fin por todo, aprobando el nombramiento de I./iniers y de-
legando en la Audiencia el mando político. De esta ma-
ner^^la ruina del régimen, colonial, cuyas bases había
^ ^ocavado el Cabildo de Montevideo con su declaración de
18 de Julio, quedaba consumada de propio consentimiento,
en la persona del que con razón apellidan sus compatriotas
« el ultimo de los virreyes ».
Inspirado dé su habitual desacierto, el marqués se pro-
puso, empero, reivindicar la sombra de autoridad que pu-
diera «quedarle, ingiriéndose en las operaciones guberna-
mentales hasta donde fuera posible. A este propósito se
dirigió en 24 de Agosto á Ruiz Huidobro, previniéndole
que cortase sus comunicaciones con el Cabildo de Comen-
tes, pues habían cesado los motivos que autorizaban al
Gobernador de Montevideo para entenderse directamente
con dicha corporación. Otras medidas similares tomaba
en todo momento propicio, mientras se dirigía á Montevi-
deo, seguido de unos J,000 soldados de caballería, con
44(5
LIBRO VIL — GOBIERNO DE UOIZ IIUIDOBUO
ánimo de liaoerse cargo de la defensa de la plaza, amagada
]3or la escuadra de Popliam.
La presencia del Virrey en Montevideo debía ser mo-
tivo de continuos disturbios. Un círculo de españoles la
desealia, pretextando que la autoridad del Rey había sido
ultrajada en su ¡persona ])or los facciosos de Buenos Aires,
y era de justicia tributarle un homenaje de respeto; pero
el pueblo, testigo de su ineptitud, y las autoridades, pene-
tradas del peligro cercano que exigía unidad de acción y
un mandatario inteligente y valeroso, repugnaban su po-
sible aparición en la ciudad. Por otra parte, el A'irrey, al
delegar el mando político en la Audiencia de Buenos Aires,
había escrito al Regente de ella, que se trasladaba á Colo-
nia, donde esperaría la solución que el Rey se sirviese dar
al conflicto producido. Cambiando ahora de plan, no sola-
mente demostraba el deseo (Je reivindicar una autoridad
odiada, sino el proj^ósito de mezclar su intempestiva soli-
citud en la defensa de una plaza, cuyo destino pendía del
acierto con que se adoptasen las medidas militares.
Ello no obstante, los preparativos para la defensa si-
guieron adoj^tandose con firmeza. Las compañías de Va-
llejo y Chot^itea y los voluntarios de Bofarull y Mordedle,
volvieron de Buenos Aires en todo el mes de Septiem-
bre, vigorizando así el núcleo de los elementos de fuerza.
El Gobernador, con prudente solicitud, atendía á conjurar
el peligro, llamando el país á las armas, y trazando al
mismo tiempo un ¡flan defensivo de la ciudad. Le secun-
daban con eficacia los jefes de la guarnición, distinguién-
dose muy especialmente los de artillería, quienes, empe-
zando por el octogenario brigadier sub- inspector de esa
arma, D. Francisco Orduna, no se dispensaban fatiga para
Ain\o VI r. --(¡onirjixo i>k uriz iiuidouuo
-117
^ completar el buen servicio do las baterías fijas, y organizar
trenes volantes.
Si los habitantes del Uruguay se habían mostrado deci-
didos y entusiastas para reconquistar a Buenos Aires, su-
peraron aquella actitud encargándose de su propia defensa.
Al decir de Ruiz Huidobro, los esfuerzos hechos en favor-
de la Capital fueron débil reflejo de esta nueva deinostra-
cidn de heroicidad y patriotismo. El vecindario de cam-
‘ paña se presentó en masa a las autoridades. En Montevi-
deo, las señoras ofrecieron sus alhajas; los vecinos pudientes,
que por cualquier razón no estal)an alistados en los cuerpofii
de servicio, se incorporaron al personal de las baterías con
sus dependientes y esclavos; y hasta los niños se prepara-
ron á acudir por grupos donde asomase el enemigo. No
donativos parciales, sinó la vida y la fortuna de todos, fue
puesi,a sin restricción en manos del Gobierno, para que
^^salvase el país de la conquista británica.
En la ciudad formáronse nuevos cuerpos, por unánime
voluntad de los vecinos. El primero que se organizó
fue el tercio de « Gallegos y Asturianos », al mando de
1). Roque de Riobó y Trozada, teniendo por capitán á
I). Manuel de Jado y subteniente á D. José de Seijas, con
un efectivo de 130 hombres, todos dispuestos á servir sin
sueldo. Seguidamente propuso y llevó á efecto I). Mateo
Magariños la organización de un cuerpo de Cazadores cos-
teado de su peculio, teniendo por sargento mayor á I). Ni-
colás de Vedia y capitán á D. Dionisio de Soto, con un per-
sonal de lio hombres. Don Hipólito Mordedle propuso
y organizó, á su vez, un cuerpo de « Húsares », destinado
á pelear en mar y tierra, compuesto de seis compañías de
á 50 hombres y una de 20 con 2 piezas de artillería. La
448 LIBIÍO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIUOBRO
plana mayor de este cuerpo constaba de Mordedle, coman-
dante sin sueldo; 1). Francisco Fournier, sargento mayor;
D. Indalecio García, ayudante mayor ; D. Juan Z uf ríate-
gui y D. José Guerra, ayudantes, y D. Vicente Figueroa,
abanderado. El mando de las compañías se dividía así:
Granaderos, capitán D. José Patricio Beldón, teniente
D. José Santos Irigoyen; — 1.\ capitán D. Luis González
Vallejo, teniente D. Martín Tejera; — 2.'': capitán D. José
Bartolomé de Barreta, teniente D. Gregorio Yillamil; — 8/':
capitán J). Renato Si moni, teniente D. Miguel Buitrón; —
4.“: capitán D. Manuel de Larragoiti, teniente D. Jeró-
nimo Bianqui; — 5.": capitán Luis de la Robla, teniente
D, Ramón García de Puga; — compañía distinguida, y es-
colta de bandera, capitán sin sueldo 1), Patricio ^leifrén, te-
niente D. Manuel Medina ; — compañía, capitán D, Pa-
blo Colombo, teniente D. Miguel Espina ( 1 ).
jMientras esta organización para la defensa interna se
verificaba con tan siibita eficacia, perfeccionaba Ruiz Hui-
dobro sus medidas para precaver cualquier desembarco
del enemigo en los alrededores. Al efecto, por la parte de
mar, estableció dos líneas : la primera, compuesta de 5 bu-
ques acoderados y artillados por cañones de á 18 y 24 en
las proas, cubría sus flancos con las baterías de la isla de
Ratas y B. Francisco; y la segunda, compuesta de una
avanzada de 12 c*anoneras, debía replegarse en caso nece-
sario, por entre los claros de la primera. A la parte de
tierra, tenía establecido desde Junio, un campo volante á
órdenes del brigadier sub-inspector de ingenieros J). Ber-
nardo Lecocq, quien con 1,000 hombres de caballería y
(l.'j L. C. lie 2Iu)i(ri'it/ro.~Krf)cilinitr dv ser naos (ciíaclo).
IJBKO VJI,— (U)BIKUXO DK UUIZ JIUIDOBIlO
449
un tren de artillería ligera, circundaba la ciudad. El capi-
tán de ejército D. Bernardo Suárez, oficial distinguido del
cual no había querido desprenderse Ruiz Huidobro du-
rante los pasados conflictos, negándole permiso para for-
mar en las filas de los reconquistadores, fue encargado de
la pro\isión y mantenimiento de caballadas.
ITna nota discordante del entusiasmo general se produjo
en aquellos momentos, llenando de indignación á todos.
Cupo á la marina de guerra, cuya arrogancia había subido
de punto después de sus buenos servicios en la reconquista,
ser motivo de esa explosión. El caso fué, que habiéndose
desprendido de la línea de bloqueo una corbeta enemiga
para hacer reconocimientos en el puerto, repentinamente
se encontró inmovilizada casi á tiro de cañón de las bate-
rías de tien*a, por el cambio de viento que produjo una
gran calma. Aprestáronse inmediatamente 15 cañoneras
y Guauchas á remo para apoderarse de la corbeta, según
^^lo ofrecían los oficiales de marina. El vecindario se aglo-
meró sobre las azoteas y las costas para presenciar aquel
combate inesperado. Tres horas duró el fuego, sin que las
cañoneras se atrevieran á liacer un avance decisivo, dando
tiempo á que los botes de la escuadra inglesa viniesen en
socorro de la corbeta, sacándola á remolque en medio de
estrepitosos burras! Los marineros de línea volvieron á
puerto, siendo recibidos por la multitud con gritos injurio-
sos y pedradas. Desde ese día, cayó en gran descrédito la
escuadrilla.
Entre tanto, había llegado el marqués de Sobremonte
en los primeros días de Octubre á la ciudad. Fué recibido
con los honores de su rango ; pero se notó que era pura-
mente oficial y (,»bligada aquella ostentación. Apenas se
Lom. Esp. - II, 2lJ.
450
LIBRO VIÍ. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBUO
mostró al público en aire de paseo, encontró por todas
partes la hostilidad ó el menosprecio. Durante la primera
excursión que hizo por las calles, seguíanle algunos grupos
gritando: ¡ahajo los traidores! Cuando inspeccionó las
fortificaciones de la cindadela, varías turbas de muchachos
le decían á voces y en tono burlesco: ¡avanza! ¡avanza!
Sin embargo, él no hizo caudal de aquella oposición, y
desde luego anunció á Ruiz Huidobro que se encargalm
de la defensa de la Plaza, tomando además la dirección in-
mediata de las fuerzas situadas en el campo volante. Es-
cribió á Liniers pidiéndole la devolución de las tropas de
línea y artilleros de Agustini, que aquél había conservado
consigo, y además las fuerzas sutiles existentes en el ¡muerto
de Buenos Aires; á lo que accedió Liniers remitiendo los
soldados, pero negándose á hacer lo mismo con los buques,
por alegar- la estricta necesidad de que le eran. Como
D. Miguel Vilárdebó se ofreciese á traer de Córdoba los
caudales públicos que fuesen necesarios para la defensa,
el ViiTey autorizó ese arbitrio, comisionándole al efecto.
El enviado cumplió su cometido á plena satisfacción, vol-
viendo con 300,000 pesos, sobre los cuales renunció la
comisión de 3,000 que debía corresponderle.
Con todo, era imposible engañarse sobre los resultados
funestos que la intromisión del marqués iba á producir en
la defensa de la plaza. Ruiz Huidobro fué el primero en
discernirlo, y sea que desease eludir responsabilidades, sea
que aspirase á resolver la situación provocando un con-
flicto, anunció el designio de retirarse al campo durante un
par de meses, para reponer su quel)rantada salud. Saliida
la resolución del (lobernador, una masa de pueblo, donde
estaban representadas todas las clases y gremios de la so-
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
451
ciediul, se presentó á pedirle que desistiera del intento, pro-
metiéndole á la vez morir á sus órdenes contra el enemigo,
como si presintiera que la causa de su proyectada ausen-
cia obedeciese al temor de hacer un papel militar desai-
rado. Pocos días después amanecieron las paredes de la
ciudad plagadas de pasquines, protestando contra la inge^
renda del Virrey en la dirección de la guerra, y pidiendo
que se marchase. Semejante manifestación dio pie al Ca-
bildo para reunirse y adoptar un teraperainento que satis-
ficiese en algo las miras del pueblo. Después de un largo
debate, el cuerpo municipal nombró de su seno una comi-
sión destinada a aproximarse al Virrey, para manifestarle,
que en el estado de ' ánimo del vecindario, era imposible
contener la agitación pública, si él no se retiraba de la
ciudad. El Virrey contestó que sólo abandonaría la ciu-
daij< muerto ó por la fuerza » ; afirmación que' debía des-
^^meiitir de allí á poco, fugándose vivo y sano de en medio
del peligro.
El Cabildo se dio por satisfecho con la réplica del
Virrey, perdiendo la oportunidad de salvar á Montevi-
deo, como había salvado antes á Buenos Aires con su
resolución de 18 de Julio, que investía á Ruiz Huidobro
de facultades amplias. Si en la actualidad hubiera adop-
tado un temperamento análogo, despidiendo al Virrey,
único y desprestigiado obstáculo para una defensa victo-
riosa, los ingleses no habrían tremolado su bandera sobre
las iinnaillas que franquearon á costa de tanta sangre.
Tuvo miedo á la nota de insurrecto en que acababa de caer
su homónimo de la otra orilla, sin acordarse que él mismo
había sido predecesor y maestro, pues desde el 18 de Ju-
lio tenía adquirida con creces idéntica nota. De no haberle
452
LIRRO VIJ. — GOlJICKXO DE KUIZ HUIDORUO
favorecido entonces la victoria, todos liubieran reclamado
contra el estímulo que diera á Ruiz Huidobro para des-
obedecer al Viri’ey, y la nulidad de éste habría encontrado
una justificación imponente, demostrándose traicionado en
la eficacia de sus planes militares. Si el 18 de Julio, sin
otro recurso que el apoyo de la opinión, se había atrevido
el Cabildo á tanto, ¿cómo disculpar ahora su pusilanimidad,
cuando la sanción del éxito en lo pasado, el entusiasmo
popular presente y la oculta benevolencia del Gobernador
le obligaban á repetir aquella medida de salvación conuin?
Popham, entre tanto, no permanecía ocioso, pues á la
espera de refuerzos que debían llegarle del Cabo, blo-
queaba el litoral comjn-endido entre Montevideo é Higue-
ritas, .dificultando mucho las comunicaciones de la ciudad
con el exterior. A últimos de Octubre, le empezaron á
llegar dichos refuerzos, incorporándosele el teniente coro-
nel Juan Jaime Backhouse con 1,400 hombres. Alentado
por tan' próspero suceso, que aumentaba sus tropas y sus
naves, Popham decidió, atacar la ciudad. El día 28 do
Octubre se presentó con todos sus barcos hacia la parte
dé atrás del Cerro, donde Ruiz Huidobro había colocado
el cuerpo de milicias de Navia bien sostenido, con el fin
de impedir un desembarco posible. Cruzóse algún fuego
cutre Jos ingleses y las milicias ; pero viendo Popham que
estaba resguardado aquel punto, base de su proyectada
operación, se hizo á la vela de allí, entrando con toda la
escuadra al ])uerto. Entonces tomó por objetivo de su
ataque las baterías de la costa Sui*, sobre las cuales rompió
un fuego muy recio. Contestaron las l)aterías con buen
o i den y (>x col ente resultado, apagando los fuegos del inglés
tles[>ués de tres horas de combate. Viendo frustrada su
\M\uo Vil, — (joniKiíNo di: m'iz in idodko
4r).‘j
lontíitivu, salióse <1(4 piu^rto, y dejando algunos barros que
sostuviera n <4 bloqiu‘o, dio la vela para Alaldonado con (4
2 ;meso de sus tro[)as y escuadra, a donde Ik^gó el día 20.
No estaba Maldonado en condiciones de resistir la
atiTCsión de un arniainento relativamente tan poderoso, y
sin embargo se prepan> c on el mayor demiedo á baceilo
frente. Desde el mes de Julio anterior, había tomado
por su cuenta aquel piu4>lo, tan patriota como i)obre, el
sostener de su peculio propio, un piquete de blandengues,
otro de infantería y otro de milicias, en los enaltas cifraba
todas sus espía'anzas de éxito. Sumaban estas fuerzas
280 hombres, al mando del capitán de blandengues D. Mi-
guel Borras, con 4 piezas de artillería, a cargo del subte-
niente 1). Francisco Martínez. La isla de Gorriti, defensa
natural del ¡)uerto, estaba guarnecida por 100 liombres
ot^O piezas de artillería y un ¡)equeíío dep(')SÍto de víveres.
VN Era, pues, muy insignificante el número de los defensores
de Maldonado; pero con todo, apenas apareció el enemigo,
cuando, á ruego del pueblo, el alcalde D. Ventura Gu-
tiérrez hizo echar generala, preparándose la guarnición á
evitar el desembarco de los ingleses, quienes, á distancia
de una legua escasa al S.O. de la ciudad, eni})ezaban á to-
mar tierra:
Salió la guarnición en columna y con su tren de arti-
llería, dirigiéndose liacia el local donde los ingleses des-
embarcaban ; pero los médanos de arena, dificultaron gran-
demente la marcha, contribuyendo áque se atollase un ca-
non; visto lo cual retrocedió, hasta una altura al arrimo
(le la torre de observación, en uno de los extremos del ¡aie-
blo. Los ingleses, entre tanto, habían efectuado su desem-
barco, y divididos en tres columnas, avanzaban sobre la
454 I.IBRO Vir. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
ciiidiul. Choco la primera y más gruesa de sus columnas
contra la guarnición por el frente, mientras .-que la otra
amemizaba cortarla, entrando á paso de trote por el Norte
á tomar posesión del jmeblo. Rompióse el fuego de ar-
tillería y fusil ; pero arrollada la guarnición, se retiró en
desorden, jierdiendo dos cañones, y un trozo de gentes que
se dispersó. Los restantes, internándose hasta la plaza
principal, se ¡parapetaron en las azoteas que la cuadraban
y en la iglesia Matriz, edificio á medio concluir. En esa
actitud esperaron á las tres columnas inglesas, que ya
se habían reunido y se preparaban al asalto. Por ambas
partes se peleó con decisión, derribando los ingleses las
puertas de las casas donde resistían los defensores, y en-
trándose á ellas con resuelto empeño. La parte más enér-
gica de la defensa se sostuvo por los que estaban acanto-
nados en la casa del oficial de Real hacienda, quedando,
ó muertos ó heridos todos ellos. Desalojados de las demás
posesiones los defensores de la ciudad, al anochecer quedó
todo concluido y los ingleses dueños de Maído nado con
pérdida de 37 muertos y 40 heridos (1).
Entre tanto, la isla ‘de Gorriti era objeto de un bom-
bardeo que resistió con buen ánimo. Todo el día 29 so-
portó su guarnición los fuegos de la escuadra enemiga,
contestándolos en la relación que podían hacerlo 9 caño-
nes contra algunas docenas de buques de guerra. Por fin
el día 30 capituló, siendo enviados sus defensores á la de-
sierta isla de Lobos, con mengua de lo pactado. Una vez
allí, comenzaron los prisioneros á entenderse para fugar, y
lo consiguieron algunos. En dos botes de cuero y aventu-
C 1 ) Nj* f) nt los ¡). (Ir P.
LIBRO VIL — OOBIERXO DE RUÍZ HITÍDOBRO
455
raiuíose á los riesgos do una navegación tan peligrosa como
aquólla, se hicieron á la mar 37 hombres, ganando tierra
en poco tiempo. Seducidos por el ejemplo los demás confi-
nados, á quienes afligía la escasez de alimentos y el ansia
de libertad, pusieron por obra imitar á los otros, pero fue-
ron descubiertos. I^os ingleses los trajeron á bordo de >sus
buques, tratándoles bastante mal.
Luego que Maldonado cayó en manos del enemigo, fué
presa del más horroroso saqueo durante tres días. No se
respetó ni la edad ni el pudor de las mujeres: atropellá-
ronse los lugares sagrados y cada casa fué teatro de robo
y escándalos. Avergonzados muchos oficiales enemigos de
aquella conducta de sus tropas, defendieron espada en
mano las casas donde se alojaban, únicas que salvaron de
la devastación. Los archivos públicos y todos los papeles
do importancia se arrojaron á las calles, destinándose buena
cantidad para hacer cartuchos ó envolver objetos delica-
dos que se enviaban á bordo. El obraje de la nueva iglesia
en construcción fué declarado buena presa, así como los
útiles, tablazón y otros objetos pertenecientes á la compa-
ñía marítima de la pesca de la ballena, establecida en la
ciudad. El hospital fué saqueado, sin compasión á los en-
fermos que allí había. A los prisioneros de la guarnición
se les encerró en los cuarteles, donde un número triplicado
de gentes hacía notable la estrechez, y por todo alimento
se les daba tres espigas de maíz crudo y una ración de
agua impotable, sacada de pozos inmundos, cuando la ciu-
dad tenía fuentes en la mejor condición y en próximo
paraje. El cura párroco y su teniente fueron arrestados y
conducidos á prisión en el momento en que se ocupaban
de enterrar los muertos.
45()^ LlItliO VIL — (50BIERNO DE RU1Z¡ HUIDOBRO
Pasados los tres primeros días de angustia, tomaron
los jefes ingleses algunas medidas tendentes iiTestablecer el
orden y la disciplina entre sus tropas, al mismo tiempo que
brindaban á los habitantes de Maldonado con la seguridad
de un mejor tratamiento. Apareció una proclama del te-
niente coronel Backhouse, pidiendo que volviesen los ciu-
dadanos fugados de la población, con la garantía de que
serían protegidos en su vida, seguridad y bienes. Prome-
tíase el f)<igo de todo lo que en adelante se tomara para el
consumo de la tropa, y el castigo irremisible de cualquier in-
glés que infiriese el menor vejamen á un habitante del país.
Como complemento de todas estas seguridades y prome-
sas, se nombró Gobernador de la ciudad al teniente coronel
Vassal, del regimiento 38, hombre moderado y prudente,
cuya vida debía extinguirse dando ejemplo y gloria á sus
compañeros en combate mas rudo que el de Maldonado.
Lo primero que hizo el nuevo Gobernador, fué restituir
á la iglesia sus bienes y efectos, poniendo en libertad al
cura y su teniente, y ordenando que un centinela apostado
á la puerta del templo garantiese la libertad de las cere-
monias y la seguridad de los asistentes. Autorizó al Ca-
bildo para que continuase en sus antiguas funciones con
arreglo á las leyes del país, y puso en libertad á D. Juan
Pascual Plá y T>. Juan Machado, miembros de la eorpora-
ción, chindóles órdenes por escrito a fin de que sacasen
tropa inglesa para hacer respetar sus personas y faculta-
des, y para la aprehensión de los delincuentes según las
ocurrencias. Ordenó que fuera devuelta por la tropa, pre-
via escriqmlosa investigación en los cuarteles, la ropa sa-
queada á los vecinos, señalándose una c‘asa conocida en la
ciudad para depositarla. Mandó que se distribuyese á
MHKO Vir.— GÜIUKPvNO DE IlUZ IlUÍDORUO 457
cada familia una ración diaria de pan, inenostras, verdu-
ras y lumbre. Hizo devolver a algunos vecinos del ejido
sus bueyes y vacas leelieias, dejándoles uno que otro ca-
ballo para sus faenas. Prohibió terminantemente que se
vendiera á sus soldados ninguna clase de bebidas, bajo el
concepto de graves penas, y por ultimo puso en libertad
á todos los vecinos que estaban prisioneros, reteniendo so-
lamente unos ochenta, que' conceptuó sokhidos, y á los
cuales mandó racionar en abundancia.
Adoi3tadas estas medidas de orden publico, que resta-
blecían la seguridad del veeindai*io y abrían su esiDÍritu á
mejores csiDeranzas, comenzó Vassal una propaganda de
otro genero, dedicada á cajDtarse para su país las sim-
jDatías de los nuevos súbditos. Expidió varias proclamas
de carácter político, en las cuales hacía las más lisonjeras
promesas: hablaba en ellas de libertad individual y colec-
tiva, de comercio ilimitado, dé garantías para todas las
transacciones y contratos, de }3az y jDrosperidad bajo la
egida del gobiei*no británico. Circuló esos j)aj>eles hasta
la villa de San Carlos y sus inmediaciones, deseoso de que
todo el país dominado fuese enterándose de los propósi-
tos que guiaban á los conquistadores. Y no paró aquí
en su propaganda: creyendo haber inclinado algo la opi-
nión en su favor, lanzó un cartel, que fue pegado en los
sitios públicos, afirmando que las creencias religiosas no
serían nunca motivo de disidencia entre ingleses y espa-
ñoles, puesto que entre la religión católica y la protes-
tante sólo existían escasas diferencias de detalle. Esta
última declaración fue motivo de escándalo } 3 ara el cloro,
y los curas de Maldonado y San Carlos arrancaron jDor
su }3ropia mano y de un modo público el cartel que la
contenía.
458
I.TRRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Conocidos estos sucesos, determinó el marqués de So-
bremonte organizar im cuerpo de tropas al mando del te-
niente de fragata I). Agustín Abren, para que hostilizase
á los ingleses. Compúsose la división con 100 dragones,
100 voluntarios de la frontera de Córdoba, y un escuadrón
de voluntarios de Montevideo, constituyendo entre todos
400 hombres. El objeto y plan de Abren era batir á los
ingleses si les encontraba en número compatible con sus
fuerzas, ú hostilizarles en caso de que tuvieran una posi-
ción tal que imposibilitara el ataque. Se sabía la escasez
de víveres, sentida en el campo inglés, sospechándose que
el enemigo se aventurase al interior del país en procura de
ellos. En efecto, un destacamento inglés de 400 hombres
entre infantes y caballería había salido días atrás de Mal-
donado con rumbos al Sauce; y no encontrando en aque-
lla dirección todo lo que deseaba, enderezó hacia el pueblo
de San Carlos, al cual se dirigían también las tropas del
país, en cumplimiento de su comisión. El 0 de Noviembre
se presentó Abren á inmediaciones de San Carlos, donde
los ingleses provocaron el ataque, lanzando su caballería á
vanguardia. A la primera carga, Abren destrozó aquella
fuerza, obligándola á replegarse en derrota sobre los infan-
tes. Estimulado por la ventaja, cerró contra la infantería,
y el combate se trabó cuerpo á cuerpo entre los voluntarios
y los ingleses. Pero en lo más reñido de la pelea, cayó mor-
talmente herido Abren; y el capitán de dragones D. José
Martínez, al tomar el mando como segundo jefe, corrió igual
suerte. Entonces la fuerza expediciomaria tocó retirada, pro-
cediendo del mismo modo los ingleses, que caminaron la
vuelta de Mal dona do, encerrándose dentro do la ciudad.
En reemplazo de Abren y Martínez, fué investido con
LIBIíO Vír. — GORIKRNO OK RUIZ íriJíDOHRO i")*)
el mando de la pequeña división expedicionaria el teniente
coronel D. José Moreno, quien ininediatainente puso por
obra sitiar á Maldonado, donde residía Popliam con to-
das sus fuerzas. Para el efecto, a I). Bernardo Siulfez re-
cientemente incorporado con 85 voluntarios, lo destacó
sobre la ciudad, y se organizó el asoílio, poniendo el costado
derecho de los sitiadores a órdenes del teniente I). Paulino
Pimienta con 25 soldados suyos y 10 blandengues; y el
costado izquierdo y centro á las del teniente D. Pedrc» Ce-
lestino Bauza con 28 voluntarios de Montevideo y 20 dra-
gones. Los ingleses, ignorantes por completo del modo
de liacer la guerra de recursos, se encontraron cercados é
imposibilitados de moverse, ante aquella fuerza que supo-
nían vanguardia de un ejército. Algunas pequeñas salidas
que intentaron fueron re})clidas con vigor, obligándoles á
reducirse á la inacción. Fue necesario que alimentaran á los
habitantes de Maldonado con los víveres acopiados para
su escuadra y ejército, mermando así los elementos de con-
servación que tanta falta les hacían. Los sitiadores, engreídos
por el éxito pulieron refuerzos, y el coronel Allende, mayor
general del ejército en operaciones contra los ingleses, au-
mentó sus filas hasta 400 hombres y 4 piezas ligeras. Con
esto y la noticia de haber impartido el general inglés a sus
tropas orden de marcha por tierra á Montevideo, creció la
vigilancia y el interés de hostilizar más al enemigo.
Pero todo no pasaba de una estratagema de Popliam,
bien seguro en sus adentros, de recibir todavía mayores re-
fuerzos. En Inglaterra la o])inión era unánime á favor de
la coiupiista del Río de la Plata, después que se supo allí
la fácil ocupación de Buenos Aires, confirmada por el
paseo triunfal de los caudales ajiresados, que entraron
4()0 IJBIU) VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO
á Londres en 20 carros adornados con las banderas de la
ciudad rendida. A los primeros 1,400 hombres de Back-
house ya en acción, siguió otro refuerzo de 4,300 sol-
dados bajo las órdenes de Sir Samuel Auchmuty, á
quien convoyaba el almirante Sterling, enviado en sustitu-
ción de Popliain. I^as esperanzas mus firmes se deposita-
ban por el público en esta expedición, diciéndose en todos
los círculos (jue la conquista del Plata importaba el com-
plemento de la grandeza comerc-ial de Inglaterra y reali-
zaba las miras de sus mas adelantados estadistas. Pobres
y ricos, industriales y desocupados, pedían á una la prose-
cución de la conquista, ofreciéndose para ayudarla dentro de
la esfera de sus personales esfuerzos, y el Gobierno ingles
fomentaba aquella inclinación como gaje de los más lison-
jeros designios ( 1 ). Se e.xageraban la fertilidad del suelo, la
abundancia del oro, las necesidades del consumo, y hasta el
vigor descomunal de los hombres. Ni el fantástico El Do-
había entusiasmado tanto á los esjxiñoles, como entu-
siasmó é hizo delirar á los ingleses la posesión del Río de la
Plata, y contando con que era la llave de las colonias españo-
las de America, diéronse ya por sus dueños y hasta se avan-
zaran á preparar expediciones para someter á Chile y Méjico.
La noticia de la reconquista de Buenos Aires, que llegó
á Londres en medio de estos delirios, en vez de enfriar la
( 1 ) Con Viofh'O (le Cvfo publicaba na periódico Ínf/lrs ( Kl Semana-
rio^) la s ’.g (icnU noUda, en 24 de Oclahre de 1S0(¡: ' Se ha fletado nn
be; reo bajo los anspidos del (I oble ruó para Ucear (irnUtilamenle los ar-
tesanos que deseen ir á estabieeerse en Ha e nos Aires; // pa se han
embarcado albañiles^ carpinteros, \apateros, sastres p ntodistas.' — En las
remesas eomerdrdes que se hidenm, sepan lo asegura un autor in-
glés, rentan partidaju de patines g ataúdes.
ijitiu» vil. í;ouii;um» hk la i/, ih iikíiiiiu 4IU
opiiiíuu, la exat‘t'rli<» más e» t»l senticU) de aaegumr la em-
|H*tísn. T«wlos se m^fan eomproinetidos á retener y eon-
MTvar una oinquistu que había halagado á tan alto punto
sus espiTanzuis y no faltaba quien se unUqase tniieionado
|H>r los aonitminientos en su honor y su fortuna. En el
Parlamentii» en la IWsii y en los círculos populares, se
levantaron vckvs pidiendo un pruwlcr enéi^ico jmra que
no queilaran burlados tantos sueños de ventura como ha-
bía aliiiienuulo la íiltinm intentona. El (iobierno, por su
fKirte, mliendo á la opinión nianiüe.sta del pueblo ingles,
duplk*ó sus esfuerzos. Ya no {carecieron bastantes los 5,700
soldados, que, unos en tierra y otj*os navegando, caminaban
á la conquista del Plata : des|>achó.se al más velero de los
buques de la escuadra inglesa, jxira que marchase en se-
giiiinieuto del genend (Yawfurd, que iba á la conquista de
Chile con 4,400 hombres, ordenándole incorporarse á la
ex{x‘dieión de Auchmuty acompañado de una fuerte divi-
sión naval puesta á cai^o del almirante Mun*ay. Por último,
se ilió el mando en jefe de todas estas fuerzas al teniente
general Juan WhiU4ocke-, que á la cabeza de 1,030 hom-
bres más, hizo su embarque lleno de arrogancia, prometién-
dose un resultado tan rápido como lo creía el Gabinete in-
gles. Así la.s cosas, arribó á Maldoiuulo, en 5 de Enero de
1(S07, Sir Samuel Auchmuty con sus soldados, relevando
á Popham el almirante Sterling; y ahuyentando con tan
{K)deroso armamento las escasa.s fuerzas del comandante
Moreno, que (*aminaron la vuelta de Montevideo, campán-
dose en las alturas del Cordón.
Todos los presentimientos y temores manifestados por
Ruiz Huidobro en sus documentos y j)or las juntas de gue-
rra en sus decisiones, desde que Beresford se posesionó de
462
LIBaO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Buenos Aires, habían ido realizándose matemáticamente.
Los ingleses fueron reforzados por sus paisanos del Cabo,
en la época ¡irevista, y ahora lo eran desde Europa con ver-
dadera profusión. Pero el escarmiento hecho en Beresford
y el rechazo de las naves de Popham, revelando á los nue-
vos jefes la existencia de un temible centro de acción que
no habían tenido en cuenta sus antecesores, les indujo á mo-
dificar el plan seguido hasta entonces, y fue señalado Mon-
tevideo como punto objetivo de las operaciones iniciales.
Al amago de peligro tan inminente como el que hacía
esperar el ejercito ingles tomando tierra en Maldonado,
procuró el Cabildo de Montevideo pedir á Buenos Aires
auxilios y refuerzos. Fueron enviados á ese efecto, D. Juan
Bautista Aguiar, Alcalde de 1."''' voto, y D. Mateo Magari-
ños, quienes llegaron á su destino con mucha dificultad.
Menos había necesitado hacer Buenos Aires para que
Montevideo le socorriese en su desgracia ; pero aquí se
trocaron los papeles. Temiendo por su propia conservación
si eran concedidos los refuerzos, el populacho se alborotó
contra los comisionados, amenazándoles en la vida, lo que
les obligó á huir precipitadamente de allí. Sin em-
bargo, Liniers, como soldado, comprendía la importancia
de conservar á Montevideo bajo el dominio español, porque
una vez perdida esta ¡ilaza, los ingleses conquistarían un
punto de ajioyo inexpugnable para sus tropas, y un centro
de operaciones apropiado para tener en ja(tue á Buenos
Aires. Llevado de estas ideas, instó con el íin de cruzar el
río en socorro de la capital militar del Plata : disponía de
buen número de fuerzas á ese efecto, y era la oportunidad
de acometer la empresa sin peligro, porque los ingleses no
se movían aun de Maldonado, ocupados como estaban
IJ«RO Vir. — GOIUEHXO DE RUIZ IIUIDOBRO
4G3
(le refrescar sus tropas y organizarías para la acción. Mas
si el populacho de Buenos Aires se mostró inflexible con
los diputados de Montevideo, mayormente lo estuvo con
su propio Gobernador, prohibiéndole que se moviese de
allí; á cuya opinión se plegaron todas las personas de va-
ler. El mismo Liniers lia consignado este hecho en un
parte á Napoleón, diciendo: «yo qu!h;c pasar a Montevideo
con algunas tropas para socorrerla, pero los liabitantes de
aquí se opusieron. » ( 1 )
Montevideo estaba destinado á soportar con sus propios
recursos, toda la hostilidad del ejercito y escuadra ingleses.
Había sido construida la ciudad sobre la planta de un es-
tablecimiento militar. Su posición estratégica favorecía
estas miras, y la codicia de que era objeto la legitimaba.
Rodeada de una muralla que se ajustaba á la conformación
del terreno, tenía también algunas baterías distribuidas
hacia los costados más débiles que miraban á la mar. Ar-
tillaban todas las fortificaciones 106 piezas de cañón,
número excesivo para el exiguo personal de esa arma que
tenían los defensores. La guarnición militar formaba una
totalidad de 3,000 combatientes. A estas fuerzas se agre-
garon 3,000 hombres de caballería que trajo Sobremonte,
constituyéndose así el heterogéneo ejército destinado á la
defensa de la ciudad. Contra fuerza tan poco experimen-
tada, se dirigía Sir Samuel Auchmuty con 5,700 soldados
veteranos, embarcados en buques de diverso porte, que ha-
bían dado la vela de Maldonado el día 13 de Enero, de
jando una pequeña guarnición en la isla de Gorriti.
(1) Hartolomé Mitre, Historia de Bel grano g de la Independencia Ar-
gentina; tomo I (apéníi).
4(34
Mimo VJI. — GOBIERNO DE UUIZ HUXDOBRO
Esa inisina tarde, avisó el vigía del cerro de los Toros,
establecido allí desde la perdida de Maldonado, que la es-
cuadra inglesa se movía en dirección á Montevideo, lle-
vando á bordo todo el ejército invasor. El 14 se presentó
á la vista de la ciudad el armamento inglés, compuesto de
más de 100 velas, entre navios, fragatas, transportes y
buques menoro?, distribuido en dos divisiones, una de las
cuales se extendía desde la isla de Flores hasta Punta
de Carretas, y la otra cubría la boca del puerto, dirigién-
dose hacia el Cerro, en aire de intentar un desembarco
por ese lado. Algunos buques menores de la primera di-
visión se adelantaron éi examinar la costa que tenían á su
frente. Al caer la tarde, se des])rendió de la escuadra ene-
miga una fragata con bandera de parlamento, fondeando
en la entrada del puerto; pero lo avanzado de la hora y el
mal tiempo, obstaron á que fuese recibida hasta el si-
guiente día muy temprano.
En el acto de avistarse el enemigo, la guarnición y el
vecindario habían corrido á ocupar los puestos que se les
tenían designados de antemano, y los artilleros, con las
mechas encendidas, se prepararon á romper el fuego. El
Virrey marchó á ponerse al frente del campo volante,
aproximándose con su caballería á la costa del Buceo, para
observar los movimientos de la escuadra. La noche se pasó
sin otra novedad que la expectativa consiguiente. En la
mañana del 15 bajó á tierra un pliego, que había condu-
cido la fragata parlamentaria, conteniendo la intimación de
los generales ingleses, concebida en los siguientes términos:
«Señor: teniendo bajo mis órdenes fuerzas suficientes per-
tenecientes á 8. M. B., y habiendo recibido instrucciones
para atacar el territorio español en el Río de la Plata,
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
4Ü5
quiero tener el honor ele intimarle á V. E. la rendición de
la fortaleza de San Felipe y sus dependencias, con el grande
deseo de salvar la efusión de sangre, y evitar á los ino-
centes habitantes las miserias que atrae una pertinaz de-
fensa. Me induce esto á prevenir á V. E. que me hallo
pronto á garantir una capitulación en términos liberales,
y al mismo tiempo puedo asegurar á V. E. que son mis
fuerzas ampliamente suficientes para la rendición de la
fortaleza y lo interior de la provincia. » A lo cual con-
testó Sobremonte el mismo día, en esta forma: «Excelen-
tísimos señores: para contestar al oficio de V. Exas. de
fecha de ayer, poco tengo que detenerme ni en qué tre-
pidar, reproduciendo lo que dije al señor almirante en res-
puesta del que me dirigió á su ingreso al mando de esas
fuerzas de S. M. B. á la vista de esta Plaza; pero sí debo
añadir, que sobre aquel concepto, es considerada la pro-
puesta del día, por el señor Gobernador de ella, por sus tro-
pas de la guarnición y del ejército exterior, por todos sus
vecinos y habitantes, y por mí que tengo el honor de man-
darlas, un insulto á nuestro honor y á la lealtad que pro-
fesamos á nuestro amado soberano el Rey de España, de
que nos gloriamos. Así, pues, por tan digno objeto, todos
éstos sus vasallos miran la efusión de sangre y la entrega
de su último aliento, como el más gustoso sacrificio, antes
que desmentirla ni en un ápice. » ( 1 )
De conformidad con las ideas enunciadas, Sobremonte ex-
pidió una proclama á la guarnición de Montevideo y habi-
tantes del país, dándoles cuenta de la intimación del enemigo
y su propia respuesta, inspirada, decía, en la convicción de
(1) Col López.
Dom. Esp. —II.
30.
466
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO
estar todos, él incluso, « di.spuestos á dar el último aliento
antes que rendirse. » Como si quisiera acreditar de su parte
aquel propósito, se entregó seguidamente á una actividad
inusitada, yendo y viniendo del Buceo á la Plaza, y mul-
tiplicando sus órdenes verbales y escritas sobre porción de
resoluciones secundarias. Cuando hubo agotado el pro-
gi'ama de sus quehaceres, se dirigió definitivamente al Bu-
ceo, de donde no debía volver más ; pero sin haber dejado
traslucir siquiera á Buiz Huido bro las medidas con que se
propusiese oponerse á los ingleses, en caso de efectuar ellos
su desembarco por dicha playa.
Contrastaba la actividad sin objeto del Virrey, con la
calma aparente del enemigo, cuyos movimientos se limita-
ban á lo imprescindible. Hasta entonces, sus operaciones
externas se habían contraído á sondajes en el río ; pero
advertían los vigías y observatorios de la ciudad, un activo
cambio de señales entre los buques, y el apresto de ele-
mentos diversos por parte de sus tripulaciones. Ese pro-
ceder se avenía con el carácter previsor de Auchmuty,
oficial de méritos relevantes, que habiéndose distinguido
por sus cualidades de mando en anteriores camiiañas, de-
bía reforzar en ésta la reputación alcanzada. Aun cuando
tuviese lisonjeras informaciones sobre la posibihdad de
tomar á Montevideo sin grande esfuerzo, no quería fiar
nada á la eventualidad (1). Dueño de un personal se-
lecto, compuesto de 4 regimientos de infantería de línea
(38, 40, 47 y 87), varios batallones de cazadores, 1 regi-
miento y varias secciones de dragones ligeros, y 1 compa-
ñía de artillería, todavía les agregó un cuerpo de marine-
(1) Parle de Auchmufij (Col López).
LIBRO VII. — GOBrERXO DE RLTIZ IIUIDOBRO
467
ros y gente de mar que debía prestarle valiosos auxilios.
Desde que se presentó la escuadra inglesa á la vista,
hubo perplejidad en los pareceres sobre cuál sería el punto
elegido para el desembarque. La distribución de las na-
ves en dos grandes divisiones, fondeada la mayor de ellas
entre la isla de Flores y el Buceo, mientras la otra se con-
servaba sobre la costa del Cerro, y la escrupulosidad con
que habían sido reconocidos los fondos y corrientes de
ambos parajes por buques menores del enemigo, mantuvie-
ron indecisa la opinión durante todo el día 14. Al si-
guiente día amanecieron 2 bergantines sondeando el canal
que pasa al costado de la isla de la Paloma; demostración
que á juicio del práctico mayor D. Manuel Cipriano, indi-
caba ser la playa del Buceo el punto elegido. Nuevas ope-
raciones confirmatorias de aquella sospecha, la transfor-
maron en convicción, así es que al ponerse el sol del día
15, se contaba por seguro que el desembarco tendría lugar
en el Buceo, debiendo caber al Virrey, situado allí, la oca-
sión de batirse antes que nadie contra los ingleses.
En efecto, el 16, bien de mañana, se movió con rumbo
al Buceo, una división de la escuadra, compuesta de 14
bergantines con sus botes á remolque, siguiéndola muy
luego todos los buques enemigos. Ante aquella demostra-
ción tan clara, el ViiTey destacó sobre la costa al coronel
D. Santiago de Allende con 6 cañones y una columna de
1,400 hombres de caballería, compuesta de los regimientos
de Córdoba y Paraguay, 200 blandengues de Montevideo,
y algunos piquetes de Voluntarios y Urbanos de la ciudad,
no teniendo entre todos arriba de 300 armas de fuego, pues
los más estaban provistos de chuzas. Los buques enemigos,
entre tanto, avanzaron para preparar y proteger el desem-
468
LIURO Vil. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO
barco. Cinco de ellos, acoderándose á medio tiro de cañón
de Allende, rompieron el fuego sobre él, causándole algu-
nas bajas, mientras la escuadra, á velas desplegadas, se
extendía á lo largo de la playa. A las 1 1 de la mañana
se desprendieron más de 80 botes, conduciendo el primer
cuerpo enemigo, que á fuerza de remo ganó en pocos mi-
nutos la costa, y desembarcando en el acto, avanzó á paso
de carrera, posesionándose de una altura ventajosa. Allende
creyó prudente retü*arse entonces, desprendiendo una gue-
rrilla contra los desembarcados.
La repercusión de los cañonazos de los ingleses, produjo
en Montevideo un efecto imprevisto. Corrió la noticia en la
ciudad de que el marqués había hecho reembarcar al ene-
migo, tomándole 500 ó 600 prisioneros. El Gobernador
mandó festejar la nueva con repiques y salvas de artillería,
y el pueblo salió á las calles prorrumpiendo en las más ar-
dientes manifestaciones de jubilo. Poco tiempo duró, sin
embargo, el alborozo, pues á las 10 de la mañana vino la
rectificación de la noticia, trocándose en ira la anterior
alegría. Tanto el pueblo como varias diputaciones de las
tropas se presentaron al Gobernador, pidiendo marchar en
socorro del Virrey para impedir el desembarco de los in-
gleses.
Contaminado de la decisión general, Kuiz Huidobro
despachó aviso á Sobremonte por medio del teniente de
fragata D. José de C^órdova, ofreciéndole ir en refuerzo
suyo con toda la guarnición y aun con todo el pueblo
« para prohibir que el enemigo adelantase un paso ». El
emisario y la oferta fueron recibidos friamente. Sobre-
monte contestó al Gobernador « que cuidase de la Plaza
ordenándole al mismo tiempo que le remitiese el regi-
LIBRO Vrr. — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO
4G9
niiento do infantería de Buenos Aires y los Húsares de
Mordcille, cuyos cuerpos sumaban un efectivo de GOO
hombres con 2 piezas. Poco después mandó pedir el ba-
tallón de Milicias de infantería de Montevideo, dejando ia
guarnición de la ciudad reducida á los tercios de « Crio-
llos », Andaluces » y « Vizcaínos », que sumaban 400
hombres entre los tres (1). Las tropas de la Plaza llega-
ron al campamento del Buceo rendidas de calor y fatiga,
poco antes de ponerse el sol. En ese momento, la fuerza
enemiga desembarcada aquella mañana, rompía su marcha,
amagando un avance sobre la Plaza, lo que indujo al Vi-
rrey á presentarle batalla. Pero como los ingleses, en vista
de semejante actitud, retrocedieran á tomar la posición que
habían abandonado. Sobremonte á su vez volvió la espada
a la vaina.
.Alas 11 de la noche, ya el Virrey había cambiado
su plan de la mañana. Devolvió las tropas pedidas á
la Plaza, que recibieron orden de marcha á esa misma
hora, y quedó reducido á la caballería y tren volante. El
día 17 continuaron los ingleses su desembarco, bajo los
fuegos de una corbeta y varios bergantines que barrían el
frente; y el marqués, en su atolondramiento, no avanzó un
hombre, ni dictó una orden para oponerse al enemigo.
Tranquilo espectador de sus operaciones, se] limitó á pre-
senciarlas desde sitio seguro. Pero el día 18, cuando ya
estaban todos los ingleses en tierra, pidió nuevamente á la
Plaza el regimiento de infantería de Buenos Aires y los
Húsares de Mordedle, con ánimo de emprender el ataque.
A medio día, sus avanzadas rompieron un ligero fuego
(1) 10 en los D. de P.
470
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
sobre los ingleses, seguido de un cañoneo intermitente, que
duró hasta la noche, sin causarles daño alguno.,.
Reforzado por las tropas de la Plaza, se reservó el Vi-
rrey la infantería de Buenos Aires con una parte de los
Húsares y sus cañones, enviando esa noche, á órdenes de
Allende, 220 hombres de este último cuerpo. Al rayar
el alba del día 19, llegaban los Húsares al campamento
de Allende, en momentos en que Auchmuty, marchando
en columnas paralelas, avanzaba resueltamente con todas
sus fuerzas. Los Húsares no tuvieron más tiempo que
desplegar, rompiendo el fuego. Allende formó su caba-
llería en columna de á 8 de frente, y con la artillería á
vanguardia, dispuso el ataque. No había salido aiin de su
campamento la retaguardia de la columna, cuando ya la
cabeza chocaba contra las fuerzas del brigadier general
Lumley, que la acribillaron diñante 12 minutos con un
vivo fuego de fusil y cañón. La columna cedió y se des-
bandó, dejando atascados en la arena 2 cañones y el campo
cubierto de muertos, pues los Blandengues solamente tu-
vieron 24 bajas. Los Húsares, replegándose á la voz de
sus oficiales, con pérdida de 3 muertos y 5 ó 6 dispersos,
se pusieron en retirada, y salvaron de paso uno de los ca-
ñones abandonados, pero el otro fue presa del enemigo.
El Virrey, que había avanzado hacia una loma inme-
diata al lugar de los sucesos, disparando algunos cañonazos
sobre el enemigo, luego que vió el desbande de las fuerzas
de Allende, optó por retii’arse en dirección al Miguelete,
para donde se dirigió apresuradamente. Llegado á la mi-
tad del camino, hizo algún fuego de artillería sobre los
ingleses sin dar en el blanco, y luego, por su yerno y ayu-
dante el teniente de dragones D. Manuel INIarín, mandó
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HTJIDOBRO
471
aviso á Ruiz Huklobro de que su ejército se había puesto
en fuga á los primeros tiros. Despidió seguidamente para
la Plaza las tropas que pertenecían á ésta, y con una fuerte
escolta llegó al Miguelete, donde á duras penas pudo reu-
nir unos 800 hombres.
Imposible describir las escenas que se produjeron en
Montevideo, al conocerse estos hechos, de cuya noticia deta-
llada fueron portadoras las tropas que Sobremonte devol-
vía. Los infantes y húsares se presentaron al Gobernador,
protestando de la conducta del Virrey, y pidiendo salir in-
mediatamente contra el enemigo. Mostraban sus fusiles casi
limpios y sus cartucheras llenas, en prueba de la inacción á
que se les había reducido, y señalaban para los arrabales
de la ciudad, donde ya se distinguía la polvareda levantada
por las columnas inglesas vencedoras. El pueblo aglome-
rado en torno de los recién venidos, exaltaba su propia
desesperación oyendo los clamores de ellos, y gritos de
rabia y dolor salían de entre la multitud, con amenazadora
energía. Para completar el cuadro, apareció repentina-
mente el Cabildo en masa, abriéndose paso á empujones,
para llegar hasta el Gobernador en demanda de una salida
contra los ingleses. Aquello era irresistible. Ruiz Huido-
bro, pálido de emoción, lo prometió todo : la salida inme-
diata, el triunfo ó la muerte, lo que quisiesen.
Convocada en el acto por el Gobernador una junta de
jefes militares, á la que asistió el Cabildo, fué opinión uná-
nime que se hiciese la salida, decidiendo al mismo tiempo
recabar del Virrey, establecido en el Miguelete, una parte
de la caballería que conservaba consigo. Sin demora, y
mientras partía el aviso á Sobremonte, mandó Ruiz Hui-
dobro que se juntase esa misma tarde en la plaza mayor
472
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HÜIDOBRO
(hoy de la Constitución), toda la tropa y vecinos armados
para pasarles revista. Concurrieron 2.200 homÜres á la
cita, que era lo que Montevideo tenía disponible en tierra.
Poco después, llegaron 600 hombres de caballería remiti -
dos por el Virrey, y entonces se acordó la salida para el
día siguiente, aumentando la fuerza con 2 compañías de
soldados de marina y marineros, formadas aquella misma
tarde, al mando de los tenientes de navio D. José Obregón
y D. José Corvera.
El día 20, á las 7 de la mañana, rompía su marcha
contra los ingleses, una división de 2,362 hombres, á ór-
denes del brigadier D. Bernardo Lecocq, y como segundo
jefe el sargento mayor de la Plaza, teniente coronel Don
Francisco Javier de Via na; demostrando el aspecto de
las tropas, al decir de Buiz Huidobro, « un denuedo, una
confianza, un valor, capaz de causar envidia y lisonjear
el mejor éxito de la empresa ». La división iba dis-
tribuida en tres columnas, llevando de vanguardia 200
miñones y 140 marineros. Mandaba la columna de la
izquierda el sargento mayor D. Juan Antonio Martí-
nez, con 270 infantes de Buenos Aires, 60 marineros,
60 cazadores y 300 húsares, componiendo una totali-
dad de 690 hombres con 3 piezas de artillería. La co-
lumna del centro iba al mando de D. Juan Fran-
cisco García de Zúñiga, compuesta del batallón de Milicias
de infantería de Montevideo, con un total de OóC hombres
y 2 piezas. La columna de la derecha, al mando del coro-
nel D. Agustín de Pinedo, se componía de 260 dragones,
70 carabineros de Montevideo, 94 de Córdoba, 130 del
Paraguay, 88 blandengues de Montevideo y 40 soldados
de los piquetes de Yí y Cerro -Largo, sumando 682 com-
LIBKO Vir, — GOBIERNO DE RÜIZ HUIDOBRO
473
batientes y 1 obús. La división eclió á andar por el ca-
mino real que conducía al Cristo, ocupando el centro del
camino la columna de García Zíifiiga, la izquierda D. Juan
Antonio Martínez, y la derecha Pinedo, mientras los Mi-
ñones y marineros cubrían la vanguardia.
Ocupaba el ejercito inglés una línea, que apoyando su
izquierda en Punta de Carretas, se extendía hasta las
alturas del Cristo; protegidas sus avanzadas por las quin-
tas y zanjones de toda esa zona territorial. Las naves bri-
tánicas de artillei'ía más poderosa, enfilaban desde la costa
el trayecto comprendido entre las avanzadas y la plaza, dis-
puestas á hostilizar hasta donde alcanzasen sus fuegos,
cualquier salida de los sitiados. Apenas desembocaron las
fuerzas de Lecocq al camino, fueron vistas de los ingleses,
quienes se prepararon á recibirlas, formando en batalla á
lo largo de su línea. Los buques, apostados al efecto, es-
peraron la oportunidad de hacer jugar su artillería.
A los primeros tiros de la vanguardia con las embos-
cadas inglesas, corrió la voz entre las tropas de Lecocq,
que los marineros y Miñones habían sido cortados, produ-
ciéndose una conmoción extraordinaria en las filas. Gritos
de ¡ataquen! ¡ataquen! se hicieron sentir en todas partes,
y las columnas se lanzaron á paso de caiTera sobre el ene-
migo. La del centro, al mando de García Zíiñiga, arrollando
las avanzadas inglesas, llegó al Cristo, desplegó en ba-
talla, y rompió un fuego mortífero sobre el enemigo. Re-
forzado éste por 3 compañías del 40, fué rechazado y obli-
gado á parapetarse tras de un monte de duraznos, desde
donde continuó batiéndose. El batallón de Milicias de in-
fantería de Montevideo soportó y contestó gallardamente
aquel fuego combinado eon las balas de flanco de la es-
474 I4JIRO vn. — nOBlEBNO HE BÜIE HUIDORRO
cuati n*, viendo ca<*r muerto« i hu w^indo jefe el nargcnto
mayor 1). ToináB lÍHlnuln, y al capitán D. FrantffHCo An-
tonio Maciel, con 2H individuo» entre caU)» y Holdadoe; y
heridos al capitán de granaderos D. Joaquín de (liopitoa,
al alférez de artillería ]). Mateo de Urcola, y un Inicn nú-
mero de intlividuos de tropa ( 1 ).
La columna de la iEquicrda, á úrtloncs del saj^genUi ma-
yor I ). Juan Antonio Martíncse, cargó con igual ímpetu.
Llegada frente al enemigo, dcs|>legó y em|ier.ó á batirse
bravamente. Mientras hu artillería, bajo la diroctáón del
capitán Co1omt>o, jugaba con acierto, los iufantes liadan
un fuego nutrido, Heflalándosc el cuerpo de Húsares por
HU entusiasmo. I^)s inglestíH retñbieron y contestaron el
ataque con serenidad, atendiendo al mismo tiempo ó inuti-
lizar la artillería, cuyos conductores y bestias qucnlaron
diezmados bien pronto. Iteforzado el enemigo por variíw
batallones do rifles que Auchmuty hizo adelantar, se Iralió
el combate ion cncamizamiento. La infantería de Buenos
Airt*» vió caer muertos al CHj»itán de granwleros I). José
Pórez y fi los tenientes J). Víctor de Navajas y I). Josó
Bergafta, ion buen número de tropa, sufriendo los demás
cucr¡Kis grandes daros en su |>crsonal
Kl fu(*go combinailo de los ingleses, arrecnando en pn>-
porción del aumento de sus refuerzos, provocó bien pronto
el agotamiento de municiones de artillería de los dos co-
lumnas combatientes, ijue pidieron repuesto. No lo había
en el camjo, y se mandó buscar á la Plaza; pero la ca-
rreta conductora, desmonUula ¡xir una l«la enemiga, se
quisló ú im^lio iiimino. Advertidos los inglesen del liioho,
(l) Krt^dijf^ttr dr HfrrinoM (dtitil(»)<
D. Francisco Antonio Maciel
(padre de los pobres)
LIBRO VIL — GORIKRNO BE RUIZ IIUIDORRO 475
abandonaron su formación de batalla, para cerrar en dos
columnas, amagando una de ellas cortar la retirada de
los atacantes. Lecocq, que había perdido la cabeza desde
el primer momento, mandó avanzar la columna de la de-
recha, á órdenes de Pinedo, cuya caballería estaba fresca,
para que protegiese los flancos de las dos columnas com-
prometidas, y á la vez hizo tocar retirada.
Desmoralizada como estaba la caballería, por los repeti-
dos reveses á que la impericia la había expuesto, reci-
bió al mismo tiempo orden de ataque por medio de sus
jefes, mientras el cuartel general trasmitía con sus clarines
la orden de retirada. Mandatos tan contradictorios, intro-
dujeron la vacilación consiguiente, no sólo en la columna
de Pinedo, sino en todas. La caballería, después de remo-
linear un momento, salió á escape en dirección al Migue-
lete, y la infantería, dividiendo su atención entre la voz de
sus jefes y el peligro de ser cortada, se desordenó ( 1 ). Los
ingleses aprovecharon aquel momento j)ara atacar por su
frente y flancos á los cuerpos que cejaban, envolviéndolos
en un círculo de fuego.
La infantería de Buenos Aires, acometida muy de cerca,
perdió 100 hombres y un cañón. El batallón de Milicias
de infantería de Montevideo y los Húsares de Mordeille,
rehaciéndose bajo el fuego, hicieron rostro al peligro con
vigoroso espíritu. Pudo considerarse por un momento cor-
tada y perdida toda la artillería, á no haberse interpuesto
los esfuerzos de algunos oficiales. El alférez D. Mateo de
Urcola, que desde el principio del combate estaba grave-
mente herido en una mano, salvó tres cañones. El mayor
(1) 11 en los D, de P,
476
LIBRO Vir. — OOBIER^^O DE RUIZ HUIDOBRO
Fournier y el ciipitán Colombo, de los Húsares, protegie-
ron la incorporación de los dispersos de su cueq^o, arras-
traron á brazo el tren de artillería del mismo, cuyos con-
ductores y muías habían muerto en el ataque, y contribu-
yeron á que el abanderado D, Vicente Acuña de Figueroa
salvase la bandera en medio de una lluvia de balas. Tuvo
el batallón de Milicias de infantería de Montevideo, en la
retirada, 43 individuos de tropa heridos, los tenientes D, Il-
defonso García y D. Jerónimo Olloniego, los cadetes
D. Manuel Mendez, D. Miguel Casal y varios sargentos
contusos, y cayeron prisioneros de los ingleses el capitán
D. Manuel Diago, contuso, el teniente D. Juan de Ellauri,
el cadete D. Manuel A'igil, 3 sargentos y varios soldados.
Los Húsares perdieron, entre muertos, heridos y prisione-
ros, unos 130 hombres.
A las ocho y media de la mañana, todo había concluido,
ocupando los ingleses el Cortlón, la Aguada y el Arroyo
Seco, con ¡pérdida de algunos muertos y 200 heridos. Los
vencidos perdieron una tercera parte de sus fuerzas, entre
muertos, heridos, prisioneros y dispersos. El desastre era
completo. Para aumentar sus horrores, los ingleses entre-
garon al saqueo todas las casas comprendidas dentro de
la jurisdicción de su dominio, cuyos habitantes se disemi-
naron por la campaña para ser traiísmisores de tan angus-
tiosas noticias. PreHniendo ulterioridades, el marques de
Sobremonte trasladó su residencia a las Piedras, para es-
tar a. la expectativa de los sucesos.
En semejante situación, creyeron el Cabildo y Ruiz Hui-
dobro, que debían acudir á Buenos Aires con el íin de
obtener algún socorro. El día 2 1 escribió, pues, el Gober-
nador al Cabildo y á la Audiencia de aquella ciudad |ú-
IJBRO Yir. — GOi^lKRNO DE RUXZ HUIDOBRO
477
clieiulo tropas y auxilios. Por su parte, el Cabildo de Mon-
tevideo, en oficio de 23 de Enero le relataba al de la vecina
orilla todo lo acontecido, concluyendo de esta manera:
« Tenga V. S. la bondad de persuadirse que esta explica-
ción no lleva la idea de mover su ánimo para que nos
remita prontos y abundantes socorros. Este Cabildo sabe
bien que á V. S. le sobra talento para discernir si es ó no
verosímil cuanto decimos, y sabe también que no necesita
de tales razonamientos para hacer las más exquisitas dili-
gencias de contribuir á nuestra felicidad, aun cuando no
fuese V. 8. tan estrechamente interesado en ella. Lo que
sí podemos asegurar á V. 8., es que en tanto no seamos
vencidos de nuestro común enemigo, no tiene esa ciudad
el más leve motivo para recelar que él pase á iiivadiila.
Si él fuese vencido por nosotros no podría reembarcar sus
tropas, sería cuando estuviesen disminuidas, y no se halla-
ría en e-stado de intentar la conquista de esa ciudad. Y si
lo hiciese, sabe V. 8. por experiencia, que ésta, sin reparar
los pehgros de su indefensión, sabría acudir con todas sus
fuerzas á dar ayuda á esa Capital. » ( 1 ) Estas palabras, que
á la vez de expresar presentes desgracias, recordaban pasa-
dos beneficios, encontraron eco en el Cabildo de Buenos
Aires, haciéndole reaccionar contra su egoísmo de los pri-
meros días. Convínose en aprestar un contingente de 2,000
hombres, que al mando de Liniers pasaran á Montevideo
sin pérdida de tiempo. Desgraciadamente debían llegar
tarde, aunque no por su culpa.
La vanguardia de Liniers, compuesta de 450 hombres
de tropas veteranas á órdenes del brigadier Arce, se em-
( 1 ) Corraq)onde)icia del C. de Montevideo con el de D. Aires { Arch Gen ).
478
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ IIÜIDOBRO
barco en la tarde del 24 de Enero, zarpando de Buenos
Aires á las 9 de la noche, bajo la conducta del teniente de
navio T>. Juan Angel Miehelena, jefe del convoy naval. El
movimiento pasó inadvertido á los buques ingleses que
liacían el crucero de Colonia á Quilmes, concurriendo á
ese resultado feliz la oscuridad de la noche. El 25 saltó
Arce en tiena con una parte de sus fuerzas á 1 1 leguas de
Colonia, y al día siguiente se le incorporó el resto de la
tropa. Ko encontró el brigadier ni elementos de movili-
dad, ni personas con quien entenderse. Sobremonte, en
previsión de un desembarco del enemigo, había hecho con-
centrar todas las caballadas fuera del alcance de un golpe
de mano, así es que los primeros chasques de Arce pidiendo
elementos de movilidad, carne y leña al comandante de
Colonia, partieron á pie. El vecindario cercano proporcionó
un centenar de caballos, hasta que el día 27 envió el co-
mandante de Colonia 500 y algunos vehículos. Con este
socorro y los que sucesivamente fuó recibiendo, Arce pro-
siguió su marcha, hasta que en la tarde del 29 llegó a la
guardia del Bosario, y desde allí comunicó á Ruiz Huido-
bro la causa de su lento avance. El Gobernador ofició
inmediatamente á Sobremonte, urgióndole para que pu-
siese á disposición de Arce el mayor níimero de caballada,
y preparase idéntico recurso á las tropas de Liniers, que
pronto estarían en suelo uruguayo; pero el Virrey contestó
« que no tenía motivos para modificar las órdenes subsis-
tentes respecto á la distribución de caballadas ».
Con todo, los sitiados no tenían deseo de rendirse, y el
estado de la opinión entre ellos era alarmante. Descon-
fiando de la autoridad militar á causa del mal suceso de
sus operaciones, veían la traición doquiera. Con motivo de
IJBRO vn. "(íOniKRNO DE KUIZ HÜIDOHRO
470
haber pedido el Cabildo al Gobernador que se hiciese utia
junta de guerra para proveer á las necesidades más urgen-
tes de la Plaza y convenir en los medios de atenderlas, cir-
culó entre el público que el Ayuntamiento solicitaba capi-
tulación con los ingleses, y no tuvo límites el furor que se
a]X)deró de las gentes. Los tercios de voluntarios auxilia-
res tomaron las armas, diciendo que iban á matar á los ca-
bildantes. Entrií la tropa reglada se suscitaron iguales des-
confianzas, siendo amenazado dé muerte el comandante
general de artillería, á quien pusieron un fusil al pecho, sal-
vándole un oficial que desvió el arma oportunamente. Un
infeliz portugués que defendía á un negi'O, injustamente
acusado de querer clavar unos cañones, fue asesinado en
medio de un tumulto. Con esto se llenó de terror la auto-
ridad civil, y para aplacar las iras populares tuvo que hacer
pública la asistencia de tropas que esperaba desde Buenos
Aires, revelando un secreto que convenía ocultar. Y al
mismo tiempo que daba al pueblo estas satisfacciones inu-
sitadas, se dirigía el Cabildo al Gobernador pidiendo auxi-
lio contra los revoltosos, en estos términos: «Éstos y otros
hechos del mayor escándalo y contra los que clama la vin-
dicta pública, no dejan duda al Cabildo que fácilmente
conspiran contra sus vidas por la más leve causa, y bas-
tará que mañana no tengan todos los víveres que necesitan.
Suplicamos así á V. S. muy encarecidamente, disponga que
desde hoy se ponga de continuo una guardia competente
con oficial del batallón de milicias á nuestra orden, no pu-
diendo ser veteranos, para que no permitan llegar á las
puertas capitulares juntos arriba de tres hombres.» (1)
( 1 ) L, C. de Montevideo,
4S0
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Arreciaban en tanto las operaciones militares de los si-
tiadores. La escuadra inglesa bombardeaba siu. cesar las
baterías que defendían el pmerto, mientras que el ejército
de tierra avanzaba terreno sobre las fortificaciones que
tenía á su frente. Merced á un esfuerzo hecho en combi-
nación con un pequeño trozo de caballería al mando de
D. Felij^e Pérez y tres lanchas cañoneras del puerto, pudo
verificarse por el lado de Santa Lucía la introducción de
algunos víveres á la ciudad. Pero todo esto no cambiaba
la fisonomía de la resistencia, cada vez mas apurada por
el enemigo. El día 21 construyeron los ingleses su pri-
mera batería en la altura denominada «Panadería de Sie-
rra». No siendo eficaces sus fuegos para dominar los de
la Plaza, abrieron el día 25 nuevas baterías de cañones de
á 24 y morteros, combinándolas con todas las fragatas y
buques menores de su escuadra, que se aproximaron cuanto
les fue posible á la ciudad, rompiendo un fuego mortífero.
Respondió la Plaza con vigor no esperado por los sitiado-
res, y las hostilidades prosiguieron sobre ese pie, sin des-
mayar ni los atacantes ni los atacados. Ruiz Huidobro y
el Cabildo, multiplicándose aquél en los puestos de com-
bate, y éste en la provisión de cuanto era necesario á la de-
fensa, sostenían el ánimo de los sitiados.
El general inglés, «viendo que la guarnición no se inti-
midaba ni se rendía», mandó construir el día 28 una nueva
batería de seis cañones de 24, como á 1,000 metros dcl
bastión Sudeste, que se sospechaba ofrecer poca resistencia.
Levantada aquella batería, rompió sus fuegos sobre el bas-
tión indicado, pero solamente logró destruir el parapeto,
quedando íntegro el terraplén. Entonces convencióse Auch-
muty de que sus preparativos no habían sido suficientes
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 481
».para un sitio regular, y entrando en las miras de plan-
tearlo, mandó levantar otra batería de C cañones á distancia
de unos GOO metros de la muralla que unía por la parte
S. las baterías de mar de los sitiados. Hízose con tal motivo
muy recio el fuego de los ingleses, colocados en posi-
ciones respetables. La Plaza respondió á aquel fuego con
igual ímpetu durante cuatro días. En uno de ellos (el 28
de Enero) disparó 3,000 tiros solamente del calibre de 24,
‘distinguiéndose la batería del capitán Colombo, entre to-
das. Los claros abiertos en las lilas de los sitiados, eran
grandes. Recogíanse los heridos de la guarnición y se de-
positaban en casas particulares, por no ser bastantes ya
las localidades preparadas de antemano para ellos; mien-
tras que los muertos aglomerados en los huecos y pla-
zuelas, esperaban los pocos brazos inermes que pudieran
enterrarles.
Por causa de tanto estrago, hubo compañía que de 60
hombres quedó reducida á 4. Pero el espíritu de resisten-
cia, arrastrando hasta á los impedidos, parecía comunicar-
les nueva vida. Fue de ese número el viejo y achacoso
mariscal de campo D. Miguel de Tejada, antiguo Gober-
nador interino de Montevideo^, quien desde los primeros
días del asedio había exigido un puesto, obteniendo el
mando de la Cindadela, donde se hizo conducir durante
aquellos momentos de prueba, en brazos de sus criados
para exponerse al peligro. El ayudante de Húsares D. In-
dalecio García y el teniente del mismo cuerpo D. José
Santos Irigoyen, murieron valerosamente en los puestos
avanzados. Con tales ejemplos, el ardor de los combatien-
tes aumentaba. Sobre todo, los artilleros, luchando contra
los fuegos de la escuadra enemiga y las baterías de tierra
Dom, Esp. — II.
31 .
482
LIBRO VU. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
de los sitiadores, demostraban extraordinaria firmeza, aun
cuando '\deran desmontados muchos de sus cánones y re-
ventados otros por el exceso de servicio. El teniente co-
ronel de esa arma, D. José Rodríguez, y los capitanes
D. Pablo Colombo y D. José Cardoso, sobresalían por el
acierto de sus disposiciones. También se mostró á la altura
de su cargo, D. Francisco Javier de Viana, sargento mayor
de la Plaza.
Así llegó el día 1.® de Febrero: como de costumbre, se
había roto el fuego desde el amanecer por una y otra parte.
Era deplorable el estado de la Plaza, demolidos como es-
taban los merlones del frente de la Cindadela, batería
de San Sebastián, parque de artillería y Cubo del Sur:
en el portón de San Juan existía abierta y practicable
una brecha de 14 metros. Sin embargo, ni las autoii-
dades ni el pueblo se desanimaban por esto, y los tercios
de Andaluces, Vizcaínos y Montañeses, que formaban uno
solo, á órdenes de D. Manuel de Santelices y D. Matías
de Larraya, se distinguieron ese día defendiendo aquel
punto. Fué requerido el auxilio del vecindario para tapiar
la brecha, y muchos acudieron á verificarlo, señalándose
D. Juan Francisco García de Zúñiga y D. Miguel Anto-
nio Vilardebó, quienes pusieron á disposición del Gobierno
los cueros de sus barracas para ese fin. Recompuesta un
poco la parte peor tratada de la muralla del S., cobraron
mayor ánimo los defensores. A boca de noche sufrieron,
empero, un contratiempo lamentable, con la muerte del
capitán Colombo, arrebatado por una bala de cañón. Po-
cas horas después, vino anuncio de que el brigadier Aiee,
con 450 hombres de Buenos Aires, había burlado la vi-
gilancia inglesa, y entrando desde Colonia por el río
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
483
Santa Lucía, acababa de introducirse en la ciudad (1).
Gran alegría causó este refuerzo, que debía ser funesto á
los sitiados, porque adormeció la vigilancia de la guarni-
ción. Creyéronse todos en salvo con el aumento de tropa,
mientras el general inglés empezaba á madurar un plan de
asalto alarmado por aquella circunstancia.
A tiempo que Arce penetraba en Montevideo, Liniers, á
la cabeza de 3,000 hombres, venía á marchas lentas en
socorro de la guarnición. Había fondeado el 30 de Enero
á las 5 de la tarde en la playa de San Francisco al N. de
Colonia, desde donde comunicó al Cabildo de Montevideo
su arribo, prometiendo estar dentro de cuatro días en la
ciudad (2). No obstante los repetidos avisos de Kuiz Hui-
dobro á Sobremonte, y las noticias que Arce le había dado
oportunamente en las Piedras, el Virrey no modificó sus
órdenes respecto á la concentración de caballadas. Liniers
se encontró sin elementos de movilidad, reuniendo apenas
100 caballos el día 31. Sin embargo, el l.° de Febrero
rompió la marcha á pie, perdiendo varios hombres muer-
tos de sofocación. Llegado al paso de la Horqueta, término
de la jornada de aquel día, recibió 500 caballos y comuni-
caciones de Sobremonte, ofreciéndole toda clase de auxilios.
Esperanzado por tan buenas nuevas, y habiendo logrado
montar su caballería y artillería, se puso en camino al día
siguiente; pero al hacer alto en las márgenes del río
S. Juan, en vez de encontrar los auxilios prometidos, reci-
bió allí una nota de Sobremonte, limitando su autoridad
militar á los cuerpos que tenía bajo sus órdenes, lo que
(1) iV.® 12 en los D. de P.
(2) Oficio de Liniers (Arch Gen).
484
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HCTIDOBRO
implicaba un desahucio á todo pedido de cooperación.
Liniers comprendió el objeto de la maniobra, y contestó
al Virrey como debía. En seguida trasmitió copia de los
oficios á Euiz Huidobro, y luego hizo saber á sus tropas
el impedimento que se cruzaba para frustrar la inminente
derrota de los ingleses. Una justa indignación contra el
proceder de Sobremonte se hizo sentir entre los soldados
auxiliares, quienes, á pesar de las escasas probabilidades
de éxito, nacidas de la falta de caballadas y oportuna pro-
visión de carne, prosiguieron su marcha en dirección á
Montevideo, cuya desesperada resistencia tocaba ya á su fin.
El refuerzo de Arce demostró al general sitiador que
la Plaza podía y debía ser vigorosamente socorrida en cual-
quier momento desde la margen occidental. Antes de pro-
ducirse el hecho, tenía Auchmuty motivos para sospecharlo;
pero la evidencia del caso, « y muchas razones », cuyo de-
talle tuvo por conveniente reservarse, aunque aludiéndolas
en su parte oficial, ya no le autorizaban á vacilar en sus
juicios. Corresponde enumerar entre esas razones omiti-
das, la información exacta de cuanto pasaba en Buenos
Aires, trasmitida por medios secretos y á impulsos de una
confabulación sectaria, que espiaba, para denunciarlas al
enemigo, las operaciones gubernamentales. Los prisioneros
ingleses de la reconquista, procurándose el desquite, habían
establecido en la opuesta orilla Logias Masónicas ; desde
cuyo seno propagaban la independencia del Pío de la
Plata, afiliando á varios oficiales argentinos, entre ellos
D. Saturnino Rodríguez Peña, que se les entregaron en
absoluto (1). Por ese canal debieron llegarle á Auchmuty
(1) Mitre, JJisí de Bclgrano ; i, iv.
LIBRO VIL — GOBIERNO OE RITIZ IIIJIDOBRO
485
las nuevas de la actitud de las autoridades vecinas, y el
inminente avance de Liniers, persuadiéndole lí precipitar
el asalto de jMontevideo, « aunque temiese exponer sus
tropas á un fuego muy pesado ».
Á la verdad que el general ingles no podía prolongar
su situación de expectativa sin arriesgarse á ser vencido.
Liniers, moviéndose sobre Montevideo, iba a perjudicarle
de dos modos : ó penetrando en la ciudad, cuya defensa
quedaría entonces asegurada, ó amagando su retaguardia
y obligándole á levantar el asedio. En cualquiera de am-
bas eventualidades, Auchmuty perdía todas las ventajas
adquiridas, cambiando una victoria inmediata y probable,
por una campaña larga y llena de accidentes peligrosos.
Soldado experto, se dio cuenta de aquel doble peligro, y
en consecuencia, resolvió el asalto de la Plaza, como único
medio de conjurarlo.
Al efecto, y después de haber hecho á Ruiz Huidobro
una nueva intimación, que fue rechazada, se entregó du-
rante el día 2 á la organización y distribución de las tro-
pas que debían iniciar y sostener el asalto. Dividió su ejér-
cito en dos cuerpos, el uno de ataque, á órdenes del coro-
nel Browne, y el otro de reserva bajo el mando del briga-
dier Lumley. Las fuerzas de Browne se componían de los
cuerpos de rifles mandados por el teniente coronel Brownigg
y el mayor Troller, de los granaderos al mando de los ma-
yores Campbell y Tucker, del regimiento 38 á órdenes del
teniente coronel Vassal y del mayor Nugent, del regimiento
40 al mando del mayor Dalrympe, y del 87 al mando del
teniente coronel Boutler y del mayor Miller. La reserva
de Lumley constaba del 17 de dragones ligeros, del regi-
miento 47, de una compañía del 71 y de un cuerpo de ma-
484
UBKO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
implicaba un desahucio á todo pedido de cooperación.
Liniers comprendió el objeto de la maniobra;^ contestó
al Virrey como debía. En seguida trasmitió copia de los
oficios á E-uiz Huidobro, y luego hizo saber á sus tropas
el impedimento que se cruzaba para frustrar la inminente
derrota de los ingleses. Una justa indignación contra el
proceder de Sobre monte se hizo sentir entre los soldados
auxiliares, quienes, á pesar de las escasas probabilidades
de éxito, nacidas de la falta de caballadas y oportuna pro-
visión de cíirne, prosiguieron su marcha en dirección á
Montevideo, cuya desesperada resistencia tocaba ya á su fin.
El refuerzo de Arce demostró al general sitiador que
la Plaza podía y debía ser vigorosamente socorrida en cual-
quier momento desde la margen occidental. Antes de pro-
ducirse el hecho, tenía Auchmuty motivos para sospecharlo;
pero la evidencia del caso, « y muchas razones », cuyo de-
talle tuvo por conveniente reservarse, aunque aludiéndolas
en su parte oficial, ya no le autorizaban á vacilar en sus
juicios. Corresponde enumerar entre esas razones omiti-
das, la información exacta de cuanto pasaba en Buenos
Aires, trasmitida por medios secretos y á impulsos de una
confabulación sectaria, que espiaba, para denunciarlas al
enemigo, las operaciones gubernamentales. Los prisioneros
ingleses de la reconquista, procurándose el desquite, habían
establecido en la opuesta orilla Logias 3Ia^sónieas ; desde
cuyo seno propagaban la independencia del Río de la
Plata, afiliando á varios oficiales argentinos, entre ellos
D. Saturnino Rodríguez Peña, que se los entregaron en
absoluto ( 1 ). Por ese canal debieron llegarle á Auchmuty
(1) Mitre, lUsi de Bclgrano ; i, iv.
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RÜIZ HIJIDOBRO
485
las nuevas de la actitud de las autoridades vecinas, y el
inminente avance de Liniers, persuadiéndole á precipitar
el asalto de Montevideo, « aunque temiese exponer sus
tropas á un fuego muy pesado ».
A la verdad que el general ingles no podía prolongar
su situación de expectativa sin arriesgarse á ser vencido.
Liniers, moviéndose sobre Montevideo, iba á perjudicarle
de dos modos : ó penetrando en la ciudad, cuya defensa
quedaría entonces asegurada, ó amagando su retaguardia
y obligándole á levantar el asedio. En cualquiera de am-
bas eventualidades, Auchmuty perdía todas las ventajas
adquiridas, cambiando una victoria inmediata y probable,
por una campaña larga y llena de accidentes peligrosos.
Soldado experto, se dio cuenta de aquel doble peligro, y
en consecuencia, resolvió el asalto de la Plaza, como único
medio de conjurarlo.
Al efecto, y después de haber hecho á Ruiz Huidobro
una nueva intimación, que fue rechazada, se entregó du-
rante el día 2 á la organización y distribución de las tro-
pas que debían iniciar y sostener el asalto. Dividió su ejér-
cito en dos cuerpos, el uno de ataque, á órdenes del coro-
nel Browne, y el otro de reserva bajo el mando del briga-
dier Lumley. Las fuerzas de Browne se componían de los
cuerpos de rifles mandados por el teniente coronel Brownigg
y el mayor Troller, de los granaderos al mando de los ma-
yores Campbell y Tucker, del regimiento 38 á órdenes del
teniente coronel Vassal y del mayor Nugent, del regimiento
40 al mando del mayor Dalrympe, y del 87 al mando del
teniente coronel Boutler y del mayor Miller. La reserva
de Lumley constaba del 1 7 de dragones ligeros, del regi-
miento 47, de una compañía del 71 y de un cuerpo de ma-
484
I.IBKO VIL — GOBIERNO DE RUíZ HÜIDOBRO
implicaba un desahucio á todo pedido de cooperación.
Liniers comprendió el objeto de la maniobra, y contestó
al Virrey como debía. En seguida trasmitió copia de los
oficios á Ruiz Huidobro, y luego hizo saber á sus tropas
el impedimento que se cruzaba para frustrar la inminente
derrota de los ingleses. Una justa indignación contra el
proceder de Sobremonte se hizo sentir entre los soldados
auxiliares, quienes, á pesar de las escasas probabilidades
de éxito, nacidas de la falta de caballadas y oportuna pro-
visión de carne, prosiguieron su marcha en dirección á
Montevideo, cuya desesperada resistencia tocaba ya á su fin.
El refuerzo de Arce demostró al general sitiador que
la Plaza podía y debía ser vigorosamente socorrida en cual-
quier momento desde la margen occidental. Antes de pro-
ducirse el hecho, tenía Auchmuty motivos para sospecharlo;
pero la evidencia del caso, « y muchas razones », cuyo de-
talle tuvo por conveniente reservarse, aunque aludiéndolas
en su parte oficial, ya no le autorizaban á vacilar en sus
juicios. Corresponde enumerar entre esas razones omiti-
das, la información exacta de cuanto pasaba en Buenos
Aires, trasmitida por medios secretos y á impulsos de una
confabulación sectaria, que espiaba, para denunciarlas al
enemigo, las operaciones gubernamentales. Los prisioneros
ingleses de la reconquista, procurándose el desquite, habían
establecido en la opuesta orilla Logias Masónicas ; desde
cuyo seno propagaban la independencia del Río de la
Plata, afiliando á varios oficiales argentinos, entre ellos
D. Saturnino Rodríguez Peña, que se les entregaron en
absoluto ( 1 ). Por ese canal debieron llegarle á Auchmuty
(1) Mitre, llisí de Bchjmno ; i, iv.
LIBRO VIL — GOBIERN’O DE RÜIZ HUIDOBRO
485
las nuevas ele la actitud de las autoridades vecinas, y el
inminente avance de Liniers, persuadiéndole á precipitar
el asalto de Montevideo, « aunque temiese exponer sus
tropas á un fuego muy pesado ».
A la verdad que el general inglés no podía prolongar
su situación de expectativa sin arriesgarse á ser vencido.
Liniers, moviéndose sobre Montevideo, iba á perjudicarle
de dos modos : ó penetrando en la ciudad, cuya defensa
quedaría entonces asegurada, ó amagando su retaguardia
y obligándole á levantar el asedio. En cualquiera de am-
bas eventualidades, Auchmuty perdía todas las ventajas
adquiridas, cambiando una victoria inmediata y probable,
por una campaña larga y llena de accidentes peligrosos.
Soldado experto, se dio cuenta de aquel doble peligro, y
en consecuencia, resolvió el asalto de la Plaza, como único
medio de conjurarlo.
Al efecto, y después de haber hecho á Ruiz Huidobro
una nueva intimación, que fué rechazada, se entregó du-
rante el día 2 á la organización y distribución de las tro-
pas que debían iniciar y sostener el asalto. Dividió su ejér-
cito en dos cuerpos, el uno de ataque, á órdenes del coro-
nel Browne, y el otro de reserva bajo el mando del briga-
dier Lumle}L Las fuerzas de Browne se componían de los
cuerpos de rifles mandados por el teniente coronel Browuigg
y el mayor Troller, de los granaderos al mando de los ma-
yores Campbell y Tucker, del regimiento 38 á órdenes del
teniente coronel Vassal y del mayor Nugent, del regimiento
40 al mando del mayor Dalrympe, y del 87 al mando del
teniente coronel Boutler y del mayor Miller. La reserva
de Luraley constaba del 17 de dragones ligeros, del regi*
miento 47, de una compañía del 7 1 y de un cuerpo de ma-
486
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
rineros y gente de mar. En ese mismo día se impartieron
ordenes para que una hora antes de amanecer e^ 3, se ve-
rificase el asalto por el costado del portón de Ban Juan,
que alcanzaban á cubrir los Húsares de Mordedle, desta-
cados sobre el fianco comprendido desde la Cindadela hasta
el fuerte de S. Luis.
En la madrugada del día 3 avanzaron cautelosamente
y sin ser sentidas, las tropas inglesas. Dormía la mayor
parte de la guarnición entregada á la confianza y rendida
por la fatiga de los combates anteriores, así es que el pri-
mer centinela que dió el alarma en el portón de San Juan,
fué para avisar que los ingleses tanteaban la boca de la
brecha. Inmediatamente rompióse el fuego contra ellos
por todos los cañones que miraban hacia aquella parte, y
las campanas de la ciudad tocaron a rebato anunciando el
peligro. De todos lados llovió el fuego sobre la co-
lumna enemiga, que se detuvo perpleja durante un cuarto
de hora, en*ando la brecha y quedando expuesta á un daño
mortífero. En esta situación, el capitán Remy, del 40 de
infantería ligera, se lanzó impetuosamente en busca de la
brecha, y encontrándola, cayó muerto al montarla. Tras
de él vinieron los soldados de su cuerpo, consiguiendo el
acceso al interior del bastión con pérdida de bastante gente
y bajo un fuego certero. En ese mismo momento se oyó
una voz que gritaba en castellano : ¡ Xo tiren, que so?i
pasados ! produciéndose cierta vacilación entre los defen-
sores. Mordedle, presumiendo ser víctima de una treta del
enemigo, ordenó á gritos que prosiguiese el fuego, atrope-
llando contra los asaltantes, quienes le rodearon, derribán-
dole á bayonetazos. Por sobre su cuerpo moribundo, pa-
saron en seguida, no dando cuartel á ninguno.
LIBRO Vir. — GOBIERNO DE RUíZ IIUIDOBRO
487
Comprometido el combate en la parte Sur, vinieron re-
fuerzos de la parte opuesta. El batallón de Milicias de
Infantería de Montevideo, destacado sobre la línea com-
prendida desdo las Bóvedas hasta el fuerte de S. José, re-
cibió aviso á las 2 y 1/2 de la mañana, que el enemigo
franqueaba la brecha, y corrió á oponérsele, yendo de van-
guardia el ayudante mayor del cuerpo D. Miguel de Gra-
nada, con una parte de él. A mitad de camino, Granada
recibió contraorden para que se dirigiese á la plaza exte-
rior de la Cindadela : reunido el batallón en aquel sitio, fué
atacado por una columna enemiga, que rechazó dos veces.
Desplegó hiego junto al parque de Ingenieros; pero en aquel
punto, cortado y rodeado García Zúñiga, quedó prisionero
con varios oficiales y tropa. Granada, al frente de las com-
pañías de González Vallcjo y D. Andrés Yáñez, en número
de 200 hombres, se sostuvo con bastante vigor durante
buen rato, perdiendo 21 muertos y 12 heridos de tropa, y
entre los oficiales, gravemente heridos los tenientes D. Je-
rónimo Olloniego y D. Cristóbal Salvañach; mas al fin
consiguió abrirse paso hasta el interior de la Fortaleza,
donde se encontraba Ruiz Huidobro con las tropas vete-
ranas.
Había colocado el Gobernador algunos cañones enfi-
lando las bocacalles que miraban á las puertas de la mu-
ralla, y los ingleses se lanzaron á la bayoneta en esa di-
rección, arrollando los artilleros y clavando los cañones.
Entre tanto, el regimiento 87, apostado sobre la puerta
del X. con el designio de que la abrieran las tropas entra-
das por la brecha, no quiso esperar tal resultado, y esca-
lando la muralla, se precipitó á la ciudad para aumentar
la confusión de los sitiados. El combate se hizo entonces
488
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RÜÍZ IIDIDOBRO
general, desalojando los ingleses á las fuerzas de la guar-
nición en casi todos sus puestos. Bajas considerables su-
frieron los cuerpos de Buenos Aires : el regimiento de In-
fantería tuvo muertos á los capitanes D. José Gómez,
D. Lázaro Gómez, D. Bernardo Lorenzo, D. Berna rdino
Ortega, los tenientes D. José Murfi y D. I\Iariano Tor-
nells, el alférez D. Juan Jara, y cantidad de individuos
de tropa, así como varios oficiales gravemente heridos; y
el regimiento de Dragones tuvo muertos al teniente D. Ma-
nuel Pérez y más de 100 soldados, resultando gravemente
heridos los capitanes D. Agustín Arenas y D. Ambrosio
Pinedo.
El enemigo, una vez dueño de las principales baterías á
los flancos y retaguardia de la Cindadela, se acantonó en
los altos de la iglesia Matriz (hoy Catedral ), circunscri-
biendo la resistencia de los sitiados á un escaso perímetro.
Quedaba dentro de él, en pie, la Cindadela con Ruiz Hui-
dobro, sobre la cual se dirigieron los diversos cuerpos que
ya entraban á discreción salvando la muralla. Por más
que el Gobernador, personalmente á cargo de la artillería,
les contuviera durante un momento, cedió al fin ante el
número, pidiendo parlamentar. Inmediatamente le presen-
taron á Auchmuty, quien convino en respetar la religión
y propiedades, á cambio de la entrega. Convenidos en
estos términos ambos generales, á las S de la mañana se
izó bandera inglesa en el baluarte principal de la ciudad.
Al día siguiente supo Liniers el hecho, y se retiró con sus
tropas á Buenos Aires.
El solo asalto de Montevideo costó á los ingleses 5G0
muertos, entre ellos los tenientes coroneles Vassal y Brow-
nigg, y otros tantos heridos, que llenaron la iglesia Matriz,
TJBRO Vir. — GOBIERNO DE RUi;5 ÍIUIDOBRO
489
los salones del hospital de Caridad y algunas casas parti-
culares. La Plaza tuvo 400 muertos y un niimero de he-
ridos que pasó de 300. En el acto de conquistar la ciu-
dad, acudió el enemigo á hacerse dueño de las cañoneras y
buques menores anclados en su bahía, bajo la protección
de los fuertes de la isla de Ratas y Cerro, consiguiéndolo
sin esfuerzo. Entregáronse todos los barcos, menos la cor-
beta Atrevida, cuyo comandante D. Antonio Ibarra la
incendió antes de abandonarla. El comandante de la isla
de Ratas, D. José Píriz, capitán del regimiento de infan-
tería de Buenos Aires, huyó abandonando su guarnición,
que cayó prisionera de los ingleses, luego de ponerse él
en salvo con su familia. La mitad de los defensores de
Montevideo se escaparon en botes ó escondidos en la
ciudad, quedando el resto con el Gobernador y demás
jefes de la Plaza prisioneros de guerra. Los ingleses, du-
rante tres días, no se ocuparon más que en acuartelar del
mejor modo sus tropas y en hacer prisionero á todo indi-
viduo que encontraban por las calles, fuera hombre ó
niño, conduciéndolos á bordo de sus barcos (1).
Esta conducta de Auchniuty, era una represalia. Pre-
textando la falta de cumplimiento á la seudo capitulación
otorgada por Liniers á Beresford, el general vencedor se
proponía remitir á Inglaterra como rehenes de los prisio-
neros de su país detenidos en el Plata, á los que le pro-
porcionaba su reciente victoria. Con tal motivo, mientras
hacía una verdadera batida en la ciudad, despachaba bu-
(1) Entre los muchos jovcncitos capiurados, se encontraba D, Rufino
Baiixá, futuro vencedor de Gua¡jabos; á quien aprehendieron unos sol-
dados ingleses á la puerta de su casa, junto con su hermano D. Fran-
cisco y un esclavo de la familia»
490 LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
ques ligeros de la escuadra inglesa para vigilar escrupulo-
samente las costas y pasos de los ríos principales, logrando
en una de esas excursiones aprisionar al teniente Rondeau,
quien, por dicha eventualidad, fue destinado á complemen-
tar, en un futuro inmediato, las aptitudes militares que
debían ilustrar su nombre. Traído á ]\Ion te video, se le
alojó á bordo de uno de los transportes que estaban pron-
tos á zarpar para Inglaterra, y en los cuales ya le prece-
dían el Gobernador Ruiz Huidobro, D. Agustín IMartínez,
comandante del tercio de « Patricios criollos » ; D. Nicolás
de Vedia, segundo jefe de los «Cazadores de Magariños »;
D. Fi ’an cisco Fournier, sargento mayor de los « Húsares
de Mordedle », con el ayudante D. Juan Zufriategui y los
tenientes D. Miguel Buitrón y D. Miguel Espina, oficiales
del mismo cuerpo; D. Juan Antonio Martínez, sargento
mayor del regimiento de infantería de Buenos Aires, y va-
rios otros jefes y oficiales.
Entre tanto, Montevideo estaba demudado. Habían he-
cho entrar los ingleses 3,000 hombres de sus tropas, de-
jando campado en los alrededores el resto del ejercito.
Sobre 2,000 mercaderes, traficantes y aventureros, que
acompañaban á los conquistadores, entraron también . con
las tropas; viniendo á producirse un abigarrado concurso
que cambiaba la fisonomía habitualmente sosegada de
Montevideo, asemejándola á una colonia comercial britá-
nica. Todas estas gentes que no tenían paraje apropiado
donde alojarse, vagaban á la ventura por las calles du-
rante el día, recogiéndose de noche en los huecos y rin-
cones de la ciudad. Contrastaba singularmente el aspecto
investigador y la curiosidad activa de estos recién llegados,
con el porte afligido de los pocos habitantes de Montevideo,
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO 491
que transitaban las calles en busca de empeños para obte-
ner el desembarque de sus parientes secuestrados á bordo,
ó de noticias sobre aquellos de los suyos que no sabían
dónde se encontraban. A todo ^sto se juntaba el testimo-
nio imponente de los últimos combates: baluartes derrui-
dos, cañones desmontados, camillas y literas en continuo
viaje á los hospitales, y el duelo de los vencidos en oposi-
ción á la actitud, no jactanciosa, pero sí satisfecha de los
vencedores ( 1 ).
Asegurada su victoria, pidió el general inglés la sumi-
sión de la ciudad y sus habitantes al monarca de la Gran
Bretaña, exigiéndoles juramento de fidelidad, que fué otor-
gado. Auchmuty, yankee de origen, aunque refractario á
la causa de la independencia de su país, cuyas banderas no
había seguido, prefiriendo permanecer adepto á la Metró-
poli, conservaba, empero, el instinto de las soluciones polí-
ticas que no se basan exclusivamente en la fuerza. Sabía,
por otra parte, que su reciente conquista era precaria, pues
si dominaba un pueblo vencido por la fuerza material, no
podía lisonjearse de tener los ánimos á su favor. Así es
que, en cuanto lo permitieron las exigencias de momento,
usó con moderación de la victoria, contrayéndose á pesar
lo menos posible sobre las creencias, aspiraciones y suscep-
tibilidades de la generalidad.
Bajo tales auspicios entraron las cosas en un orden regu-
lar, como se deduce del siguiente pasaje de un oficio del
Cabildo á Sobremonte, fechado en 20 de Febrero: «Seño-
res ya de la plaza los jefes de las tropas inglesas, no cui-
daron de otra cosa que de contener el ardimiento de ellas,
(1) J. P. y W. P. Robertson, Lcttors on Paraguay : i, vi.
492 LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO
castigando severamente en e] acto el más ligero insulto de
cualquier soldado. Movidos de conmiseración, hicieron pu-
blicar, por medio de proclamas, que lejos de querer usar
del rigor de las leyes de la guerra sobre las plazas tomadas
al asalto, dejaban libre el uso de nuestra sagrada religión ;
que daban su palabra de respetar á los ministros de ella,
y que respetarían igualmente así las propiedades privadas
como las de las comunidades. Nos hicieron la gracia de
poner en libertad los prisioneros casados, residentes y del
comercio de esta ciudad, sin exceptuar otros más que
aquellos que vinieron de otras partes distintas á hacer la
guerra. » ( 1 ) Esta conducta de Auehmuty fue muy
honrosa para él; pero no era lo bastante para acallar los
sentimientos patrióticos que tan hondamente había herido
la conquista inglesa. Nadie sabía, por ejemplo, la suerte
que esperaba á los prisioneros militares, retenidos á bordo,
y que á poco andar fueron enviados á Inglaterra, en nú-
mero de 600 individuos de tropa, con Ruiz Huidobro y
50 jefes y oficiales. Por un capricho de la suerte, mien-
tras el Gobernador de Montevideo marchaba prisionero,
salía de España una nave conduciendo su nombramiento
de Virrey del Río de la Plata, en premio de los rele-
vantes servicios prestados en la reconquista de Buenos
Aires.
Ocupada y sometida la capital del Uruguay, empezaron
los ingleses á rectificar sus juicios sobre la sociabilidad
montevideana, presentida por ellos bajo el eiTÓneo as-
pecto de que hasta entonces se tenía noticia en su país.
Á causa del alejamiento sistemático y de la reserva en que
(1) Li C, de Montevideo.
IJBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ IIÜIDOBllO 493
vma España con las demás naciones del continente eu-
roj>eo, suponíase allí que el carácter español, arrogante
de público, aunque amable y atencioso en privado, había
conservado y trasmitido á los habitantes del Uruguay to-
dos sus ingénitos resabios. Se creía, además, que los
discípulos, como es costumbre, hubiesen exagerado las
ideas de los maestros, concluyendo por suponer que,
si intratables eran los españoles en concepto del inglés,
mayormente lo eran los uruguayos. Pero esta creencia
cambió luego que los oficiales superiores del ejército inglés
y algunos jóvenes distinguidos, llegados en calidad de
viajeros, pudieron abrirse entrada en la primera sociedad.
Allí, atendidos con la urbanidad que caracterizó siempre á
los salones montevideanos, rindiéronse los ingleses á la
evidencia de la cultura local, modificando en ventaja nues-
tra el desagradable juicio que traían sobre ella, como lo
modificara poco antes un compatriota suyo, á pesar de los
contratiempos que le hizo sufrir la autoridad ( 1 ). Esto fué
también parte, sin duda, á que los rigores de la conquista
se mitigaran, en razón de saber que iban á descargarse
sobre un pueblo capaz de aquilatar los agravios reci-
bidos.
Igualmente se basó sobre tales consideraciones la empresa
de lanzar á la circulación un periódico, el primero que viera
la luz en el país. Llamósele La Estrella del Sur, y
estaba redactado en idioma castellano. Contando con las
aptitudes intelectuales de la población, La Estrella abrió
una propaganda, seria é insistente, enderezada á explicar
las conveniencias de sacudir el yugo español. Pintaba con
(1) John Mawe, Travcls on ihe interior of Braxil; cap iv.
494
LIBRO VU. — GOBIERNO DE RüIZ HUÍDOBRO
vivos colores la decadencia de la jNIetrópoli, su poder ne-
gativo para hacer la felicidad de estos pueblos, y fas ideas
erróneas sobre la industria y el comercio que dominaban
el ánimo de sus estadistas, incapacitándoles para concebir
un plan regular y apropiado á las necesidades públicas.
Comparaba el sistema liberal de la administración inglesa
en sus colonias, con el sistema restrictivo ó infecundo de
la española en las suyas, y de ahí deducía los provechos
que el Uruguay estaba destinado á recoger con la mudanza
de gobierno acaecida dentro de su jurisdicción. Encarecía
la tolerancia inglesa en materias religiosas, el respeto á los
derechos individuales, que elevaba á cada colono á la ca-
tegoría de un ciudadano de la Gran Bretaña, y la conve-
niencia de ser súbdito de un imperio poderoso y triunfante,
más bien que de un monarca refractario y de una nación
decaída. Presentaba á los ingleses antes como amigos
que como conquistadores del país; decía que su conoci-
miento de todos los jmelúos de la tierra les llevaba á apre-
ciar en su positivo valer las riquezas naturales y los ele-
mentos sociales del Uruguay, y que podía reputarse un de-
signio de la Providencia su aparición en estas playas, para
transformar en centro activo de riquezas unos territorios re-
legados á la oscuridad por el egoísmo de las autoridades
españolas. Demostraba cómo pueblos de diversas religio-
nes, halda y costumbres, vivían bajo la dominación inglesa
sin chocar entre sí, estando los ingleses mismos divididos
en materia de culto, puesto que eran católicos una parte
de ellos, lo que no impedía que todos gozasen del amparo
de las leyes comunes á la pluralidad de los habitantes de
la Gran Bretaña y sus colonias. Por último, todo lo que
pudiera relacionarse con los intereses espirituales y mate-
UBRO vri. '-CJOIUEUNO DE RUÍZ HUIDOBRO
495
ríales lie los uruguayos, era hábilmente desenvuelto en la
propaganda de La Ei^t relia ( 1 ),
La influencia moral que ejercieron en el espíritu de los
habitantes del Uruguay estas cosas, dichas en voz alta y
por órgano de circulación publica, fue grande. Sin que ellas
lucieran más simpáticos á los ingleses en el concepto ge-
neral, empezaron á enfriar el sentimiento de amor al go-
bierno español por el conocimiento de sus faltas y errores.
Se comprendió que tenía razón La Estrella^ y bien que
nadie sintiese deseo de cambiar de soberano, eligiendo por
suyo al ingles, cuando menos pensó alguien que podía pa-
sarse el país sin ninguno. Para hacer más tangible el irri-
tante monopolio español, llenóse el Uruguay de mercade-
rías inglesas, desembarcadas con profusión por los comer-
ciantes y mercaderes que habían seguido á los barcos de
Sterling y á los soldados de Auchmuty ; así que objetos
siempre codiciados sin esperanza, y otros que se vendían
á gran precio, pusiéronse al alcance de todos en abundan-
cia y á costo relativamente ínfimo. Con esto, la compa-
ración entre el viejo sistema y las nuevas franquicias, fue
del dominio de todos, concurriendo la satisfacción de las
necesidades personales á hacer odiosas las restricciones de
antaño. Verificóse una verdadera transformación por la
propaganda y por los hechos en el espíritu y las tenden-
cias del país, y un activo sentimiento de displicencia ha-
cia lo antiguo comenzó á trabajar todas las cabezas. No
era seguramente un pensamiento concreto, lo que resul-
taba del descontento inicial que iba apoderándose de los
ánimos, pero sí bullían los elementos precursores de gran-
( 1 ) Col Fremiro.
496
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
des mudanzas, en la comparación obligada que forzaba
á hacer aquella nueva vida. Los ingleses, creyendo utilizar
en provecho propio la semilla que sembraban con mano
pródiga, estaban aleccionando á todo un pueblo en la no-
ción de sus intereses más caros, y provocándole á resolver
los problemas que debían fijar su suerte para siempre.
No descuidaba, entre tanto, Auchmuty la prosecución
de la conquista, y mientras hacía hablar á su public^ición
periódica como apóstol, y dejaba circular las mercaderías
inglesas como mensajeras de futuros goces, se iba inter-
nando por medio de sus tenientes en el interior del país
para someter y juramentar á los pueblos. Una división de
2,000 hombres de las tres armas avanzó hasta Canelones,
ocupándole sin resistencia. Otra división de menor im-
portancia, al mando del coronel Pack, oficial perjuro, que
junto con Beresford, y favorecidos ambos por las logias
masónicas, habían escapado de Buenos Aires, ocupó San
José y Colonia, haciéndose notar por sus desórdenes y sa-
queos. Para paliar esta conducta indigna, lanzó Pack va-
rias proclamas en el sentido de los artículos de La Estrella;
replicándole Liniers desde Buenos Aires con una dirigida
á los habitantes de Colonia, en que esbozaba la historia
del perjurio del coronel inglés y de Beresford, aunque sin
incluir un dato desconocido entonces, á saber: que D. Sa-
turnino Bodríguez Peña, el peruano D. Manuel Aniceto
Padilla y un portugués Lima, interventores en la fuga de
los prisioneros, obtuvieron respectivamente del Gobierno
británico, como premio al servicio prestado, una pensión
anual de 1,500 pesos fuertes para toda su vida (1).
( 1 ) Saguí, Los ídiinios cuatro años ; iv.
IJIJRO VII. — GOBIERNO DE RGIZ IIÜIDOBRO 497
Al miiíiiio tiempo que era invadido el interior del país
y ocupada una parte del litoral del Plata, }>usieron mano
los ingleses en la organización de una milicia que les ga-
rantiese la posesión de Montevideo y sus alrededores. Sa-
biendo que el general Whitelocke estaba al llegar, para
hacerse cargo de todas las fuerzas disponibles y apoderarse
de Buenos Aires, quiso Auchmuty suplir la falta que el hecho
debía originar en sus elementos de guerra, y llamó á los co-
merciantes ingleses y toda clase de subditos á formarse
en cuerpos de milicia. En ausencia de la mayor parte de
las tropas regulares, estos cuerpos con dos batallones de
línea destacados en Montevideo, se destinaban á hacer todos
los servicios requeridos por el estado de las cosas. Pusiéronse
los milicianos á órdenes de Mr. Tywel, colector de aduana,
improvisado coronel por la fuerza de las circunstancias.
A pesar de la buena voluntad del jefe, lo abigarrado de la
tropa y la torpeza de sus manejos militares, dió ocasión á
visibles antipatías entre los soldados de línea, siempre celo-
sos de su profesión, y los nuevos reclutas, en su mayor
parte destituidos de instintos soldadescos. El pueblo ayu-
daba con sus burlas solapadas á ahondar estos piques, exa-
gerando la admiración que le causaban las voces de mando
en un idioma desconocido y la casaca roja, el pantalón azul
y la gorra de cuero de carnero de los milicianos. No bri-
llaban tampoco los oficiales por su porte, conocimientos y
uniforme. Se les había elegido de entre los mercaderes y
tratantes que desembarcaran en los primeros días, y negá-
base su misma tropa á concederles la importancia á que
ellos se estimaban acreedores. Sin embargo, esta situación
fue modificándose con el tiempo, y la amenaza de graves
peligros adunó las voluntades.
!0
I»yM. Ksi'. -- II.
4})8 LIBRO VIL- GOBIERNO DE RUIZ IIUIDOBRO
En todo el país notábanse síntomas de resistencia Ini-
cia la dominación inglesa desde los primeros” días, y el
avance sobre Canelones, San José y Colonia, en vez de
enfriar los ánimos por el temor, les indujo á la hostili-
dad. Sobre los trozos de milicias de caballería salvados
por algunos oficiales, entre los que figuraban el teniente
1). Antonio Baltasar Pérez y el alférez D. Juan Antonio
Caravia, que adelantaron de su peculio el pago de varios
de ellos, comenzaron á organizarse pequeñas divisiones
ligeras, que hostilizaron al inglés en todas partes. El
cuerpo de tropas que había marchado sobre Canelones
destacando su vanguardia en Santa Lucía, se vio tan aco-
sado por los voluntarios patriotas, que fué obligado á reple-
garse á Montevideo abandonando sus posesiones ( 1 ). Al
mismo tiempo, por secretas inteligencias se convenían algu-
nos vecinos de Montevideo con gentes de campaña, para
provocar un alzamiento en la ciudad, apoderándose de los
cuarteles de los ingleses y abriendo las puertas de la Cin-
dadela á los conjurados que debían reunirse en un punto
expreso y por combinación previa. Estos trabajos se ade-
lantaron grandemente, hasta tener conocimiento de ellos
Liniers en Buenos Aires, quien los alentó por medio de
emisarios que cruzaron el río para llevar y traer las nue-
vas que unos y otros se comunicaban. Quedó arreglado,
por último, que un cuerpo de tropas atravesaría de Buenos
Aires á Colonia, marchando en la noche misma á Monte-
video, y ayudado de los conspiradores se apoderaría de la
ciudad.
La conspiración tramada sobre estas bases, fué inopi-
M) Ln Sntíi. IJiM (kl TcrrUorio Oriental: iv. ix,
LiíUío vir, — (lolunRXu df. nmz íiuidoiíro
499
lUKlameiite descubierta por la imprudencia de dos agen-
tes oscuros y subalternos que Auchniuty capturó. De los
papeles liallados á diclios agentes, resultaban comprometi-
dos gran parte de los vecinos más respetables de Monte-
video, que en el acto fueron arrestados, llenándose de con-
fusión y disgusto las familias con tan atíigente nueva. Se
hizo gran aparato de actividad en la investigación de la
trama, tomáronse declaraciones á los arrestados, y se apre-
hendió á muchos que parecían aludidos por sus dichos.
La consternación aumentaba en todos, hasta crecer de punto
con la noticia que los dos agentes, convictos y confesos del
delito imputado, iban á ser ahorcados en la plaza pública.
Levantóse á este efecto un elevado patíbulo en la plaza
mayor, y se fijó el día en que ambos infelices serían ejecu-
tados á la vista de toda la pobkción, presa de angustia ante
anuncio tan triste. Salieron, con efecto, los reos de la cár-
cel, flanqueados por una docena de religiosos vestidos de
blanco, con cruces negras y rojas sobre el pecho y en-
tonando responsos, mientras las campanas de la iglesia
doblaban y batía el tambor. Subieron al patíbulo, se les
vendó los ojos, púsoseles el nudo sobre la garganta, y
cuando ya iba á darse la señal para que el verdugo cum-
pliese su comisión, levantó la voz el oficial que custo-
diaba á los reos, anunciando que el general ingles les per-
donaba. Un inmenso grito de júbilo siguió á aquel acto
de magnanimidad, y lágrimas y vítores de los concu-
rrentes anunciaron á Auchmuty lo acertado de su procedi-
miento ( 1 ).
Pero la conspiración no había concluido. Preocupábase
(li Robert^on, LaHcr.s' o)i Paraijunu: i, vir.
500
LIBRO VII. — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
Liniers de entregar el mando de las fuerzas destinadas á
operar en el Uruguay á persona en su concepto idónea,
cuando el coronel D. Francisco Javier Elío llegó á Mon-
tevideo de incógnito. Venía nombrado comandante general
de la campaña por la Corte, que ignoraba la situación del
país, y aprovechó su breve estadía en la ciudad para im-
ponerse del estado de la opinión, partiendo seguidamente
á Buenos Aires lleno de confianza. Allí se le dieron GOO
hombres con el objeto de recuperar la Colonia, ofreciendo
el Cabildo 4,000 pesos por la persona de Pack, que man-
daba en jefe aquella plaza. Elío no era, por cierto, el indi-
viduo más apropiado para realizar una operación de tanta
importancia, que requería sigilo, mucha prudencia y fría
calma. De natural atropellado y jactancioso, duro con sus
subalternos y poco sufrido con sus superiores, gustábale
hacer alarde de valor en todas las ocasiones, y sin que
viniera al caso muchas veces. Hablando siempre de sí
mismo, de sus campañas, de sus heridas y hasta de sus
lances más insignificantes, parecía querer arrastrar la opi-
nión del universo tras de su persona en cualquiera empresa
á que se dedicaba. Partió de Buenos Aires á principios de
Abril, cruzando el río, y llegó ante los muros de Colo-
nia en el día, á boca de oraciones, y con ánimo de sor-
prender la ciudad.
En el primer momento todo salió como él deseaba.
Confusos los ingleses al verse atacados por sorpresa den-
tro de sus atrincheramientos, se dieron en gran parte á la
fuga, corriendo muchos á embarcarse en camisa. Las tro-
Y>í\s de Elío introdujeron el terror doquiera, sembrando de
muertos las calles y atacando con furia los cuerpos de
guardia, retenes y puntos de refugio donde se albergaban
LIBRO VIL— GOBIERNO DE RÜIZ HÜIDOIUIO 501
los ingleses. Atemorizados también los capitanes de los
barcos que anclaban en la bahía, creyeron conquistada la
Plaza, y en el acto largaron velas para escapar al desastre.
Pero el coronel Pack, que á pesar de su reprobada conducta
en las cosas ¡x>líticas y de gobierno, era un oficial enten-
dido y sereno, allegó unas pocas fuerzas, lanzándose á la
cabeza de ellas sobre su adversario. Con tan enérgica ac-
titud, renovó el combate por las calles, y Elío, sin prever
el níímero de atacantes ni su calidad, tocó retirada, de-
sertando un triunfo seguro. De allí á poco, y para expli-
car favorablemente su descalabro y su ignorancia, lanzó
una proclama pintándose á sí mismo á caballo y es*
pada en mano entre sus tropas, á las que arengaba con
este exordio: « Soldados y hermanos míos: la suerte por
medios extraordinarios me ha traído desde España á tener
la honra de mandaros. Allí he militado 24 años, y en ellos
✓
he hecho la guerra contra moros en Africa, contra portu-
gueses y contra franceses, enemigo el más respetable del
mundo: debéis, pues, considerar tengo algún conocimiento
en ella. » (1 )
Mientras Elío s| justificaba allá á su modo de las
faltas en que incurriera, llegaba á Montevideo el general
Whitelocke, el 10 de Mayo: el 11 se hizo reconocer jefe
superior de todas las fuerzas británicas, y seguidamente
avisó su propósito de marchar sobre Buenos Aires, di-
ciendo con arrogancia que se haría dueño de la ciudad ó
la arrancaría de la tierra. Comenzó entonces la organiza-
ción del ejército inglés, que fué fraccíionado en cuatro
grandes divisiones, bajo el mando de los generales Craw-
(1) Proclama de Elío (Col López).
502
MURO A^n.— GOBIERXO DE RUIZ HUIDOBRO
furd, Auchmuty, Luniley y el coronel ]\Iahon, con tres
brigadas de artillería y una de ingenieros. El general Craw-
furd había llegado el último á Montevideo con su división,
desviándose de la ruta de Chile, á que primeramente fué
destinado, para auxiliar á Whitelocke en la empresa actual.
Estaban los ingleses animados del mejor espíritu, creían
vencer con toda seguridad, y encontraban igual sentimiento
de confianza en los comerciantes y mercaderes que les
seguían á la pista de sólidos lucros. Por fin, al promediar
Junio se hizo á la vela el ejercito en 90 transportes,
apoyados por 20 barcos de guerra, dejando de guarni-
ción en Montevideo al coronel Browne con alguna tropa
veterana, 200 soldados de marina y la milicia organi-
zada.
El 28 de Junio desembarcó Whitelocke en la ense-
nada de Barragán, distante de Buenos Aires más de GO
kilómetros. Muy distinta era, por cierto, la situación de
la Capital del Virreinato, comparada con el estado en que
la encontró Beresford al conquistarla. Habíanse efectuado
grandes cambios en sus negocios políticos, pasando la pro-
visión de autoridades superiores de manos del Re}’ á las
del pueblo. Esta mudanza tuvo por origen el descontento
universal que inspiró la caída de Montevideo, junto con la
opinión desfavorable que rodeaba al ViiTey Sobremonte,
cooperador consciente de aquella catástrofe. El 10 de Fe-
brero, bajo la presión de un tumulto populai', había sido de-
puesto Sobremonte por la Audiencia, decretada la ocupación
de sus papeles, y declarado caduco su gobierno. Desde en-
tonce.s, toda la autoridad que el Virrey representaba pasó á
manos de D. Santiago Liniers, y bien que la Audiencia y
el Cabildo de Buenos Aires afectasen reservarse una parte
URRO Vlí. — COIUERXO DE RITIZ IfriDOBRO
503
de ella, lo |X)8Ít¡vo por el momento era que el afortunado
caudillo la tenía toda. Ni los tiempos tampoco permitían
otra ex)sa, dada la amenaza que constituía el ejército in-
glés en ^lontevideo, y los esfuerzos requeridos para debe-
lar su fortuna. Así fué que Liniers no levantó mano en
la organización de los elementos militares que debían opo-
nerse al conquistador, siendo á la vez general y soldado,
como él mismo lo expresa. Cuando Wliitelocke pisal)a la
ensenada de Barragan, la ciudad de Buenos Aires tenía ya
prontos pai*a entrar en combate 8,600 hombres, con un
tren volante de 49 piezas de 4 á 12, contando además con
99 cañones de á 24 para establecer baterías ( 1 ).
Constaba el ejército inglés de unos 11,800 hombres,
y ya se ha hablado del espíritu que le animaba. Sin em-
bargo, el general á cuyo cargo iban las tropas, era un oficial
levantado por el favor á los puestos donde sólo pueden
llegar las predisposiciones marciales ayudadas por el ta-
lento y la experiencia. Sus antecedentes militares le reco-
mendaban muy poco, pues había sido batido tristemente
en Santo Domingo cuando subalterno, llegando después á
la graduación de teniente general por influenciáis de fami-
lia. Su segundo jefe, Lewison Gower, más entendido y de
mayores disposiciones que Whitelockc, tomó el mando de
la vanguardia apenas desembarcado el ejército, y el día 2
de Julio se dejó avistar por las avanzadas de Buenos Aires,
engañando á Liniers con un movimiento falso. En seguida,
y llevándose por delante al ejército de la Plaza, al cual
derrotó, quitándole 13 piezas de artillería y haciéndole mu-
chos muertos y heridos, tomó posesión de los corrales de
(1) Núfiez. Noiiciasi Ilijiióricafi : vr.
504
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ IIÜIDOBRO
Miserere, que pocos meses antes ocuparan victoriosos con-
tra Beresford, los soldados de Montevideo.
Con esto se introdujo una confusión muy grande entre los
defensores. Liniers abandonó su puesto, refugiándose en
una casa particular. Una división de la Plaza quedó como
cortada al otro lado del río de Barracas, y los dispersos del
Miserere entraron á la ciudad en precipitada fuga. El Ca-
bildo, siguiendo las inspiraciones de su Alcalde de 1."^‘ voto
D. Martín de Alzaga, puso pronto remedio á este descala-
bro dictando enérgicas providencias. Ordenó que la de-
fensa se reconcentrase á la plaza mayor y sus inmediacio-
nes, hizo abrir fosos y levantar trincheras, ocupar las azo-
teas circunvecinas con los soldados disponibles y los
voluntarios que se presentaban, y mandó entrar la división
que había quedado á la parte opuesta del río de Barracas.
En esta disposición se esperó al enemigo, que avanzaba
lentamente sobre la ciudad, y que intimó la rendición el
día 3. Ese mismo día, y bajo una lluvia torrencial, entró
Liniers á la Plaza conduciendo 1,000 hombres, restos de
sus anteriores fuerzas, y reasumió el mando en jefe. El día
4 intimaron nuevamente rendición los ingleses, reconcen-
trando sus tropas al Oeste de la ciudad, y preparándose á
dar la batalla.
Comenzó esta con el día 5, á las C y 1 2 de la mañana.
Los ingleses avanzaron impetuosamente sobre el Retiro al
N, el Hospital de la Residencia al S, y el convento de
Santo Domingo á quinientos pasos de la plaza mayor, po-
sesionándose de estos tres puntos importantes después de
combates obstinados. Pero no tuvieron igual suerte las dos
columnas destacadas sobre San Miguel y la Merced, que
fueron rendidas y aprisionadas después de sangrientas per-
LinRO VIL — CÍOCiKRNO PK llUIZ IIPIDOURO '>05
didas. Animados los defcmsores de la Plaza eon esta ven-
taja, lanzáronse sol)re el enemigo, desalojándolí' de Santo
Domingo. í^ntonees la vietoria de los ingleses se transformo
en desastre, y su armada, que había saludado con estrepi-
tosas demostraciones el flamear do las banderas británicas
sobre los más tolerados edificios de Buenos Aires, vio aba-
tidas esas banderas que halagaban sus esperanzas ( 1 ). Los
ingleses habían jxTdido mus de 1,000 prisioneros, y cerca
de 2,000 hombres entre muertos y heridos. Aprovechando
la jxrplejidad en que el enemigo se hallaba, quiso propo-
nerle Liniers una capitulación formal, en la que le conce-
día el libre reembarco y la devolución de todos sus prisio-
neros; pero se opuso el Alcalde Álzaga, consiguiendo que
se agregase á esas condiciones la evacuación de Monte-
video.
El día siguiente (G de Julio), á las 2 1.2 de la tarde,
después de haber mediado algunas contestíiciones entre los
generales de ambos campos, y de ser rechazada una co-
lumna de la Plaza que intentó retomar la Residencia, aceptó
el inglés, por medio de un parlamentario, las proposiciones
de Liniers modificadas por Álzaga. Convínose « que las
tropas inglesas se reembarcarían en el término de 10 días,
llevando sus armas, artillería y equipajes ; — que serían res-
tituidos recíprocamente todos los prisioneros, incluyendo los
súbditos de S. M. B. tomados en la América del Sur desde
el comienzo do la guerra; — que las tropas de S. M. B.
conservarían por dos meses la fortaleza y plaza de Monte-
video, considerándose como país neutral una línea desde
San Carlos al O, hasta Pando al E: entendiéndose la
(1) Mitre, Historia de Belgmno: i, v,
506
LIBRO VIL — GOBIERNO DE RUIZ HUIDOBRO
neutralidad íinicamente en que los individuos de ambas
naciones pudiesen vivir libres bajo sus respectivas leyes y
juzgados por ellas; — que llegado el caso de la entrega de la
plaza de Montevideo, se haría en los términos en que se
encontró y con la artillería que tenía al tiempo de su ren-
dición ; — que se entregarían tres oficiales superiores por
ambas partes hasta el cumplimiento de los dos meses de
plazo pactados, debiéndose entender que los oficiales ingle-
ses sometidos bajo su palabra, no podían servir contra la
América del Sur hasta su llegada á Europa. Esta capi-
tulación fué publicada por bando en Montevideo y asen-
tada en los libros del Cabildo para constancia.
Keembarcáronse las tropas de Whitelocke el 17 de Ju-
lio con dirección á Montevideo, en cuya bahía ancló la
escuadra que debía conducirlas á InglateiTa, quedando á la
vez convencionado que en 7 de Septiembre, dos meses des-
pués de firmada la capitulación, habían de evacuarse los
puntos sometidos en el Uruguay por los ingleses, cuyo pa-
bellón se alejaba del Río de la Plata, dejándole libre. Para
suplir la ausencia de Buiz Huidobro, prisionero en Ingla-
terra, nombró Liniers Gobernador interino de Montevideo
á Elío, cuyos procederes conocemos, aun cuando, al decir
del despacho que le investía con su nuevo cargo, concu-
rrían en su persona «correspondiente graduación, pericia
militar y conocimientos políticos. » ( 1 ) poco de su nom-
bramiento, pasó Elío á Montevideo, situándose con alguna
fuerza en los alrededores de la ciudad, hasta que los ingle-
ses la evacuaran. El día 9 de Septiembre embarcáronse
los soldados británicos á las 12 del día; y á las 2 de la
(1) L. C. (ir M(f}(lrv}(iro.
IJBRO VII. — GOniKRNO I>K lUJIZ HUIDOnUO 507
tarde entraron los primeros tlestacamentos españoles á la
Plaza, n^stablecit^iulose en todo el país la autoridad do la
Metrópoli.
La conquista británica se retiraba en medio de inespe-
rados desastres, después de haber encontrado en ambas
márgenes del Plata un vigor de acción y un celo patriótico
que nunca soñaron los estadistas ingleses. Eligiéronse por
víctimas de la displicencia nacional á los principales jefes
que habían conducido ó aconsejado las dos expediciones
sucesivamente vencidas, enjuiciándose á Popluim, despi-
dióndose del servicio á Whitelocke, y quedando por algún
tiempo oscurecido Beresford. Sin embargo, Inglaterra, en
el escozor que la c^iusaba su desastre, no suponía cuán
efectiva era la conquista moral que había hecho sobre
estos pueblos, revolucionando su espíritu y echando la se-
milla de la emancipación en las nuevas ideas que les im-
portara. Quien resultó verdaderamente derrotada fué Es-
paña, porque de su victoria ostensible salió el claror que
iluminó todas las deformidades del sistema colonial, pues-
tas á prueba por el espíritu y la práctica de nuevos proce-
dimientos que el peligro obligó á adoptar, con el concurso
basta allí menospreciado de los criollos. I^a libertad de
comercio, la tolerancia para todas las opiniones, la aptitud
reconocida á todos los habitantes del país para servir des-
tinos públicos en la medida de sus dotes personales, pa-
saron entonces del estado de aspiración lejana, á la cate-
goría de credo político y programa de gobierno exigible.
De la comparación entre sistemas tan opuestos como el
nuevo y el antiguo, resultó un juicio desfavorable para el
último, que acentuándose cada vez más, concluyó por ha-
cerlo odioso.
508
LIBRO VIL —GOBIERNO DE RÜIZ HUIUOBRO
Mientras estas ideas trabajaban lenta y oscuramente el
ánimo de los pueblos del Plata, resonaban (loquiera los
ecos del regocijo producido con motivo de las victorias
militares. Los sentimientos de admiración, sin embargo,
eran todos para Buenos Aires, y ^lontevideo veía con sem-
blante adusto, que se le negaba, olvidándole, la parte ac-
tiva y principal que había tenido en el triunfo, no sólo por
sus sacrificios de sangre, sino también concurriendo con el
donativo de más de 250,000 pesos entregados por los ha-
bitantes del Uruguay para subvenir á los gastos de la gue-
rra. En tal disposición de espíritu, aprovechó el Cabildo la
oportunidad de haber enviado el de Oruro una lámina con-
memorativa al de Buenos Aires sobre los triunfos contra
los ingleses, para expresar sus resentimientos en la siguiente
forma: «Esta ciudad de San Felipe y Santiago de Monte-
video (que también pudiera nombrarse de Borbón, por ha-
ber sido fundada bajo los Peales auspicios del primer prín-
cipe de dicha esclarecida dinastía, abuelo de nuestro cíitólico
monarca reinante) no ha podido desentenderse de tri-
butar á V. S. las más exjiresivas gracias por aquellas pú-
blicas demostraciones, como tan interesada en los aplausos
de ambos triunfos; pues siendo privativamente suyo, como
es notorio, el de 12 de Agosto, y habiendo* tenido no pe-
queña parte en el de 5 de Julio las reliquias que salvaron
de la dominación británica, cuando el 3 de Febrero del pre-
sente año tuvo esta Plaza la desgracia de ser tomada por
asalto, se prueba con todo fundamento que sin la exis-
tencia de esta hija, hubiera permanecido aherrojada aquella
madre, y que acostumbrados los enemigos á experimentar
los golpes y dura resistencia de estos habibmtes, pasaron
á embestir la Capital con cierto abatimiento de ánimo, que
LIliRO VJl. — (¡OUIKRXO DK UUI/ llUIDnlíRO oOÍ)
(lió anticipmlo anuncio de su plausible reciente derrota. » ( 1 )
Mas incisivo fue todavía el Cabildo con el Arzobispo
del riata, que había dirigido cartas de enhorabuena á las
principales autoridades de Buenos Aires, predicado ser-
mones y circulado pastorales enalteciendo los triunfos de
aquella ciudad, á la cual atribuía exclusivamente la victo-
ria. Beplicó el Cabildo a dichas demostraciones haciendo
la historia de los servicios de Montevideo, la reconquista
de la Capital, el bloqueo de Popham, el asalto de Auchmuty
y todos los encuentros de armas en que la ciudad se había
distinguido; y concluía diciendo en tono satírico: <' Celé-
brese con armoniosos himnos la suerte de la Capital di-
chosa; ciñan coronas cívicas las sienes de sus venturosos
habitantes; eríjanse sublimes monumentos y trofeos que
trasmitan á la posteridad las acciones de los bravos y el
ínclito prez de la victoria; suden las prensas noche y día
para dar asunto á la fama por toda la redondez del orbe,
que niientrn>s tanto, tranquila esta ciudad y satisfecha
con el más conijdeto desempeño de sus más sagrados de-
beres, vivirá consolada y alegre sin remordimientos y sin
envidia, cantando al compás de sus deshechas cadenas,
no sus pasadas glorias, sino las aclamaciones de todos gé-
neros que se tributan con ahinco á su Madre capital. »
Estos piques y contestaciones eran ya indicio de la rivali-
dad que comenzaba á tomar cuerpo entre las dos ciudades
principales del Plata; rivalidad que debía divorciarlas en
adelante produciendo su definitiva separación.
Con todo, conservábase por esa fecha el Uruguay en
paz. Desde el día en que Elío se hizo cargo del gobierno,
(1 ) L. C\ de Monlcvídco.
510
LIBKO VII. — GOBIEilXO DE EUIZ IIüIDOBEO
SUS conatos tendieron á la reorganización militar de la pro-
vincia. Reparó las fortificaciones de Montevideo, tomando
personalmente, acompañado de los principales vecinos,
parte activa en esos trabajos. Guarneció á Maldonado. me-
jorando su situación militar en lo posible, y atendió á re-
primir, por medio de subalternos entendidos, las depreda-
ciones que se hacían en la campaña. Tuvo, sin embargo, al-
guna disputa con el Cabildo, por causa de venir provisto
Gobernador interino, y estar preceptuado que para las
interinidades, supliese el Alcalde de 1.“' voto las incum-
bencias relativas á la parte política, siendo la militar
de cuenta del jefe accidental. De allí á poco, las cosas
se arreglaron, por confirmar la Corte el nombramiento
de Elío.
LIBKO OCTAVO
LIBRO OCTAVO
DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN COLONIAL
E\ío y Liiiierá. —'Tumultos en Montevideo, — Descoutento producido
por las medidas económicas de Liniers, — Proyecto de censo eníi-
téutico. —Llegada de la Real familia portuguesa á Río Janeiro.—
Veleidad guerrera de Liniers. — Graves noticias de España. — Polí-
tica de Napoleón en el Río de la Plata. — Misión Sassenay.- Pro-
clama de Liniers. —Prisión de Sassenay cii Montevideo. --Intrigas
de Goyeneche. — Destitución de Elío. — El pueblo se subleva á fa-
vor de él. —Sesión memorable del Cabildo. — Nombramiento de una
Junta de Gobierno. — Sanción de la fórmula revolucionaria. — La
princesa Carlota. — Formación del partido monárquico ríoplatense.
— Inteligencias entre el Cabildo de Montevideo y el de Buenos
Aires. — Correspondencia entre Liniers y Elío. — Movimiento insu-
rreccional en Buenos Aires, — Elío lo protege.- Nombramiento de
nuevo Virrey, — Disolución de la Junta de Gobierno. — Influencia
de la Junta en América. — Libertad de comercio. — Fundación de
Florida. — Elío y el partido revolucionai'io de Buenos Aires. — Ac-
titud de la princesa Carlota, — Regreso de Elío á España. — Des-
alentadoras noticias de la Península. — Revolución de Buenos Aires.
— Actitud expectante de Montevideo.
( 1807 — 1810 )
Ijüü relaciones entre el Gobernador de Montevideo y el
V^irrey de Buenos Aires comenzaron á adquirir cierta ten-
sión, por efecto de la diversidad de caracteres de uno y
otro, y su modo de apreciar los sucesos. Liniers había sido
confirmado en su empleo por la Corte, y Elío en el suyo
Dom. Esp. — II.
33 .
514 LIB. VIH. — BESCOMf^OSICIÓX DEÍ. RÉGIMEN COLONIAL
de Gobernador interino, viniendo por ahí a .sancionarse las
exigencias de la voluntad pública, que veía legalizados dos
actos revolucionarios ; porque alzado Liniers al mando por
medio de un tumulto, los nombramientos que hizo adole-
cían del vicio ingénito a su autoridad, y en este caso Elío,
provisto Gobernador á virtud de órdenes de esa autoridad
viciosa, tuvo sus mismos defectos hasta que la ley no la
legitimó. Sin embargo, eran muy diferentes los sentimien-
tos que agitaban el ánimo de uno y otro caudillo, como
divorciados los móviles que les impulsaban. Liniers, ale-
gre, confiado y abierto, reposaba ebrio de gloria sobre los
laureles adquiridos ; mientras que Elío, desconfiado y me-
ditabundo, ocultaba difícilmente las torturas de su espíritu.
Reducido á un papel secundario durante la segunda inva-
sión inglesa^ por más que en sus dichos y proclamas hu-
biese intentado darse una importancia superior, el Gober-
nador de Montevideo miraba con ira la suerte de Liniers,
que siendo extranjero y desconocido, se había levantado
en un día al pináculo dé la fortuna.
Como todos los hombres envidiosos, Elío tenía cierto es-
píritu de previsión, nacido de las malquerencias y cavilosi-
dades que acechan y saborean de antemano los errores del
adversario. Adivinaba que el nacimiento de Liniers y su
ligereza de carácter habían de ser una contrariedad para
el prestigioso caudillo, sin presumir, tal vez, que estaba
próxima á cumplirse la predicción, pues un conjunto de cir-
cunstancias incoherentes, debían refiejar sobre el héroe del
día, las más odiosas é inmerecidas sospechas. A raíz de
efectuada la reconquista, ya se encontró envuelto Liniers
en una política de doble juego, que le obligaba á contrade*
cirse á cada instante, para conservar su posición en el país
MU. VIII. —r>ESl COMPOSICIÓN DEL REGIMEN COLONIAL 515
y lio perder en la Corte su prestigio. Rodeábanle dos par-
tidos, igualmente interesados ambos en aprovecharle, el
uno, por presentimiento instintivo de que podía echar á su
sombra las bases de un gobierno nacional, y el otro para
recuperar los beneficios de una influencia que iba per-
diendo. Mientras las esperanzas y probabilidades de am-
bos estuvieron balanceadas, sus procedimientos capitales
coincidieron, y Liniers recibió consejos similares de uno y
otro, que le habilitaron á proceder con el acuerdo común.
Ese acuerdo se demostró, especialmente, en las relacio-
nes con el exterior. Cuando el Cabildo de Buenos Aires
y Liniers resolvieron dirigirse á la Corte, comunicando la
reconquista de la Capital, se convino en que Liniers par-
ticipase también á Napoleón dicha victoria. Más tarde,
para elevar el parte de la derrota de Whitelocke, el Cabildo
eligió á PueyiTedón, y Liniers á D. Juan Perichón de Van-
devil, ayudante y compatriota suyo, y al decir de un con-
temporáneo, intermediario de aventuras galantes y sujeto
en quien depositaba la más decidida confianza (1). La
misión de V ande vil era doble, pues no solamente se re-
fería á España, sinó que se extendía hasta Napoleón, cuyo
influjo sobre la Corte de Madrid debía recabar el comisio-
nado, para que se proveyese al Virreinato de los recursos
exigidos por las éxpectativas de una nueva invasión inglesa.
El hecho se hizo publico, porque habiendo sido completo
el acuerdo entre las corporaciones del Estado para la de-
signación del individuo, la calidad del comisionado, su
origen nativo y escasos servicios al país, impuso esa sa-
tisfacción á la generalidad.
(1) Núriez, Noiícia.it hislóricaa: vi.
51() Lili. VIH. — DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN COLONIAL
Lioicrs, eii sus oficios al Emperador, elogiaba á los
franceses, sus compañeros de armas, durante las dos inva-
siones, y cuyo mayor número, en verdad, no había promo-
vido, sino encontrado sirviendo los puestos que tenían. Por
lo demas, llamaba en dichos documentos al Rey de España
« su soberano », y si bien atribuía al influjo de los triunfos
de Napoleón el espíritu guerrero suscitado repentinamente
en los pueblos del Plata, también agregaba que tales vic-
torias eran debidas al amor inspirado á esos pueblos por
su religión, su patria y su rey ». Si hubo imprudencia en
cartearse bajo forma tan confidencial y minuciosa con un
soberano extranjero, aliado hasta entonces de España, debe
convenirse en que era la imprudencia de todos y no la de
Liniers solamente. Mientras duró la cordialidad entre los
partidos rivales, así fue cuando menos aceptado el hecho ;
pero una vez rota la armonía, estaba preparado el terreno
para que se hiciese de este conjunto de incidentes, el peor
capítulo de acusación contra su promotor ostensible.
Elío espiaba aquel momento, por muchas razones. La
vaga intuición de próximas mudanzas que dominaba to-
dos los ánimos, al influir también sobre el suyo, había
concluido por crearle una situación excepcional, en que sus
celos individuales se complicaban con sus inquietudes po-
líticas. Dolíale sobremanera la popularidad de Liniers, y
se encontraba lierido por ella en lo más hondo del espí-
ritu ; pero al mismo tiempo, considerándose el único apto
para contrarrestarla, no quería aventurarse á la ludia sin
preparar el terreno. Buscando los medios de conseguirlo,
le ocurrió que bien pudiera llegar á ser víctima de asechan-
zas ocultas provocadas por su españolismo, barrera insalva-
ble, á su juicio, contra los planes de Liuiers y el supuesto
IJB. VIH.— DESCOMPOSICIÓN DKE RÉGIMEN COÍ.ONíAL 51 7
partido afrancesado que lo rodeaba. A la verdad, Liniers
no había mirado nunca á Elío como rival, y mucho me-
nos como rival peligroso, pues de ser así, con media pala-
bra Suva en los primeros momentos habría evitado la con-
firmación del nombramiento del Gobernador de Montevi-
deo, efectuado por el de propia voluntad. Además, ni el
tiempo ni los sucesos permitían á un espíritu tan ligero y
olvidadizo como el de Liniers, ocuparse de resentimientos
y venganzas mezquinas, amado como se sentía de todos, y
colmadas sus ambiciones más nobles con los esplendores
del mando en jefe. Elío, empero, alentaba dentro de sí
mismo las sospechas concebidas, que iban creciendo á
compás del tiempo, y no excusó abrirse en ese sentido á
los que le rodeaban, afirmándose en su papel de víctima.
Con esto, corrió la voz de que se tramaba la caída del
Gobernador y comenzaron á inquietarse los ánimos en
Montevideo.
Así preparadas las cosas, Elío creyó llegado el mo-
mento de poner á prueba su prestigio propio y las mi-
ras de Liniers, y renunció el mando inesperadamente.
Hallábase el Cabildo reunido el día 25 de Noviembre
cuando supo el caso, y sin más trámite se dirigió á
Liniers, rogándole que por pretexto alguno destituyese
á Elío. «Nuestra seguridad — decía el Cabildo — pende
del valor, actividad y celo del que nos manda. Estas
y otras circunstancias tiene acreditadas, y está dando
continuas y claras pruebas de ello el señor Elío; el se
vuelve todo fuego; sin reposo ni descanso, no hace ni casi
se emplea en otra cosa que en organizar las que nos han
de poner á cubierto de la temida cruel dominación inglesa
que nos amenaza. » Y concluía diciendo ; « Si el señor
518 LIB. VIH. — DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN COLONIAL
Gobernador, á quien se le harán presentes estas otras
razones, continuare en el empeño de abandonar esta Plaza,
el Cabildo lo mirará como mal servidor del Rey y no per-
derá ocasión de representar á S. M. con la mayor energía,
que debe ser desatendido de su Real piedad; y entretanto
suplicamos á V. S. se sirva no admitirle la renuncia del
empleo que con tanto acierto le ha conferido. » ( 1 ) Sor-
prendido Liniers por el tono suplicatorio y la vehemencia
del estilo, contestó á vuelta de correo que nadie había pen-
sado en destituir á Elío, y que sólo él mismo, por acto de
propia voluntad, había elevado renuncia del cargo que se
le confiriera. Pero ya estaban los ánimos tan enardecidos
por el primer supuesto, que en la ciudad se produjo un
verdadero tumulto á consecuencia de ello.
Desde el momento de insinuarse que Elío iba á ser des-
tituido, el vecindario tomó partido por él. Estaban los es-
píritus inclinados á recibir de mal talante todo lo que
niera de Buenos Aires, porque se consideraban ofendidos
con la escasa importancia atribuida á los esfuerzos de
Montevideo en favor de l<a Capital; y desde luego enten-
dieron que si se tramaba algo contra el Gobernador, era
seguro que se hacía por contrariar al pueblo de su mando.
Poseídos de estas ideas, comenzaron á formarse á diario
reuniones de individuos que discutían el caso, hasta que
al fin, en 2 de Diciembre y con ocasión de estar reunido el
Cabildo, se presentó un numeroso concurso de gentes á
sus puertas, pidiendo á nombre del pueblo que se conser-
vase á Elío en el ejercicio de la- autoridad. El Cabildo
contestó que no había habido destitución é hizo leer el
( 1 ) L. C. de. Montevideo.
un. Vlir. — DESCOMPOfílClÓN 1>EL RÉGIMEN COLONIAL 519
oficio ya mencionado sobre este punto, para satisfacción de
los concurrentes ; pero ellos sólo se retiraron después de
haber obtenido de la corporación que suplicase a Liniers
el abandono de todo procedimiento, hasta recibir una ex-
posición fundada que preparaban y remitirían por el
próximo correo.
En cuanto Liniers se enteró de lo acontecido, escribió
á Elío notificándole que reputaba criminoso el tempera-
mento adoptado, y haciéndole insinuaciones para que cas-
tigara á los instigadores de tumultos tan desautorizados
como inconducentes. Elío participó al Cabildo el caso, y
la corporación le respondió con un oficio verdaderamente
revolucionario, en que se leían estos pasajes: « Las juntas
populares cuando son dirigidas á representar, pedir y su-
plicar con veneración lo conveniente á la seguridad de la
patria; cuando en ellas se descubre que en el corazón
del pueblo no hay más que amor seguro á su monarca, y
por él á sus magistrados, lejos de ser perjudiciales, consi-
dera el Cabildo que son convenientes y deben agradecerse.
El espíritu de este vecindario es no separarse de aquellos
medios que considera permitidos para sus solicitudes : el
ruego y la súplica jamás ofenden á la justicia. » Y en se-
guida añadía : « Bajo estos principios se ve este Ayunta-
miento en la necesidad de pedir á V. S., suspenda todo
procedimiento contra individuo alguno de los que concu-
rrieron á la sala capitular, á quienes nos veremos en la
necesidad de sostener por cuantos medios sean legales y
permitan las leyes. » Es así, pues, que el Cabildo, no sólo
aprobaba el tumulto de 2 de Diciembre, sinó que lo hacía
suyo, declarando que sostendría á sus fautores por todos
los medios á su alcance.
520 LIB. VIIL — DESCOMPOSICIÓN DEL REGIMEN COLONIAL
Con tales ¡n-ocedimientos, vino á transformarse un inci-
dente casual y secundario en negocio de entidad. El Ca-
bildo de Montevideo supuso comprometido su crédito en
el asunto, é hizo suya la causa de Elío, como ya la había
hecho la población de la ciudad. Liniers, por su parte,
ofendido de una conducta para la cual no había dado mo-
tivo ninguno, miró con ojeriza los desagrados que provo-
caba la personalidad del Gobernador de Montevideo, cuyo
insólito prestigio no podía explicarse sinó por veleidades
de independencia y sentimientos de rivalidad inadmisibles
en un subalterno. Se agrió, pues, el estilo de las comuni-
caciones entre los diversos interventores del negocio, y
fuero nse acumulando resentimientos que dificultaron una
solución amigable. Todo el afán del Cabildo era no volver
á la dominación inglesa, en lo cual estaba igualmente in-
teresado Liniers, como que la había combatido; pero la
corporación creía encontrar más adunado á sus instintos
de oposición el talante soldadesco de Elío, que ningún otro
de los que podían sucede ríe. « A no ser V. E. quien nos
mande — había escrito á Liniers — no queremos otro que
el señor Elío; » tanta era la preferencia con que le mi-
raban.
El temor á una nueva invasión inglesa, comprimía en
cierto modo estas malquerencias. No era infundado aquel
temor, pues según todas las presunciones, Inglaterra, de-
seando vengar su última derrota, preparaba un nuevo ejér-
cito que debía ponerse á órdenes del general ^V^éllington,
apresuradamente indicado para hacerse cargo de él. Liniers
y Elío no levantaban mano en la organización de los ele-
mentos militares destinados á oponerse á la anunciada
tentativa británica; aquél, complementando la instrucción
Lin. VIII. — r>KS('OMrosi('ióx i>i:l régimen colonial 521
do los cuerpos á sus órdenes, y este reforzando en Monte-
video los nuevos organismos militares. A insinuación suya,
Liniers consintió en que el cuerpo de SüO hombres creado
en 27 de Julio bajo las órdenes de D. Prudencio Mur-
miiondo, se elevase il dos batallones con el título de Jlosñ-
miento de Volnntarlos del Río de la Plata; y se crease
además un batallón de Infantería Ligera bajo el mando
de González Vallejo, quien recibió en 7 de Agosto su
nombramiento ( 1 ).
En medio de estos preparativos y desconfianzas se pa-
saron los últimos días del año, y los primeros de 1808,
que debía traer tan grandes novedades. Un espíritu de
convulsión y anarquía predominaba en las dos ciudades
rivales del Plata: soliviantados los principios en que había
reposado la autoridad, é ingerido el pueblo en deliberacio-
nes que nunca habían sido de su resorte, se erguía para
hacer exigencias que encontraban acogida en las corpora-
ciones públicas, hasta entonces adictas á la aplicación re-
gular de las leyes. Esta manera de gobernar por plebis-
citos, ora deponiendo mandatarios, ora sosteniéndolos por
medio de tumultos, provocaba la ‘agitación doquiera, e iba
disciplinando la anarquía hasta transformarla en una fuerza
irresistible que debía formular á la postre principios revo-
lucionarios. Ni Liniers ni Elío eran hombres adecuados
para encarrilar ó para aplastar la revolución naciente. Su
fidelidad al Rey les impedía mezclarse al movimiento
revolucionario sirviéndolo, puesto que el escaso alcance de
su inteligencia política no les había dado condiciones ne-
cesarias para ahogar la revolución en su cuna. Uno y otro
( 1 ) L. C. de Montevideo,
522 Lin. VJII, — DESCOMPOSICIÓN DEL ÍIÉGIMEN COLONIAL
buscaban la popularidad, Liniers, como recurso comple-
mentario del poder adquirido, y Elío para utilizarla á favor
de sus designios ; debiéndose á los esfuerzos hcclios en tal
sentido por ambos, el aspecto equívoco de su conducta en
la lucha que va á seguirse.
Vino á ser motivo de queja, aumentando el descontento
existente, una medida que con fecha 30 de Enero adoptó
Liniers, influido sin duda por los comerciantes de Buenos
Aires, y la cual perjudicaba en grande escala los intereses
del comercio uruguayo. Desde la segunda invasión in-
glesa, habíanse aglomerado en Montevideo valiosos carga-
mentos de mercaderías, destinados á suplir las multiplica-
das exigencias de consumo que el monopolio comercial de
la Metrópoli no permitía satisfacer. Era el plan de los
comerciantes ingleses que habían seguido las huellas de
Auchmuty y Whitelocke, desparramar por todo el Kío de
la Plata, á precios acomodados, el contenido de esos car-
gamentos, abriéndose por ahí un gran mercado de consumo
en estas provincias, cuya conquista suponían segura en
vista de los fuertes ejércitos con que Inglaterra se propo-
nía atacarlas. Siendo Montevideo la ciudad más conside-
rable de que los ingleses se hicieron dueños durante la
segunda invasión, dentro de ella fue que depositaron el
total de sus cargamentos, esjierando que al caer. Buenos
Aires en sus manos, pudieran llevar allí el remanente que
había necesariamente de quedarles. Pero habiéndoles sido
adversa la suerte de las armas, tuvieron que vender á vil
precio sus mercaderías, con lo cual resultó una existencia
tan superabundante de ellas, que exigió su distribución por
todo el país.
Los primeros compradores que no aventuraban mucho
UB. Vm.— DESCOMPOSICIÓN DEI. RÉGIMEN COLONIAL 523
con vender barato, dieron pronta salida á sus lotes; y los
comerciantes de segunda mano se apresuraron á hacerlos
circular de la mejor manera. Los pueblos del interior, los
del litoral, y hasta los establecimientos de campo más le-
janos, fueron surtidos, á precios cómodos, de mercaderías
que antes habían costado un dineral ó de las cuales sólo
se había tenido sospecha, porque jamás se permitió su in-
troducción; y con esto se estableció un comercio activo en
todo el país, «que convidaba á lucrativas especulaciones.
Muchos individuos, más arrojados en el arte de la mer-
cancía que el resto, hicieron contratos para Buenos Aires,
acumulando pingües ganancias con los precios que allí se
les dió á cambio de lo que llevaban. El natural contento
de una situación tan próspera halagó á todos los espíritus,
y bien que algunos pocos comerciantes se quejaran de la
imposibilidad de concurrencia, por efecto de los precios á
que habían comprado sus mercaderías antes de las inva-
siones inglesas, el hecho es que ante la voz de la mayoría
se apag